La vida de los Maestros

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»Si yo hubiera persistido hasta el fin ¿qué hubiera pasado? La reacción, ¿sobre quién hubiera caído? Sobre mí. Yo conozco la Ley. Eso que expreso vuelve a mí, seguro. No expreso entonces más que el bien y este regresa a mí como tal. Vosotros habríais visto que si yo persistía en mi tentativa de hacer hielo, el frío habría actuado sobre mí antes del fin y yo me hubiera helado, recogiendo así la cosecha de mi deseo. En tanto que si yo expreso el bien, recojo eternamente su cosecha.
»Mi aparición esta tarde en este cuarto se explicará de igual modo. En la pequeña habitación donde me habéis dejado, elevé las vibraciones de mi cuerpo hasta que este volvió al Universal donde toda sustancia existe. Después, por el intermedio de mi Cristo, he tenido mi cuerpo en mi pensamiento hasta bajar las vibraciones y permitirle tomar forma precisamente en esta habitación, donde podéis verle. ¿Dónde está el misterio? ¿No empleo yo el poder, la ley que me ha sido dada por el Padre a través del Hijo bienamado? Ese Hijo, ¿no sois vosotros, no soy yo, no es toda la humanidad? ¿Dónde está el misterio? No existe.
Recordad el grano de mostaza y la fe que él representa. Esta fe nos viene del Universal por el intermedio del Cristo interior ya nacido en cada uno de nosotros. Como una partícula minúscula ella entra en nosotros por el Cristo, nuestro pensamiento supraconciente, es el asiento de la receptividad en nosotros. Entonces, es necesario transportarla a la montaña al punto más elevado, la cúspide de la cabeza y mantenerla ahí. Es necesario seguidamente, permitir al Espíritu Santo descender. Aquí es el lugar del mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza, con todo tu pensamiento». Reflexionad, ¿qué sois? Corazón, alma, fuerza, pensamiento. Llegados a este punto, ¿qué hacer sino entregar todo a Dios, al Espíritu Santo, al Espíritu viviente del cual estoy lleno?
»Este Santo Espíritu se manifiesta de diferentes formas, seguido por pequeñas entidades que llaman a la puerta y buscan entrar. Hay que aceptarlas y permitir al Espíritu Santo unirse a ese ínfimo grano de fe. Él lo rodeará y se agregará, como habéis visto a las partículas de hielo adherirse al cristal central. El conjunto crecerá, parte por parte, capa por capa, como el témpano. ¿Qué sucederá? La fe se exteriorizará, se expresará. Uno continúa, multiplica y expresa el germen de fe hasta que pueda decir a la montaña de las dificultades: “Quítate de ahí y échate al mar”. Y será hecho. Llamad a ello cuarta dimensión o de otro modo si lo preferís. Nosotros, le llamamos “Dios que se expresa por el Cristo en nosotros”.
»El Cristo ha nacido así. María, la madre modelo, percibe el ideal, lo mantiene en su pensamiento y después lo concibe en el suelo del alma. Allí fue mantenido un tiempo, después exteriorizado como un niño Cristo perfecto, Hijo único de Dios. Su madre lo nutre, lo protege, le da lo mejor de ella misma, lo cuida y lo quiere hasta su paso de la infancia a la adolescencia. Es así como el Cristo viene a nosotros, primero como un ideal implantando en el terreno de nuestra alma, en la religión central donde reside Dios. Mantenido luego en el pensamiento como ideal perfecto, nace, expresado como el Niño perfecto, Jesús el recién nacido.
»Vosotros habéis visto lo que ha sucedido aquí y dudáis de vuestros ojos. No os censuro. Veo la idea del hipnotismo en el pensamiento de alguno de vosotros. Hermanos mío, hay entonces entre vosotros quienes no creen poder ejercer todas las facultades innatas de Dios, manifestadas esta noche. ¿Habéis creído por un instante que yo controlo vuestro pensamiento, o vuestra vista? ¿Creéis que si yo quisiera podría hipnotizaros, ya que lo habéis visto todos? ¿No se cuenta en vuestra Biblia que Jesús entró en un cuarto, en el cual las puertas estaban bien cerradas? Yo hice como él. ¿Podéis suponer por un instante que Jesús, el Gran Maestro haya tenido necesidad de usar la hipnosis? Él empleaba los poderes que Dios le había dado como yo lo he hecho esta noche. No he hecho nada que cada uno de vosotros no pueda hacer también. Y no solamente vosotros. Todo hijo nacido antes o ahora en este mundo dispone de los mismos poderes. Deseo que esto quede claro en vuestro espíritu. Sois individualidades, no personalidades ni autómatas. Tenéis libre albedrío. Jesús no tenía necesidad de hipnotizar, como nosotros tampoco. Dudad de nosotros tanto como queráis, hasta que vuestra opinión sobre nuestra honestidad o hipocresía se haya aclarado. Descartad por ahora la idea de hipnosis o al menos dejadla pasiva hasta que hayáis profundizado en el trabajo, os pedimos únicamente un espíritu abierto».
IV
Nuestro siguiente desplazamiento era una idea y retorno lateral. Dejamos entonces en el lugar el grueso de nuestros equipajes y nos pusimos en marcha al día siguiente, por la mañana, hacia un pequeño pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí. Solo Jast nos acompañó. El sendero no era de los mejores y sus meandros eran algunas veces difíciles de seguir a través de la densa fronda de ese país. La región era dura y accidentada, el camino no parecía haber sido frecuentado. Tuvimos algunas veces que abrirnos paso a través de viñas salvajes. A cada demora, Jast manifestaba impaciencia. Nos sorprendimos, ya que era tan equilibrado. Esa fue la primera y última vez en el curso de esos tres años y medio que perdió la calma. Comprendimos más tarde el motivo de su impaciencia. Llegamos a nuestro destino esa misma noche, cansados y hambrientos, ya que habíamos caminado todo el día con tan solo un breve descanso para la comida del mediodía.
Una media hora antes de la caída del sol entramos en un pequeño pueblo de unos doscientos habitantes. Cuando se extendió el rumor de que Jast nos acompañaba, todos salieron a nuestro encuentro, viejos y jóvenes con sus animales domésticos. Aunque nosotros éramos objeto de curiosidad, enseguida nos dimos cuenta que el interés estaba centrado en Jast.
Lo saludaban con enorme respeto. Después de que hubo dicho algunas palabras, la mayor parte de los habitantes regresó a sus ocupaciones. Jast nos preguntó si queríamos acompañarlo, mientras preparaban nuestro campamento para la noche. Cinco de nosotros respondieron que querían descansar, los demás y algunos habitantes del poblado, seguimos a Jast hacia el extremo del claro que rodeaba al pueblo.
Después de haberlo atravesado, penetramos en la jungla, donde no tardamos en encontrar una forma humana extendida sobre la tierra. Al primer vistazo la tomamos por un cadáver, pero una segunda mirada, fue suficiente para darnos cuenta que la postura denotaba la calma del sueño. La figura era la de Jast, lo cual nos dejó petrificados de estupor. De repente, en tanto que Jast se acercaba, el cuerpo se animó y se levantó. El cuerpo y Jast se mantuvieron un momento frente a frente. No había error posible: los dos eran Jast. Después, en un instante, el Jast que nos había acompañado desapareció y únicamente quedó un ser de pie delante de nosotros. Todo pasó en menos tiempo del que es necesario para contarlo, pero nadie hizo pregunta alguna.
Los cinco que habían preferido descansar, llegaron corriendo sin que los hubiéramos llamado (más tarde les preguntamos por qué habían venido) la respuesta fue: «No lo sabemos». «Nuestro primer recuerdo es encontrarnos todos de pie corriendo hacia vosotros». «Nadie recuerda ninguna señal y estábamos ya lejos cuando nos dimos cuenta de lo que hacíamos».
Uno de nosotros gritó: «Mis ojos se han abierto tan grandes que veo más allá del valle de la muerte. Me son reveladas tantas maravillas que soy incapaz de pensar».
Otro dijo: «Veo el mundo entero triunfar de la muerte». Una cita me viene al espíritu con una claridad enceguecedora: «El último enemigo, la muerte, será vencida». ¿No es el cumplimiento de esas palabras? Nosotros tenemos mentalidades de pigmeos al lado de este entendimiento gigantesco y por lo tanto simple. Y hemos osado considerarnos como inteligencias luminosas. Somos niños. Comienzo a comprender las palabras: «Es necesario que vosotros volváis a nacer». ¡Cómo son de verdaderas!
El lector imaginará nuestra estupefacción y perplejidad. He aquí un hombre que nos había acompañado y servido todos los días y que podía extender su cuerpo por tierra para proteger a un pueblo y continuar por otro lado un servicio impecable. Nos sentimos forzados a cortar las palabras: «El más grande de entre vosotros, es aquel que sirve a otros». A partir de ese instante, el temor de la muerte desapareció de todos nosotros.
Esas gentes tenían la costumbre de colocar un cuerpo en la jungla, delante de un pueblo, cuando estaba infestado de merodeadores de dos o cuatro patas. La aldea estaba entonces al abrigo de las depredaciones humanas y de animales, como si estuviera situada en un centro civilizado. Era evidente que el cuerpo de Jast había reposado allí durante un lapso considerable. Su cabellera había estado apoyada en la maleza y contenía nidos de una especie de pequeños pajarillos particulares de este país. Habían construido sus nidos, criado sus pequeños y estos ya volaban, de ahí la prueba del tiempo inmóvil durante el cual ese cuerpo había permanecido allí extendido e inmóvil. Ese género de pájaros son muy temerosos, el menor trastorno les hace abandonar sus nidos. Ello muestra el amor y la confianza del que habían dado muestras.
Los tigres devoradores de hombres, aterrorizan a las aldeas, hasta el punto que los habitantes rehúsan algunas veces defenderse y creen que su destino es ser devorados. Los tigres entran en el pueblo y eligen su víctima. Fue delante de uno de esos pueblos, en el corazón mismo de una espesa jungla, que vimos el cuerpo de otro hombre extendido con el fin de protegerlo. La aldea había sido asaltada por tigres y habían devorado cerca de doscientos habitantes. Nosotros vimos cómo uno de esos tigres caminaba con gran precaución por encima de los pies de la forma extendida en tierra. Dos de nosotros observamos esta forma durante cerca de tres meses. Cuando dejamos el pueblo, el cuerpo (la forma) estaba intacto en el mismo lugar y ningún mal había acaecido a los habitantes. El hombre se reunió posteriormente a nuestra expedición en el Tíbet.
Reinaba tal excitación en nuestro campamento que nadie, excepto Jast, cerró los ojos; este dormía como un niño. De vez en cuando, alguno de nosotros se levantaba para verlo dormir, después se acostaba de nuevo diciendo a su vecino: «Pellízcame para que vea si estoy verdaderamente despierto». A veces empleábamos también expresiones más enérgicas.
V
Nos levantamos con el sol y regresamos el mismo día al punto de partida, donde llegamos justo antes de la noche. Instalamos nuestro campamento junto a un enorme baniano. Al día siguiente por la mañana, Emilio nos dio los buenos días. A nuestra lluvia de preguntas, respondió: «Yo no me sorprendo de vuestros interrogantes, responderé lo mejor posible pero dejaré ciertas repuestas para el momento en que conozcáis mejor nuestros trabajos. Notad bien que empleo vuestro propio lenguaje para exponer el gran principio que sirve de base a nuestras creencias.
»Cuando cada uno conoce la Verdad y la interpreta correctamente, ¿no es evidente que todas las formas vienen de la misma fuente? ¿No estamos ligados indisolublemente a Dios, sustancia universal del pensamiento? ¿No formamos todos una gran familia? Cada niño, cada hombre ¿no forma parte de esta familia sea cual sea su casta o religión?
»Vosotros me preguntáis si se puede evitar la muerte. Responderé con las palabras de Siddha: “El cuerpo humano se construye partiendo de una célula individual como el cuerpo de las plantas y de los animales, que nosotros llamamos hermanos más jóvenes y menos evolucionados. La célula individual es la unidad microscópica del cuerpo. Por un proceso de crecimiento y de subdivisión, el ínfimo núcleo de una única célula acaba por volverse un ser humano completo, compuesto de incontables millones de células. Estas se especializan en diferentes funciones, pero conservan ciertas características esenciales de la célula original. Se puede considerar a esta última como la portadora de la antorcha de la vida animada. La célula transmite, de generación en generación, la llama latente de Dios, la vitalidad de toda criatura viviente, la línea de sus ancestros es ininterrumpida y se remonta al tiempo de la aparición de la vida sobre nuestro planeta.
»La célula original está dotada de una juventud eterna, pero ¿qué es de las células agrupadas en forma de cuerpo? La juventud eterna, llama latente de la vida es una de las características de la célula original. En el curso de sus múltiples divisiones, las células del cuerpo han retenido esta característica. Pero el cuerpo no funciona como guardián de la célula individual más que durante el corto espacio de vida, tal como vosotros lo concebís actualmente.
»Por revelación, nuestros más antiguos educadores han percibido la verdad sobre la unidad fundamental de las reacciones vitales en los reinos animal y vegetal. Es fácil imaginarios arengando a sus discípulos bajo el baniano diciéndoles más o menos esto: “Mirad este árbol gigantesco. En nuestro hermano el árbol y en nosotros los estadios del proceso vital son idénticos. Mirad las hojas y las yemas en las extremidades de los más viejos banianos ¿no son ellos jóvenes como el grano de donde este gigante se elevó hacia la vida?” Ya que sus reacciones vitales son las mismas, el hombre puede ciertamente beneficiarse de la experiencia de la planta. Lo mismo que las hojas y los brotes del baniano son también jóvenes como la célula original del árbol, así mismo los grupos de células que forman el cuerpo del hombre, no son llamados a morir por pérdida gradual de vitalidad. A la manera de óvulo o célula original, estas pueden seguir siendo jóvenes o marchitarse. En verdad, no hay razón para que el cuerpo no esté tan cargado de vitalidad como la semilla vital de donde ha salido. El baniano se extiende siempre simbolizando la vida eterna. No muere más que accidentalmente. No existe ninguna ley natural de decrepitud, ningún proceso de envejecimiento susceptible de alcanzar a la vitalidad de las células del baniano. Es lo mismo para la forma divina del hombre. No existe ninguna ley de muerte ni de decrepitud para ella, salvo accidente. No hay ningún proceso inevitable de envejecimiento de los grupos de células humanas susceptibles de paralizar al individuo. La muerte no es más, entonces, que un accidente evitable.
»La enfermedad es ante todo ausencia de salud (Santi, en indo): Santi es la dulce y gozosa paz del espíritu, reflejada en el cuerpo por el pensamiento. El hombre sufre generalmente la decrepitud senil, expresión que esconde su ignorancia de las causas, a saber: el estado patológico de su pensamiento y de su cuerpo. Una actitud mental apropiada permite así mismo evitar los accidentes. El Siddha dice: “Uno puede preservar el tono del cuerpo y adquirir las inmunidades naturales contra todas las enfermedades contagiosas, por ejemplo la peste, o la gripe. Los Siddhas pueden contagiarse de microbios sin caer enfermos”.
»Recordad que la juventud es el grano de amor plantado por Dios en la forma divina del hombre. En verdad, la juventud es la divinidad en el hombre, la vida espiritual, magnífica, la única viviente, amante, eterna. La vejez es antiespiritual, fea, mortal irreal. Los pensamientos de temor, de dolor, melancolía engendran la fealdad llamada vejez. Los pensamientos de alegría, de amor y de ideal engendran la belleza llamada juventud. La edad no es más que una concha que contiene el diamante de la verdad, la joya de la juventud.
»Ejercitaros para adquirir una conciencia de niño. Visualizad al Niño Divino en vosotros mismos. Antes de dormiros tomad conciencia de poseer en vosotros un cuerpo de alegría espiritual, siempre joven y bello. Pensad en vuestra inteligencia, vuestros ojos, nariz, boca, vuestra piel en el cuerpo del Niño Divino. Todo ello está en vosotros, espiritual, perfecto, y desde ahora, desde esta noche. Reafirmad lo anterior, y meditadlo antes de dormiros apaciblemente. Y por la mañana al levantaros, sugestionaros en voz alta diciéndoos: “Y bien, mi querido…, hay un divino alquimista en ti”.
»Una transmutación nocturna se produce por el poder de estas afirmaciones. El espíritu se expande desde adentro, satura el cuerpo espiritual, llena el templo. El alquimista interior ha provocado la caída de las células usadas y ha hecho aparecer el grano dorado de la epidermis nueva perpetuamente joven y fresca. En verdad la manifestación del amor divino es la eterna juventud. El divino alquimista está en mi templo, fabricando continuamente nuevas células, jóvenes y magníficas. El espíritu de juventud está en mi templo bajo la forma de mi cuerpo divino y todo va bien. ¡Oh Santi! ¡Santi! ¡Santi! (paz, paz, paz).
»Aprended la dulce sonrisa del niño. Una sonrisa del alma es una distensión espiritual. Una verdadera sonrisa posee una gran belleza. Es el trabajo artístico del inmortal Maestro interior. Es bueno afirmar: “Yo envío buenos pensamientos al mundo entero. Que él sea dichoso y bendito”. Antes de abordar el trabajo del día, afirmad que hay en vosotros una forma perfecta divina. “Soy ahora como yo lo deseo. Tengo cotidianamente la visión de mi ser magnífico, al punto de insuflar la expresión a mi cuerpo. Soy un Niño divino y Dios provee mis necesidades ahora y siempre”.
»Aprended a ser vibrantes. Afirmad que el amor infinito llena vuestro pensamiento, que su vida perfecta hace vibrar todo vuestro cuerpo. Haced que todo sea luminoso y espléndido alrededor de vosotros. Cultivad el espíritu de humor, gozad de los rayos del sol.
»Todas estas citas provienen de la enseñanza de los Siddhas. Su doctrina es la más antigua conocida. Data de millares de años antes de los tiempos prehistóricos. Antes incluso de que el hombre conociera las artes más simples de la civilización, los Siddhas iban de aquí para allí enseñando con la palabra y el ejemplo la mejor manera de vivir.
»Los gobiernos jerárquicos nacieron de esta enseñanza. Pero los jefes se alejaron bien rápido de la noción de que Dios se expresaba a través de ellos. Creyeron ser ellos mismos los autores de las obras. Perdiendo de vista el aspecto espiritual y olvidando que todo viene de una fuente única, Dios, se manifestaron bajo un aspecto personal y material. Las concepciones personales de estos jefes provocaron grandes cismas y una vasta diversidad de pensamiento. Tal es para nosotros el sentido de la Torre de Babel.
»A lo largo de las edades, los Siddhas han conservado la revelación del verdadero método por el cual Dios se expresa a través de todos los hombres, recordando que Dios es todo y se manifiesta en todo. Al no haberse desviado nunca de esta doctrina, han preservado los grandes fundamentos de la verdad».
VI
Como teníamos un considerable trabajo que terminar antes de atravesar los Himalayas, el pueblo de Asmah nos pareció el mejor cuartel general. El camarada que habíamos dejado en Potal para observar a Emilio se unió a nosotros. Nos contó que había hablado con él hasta casi las cuatro de la tarde del día en que este debía recibirnos en Asmah. Hacia esa hora Emilio dijo que tenía que ir a la cita, su cuerpo se volvió rápidamente inerte, pareciendo adormecido. Quedó en esta posición casi tres horas, después se volvió invisible progresivamente y desapareció. Fue a la hora de la tarde en que Emilio nos recibió en el alojamiento de Asmha.
La estación no estaba avanzada como para emprender el cruce de las gargantas de las montañas (me refiero a nosotros, nuestro pequeño grupo, que nos considerábamos como simples impedimentos). Aunque nuestros grandes amigos las hubieran podido franquear en mucho menos tiempo que nosotros, ninguno de ellos se quejaba. Es por eso que los llamo grandes, ya que verdaderamente lo son por su carácter. Hicimos muchas excursiones a partir de Asmah, tanto con Jast como con Neprow. En cada ocasión ellos nos dieron la prueba de sus notables cualidades. Una de esas excursiones tenía como fin un pueblo donde se encontraba un templo llamado Templo del Silencio, o Templo No construido por las Manos. Este pueblo contiene el templo y las casas de los sacerdotes y está situado sobre el antiguo emplazamiento de un pueblo casi enteramente asolado por las epidemias y las fieras.
Emilio, Jast y Neprow nos acompañaron y dijeron que visitando ese lugar, los Maestros no habían encontrado más que escasos supervivientes de los tres mil que hubo. Los cuidaron después de que fieras y epidemias desaparecieran. Algunos de los sobrevivientes hicieron el voto, si eran salvados, de volverse seguidores de Dios a la manera que Él eligiera. Los Maestros se fueron. Más tarde, a su regreso, encontraron edificado un templo y los sacerdotes ocupados en sus funciones.
Este templo es magnífico, y está situado en una altura donde se domina una vasta extensión del país. Está construido con piedras blancas y fue hecho hace seis mil años. Nunca necesita reparaciones. Si se hace saltar un fragmento de piedra, este se repara solo (nosotros lo pusimos en práctica).
Emilio dijo: «He aquí el Templo del Silencio, el Lugar de Poder. Silencio es sinónimo de poder, cuando nosotros alcanzamos el lugar de silencio en nuestros pensamientos, estamos en el lugar de poder donde todo no es más que una unidad, un solo poder: Dios. “Estad silenciosos y sabed que yo soy Dios”. Poder disperso igual a ruido. Poder concentrado igual a silencio. Cuando nos concentramos, cuando llevamos nuestras fuerzas a un centro de energía único, tomamos contacto con Dios en el silencio. Estamos unidos a él, entonces estamos unidos a todo poder. Tal es la herencia del hombre: “Mi padre y yo, somos Uno”.
»La única manera de unirse al poder de Dios es entrar en contacto consciente con Él. Ello no puede hacerse en el exterior, ya que Dios emana del interior. «El Señor está en su Santo Templo, que toda la tierra haga silencio ante él”.
»Alejémonos del exterior hacia el silencio interior. Sin ello no podremos esperar la unión consciente con Dios. Comprenderemos que su poder está a nuestra disposición y nos serviremos de él constantemente. Entonces sabremos que estamos unidos a su poder y comprenderemos a la humanidad. El hombre renunciará a las ilusiones de su amor propio, constatará su ignorancia y su pequeñez y estará pronto a instruirse. Se verá que no se puede enseñar nada a los orgullosos y que solo los humildes de espíritu pueden percibir la Verdad. Sus pies reposarán sobre la roca, no se trabará más y adquirirá el sentido del equilibrio y la decisión.
»En un primer momento, le puede ser difícil comprender que Dios es el único poder, la única sustancia, la única inteligencia. Pero a medida que el hombre capta la verdadera naturaleza de Dios y la exterioriza activamente, toma el hábito de servirse constantemente de ese poder, comiendo, corriendo, respirando y cumpliendo las grandes tareas de su vida.
»El hombre no ha aprendido a hacer las grandes obras de Dios, por no haber comprendido la inmensidad del poder de Dios y por no saber servirse de ese poder para las obras menores. Dios no escucha ni nuestro flujo de palabras, ni nuestros clamores ardientes repetidos en vano. Es necesario buscarle en el centro de nuestro Cristo interior, la conexión invisible que poseemos con él en nosotros mismos. Adorado en espíritu y en verdad, él escucha la llamada del alma sinceramente abierta a él. Quienquiera que tome contacto con el Padre en el secreto constatará su poder para la realización de todos sus deseos. Ya que el Padre recompensa públicamente a quien le busca en el secreto de su alma y le tenga allí. Muchas veces Jesús ha hecho alusión a este contacto individual con el Padre. Él lo mantenía perpetuamente y conscientemente en sí mismo. Hablaba al Padre como a un interlocutor presente. ¡Qué gran poder le ha dado esta realización interior secreta! Había reconocido que Dios no habla en el fuego, en la tempestad o en los temblores de la tierra, sino en lo más profundo de nuestras almas con una voz tranquila.
»Esta noción da equilibrio mental. Uno aprende a ir justamente hasta el fin de una idea. Las viejas ideas desaparecen, las nuevas se adaptan. Uno aprende el hábito de juntar todos los problemas delicados para meditarlos durante la hora de silencio. No los resolverá todos, puede ser, pero se familiarizará con ellos. No será necesario más, apurarse y luchar todo el día con el sentimiento de que el fin se escapa. No hay persona más extranjera al hombre, que él mismo. Si quiere conocer a este extranjero, que entre en su gabinete de trabajo y cierre la puerta. Se encontrará con su más peligroso enemigo y aprenderá a dominarlo. También encontrará a su verdadero Yo, su amigo más fiel, su más sabio maestro, su consejero más seguro... todavía el mismo. Es el altar donde brilla la llama eterna de Dios, la fuente de toda bondad, de toda fuerza, de todo poder. Sabrá que Dios reside en lo más profundo del silencio. Es allí también, en el fondo de sí, que reside el Santo de los Santos, donde todo deseo del hombre existe en el Pensamiento de Dios y se confunde entonces con un deseo de Dios. Uno siente y conoce la intimidad de las relaciones entre Dios y el hombre, entre el Padre y el Hijo, entre el espíritu y el cuerpo. Uno ve que la dualidad aparente existe nada más que en la conciencia humana, ya que en la realidad hay unidad.