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El monologismo es lo mismo que la Metafísica, esa convicción que hemos visto en Frege de que sólo un sistema de enunciados puede dar cuenta de la realidad, de tal manera que el resultado es que los enunciados terminan por hacer las veces de la realidad única (sigo con mi ejemplo: qué es una tormenta lo encontrarás en un manual de Metereología, no en mitad del Atlántico; millares de marineros han sufrido tormentas espantosas sin saber lo que eran…) Y una realidad, por cierto, que impone necesariamente el dualismo, puesto que como sigue habiendo mundo empírico, diverso y fluyente, este mundo no es como debería ser, el pobre. Sólo la tormenta del libro de Meteorología es como debiera ser, por eso es, mientras que la de George Clooney, aunque se diga “perfecta”, se sale de los parámetros, y por eso es menos o es distorsionadamente. Todo monologismo, toda Metafísica, es dualista, le guste o no. Tenemos el mundo de las verdades eternas, que aseguran una estabilidad de la referencia para nuestro lenguaje científico y también a veces político, y está el cenagal de la vida corriente, que se mueve entre apariencias e ilusiones que habrá que corregir por grado o por fuerza. Hasta el marxismo es una filosofía dualista, puesto que establece unas Leyes de la Historia (no comulgo con los lectores de Althusser) que debieran regir las transformaciones productivas y un mundo económico-político que se empeña obstinadamente en seguir su propio rumbo. Lo que hay nunca se corresponde con lo que debería haber, pero es que lo que hay es experimentable, y lo que debería haber sólo algo puramente lógico, enunciativo… Es un disparate colosal, pero que ha conquistado enteramente el globo terráqueo. Nos trasladamos en Airbus no porque apliquemos el método científico experimental, consistente en acumular observaciones de la naturaleza y tratar de deducir de ellas leyes generales. Eso ya lo hacía Aristóteles, que era un genio absoluto, y no inventó ni la bicicleta. Viajamos en Airbus precisamente porque en cierto momento decidimos dar la espalda a la phýsis, elaborar el modelo de cómo debiera ser a nuestro criterio y luego hacerlo encajar ahí le guste o no le guste. A eso le hemos llamado racionalidad científica, y nadie lo formuló mejor que Kant, el hombre que descubrió el truco: Notwendigkeit und strenge Allgemeinheit sind sichere Kennzeichen einer Erkenntis a priori, “La necesidad y la universalidad estricta son, por tanto, señales seguras de un conocimiento a priori”, CRP, Introducción II. El “a priori”, ni que decir tiene, es la mente humana concebida como motor de conocimiento y legislación racional. Ahora ya se comprende mejor, como se ve, el disparate, la demencia del platonismo: no es que los enunciados sean más reales que los hechos, es que los humanos hacemos que los hechos, indeterminados y mudos, que, efectivamente, jamás hablan por sí mismos, entren por el aro de la estructura de nuestro entendimiento –y sobre todo, de nuestra voluntad... Comprendo que aceptar que la ciencia es cuestión de reglas nuestras, humanas, si uno admira los logros de la ciencia, es duro. Yo también admiro tales logros como el primero, pero pienso que, aunque sin duda las reglas bajo las que se mueve la ciencia (o “las” ciencias, más bien), son enormemente más formalizadas y complejas que las del baloncesto, eso no quita para que igualmente sean jugadas por hombres reales en contextos reales de prácticas determinadas. En cambio, la visión de que la ciencia es sólo una y pura, metódica y en constante evolución, de manera que nos pone en contacto con un mundo virginal, adánico, al que sólo nos queda poner nombres como Adán se los puso a las entidades del Paraíso, es ciertamente pre-platónica, o, cuanto menos, pre-kantiana. Kant detonó lo que bautizó como el “giro copernicano” de la razón teórica, como hemos visto, y desde entonces no ha habido vuelta atrás, que yo sepa. El sujeto condiciona el objeto7, y dos siglos de avances y aplicaciones después pensamos que no lo hace conforme a conceptos trascendentales o a priori, sino, más allá de Kant, de acuerdo con juegos del lenguaje plurales. Un laboratorio está repleto de juegos del lenguaje, el instrumental mismo son reglas cosificadas. Cuando el experto sale del laboratorio, o del observatorio, o de dónde sea, nos dice que nos va contar una versión de los hechos al desnudo, como si él no tuviera la formación que tiene o su lugar de trabajo no contuviese la tecnología que contiene. ¿Y a eso lo llama la Verdad, la única Verdad (aún revisable, perfeccionable, etc.)? Otras formaciones académicas distintas y otras tecnologías distintas lo mismo darían lugar a cuentos distintos, válidos según sus reglas y en su campo, que es lo que pasó con las geometrías no-euclídeas. Sin embargo, yo defiendo que todos ellos recogen realidad, siempre y cuando aboquen a una praxis humana posible, es decir, si con ellos podemos crear bienes práctico-teóricos posibles. De nuevo, esa es la realidad actual: con la Física Relativista funcionan los GPS, mientras que gracias a la Mecánica Cuántica, que no tiene nada que ver con ella, que son como Oliver y Hardy, funciona la Fibra Óptica. A Frege le daría un soponcio, quizá todavía hoy también a un profesor de ciencias en su aula muy partidario de la Gran Unificación, pero me juego lo que sea a que a uno de sus alumnos esa fragmentación le va bien y lo encuentra todo estupendo. Tengo la impresión de que las nuevas generaciones ya han perdido del todo la fe Parmenídea-Fregeana. Sus profesores tratarán de inculcársela, muy tibiamente ya, pero a ellos les resbalará cada vez más. No entenderían la furia de erradicar a Euclides, si Lobacheski está bien pensado, o al revés, para ellos todo lo que tenga sentido8 y encima produzca mejoras tangibles será bienvenido. Presiento que hasta son permeables a la idea de que no hay ciencia universal y necesaria, sino una pluralidad de interpretaciones más o menos útiles –como son de ciencias, no deben temer que les llamen posmodernos o relativistas, ellos sencillamente lo ponen o lo pondrán en práctica y asunto concluido.
Ahora imaginemos, que es como empezamos, que unos científicos muy listos de cualquier país que tenga dinero para experimentación (y actualmente tiene que ser mucho, mucho dinero) se encuentran ante fenómenos tan extraños a nivel grande, mediano o pequeño que elaboran una tercera opción teórica. O el escándalo sería mayúsculo, o habría que admitir el pluralismo. Nadie acusaría hoy a la actual Física escindida en relativista-macro y cuántica-micro de relativismo epistemológico. ¿Qué impide que eso pueda ocurrir cualquier día, con el grado de innovación teórica e instrumental que vamos alcanzando? El pluralismo tiene además una ventaja, pues presupone poder enjuiciar a la propia ciencia, ya que si muchos modelos son posibles y efectivos, vamos a ver bien a qué fines prácticos nos conduce cada uno de ellos. Ese juicio lo produciría la libertad pública, democrática, de escoger un determinado modo de vida, y negar esa dimensión de la libertad que implica también a la ciencia es perfectamente factible hoy, pero resulta anticuado, cerril, cuando hasta los poderosos más visibles y sospechosos del planeta se permiten el lujo de variados negacionismos. Si ellos pueden por qué nosotros no. Por eso, y para ir acabando, la inversión más consecuente y completa del platonismo, y por tanto del monologismo, es el pluralismo. No lo es el nihilismo, el nihilismo sólo constituye la negación del platonismo, pero no su solución positiva. En positivo, si afirmamos que lo que hay es la realidad que experimentamos (no por casualidad William James denominaba al pragmatismo también “empirismo radical”9), entonces los esquemas racionales con los que tratamos de explicarla no son más que modelos. Y los modelos, potencialmente, pueden ser muchos, dependen del uso coherente de nuestra imaginación. El gran Aristóteles señalaba, en los libros metafísicos, que la naturaleza es como una gran diana: raro será que quien opine sobre ella no acierte en un lugar más o menos central de su inmensa área. Cada cultura, hasta cada individuo, posee una imaginación distinta, que proviene a su vez no de la pura arbitrariedad, sino del proyecto de sentido en el que está embarcada. Ese proyecto de sentido pertenece a la propia realidad humana, no interviene ningún dualismo en esto. Si consiguiésemos hacer consciente el hecho de que ponemos un mundo inteligible cada vez que llevamos a cabo nuestro proyecto no nos llevaríamos esas decepciones tan enormes que caen como un baño de agua fría sobre la Metafísica. Aparte del pobre Frege, no habría que argumentar, por ejemplo, cosas como que es que es el “marxismo real” nunca se ha puesto en práctica, y que en realidad los dirigentes históricos de los marxismos reales no han estado a la altura del reto, etc. Sencillamente, el modelo no ha encajado bien con la realidad circunstante, y la realidad debe tener la última palabra. Quizá en otro tiempo, quizá en otras circunstancias, quizá lo que se quiera, pero lo cierto es que real ha sido muy real, y la tentación de pensar que es así precisamente cómo esa teoría se conjugaría siempre con el mundo industrial moderno (generando tiranos, corrupción, burocracia y miedo entre la población) no me parece tan censurable como a tantos.
La ciencia es una actividad humana. Decir esto tan elemental ha precisado de sacudirse mil losas puestas sobre nuestros hombros desde tiempos históricos. “Es una actividad humana” significa lo mismo que significaba para Karl Popper antes de que le diese el ataque de platonismo de su vejez, o sea, que es algo que hacemos los humanos con nombres y apellidos, en aras de obtener ciertos efectos sobre nuestro entorno, que la mayoría de las veces no lleva a ninguna parte y otras veces da lugar a súbitas transformaciones que nos liberan tanto como nos esclavizan. Probamos, la pifiamos y volvemos a probar. Decía Popper que no hay un método científico, como soñaba Descartes, lo que hay es una técnica creativa de resolver problemas, y eso es la ciencia. A cada problema su método correspondiente, el que acertemos a crearnos para la ocasión. El señor, señora o equipo mixto que se ponen a la faena no son la viva encarnación de la función transcendental kantiana, o de las proposiciones protocolarias del Círculo de Viena, o de megaentes así. Son gente que hace cosas para otra gente mediante prácticas que han aprendido de gente precedente. Por supuesto que esa gente, la comunidad científica, constituye la antítesis de las prácticas de los curas y los políticos, esa otra gente que vive del palo y la zanahoria, es decir, de cebarnos y asustarnos alternadamente (excepción hecha de nuestra querida “Fashionaria”, admirable política y ser humano). Pero si a menudo se dejan seducir y terminan por dar por válido lo que sus patrocinadores quieren que den por válido, podemos culparles, sentirnos decepcionados, pero no protestar de que han traicionado el Infalible Sacramento de la Ciencia Objetiva. Nos han traicionado a nosotros, a la humanidad a la que sirven, y punto, lo otro es una quimera peligrosa que ya usó Lysenko para sus estúpidos fines políticos. Los discípulos de Popper (Kuhn, Lakatos, Feyerabend) no hicieron más que hegelianizar al maestro, en los dos primeros casos, o nietzcheanizarlo, en el tercero. Pues no hacía ninguna falta. “¡El universo abierto!”, dijo Karl Popper, y aunque uno no tire cohetes con el resto de su obra, esa fue su más grande y valiosa aportación a la epistemología y al pensamiento en general.
Pidamos a la ciencia un mayor escrúpulo en el ejercicio de sus tareas que a otras disciplinas, pero no le pidamos la gran fantasía de ser la clave arquimédica de no se sabe qué gigantomaquias trascendentes de la especie humana, al estilo de transhumanistas y “otros alucinados del más allá”. Hora es ya de naturalizar la actividad científica, de secularizar la última de las fes de Occidente una vez que ya todas las demás surcan los cambios culturales como pueden. La pandemia del coronavirus ha puesto ante nuestras narices que la ciencia se abre paso a trompicones, como todo, y está abierta a interpretaciones y costumbres, como todo. No desaprovechemos tampoco esta oportunidad de ser welt-bilder, pues, por volver a Don Miguel de Unamuno –yo no soy unamuniano más que en esto:
Y es que el punto de partida lógico de toda especulación filosófica no es el yo, ni es la representación –Vorstellung– o el mundo tal como se nos presenta inmediatamente a los sentidos, sino que es la representación mediata o histórica, humanamente elaborada y tal como se nos da principalmente en el lenguaje por medio del cual conocemos el mundo (Ibídem, pág. 187).
2 Lo menciono porque se saca siempre a colación cuando se trata de discriminar entre la ciencia ideologizada y esa que decimos libre, sin prejuicios ni control social, y que por supuesto es siempre la que nos pilla más cerca aunque sea costosa y privada.
3 Uber Euklidische Geometrie, citado y traducido en Los lógicos, pág. 106, Jesús Mosterín, Austral.
4 “¡Y es mejor que le falte a uno razón que no el que le sobre!”, El sentimiento trágico de la vida, pág. 82, Ediciones Folio.
5 Puesto que, en efecto, sin tales formidables vehículos históricos no hubiera llegado a ninguna parte, y la idea, si es que a esta barbaridad descomunal se la puede llamar simplemente “idea”, hubiera quedado abortada y olvidada. No es descartable en absoluto que exista vida inteligente en otros planetas que sólo emplee las matemáticas para hacer cuentas.
6 Es decir, que sí, que finalmente la filosofía es locura, pero locura productiva, no nefelibata, como también la ciencia, en el sentido de Hegel, cuando dijo aquello que para la compresión común “el mundo de la filosofía es un mundo al revés”.
-Sobre la esencia de la crítica filosófica en general, y su relación con el estado actual de la filosofía en particular.
7 Esto es todavía más difícil de negar en el Antropoceno. Ya hemos visto que la matemática misma, sin la que no existiría la ciencia moderna, es ya toda una formidable mediación entre el hombre y la naturaleza (incluida esa parte de la naturaleza que es el propio hombre, por cierto, sometido a pesquisa y control computacional). Aristóteles la había rechazado porque a su juicio era puramente mental, dado que implica un operativo estrictamente sintáctico sin referentes semánticos. Dices “dos” y no dices a qué dos cosas o substancias reales te refieres, sólo dices uno más uno, por ejemplo, o raíz cuadrada de cuatro, no “dos patitos”. Pero Galileo la abrazó con gran entusiasmo, y funcionaba espléndidamente en un mundo previamente reducido a relaciones cuantificables… No obstante, la matemática misma es hoy plural, y recuerdo perfectamente haber leído a una experta en fractales que la geometría fractal es una cartografía posible de la realidad, no una realidad. El propio Einstein escogió la geometría de Riemann porque le casaba bien, simplemente.
8 Las geometrías no-euclídeas tienen sentido matemático, teórico, aunque no puedan ser construibles en la intuición (en la Imaginación Trascendental, por decirlo de nuevo con Kant).
9 Que escribió, en las charlas conocidas como Pragmatismo: “¿por qué ha de ser “el uno” más excelente que el “cuarenta y tres” o que el “dos millones diez”?” No se puede sobrestimar el valor de esta tremenda afirmación.
¡¡Google no tiene ni idea!! (la Sabiduría y la Vida, hoy)
La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. El cataclismo se ha producido, estamos entre las ruinas, comenzamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobiante: no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de que todos los firmamentos que se hayan desplomado.
El amante de Lady Chatterley, D. H. Lawrence.
Hace un cuarto de hora me ha llamado mi hijo mayor desde un lejano camping para contarme cosas de niños. Un pájaro se había caído de un nido y entre todos lo habían vuelto a subir. Luego, el pobre (los pájaros son maravillosos, y además son los únicos descendientes de los dinosaurios), se había vuelto a caer, o se había tirado, ya no se puede saber, con el resultado de una pata rota. Entonces mi hijo ha buscado en Google qué hacer con un pajarillo maltrecho y tal vez suicida. Me cuenta que en un vídeo le han dicho que no hay que alimentarlo ni meterlo en casa, de modo que han vuelto a dejarlo en el nido. Me ha parecido alucinante. O sea, como a nadie le importa nada un pajarito, excepto a cuatro conservacionistas locos que padecen el síndrome de Casandra, lo que te recomiendan en Internet es que no te ocupes de él, que va a ser peor. El porqué, naturalmente, no lo dan. Como soy profesor, le digo a mi hijo que Google no es un maestro de nada, que los maestros tienen que ser capaces de dar razón de lo que dicen, como sostenía Aristóteles con otros términos –no soy yo tan pedante para haberle soltado esto último al chaval. Pero me quedo con mi pronto iracundo: Google no tiene ni idea, Google es un buscador que como mucho entiende de índices de popularidad. Y parece que esa popularidad adultera los contenidos, si es que lo primero que ha encontrado mi hijo ha sido un llamamiento a la inacción o a la omisión de ayuda, algo que, si se tratara de un humano, sería delito, al menos en el mundo civilizado.
Así que me pregunto quién es maestro hoy, quién sabe algo más allá del mundo del Know-How y de las técnicas aplicadas, es decir, me hago la vieja pregunta por la naturaleza de la sabiduría. Porque bien puede ser que no quede nada de ello, que las viejas imágenes del sabio arquetípico hayan quedado caducas o sean una estafa de feria y estemos mejor sin ellas, supuesto que la realidad del s. XXI se haya convertido en demasiado compleja y plural para ser abrazada por una visión holística que pretenda ofrecer respuestas inequívocas acerca del fin último de nuestras acciones. La pregunta que obsesionaba a Lenin y Chernischevsky, ¿Qué hacer?, a lo mejor no tiene nunca respuesta clara, o tiene tantas respuestas como contextos o como intereses en los le quepa difractarse. Entre la Paradoja de las Consecuencias, la Ignorancia Racional, la Paradoja de Arrow, el Efecto Mariposa, el Principio de Indeterminación de Heisenberg, el Gato de Schrödinger, el Teorema de Gödel, la Ley de Murphy, las Perogrulladas de los expertos, el “No recuerdo nada” de los políticos y el “A mí que me registren” de la ciudadanía, toda certeza se ha venido abajo excepto la saturación porcentual de la muerte, siempre a un cien por cien de los casos –pero hasta eso es meramente inductivo, y falsos sabios hay que prometen recortarlo… Bruno Latour anda últimamente promocionando la idea de lo que él y otros llaman Teoría del Actor-Red, o del Actante-Rizoma, según la cual nada puede ser conocido si no es parcial y localmente a través de modelizaciones provisionales que componen escenarios intrincados en los que el elemento humano se mezcla con sus instrumentos, lo social con lo natural y con lo tecnológico, y donde lo que funciona como objeto de estudio son por tanto amalgamas reticulares abiertas en las que participan en igual rango agentes humanos, maquínicos, medioambientales, corpus normativos, estrategias discursivas, etc. Es una idea que tiene visos de ser cierta, anticipada por la Teoría de Sistemas y la Teoría de Redes, para la cual Internet, claro, ofrece hoy el paradigma oportuno10, pero da la sensación de que es inmanejable, de que nada se puede hacer realmente útil con ella más que una montaña de tesis doctorales a cargo de un equipo multidisciplinar de becarios, como sucede, a mi juicio, con la obra de Michel Foucault –a ambos proyectos les ocurre eso mismo: que son proyectos exclusivamente académicos, pretendiendo ser otra cosa, pero eso es algo muy común al pensamiento de los últimos cien años: después de todo, la Filosofía deja el mundo como está, decía en un acto de honestidad Ludwig Wittgenstein...
Pero si Google en el fondo no sabe nada, sino que más bien da gato por liebre en la mayoría de los casos, a quién o a qué podemos recurrir. Lo que entendemos por Inteligencia Artificial, aunque ya insertada con o sin permiso en nuestras vidas, todavía está en mantillas. Y aunque no lo estuviese, yo personalmente no delegaría mis decisiones más arriesgadas o comprometidas en una maraña de circuitos que para colmo no he programado yo (y si alguien comparte la visión de Yuval Harari11 de que la libertad es una ilusión es que jamás ha sentido el vértigo dramático de un sí o de un no, y por tanto no ha vivido o ignora que ha vivido, que todavía es peor). Tampoco podemos responder a la manera protagórea, señalando que cada uno tiene su propia respuesta, y que el individuo, o la cultura a la que pertenece, es la medida de todas las cosas. No podemos porque atravesamos una emergencia inédita, con los pies al borde de un precipicio, o en medio de la tormenta perfecta, entre la pandemia, el cambio climático, una recesión económica y los populismos de derechas. Justamente la pandemia ha venido a mostrar, a fortiori, que la ciencia es ya tecnociencia, y como tal dependiente de sus fuentes de financiación, de factores ideológicos (Bolsonaro y Trump se pueden permitir acusar a sectores enteros de la ciencia de izquierdistas: dan por sentada pues la ciencia como discurso), de negociaciones concretas con la verdad, como ya pregona Latour, y, a fin de cuentas, mucho menos efectiva de lo que creíamos. La covid-19, pese a todo, es una enfermedad muy benigna, de no haberlo sido hubiésemos sucumbido todos en la espera incierta de la vacuna. Ahora que es la hora de la economía, comprobaremos también, por desgracia, como los economistas, esos material boys in a material world, tampoco dominan ciencia alguna, excepto si por ciencia entendemos un relato a posteriori. La pandemia ha sido, en efecto, la prueba de estrés de la fortaleza de la tecnociencia, y el resultado es que se ha mostrado impotente para detener hasta hoy lo que seguramente ella misma ha desencadenado. Estos últimos meses hemos descubierto con pavor que se nos da mucho mejor encender fuegos que apagarlos, como a los bomberos inversos de Ray Bradbury...
Los primeros sabios de Occidente fueron legisladores, como Solón y Licurgo, y sus conciudadanos les estuvieron agradecidos y les honraron durante generaciones. Sólo Simón Bolívar recibe hoy un culto semejante en el Cono Sur, y ese tributo es ridiculizado por el mundo desarrollado. Los physiologoi fueron los sabios de la naturaleza, aquello que se mueve por sí mismo, y hoy tendrían el crédito de los ecologistas o de los geólogos del Antropo-obsceno, poco por el momento. Sócrates sí, Sócrates es un sabio incuestionable, pero únicamente en círculos culturales. El Sócrates histórico probablemente fuera un pícaro, pero en todo caso echó a la historia las ideas de la no-violencia, de la mutua conversión entre conocimiento y virtud y la performance misma de su ejemplo personal, que fertilizó muchas escuelas y proporcionó el icono del sapiente guasón, anciano y desastrado, a lo Gandalf. Ni Zenón, ni Pirrón ni Diógenes ni Epicuro están a la altura simbólica y mitopoiética de Sócrates, del que son hijos putativos, y encima Sócrates –él mismo o su ventrílocuo Platón– construyó semejante modelo de sabiduría a la escala de la polis griega, mientras que su progenie espiritual pocas veces fue capaz de salir siquiera de su casa. Por esa razón, el único personaje del imaginario de la sapiencia que rivaliza con Sócrates, sacrificio de su vida incluido, es Jesús de Nazaret. El Jesús de los Evangelios es menos amoroso de lo que nos han contado, más exigente y con mayor espíritu de secta, pero aporta con respecto a la ironía socrática una entrega personal a su misión que San Pablo extendió a una universalidad virtual. Jesús debió ser una persona impresionante, como Sócrates, pero creo que Sócrates no suscribiría en su literalidad el Sermón de la Montaña. Ningún antiguo grecorromano desearía sentirse manso, pobre, perseguido por la justicia y miserable hasta la médula, ni siquiera los estoicos, aunque con ello se ganase las recompensas de ultratumba que también imaginara Platón. El caso de Aristóteles es distinto, él fue el sabio del estudio, el razonamiento y la contemplación, con Aristóteles se piensa, no se predica ni se enfervoriza a nadie...
He mencionado al estoicismo. Esa sí que es la escuela que amamanta sin cesar y sin merma por el paso del tiempo a todos los que se han querido sabios en Occidente. Hay estoicos en todas las épocas, estoicos son poetas, políticos, científicos, filósofos e incluso antifilósofos como Nietzsche o Foucault. Llamas a las puertas de una secta actual, pongamos la Cienciología, y el único núcleo decente de sus doctrinas es netamente estoico. Preguntas a la gente por la calle y si das con alguien muy joven será vagamente epicúreo, pero si das con alguien muy mayor será rigurosamente estoico. El estoicismo es la filosofía del dominio radical de las pasiones, y por tanto del individualismo extremo no economicista. Es verdad que algunos estoicos han sido hábiles en política, y que diseñaron una Física de la interrelación de todo con todo –como Latour, por cierto–, pero en último término el sabio estoico cumple con su deber individualmente, y si los demás no son capaces de controlarse pues peor para ellos. Spinoza llega a decir que el sabio es como si fuese de una especie biológica distinta a la del resto de sus congéneres, bestias sin duda inferiores, y Nietzsche opina igual bajo su intuición del Superhombre –el hombre tal como lo conocemos ha de perecer para que sea posible el Superhombre, nada más y nada menos. Estar apegado al destino, Amor Fati, eso que de todos modos va a suceder, es la forma más común y exitosa de la sabiduría en nuestra historia, aunque para alcanzarla haya que matar las emociones como se mata un nervio en el dentista: ajo y agua. Dionysos y el Crucificado son extremos que se tocan en ese punto: no eres quién para resistir lo inevitable, haz de la necesidad virtud y aprende a amar aquello que te supera descomunalmente, sea el Logos Cósmico, Dios, la Substancia o el Eterno Retorno... También Foucault, aunque pregona algo así como la guerra de guerrillas perpetua al poder –sin explicar jamás el porqué de esa valoración negativa del tegumento social–, cree imposible que esas escaramuzas lleguen nunca más allá de su propio ejercicio, y Nietzsche, uno de sus mentores, afirma en el Zaratustra que toda sabiduría es vana, que después de todo más nos valdría dejar de pensar tanto y forjar una paideía en la que el hombre se forme para guerrero y la mujer para solaz del guerrero. Occidente es, en mi opinión, mucho más espartano/estoica que cristiano/agustinista en la concepción de la ética del sabio, por mucho que haya mucho despistado psicoanalista refiriéndose machaconamente a eso de la “rémora judeo-cristiana”...