- -
- 100%
- +
—Siempre se va. A ver si tú la puedes convencer, carajo. Le hace caso a cualquier anónimo. Marina ni siquiera sabe escribir…
—A mí no me digas nada —le digo—. No me debes explicaciones… Por mí no te preocupes, deveras. Yo estoy contigo…
Se organiza la cena. Mi madrastra sirve los platos, pero no se sienta a la mesa. Sube y baja las escaleras. Camina de un lado a otro en el piso de arriba hablando en voz baja consigo misma. Distingo la palabra infeliz, dicha con ira, y algunas otras expresiones que no entiendo. Mi padre cena en silencio. Cuando termina y pasa una servilleta por sus labios, antes de levantarse, dice que ya no comprará el departamento en condominio, que va a devolver el contrato. La compra la iban a hacer entre los dos…
La perra aúlla…
Ay, si pudiera convertir mi cuerpo en el cuerpo de un lobo…
Cambio la concepción de mi novela Mi vida entre los humanos. O quizás sería mejor decir Los perros jóvenes, o Mi proyecto. En torno de un hecho central: Sofocles en la cárcel, por ejemplo, el día de visitas: las reacciones de un grupo de muchachos y muchachas entre los 14 y los 17 años de edad. Soy incapaz de creer que en lo llamado trabajo literario, las cosas puedan aclararse, siquiera algunas cosas, ciertos acontecimientos (digamos). En mis frases, ya que no se podría en ninguna otra parte, la tradición señala que va a saberse casi de qué se trata. Pero yo no lo creo. Si escribo bien, terminaré diciendo lo que la gramática me permita, no lo que verdaderamente quiero decir. Es como si mi vida corriera al margen de la lengua, cierta clase de vida que no es transformable en palabras, y que es precisamente la que yo quiero contar…
Ahora sí que basta de novelas realistas poseídas por el ánimo de la costumbre, poseídas por el ánimo de lo verosímil, de lo cronológico, de las apariencias. ¡Satisfechas en su imitación chata de la vida! Yo tengo propósitos absolutamente distintos…
Para empezar, que mi novela sea vida ella misma, riesgo, equivocaciones, aventuras…
El vampiro de Düsseldorf: Peter Kuerten (1883-1931). Famoso asesino. Confesó 23 asesinatos, pero fue ejecutado sólo por 9 de ellos. “No he matado para violar. He matado y violado para vengarme de la mezquindad de la humanidad, de su maldad, de su egoísmo. Pero cuando la idea de matar se apoderaba de mí, no se separaba del deseo de mancillar a mis víctimas”.
Sofocles muere al caer en las aspas de una lavadora.
Se me ocurre que la tía polaca, en mi libro, sea una fanática católica, y que la tía checoeslovaca sea evangelista o protestante. Tatiana no se llamará Tatiana, sino Greta. Su padre, en vez de tener una fábrica de bolsas de polietileno, será taxista. A Temístocles le pienso poner Vulbo.
Sofocles muy contento porque a Greta le ha llegado su menstruación.
Sofocles se orina en su pantalón, de pie frente a su casa. ¿Por qué no? Está contento, casi encantado, con temor casi de moverse y romper ese encantamiento.
Despierto y miro la hora. Oigo a mi padre discutiendo con su esposa. ¿Nunca descansan? Pero cuando entro a bañarme advierto que no están. Sus voces eran fantasmas. Estoy tan acostumbrado a oírlos discutir que los oigo aun cuando no están. La hermosa voz grave de mi padre (su felicidad está en escucharse), y la de mi madrastra en un reproche permanente, demasiado alta, de mal gusto, casi un chillido.
Sus voces flotan en la casa.
Beso: aplicación de los labios sobre los labios del ser amado con el fin de un regodeo y de hacer una ligera succión, permitiendo el juego acariciador de las lenguas. Deben cerrase los ojos para no distraer al sentido del tacto, “que se pavonea secretamente”. (Jean-Claude Silbermann)
Recitan los nombres de los nuevos becarios del Centro Mexicano de Escritores en la televisión. Como es obvio, yo no estoy, y había depositado grandes esperanzas en ganar esa beca. Pero como era de esperarse, no califiqué. Sensación terrible de inseguridad, de vulnerabilidad, de frustración. Necesidad de soluciones rápidas, confirmaciones, certezas. ¿Me suicido o encuentro un trabajo? ¿Por qué no viene nadie a ofrecerme un trabajo?
Mi libro debe dar la impresión de un campo en ruinas.
Las catástrofes serán el principio formal de mi narración.
El texto implicará un sinnúmero de esquirlas y fragmentos.
Representaré muchas formas de escritura: el dossier, la crónica familiar, el aforismo, la descripción, la anécdota, el acta, la narración clásica, el informe, la página de diario, el epigrama, la cita, la inscripción en un baño público, slogans, recortes de periódico, confesiones, crónicas, en fin.
Formas logradas, redondas, clásicas, tranquilizadoras, no aparecerán por ninguna parte.
Tampoco habrá extensiones excesivas: será como si se leyeran simples resúmenes, extractos, sinopsis, notas, treatments…
No dejaré que se hable de montaje. En realidad, si hago algo con los acontecimientos que narro, es precisamente desmontarlos.
Citas de escritores y de canciones de moda como pedazos de chatarra…
La sirvienta me pide que le escriba una carta en la máquina de mi papá. Me entrega un original manuscrito en una libretita de taquigrafía:
ReSPeTADO SeÑOR mORALeS SAVIÑOn:
La preSente es cOn el fin de SuplicarlE me PerdOne
SeñOR el MotivO de EstA es Suplicarle me perdOne y al mismO tiempO si esTa a Su AlcanSe me allude tengo una iJa que nO TienE TravaJO ya ase muchO
TienpO no sAve cuantO lO neCesitO tenemOs cuaTrO iJOs son muchOS lOs
GastOs y un sOlO SuelDO para tODOS los gaStOS TODOs
SeñOR si eSta de su alCanSe Tiene sU pObre caSa en el cuarTO nUmerO
QuaTrO en la aZOTea del eDifiCiO aQui al OtrO laDO
DiOs se lO a de pAgaR
S. S.
Toda la noche y toda la mañana mi padre y mi madrastra siguen discutiendo. Ella le reprocha principalmente “su juventud perdida”. Él llora. Entre muchas frases inútiles dice algunas que me impresionan. Por ejemplo:
—La vida nos ha convertido en extraños para nosotros mismos…
—Hemos manejado impunemente nuestra propia felicidad…
—No dejemos que nuestras vidas se rijan por los pasos que no nos decidimos a dar…
—Vivir contigo es como despreciarme a mí mismo…
Y sobre todo:
—Soy como mi propio prisionero.
Paso en limpio la carta de la sirvienta y se la llevo a su cuarto. No está, pero su hermosa hija adolescente, la que hace la limpieza en casa de Tatiana, duerme con la puerta abierta. A los pies de la cama hay un osito de peluche. Me acerco y le toco discretamente un brazo, pero no se mueve. Veo que tiene puesta una falda muy amplia, que podría alzar sin ninguna dificultad, y se la levanto muy despacio y miro sus piernas, mi corazón batiendo a toda prisa, y quiero besarla en el interior de uno de sus muslos pero ella se despierta en cuanto presiono la cama con mi rodilla.
—Estaba soñando con usted —dijo, sobresaltada.
Me asombra su picardía, su capacidad de adaptación, la rapidez con que pensó esa respuesta…
—¿De veras?
—Sí… ¿Cree que digo mentiras?
—Sí… —disimulando mi erección.
—¿Y le gusta que diga mentiras?
—Sí…
—Entonces voy a decirle siempre mentiras…
Quería besarla, pero mejor convine verla por la noche. Ay.
En casa, mientras madrastra hacía la comida, abrí su bolso y revisé las cartas que originaron el conflicto. Tengo muy poco tiempo. Leo:
…va por mí todos los días a Donceles…
Huyo con precipitación.
El comandante soviético Yuri Alexaievich Gagarin, a bordo de un vehículo interplanetario de 4 725 kilos, se colocó en órbita, con un apogeo de 302 kilómetros y un perigeo de 175 kilómetros, y dio una vuelta alrededor de la Tierra. El vuelo duró 89.1 minutos. Dicen que los rusos dieron la noticia de que Gagarin estaba en órbita cuando en realidad ya había regresado a la Tierra.
Deslumbramiento: cortocircuito de dos miradas. Enceguecimiento en pleno día o en plena noche. Luz en la que se ve en posible erupción el reflejo de dos deseos.
Ayer por la noche, cuando subí a acostarme cerca de la una de la mañana, mi padre me pidió que tratara de interceptar todas las cartas, y principalmente un telegrama que posiblemente llegaría hoy, y que por favor se las guardara en su escritorio.
Salí a acompañar a Temístocles al correo y al volver vi la motocicleta de Telégrafos, pero no conseguí alcanzarla ni a interceptar nada.
Por la tarde vamos al cine: Gutenberg, Sudermann, Hesíodo, Arquímedes, Herodotita y Temístocles, que tiene una chamarra nueva. Al volver a casa encuentro a mi padre en la esquina. Caminamos hasta la puerta del edificio y volvimos hacia la esquina una y otra vez. Está muy nervioso.
Que su esposa no estaba y que dijo que había ido a casa de su tía María Luisa, pero que él tomó un taxi y ha ido hasta la casa de la tía María Luisa y su mujer tampoco estaba allí. Que Marina, a quien llama “flaca desgraciada”, mandó un telegrama citando a mi madrastra en alguna parte para romperle la cara o algo así. Pero mi madrastra está “muy ponchada” y además carga un cuchillo en su bolsa…
Guau, me alucina la posibilidad de un crimen pasional.
Oh, la vida de aventuras que existe en los libros
infantiles, a mí que tanto he sufrido, ¿me la darás?
Rimbaud
He pensado que Sofocles nunca desvirga a Greta. Ella pierde su himen en un tranvía Colonia del Valle el día que sus tías descubren su Diario (carrera desesperada, encuentro con Sofocles que esperaba el asalto de la realidad sentado en posición de loto sobre el cofre de la camioneta de su padre, etc.).
También una sensación de Tatiana: que ella no es mujer, o que está habitada por otra mujer que a veces le habla, o que no es otra mujer lo que lleva adentro, sino un ser neutro, un paje, una niña, todas las niñas que ha sido. O que es un incendio: una especie de fiebre que crece, que se incrementa con impaciencia. Llamas inquisitivas e intrépidas…
—Así es —aclaró Temístocles—. El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el Diablo y sopla…
Soy estopa entonces, soy fuego y estopa en combustión sincera, sin condiciones, anunciando la entrada a un nuevo, a un verdadero paraíso…
A veces Tatiana es impredecible.
Cuando mi madrastra sale a trabajar, mi padre se ausenta. Dice que va al Club, a la Vanguardia Alpina de México, pero vuelve con los botones de su camisa mal abrochados.
Depravado: aquel que desciende el curso ascendente de los placeres. (Mimi Benoit)
Gracias a Emmanuel Carballo me presentan a don Joaquín Díez-Canedo. Voy a visitarlo a una distribuidora de libros llamada Avándaro, en el centro, cerca del cine Metropólitan. Sin soltarse ni por un segundo de su pipa, me regala La criba de Daniel Sueiro, Homo Faber de Max Frish, Frankie y la boda de Carson McCullers, El buque, de Hans Egon Holthusen, y Actitudes anglosajonas de Angus Wilson.
Para la Gaceta que dirige Carballo, debo entrevistar a Rodolfo Usigli, que está de paso por México.
Inicio la lectura de El buque.
Es más allá de la medianoche.
Helicópteros sobrevolando Polanco. Innumerables familias son desalojadas para proseguir con las obras del Anillo Periférico. El ejército les impide elegir lo que quieren llevarse. Culatazos por aquí y por allá. Ancianos o enfermos, o simplemente necios se niegan a salir y son masacrados por las grúas y las conformadoras. Cadáveres de niños, mujeres y viejitos o viejitas alineados en el suelo antes de que los suban a camiones de redilas. En otros camiones, vigilados por hombres con ametralladoras, los que aceptaron ser desalojados, vociferando o llorando, sumisos o iracundos. Y un poco más allá el trazado de la vía rápida que da una vuelta extraordinariamente forzada para evitar la casa de un político. Y todo esto la mañana de hoy, a 440 años de la captura de Cuauhtémoc y la caída de la Gran Tenochtitlan.
¡Despierta Orozco! Ven a enderezar con tu pincel y con tu recia fuerza todo lo que ha torcido la violencia… Ven a desenmascarar cruel, irremisiblemente, toda la Verdad: aquí están degollando, despellejando y pisoteando otra vez la libertad…
¿O a quién tendría que despertar?
La desquiciante hija de la sirvienta siempre se queja. Quizás simplemente imita una pena que hay en lo profundo de la pinche ciudad en que vivimos. Una pena que abruma calles y avenidas, y que presiento que yo sólo puedo adivinar…
Ella no siente nada, o no entiende lo que siente, pero se lamenta una y otra vez, como una víctima propiciatoria…
Me impresionan las uñitas de sus manos brillando (recién pintadas)…
La firmeza de sus senos…
Le gusta desnudarse a la menor provocación…
¿Cómo tengo que manejarla para no tropezar y que no se convierta en un estorbo?
¿Por qué vienen a agitar el agua tranquila que yo soy?
Sensualidad: disposición a sentir y cultivar los placeres que procuran los sentidos. “Es menos de la sensualidad que de la vanidad de lo que hay que preservar a un joven que hace su entrada en el mundo”. (Jean-Jacques Rousseau)
Transcribo algunos aforismos de Bresson, transformándolos a mi conveniencia:
1. Lo importante no es lo que muestran, sino lo que esconden, y sobre todo aquello que ni siquiera sospechan que está en ellos.
2. Literatura: arte militar. Preparar una novela como se prepara una batalla.
3. Llamarás bella a la novela que te dé una idea elevada de la literatura.
4. La novela hace un viaje de descubrimiento en un planeta desconocido.
5. Escribir de improviso, con modelos desconocidos, en lugares insospechados, adecuados para mantenerse en estado de alerta.
6. Monta tu libro a medida que lo escribes. En él se forman núcleos de fuerza, de seguridad, a los que se aferra todo el resto.
7. No corras tras la poesía. Ella penetra por las junturas.
8. Ninguna frase bella. Nada de bellas imágenes. Imágenes y palabras necesarias.
9. No te niegues a los prodigios. Ordena al Sol, a la Luna. Desata el Trueno y el Rayo.
10. Hazte creer. Dante en el exilio se pasea por las calles de Verona, mientras se murmura que baja al infierno cuando quiere y que de ahí trae noticias…
EL PERRO GENEROSO
Hay un perro fuera, en la terraza. Apenas me ve, escapa encorvado; luego se vuelve, regresa, husmea, se mantiene a distancia, temblando. Está flaco, es feísimo, su cola es como un látigo del que se sorprende él mismo continuamente. En El triunfo de la muerte de Brueghel, hay un perro parecido husmeando a un niño muerto, acaso para comérselo. Abro una lata de carne y se la dejo en la terraza. El perro se acerca, vacía la lata en un instante y luego, durante un largo rato, lo oigo empujarla con el hocico, siempre esperando sacar algo más de ella. Hay pan duro. Se lo arrojo y lo hace desaparecer con un ruido de piedras trituradas. A la mañana siguiente otra vez allí, mirando, esperando. El nuevo alimento lo amansa; incluso se deja acariciar. Tiene el pelo rasposo. Llega hasta probar hacerme fiestas, pero no sabe cómo ponerse a ello. Por fin se le ocurre una idea. Vuelve poco después trayendo un zapato viejo, un pedazo de escoba y una bota que deja delante de mi puerta. Son sus regalos.
Ennio Flaiano
Calor en el trayecto del camión. Greta, cuando se levanta un adolescente que le gusta, ocupa su asiento desocupado para sentir el calor que permanece y emana…
Recibo una carta de consolación del Centro Mexicano de Escritores. No me pueden dar la beca esta vez, pero esperan que concurse el año próximo. Es reconfortante.
para llegar a ser artista lo primero que tienes que hacer es SER
artista. Nadie nace artista. ¡Uno decide serlo! Y cuando
decides ser el primero y el último entre los hombres no considerarás
extraño dormir con un asno, escarbar en el bote de los
desperdicios o tragarse los reproches y los insultos de todos los
seres queridos que nos rodean y que juzgan un gran
error nuestro sistema de vida.
Henry Miller
Al nombre de Greta como que le falta una sílaba y le sobra una erre. No consigo verlo sustituyendo al de Tatiana. Quizás debo ensayar otro, pero ¿cuál otro? Quizás no. Lo absurdo es lo único lógico, a la larga…
En el templo de la Santa Cruz, en la ciudad de Puebla, el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz, en una alocución dirigida a los fieles que nos congregábamos allí, dijo, más o menos:
—No es con el odio, ni con la muerte, ni con la violencia, ni con la fuerza bruta, sino con el amor y por medio de una labor eminentemente constructiva, como se salvará la patria de la amenaza del Comunismo…
Acompañé a mi padre a Tlamacas y nos detuvimos en Puebla para conseguir un volante que reparten en las iglesias locales, adonde se prohíbe leer 15 publicaciones, a las que se califica de “comunistas”, Excélsior entre ellas. Y se advierte a todas las personas que trabajan en dichas publicaciones que están excomulgadas ipso facto, por una “excomunión reservada speciale modo por la Santa Sede Apostólica”.
Todo esto porque llevé una nota al suplemento dominical de Excélsior, claro, uno de los periódicos señalados, y fue aceptada y publicada. Y luego no le quise creer a mi padre lo del volante, y menos aún lo de mi excomunión ipso facto.
Crowley, Aleister: mago, poeta y alpinista inglés (1875-1947), llamado por los medios “el hombre más perverso del mundo”. Dicen que se había asimilado a la Bestia del Apocalipsis y que se consideraba como el profeta de una nueva religión de tipo dionisiaco que debería sustituir al cristianismo. De él son estas fórmulas: Hacer todo lo que quieras será tu única ley, y El Amor es la Ley, el Amor gobernado por el Deseo. Fundó en Cefalú (Sicilia) una abadía decorada por él mismo con frescos eróticos, adonde se entregaba a ceremonias de magia sexual con sus concubinas I y II. Autor de The Book of the Law, nuevo evangelio que le fue dictado por Aifass, su ángel custodio; Magick in Theory and Practice, así como numerosos libros de poemas y algunas novelas.
Posibles páginas para mi novela:
Me atraparon al mediodía, naturalmente por un delito que no cometí. Primero fuimos a la casa de unos agentes por unos papeles, y de paso para amedrentarme, pero no me asusté; después, a toda velocidad por el viaducto de la calzada de Tlalpan, al edificio de la Policía Judicial: allí descendimos…
(Hablo de un mediodía de marzo en compañía de Tatiana hasta el instante de las preguntas y mi nombre y la orden con la credencial en la mano. Tatiana llena de susto corriendo hasta una tienda. Las piernas de Tatiana parecen cuando corre… Bueno, le vi los muslos y no me importó. ¡Antes me hubiera entusiasmado tanto!)
En el segundo piso a los agentes les sellaron mi orden de arresto. Era una habitación grande, con mesas llenas de aparatos telefónicos. Las ventanas daban al norte y se podía ver la hora en la fachada de la Catedral. (Perturbadores timbres de teléfonos.) Bajamos. (Había teléfonos de varios colores, todos en el modelo más difundido.) Atravesamos un estacionamiento, varios pasillos con policías, una sala de espera llena de mujeres indígenas con alimentos para sus familiares, hasta llegar a un mostrador adonde me pidieron mis datos. (Un teléfono negro empotrado en un muro, claro, de los que funcionan con monedas.)
—Nombre y apellido, por favor. Su domicilio. Su ocupación u oficio. Ponga la mano aquí, por favor… ¿Tiene valores qué declarar?
—Dos pesos…
—Guárdatelos para cigarros… ¿Y tus anteojos?
Dejé los anteojos. ¿Ya había dicho que usaba anteojos?
—Fue rápido —dijeron los agentes (que se animaron a soltarme por primera vez)—. Así de rápido saldrás…
Una puerta de rejas muy grande se interpuso entre ellos y yo. Bien pronto tuve el primer sobresalto: dos hombres (uno negro como un teléfono negro) me vaciaron las bolsas. El cinturón me lo quité yo y lo arrojaron sobre el mostrador. En la cartera traía dos pesos y unos billetes que parecían dólares, pero que no valían ni un centavo chino.
—¿Cuánto traes?
—Dos cincuenta.
—¿Y los dólares?
—Son de juguete.
—Ah, ¿todavía juegas? —sin ganas de reír.
El rubio (como un teléfono amarillo) descubrió los preservativos. Apenas era martes y había usado tres. Cargaba encima toda mi provisión.
—¿Y esto? ¿Para qué sirve?
—Según… cada quien lo utiliza como puede…
Entonces llegó otro con un ridículo sombrerito de playa y pantalón vaquero.
—No los vas a usar adentro —mientras jugueteaba con las cajitas y las repartía. Y aplanándose los bolsillos de la camisa—, ¿así que te gusta inflar globitos?
Sonreí tontamente buscando algún teléfono. El del sombrerito les pegaba a los otros en las nalgas con mi cinturón. Quise pensar en otras cosas, distraerme, rechazar, ahogar mi miedo con algunos recuerdos, por ejemplo, el recuerdo inquietante de un burdel, la hija de la sirvienta desnuda y displicente, el choque con el auto modelo 39, el gato muerto con la navaja clavada entre los ojos.
Ellos discutían si me tocaba la celda 12 o la 15.
—¿Por qué estoy detenido? —pregunté.
Es la calle donde me atraparon lo que me recordó el mostrador. De pronto estar otra vez en la cárcel, esperar el encierro viendo cómo unos hombres me quitan las cajitas redondas de los preservativos (monedas de oro con mi rostro impreso, de perfil)… Tranquilizarme de pie junto al mostrador… Preguntar…
El del sombrerito empujándome con un millón de llaves en la mano.
—¿Por qué estoy detenido? —repetí.
No escuchar.
No odiar.
No hablar.
No protestar.
No mencionar el nombre de mi amada en vano.
No competir.
No envidiar.
No hacer afirmaciones terminantes.
No vengarse de los enemigos.
No condenar a los demás.
Contemplar.
No quitar la vida.
No ser bonito o feo, sino útil o inútil.
(Recuerdo también el sonido de la puerta al cerrarse y el ruido del candado sobre la puerta y el olor de los hombres que estaban allí.) Dos camas de cemento, una sobre otra, muy frías, con ellos encima. Espacio para dar solamente tres pasos. La reja con 38 barrotes azules. El excusado allí, a la misma altura que la cabecera de la cama de abajo, y no más lejos que a un salto de pulga. Un lavabo con agua helada. Las paredes con ladrillos brillantes, como de cerámica. El techo liso, sin inscripciones…
—¿Y ustedes qué hicieron? —pregunté. Y mis mentiras—: Le pedía cien pesos los sábados y cincuenta cada día entre semana. No era mucho para Lisbeth (en realidad se llamaba Cuca, pero para talonear se cambiaba de nombre). Y de pronto no me quiso volver a dar ni un centavo porque me vio con otras, creyó que la engañaba. La tuve que golpear. Las viejas no entienden el cariño y malinterpretan la fidelidad. Estoy seguro que ella debe haberme denunciado y estoy aquí por extorsión o por proxeneta. No sé. Debí haberle marcado la cara…
Con papel periódico me hice un vasito para cuando pasara la comida: un caldo grasoso y dos bolillos grandes, de los que hacían los presos panaderos. Baldomero tenía un platito; Cañas, una taza de peltre.
Eran las tres de la tarde y nos sacaron a caminar al patio durante quince minutos. Hasta la tarde del día siguiente hubo otro alimento.
—Soy estudiante —conté después, contradiciéndome—, aunque hace más de un año no he vuelto a la escuela. Y estoy aquí porque compré unos libros a crédito, a Editorial Aguilar, y me atrasé en los pagos, aunque en realidad nunca llegaron a cobrarme y aún es hora que estoy esperando que me cobren por primera vez. Dicen que me negué al embargo, pero me cae que no es cierto. El juez que firmó el arresto debe de tener una iguala con la editorial o con su departamento de crédito, de otra manera no me explico su proceder…