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1.11. Reacciones conservadoras
Hay mucho de esto. Las preocupaciones por la aplicación dudosa de la ley (como en el ejemplo del maltrato fetal), condenas discutibles (Wee Care), y reflexiones abstractas sobre el Estado, pueden ser llamativas para algunos intelectuales. Pero es mucho más importante la resistencia al uso del abuso de niños en casos de custodia. Muchos padres se divorcian cuando sus hijos son pequeños; muchos divorciados se pelean por sus hijos. Por un tiempo, nada parecía más decisivo que alegar que uno de los padres, usualmente el padre, estaba maltratando a su hijo. La percepción de una aparente injusticia o exageración en estos casos ha llevado a un rechazo comprehensivo de la legislación sobre abuso de niños. Entre los más sofisticados, la retórica evoca inmediatamente a Salem. El movimiento contra el abuso de niños está involucrado en una cacería de brujas (17). Esta comparación en mi opinión es absurda, pero es ciertamente efectiva.
1.12. Advertencia
Para que lo que voy a explicar ahora no parezca parte de las reacciones conservadoras, voy a apartarme de ellas. Es cierto que ha habido abusos de la idea misma del abuso de niños. Las pasiones que despiertan los intentos por ayudar a los inocentes que han sido lastimados, también han dañado seriamente a quienes no eran culpables. Pero en un análisis exclusivamente utilitarista, se ha hecho más bien que mal. La sola existencia de reacciones conservadoras, ellas mismas excesivas, es un correctivo suficiente para el celo desmesurado. También nos recuerda que el movimiento sobre el abuso de niños es abiertamente moral y político. Nadie debería esperar de él el tipo de integridad superficial que despliega la ciencia que se basa en registros de laboratorio.
2. La crueldad hacia los niños
El abuso de niños fue un tema importante en una ocasión anterior: a finales de la época victoriana. Se cristalizó alrededor de eventos ocurridos en Nueva York, de donde se movió rápidamente a Liverpool y Londres. Algunas de las cosas que pasaron hoy nos parecen normales: la creación de sociedades filantrópicas para la prevención de la crueldad hacia los niños, la presión constante sobre los legisladores, las medidas para hacerse cargo de los niños maltratados, y un aumento significativo en las investigaciones penales de las conductas de los padres que maltrataban a sus hijos. Otros aspectos han sido olvidados. Por ejemplo: los primeros en expresar las preocupaciones por la crueldad en contra de los niños fueron las sociedades protectoras de animales y, muy cercanos a estas, el Water Foundation Movement (cuya principal línea de acción era impulsar a las ciudades a tener fuentes de agua de tres niveles: una para las personas, una para los caballos y una para los perros). Entendemos mejor, así los hayamos olvidado, los movimientos de los albergues y los niños repartidores de periódicos. La reforma estaba en otra parte: la prohibición, la antivivisección, el abolicionismo y los movimientos de mujeres. Quienes decían hablar por uno, generalmente en realidad hablaban por otros.
A pesar de esto, algunas de las cosas que les preocupaban parecen extrañas para nosotros: por ejemplo, casos como el del Dr. Barnardo en el este de Londres quien, con la ayuda de luchadores y corredores, recogía niños en carruajes para que fueran llevados a “hogares” en los que recibirían albergue y una educación protestante, en contra de las fuertes protestas por parte de la Iglesia Católica Romana –la mayoría de las familias afectadas eran católicas–. Más de ciento cuarenta mil niños de estos fueron enviados a Toronto, muchos de los cuales fueron directamente secuestrados (18). Este tipo de filantropía no estaba desligada de intereses personales. “La idea de convertir, lo que en Inglaterra solo era una fuente de llanto y debilidad, en una fuente de riqueza en Canadá es una de proporciones y urgencia imperiales” (Batt, 1904, p. 129).
Los fundadores, en 1853, de la primera Sociedad de Ayuda a los Niños –Children’s Aid Society– en Nueva York tenían preocupaciones similares. La mitad de los pequeños infractores que se encontraban en las cárceles eran niños de veintiún años. Los niños debían ser salvados, de lo contrario “influenciarán las elecciones, cambiarán la política de la ciudad, y seguramente, de no ser corregidos, contaminarán la sociedad que los rodea. Ayudarán a formar una gran multitud de ladrones, pícaros y vagos” (19). La Sociedad Neoyorquina para la Prevención de la Crueldad en contra de los Niños –New York Society for the Prevention of Cruelty to Children– fue fundada por la siguiente generación, en 1874. Su preocupación era menos política. Surgió con el caso de un niño que regularmente era golpeado por su madrastra. El niño fue rescatado mediante el uso del derecho común inglés del siglo XV de manera creativa. Inmediatamente después, la sociedad inició el cabildeo para la aprobación de leyes nuevas. En el Reino Unido, la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad en contra de los Niños (National Society for the Prevention of Cruelty to Children) se ubicó como el mayor servicio de bienestar social existente en el mundo durante cincuenta años.
Cuando volvemos a nuestra idea moderna de lo que es el abuso de niños, vemos que es extremadamente médica. Fue introducida por médicos y los médicos aún reclaman que les pertenece. Algunos médicos fueron importantes en el antiguo movimiento contra la crueldad hacia los niños, pero solo porque eran miembros prominentes de la sociedad. El Dr. Barnardo había querido ser un médico misionero, pero encontró su inspiración en casa. En ningún momento pensó que su trabajo filantrópico fuera parte del ejercicio de la medicina. Es normal que un médico trate a un niño que ha sido herido por su padre o cuidador, así como trataría las quemaduras causadas por un incendio premeditado. Pero el incendio es un tema para la policía y los bomberos. En el mismo sentido, la crueldad hacía los niños era un tema para la policía, las cortes y las sociedades de filantropía, no para la medicina. El abuso de niños es un concepto médico, la crueldad en contra de los niños no. Este es un punto fundamental para diferenciarlos.
A pesar del extraordinario fervor de los ochentas, la agitación contra la crueldad se fue apagando. Hay muchas razones específicas para explicar este declive. Hasta cierto punto, los objetivos trazados inicialmente por el movimiento se alcanzaron. La preocupación inicial también se desplazó. Apareció una nueva forma de caracterizar al niño problemático: el delincuente juvenil. El rescate de niños empezó separando a los niños de sus cuidadores o recogiéndolos de las calles. Luego se movió hacia un nuevo tipo de niño, el “delincuente”. Se introdujeron nuevos juzgados de niños –Chicago fue el modelo mundial de esto– y reformatorios (20). El niño no debía ser salvado de sus padres sino de él mismo.
La disminución de la movilización en contra de la crueldad en Gran Bretaña ha sido documentada por el libro Child Abuse and Moral Reform in England, 1870-1908 (21). Las fechas son precisas. En Estados Unidos, el surgimiento del trabajo social como profesión fue muy importante. La Sociedad de Massachusetts para la Prevención de la Crueldad en contra de los Niños (Massachusetts Society for the Prevention of Cruelty to Children) lideró el tema y presionó su discusión en la Primera Conferencia sobre el Cuidado de Niños Dependientes en la Casa Blanca en 1909. La Sociedad argumentó que era mejor que los profesionales ubicaran a los niños en casas individuales y no en albergues –aunque el asunto no estaba resuelto–. Los Estados de Nueva York y California habían insistido en que los niños fueran ubicados en instituciones estatales y no en hogares sustitutos, mientras que Michigan, Minnesota, Rhode Island y Wisconsin, opinaban lo contrario. Lo cierto es que la vieja tradición de filántropos aficionados fue desmantelada (Bradbury, 1962).
Vale la pena recordar que el término de “trabajo social” no existía antes de 1900. Sin embargo, para 1910 había escuelas de formación de trabajadores sociales en varios países (con Holanda como pionero en esto). En Estados Unidos, para 1912, la oficina de empleos del Intercambio Nacional de Trabajadores Sociales –National Social Workers Exchange– contaba con un número importante de categorías de posibles empleos. Un nuevo tipo de experto había nacido, y si alguien hubiese tenido que encargarse del asunto de la crueldad contra los niños sería, de acuerdo con la Primera Conferencia de la Casa Blanca, el trabajador social.
Se creó también una nueva agenda para aquellos preocupados por los niños. Después de nueve años de preparaciones, se fundó, en 1912, la agencia federal conocida como la Oficina de Niños –Children’s Bureau–. Su existencia fue asegurada en la Conferencia de 1909. Theodore Roosevelt declaró que la nación debía preocuparse por su cosecha de niños de la misma forma que se preocupaba por su cosecha agrícola. El primer problema que asumió la Oficina de Niños fue el de la mortalidad infantil y solo hacia finales de la década de 1950 empezó a pensar en el abuso de niños.
3. 1962
La crueldad hacia los niños, como “problema social”, se volvió invisible. Había casos individuales, que cada cierto tiempo eran investigados penalmente. Entonces, en 1962, en Denver, un grupo de médicos liderado por C. Henry Kempe publicó “The Battered-Child Syndrome” (el síndrome del niño golpeado). La publicación de este artículo en el Journal of the American Medical Association iba acompañada de un editorial que criticaba el largo silencio de la sociedad sobre ciertas heridas que debían ser reconocidas. Los editores especulaban que más niños habían muerto por el maltrato de sus padres y cuidadores que por leucemia, fibrosis quística o distrofia muscular (Kempe, 1962, p. 42) (22). Los medios entendieron el mensaje. Newsweek publicó la noticia. Kempe no había publicado todavía el artículo, pero en noviembre del año anterior había dado una conferencia en la Academia Americana de Pediatría sobre el “síndrome del niño maltratado”. La historia en Time fue publicada el 20 de julio, solo unos días después de la publicación del artículo en el Journal of the American Medical Association (7 de julio) y del comunicado de prensa que la Asociación Americana de Medicina divulgó antes de la publicación (23).
El Saturday Evening Post traía un largo artículo sobre el tema titulado: “Padres que les pegan a sus hijos: un trágico incremento de los casos de abuso de niños ha impulsado la búsqueda de nuevas formas para detectar los adultos enfermos que cometen estos crímenes” (24). Este es un artículo particularmente extravagante, en el que describen detalladamente las cosas que estos padres y cuidadores les hacían a sus hijos. El título indica temas recurrentes e, incluso, confusos. En primer lugar, el término “trágico incremento”. Para ese momento, nadie tenía información acerca de las cifras de niños maltratados, por lo que aún no era posible hablar de un aumento. En segundo lugar, los adultos son “enfermos”. Todos los artículos populares hablan de una nueva “enfermedad”, pero al mismo tiempo se refieren al abuso de niños como un “crimen”, lo cual es un poco dudoso. Es un crimen de acuerdo con las leyes existentes, pero ¿si es un crimen puede a la vez ser una enfermedad? Es en este momento en el que el término de abuso de niños queda grabado en la consciencia pública.
El grupo de pediatras de Kempe en Denver estaba en el centro de la discusión. Ahora, no estoy sugiriendo que toda la discusión haya surgido en su forma actual en el piedemonte de Colorado. Para ese momento, ya se habían dado varias discusiones, aunque poco conocidas, sobre el tema. En particular, la división infantil del American Humane Association (AHA) nombró un director nuevo en 1954. La AHA, comúnmente conocida como una asociación defensora de los derechos de los animales, tenía una división dedicada a los niños desde la época de los escándalos por crueldad en 1885. Esta división de la AHA se había desvanecido, de la misma manera que las discusiones sobre la crueldad, pero su animado director nuevo decidió lanzar una encuesta nacional de niños abandonados. La crueldad no era un problema en ese momento, pero la negligencia sí. La Oficina de Salud, Educación y Bienestar de los Niños –Children’s Bureau of Health, Education and Welfare– que como producto de una reorganización institucional había quedado sin muchas funciones, siguió los pasos de la AHA. Era una burocracia en busca de una tarea y la encontró en todo sentido. Se formaron comités y se propusieron proyectos de ley para reportar el abuso de niños y la negligencia. Todo esto sucedía mientras Kempe y su equipo se preparaban para publicar sus hallazgos. Sin embargo, lo más importante del artículo de Kempe era su fuente, algo que la Oficina de Niños no habría podido anticipar: los rayos x.
En 1945 el American Journal of Roentgenology había publicado un artículo sobre un “nuevo síndrome” al que se le había dado el nombre de “hiperostosis cortical infantil” (Caffey y Silverman, 1945). Los autores, quienes eran expertos en el desprestigiado campo de la radiología pediátrica, observaron que los niños que sufrían de una excesiva cantidad de sangre debajo del cráneo, también mostraban, en los rayos x, fracturas viejas o en proceso de cicatrización en los brazos o piernas –sin que hubiera una historia conocida de la lesión–. El artículo no traía conclusiones de ningún tipo; en todo caso ninguna se publicó. Era solo un fenómeno (aunque hoy se supone que todos los que notaron el artículo sabían lo que esta información implicaba, pero fueron demasiado cobardes como para decirlo). En todo caso, la inferencia “obvia” fue poco a poco descubierta y debatida. El artículo de Kempe era importante porque afirmaba lo que antes solo se susurraba. Los padres estaban golpeando a sus hijos hasta romperles los huesos. Un mal simultáneo: los médicos habían fallado en sus responsabilidades. Pero era el momento de cambiar el rumbo de la historia, desde ese momento los médicos no tratarían solo los síntomas, sino también la causa: el padre que cometía el maltrato. El padre estaba enfermo y necesitaba ayuda de los médicos.
El artículo de Kempe también logró resaltar una de las creencias más comunes sobre el abuso de niños: que los padres maltratadores habían sido niños maltratados, o de manera más general, que los maltratadores de niños fueron maltratados cuando niños. El artículo decía: “en muchos casos es posible que los padres estén repitiendo el tipo de cuidado que recibieron en su niñez” (Kempe et al., p. 24). Esta afirmación es lo suficientemente cauta, pero ha sido elevada a una generalización.
Igualmente, importante fue la afirmación de que el abuso de niños se extiende a todas las clases sociales. Esto lo convertía en algo más que un problema social o de “bienestar”; los médicos estaban ansiosos por declararlo su problema:
“El abuso físico, nutricional o emocional es una de las peores enfermedades que puede sufrir un niño pequeño (…) La profesión médica ha mostrado una falta total de interés en este problema hasta hace poco (…) Es responsabilidad de la profesión médica asumir el liderazgo en este campo” (Helfer, 1968, p. 25).
Aunque la mayoría de las lesiones podían ser tratadas de forma ambulatoria, se recomendaba la hospitalización como una manera de separar al niño del padre. “El médico no puede devolver al niño a un ambiente donde exista así sea un riesgo moderado de que se repita la conducta” (Kempe et al., p. 23).
Solo un escritor importante criticó públicamente esta actitud. Inevitablemente fue Thomas Szasz (1968), el crítico más abierto de la mayoría de los reclamos médicos de la psiquiatría. Para él, el niño maltratado claramente necesita de ayuda médica, pues ha sido lesionado. Pero Kempe y Helfer iban más allá de eso. El padre o cuidador también debía ser enfermo y, por lo tanto, necesitaba de ayuda médica. Con su caustico ingenio, Szasz ridiculizaba las afirmaciones que asumían que los padres buscaban “ayuda” para curarse y que, voluntariamente, acudirían a centros de salud si tuvieran la oportunidad de hacerlo. Siempre fue la opinión de Szasz que las cortes eran los lugares para lidiar con los infractores y que las ofertas de ayuda de los psiquiatras eran en gran medida un fraude. Puede que los lectores del Atlantic disfrutaran su artículo, pero no tuvo efecto alguno.
La explosión de la literatura de abuso de niños es notable. El Index Medicus registró el “abuso de niños” como una nueva categoría médica en 1965. Para la década de 1970, los artículos bajo esta categoría llegaban a cuarenta por año. Pero esta era solo una muestra de la preocupación de los profesionales. Por ejemplo, se fundaron nuevas revistas como Child Abuse and Neglect y The International Journal en 1976. Un ensayo escrito en 1975 sobre el tema resaltaba el increíble incremento en la preocupación académica sobre el tema: mientras que para 1965 no existían libros sobre el tema, para 1975 ya se habían publicado nueve. Una bibliografía entre 1975 y 1980 muestra que se publicaron 105 libros. De los repositorios de abstracts (como Criminal and Penology Abstracts, Social Abstracts, etc.) se destacan 1706 entradas. Actualmente, hay más de 600 libros escritos en inglés sobre este tema.
También, hay un número incontable de subespecialidades, cada una con su propia bibliografía. Si nos restringimos a la literatura médica, encontraremos varios síndromes. John Caffey en 1974 hablaba del síndrome del bebé zarandeado –Whiplash Shaken Infant Syndrome–. Una búsqueda de bibliografía sobre este síndrome, publicado en 1986, arroja 63 estudios posteriores (Dykes, 1986). Hasta el síndrome de Munchausen por interpuesta persona (Munchausen Syndrome by Proxy), introducido en 1977, tiene su literatura especializada (25).
El trabajo académico y científico es solo un aspecto de la explosión de la preocupación en Estados Unidos y en el mundo angloparlante. Aunque el abuso de niños ha sido asumido como un problema por congresistas, publicistas y medios de comunicación, por un lado, y por trabajadores sociales y la policía, por otro, no cabe duda de que el modelo médico fue central en la primera etapa de desarrollo del abuso de niños. Por ejemplo, la legislación estatal para reportar la incidencia en los Estados Unidos es similar a las ordenanzas para reportar enfermedades contagiosas. Lo mismo sucede en el Reino Unido, donde la notificación (palabra que se usa allí para el reporte), aunque no se exige en una ley, también está moldeada según las reglas de notificación para la enfermedad.
4. Definiciones
He venido usando dos términos “niño maltratado” (battered child) y “abuso de niños” (child abuse). Ha sido reportado, a partir de entrevistas, que, en su Conferencia a la Sociedad Americana de Pediatría de 1961, Kempe escogió deliberadamente el uso de “niño maltratado” por encima del término de “abuso físico” con el objetivo de mantener el interés de una audiencia mayoritariamente compuesta por pediatras conservadores. No quería insinuar problemas legales, sociales o de marginación. El término síndrome medicaliza amablemente el asunto, como lo quería Kempe.
La palabra maltratado (battered) sin duda sugiere golpes. Los rayos x mostrados por Kempe en los que se ven las fracturas continúa con este énfasis, que incluye desde los niños que son arrojados contra las paredes o por las escaleras, hasta aquellos que son golpeados. En el derecho común, el “maltrato” (battery) es de hecho una categoría más amplia que ciertamente incluye actos como quemar a los niños con cigarrillos, usualmente en la espalda o los glúteos, echarles agua hirviendo y otros actos similares. Me dicen que además incluye el acto de sentar a un niño con el pañal mojado sobre radiador caliente hasta que sus genitales se pongan negros por las quemaduras con la orina. Pero el derecho y su aplicación no son claros en razón de otro derecho arraigado: el derecho de las familias a resolver sus propios asuntos.
Es aparente que hay muchas más formas de herir a un niño además del maltrato: desde negligencia que llega a la desnutrición o la hipertermia, por un lado, hasta el encierro en un sótano por largos períodos de vida o la vida entera, y el incesto, por otro. El término de “abuso de niños” tiene un rango de aplicación mucho más amplio que el de maltrato infantil. En vista de que mi preocupación es por las categorías y no por la historia o los problemas sociales –no que sea posible comprender categorías sin antes entender estas dos cosas– es normal que el primer paso sea mirar las definiciones. Acá hay dos, ambas escritas por el mismo hombre en menos de una década. En la primera definición, el abuso de niños es:
“Un ataque o lesión física, incluyendo lesiones mínimas y heridas fatales, causada a un niño de manera no accidental por personas que tienen a su cargo su cuidado” (Gil, 1968, p. 20).
La segunda definición:
“Se entiende por abuso de niños las brechas o déficits existentes entre las circunstancias de vida que facilitarían su desarrollo óptimo, a los que deberían tener derecho, y sus circunstancias actuales, sin importar quiénes sean los causantes o agentes del déficit” (Gil, 1975).
Ambas definiciones son de David G. Gil. La primera fue usada entre 1967 y 1968 para la primera encuesta nacional de niños abusados y sus abusadores. La segunda fue propuesta por Gil en un testimonio que rindió ante la subcomisión para los niños y la juventud del Senado de los Estados Unidos en 1973. Empecemos con la primera de ellas, que es en el fondo una definición de maltrato físico.
Gil y sus compañeros en la Universidad de Brandeis prepararon un cuestionario y lo enviaron a todas las agencias estatales encargadas de reportar el abuso de niños (y a muchas agencias locales). Recibió alrededor de seis mil reportes en el primer año y, tal vez, siete mil el siguiente. Además, hizo una encuesta para saber cuántas personas conocían por lo menos a un niño que había sido abusado, en los términos de la definición citada. También revisó la manera en la que los medios reportaban los casos, arrestos, etc.
Los resultados, publicados en 1970 como “Violencia contra los Niños” –Violence Against Children–, concluían que “la magnitud del abuso físico a los niños que termina en lesiones serias no constituye un gran problema social” (Gil, 1970, p. 13) porque no había mucho y solo el 40 % de los casos podían considerarse como graves. Solo el 3,4 % de los casos eran fatales y solo el 4,6 % conllevaba a daños (físicos) permanentes. Comparado con los millones de niños que sufrían de otras maneras en los Estados Unidos, el abuso físico, de acuerdo con la definición de Brandeis, es más bien un problema pequeño, así sea horrible en los casos individuales.
Antes de seguir con la segunda definición, es importante notar que Gil inmediatamente fue acusado de haber subestimado el problema de manera radical. Es razonable pensar así. En 1967 nos decía que existían 7.000 casos reportados, más aquellos que no se reportaban. El Centro Nacional sobre Abuso de Niños –National Center on Child Abuse– reportó que para 1982 –15 años después– 1,1 millones de niños habían sido abusados (una cifra que, como vimos, se elevó a 2,4 millones para 1989). ¡Esa parece una discrepancia bastante impresionante! Muestra que no estamos hablando de una pequeña variación en las definiciones. De hecho, de los 1,1 millones, solo 69.739 entran en la categoría de abuso y/o negligencia física. Esta última cifra no se ha disectado con confianza, pero se estima que la negligencia es responsable de alrededor de 70.000 casos. Dado el inmenso sistema de reporte que se implementó después 1967, las cifras de Gil pueden haber estado equivocadas solamente por una razón de tres.
La primera definición, la definición Brandeis, es quizás la mejor que cualquiera pudiera hacer en veinticinco palabras o menos. Los términos son claros, no son técnicos, pero tienen significados bien establecidos en la jerga jurídica y el precedente: “no accidental”, “ataque físico”, “herida física”, “cuidadores”. La segunda definición de Gil, en comparación, parece un monstruo gramatical. A pesar de que en esta segunda definición pone su opinión de forma engorrosa, en el fondo está diciendo algo muy importante. En la primera, estaba intentando no parecer radical ante un público conservador. Pensaba que el maltrato infantil no era un problema tan grande. También consideraba que la sociedad americana trataba injustamente a sus niños. En el paso de un lenguaje de protección a los términos de su segunda definición, su objetivo se iba aclarando. Para él, existían tres niveles de abuso: la familia, la institución y la sociedad en general. El abuso institucional incluía el que cometían los colegios, guarderías, la policía, el sistema judicial, las casas de paso, los establecimientos médicos, las instituciones de ayuda social, etc. El nivel social pareciera incluir toda la sociedad.