- -
- 100%
- +
* * *
Pese a que las paredes de las celdas eran de hormigón, el silencio sepulcral del lugar permitía oír con nítida claridad cualquier “encuentro” entre los torturadores y sus víctimas. Los gritos de los torturados tenían un efecto psicológico nefasto sobre los que aguardaban. El dolor ajeno incrementaba la vulnerabilidad de los detenidos que tenían que esperar su turno.
El agua y el arroz que le habían dado el día anterior le habían permitido recuperarse lo suficiente como para olvidarse un poco de su propio dolor y percatarse del que le rodeaba. Su máxima preocupación era que las heridas no se le infectasen. Más allá de este interés personal, estaba la curiosidad por el entorno. Ahora ya era capaz de diferenciar el sonido de las pisadas de cada torturador: el que arrastraba los pies, el gordo que se balanceaba, el nervioso que daba saltitos y el seguro de sí mismo que se esforzaba por hacer que sus pasos retumbasen.
El día anterior se habían llenado las celdas con gente que protestaba, lloraba o rogaba, pero el jaleo desapareció al cabo de dos horas, momento en el que comenzó a oír el rítmico golpeteo a un cuerpo. Ahora, que el infortunado había sido interrogado y sabía lo que se esperaba, no tardarían en dejarle en libertad.
El siguiente sería él. O bien conseguía huir de allí o ya no saldría. Como la segunda opción no le atraía en absoluto, comenzó a prepararse mentalmente para la fuga… ahora su misión comenzaba a ser cuestión de urgencia.
Había intentando entender el patrón de horarios de las guardias sin fortuna. Había descubierto en carne propia cómo gran parte del éxito del sistema de tortura aplicado radicaba, precisamente, en hacer que el interrogado perdiese la noción del tiempo y el espacio para ablandar su resistencia.
Así que, tendría que conformarse con averiguar si era de día o de noche. En el interior de la prisión daba igual puesto que el lugar estaba permanentemente iluminado pero, a la hora de salir, la posibilidad de camuflarse entre las sombras de la noche sería crucial para alguien que partía con tanta desventaja. «¿Y cómo hacerlo?». Si preguntaba a alguno de los carceleros la hora, con total seguridad que no le facilitaría la correcta, así que tendría que acudir a la estrategia del silencio y la concentración.
Sin saber muy bien a qué conocimiento, impulso o intuición respondía se tendió en el frío suelo de hormigón sintiendo como la áspera superficie le rascaba su sensibilizada piel. Intentó reducir su ritmo cardíaco y minimizar el sonido de su propia respiración hasta casi fundirse con el cemento. Una vez superada esta primera fase, se aisló del entorno hasta sentir cómo parte de su consciencia se alejaba de su cuerpo mortal.
«¿Estaba sufriendo una alucinación como consecuencia de la fiebre y el hambre o, por el contrario, realmente había logrado iniciar un viaje astral? ¿Sería posible que las locas fantasías y las increíbles teorías con las que le había bombardeo durante años su hermana fueran verdad? ¡No, no! Aceptar semejante posibilidad suponía desmontar el edificio de sus creencias y, desde luego, no se encontraba en su mejor momento para asimilarlo.
Pero, ¿y si funcionaba? ¿Y si podía viajar más allá de esa celda y lograba encontrar una vía de escape?».
* * *
Regresó al patio, con calma. Kamal al verle llegar, supo que algo malo había sucedido. No hacía falta que dijera nada, era evidente. Estaba pálido y sudoroso, aunque caminaba con paso firme y decidido. Miraba al frente intentando aparentar una indiferencia que no sentía. Si algo se le daba mal a Faraj además de mentir, era disimular.
―¿Qué ha pasado ahí dentro? ―le preguntó Kamal con cierta indiferencia.
―Nada importante. ―Faraj mintió.
―No me lo creo, Faraj. ¿Desde cuando las visitas tienen lugar después del desayuno? ―Kamal le miraba con la seriedad propia de un profesor molesto por el engaño de un alumno.
―Era alguien que tenía mucha prisa por pedirme un favor. ―Faraj resultaba cada vez más misterioso.
―Ya, y solo por curiosidad, ¿cuánto le ha costado el favor? ―Kamal le siguió el juego.
―Kamal, por favor, no sigas interrogándome porque no puedo contestarte. ―Faraj parecía haber perdido toda su energía en un solo instante.
―De acuerdo, así que lo vas a rumiar tú solo y comenzarás a deprimirte y seré yo quien tenga que aguantar tu malhumor. Porque, para bien o para mal, tú y yo vivimos juntos, muy juntos, compartimos dormitorio, ¿o no te acuerdas ya?
―Vale, ¿quieres que te diga qué ha pasado? ―Faraj se había enfadado y eso era lo que quería Kamal; irritarle para que reaccionase.
―Sí.
―Pues que Hamoudi ha enviado a Salem para advertirme que debo de cumplir mi condena de manera discreta. ―Faraj lo soltó con toda naturalidad.
―O sea, que no remuevas la mierda. Eso es bueno. ―Kamal sonreía ante la estupefacción de Faraj.
―¿Cómo que eso es bueno?
―Cuando te advierten es que tienen miedo de que consigas tu objetivo, ¿no lo entiendes? ―Kamal se sorprendía, en muchas ocasiones, de la inocencia de su amigo.
―¿Y qué si consigo mi objetivo? ¿Qué pasará con mi familia? ―A Faraj le saltaban chispas de los ojos. Estaba muy enfadado.
―¿A tu familia? Vamos, no te tragarás toda esa mierda de que pueden llegar a cualquier sitio. ―Kamal, a diferencia de Faraj, era un hombre muy seguro de sí mismo que tenía miedo a muy pocas cosas.
―¡Pues claro que sí!
―No seas gallina, hombre. Esos sinvergüenzas de tres al cuarto, pueden tener muchas influencias en su ámbito e, incluso, puede que hayan comprado a algún funcionario, pero no son más que eso, gentuza del tres al cuarto. ―Kamal conocía muy bien la calaña que pululaba por los bajos fondos, pero a Faraj todo ese mundo le quedaba muy lejano.
―Me gustaría tener tu seguridad y estar tan tranquilo, pero se trata de mi familia, así que no puedo ―se disculpó Faraj.
―Vale, no te preocupes. Primero me vas a contar todo lo que te dijo ese cabrón, con pelos y señales y, después, pensaremos cómo actuar.
Kamal le tenía ganas al mal nacido que había tendido la trampa a una persona tan decente y honrada como su compañero de celda. Porque Kamal siempre se metía en líos por sus negocios. Ganar un fil más justificaba cualquier riesgo que pudiera correr, pero Faraj no era así. Él respetaba la ley y el orden y procuraba que todas las personas de su entorno lo hicieran. El que ahora estuviera en la cárcel no quería decir nada sobre su talante. Había sido una combinación de inocencia, honradez y mala suerte lo que le había conducido a ser su compañero de celda. Para Kamal había sido una bendición puesto que no le podía haber tocado un compañero mejor, pero reconocía que no era justo para Faraj.
―Tú siempre lo ves todo tan fácil…, pero no es así. ¡Mira lo que me han hecho a mí! ―exclamó compungido Faraj.
―¡Venga, hombre! ¡No seas cenizo! Eres el vivo retrato del pesimismo. Hay que levantar el ánimo y pelear ―le alentó Kamal más enfadado por la cobardía de su amigo que por la pésima situación en la que estaba.
―Yo no soy así ―se quejó Faraj.
―Precisamente por eso, que ellos piensan que te vas a acojonar, no lo vas a hacer, ¿estamos?
* * *
―Tenemos que sacarle de allí cuanto antes. El juicio ha sido una farsa de proporciones desmedidas, incluso para nuestra burla de sistema judicial. ―El abogado parecía muy irritado.
―Fikri, estoy de acuerdo contigo, pero me temo que poco podemos hacer si el interesado no colabora. Faraj cree que es mejor dejar las cosas como están y que el tiempo lo borre todo.
El doctor Yamal tenía una figura imponente. De más de un metro noventa de altura y bien superados los cien kilos de peso, lucía una abundante cabellera negra donde empezaban a asomar las primeras canas de una madurez prematura. Era un hombre atractivo a quien no le interesaba su físico más que desde el punto de vista social.
Sufría de una severa rigidez en el cuello, consecuencia de haber estado años sometido a ambientes muy húmedos y cálidos. Para soportar los largos meses de calor y estudio y, aun a pesar de saber que era dañino para su salud, había permanecido inclinado sobre sus libros largas horas bajo el aire frío y húmedo que proyectaban los primitivos y ruidosos sistemas de climatización.
Reputado médico, había ejercido desde muy joven el cargo de director del Hospital de Suleimania hasta que, un buen día, el recién configurado gobierno del Baaz, le invitó a unirse a su plantilla como ministro de Sanidad. El doctor Yamal rechazó el ofrecimiento sin saber que ello le costaría el puesto de trabajo, la libertad y casi la vida.
El gobierno baghdadí ofendido por su rechazo en el momento álgido de la represión contra los “rebeldes” kurdos del norte, decidió encarcelar al insigne galeno. El apoyo de sus colegas árabes, su eminente reputación y su carismática personalidad le permitieron, con la ayuda de su hermano Fikri, tan buen letrado como mal jugador y peor bebedor, salir de la cárcel y acceder al puesto de director de uno de los mejores hospitales de Baghdad, donde ejercía desde entonces. Le habían permitido seguir practicando como médico a condición de que no lo hiciera en el Kurdistán. Un duro castigo al que no tuvo más remedio que plegarse. Sin embargo, el doctor Yamal seguía ayudando a sus hermanos en la capital, nadie le había dicho que no podía atender a los kurdos en Baghdad.
Sentado en su sofá favorito de la amplia sala de estar, observaba a su hermano con atención, intentando escudriñar en la mente del hábil y manipulador abogado, fascinado por el riesgo que suponía asumir la defensa de cualquier persona que considerara inocente y merecedor de sus esfuerzos. Fikri no era ni tan alto ni tan corpulento como su hermano mayor, pero en cambio, era mucho más guapo, tanto, que su atractivo solía granjearle la enemistad inmediata de cualquier hombre que pudiera considerarle una amenaza para el honor de su mujer, hermana o hija y el deseo de todas las féminas que caían en su radio de actuación.
Fikri era la “oveja negra de la familia”, el pequeño de cinco hermanos, consentido al máximo, había ido rompiendo todas las convenciones y costumbres no escritas que acorralaban, a su clan kurdo, en un mundo propio, perfecto y de alta alcurnia. Quizás el más inteligente de todos, había estudiado el bachillerato con tanta facilidad como bribonería. Llegada la hora de seleccionar la carrera universitaria se decantó por una de letras y además la más arriesgada de todas: Leyes.
Se graduó con poco esfuerzo y mucho talento, tanto que ni siquiera tuvo que molestarse en buscar trabajo. El bufete más prestigioso de aquel momento le contrató como aprendiz. Cinco años después ya se había independizado, más acuciado por la necesidad de aumentar sus ingresos para pagar sus deudas de juego, que necesitado de abrirse camino en la vida.
Había ganado casi todos los casos que había defendido, lo que le había supuesto la obtención de ingentes beneficios, sin embargo, a duras penas podía afrontar los gastos que una mujer y un hijo pequeño suponían, puesto que, tan pronto le pagaban se lo gastaba en el juego.
Hombre divertido, culto y embaucador, siempre lograba convencer a alguien para que le sacase de los apuros económicos en los que con tanta alegría como inconsciencia se sumergía. Algo que traía de cabeza, al serio, reflexivo y rígido doctor Yamal quien se desesperaba preguntándose si su cuñada y su sobrino tenían suficiente para comer mientras su hermano se corría una juerga tras otra.
Ahora, que le veía defender con tanta pasión la causa de su primo Faraj entendía cuál era la clave de su éxito en los hostiles tribunales donde la ley era lo último que se aplicaba. ¡Qué lástima de talento! Si no fuera por su debilidad por el juego y la bebida, ¿quién sabe qué cimas habría alcanzado?
―Yamal, no me vengas con esas cantinelas, Faraj está viviendo en la inopia. Le tendieron una trampa, le encarcelaron por un delito que no cometió y además les está ocultando la verdad a su mujer y a su hija. ―Fikri apreciaba a su primo, como casi toda la familia, pero le sacaba de quicio su pasividad. Lo cierto es que es una suerte que estén fuera del país. Nunca pensé que una enfermedad grave pudiera resultar una bendición, pero así ha sido.
Estaban solos, disfrutando de la fresca penumbra de la sala de diario sabiendo que la temperatura exterior era de unos cincuenta grados a la sombra. Eran las tres y media de la tarde y ambos habían terminado su jornada laboral de la mañana. Después de comer y para superar las horas de canícula, dormirían una siesta, tras la cual acudirían, el médico a su consulta privada y el abogado a su despacho, lugar en el que poco tiempo pasaba, de hecho, menos del necesario para que su secretaria y sus pasantes le informasen de los casos pendientes y los juicios a los que tendría que presentarse en breve.
Como era jueves, lo más probable era que solo empleara un par de horas en su actividad remunerada para poder dedicarse a solucionar el tema que tenían entre manos.
―Yamal, no es una bendición, se mire como se mire. ―Fikri estaba ya muy involucrado en el caso de su primo Faraj.
―Ya, ya lo sé… Estoy intentado ver el aspecto positivo de la situación, si es que lo tiene. ―Al médico le divertía provocar a su hermano.
―Yamal, deja de tener tantos escrúpulos. ―Al abogado no le preocupaba el fuerte sentido ético y moral de su hermano. Tanta rigidez le aburría sobremanera y solo la toleraba porque quería mucho al médico.
―¿Cómo quieres que deje de tener escrúpulos? ―El doctor era el fiel resultado de su educación familiar: un hombre trabajador, honesto y de rectos principios, lo que Fikri consideraba un aburrimiento y un lastre muy pesado.
―Yamal, ya sé que tú también has estado en la cárcel, pero el miedo no es un buen consejero en ningún caso. Hoy en día, ¿quién no ha pasado por la mazmorra? Todos nuestros conocidos, gente honrada y trabajadora, han visitado durante más o menos tiempo, sus mejores habitaciones. Se está convirtiendo en una forma de conseguir prestigio. ―Fikri sonrió bajo su espeso bigote.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.