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Un reto fundamental para quien se acerca a la vida de Jesús con el interés de comprenderla históricamente consiste en reconocer que su punto de partida es una fuente documental: un conjunto de textos, unas memorias y tradiciones transmitidas en la forma manuscrita de la antigüedad, a partir de las cuales debe alcanzar, mediante un salto conceptual, una interpretación veraz. Este gran paso hacia una nueva mirada, cualesquiera que sean los fines perseguidos por quien indaga, no es posible sin el desarrollo y la aplicación de unos criterios de autenticidad histórica que, en la actualidad y entre gran parte de los investigadores, son comúnmente aceptados. Para mostrar la forma en la que se aplican estos criterios, y también para señalar las dificultades y límites que encierra su empleo sistemático, a lo largo de mi obra destino algunos apartes a tal fin. Menciono de antemano, como abrebocas, cuatro de estos criterios con la idea de propiciar en el lector su apreciación crítica:
• El de la atestiguación múltiple que busca verificar la presencia de un hecho o dicho de Jesús en fuentes literarias independientes.
• El de rechazo y ejecución de Jesús que autentica las palabras y las acciones que explican o resultan acordes con el relato de la crucifixión de Jesús, narrativa considerada como la parte más antigua de las tradiciones acerca de él.
• El de dificultad que opta por los textos que levantan dificultades teológicas o situaciones embarazosas, pues resulta dudoso que hayan sido inventados por quienes transmitieron la tradición en la iglesia primitiva.
• El de coherencia que sostiene que tienen probabilidad de ser históricos los materiales congruentes con los dichos y hechos que previamente han pasado el examen de los criterios antes citados.
Sumado a lo anterior, un cambio profundo se produjo en la imagen de Jesús de Nazaret en la segunda mitad del siglo XX. Fue provocado por dos hallazgos fortuitos que causaron sensación en los medios de comunicación, levantaron toda clase de inquietudes acerca de la historicidad de las tradiciones cristianas y pusieron en las manos de académicos e investigadores —dentro y fuera de los círculos religiosos— un valioso alijo de manuscritos antiguos y otros artefactos.
El primer descubrimiento sucedió en 1945 y se conoce como la biblioteca de Nag Hammadi, un pueblo del Alto Egipto, entre cuyos códices escritos en copto se encontró una colección de dichos de Jesús de una corriente religiosa gnóstica cristiana, colección conocida hoy como Evangelio de Tomás. Los manuscritos de esta biblioteca ampliaron la comprensión acerca de la diversidad del cristianismo durante sus primeros tiempos. Luego, entre 1947 y 1956, se encontraron más de ochocientos rollos de pergamino escritos que estaban ocultos en las profundidades de once cuevas ubicadas cerca de Qumrán, en Israel y que fueron denominados genéricamente como «los Manuscritos del Mar Muerto». Este segundo descubrimiento era parte de las colecciones de textos, en su mayoría sagrados, escritos en hebreo, arameo y griego, que pertenecieron a la secta de los esenios: una comunidad y una escuela de pensamiento que había sido mencionada en relatos antiguos. La identificación, clasificación, conservación y divulgación de estos textos traducidos a las lenguas modernas, más allá del círculo de los especialistas, tardó años. Sin embargo, el efecto que la interpretación de estos hallazgos tuvo sobre la comprensión histórica de la antigüedad judía y del período de formación del cristianismo fue enorme, así como su impacto en nuestro tema: Jesús y su contexto histórico y cultural.
En el campo de la literatura religiosa judía, los rollos del Mar Muerto proporcionaron manuscritos de la Biblia hebrea de gran calidad y con mayor antigüedad que los conocidos en su momento, entre los que sobresalía el texto de Isaías, un libro profético, preservado actualmente en el Santuario del Libro, en el Museo de Israel, en Jerusalén. Además, los pergaminos representaron una evidencia de primera mano para entender mejor la vida de los esenios y la diversidad de las tradiciones religiosas judías de la antigüedad. Asimismo, para la historia del cristianismo primitivo, su estudio acrecentó la comprensión del judaísmo de la época de Jesús y de tradiciones como la esperanza mesiánica y el fin de los tiempos.
En consecuencia, estos hallazgos y las investigaciones posteriores dinamizaron la interpretación textual, literaria e histórica del Nuevo Testamento, así como el interés por la figura de Jesús. Sin ellos, mucho de lo elaborado por los autores que reseño en este libro probablemente nunca se habría escrito.
Como he indicado, el trabajo de divulgación —objetivo de mi libro— surgió del interés que me suscitó la lectura de la obra clásica de Albert Schweitzer, cuya primera edición se publicó en 1906. Sin embargo, he adoptado como pilares los trabajos de investigadores contemporáneos —publicados entre el último tercio del siglo XX y la segunda década del siglo XXI— que corresponden a la fase actual de la indagación acerca del Jesús histórico, conocida en medios académicos como «third quest»5. La cual se caracteriza por el marcado acento histórico-social en la interpretación del destino de Jesús en la sociedad de su tiempo, la reinserción de su movimiento en el judaísmo, y la utilización de fuentes no canónicas al lado de las fuentes canónicas. Dada la vastedad de sus perspectivas, esta fase ha conducido a cierta pluralidad de imágenes de Jesús que están estrechamente relacionadas con la decisión de los estudiosos de privilegiar unas fuentes sobre otras.
En mi caso, opté por mantener un diálogo constante entre las fuentes canónicas —de manera especial los evangelios sinópticos Mateo, Marcos y Lucas— y la literatura judía de los siglos II a.e.c. y II e.c., manteniendo como fondo la tradición profética ancestral de la cultura religiosa hebrea. Coincido con el siguiente criterio metodológico general: en la vida de Jesús «lo que es plausible en el contexto judío y permite comprender la génesis del cristianismo primitivo, puede ser histórico»6.
Así pues, mi trabajo sigue especialmente las obras de Geza Vermes, autor de Jesús el judío, La religión de Jesús el judío y El auténtico Evangelio de Jesús; Ed Parish Sanders, autor de Jesús y el judaísmo y La figura histórica de Jesús; Antonio Piñero, autor de Guía para entender el Nuevo Testamento, Aproximación al Jesús histórico y Jesús y las mujeres; John P. Meier, autor de Un judío marginal; Bart D. Ehrman, autor de Jesús, el profeta judío apocalíptico; Paula Fredriksen, autora de When Christians Were Jews, The First Generation y Jesus of Nazareth, King of the Jews; Gerd Theissen, autor de La religión de los primeros cristianos y coautor junto con Annette Merz de El Jesús histórico, y Mauro Pesce, coautor junto con Corrado Augias de Investigación sobre Jesús y, junto con Adriana Destro, de La muerte de Jesús. También menciono a otros autores influyentes en los capítulos correspondientes.
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Este libro está dirigido, de forma exclusiva, hacia la investigación histórica de la figura de Jesús de Nazaret, expone sus temas, problemas y métodos, y no debate doctrinas religiosas o teológicas. Se divide en seis capítulos que destacan hitos de la investigación.
El primer capítulo trata sobre los orígenes de la investigación acerca de la vida de Jesús y revela el hito originario, la primera reconstrucción histórica de su imagen: la del caudillo religioso que anunció un reino terrenal glorioso para los israelitas. Expone el camino y las motivaciones que, en la época de la Ilustración, llevaron a H. S. Reimarus, profesor alemán de lenguas orientales, a plantearse la necesidad de descubrir el propósito de la predicación de Jesús y las expectativas de sus seguidores, y los resultados que alcanzó su investigación. El capítulo presenta la forma característica en la que Jesús esperaba la liberación política y religiosa de su pueblo movido por la esperanza en un reinado de Dios que llegaría con el fin de los tiempos, una de las primigenias utopías socio-religiosas de la humanidad.
El segundo capítulo valora las fuentes para emprender el estudio de la imagen histórica de Jesús y la separa del culto al Cristo de la fe. A pesar de presentar temas técnicos como la teoría de las dos fuentes de la tradición evangélica y la caracterización de los evangelios como mitos cultuales, dicha exposición le facilita al lector la comprensión de la historia de la redacción y la datación de los relatos evangélicos, el descubrimiento de las comunidades de «cristianos antiguos» en los que estos adquirieron forma, la cuestión de sus autores y el modo en que se valoran hoy en día las fuentes cristianas, judías y romanas respecto a la existencia y la vida de Jesús, empleando criterios de autenticidad histórica. El mayor hito histórico, descrito en este capítulo, es el proceso que condujo de la interpretación sacral del texto de los evangelios a su estudio socio-cultural, gracias al encuadre contextual de la crítica literaria de las tradiciones.
El tercer capítulo expande las fuentes de la investigación a la literatura y cultura judías de la época, incluidos los renombrados Manuscritos de Qumrán y expone la visión judío-galilea de la vida de Jesús. Sobrecoge, en este contexto, descubrir en Jesús al hombre santo carismático, curador y exorcista, al galileo menospreciado, al sospechoso de animar una insurrección y, de manera simultánea, también al enviado del Reino de Dios, esperado con ansiedad por él y por la generación de sus seguidores, hombres y mujeres cuya fe, pensaban, ponía a su alcance un tiempo de salvación profetizado durante siglos. Esta visión constituye un logro relevante de la investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret en el siglo XX y uno de sus hitos perdurables.
Ejecutado como sedicioso, degradados él y sus tradiciones proféticas, el cuarto capítulo rememora para el lector contemporáneo los ritos de la antigua religión sacrificial judía, a partir de los cuales sus seguidores elaboraron la explicación de la muerte de Jesús. Explora como hito histórico el significado político-religioso de títulos como «el Cristo», «Elías» y «el profeta», atribuidos en diversas circunstancias a Juan el Bautista y a Jesús de Nazaret; examina la relación entre los dos profetas y expone una visión crítica sobre «la historia de la pasión», el relato que sirvió de base a la composición de los evangelios. Para concluir, discute el enigma de la desaparición del cuerpo de Jesús y presenta recientes hipótesis explicativas.
El quinto capítulo reconstruye y da vida a la revuelta judía ocurrida entre los años 66 y 70 e.c. contra el poder romano. Es decir, el conflicto bélico que culminó en la destrucción de Jerusalén y su Templo, y significó la desaparición de algunas confesiones religiosas del Oriente próximo y la expansión de otras, entre estas últimas el judaísmo rabínico y el judaísmo nazareno7 o mesianista, cuyos seguidores llegaron a ser llamados cristianos. Además, se examinan los relatos acerca de la creencia en la resurrección de Jesús y se descubre su contexto y su sentido en el ideario de los profetas del fin de los tiempos y la restauración de Israel. La imagen de Jesús como profeta apocalíptico, otro hito de la investigación, se revela como aproximación segura a su figura histórica.
Por último, el sexto capítulo se propone recuperar a Jesús en sus propias palabras, en línea con el interés por establecer la autenticidad de los dichos de Jesús, existente desde la antigüedad. Asimismo, presenta el sentido de sus palabras de sabiduría, sus enseñanzas mediante parábolas y sus oraciones, pero a la luz de la mentalidad moderna, secular, y en un intento por alcanzar el estrato de la tradición más cercano a su vida.
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Convenciones usadas para la expresión de las fechas
Se utilizan las expresiones era común (e.c.) y antes de la era común (a.e.c.) para designar siglos, décadas y años. Estas expresiones equivalen a las designaciones cronológicas de origen cristiano antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.).
Fuente de las citas del Nuevo Testamento
De manera general, se prefirió el uso de una sinopsis en castellano de los evangelios que sigue el modelo de las sinopsis en texto griego. Se trata de la obra Sinopsis de los Evangelios, de José Alonso Díaz y Antonio Vargas-Machuca, publicada por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, en 1996. En otros casos, se empleó como fuente la Biblia de Jerusalén, publicada por la Editorial Española Desclée De Brouwer, en Bilbao en 1984.
Fuentes antiguas
Las citas de autores de la antigüedad se hacen de forma genérica, sin especificar una edición en particular. Los autores y obras citadas son los siguientes:
Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica.
Filón de Alejandría, Embajada a Gayo, Sobre la vida contemplativa y Apología de los judíos.
Josefo, Guerra judía y Antigüedades judías.
Justino, Diálogo con Trifón.
Orígenes, Contra Celso.

Notas
1 Mt 1, 16.
2 Raymond E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento (Madrid: Editorial Trotta, 2002), Tomo 1, 166-167.
3 John P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Navarra: Editorial Verbo Divino, 1998), Tomo 4, 34.
4 Bart D. Ehrman, Jesús, el profeta judío apocalíptico (Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica), pág. 137.
5 Este concepto, que significa en español «tercera búsqueda», fue propuesto por Stephen C. Neil y Tom Wright en su obra The Interpretation of The New Testament, 1861-1986. En las últimas décadas algunos autores han señalado importantes vacíos historiográficos en esta obra. Ver, por ejemplo, Mauro Pesce. Tre fasi della ricerca sul Gesù storico non sono mai esistite. Un errore storiografico, 2010, academia.edu.
6 Gerd Theissen y Annette Merz, El Jesús histórico. Manual (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2012), 28.
7 Hch 24, 5.
Capítulo 1
El caudillo galileo que anunciaba un reino terrenal glorioso para los israelitas
El comienzo de los estudios históricos sobre la vida de Jesús: las preguntas de H. R. Reimarus (1694-1768) acerca del propósito de Jesús y sus seguidores

Ilustración 1. Fotograma de la película Son of God,dirigida por Christopher Spencer, (2014).
Existe un debate acerca de la imagen histórica de Jesús que estuvo asentado en las grandes polémicas de la filosofía alemana y se recuerda como la «Disputa sobre los Fragmentos»8. En una época temprana de la formación del pensamiento moderno —entre 1777 y 1778—, enfrentó a Gotthold Ephraim Lessing —escritor y dramaturgo alemán, director de la biblioteca ducal de Wolfenbüttel y editor de su revista— con un círculo de teólogos al que se unió el pastor Johann Melchior Goeze, cabeza de la iglesia luterana de la ciudad-estado de Hamburgo.

Ilustración 2. Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781). Óleoatribuido a Anna Rosina de Gasc. Gleimhaus Halberstadt.

Ilustración 3. Johann Melchior Goeze (1717-1786). Grabado de Gustav Könnecke. Bilderatlas. The History of German National Literature.
El motivo del debate surgió luego de que, en la revista de la biblioteca, se publicaran una serie de textos, presentados como «Comentarios a los Fragmentos de un autor anónimo», en los que se sometían a la crítica racional tesis corrientes de la doctrina cristiana. Entre ellas, el carácter revelado de las Escrituras, la fundamentación del Nuevo Testamento en las profecías del Antiguo Testamento (es decir, en la Biblia hebrea del siglo I que incluía la Torá, Profetas y Escritos), la veracidad de los prodigios mencionados en el relato del paso del Mar Rojo por los israelitas y, por último, la verosimilitud y motivación de las narraciones sobre la resurrección de Cristo.
El autor de los Fragmentos —cuyo nombre ocultó de manera deliberada Lessing— se apoyaba en un fino análisis filológico de los textos bíblicos para realizar una lectura crítica de la tradición religiosa. Su método de análisis histórico se sustentaba en preguntas preconizadas por los pensadores de la Ilustración: «¿Sucedieron realmente los acontecimientos? ¿Fueron las circunstancias que los rodearon tal y como se afirma? ¿Sucedieron de forma natural, por la acción de alguien o por casualidad?»9.
Cuando los Fragmentos, publicados por entregas, abordaron el Nuevo Testamento en la publicación de un texto titulado Acerca de la finalidad de Jesús y sus discípulos, el debate alcanzó su momento más álgido y el pastor jefe de la comunidad luterana, Goeze, se decidió a alcanzar una victoria a su estilo; es decir, de forma autocrática. Obtuvo de la corte la revocación del permiso que poseía el director de la biblioteca para publicar sin censura previa y, además, la prohibición de divulgar material sobre temas religiosos: artículos que atacaran «las pruebas de la verdad del cristianismo» no volverían a circular libremente.
Pero ¿qué decía el texto acerca del propósito de Jesús y sus discípulos? ¿Acaso contenía un ataque a la doctrina convencional del cristianismo? Y, además, ¿quién fue su autor? A continuación responderé estos interrogantes, empezando por el último.
El hombre detrás de los Fragmentos
Hermann Samuel Reimarus (1694-1768) fue un erudito graduado en Teología, Filosofía y Lenguas en la Universidad de Jena; profesor de lenguas orientales en el Gymnasium illustre de la ciudad hanseática de Hamburgo —su ciudad natal—, anticuario y figura central de la filosofía deísta en Alemania10. A él se debe la autoría de los Fragmentos, la cual solo vino a confirmarse públicamente cuatro décadas después de su muerte, cuando su hijo entregó a la biblioteca de Hamburgo los manuscritos de su obra11.
La circulación en forma anónima de escritos de pensadores de la Ilustración era frecuente. Así era posible escapar de la censura, en el mejor de los casos, y de la persecución o la cárcel, en el peor. En vida, Reimarus mostró sus trabajos a un número limitado de conocidos y su precaución no fue vana. Las preguntas que se atrevió a hacer implicaban una ruptura con las formas tradicionales del pensamiento religioso y con quienes las empleaban para detentar posiciones de poder. Tampoco fue infundada la cautela con la que procedió Lessing —el editor censurado—, al publicar anónimamente y por entregas dichos Fragmentos.

Ilustración 4. Hermann Samuel Reimarus (1694-1768). Grabado. Staats- und Universitätsbibliothek Hamburg.
El trabajo de Reimarus acerca del propósito perseguido por Jesús y sus discípulos hacía una lectura de los textos evangélicos en la que fue retirado lo sobrenatural, para permitir otra interpretación del escueto acontecer humano. Dio a los evangelios el tratamiento de objetos históricos, el mismo que podía darse a otros textos de la antigüedad clásica, permitiendo examinar su autenticidad y su veracidad; además, consideró a los personajes de los relatos bíblicos y a sus autores como sujetos cuyas motivaciones y circunstancias históricas podían y debían investigarse. Utilizó el Nuevo Testamento como fuente de sus indagaciones y lo contrastó con otras referencias documentales cercanas al tiempo de los acontecimientos, como las conocidas obras del historiador judío Josefo (37-100)12, escritas en el mismo período de formación y fijación de las tradiciones neotestamentarias.
También desarrolló una interpretación de tipo historiográfico acerca del movimiento liderado por el predicador de Galilea, de los motivos de su credo religioso y sus actividades. De ella comenzó a emerger, por primera vez, una figura histórica plausible del mesías de los Evangelios, Jesús de Nazaret, y un relato diferente de las tensiones que rodearon su vida y la de sus discípulos.
¿Por qué Jesús proclamaba que el Reino de los Cielos estaba por llegar?
Reimarus detuvo su atención en un acervo de tradición sobre la actividad de Jesús de Nazaret que aparece en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas): el anuncio de la llegada inminente del Reino de Dios, al que acompañaba un llamado vehemente a la conversión del pueblo; es decir, a una adhesión irrevocable a las leyes religiosas ancestrales de su comunidad. Este anuncio es el eje central de su predicación antes de la subida a Jerusalén y el argumento de un buen número de sus parábolas.
En sus Fragmentos, Reimarus se dedicó a indagar el significado que pudo tener este anuncio y halló un estadio previo de tradición referido a Jesús, una veta de material histórico que supo diferenciar del resto de la enseñanza transmitida por sus seguidores en las cartas de Pablo y en los evangelios.
Fue en esta tradición textual donde encontró señales que conducían al hombre y a sus propósitos originales. En ella se afirmaba que, al comienzo de su predicación, Jesús recorrió Galilea —una región al norte de Israel situada entre el Mar Mediterráneo y el lago de Genesaret, gobernada por el etnarca Herodes Antipas, nombrado por el emperador romano Augusto— y convocó a doce discípulos, instruyéndolos para que difundieran una advertencia de corte profético: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca». Jesús les dio normas detalladas, mencionó que el día del Juicio caería con rigor sobre las ciudades que no los recibieran ni los escucharan, y les aseguró: «No acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre»13.
Reimarus se planteó los siguientes interrogantes: ¿A qué propósito servía esta predicación? ¿Qué objetivos perseguían Jesús y sus seguidores con ella? Su respuesta a ellos constituye una muestra del pensamiento ilustrado del siglo XVIII en Europa y permite apreciar el nacimiento de un cambio radical en la manera de concebir la imagen de Jesús de Nazaret desde una perspectiva histórica, que está consignada en un pasaje central de sus escritos:
Si fuera verdad que el objetivo de Jesús era que todos los hombres creyeran en él como un salvador espiritual [...] y que con su muerte y sufrimiento deseaba salvar a la humanidad, aunque sabía que los judíos no esperaban un salvador de esa clase y no tenían otra idea que la de un liberador de Israel que los librara de la servidumbre y que construyera un reino terrenal glorioso para ellos, ¿por qué, entonces Jesús envió a anunciar en todos los pueblos, escuelas y casas de Judea que el Reino de los Cielos estaba por llegar? Lo cual significaba que el reino del libertador o mesías estaba por comenzar. Él sabía que el pueblo iría tras un rey terrenal […] a menos que recibiera otra enseñanza diferente sobre esta buena nueva que aquella que había aprendido de acuerdo al significado generalizado de estas palabras. ¿No ha debido Jesús esforzarse primordialmente, con la ayuda de sus apóstoles [...] en desterrar la ignorancia de sus burdas ilusiones y, en cambio, dirigir su fe, su arrepentimiento y su conversión hacia la dirección correcta? [...] Pero Jesús no les transmitió otra idea acerca de él [...] debió tener total conciencia de que, ante el anuncio de la venida del Reino de los Cielos, solo podía despertar en los judíos la esperanza de un mesías terrenal; por consiguiente, este debió haber sido su objetivo al tratar de abrir sus ojos [...] Es evidente que los discípulos, tanto antes como después, conservaron la ilusión o la creencia en él como un mesías salvador de Israel, y no se convirtieron a ningún otro [...].