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—En serio, no los espero sino hasta mañana por la noche…
Se encaminó resueltamente hacia ellas.
—¿No están mis tíos? —preguntó.
—¿Y usted quién es? —increpó una de las sirvientas.
—Eso iba a preguntarle a usted —respondió Sofocles—. ¿Desde cuándo trabaja aquí?
—Pos hará cosa como de dos meses. ¿Y eso qué tiene que ver?
—Necesito entrar y pasar al baño. Soy sobrino de sus patrones.
—Entonces ya debería saber que no están. Se van los sábados y los domingos a Valle de Bravo. Regresan hasta bien tarde…
—Sí, ya sé. Pero eso no quita que sean mis tíos…
—Ya déjalo pasar, tú … —intervino la otra.
—Con su permiso…
—Pos ahi como usté quiera, joven —y la primera dejó pasar a Sofocles que no se intimidó ni durante un momento y subió automáticamente por las primeras escaleras que encontró.
—Pos ahi te lo haya… —alcanzó a oír.
Encontró bastante decorosas las recámaras y tuvo la suerte, además, de hallar ropa casi de su medida. Arrojó el pantalón y la trusa malolientes en un cesto de mimbre y se bañó. Terminaba de vestirse cuando el timbre, y después el sonido de la puerta al abrirse, lo sobresaltaron. Oyó cómo un hombre preguntaba por los dueños de la casa, y cómo una de las criadas, la que le había franqueado el paso, respondió que no estaban, como era su costumbre, pero que podía hablar con su sobrino…
—¿Felipín? —curioseó el hombre.
La otra sirvienta dijo que no sabía cómo se llamaba, porque era nueva, y que su amiga tampoco, estaba de visita, no trabajaba allí, etcétera.
Sofocles terminó de vestirse y con sigilo caricaturesco inició el descenso de la escalera. El hombre desconocido lo descubrió.
—¡Felipín! —dijo en un espasmo, ofreciendo sus brazos abiertos—. ¿No te acuerdas de mí? —Y en cuanto pudo lo apresó de los hombros…
—No —susurró Sofocles completamente a su merced.
—Claro, cómo te ibas a acordar, si estabas muy chiquito… Soy tu padrino don Jesús, Chuchito… ¡Ah, qué Felipín! Te conozco desde que tenías dos años… ¿Te acuerdas cómo nos íbamos de pinta a Zihuatanejo para pescar y jugar tenis? ¿Eh, maldito? ¡Acuérdate, acuérdate!
—¿A jugar tenis?
Y en el mismo tono entusiasta siguió diciendo cosas a las que Sofocles respondía siempre que sí, hasta que las sirvientas anunciaron que iban llegando los señores.
La que le abrió la puerta a Sofocles escapó calle abajo, y él, por su parte, aprovechó un descuido del hombre amable para soltarse, fingir caminar hacia el garage adonde estaba un Caravelle remolcando una lancha con motor fuera de borda, y en realidad correr desaforadamente, correr de prisa, ay, cada vez más aprisa, puf, hasta comprobar que nadie lo seguía.
—Nomás te peinaste y te veniste —le dijeron al llegar a la fiesta.
Sofocles sonrió con su mueca Terry Thomas y se llevó una mano a la cabeza para sobar y aplastar el cabello hacia adelante con vigorosa insistencia.
Entonces Tatiana notó la ropa diferente, la camisa nueva, el pantalón desconocido, la mirada significativa, el nuevo desodorante, y pidió saber todo, cuando a él ya le brotaban las palabras ensalivadas y de una manera automática…
Atrapo varios insectos y luego los suelto: esa libertad bullente es el tiempo.
El tiempo sirve para cambiar.
Los perros comprensivos
Los dos hijos tenían hambre.
Los padres también.
Así que se los comieron y dejaron de sufrir los cuatro.
Oh, Juan, ¿quién nos librará de la maldad de los Buenos
que han encontrado una salida: la Justicia?
Lanza del Vasto
Escombro el escritorio para ponerme a escribir. Incluso me baño y me visto especialmente para la ocasión: ropa gruesa, para no sentir frío después de varias horas sentado. No sé dónde acomodar tantos papeles, folletos y diccionarios, así que los amontono equilibradamente a un lado. Mi padre debe estar escribiendo un artículo. Siempre lo oigo tecleando hasta altas horas de la madrugada. Meto una hoja en blanco en el rodillo de la máquina. Es como mirar la nieve del Popocatépetl. Me persigno envuelto por el orden impecable de la biblioteca. Es increíble, pero todavía me persigno de vez en cuando. En el montón de papeles que acabo de acumular, una página mecanografiada por mi padre llama mi atención:
Allá en el Mioplioceno, continuándose hasta el Pleistoceno, es decir, entre hace trece millones y un millón de años, nació y fue creciendo lentamente, a causa de sus erupciones continuas, el Popocatépetl, “Montaña que humea”, o el Xitliquehuac, “El que arroja cenizas”.
Está formado por material lávico, dacita y riodacita y traquita en su mayor parte. El Pico mayor o Pico Anáhuac se localiza, según carta de la Secretaría de la Defensa Nacional 14 Q-h (123), a 19° 1’ 15’’ latitud norte, y a 98° 37’ longitud oeste, y su cima alcanza 5 452 metros sobre el nivel del mar. El labio inferior del cráter registra 5 253 metros. El Pico del Fraile se localiza en el lado sur del volcán y su base está a 5 249 metros. El Ventorrillo alcanza 4 999 metros. El cráter, de forma elíptica, tiene una circunferencia de 22 867 metros, con una profundidad de 380 metros desde el Pico Mayor.
Forma parte de una cadena volcánica que corre de norte a sur dividiendo las cuencas de Puebla y México desde Otumba, por el estado de Hidalgo, hasta Joanatepec, en el de Morelos. El cono volcánico presenta pendientes de 20, 30 y, en algunas vertientes, hasta de 50 grados.
Parte de un derrame que la erosión en el curso de los siglos ha destruido, está ahora convertido en ese extraordinario roquedal llamado El Ventorrillo, con su Flecha del Aire.
Al fondo de la biblioteca gira un espejo.
De Tatiana, como de María de Magdala, en mi novela futura los sacerdotes llegarán a extirpar siete demonios: el de la lujuria, el de la envidia, el de la vanagloria, el de la curiosidad, el de la avaricia, el del desprecio y, por último, el demonio más feo de todos, el demonio de la maledicencia…
Cuando vuelvo a casa, mi padre discute con su mujer: es impresionante su disposición para la violencia verbal… Es como si cada uno se sintiera orgulloso de gritar más fuerte, y tratara de gritar más fuerte…
Después de un rato largo me enfrento con el rostro descompuesto de mi padre.
—¿Qué cosas mías has estado agarrando?
—Nada, de veras, nada. Traté de escombrar el escritorio, pero no deseché nada, simplemente acomodé todo en un extremo, lo acumulé cuidando que no se maltratara ningún papel. Luego alfabeticé algunos libros. Puse en orden la sección de Ciencias Sociales —asustado.
—Pues tu madrastra —increpa—, dice que se encontró allá arriba dos cartas, y que el lunes pone el divorcio…
Por un minuto no sé qué responder. No tengo ninguna culpa. Si mi descuido hubiera sido intencional, tendría razón de enojarse, pero no. Después pienso, pero nada más lo pienso, no digo nada: ¿y yo soy el culpable de tus relaciones extramaritales? ¿Y yo soy el culpable de tu manía de coleccionar recuerdos? ¿Y yo soy el culpable de que hayas conservado inclusive esas cartas? Mi hermana baja y todo se interrumpe. Todos salen precipitadamente: mi hermano, mi hermana y mi padre. Me dan ganas de ponerme a llorar. Al poco rato baja mi madrastra como ajena a todo y hasta canturreando, como si estuviera contenta…
Si pudiera comer bellotas y que me salieran por las orejas
ramas de árbol. ¡Si pudiera comprar un hotel de mil
habitaciones y morir en cada una!
Paddy Chayevsky
Le dicen a Tatiana que no se da a respetar, que yo soy muy mandado, que les estoy cayendo gordo. Utilizo sus mismas palabras. Que prefieren que ande con un futbolista a que ande con un intelectual por cual: ése soy yo.
—¿Un intelectual?
Pero me interrumpe. Y por si fuera poco no se le ha presentado su menstruación. Enmudecí y sin talento para dar explicaciones preferí retirarme. Fui a la escuela. Encontré a Monsiváis cargado de libros y caminamos hasta su departamento. Dice que mi proyecto de novela es muy complicado y que primero tengo que pensar en atrapar lectores, y que cuando los tenga, entonces me puedo lanzar a hacer experimentos, por lo demás, completamente innecesarios.
Tatiana se porta mal. Me pidió que la buscara y a la hora que habíamos convenido no estuvo. La esperé inútilmente. Salí a comprar unas medicinas y la encontré. Eran las 8:30 y la cita había sido a las 4. Ah, pero es que salió con unos vecinos que le están enseñando a manejar moto…
—Moto es como mejor manejo —susurro, pero ella ni siquiera sonrió.
Ayer estaba guapísima. Hoy no. Se veía demasiado flaca y desgarbada, incluso mal peinada. La encuentro varias veces más, más tarde, y se porta grosera, antipática. Por fin, casi a las 10 de la noche, confiesa: faltó a la cita deliberadamente, y mañana también pensaba faltar, un poco por seguirle la corriente a su mamá, que sufre mucho porque ella sale conmigo. A medianoche nos despedimos.
—A ver cuándo nos vemos…
—¿Así? ¿A ver?
—Sí, ¿o cuándo quieres?
—¿Te parece el lunes por la noche?
—No.
—Entonces nos veremos mañana.
—Pero mañana no puedo.
—Entonces ahora. Quédate a dormir conmigo.
—¿Estás loco? No puedo.
—Sí puedes. Inventas algo.
Su madre me impone condiciones a través de ella porque no se atreve a hablarme directamente. Debo ir a la escuela, o por lo menos encontrar un trabajo. Tatiana me lo dice casi retándome. ¿Así que soy “un bueno para nada”? Y cuando la visite y mientras estemos en su casa, no debo tocarle ni uno de sus dedos. Y sobre todo no debo tratar de besarla otra vez. No debo ni siquiera desearla. Realmente piensa que lo único que me interesa es acostarme con ella. Y tiene razón, porque no me gusta en su papel de mujer ofendida. Tampoco me gusta su ropa, que tan malamente descompone su cuerpo, ni la manera como se maquilla. Parece que antes de salir siempre jugara luchas con un payaso. O con dos. Aludo entonces a su increíble vulgaridad, oculta hasta hoy por la exagerada vulgaridad de los que nos rodean, pero me confundo pronto, no encuentro las palabras que necesito, estoy obnubilado y casi histérico, me pierde algo así como el infierno de la fiebre, advierto que de seguir hablando puedo perderla realmente.
¿Y en verdad me importa? ¿De verdad me gusta más que todas las mujeres que conozco? ¿Se trata de un capricho? Ni siquiera puedo responder. Pero reconozco un como sentimiento que huye, o que se repliega, un sentimiento que se escabulle, o se transforma, se encoge, desaparece y reaparece con inusitada frecuencia. ¿Será el Amor? Es una especie de ansia, o desesperado nerviosismo que se disuelve a veces, que ni siquiera es permanente. Y lo peor es que no puedo preguntarle a nadie si esto es estar enamorado. Una como exaltación que me desborda…
De pronto creo que necesito a Tatiana, pero también tengo ganas de estar solo. A veces me gusta ella y a veces no. A veces tengo la certeza de que hay otras mujeres en alguna parte.
Por lo pronto dejo hablando sola a Tatiana, en un crescendo de su infatuación, verdaderamente ofendido.
Mis personajes empiezan a convertirse en símbolos precisos de mi drama íntimo.
Me siento como un lobo en celo…
LOS PERROS REPETIDOS
En casa se cuenta con frecuencia esta anécdota:
Nos regalaron tres cachorros en una canasta. Nos quedamos con ellos y yo los sacaba a correr todas las tardes. Eran de colores indefinidos, y las orejas les colgaban. Entonces mataron al papá de Gutenberg y lo dejaron a bordo de su coche. Los perros lo encontraron, y cuando se abrió la portezuela, se lanzaron a morder el traje del cadáver. Todo mundo trataba de ahuyentarlos. Les pegaban con los puños, les daban de patadas. Yo agarré al más renuente y, en mi desesperación de niño, tomé una de sus largas orejas y casi se la arranqué de una mordida…
Todos ríen en el momento en que los perros chillaban junto al cadáver…
Me gustaría poder trabajar más tiempo en mi libro, que a la mejor podría llamarse Mi vida entre los humanos. Hablando de lo que me rodea, y de aquello que intuyo o presiento, o de aquello que me atemoriza y no entiendo, y de lo que soy o de lo que me gustaría ser. O de lo que supuestamente fui, o dicen que fui…
Me gustaría poder llegar a conseguir un efecto de liberación psíquica, como para consolidar de algún modo mis precarias, mis casi inexistentes defensas…
Nada más insoportable que un libro con confesiones adolescentes…
Acompaño a Temístocles a cobrar a Editorial Novaro, en San Bartolo Naucalpan. Él hace traducciones de revistas de historietas, como Superman o Tom y Jerry, lo que no es fácil, pues debe ajustar el texto en español al espacio que permiten los globitos que indican lo que dice cada personaje. Con frecuencia los villanos de Superman se llaman Monsi, por Monsiváis, o Sofo, por mí, y hasta hay un ratoncito que también alude a mi nombre y al que le puso Sifo. Con el dinero de las traducciones de esta semana, Temístocles me invita a comer al restorán Zodiaco, en la Zona Rosa. Sin duda es mi mejor amigo.
Invierto la mañana interminable mirando por la ventana. De pronto aparece Herodotita que avanza hacia la casa de Tatiana y toca en la puerta. He aguardado pacientemente: La ventana indiscreta. Después de unos minutos salen las dos y yo bajo las escaleras precipitado y confundido para simular un encuentro casual: me siento en la banqueta y adopto un gesto displicente. Ellas tardan en salir. ¿Habrán ido a otra parte? Cuando por fin aparecen, Tatiana me invita a la iglesia. Uf, me niego a ir. La cera me da alergia, mi padre está por llegar, no estoy vestido adecuadamente. No me creen y se despiden, y yo regreso a casa a desayunar. Mi hermano me invita al Cine Club de Filosofía. Pasan una película de Bresson, y me cuenta que Bresson habló en una entrevista de “la fuerza eyaculatoria del ojo”. No puedo decirle que no, acepto acompañarlo y por el camino ajusto el proyecto para el total abandono de Tatiana. Mi hermano se alegra. Ella no le gusta, o le gusta para él y no para mí.
Tatiana: debes gastar lo que te dio la Madre Naturaleza antes de que te lo quite el Padre Tiempo…
Montar una película, dice Bresson “es enlazar a las personas unas con otras y con los objetos a través de las miradas”…
Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas. ¿Razón por la que uno se equivoca sobre el color de los ojos?
Adivinación, dice de nuevo Bresson, “esta palabra. ¿Cómo no asociarla con las dos máquinas sublimes de las que me sirvo en mi trabajo? Cámara y grabadora, llévenme lejos de la inteligencia que todo lo complica”…
Al volver a casa Tatiana aparece deshaciéndose en amabilidad y me da un beso en la mejilla. Huele a incienso. Todo el tiempo pongo mi mejor cara de enojado para rechazarla, arrugo el entrecejo, endurezco la mirada, fuerzo los labios en un permanente rictus de desprecio. Bah. Me pide que la acompañe a la tienda de la esquina. Nos despedimos de mi hermano que pasa.
—¿Qué vamos a comprar?
—Nada…
Sonrío con la ocurrencia. Le digo que he padecido un ansia incontrolable de golpearla.
—¡Pégame! —dice.
—No, no puedo…
—¿Por qué?
—No vale la pena…
Pero cuatro pasos más y vuelvo al ataque.
—También me dan ganas de morderte, de arañarte, o más bien de desollarte, de retorcerte y luego comerte. Un deseo frenético de devorarte y después limpiarme los dientes con la astilla de uno de tus huesos…
—Pues cómeme —acepta y ofrece su brazo mordisqueable.
—Tampoco puedo…
—¿Por qué?
—Se me quitó el hambre…
Hinco los dedos de una de mis manos sobre su hombro derecho y la rasguño profundamente hasta el codo. Casi alcanzo a oír el rechinar de mis uñas.
—Te amo —murmura, y se acaricia el brazo rasguñado arrugando su carita por el dolor, pero también contenta, como si fuera a reír.
—¡Carajo! —protesto, como si me hubiera gustado que se quejara.
—Bueno, me tengo que ir…
Quedamos de vernos más tarde, sin precisar ninguna hora.
Cada vez con más fuerza quiero intentar convertirme en un lobo.
Pasión: estado de tensión absoluta de un ser hacia otro ser que encarna sus razones de vivir, y al que subordina su concepción del universo hasta en los más ínfimos detalles. “La verdad en un alma y un cuerpo”, decía Rimbaud.
A las cinco viene Temístocles y conversamos bajo el quicio de la puerta. Mi perra olfatea todos los árboles y las llantas de los coches estacionados. Llega Tatiana con su familia en la camioneta de su papá, y apenas se bajan, ella espera a que todos entren en su casa y viene hacia nosotros. Me llama mi abuelita. Tiene hambre y debo subirle de cenar. Cuando salgo de nuevo, Tatiana ríe con Temístocles, seguramente coquetea, cierra algún trato, conviene encontrarlo otro día, al salir de la escuela. Pero apenas aparezco se va. Lo de la cita me lo cuenta él, sinceramente regocijado. ¿Estará mintiendo?
Más tarde estoy jugando pelota con las amigas de mi hermana y aparece Tatiana invitándome a caminar.
Parece que no hago más que reprocharle cosas.
Ella me pide que calle: le duelen mis palabras.
—No hay nada más terrible que las palabras —le digo orgulloso—. Pegarte… Eso sí que sería faltarte al respeto. Pero hablar… Hablamos para reconocernos, para perder el miedo de acercarnos, para tantear posibilidades, arriesgar lo posible, es decir, nuestra realidad primera y última…
Ella se detiene y me besa.
Yo no aflojo los labios, tenso, no entreabro la boca, no cedo al beso.
—¿Y después de esto qué? Esperar que otra vez se te ocurra plantarme para salir con la babosa de Herodotita, o ver impasible cómo te citas con mis amigos en mis meras narices, ¿poner la otra mejilla? Y después otras tres cuatro veces y de nuevo poner la mejilla… ¡Hasta que se me acaben todas las mejillas!…
—Nada más tienes dos —arriesga tímidamente.
—Entonces se me acabarán pronto…
Estoy acalorado. La discusión me hace circular la sangre más rápido. Entonces nos besamos, francamente con desfachatez, con furia, con pasión. Le acaricio los senos bajo la ropa, ay. Y a pesar de esto no quedamos de vernos sino hasta el martes. Mis manos tibias. Regresamos al oscurecer. En esta época del año oscurece muy tarde, más allá de las 7:30. Mi padre diría las 19:30. No tengo reloj, se lo presté a Temístocles.
En la puerta de mi casa están mis hermanos esperando un taxi. Baja mi madrastra y me dice que va a dar una vuelta con sus hijos. Le hace duros reproches a mi padre.
—Yo trabajo —se queja—. Me paso diez horas diarias en un hospital para poder pagar todo lo que debemos. Desgraciadamente estoy ahogada en deudas, si no, me iba inmediatamente, ponía mi propia casa. Y por si fuera poco, hace una semana me llegó una carta, un anónimo y hablando de las infidelidades de tu padre, y hoy otra carta de Marina, nada menos que de Marina. Es imposible ya, mira, aquí las tengo. Yo no puedo soportar más…
Abre su bolso y de un montón de papeles saca uno más arrugado que los demás. Alcanzo a ver el sobre. Yo lo recibí cuando llegó. Si hubiera sabido…
Señora, dice la carta, una página mal arrancada de un cuaderno cuadriculado, creemos nuestro deber ponerla alerta… Busco la firma. Un lacónico asta luego.
Un anónimo es un puñal construido con palabras, pero generalmente tan mal construido, tan, tan mal construido, que causa toda clase de estropicios…
La carta de Marina es más tranquilizante. Si la hoja del anónimo la arrancaron con la mano, a la de ella la ajustaron, le dieron forma con un cuchillo. Debe haber formado parte de una bolsa de pan, y resultó bastante irregular. Por si fuera poco, aparece escrita a veces con lápiz y a veces con bolígrafo, con letras de dos renglones de alto que no respetan ninguna horizontalidad, para no hablar de discreción, o de dignidad, o de honor. Se las devuelvo con rapidez, como si me fueran a contagiar una enfermedad, un poco asustado. Ella me cuenta lo que dicen, hasta que llega el taxi.
—Es una señora que ha venido a lavarme los trastes —dice—, y que tu papá la quiere mucho, y que han ido al cine, y que el día de su santo le llevó serenata… Tu padre ahora sí que ya ni la amuela…
Cuando el taxi parte me siento culpable, como si yo hubiera cometido un delito. ¿Qué tiene de malo ir al cine? ¿O llevar serenata? Y la verdad es que esta Marina está bastante guapa…
Tomo dos frascos vacíos de refresco y voy a la tienda, pero al cruzar frente a la casa de Tatiana veo salir a su familia y falta ella. Espero a que la camioneta se pierda de vista y toco el timbre. Abre Tatiana en bata.
—Estaba acostada —dice.
No la dejo continuar, la beso, la abrazo desesperadamente, la beso y se le abre la bata. Está desnuda debajo de la bata. Con el pie alcanzo a cerrar la puerta. La trato de arrastrar hacia su recámara, pero caemos al suelo, se caen las botellas vacías de refresco. Es como si buscara a otra mujer adentro de ella, como si quisiera oprimirla, o desgarrarla para hacer brotar a otra mujer. Cuando la dejo respirar, advierte:
—Mis padres no deben tardar, nada más fueron a dejar a mi tía polaca…
Una de sus tías es polaca y la otra checoeslovaca. Su mamá es judía rusa y su papá también es polaco. Se oyen los frenos de la camioneta. Recojo mis botellas y me escondo tras la puerta, para escabullirme apenas entren, sin que me descubran.
Termino comprando dos coca-colas terriblemente agitado. Luego subo a mi cuarto dispuesto a leer Las tribulaciones del estudiante Törless, libro estrujante y provocador.
Mi padre llega como a las nueve. Me mira, deambula alrededor de mí, quiere decirme algo pero no se atreve, sondea, dice algo así como:
—Lo que no sabe defender como esposa lo quiere defender como…
Pierdo sus últimas palabras.
Tengo hambre y no hay nada de comer. Me enfundo en mi amada gabardina a lo Humprey Bogart y salgo a comprar tortas. En mis manos siento todavía la temperatura de la piel de Tatiana. Mi padre mira televisión. Parece realmente interesado en las aventuras de Peter Gun…
Apenas acabo de regresar cuando llegan mi madrastra y mis hermanos en un taxi. Cargo a la niña y la acuesto sobre el sillón. Venía dormida. Mi hermano ni siquiera saluda y se encierra en su cuarto. Mi padre y su esposa se encierran por su parte e inician una discusión acalorada como si hubiera sonado una campana y se iniciara un nuevo round. A veces salpican su gritería con palabras en otros idiomas. Pongo un disco de jazz a todo volumen y ni siquiera me reclaman. La perra está nerviosa, no consigue dormir, da vueltas y vueltas, como si tuviera que decidirse y tomar partido. Creo que todo se calma como a la 1:30. Mi padre ronca.
Perfume: composición química de olor agradable y seductor. El elemento adherente de los perfumes procede de ingredientes animales, extraídos de las secreciones sexuales del macho. Los olores corporales estimulados por el uso de los perfumes son afrodisiacos. Según los osmólogos, las cinco partes del cuerpo más erógenas en su seducción olfativa son las sienes, el cuello, las muñecas, la articulación de la rodilla y el lóbulo de la oreja. El olfato, escribió Rousseau, es el sentido de la imaginación.
El miércoles me levanto como a las 10 y acudo a encontrarme con Tatiana. La espero media hora en la librería Zaplana de San Juan de Letrán. Ella llega puntual, soy yo quien llegó antes. Caminamos mucho. Hace calor. Yo satisfecho porque encontré un nuevo libro de Broch que andaba buscando desde hace mucho, y además apareció la nueva Revista de Literatura Mexicana con un fragmento de una nueva novela de Carlos Fuentes.
Tatiana resuelve que realmente la odio porque prefiero hablar de libros y no de ella. No la contradigo. Gastamos 11 pesos en un restorán, y al llegar a la calle de Ejército Nacional, me despido y la dejo seguir sola hasta su casa.
En la mía mi padre está filmando una película en 16 mm. Me pongo un pollo en la cabeza y salgo bailando. Todos participan en este alboroto, menos mi madrastra. Mi padre me asusta al decirme que quiere tomarme una foto junto a su coche, y cambia la cámara de cine por una de fotografías. Salimos, y mientras enfoca su cámara, o finge enfocarla, me pide ayuda.