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Eran cinco las mujeres que conformaban el grupo de discípulas del pintor. La primera en solicitar su tutoría fue Rosa González de Uribe, esposa del alcalde. Luego, pidieron ingresar otras señoritas. Las aceptadas fueron Emilia Pardo, Paula Berrío, Lucía Vásquez y Elisa Duque. La señora de Uribe era la más experimentada de las aprendices. Desde su juventud dominaba a la perfección las técnicas pictóricas tradicionales ya que sus primeras lecciones las había tomado en la institución de Bellas Artes, dirigida por el famoso artista Ernesto Barcenilla, de quien había aprendido los usos canónicos de la acuarela y el óleo.
La esposa del alcalde buscó la instrucción del maestro Justo López Belmonte cuando este retornó al país, circunstancia que motivó su salida de la institución regida por el pintor Barcenilla. En aquel momento era toda una novedad el pintor recién llegado de Europa, así como la discusión de este con el hasta entonces máximo exponente de la pintura en la ciudad y director de la institución de artes. Para López Belmonte el arte debía irrumpir dentro del orden político y moral afectando la vida práctica, pero para Ernesto Barcenilla, ideólogo purista, hablar del arte con sentido social era una burda manera de cubrir la mediocridad en la ejecución artística.
Esta ruptura conceptual los separó como amigos, en particular porque en la acalorada discusión López Belmonte señaló a Barcenilla de “fósil cultural”, a lo que el ofendido respondió con el apelativo de “sofista de mediopelo”. Los pintores de la ciudad se dividieron entre barcenillistas y belmontistas, los unos siguieron bajo la dirección de Barcenilla en la institución formal, mientras los otros decidieron agruparse a distancia de las imposiciones académicas para llevar a la práctica la acción social del arte.
Las cinco alumnas que tenía el maestro demostraban su apertura libertaria. Para la institución de artes en la ciudad el papel de las pintoras se había ceñido a un mínimo espacio de movilidad: el del arte doméstico o decorativo. De la mano de López Belmonte, Rosa y sus compañeras conocieron una pintura distinta: la de una realidad sin aura. Sus representados ya no eran sujetos ideales, sino personas del cotidiano. El maestro las incentivó a renovar los intereses habituales de la pintura femenina y a utilizar con mayor soltura las técnicas tradicionales.
Gracias a la visión del maestro se había realizado, por primera vez en la ciudad, una exposición compuesta en su totalidad por artistas mujeres. Las alumnas estaban a la expectativa ya que él les había adelantado que, dado el éxito de la exposición, las clases tomarían un nuevo rumbo. Esa era la razón del almuerzo.
Rosa se cercioró de que el maestro ocupara la silla frente a la suya. La alumna estaba preocupada por la extraña manera en que este trataba a la más joven de sus pupilas y así se lo había comentado a sus compañeras. No le gustaba la forma descarada en que Elisa quería ser reconocida. Había llegado al grupo de un momento a otro y quería liderar exposiciones sin tener en cuenta el tiempo de trabajo de las demás y las jerarquías.
Elisa Duque había sido aceptada como discípula de modo distinto a las demás, si se quería, forzado. Había perseguido al pintor para que le permitiera participar de las clases. A pesar de que, en principio, él no quería incluir a más alumnas, en apenas pocos meses Elisa parecía tener el dominio sobre el artista, al punto de que, en la exposición que las alumnas habían hecho, López Belmonte había asignado el mejor lugar de la sala para la novata. Rosa solo lo supo el día de la exposición y sin pensarlo dos veces la reubicó en la parte trasera.
Cuando el reloj señaló el medio día las dos alumnas que faltaban llegaron al lugar. También se sentó a la mesa el tutor, quien puso su saco en el espaldar de la silla de mimbre antes de saludar.
—¿Cómo están, pues, mis queridas muchachas? –dijo mientas veía llegar a la mesera. Una jovencita con vestido negro sobre el que se ajustaba un delantal blanco le hizo reverencia al pintor. Este le pidió un jugo de mandarina y el plato del día. Las alumnas también se acogieron al menú.
El pintor se acomodó en la mesa y limpió sus gafas mientras empezaba a hablar:
—Señoras, las cité por intermedio de Rosita, porque quiero que no pase de largo el éxito de la exposición y los múltiples comentarios favorables que me han hecho –Se puso las gafas y aterrizó una mira cálida sobre las alumnas–. No más hace un momento estaba con dos de los directivos de la Sociedad de Artes Pictóricas y ¿qué creen? Pues me estaban preguntando por ustedes, asumo que lo intuyeron desde que me vieron allí sentado, ¿no? Lo cierto es que ellos quedaron muy impresionados con algunos de los cuadros que vieron ese día. Así que, si lo que queríamos era darle visibilidad al proceso tan importante que están viviendo, estoy seguro de que se logró esa empresa. A ver, pero digan algo, pues. –Llevó el vaso anaranjado a su boca y vació el contenido.
—Si me permite maestro –intervino Emilia, carraspeó y continuó–, es de gran valor su aporte para nosotras. Creo que, igual que yo, todas estamos complacidas con la acogida de la exposición, por eso, si no es mucha molestia, denos más detalles, ¿le dijeron algo más específico los señores?
—Pues son directivos de la Sociedad de Artes Pictóricas –explicó López Belmonte–, qué más les puedo decir, no me hubieran buscado de no haber visto gran potencial en sus obras. No puedo más que ratificarles lo que ya saben, que estoy muy satisfecho con su compromiso y con la dedicación que han puesto en sus estudios. Naturalmente todas son mujeres talentosas, pero el tiempo y la voluntad son las razones de esta celebración.
Todos se dispusieron a comer. Cuatro meseras sirvieron el almuerzo: sopa de zanahoria, albóndigas en salsa agridulce, arroz amarillo y papas en crema de perejil. En medio de la mesa una canasta de pan y mantequilla.
—Pero bueno, muchachas –se apresuró a continuar el maestro–, además del almuerzo saben que hay algo que quiero decirles, de manera que, sin más rodeos, mi propuesta es que, en adelante, abandonemos el estudio tradicional de naturalezas muertas y demos un carácter realmente humano a la pintura, es decir, quiero proponerles que el próximo curso lo hagamos con el estudio del desnudo. ¿A ver, qué dicen?
Apenas acabó de hablar el profesor, Paula levantó la cabeza con el ceño arrugado ladeándola un poco a la derecha, como si acercando el oído a su tutor pudiera captar un contenido inentendible.
—Discúlpeme maestro, pero no creo haber comprendido, ¿cómo haríamos ese tipo de estudio?
Todo quedó en silencio. Rosa y Emilia habían retirado hacia adelante su plato a medio comer, las otras dos, Lucía y Elisa, ubicadas a la derecha del maestro, tenían también una expresión de asombro, pero con aire de alegría.
—Nada más que eso, mi querida Paula y mis queridas amigas –respondió López Belmonte–, sabemos que tenemos por filosofía la de rechazar la producción monótona. Eso es lo que buscamos. Ustedes han aprendido que hay que canalizar las intenciones profundas, nada de repetir a otros, ustedes no son copistas y eso ya lo hemos corroborado, porque la exposición reveló el verdadero talante del que están hechas.
Levantó el brazo izquierdo y de inmediato una mesera se acercó a recoger los platos. Le pidió un café doble con aguardiente y se dirigió a las alumnas, —A ver muchachas. Más que enseñarles a hacer trazos o a combinar colores, mi apuesta al aceptarlas como alumnas era forjar en ustedes un sentido de lo que hacemos los artistas. Les he dicho hasta el cansancio que la acuarela es fusión metafísica entre el agua y lo material. Que la acuarela y el fresco son la bandera de la patria. El agua se escurre entre las manos del pintor hacia la revelación de una verdad. Esa verdad descubre el trazo, la forma, la técnica y, como mucho les he dicho, técnica es fuerza, pero no hay fuerza sin originalidad. Por eso es necesario que corramos tras lo original, es decir que desnudemos nuestra realidad.
—Pero, profesor –lo interpeló Rosa–, ¿y eso qué tiene que ver con estudiar el desnudo?, ¿no cree que ese es trabajo masculino y que un grupo de señoritas no debería abordar ese tema?
—Difiero de su apreciación, Rosita –dijo el maestro mientras degustaba el tinto que ya había llegado a la mesa–, no hay pintor que pueda llamarse a sí mismo verdadero artista si no domina la técnica frente al cuerpo humano y ustedes están preparadas para dar el paso. Un claro ejemplo de lo que les digo es que, incluso Barcenilla, con lo pacato que es, se ha forjado un nombre en la práctica del desnudo.
Elisa rio por el comentario de su tutor, el maestro siguió con su intervención.
—Es fundamental reconocerse en la razón del colectivo para encontrar el sentido de lo que somos como pueblo, para expresar los íntimos sentimientos que nos recorren la sangre. Se sufre con los colores hasta que se les domina, las formas nos reproducen y dictan el color, y el color al tiempo también dicta sus paisajes. Por eso es necesario acercarse al más importante de ellos: el cuerpo humano.
Rosa, Emilia y Paula lo miraban con rostro de desconcierto, Lucía estaba distraída con el último de los panecillos de la canasta, Elisa, por el contrario, no podía contener la emoción.
—Ustedes han demostrado que son capaces –prosiguió el pintor–, ¡no más de lo mismo!, ahora vamos al reto más grande, ¡qué carajos de paisajitos! El pintor trae a la vida una tela muerta y la convierte en un mundo, pongamos a hablar al hombre: ¡las telas tienen que decir! ¡Ustedes son capaces! Ahora tienen madurez para asumir el oficio, esta vocación nos impone retos superiores. Mis alumnas queridas: más fuerza, más fuerza, es hora de ampliar el alma, sin prisa, pero sin pausa –terminó de decir el maestro con tono encendido.
Hubo un silencio en la mesa que se prolongó por unos segundos, el maestro se percató de que quedaba aún un último trago de café; antes de acabar de tomárselo Elisa habló por primera vez, rompiendo la emoción contenida.
—¡Pero qué dicha, maestro! –dijo casi gritando. Al lado Lucía, su mejor amiga, estalló en una risa estridente.
EN LA CASA DE ELISA
—¡No sigás llorando por esa bobada! –Lucía anima a Elisa–. Ve que aquí estoy yo, para eso me tenés a mí, vas a ver cómo te ayudo, amiga querida. Es que yo sí me di cuenta de que algo pasaba, ¡uy, es que qué rabia!, después vino Emilia y me contó lo de Rosa, ¡pero qué va! ellas todas son de las mismas, eso fueron todas, claro que comandadas por Rosa, porque esas jamás se salen de la falda de la amiga.
Sí, sí, ya sé que esto es muy importante para vos, pero ¿qué querés que hagamos? No te quieren a vos ni me quieren a mí.
¿Cómo que por qué a mí no, Elisa? No ves que yo no soy como ellas, no ves que no tengo ni un peso pa un marco. ¡Qué me van a querer!, si es que hasta les daño el grupo de amigas.
Esas cotorras lo único que quieren es seguir como están y vos les resultás miedosa, porque te ven como competencia.
No me salgás con que no, Elisa, vos siempre tan querida, trayéndotelas para la casa, ¡muy amiguitas, ¿no?!… ¡tan caritativa que sos! Me dan ganas de agarrarte de las mechas.
No te riás que es en serio. Y la boba de la Rosa que cree que porque el marido es el alcalde, eso le da el crédito suficiente para ser la primera en todo: ¡si fueron ellas las que te quitaron los pajaritos que el maestro había puesto al frente en la exposición!, ¡yo vi a Rosa cuando estaba trastiando el cuadro para la última pieza!, y vos, vos que no dijiste nada, ni me dejaste decir a mí, y luego, las pinturas de ellas adelante.
¡No, pues, es que esto era cosa obligada! Pero no pensés que el maestro va a estar de acuerdo con ellas, de segurito que te enseña a vos sola.
¿A mí?... No, Elisa, si yo ya no puedo intentarlo más, ¡no te dije pues que no puedo pagar ningún material!, ¡parame bolas mientras te hablo!, no quiero seguir molestándote a vos. Pero eso es harina de otro costal, después hablamos de mí, que hay una cosa que no te he dicho y Dios sabe que me vas a matar por no contarte.
Que sí, que sí, ¡te lo prometo!, después te lo cuento, pero primero lo tuyo. A ver, te decía que esas señoras no se han salido con la suya. Vos ahora es que te podés sacar la espinita. ¡Pintá mucho, Elisa!, pintá pa que se muerdan el codo. Además, vos tenés a tu familia, ¡y también me tenés a mí!, que si necesitás modelo, la modelo puedo ser yo, ¿ah, qué tal?, ¿y tus hermanitas?, ¡tus hermanitas nos ayudan!
Pero, por ahora calmate, no sigás con esa lloriquiadera y esa furia, pa que podamos solucionar. Lo que pasó ya estaba clarito, clarito el día del almuerzo. ¿Viste que cuando llegaste estaba Rosa con las otras?, desde que las vi supe que iban a armar pleito, es que segurito que estaban pensando que las íbamos a delatar por lo del cambio de sitio de las pinturas tuyas, pero las pobres ni se imaginaban lo que el maestro iba a proponernos.
Es que todavía me da risa cuando me acuerdo de la rabia que tenían. La Rosa con lo mona que es y estaba verde, infladita, infladita, como un sapo apretado.
No te pongás a llorar otra vez, ¡vas a cumplirlo, ya vas a ver!, ¡pero si sos vos la que siempre me anima a mí!, no te aflojés tanto. Recuperate pues. Mirá que el maestro valora tu trabajo, por algo numeró como primera tu pintura para la exposición, otra cosa es que Rosa la haya movido, pero que la tuya era la primera, era la primera, ¡eso lo sabemos!
Seguro que el maestro te sigue enseñando a vos sola.
Proponele que te reciba en la casa, vas a ver que dice que sí. Decile eso, con honestidad, que ese siempre ha sido tu sueño, que vos te soñás con pintar al ser humano de verdad, y pues ¿eso no es lo que él quiere enseñar?, ¿cómo no te va a enseñar a vos sola?, que las otras se queden con Rosa pintándose entre ellas, mientas vos hacés desnudos, mientras vos te convertís en una artista de verdad verdad. Es que ya se les veía desde que entraste en el Astor que te querían tragar.
¡Ah, no!, ¡es que vos nunca te das cuenta de nada!, no pensás mal de nadie, ni aunque el daño te lo hagan en la cara. Ya viste que esta fue la vez. Pues sí, así ahora no me creás yo sí vi la cosa agria, pero no te iba a decir. Yo qué te iba a dañar la alegría si vos estabas saltando como una liebre con la buena nueva.
Mirá, yo te vi llegar cuando ibas por El Resbalón, vos sabés que yo soy como el bobo Lolelo, ¿te acordás que anda corretiando colegialas para pillarlas con los novios y contar en la casa? Eso, reíte pues. Así como el bobo Lolelo, yo me las huelo todas, por eso cuando entré me pillé el aire malo. ¡Oíste, es que vos no te das cuenta de nada!, ¿no te dije?, yo te vi cuando cruzaste la calle, me acuerdo patentico de todo.
Vos estabas entrando con ese caminaito tuyo que parece de gato. Silenciosita y pequeñita, se te escurría la sombra por el mostrador lleno de sapitos de colores y esas canastas de chocolates tan ricos, que yo nunca voy a poder comprar y que tampoco me va a comprar Francisco, pero a ese mejor ni lo invoquemos. Eso, ¿ves que es fácil que te estés riendo?, al menos ya te reís.
Seguime pues el cuento chino, ve, yo te estaba persiguiendo como el bobo Lolelo a las muchachas, a ver si por fin te cazaba un novio, que vos nunca me contás de novios y pa una muchacha tan bonita como vos eso no me parece apropiado. Bueno, mírame pues, que ya viene lo bueno, que es cuando el maestro suelta la noticia.
Entonces vos caminando hacia adentro y ellas en frente tuyo. El Ástor estaba muy bonito, para titinos como es siempre, yo creo que ese sitio es para pura gente muy pispa, con esas mesas anchas y todos esos manteles, las tacitas bien hechas, la gente de plata con sus vestidos de corte y los señores de sombrero extranjero. No, es que, ¡qué pinche!, ¡qué sueño!, ¡ay qué melancolía! ¡cuándo vuelvo yo a pisar el Ástor!
Como vos sabés, al fondo, después del mostrador, están las divisiones para las parejas y al lado los baños, yo rebusqué con los ojos por allá y no las vi, después me vine a dar cuenta de que estaban era justo delante de mis narices. Las bobaliconas esas se habían sentado más cerca del ingreso, en una mesa que daba para la calle, seguro que la reserva la había hecho el marido de Rosa, porque… ¿quién más?, ¡si eso ahí adelante es puro caché pa balconiar!, en esas mesas no cualquiera se sienta.
¡Yo ya sé que vos sabés eso!, pero seguime la caña que, como ya no puedo ser pintora, voy a reportar lo que pase en el mundo por escrito.
¿Que no te parece buena idea?, no me juzgués tan fuerte, no hay cantaleta que valga, ¡yo no puedo seguir pintando!, pero alguna cosa tengo que hacer o me voy a quedar loca con todo esto por dentro.
¡Ve, es que artista es artista!, y pues el papel es mucho más barato que el lienzo y el marco, ¿te vas a atrever a decir que no confiás en mí como escritora? Retomemos pues: vos ibas entrando, yo te reparaba desde atrás, por eso vi que primero te voltió a mirar Emilia, luego Paula y finalmente Rosa. Emilia se acomodó en la silla porque estaba en posición desgarbada sobre la mesa, con la oreja y el cuerpo puesto en no sé qué, que les decía Rosa. Eso sí, se veía que celebraban. La otra, Paula, al lado derecho de Rosa, prestaba atención con un oído y el otro lo tenía atento a la conversación en la mesa de atrás.
Sí, no es invento mío, ¿vos has visto que cuando la gente espía conversaciones, tira los ojos para el lado del oído chismoso?, ¡así estaba!, qué tan metida, ¿ah? Luego vi que el maestro estaba con unos señores en esa mesa. ¡Eran los de la Sociedad de Artes Pictóricas! ¿Cómo no iban a estar ellas al acecho? Después, fue que él nos dijo a todas que lo habían felicitado por la exposición, que “¡eh avemaría qué alumnas tan buenas las que se manda usted maestro!”.
Bueno, bueno, luego de que te vieran ellas, me fijé en que Rosa achicaba los ojos y se forzaba una sonrisa, ¿vos has visto que cuando hace eso parece que la nariz fuera una zanahoria? Eso, esa cara tan falsa fue la misma que le hizo al maestro cuando él dijo que la tuya iba a ser la primera obra en la exposición.
Pero bueno, pa resumirte, cuando el maestro se sentó en la mesa y dijo muchachas queridas y lo demás que siguió, yo te juro, te juro que en un momento me fui del planeta. Yo me vine a alborotar y a totiarme de la risa cuando entendí por tus alaridos qué era lo que había dicho, antes no.
Lo que pasó fue que yo estaba mirando a esas señoras con la ira enconada todavía, porque a vos puede no hacerte desaire ni el propio diablo, pero a mí, si me tocan a mis amigas, no se me baja fácil. Entonces yo que las miraba feo y ahí mismito, veo la mano de Rosa agarrar el mantelito de esa seda linda y arrugarlo todo. Luego, las cejas en picada sobre la nariz de zanahoria, y el colorete que le empieza a subir. No, es que yo sí pensé que ¡qué es esto tan bello!, le va a dar un cutupetu y aquí delante de todos.
Hasta que me interrumpiste el pensamiento vos con esa alharaca. “Qué sí maestro, qué dicha, ¡qué dicha tan grande, eso era lo que yo quería!”, y apenas en ese momento caí en mí, entendí la cosa y me alegré tanto por vos, ya no te iba tocar esconderte en todas partes para pintar el mundo de verdad, y me encajó la cara de la Rosa.
Después, como te acordarás, me quedé el resto del tiempo totiada de la risa.
CORRESPONDENCIA PARA EL MAESTRO
Noviembre 4 de 1938
Querido y respetado maestro:
Con la reverencia que usted me debe por haberme procurado tan extenso acercamiento a la formación como artista, que es mi sentir más profundo y también el de mi señor esposo, alcalde e hijo ilustre de la ciudad, me acerco a usted para afirmarle mis más íntimos deseos de permanecer siempre a su lado como amiga, benefactora y disciplinada discípula, al igual que las demás señoritas que conforman nuestro selecto grupo. Sé que usted conoce las difíciles circunstancias para una mujer artista, sabe que en un mundo de hombres nuestro primer compromiso es con Dios y con nuestra familia, lo cual podemos hermanar con las bellas virtudes que nos han sido otorgadas y, en este caso, cultivadas por usted para la consagración artística. Sabe también su recta conciencia que nada modera más el espíritu que las artes, y que es labor primera de señoras y señoritas, refrenar el espíritu para poder afrontar el designio que se nos ha impuesto por Dios y por la naturaleza. Sabemos que el arte modela hasta las bestias, sin embargo, hay algunos espíritus que nacen con rumbo dañado, afectando hasta la esencia del arte que tocan. Para aquellas almas en las que no cala la cultura, el arte solo sirve de excusa para la exageración, y llegan a perturbar a los demás, manchando con su mala conducta incluso las acciones nobles, rigurosas y disciplinadas de las mejores discípulas.
Sé que concuerda conmigo, maestro, en que una señorita, una artista, no puede comportarse como un campesino, de mano torpe y lenguaje rudo, cuyo único interés son las faenas. Así, tampoco puede hacerlo una dama, pues antes que pintora se es mujer, y una mujer no puede exacerbar sus inclinaciones hacia campos que la dejarían muy mal parada con su sociedad, exponiendo su actividad en asuntos que, en mi consideración, ni los hombres deberían abordar. El arte implica la elegancia y la sutileza, el mundo es burdo, anguloso y no es función de una artista recrudecer lo horrendo, sino más bien sembrar gotas de poesía en retratos oníricos, que reconforten el espíritu de la sociedad. Así como usted tanto nos ha inculcado, hay que trabajar con animosidad y resolución original, sin recaer en los oficios propios de los hombres a los que, como se sabe, nada les importa con tal de disputarse el cambio del mundo; a nosotras tal actitud nos haría pagar un precio que no nos podemos permitir. Usted, maestro, es un hombre de gran entendimiento, por lo cual sabrá ampararnos para seguir con nuestros estudios tal y como se venían realizando, sin que esta bella actividad nos complique con acciones que pongan en riesgo nuestro honor, o el apoyo de nuestras familias hacia su trabajo. Sé también que concordará conmigo en que es mucho mejor que solo las compañeras que hemos trabajado desde siempre a su lado y que coincidimos con la dirección sana de la pintura, debemos quedarnos bajo su tutoría. No queremos que las malas prácticas y arrebatos de quien no se comporta con moderación perjudiquen el valor de su obra y su paso a la historia como el mejor artista del país. Esto no solo se lo digo por mí, sino conociendo que esta misma postura es la de mis nobles compañeras. Le ruego, maestro, ayudarnos en la sabia labor de alejar de nuestro y de su regazo a animosidades dañinas que podrían constituir nuestra ruina como escuela y truncar nuestro futuro como orgullosas alumnas suyas.
Con reverencia y afecto,
Rosa González de Uribe.
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