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Le hicieron caminar descalzo por el suelo de baldosa desde ese calabozo hasta una habitación sin ventanas, completamente pintada de blanco. La habitación estaba tan desnuda como él, solo había un par de sillas, también pintadas de blanco. Los soldados le dejaron de pie, empapado, desnudo e indefenso. La puerta no tardó en volver a abrirse. En esta ocasión entraron otros dos hombres, con pantalón y camisa blancos, vestidos como si fueran médicos o enfermeros. Llevaban toallas mojadas en sus manos que dejaban en el suelo un reguero de agua con cada movimiento. Yasim se preguntó para qué las habían traído empapadas cuando lo que necesitaba era toallas secas. Pronto obtuvo la respuesta. Las toallas eran para golpearle no para secarle.
Una toalla húmeda pesa bastante más que una seca y, por lo tanto, su impacto sobre un cuerpo mojado y desnudo es mucho más fuerte. No deja huellas, pero el daño interno es tremendo. Yasim aguantó los golpes sin gritar antes de caer inconsciente en el suelo. Debieron de dejarle allí solo hasta que se despertó porque no había nadie cuando abrió los ojos.
Le costó recordar en dónde estaba y qué le había pasado. No se atrevió a moverse ya que solo abrir los párpados le causaba un gran dolor. Se quedó allí, sobre el frío y sucio suelo de baldosa, encogido en posición fetal y sintiendo que su único hálito de vida era el rítmico sonido de su fatigado corazón. Se dijo a sí mismo que la única forma de conservar la cordura era olvidarse de todo lo que le rodeaba y pensar en algo agradable. Pero, ¿qué pensar en tan precaria situación?
¿Qué estaría haciendo su familia en este momento? ¿Se estarían preguntando sobre su paradero? ¿Le estarían buscando? ¿Cuánto tiempo habría pasado allí dentro? Rogaba a Alá para que no les hubieran involucrado a ellos sea lo que fuera lo que merecía un castigo físico tan duro.
El sufrimiento se lleva mejor con la esperanza de poder volver a ver a los seres queridos en algún momento. No quería pensar, ni remotamente, en la posibilidad de que ellos estuvieran encarcelados o muertos.
¡No! A él le habían arrestado por una desgraciada casualidad junto con otros hombres, pero como él nunca había hecho nada malo en su vida, no tenían porqué involucrar a su familia. ¡Tenían que haberse equivocado! Cuando comprobasen su error le pedirían disculpas y regresaría a su vida normal. Pero, ¿y si no se habían equivocado? Seguro que solo querían darle un susto o presionarle para que colaborase en alguna actividad.
«Pero, ¿qué estás haciendo, Yasim? ¿Por qué quieres engañarte? Sabes, perfectamente que, cuando el aparato de la Mojabarat se pone a funcionar y pone su ojo en alguien no hay nada que hacer. Nada de lo que digas o hagas servirá para salvarte a ti o a tu familia».
Y así permaneció debatiéndose en la duda hasta que dos soldados lo levantaron y le llevaron a su hospedaje actual. No le habían dado ni de comer ni de beber y, como a consecuencia de los golpes había liberado su organismo de todos los deshechos posibles. Ahora era como una máquina sin carburante. Sentía una sed terrible.
Su estado de ánimo oscilaba entre la euforia resignada a la depresión más destructiva. ¿Cuánto tiempo llevaría encerrado allí? ¿Un día, dos…? ¿Una semana? ¿Varias? ¿Cómo se podría degradar tanto la condición humana hasta el punto de perder la noción del tiempo? ¿Dónde estaba el respeto por los demás? ¡Lo olvidaba! Estaba en un país sometido a una dictadura del terror. ¡Nunca volvería a olvidarse de ello!
Oyó el ruido de un cerrojo al descorrerse y el agudo chirrido de la puerta de su celda al abrirse. Una luz deslumbrante inundó la celda y tuvo que cerrar los ojos, incapaz de soportar tanta claridad. Tras parpadear varias veces se atrevió a mirar de reojo. Un par de soldados entraron en la celda y se pusieron a descolgar las cadenas que lo sujetaban.
Se dejó caer sobre ellos. Sus piernas no le sostenían y no sentía los brazos. Al alivio de verse libre de las cadenas le siguió el insopotable dolor de mover los anquilosados miembros. ¿Y ahora? ¿Qué más desgracias le depararía el destino?
* * *
El delegado respiró hondo y se dejó caer en el cómodo sillón de su oficina. Aunque el aire acondicionado funcionaba a la perfección y el ambiente era fresco, seguía sofocado. Apoyó los codos sobre la atestada mesa y después dejó caer su cabeza sobre las manos. Se sentía cansado, hundido, decepcionado. Nada nuevo, solo que hoy era mayor la sensación de impotencia.
Llevaba más de diez años trabajando para el departamento y había disfrutado cada día, cada hora que había dedicado a los proyectos. Tenía la firme convicción de que su trabajo servía para mejorar las precarias infraestructuras hídricas y agrícolas del país. Su esfuerzo era muy útil para aumentar la producción agraria. «¿Qué mayor satisfacción que trabajar en lo que a uno le gusta y, además, saber que sirve para algo productivo?»
Sin embargo, tras lo acontecido esa mañana, ya no opinaba igual. La reunión había sido larga, lenta y pesada y, como de costumbre, no había servido para llegar a ningún acuerdo práctico. Lo único que se había logrado era poner de manifiesto, una vez más, que la organización no funcionaba bien y que, para colmo de males, las cuentas no cuadraban por muchas vueltas que se les dieran. ¡Y eso ya lo había visto venir él desde hacía dos años! Pero…
Samal, era consciente de que no tardarían en buscar culpables y que él era la víctima propiciatoria más evidente. Tenía todos los números para ganar el gran premio. Era un funcionario joven, ingeniero de carrera que había ascendido de manera fulgurante gracias a su tesón, su trabajo y su eficacia, sin ayuda de ninguna recomendación. No pertenecía al partido en el poder, se manifestaba abiertamente apolítico y, por si fuera poco, era kurdo.
Pero no se dejaría linchar sin defenderse como era debido. Su enemigo era poderoso y conocido, pero también un incompetente.
Si planteaba bien su defensa tendría una oportunidad. Su única duda radicaba en la reacción del vicepresidente. Era un hombre impredecible. Pudiera ser que le diera la razón y con ello salvase su vida o que, por el contrario, le acusase de traición al consentir las violaciones presupuestarias de sus superiores. ¡Dios proveería!
Tenía miedo, mucho miedo, pero no le quedaba otra opción. Tenía esposa y cuatro hijos, por no hablar de sus hermanos y sus respectivas familias. Él sabía muy bien que, cuando un alto funcionario caía en desgracia, no solo se exterminaba a su familia más directa sino también a la más lejana. Al vicepresidente no le gustaba dejar cabos sueltos.
Samal había estado reflexionando sobre si sería oportuno o no comentarle algo a los varones de su familia para que estuvieran preparados para lo peor, pero al final, su indecisión le impidió abrir la boca. Si las cosas salían mal era mejor que vivieran con toda la normalidad posible hasta entonces; si por el contrario, todo salía bien, se ahorrarían la angustia de la espera. Mientras, él organizaría los documentos que había ido recopilando a lo largo de los años de servicio para utilizarlos, llegado el caso. Samal no era un hombre ordenado y meticuloso, pero sabía dónde guardaba las cosas, al menos de forma aproximada. Tendría que trabajar toda la tarde y parte de la noche para preparar el expediente, pero valía la pena intentarlo.
* * *
Salió al patio para dar un paseo. Hacía calor. La temperatura ya superaba los cuarenta grados centígrados, pero, aún así, agradecía la posibilidad de poder estirar las piernas, andar un poco, respirar el aire exterior, aunque fuera caliente.
Se sentó en uno de los bancos de hormigón adosados a las paredes del patio. Esperaba a Kamal. Su compañero de celda estaba cerrando algunos tratos con los carceleros y era mejor no interferir. A él no le gustaba complicarse la vida, prefería pasar inadvertido. A mayor discreción, más tranquilidad.
Uno de los carceleros, un árabe de las marismas, flacucho, con la cara comida por la enfermedad del río, bigote descolorido por el uso y zapatos demasiado grandes para sus delgados pies, se acercó a él. ¿Qué querría? El no había cometido ninguna infracción.
―Tienes visita.
No era un comentario, sino una orden.
―No es hora de visitas ―respondió el preso con incredulidad.
―Tienes visita.
―¿Quién es? ―Inútil discutir sobre el reglamento con un hombre que lo violaba cuando y como le convenía. Faraj sentía curiosidad ante el hermetismo del vigilante.
―No es asunto mío. Tienes visita.
―Está bien. ―Se resignó Faraj. Seguro que había recibido un buen soborno por ello.
Se levantó del banco donde estaba sentado y siguió a su carcelero. Kamal le vio salir del patio en dirección a la zona de visitas y preguntó a un compañero kurdo que no supo contestarle. Kamal se acercó a uno de los guardias.
―Amu, ¿a dónde se llevan a mi hermano? ―Kamal sacó una cajetilla de tabaco y encendió un cigarrillo delante del guardia. Le ofreció uno al soldado y este aceptó.
―No te preocupes, ese pusilánime no corre peligro. Tiene visita, eso es todo. Alguien importante. ―El guardia aspiró la primera calada y Kamal hubiera deseado partirle la cara por insultar a su mejor amigo. Faraj no era un tío valiente o lanzado, pero sí era una buena persona y un buen amigo.
―¿Alguien importante? ¿Cómo de importante? ―siguió preguntando Kamal.
―Importante. ―La respuesta del guardia era cualquier cosa menos clarificadora. Ante la imposibilidad de sacar una información más precisa recurrió a un método más eficaz. Kamal le tendió la cajetilla de tabaco:
―Seguro que te aburres en las guardias, este tabaco puede hacértelas más agradables.
―Sí, claro. ―El guardia se la metió en el bolsillo sin dar las gracias.
―Me estabas diciendo que era una visita importante… ―le recordó Kamal.
* * *
Había acompañado a Alí al vestuario de los chicos de secundaria para así, poder entrar en el edificio donde estaban las aulas de danza sin que nadie sospechase de su presencia. Se entretuvo, durante media hora charlando con todos los muchachos mientras se cambiaban antes de iniciar el calentamiento. Después, salió con Alí y se introdujo con él en el aula donde se entrenaría esa tarde. Saludó al profesor de danza al que conocía desde hacía muchos años y se ofreció para tocar algunas piezas de acompañamiento. Su propuesta fue aceptada con muestras de júbilo tanto por el profesor como por los alumnos. Tener un pianista tocando en directo con el ritmo adecuado para cada uno de los ejercicios era un lujo.
Las chicas no tardaron en entrar invadiendo el espacio con su cháchara. Entre ellas estaba la tímida Tamara. Las alumnas estaban tan entusiasmadas con su conversación que, solo se dieron cuenta de la presencia de Akef cuando el profesor golpeó el suelo con su bastón para reclamar su atención y dar inicio a la clase.
Durante hora y media, Akef pudo admirar, una vez más, el esfuerzo físico y la disciplina que exigía la danza. Cada uno de los diez alumnos era un mundo en sí mismo. Cada uno tenía dificultades en la ejecución de ejercicios diferentes en función de su fisonomía. El profesor, conocedor de sus puntos débiles les hacía esforzarse, precisamente en aquellos que más les costaban. A simple vista, parecía cruel, pero lo cierto era que solo así podrían mejorar su técnica y convertirse en profesionales.
A Tamara parecía que se le resistían los giros en diagonal y Akef, estuvo, más de una vez, tentado a levantarse de su banqueta tras el piano para guiarla, pero se contuvo. La joven trabajaba con seriedad aunque, en ocasiones, parecía distraerse, como si su mente volara muy lejos.
Era hermosa, mucho y ello, a pesar de que, siendo alta parecía desgarbada en comparación con sus compañeras. Cuando comenzaron a realizar los grandes saltos, Akef la vio disfrutar por primera vez. Parecía volar cada vez que cogía impulso y se elevaba en el aire. Resultaba sorprendente que, la bailarina más alta fuera la que parecía más liviana realizando esos ejercicios. El pianista lamentó que la magia del vuelo se rompiese cada vez que se posaba en el suelo porque sus zapatillas de punta hacían un ruido semejante al de zuecos de madera sobre un suelo de piedra.
Al finalizar la clase, el profesor se acercó a Akef para agradecerle su colaboración y preguntarle su opinión sobre el nivel de los alumnos. Tras contestar al entrenador, bajó la tapa para proteger el teclado del hermoso piano de cola y se levantó con la firme intención de marcharse.
Sin embargo, no lo hizo porque al darse la vuelta vio a una bailarina sentada en una esquina. No pudo evitar mirarla. Se había quitado las zapatillas de punta y éstas parecían mariposas con las alas extendidas sobre el ajado suelo de madera sin pulir. Se estaba masajeando los pies antes de ponerse unas zapatillas blandas para asistir a otra clase de danza.
―Tienes un gran potencial, pero parece que no te concentras como debieras. ―Akef se acercó a ella sabiendo que era su oportunidad y no debía desaprovecharla.
Tamara levantó la cabeza para mirarle. Se sonrojó.
―Quizás ―Tamara dudó―. Lo cierto es que no sé que me pasa.
―¿Problemas con los estudios? ―preguntó Akef dispuesto a alargar la charla el tiempo que pudiera antes de la siguiente clase.
―No, no… Algún que otro tema que se me resiste, pero… nada más. ―Tamara era una estudiante destacada.
―¿Algún chico quizás? ―Akef no quería acercarse a ella sin asegurarse antes de que su corazón estaba libre. Como ella le miró con sorpresa tuvo que explicarse―. Perdona, no quería ser curioso. Ya sabes que los hombres, a veces, somos muy puñeteros y si tienes algún problema, a lo mejor yo podría ayudarte.
―No…, no… ―Tamara volvió a sonrojarse―. Me gustan algunos, pero… yo no puedo salir con ninguno…
―¿Por qué? ―Akef le ayudó a levantarse del suelo.
―Porque mi padre mataría a cualquiera que se acercase a mí. Soy hija única y me sobreprotege.
―Ya veo. Eso está bien. Tu padre tiene razón. A veces, las chicas sois muy inocentes y los chicos podemos ser muy malos. ―Akef no podía creerse lo que estaba diciendo. Estaba tirando piedras contra su propio tejado, ¿o no?
―Ya, pero… es que mi padre me agobia. No le doy ningún motivo para que se queje de mí, pero nunca parece que hago suficiente. Este año acabo el colegio y para el año entro en la Universidad y no veas ¡qué presión con los exámenes del Bacalauriat! ―Tamara se sentía a gusto hablando con ese hombre joven tan guapo y simpático que tocaba el piano como los ángeles―. Quiero ir a estudiar al extranjero y mi padre no quiere ni oír hablar de ello.
―Es lógico. Si es tan estricto como dices y está acostumbrado a tenerte aquí bajo su control, no consentirá que te vayas fuera donde no podrá saber qué haces cada momento. ―Akef apuraba cada minuto que pasaba con ella sabiendo que el reloj avanzaba en su contra de forma inexorable―. Sin embargo, me extraña que quieras estudiar en la Universidad. Bailas muy bien, ¿no te gustaría dedicarte a la danza o como profesional?
―Me encanta bailar, creo que no podría vivir sin bailar, sin embargo, soy muy realista. No reúno las dotes para ser una primera figura y tampoco tengo la fuerza de voluntad necesaria para afrontar todos los esfuerzos y sacrificios que requiere ser una bailarina profesional. ―Tamara suspiró―. Me gustan mucho los animales y las plantas por lo que quiero estudiar Biología.
Sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la siguiente clase. Tamara miró la puerta abierta. Estaba nerviosa.
―Lo siento pero, tengo que irme, mi clase ya empieza ahora.
―Sí, sí, claro. ―Akef era consciente de que su tiempo se había acabado―. Me ha encantado charlar contigo, aunque haya sido tan solo un ratito.
―A mí también ―confesó Tamara ruborizándose de nuevo.
―Quizás podamos hablar otro día ―sugirió Akef.
―No creo, a no ser que vengas por aquí a tocar el piano otra vez… ―Tamara le estaba invitando.
―Si tú quieres, vendré. ―Akef no podía ser más claro. Tamara miró hacia el exterior mientras abría la puerta. Ya no quedaba nadie en el vestíbulo así que era obvio que llegaba tarde a su clase.
―Sí, claro que quiero. ―Tamara estaba dispuesta a ser sincera ya que él lo era―. Si miras el tablón de anuncios verás el horario de mis clases. Algunos días tengo algún hueco entre clase y clase… Adiós.
―¡Oye! ―le gritó Akef, y ella se dio la vuelta casi en marcha―. Me llamo Akef.
―Y yo Tamara.
La vio marcharse corriendo. Akef sonrió. ¡Qué criatura tan deliciosa! No sabía qué le había hecho quedarse prendado de ella, pero… ya lo averiguaría. Lo importante era que su instinto no se había equivocado. Ella era la elegida de su corazón.
* * *
―¡Vaya bombón! ¡Mira cómo se mueve! Esa falda larga tiene mucho más morbo que las cortas que suele traer. ―Qosei se perdía por unas faldas sin importarle mucho la cara o el resto del cuerpo de la dueña.
―Y su amiga también está de buen ver. ―Su compañero Naim era un poco más sensible al conjunto femenino.
Los tres compañeros uniformados con pantalón gris y camisa blanca y cargando libros bajo el brazo, cruzaron el patio de la Escuela de Ingeniería con lentitud. Después de una pesada jornada de clases, se agradecía poder estirar las piernas, aunque la temperatura superase los cuarenta grados a la sombra. Ya podían dar por terminado el día escolar y, por lo tanto, relajarse.
―¡Joder, tíos! ¡Siempre igual! ¡Cómo si nunca hubierais visto una tía buena! ―Iunis apreciaba a sus amigos, pero no soportaba que se comportasen como perros en celo siempre que tenían la ocasión de juntarse para ver como paseaban sus compañeras de facultad.
―¡Qué quieres! Las hormonas se disparan. ―Qosei se encogió de hombros sin demostrar el más mínimo atisbo de vergüenza o culpabilidad.
―¡Qué hormonas ni qué narices! ¡Tú eres un salido! Deberías de utilizar a una de las chicas fáciles para desahogarte con más frecuencia o sino acabarás siendo una bomba de relojería. ―Iunis no entendía cómo teniendo los medios no ponía solución a su problema. Aunque se lo había dicho sonriendo, se sentía bastante molesto por la actitud de su amigo. A Iunis no le gustaría que su hermana tuviera que enfrentarse a un tipo así.
―Pero, ¿tú quién te crees que soy yo? ¿Acaso piensas que tengo tanta pasta como tú o qué? ―A Qosei le molestó que su amigo no fuera consciente de su capacidad económica, no su idea que, ¡ya le gustaría a él poder ponerla en práctica de vez en cuando!
―No me vengas con esas. Si fueras un tío atento y un poco cariñoso no te haría falta pagar las atenciones de una nena. ―Iunis seguía encizañándolo, más por diversión que por colaborar.
―¡Déjalo! Es un salido y lo será toda su vida. El problema es que su reputación nos perjudica a todos. ―Naim estaba de acuerdo con Iunis cuando se trataba de Qosei y de sus ansias sexuales―. ¿Por qué no hablamos de los planes para esta tarde? No tengo ganas de quedarme en casa estudiando todo el rato.
―Con ganas o no, vas a tener que hacerlo. Faltan dos semanas para los exámenes finales y habrá que prepararse para ellos si quieres que nos paguen las vacaciones en el extranjero. ―Iunis se frotaba las manos solo con la perspectiva de pasar tres meses en Europa con pasta para gastar y sin padres a quienes rendir cuentas.
Qosei le miró con cara de pocos amigos. Aprobase o no, daba lo mismo. El no iría de vacaciones a Europa. Entró en su flamante Toyota blanco y sus amigos le imitaron. Vivían en el mismo barrio y se habían puesto de acuerdo para turnarse en llevar el coche una semana cada uno. Esta semana le había tocado el turno a Qosei y los tres lo agradecían puesto que su coche tenía un potente y agradable aire acondicionado que hacía mucho más llevadero el viaje de casi una hora hasta sus casas.
―¡Tú siempre tan animado! Si al fin y al cabo vas a irte, apruebes o no. Si tu padre no quiere pagarte el viaje, lo hará el Partido. ¡Para lo que te cuesta camelarte a la gente!
Naim no se había pensado dos veces lo que acababa de decir y Qosei se lo reprochó.
―Deberías de tener más cuidado al hablar.
―¿Por qué? ―Naim seguía sin darse cuenta de las implicaciones de su comentario.
―Las cosas se están complicando mucho últimamente, es mejor ser precavidos. ―Qosei podía volverse loco por las chicas, pero no era un inconsciente.
―No sabía que fueras un cobarde salido. ―Naim se reía a mandíbula batiente de su amigo.
―No soy un cobarde, pero el caso es que se están oyendo unas historias muy raras por ahí. Historias que ponen los pelos de punta. ―Qosei se ponía nervioso solo recordándolo.
―Tranquilo, tío. Está todo controlado, aquí el colega es un “figura” del partido y nunca delataría a sus colegas porque eso le pondría en peligro a él. ―Naim se había dado la vuelta para guiñarle un ojo a Iunis.
―Creo que los dos estáis sacando las cosas de quicio. Lo cierto es que la situación se está haciendo un poco más tensa con el problema de Irán, pero tampoco es para tanto… Sin embargo, no nos vendría mal un poco de precaución al hablar. ―Qosei le miró por el espejo retrovisor y chasqueó la lengua.
―Nos estamos desviando del asunto realmente importante. ¿Qué vamos a hacer esta tarde? ―Naim no tenía ganas de seguir hablando de política.
―Yo me quedaré en casa estudiando y, después, si no estoy demasiado cansado, jugaré un partido con mi hermano pequeño. ―Iunis tenía demasiadas ganas de irse a Europa como para estropear su oportunidad saliendo unas tardes con sus amigos.
―¡Qué tierno! ¿Y no tienes que cambiarle el pañal a otro pequeñajo? ―Naim se había dado por aludido, aunque Qosei no podía entender muy bien el porqué.
―No deberías de burlarte. Tú eres el menos indicado para eso. ―Iunis se ponía muy en serio sus obligaciones familiares―. Sé que se te cae la casa encima porque no hay nadie que te preste atención, pero eso no debería de servirte como excusa. Como no te esfuerces un poco, no vas a sacar el curso adelante y eso puede suponer que te pases todo el verano en un campamento de entrenamiento militar en Diuania.
―¡Gracias por tu sermón! Veo que no vas a salir, ¡peor para ti! ¡Tú te lo pierdes! ―Le golpeó en el hombro antes de dirigirse a Qosei―. ¿Y tú?
―Yo también voy a estudiar. Además, creo que vamos a tener visita de un colega de mi padre y su familia, así que será mejor que esté en casa para echar una mano. ―Para Qosei cualquier excusa era buena. ¡Todo con tal de no estudiar!
―¡No te digo! ¡Pedazo de muermos! Pues yo pienso largarme hasta Mansour haber si pillo alguna niña mona. ―Naim bromeaba puesto que era el más tímido de los tres y jamás se atrevería a hablar con ninguna chica.
―Muy bien, pero mañana, no me hagas esperar cuando venga a recogerte para ir a clase, que siempre se te pegan las sábanas. ―Qosei se rio en los bigotes de su amigo mientras este le miraba con cierta sorpresa.
Qosei detuvo el vehículo delante de la verja de la casa de Naim. Este salió del coche y con aire de fingida chulería se dirigió con parsimonia a la casa. Sus dos amigos le observaron con cierta preocupación. Iunis salió del coche para ocupar el asiento del copiloto una vez lo hubo abandonado Naim. Qosei arrancó y sin mirar atrás se incorporó a la vía principal.
―No sé que le pasa últimamente. ¡Con la cabeza que tiene y el tiempo que está desperdiciando! Está muy raro. ―Qosei estaba preocupado.
―Creo que tengo una ligera idea de lo que pasa. De hecho, estoy casi seguro que no va a salir de casa en toda la tarde, pero tampoco va a poder concentrarse en los libros. Sobre las ocho, cuando haga un descanso en los estudios, a lo mejor me acerco para ver cómo le va. Lo que necesita es algo de compañía que le obligue a estudiar. ―Iunis también estaba preocupado por Naim.
―¡Me parece buena idea! ¿Qué te parece si me acerco yo también? Podemos cenar juntos y después seguir estudiando. ―Qosei seguía con su tendencia al escaqueo.
―¡Vale! ―Qosei detuvo el coche delante de la puerta de la casa de Iunis. Este salió del coche y con la puerta abierta preguntó―: ¿A qué hora vienes a recogerme?
―¿Qué tal sobre las ocho y cuarto?
―¡Estupendo! ―Iunis se dirigió a su casa con alegría. Estaba muerto de hambre, pero la comida de su madre podía olerse ya desde la calle.