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Últimamente se ha hablado mucho sobre la construcción social de las ideas, y algo de esto ha sido sobre la idea del abuso de niños (5). Me preocupa menos el que la idea de abuso de niños sea una construcción que el hecho que, como lo he señalado en otra parte, estemos “creando personas” de manera espontánea y acrítica (6). Hay más que un tufillo de teoría del etiquetamiento aquí: a las personas las afecta la manera en la que las llamamos y, lo qué es más importante, las afectan las clasificaciones disponibles para describir sus propias acciones y tomar sus propias decisiones. Las personas actúan y deciden bajo descripciones, y a medida que surgen nuevas posibilidades de descripción, surgen también nuevas posibilidades de acción. Es un callejón de doble vía. Puesto que las personas actúan de forma diferente, de acuerdo con cómo las clasificamos –porque actuamos distinto conforme a cómo nos presentamos a nosotros mismos– las descripciones y clasificaciones deben a su vez ser modificadas.
El abuso de niños ilumina muy bien este tema, pero es peligrosamente real. Despierta grandes pasiones. Es una historia que se desarrolla cada día. Hay largos períodos en los que cada semana hay un nuevo especial de televisión. Cuando empecé a escribir este texto había un programa sobre una línea de emergencia británica dedicada a ayudar a los niños víctimas de maltrato. Eran tantas las llamadas divulgadas por el programa que daba la impresión de que uno de cada diez niños era maltratado. Lo seguía el especial semanal de ABC Battered Children que resaltaba los problemas morales de los médicos en cuanto “primeros en detectar los signos del maltrato”. Los cómics acababan de adueñarse del tema del abuso de niños. El “Hombre araña”, “Rex Morgan” y “Gasoline Alley” tenían historias sobre el tema, mientras que Mary Worth le coqueteaba. El “Hombre araña” tenía un cómic especial sobre el maltrato que circuló entre millones de niños. Pero lo más importante era, tal vez, que cada comunidad en este continente tenía su propio pequeño conjunto de historias de horror locales.
Para enfatizar la importancia del abuso de niños en el debate público, en una versión anterior de este ensayo, hace cuatro años, escribí: “¿La semana próxima? No lo sé, pero puedo predecir con certeza que habrá mucho que decir sobre él”. Esto era innecesariamente modesto. Uno puede hacer predicciones más específicas, o, en cualquier caso, adivinar correctamente. Esta es una de las cosas que uno podría saber por adelantado: el continuo y enorme sentimiento de liberación que las mujeres experimentaron y expresaron cuando finalmente les permitieron recuperar las maneras en las que sus padres las abusaron sexualmente. También podría adivinar fácilmente que las acusaciones de abuso ritual y ritos satánicos se divulgarían como una franquicia exitosa de pueblo en pueblo. (Se esperaba menos que ninguna jurisdicción fuera capaz de obtener una sentencia tajante al condenar actividades que debían involucrar, a lo largo del territorio, a miles de participantes en estos cultos).
En cuanto a predicciones específicas, estaba convencido de que el juicio por abuso de niños de los McMartins en Manhattan Beach, un suburbio de los Ángeles, en muchos sentidos el más caro y espantoso caso de abuso de niños llevado a juicio, iba a terminar en la exoneración de los acusados (7). En Newfoundland un grupo de sacerdotes fue condenado por violencia sexual, y fueron niños la mayoría de las víctimas. En el proceso se estableció además que uno de los refugios para niños administrado por los Christian Brothers, el Mount Cashel, había sido por décadas un lugar donde los cuidadores azotaban y sodomizaban a los niños. El arzobispo de la diócesis estaba al tanto de todo lo que pasaba (renunció a su puesto ante el Papa en julio de 1990). Nada de esto era sorprendente. Cualquiera que medio conociera el contexto sabía que el clero de Newfoundland era un desastre. Después de una reunión, el Comité Ad hoc de violencia sexual de la Conferencia Católica de Obispos Canadienses declaró que “no hay razones para considerar que exista una conexión entre el abuso y el celibato”. Lo que me levantó de mi asiento fue escuchar a un miembro del Comité Ad hoc culpar a la “sociedad” en vez de referirse a los sacerdotes responsables: “la situación es tan grave, que hasta el clero abusa” (8). No anticipé ese tipo de excusa.
Ahora bien, muchos eventos no podían predecirse: por ejemplo, el particular tipo de escándalo de abuso de niños que sacudiría al Reino Unido. La reacción del público americano al caso McMartin se ve tímida cuando se compara con la reacción inglesa en el punto más álgido del Cleveland affair. A diferencia de casi todos los “eventos” anteriores de abuso de niños que habían ocurrido fuera de Estados Unidos, este caso era completamente sui generis, no seguía el patrón americano. En 1986, un artículo del Lancet recomendó una técnica forense conocida como dilatación anal para detectar la posible sodomización de infantes y niños. Dos pediatras en una región de clase trabajadora del noreste de Inglaterra usaron esta técnica como uno de los argumentos para ubicar a 121 niños al cuidado del Estado. Los tabloides y congresistas locales salieron a atacar a los expertos, argumentando que estaban destruyendo la familia británica y debilitando el Estado de derecho. En Estados Unidos, cada escándalo provocaba mucha ira en contra del acusado; en el Reino Unido, por el contrario, a los que se odiaba amargamente era a los pediatras y trabajadores sociales. El número total de palabras sobre el abuso de niños publicado en el Reino Unido se duplicó en solo 18 meses, todo en virtud de este caso (9). La gente comentaba que este era un desastre “inevitable”, pero nadie pudo haber previsto que su eje central fuera la dilatación anal o la intensidad de la furia que se evocó.
De vuelta en Estados Unidos, para 1986 ya era posible anticipar ciertos tipos de reacciones políticas y restricciones. Yo consideraba, no obstante, que los programas educativos que ayudaban a que los niños reconocieran los peligros del maltrato estaban suficientemente establecidos. Nunca me imaginé que en 1990 el Estado de California aboliría estos programas bajo el argumento “Piagetano” de que los niños pequeños no habían alcanzado la madurez necesaria para entender lo que se les estaba enseñando (10).
Menciono algunos de los eventos más mediáticos para que recordemos que no podemos escapar del abuso de niños ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso es que constantemente nos han vuelto más conscientes de una maldad objetiva que existe entre nosotros, pero hemos sido muy buenos en ignorar? Hay una cantidad de pensadores constructivistas, comprometidos con la idea de que las categorías y las clasificaciones son construcciones sociales, que se resisten a ver el abuso de niños desde la perspectiva de “crear personas”. Estos nominalistas que en otros casos serían meticulosos, protestan y dicen que el abuso de niños es un maltrato real que finalmente ha sido descubierto después de haber estado oculto por generaciones. No estoy en desacuerdo. Creo que el movimiento del abuso de niños ha efectuado la más valiosa, y a la vez más desalentadora, concientización de mi vida. Ha prendido las luces y nos ha obligado a mirarnos al espejo. El reflejo no ha sido gran cosa.
El caso es que para 1960 nadie tenía la más remota idea de lo que contaría como abuso de niños en 1990. No es como que supiéramos qué males debíamos encontrar y al final nos topáramos con más de lo que buscábamos. Aunque ahora confiamos en nuestra letanía de las atrocidades que se les pueden hacer a los niños, todas las cuales metemos en la categoría de abuso de niños, algunas de esas cosas ni siquiera eran problemáticas hace tres décadas. A veces soy escéptico e irónico sobre lo que sigue –no sobre los intentos de ayudar a los niños–, sino sobre la confianza en una verdad sobre este tema, una verdad “allá afuera”, que debemos descubrir y usar. No tengo interés en contribuir al escepticismo generalizado, pero en este caso puede valer la pena. La característica más impactante del abuso de niños, que veo cuatro años después de empezar este trabajo, es la penetrante sensación de depresión.
Washington, junio 27 –Un panel de expertos en cuidado infantil nombrado por el gobierno ha concluido que– “el abuso de niños es una emergencia nacional en los Estados Unidos” y atacó la “falta de una respuesta efectiva” (Tolchin, 1990).
A estas alturas del partido una afirmación de este tipo es extraordinaria. Hace quince años, después de quince años de agitación sin tregua por parte de un grupo inicialmente pequeño de personas, el sentimiento de emergencia se hizo presente. Todo fue exuberante. Nuevos métodos, nuevas agencias, nuevas leyes, nuevas políticas educativas, nueva información para padres, nuevas terapias y, sobre todo, nuevo conocimiento, transformarían el mundo. Fue impactante cuando en 1981 se reportaron 1,1 millones de casos de abuso de niños. Qué mejor razón para sentarse a trabajar en soluciones. Pero en 1989 se reportaron 2,4 millones de casos y aunque el aumento se deba a un incremento en las denuncias, no es posible pensar que el maltrato sea menos que en 1975. La depresión no la sienten solamente las comisiones de expertos. Se siente en las calles, donde trabajadores sociales con condiciones laborales precarias y poca preparación sienten que no pueden más. ¡Si tan solo hubiera más gente y más tiempo!
Y ¿qué tenemos para ofrecerle a más gente con más tiempo si no son más casos de abuso de niños? Los conocimientos se reemplazan casi de manera caprichosa. Acabo de mencionar que California derogó su Programa de Entrenamiento para Prevención del Maltrato. Este programa se creó porque sabíamos, bastante bien, cómo enseñarles a los niños a estar alertas. Ahora, otro conocimiento, basado en otra psicología, dice que los niños no tienen aún los conceptos que les permitirían hacer las distinciones necesarias. El programa era poco sólido en su pedagogía. ¿Habría un estudio que pudiera mostrar cuál programa es mejor? ¿Probablemente uno de estos grandes estudios longitudinales? Estamos llenos de estudios intrascendentes. Cuando se creó la revista de Child Abuse and Neglect en 1976 sus artículos estaban llenos de terribles noticias, pero había confianza en el conocimiento. Ahora el tenor de los artículos es bastante distinto. La escena del abuso de niños es mucho más depresiva hoy en día de lo que ha sido en los últimos treinta años.
Mi propósito no es entender esta maldad, el abuso de niños. No es tampoco explicar o descubrir sus causas, aunque sí invito a que demos un paso atrás y nos preguntemos con escepticismo si estamos usando las ideas correctas de explicación, causa y conocimiento. Mi objetivo no es aquel del historiador social que pretende explicar la súbita aparición del abuso de niños en el debate público en los Estados Unidos en los sesenta y su evolución desde entonces. Haré un breve recuento de esa historia porque es al menos la superficie de la invención y moldeamiento del abuso de niños, así que es un recurso que necesitamos. Mi propósito tampoco es el de un estudioso de la política o los movimientos morales, que intenta explicar los mecanismos que hacen que un asunto surge, se afina y se disipa, como asunto público (11). Mi propósito original era considerar cómo un tipo de comportamiento humano ha cambiado radicalmente, para así entender cómo se forman y se moldean tipos de personas. Estos tipos son, eso creo, distintos a lo que los filósofos llaman tipos naturales pues interactúan con los mismos seres a los que se aplican (12).
El conocimiento acerca de las cosas empieza por clasificarlas, agruparlas, ver conexiones entre ellas y especular sobre causas y efectos. El malestar y la depresión que acompaña el trabajo en abuso de niños son, en parte, consecuencia de tener expectativas y concepciones equivocadas sobre el conocimiento que será la base para la acción. Entonces, lo que inició como un intento más bien abstracto de entender lo que es la naturaleza de la raza humana es, en este momento, algo mucho más cercano a la práctica pues creo que la depresión resulta en parte de esfuerzos fundados en ideas incorrectas sobre el papel del conocimiento y la causalidad en los asuntos humanos.
Por encima de todo, quiero enfatizar la maleabilidad de la idea de abuso de niños. El maltrato, como lo mostraré en mayor detalle, no es una cosa fija. Nuestro concepto actual de abuso de niños ha existido por un poco menos de treinta años, tiempo durante el cual ha sido una gran preocupación, especialmente dentro de los Estados Unidos. Antes de esto, usábamos una serie de ideas que manteníamos separadas; iban desde la crueldad a los niños hasta el abuso sexual de niños. Más allá de los ocasionales casos escandalosos, el público tenía poco interés en el asunto en los años anteriores, entre 1912 y 1962. Desde 1962, el tipo de actos que se clasifican como “abuso de niños” ha cambiado con frecuencia, tanto que quienes no se han mantenido al día aún no saben que la principal connotación para el abuso de niños hoy en día es la de violencia sexual. En el mismo sentido, quienes hasta ahora empiezan a investigar el tema se sorprenden de ver que la atención al abuso de niños inició con rayos x de los huesos en recuperación de bebés de tres años.
1. Conexiones
Antes de adentrarnos en esta historia conceptual es importante recordar las formas en las que el abuso de niños se conecta con otros temas preocupantes. Las ramificaciones parecieran ser infinitas. Aquí nombro algunas, en ningún orden particular. Esto muestra que, actualmente, la idea del abuso de niños puede llevar a casi cualquier otro tema.
1.1. Moralidad
El abuso de niños es un tema intrínsecamente moral. Maltratar a un niño ha llegado a parecernos el peor de los crímenes. Hay una larga tradición en la filosofía empirista inglesa de distinguir el “ser” del “deber ser”, para usar la frase de Hume. Una mera descripción, se dice, no implica nunca una evaluación. Pero no es posible, en nuestros tiempos, describir a alguien como un maltratador sin condenarlo moralmente. El poder evaluativo de la etiqueta proviene en parte de la forma como hemos agrupado distintos tipos de daños. Anteriormente sentíamos diferentes tipos de aversión moral frente al padre que voluntariamente descuida a su hijo; contra una persona que salvajemente golpea a un inocente; frente a un extraño que abusa sexualmente a un niño; y contra el incesto. Pero cuando todo esto funciona conjuntamente como abuso de niños, cuando el vicio sexual es lo que frecuentemente se invoca con la frase “abuso de niños”, y cuando la víctima es un niño, un inocente, no debería sorprendernos que nuestras sensibilidades morales más primitivas y profundas se desplieguen completamente. Todo nuestro sistema de valores se ha visto afectado por la trayectoria de la categoría del abuso de niños en los últimos treinta años; se ha producido una nueva constelación de lo que es la maldad moral absoluta: el abuso de niños. Los relativistas podrían argumentar que algunas de las cosas a las que se les llama abuso de niños solo son vistas de tal forma en una cultura como la nuestra. Pero nadie ha sugerido que nuestra aversión frente al abuso de niños sea “meramente relativa a nuestra cultura”. No obstante, hay tanta moralidad, tanta superioridad moral aquí que uno puede empezar a sospechar que una pseudomoralidad está infiltrándose.
1.2. Feminismo
La visibilidad pública del abuso de niños se debe, en parte, al movimiento de mujeres, aunque algunas de sus conexiones con este movimiento son inesperadas. Por ejemplo, supongo que el término “esposa maltratada” sigue al del “síndrome del niño maltratado” y no al revés. La expresión “niño maltratado” apareció en inglés en 1961 y la introdujeron médicos hombres. La expresión “esposas maltratadas” en cambio es sorpresivamente más reciente, y se piensa que se usó por primera vez en Inglaterra con la creación de un refugio dedicado a proteger a esposas maltratadas. Esto ocurrió en 1970, por Erin Pizzery, autora del poderoso libro Scream Quietly or the Neighbors Will Hear (13). Sin el feminismo no hubiera sido posible que la idea del abuso de niños absorbiera la noción de violencia sexual de niños. Las agresiones en contra de las mujeres y los niños se han asimilado y el fenómeno del abuso de niños se ve ahora como un aspecto más de la dominación patriarcal.
1.3. Derechos
Los derechos de los niños son nuevos. Surgen menos en términos de teoría moral que de precedente judicial y práctica del derecho. ¿Cuál es la relación entre los derechos de los padres, o tal vez los derechos de la familia, y los derechos de los niños? Si el abuso de niños no hubiera adquirido la importancia que tuvo durante la década de 1960, la cuestión de los derechos de los niños hoy sería casi desconocida. Esto lleva a otro tipo de reflexiones. Suponga que en nuestra sociedad los hombres tienden a pensar en resolver los problemas humanos en términos de derechos y obligaciones, mientras que las mujeres lo hacen en términos de necesidades y cuidado. Aquí se puede reconocer una manera en la que un tema que ha sido abanderado por las mujeres, se frena en la arena pública por los hombres y su entusiasmo por los derechos. Los niños no necesitan “derechos” creados para ellos por ingeniosas mentes legales. Necesitan que los cuiden.
1.4. Jurados
Se han presentado obviamente muchas preguntas legales específicas, por ejemplo, sobre los testimonios de los niños. ¿Tienen los acusados el derecho a confrontar los niños que los acusan? El 27 de junio de 1990, la Corte Suprema de los Estados Unidos emitió una decisión (con 5 jueces a favor y 4 en contra) que permitía el testimonio de un menor por televisión por cable. El derecho a la confrontación cara a cara no era “indispensable”. Este tipo de jurisprudencia no debería alejarnos de las realidades cotidianas. Un jurado casi nunca condena cuando considera que las penas son desproporcionadas. La larga historia de los jurados británicos que se negaban a condenar el infanticidio es un clásico ejemplo de esto. Más recientemente en Quebec, aún considerado como un bastión del catolicismo romano, tres jurados absolvieron sucesivamente a médicos por el delito de aborto, aunque no demostraron haber satisfecho el criterio médico de necesidad. Esta decisión de los jurados, en ese momento, estaba manifiestamente en contra de la ley. Los jurados volvieron la ley irrelevante. Aun así, en las condiciones actuales, a pesar de las penas altas, es posible obtener condenas. En Nueva Jersey “tocar mal” a un niño puede llevar a condenas de hasta diez años de cárcel y una multa de 100.000 dólares. Los jurados tienden a condenar cualquier tipo de abuso sexual así no involucren violencia o consumación del acto (14). El caso de Margaret Kelly, quien fue condenada a 47 años de prisión en Maplewood, Nueva Jersey, por abusos sexuales en el Wee Care Day Nursery es impactante. Nunca es posible confiarse del periodismo para evaluar a un jurado, pero en este caso, a primera vista y sin haber tenido acceso a los documentos del juzgado, quedan dudas de que se haya impartido justicia en absoluto (15). Independiente de lo que realmente sucedió en el Wee Care Nursery, podemos estar seguros (y tengo confirmación de esto por parte de alguien que sirvió como jurado en un caso similar en Nueva Jersey hace veinte años) que este tipo de decisiones de los jurados son recientes.
1.5. Causalidad
Al pensar en una conexión más abstracta, la explicación tradicional y más bien positivista de los conceptos es la siguiente: formamos un concepto y escogemos la clase de objetos o eventos que entran dentro de tal concepto. Si nos importa, entonces nos preguntamos por las causas de los eventos y, también, por lo que deberíamos hacer si quisiéramos fortalecerlas o eliminarlas. Primero clasificar y luego encontrar conexiones de causalidad, porque ¿cómo podríamos encontrar conexiones causales si antes no tenemos clases bien definidas? Muchos filósofos dirían que esto es una visión demasiado simplista, pero en ningún caso es más sorprendente su fracaso que en el del abuso de niños. Si se exagera podría decirse que las ideas sobre las causas preceden las ideas sobre aquello de lo que son causas. Las personas tienen visiones distintas sobre las causas del abuso de niños: algunas enfatizan la pobreza, algunas la enfermedad, algunas la violencia endémica y algunas la crueldad patriarcal. Estas visiones sobre las causas y la prevención del abuso de niños han determinado, en una gran medida, los tipos de eventos que se etiquetan como maltrato.
1.6. Múltiples personalidades
No hay un acuerdo sobre las “causas” del abuso de niños, pero hay un consenso sobre algo que el maltrato causa: el trastorno de identidad disociativo (o trastorno de personalidad múltiple). Las múltiples personalidades, que jugaron un papel fascinante en el desarrollo de la psicología francesa y americana entre 1875 y 1926, desaparecieron efectivamente hasta 1970, cuando volvieron a aparecer con ímpetu. Una vigorosa escuela de psicoterapia ahora concluye que el desorden de personalidades múltiples no es raro y que una persona puede tener hasta cien alter distintos. El movimiento del desorden de personalidades múltiples ha viajado en la espalda del abuso de niños gracias a este nuevo conocimiento: el desorden de personalidades múltiples es causado por el abuso de niños, especialmente por el abuso sexual infantil. Hay “una importante asociación etiológica con el trauma infantil, especialmente con el abuso severo en la infancia” (Braun, 1985, p. 136) (16).
1.7. Psicohistoria
Un argumento causal todavía más sorprendente es histórico: La historia de la raza humana es la historia del abuso de niños y sus efectos. Cada generación maltrata a sus niños y de esta forma moldea las mentes de la próxima generación. La única forma de entender la historia del mundo es haciendo la historia de la infancia, que termina siendo la historia del maltrato. Esta es la magnífica tesis de Lloyd deMause (1974) y su escuela.
1.8. El Estado
Para volver sobre un tema histórico menos grandioso, recordamos que los derechos de los niños se han presentado como límites a los tradicionales derechos de los padres o la familia. Pero de pronto esta rivalidad esconde un tipo de confrontación distinto, no la de niños versus padres sino la de las familias versus el Estado. “La policía de las familias” de Jacques Donzelot (1979) es uno de muchos estudios sobre la manera en la que el emergente Estado de bienestar y la red de protección social aumentaron radicalmente el control del Estado sobre las familias en el siglo XIX. Podría argumentarse en este sentido que no ha habido un aumento mayor de la intervención del Estado que la que ha permitido la legislación, las ordenanzas y las agencias relacionadas con el abuso de niños en los últimos treinta años. El cínico diría que la “función” real de esta legislación y de estas agencias no es la protección de los niños, sino el incremento del poder estatal.
1.9. El dinero
Esta visión cínica puede combinarse con el hecho de que, durante la década de 1980, en Estados Unidos disminuyeron los recursos disponibles a nivel federal y estatal para niños y padres solteros pobres. El Estado de bienestar gradualmente retiró una forma de intervención y la reemplazó por otra. Una versión tímida de esta observación es que el movimiento en contra del abuso de niños sirve para esconder la caída en la protección social para niños a falta de apoyo social a la infancia. La versión más fuerte sugiere que la legislación sobre maltrato es una forma de controlar a las familias desviadas que resulta mucho menos costosa y más efectiva que el bienestar social.
1.10. Extensiones
Una vez establecida una poderosa legislación en materia de abuso de niños, fue posible su uso. El abuso fetal es un claro ejemplo. Las madres que usan drogas o abusan del alcohol les hacen daño a sus bebés. Desde 1985, algunos oficiales de policía han intentado, y algunas veces han tenido éxito, acusar formalmente a estas madres por abuso de niños; el maltrato fetal se considera aquí como incluido en dicha categoría. (En vista de que la ley no es clara frente a esto, la alternativa ha sido acusar formalmente a las madres, justo después de que dan a luz, por administrar drogas a otro, vía el cordón umbilical). Obviamente, los antiabortistas del movimiento provida siguen muy de cerca estos casos. La mayoría de estos ha tenido que ver con el crack y se ajusta bien al marco del crack-como-problema-social. Las movidas que se han hecho son bastante bajas, pero un efecto positivo ha sido llamar la atención sobre el alcoholismo materno y el síndrome del espectro alcohólico fetal. Este último ya era conocido, pero quizás como producto de haber sido incluido en el movimiento en contra del acoso de niños, ha sido posible asociar estos síndromes con la destrucción de comunidades amerindias, especialmente en el norte de Estados Unidos. No es que alguien sepa cómo se puede ayudar.