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—Qué tontería. No es que no crea capaz a la policía de eso y de mucho más, y no debería decirte esto porque sabes lo que opino de mis padres. Lo que no les considero con la imaginación suficiente para fabricar dos escenarios del crimen tan sencillos aparentemente, pero tan complejos si se planifican. La autora de las muertes fue una chica, y obró sin más, sin una razón previa, incluso sin una razón. Estoy segura de que fue así. Y no busco una justificación a sus actos, sino una explicación. Para tener una explicación, habría que encontrar no solo los motivos, también el por qué eligió a sus víctimas de una manera aleatoria.
—Acepto tu tesis puramente especulativa, espero. Incluso a una lectora muy ocasional de novela negra, como yo, no se le escapa que los detectives tienen que resolver cinco preguntas en un asesinato: quién, dónde, cuándo, cómo y por qué. Nos falta la respuesta a la primera y a la última, que es la que a ti te interesa. El porqué, para los griegos, solo tiene dos explicaciones a falta de más. O bien los dioses, que eligen el destino de los hombres, o bien la locura, que tiene origen divino. Pero la elección del destino de los semejantes solo puede tener lugar por imperativo de los dioses. En caso contrario, se provoca su cólera. De esto hay cumplidos ejemplos en la mitología griega. Los hombres no se pueden rebelar contra el designio de los dioses, a no ser que sean un instrumento en la lucha entre ellos. Ten en cuenta que los dioses del Olimpo se alían entre sí o luchan unos contra otros, y usan a los humanos como un arma más, haciéndonos creer que somos los dueños de nuestro destino.
—Bien, me puede valer todo lo que has dicho. Pero permíteme una pequeña crítica. No hacia ti, sino mucho más general. A los estudiosos de un tema, sobre todo en filosofía, literatura, sociología o cualquier otro ía que se te ocurra, si no tiene una implicación monetaria, o política, que viene a ser lo mismo, todo os parece un juego sin mayor trascendencia, especulativo, para distraer vuestra inteligencia. Un juego hipócrita, un jeroglífico, pero no os dais cuenta de la importancia de averiguar qué es lo que mueve el corazón de los hombres, sus frágiles pasos por la vida. El corazón de los hombres y de los dioses.
Carmen no podía creer que Amalia, la que siempre escuchaba, con una delicadeza exquisita, hubiera saltado de esa manera ante lo que a ella le parecía un tema impersonal, nada que no supusiera un divertimento entre amigas. ¿O había algo más? Le parecía que sí, pero no podía imaginarse qué preocupaba hasta ese punto a la casi desconocida que tenía enfrente. Amalia no volvió a ser ella misma, y la conversación fue decayendo rápidamente, se convirtió en un cúmulo de lugares comunes, y las dos entendieron que su encuentro había concluido, Carmen con una cierta inquietud por su amiga y Amalia sin entender qué le había hecho perder el equilibrio que tan poco le costaba mantener en todas las ocasiones.
Las dos se separaron como amigas, pero las dos sabían que algo se había roto. Carmen no entendía por qué. Necesitaba a su amiga, necesitaba su apoyo. Algo que ni Rodrigo ni nadie le podía dar. Y no entendía qué podía haber ofendido tanto a Amalia en una conversación aparentemente intrascendente. Sospechaba que su amiga estaba inmersa en algún conflicto interno que había intentado transmitirle, y que ella no había llegado a captar.
DE LUNES
Pacheco y Ramiro fueron llamados al despacho del comisario el lunes por la tarde a primera hora.
Por la mañana, se habían reunido los dos inspectores con sus subalternos para recapitular y ver qué datos nuevos se podían aportar. La mesa de trabajo estaba vacía. Ningún indicio, ninguna sospecha. Nada que relacionara los dos asesinatos. En el caso de Luis Rojo, ningún sospechoso. Había mucha gente que discrepaba de su punto de vista. Los lectores más adictos al régimen consideraban sus artículos muy engañosos, con tendencias críticas, y por tanto sospechosas. Para los de izquierdas, sus artículos, que aparentemente eran algo críticos, intentaban justificar la situación actual dando la falsa impresión de libertad de opinión. Pero no tenía enemigos que se pudieran considerar sospechosos ni encontraron ningún motivo que justificase un asesinato, y menos de esta índole. El asesino no había dejado huellas, ni había dado ninguna pista sobre sus motivos o su identidad. Nada destacado. Bastante alcohol en el estómago, y en el tocadiscos un disco de música clásica. Y, muy importante, los pantalones por las rodillas.
Entraron en el despacho del comisario, sabedores de lo que les esperaba. Y la bronca fue monumental. El comisario actuaba como amplificador de la perorata que había tenido que aguantar de sus superiores. El comisario jefe y el gobernador civil le llamaron a primera hora de la mañana y le amargaron el desayuno. Cómo podían estar tan en blanco. Las plantas de marihuana incautadas no eran de marihuana. Eran de una especie de planta de cáñamo, de aspecto idéntico a las de marihuana, pero totalmente inofensivo. No era la primera vez que alguien vendía ese tipo de plantas a estudiantes ingenuos que se habían dejado en el timo unas cuantas pesetas. De la sospecha de asesinato, ni podían hablar. Y en cuanto a la brigada político-social, pensaban que era una pérdida de tiempo y dinero. Esa detención no valía ni la gasolina gastada. Cuatro niños de papá irrelevantes sin ninguna influencia política ni social, que se podían haber despachado con cuatro tortas bien dadas y una sanción académica. No habían encontrado indicios, no habían apretado suficiente a los confidentes, no tenían un perfil del asesino, nada de nada, nada. Y mientras tanto, un asesino andaba suelto. Y si había más asesinatos cortarían cabezas. Salieron del despacho cabizbajos y preocupados. Las cosas no pintaban bien. Algo se les escapaba. Algo fundamental.
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