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El pensador no reformado responde en general diciendo que el hecho de que Dios imponga su poder a personas reacias es violar la libertad del hombre. Violar la libertad del hombre es pecado. Puesto que Dios no puede pecar, no puede imponer unilateralmente su gracia salvadora a pecadores reacios. Forzar al pecador a que quiera, cuando el pecador no quiere, es hacer violencia al pecador. La idea es que al ofrecer la gracia del Evangelio, Dios hace todo lo que puede para ayudar al pecador a ser salvo. El tiene suficiente poder para forzar a los hombres, pero el uso de tal poder sería ajeno a la justicia de Dios.
Eso no proporciona mucho consuelo al pecador en el infierno. El pecador en el infierno debe de estar preguntando: “Dios, si tú realmente me amabas, ¿por qué no me forzaste a creer? Preferiría que mi libre albedrío fuese violentado que estar aquí en este lugar de tormento eterno.” Aun así, las súplicas de los condenados no determinarían la justicia de Dios, si de hecho fuese erróneo que Dios se impusiera a la voluntad de los hombres. La pregunta que el calvinismo hace es: “¿Qué hay de erróneo en que Dios obre la fe en el corazón del pecador?”
A Dios no se le requiere que busque el permiso del pecador para hacer con este, lo que le plazca. El pecador no escogió su país de nacimiento, a sus padres, ni aun nacer en absoluto. Tampoco pidió nacer con una naturaleza caída. Todas estas cosas fueron determinadas por la decisión soberana de Dios. Si Dios hace todo esto que afecta al destino eterno del pecador, ¿qué habría de erróneo en que El dicta un paso más para asegurar su salvación? ¿Qué querrá decir Jeremías cuando clamó: “Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido.” (Jer.20:7)? Ciertamente, Jeremías no invitó a Dios a seducirle.
La cuestión permanece: ¿Por qué salva Dios solamente a algunos? Si concedemos que Dios puede salvar a los hombres forzando sus voluntades, ¿por qué entonces no fuerza la voluntad de todos y les lleva a todos a la salvación? (Estoy utilizando aquí la palabra forzar no porque piense que existe un forzamiento erróneo, sino porque los no calvinistas insisten en este término.)
La única respuesta que puedo dar a esta pregunta es que no lo se. No tengo ni idea de por qué Dios salva a algunos pero no a todos. No dudo por un momento que Dios tenga poder para salvar a todos, pero se que no escoge salvar a todos. No se por que. Una cosa sí se. Si agrada a Dios salvar a algunos y no a todos, nada hay en ello que sea erróneo. Dios no está obligado a salvar a nadie. Si escoge salvar a algunos, esto en ninguna manera le obliga a salvar al resto. Una vez más, la Biblia insiste que es la prerrogativa divina de Dios tener misericordia de quien quiera tener misericordia.
La alarma que oye gritar el calvinista generalmente en este punto es: “¡Eso no es equitativo!” ¡Pero… ¿qué se da a entender por equidad aquí? Si por equidad queremos decir igualdad, entonces desde luego, la protesta es acertada. Dios no trata a todos los hombres por igual. Nada podría estar más claro en la Biblia que eso. Dios se apareció a Moisés de una manera en que no se apareció a Hammurabi. Dios concedió a Israel bendiciones que no concedió a Persia. Cristo se apareció a Pablo en el camino de Damasco de una manera en que no se manifestó a Pilato. Dios, simplemente, no ha tratado a todo ser humano en la Historia exactamente de la misma manera. Esto es obvio.
Probablemente lo que se quiere decir por “equitativo” en la protesta es “justo”. No parece justo que Dios escoja a algunos para recibir su misericordia, mientras que otros no reciben el beneficio de la misma. Para tratar este problema debemos llevar a cabo una breve pero importante reflexión. Demos por supuesto que todos los hombres son culpables de pecado a los ojos de Dios. De esa masa de humanidad culpable, Dios decide soberanamente conceder misericordia a algunos de ellos. ¿Qué recibe el resto? Recibe justicia. Los salvados reciben misericordia y los no salvados reciben justicia. Nadie recibe injusticia.
La misericordia no es justicia. Pero tampoco es injusticia. Observemos el siguiente gráfico:

Hay justicia y hay no justicia. La no justicia incluye todo lo que está fuera de la categoría de justicia. En la categoría de no justicia encontramos dos subconceptos, injusticia y misericordia. La misericordia es una buena forma de no justicia, mientras que la injusticia es una mala forma de no justicia. En el plan de la salvación, Dios no hace nada malo. Nunca comete injusticia alguna. Algunos reciben la justicia que merecen, mientras que otros reciben misericordia. Una vez más, el hecho de que uno recibe misericordia no exige que los demás la reciban también. Dios se reserva el derecho de conceder clemencia.
Como ser humano, yo pudiera preferir que Dios concediese su misericordia a todos por igual, pero no puedo demandarlo. Si a Dios no le agrada dispensar su misericordia salvadora a todos los hombres, entonces debo someterme a su santa y justa decisión. Dios jamás, jamás, está obligado a ser misericordioso hacia los pecadores. Este es el punto que debemos enfatizar si hemos de comprender la plena medida de la gracia de Dios.
La verdadera cuestión es por qué Dios se inclina a ser misericordioso para con alguien. Su misericordia no le es obligada y sin embargo la concede a sus elegidos. La concedió a Jacob de una manera en que no la concedió a Esaú. La concedió a Pedro de una manera en que no la concedió a Judas. Debemos aprender a alabar a Dios tanto en su misericordia como en su justicia. Cuando El ejecuta su justicia, no está haciendo nada erróneo. Está ejecutando una justicia conforme a su rectitud.
La soberanía de Dios y la libertad humana
Todo cristiano afirma alegremente que Dios es soberano. La soberanía de Dios es un consuelo para nosotros. Nos asegura que El puede hacer lo que promete hacer. Pero el mero hecho de la soberanía de Dios suscita una gran cuestión más. ¿Cómo se relaciona la soberanía de Dios con la libertad humana?
Cuando afrontamos la cuestión de la soberanía divina y la libertad humana, podemos vernos confrontados por el dilema de “luchar o huir”. Podemos luchar para abrirnos paso hacia una solución lógica del mismo, o volvernos y alejamos corriendo de él tan de prisa como podamos.
Muchos de nosotros escogemos huir de él. La huida toma diferentes rutas. La más común es decir simplemente, que la soberanía divina y la libertad humana son contradicciones que debemos tener el valor de abrazar. Buscamos analogías que alivian nuestras atribuladas mentes.
Cuando era estudiante en la facultad, oí dos analogías que me proporcionaron un alivio temporal, como un paquete teológico de Rolaids:
Analogía 1: “La soberanía de Dios y la libertad humana son como dos líneas paralelas que se encuentran en la eternidad.”
Analogía 2: “La soberanía de Dios y la libertad humana son como sogas en un pozo. En la superficie parecen estar separadas, pero en la obscuridad del fondo del pozo se juntan.”
La primera vez que oí éstas analogías sentí alivio. Sonaban simples y sin embargo, profundas. La idea de dos líneas paralelas que se encuentran en la eternidad me satisfizo. Me dio algo ingenioso que decir para el caso en que un escéptico empedernido, me preguntara acerca de la soberanía divina y la libertad humana
Mi alivio fue temporal. Pronto necesité una dosis más fuerte de Rolaids. La molesta pregunta rehusaba dejarme en paz… ¿Pueden las líneas paralelas encontrarse jamás? ¿En la eternidad o en alguna otra parte? Si las líneas se encuentran, entonces no son finalmente paralelas. Si son finalmente paralelas entonces nunca se encontrarán. Cuanto más pensaba acerca de la analogía, tanto más me daba cuenta que ésta no resolvía el problema. Decir que las líneas paralelas se encuentran en la eternidad es una afirmación sin sentido; es una contradicción flagrante.
No me gustan las contradicciones. Encuentro poco consuelo en ellas. Nunca cesaba de asombrarme ante la facilidad con que los cristianos parecen sentirse confortables con ellas. Oigo afirmaciones: “¡Dios es mayor que la lógica!” o “¡La fe es más elevada que la razón!” así para defender el uso de las contradicciones en la teología.
Ciertamente, estoy de acuerdo en que Dios es mayor que la lógica y que la fe es más elevada que la razón. Estoy de acuerdo con todo mi corazón y con toda mi mente. Lo que quiero evitar es a un Dios que es menor que la lógica, y una fe que es inferior a la razón. Un Dios que es menor que la lógica sería y debería ser destruido por la lógica. Una fe que es inferior a la razón es irracional y absurda.
Supongo que es la tensión entre la soberanía divina y la libertad humana, más que cualquier otra cosa, lo que ha conducido a muchos cristianos a pretender que las contradicciones son un elemento legítimo de la fe. La idea es que la lógica no puede reconciliar la soberanía divina con la libertad humana. Ambas desafían la armonía lógica. Puesto que la Biblia enseña ambos polos de la contradicción, se entiende que debemos estar dispuestos a afirmarlos ambos, a pesar del hecho de ser contradictorios.
¡De ninguna manera! El que los cristianos abracen ambos polos de una contradicción flagrante es cometer suicidio intelectual y calumniar al Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es autor de confusión. Dios no habla con una doble lengua. Si la libertad humana y la soberanía divina son verdaderas contradicciones, entonces una de ellas al menos, debe desaparecer. Si la soberanía excluye la libertad, y la libertad excluye la soberanía, entonces o bien Dios no es soberano o el hombre no es libre. Felizmente, existe una alternativa.
Podemos sostener tanto la soberanía como la libertad si podemos mostrar que no son contradictorias. A un nivel humano, podemos ver fácilmente que la gente goza de una verdadera medida de libertad en un país gobernado por un monarca soberano. La soberanía no pone fin a la libertad; es la autonomía lo que no puede coexistir con la soberanía.
¿Qué es la autonomía? La palabra procede del prefijo auto y la raíz nomos. Auto significa “uno mismo”. Un automóvil es algo que se mueve por si mismo. “Automático” describe algo que actúa por sí mismo. La raíz nomos es la palabra griega para “ley”. La palabra autonomía significa, pues, “Ley de uno mismo”. Ser autónomo significa ser ley a uno mismo. Una criatura autónoma no sería responsable ante nadie. No tendría un gobernante, menos aún tendría un gobernante soberano. Es lógicamente imposible tener un Dios soberano existiendo al mismo tiempo que una criatura autónoma. Los dos conceptos son totalmente incompatibles. Pensar en su coexistencia sería como imaginar el encuentro de un objeto inamovible con una fuerza irresistible. ¿Que ocurriría? Si el objeto se moviera, entonces no podría ya ser considerado inamovible. Si no se moviera, entonces la fuerza irresistible ya no sería irresistible.
Así ocurre con la soberanía y la autonomía. Si Dios es soberano, no es posible que el hombre sea autónomo. Si el hombre es autónomo, es imposible que Dios sea soberano. Serían contradicciones. No tenemos que ser autónomos para ser libres. La autonomía implica libertad absoluta. Somos libres, pero hay limites para nuestra libertad. El límite final es la soberanía de Dios.
Una vez leí una afirmación de un cristiano que dijo: “La soberanía de Dios nunca puede restringir la libertad humana.” ¡Imagínese a un pensador cristiano haciendo tal afirmación! Esto es puro humanismo. ¿Pone restricciones la ley de Dios a la libertad humana? ¿No se le permite a Dios imponer límites a lo que yo escoja? No sólo puede Dios imponer límites morales a mi libertad, sino que tiene todo derecho en cualquier momento a golpearme en la cabeza si es necesario, y refrenarme de ejercer mis malas decisiones. Si Dios no tiene derecho a la represión, entonces no tiene derecho a gobernar su creación. Es mejor que invirtamos la afirmación: “La libertad humana nunca puede restringir la soberanía de Dios.” En esto consiste la soberanía. Si la soberanía de Dios está restringida por la libertad humana, entonces Dios no es soberano: el hombre sería el soberano.
Dios es libre. Yo soy libre. Dios es más libre que yo. Si mi libertad va en contra de la libertad de Dios, perderé siempre. Su libertad restringe la mía; mi libertad no restringe la suya. Existe una analogía en la familia humana. Yo tengo una voluntad libre; mis hijos tienen voluntades libres. Cuando nuestras voluntades chocan, tengo autoridad para predominar sobre sus voluntades. Sus voluntades han de estar subordinadas a mi voluntad; mi voluntad no está subordinada a la de ellos. Desde luego, en el nivel humano de la analogía, no estamos hablando en términos absolutos.
La soberanía divina y la libertad humana se consideran frecuentemente como contradictorias, porque en la superficie suenan de tal forma. Hay algunas distinciones importantes que deben hacerse y aplicarse consecuentemente a esta cuestión si hemos de evitar una confusión desesperante.
Consideremos tres palabras en nuestro vocabulario que están tan estrechamente relacionadas que son a menudo confundidas:
1. Contradicción
2. Paradoja
3. Misterio
1. Contradicción. La ley lógica de la contradicción dice que una cosa no puede ser lo que es y no ser lo que es, al mismo tiempo y en la misma relación. Un hombre puede ser padre e hijo al mismo tiempo, pero no puede ser hombre y no ser hombre al mismo tiempo. Un hombre puede ser tanto padre como hijo al mismo tiempo, pero no en la misma relación. Ningún hombre puede ser su propio padre. Aun cuando hablamos de Jesús como el Dios/hombre, tenemos cuidado de decir que, aunque es Dios y hombre al mismo tiempo, no es Dios y hombre en la misma relación. Tiene una naturaleza divina y una naturaleza humana. Ambas no deberán ser confundidas. Las contradicciones nunca pueden coexistir, ni aun en la mente de Dios. Si ambos polos de una contradicción genuina pudieran ser ciertos en la mente de Dios, entonces nada que Dios nos haya revelado jamás podría tener significado alguno. Si el bien y el mal, la justicia y la injusticia, Cristo y el anticristo pudieran todos significar lo mismo para la mente de Dios, entonces la verdad de cualquier clase sería totalmente imposible.
2. Paradoja. Una paradoja es una contradicción aparente que, al examinarse más detenidamente, puede ser resuelta. He oído a maestros declarar que la noción cristiana de la Trinidad es una contradicción. Simplemente no lo es. No viola ninguna ley de la lógica. Supera la prueba objetiva de la ley de la contradicción. Dios es uno en esencia y tres en persona. Nada hay de contradictorio en ello. Si dijésemos que Dios es uno en esencia y tres en esencia, entonces tendríamos una contradicción genuina que nadie podría resolver. Así que, el cristianismo sería irremediablemente irracional y absurdo. La trinidad es una paradoja, pero no una contradicción.
Para complicar un poco más las cosas, existe otro término: antinomia. Su significado primario es un sinónimo de contradicción, pero su significado secundario es un sinónimo de paradoja. Examinándolo, vemos que tiene la misma raíz que “autonomía”, nomos que significa “ley”. Aquí el prefijo es anti, que significa “contra’ o “en lugar de “. El significado literal pues, del término autonomía es “contra la ley”. ¿Que ley se supone que tenemos aquí a la vista? Pues, la ley de la contradicción. El significado original del término era “lo que viola la ley de la contradicción”. De ahí, originalmente y en la discusión filosófica normal, la palabra antinomia es un equivalente exacto de la palabra contradicción.
La confusión surge cuando la gente utiliza el termino antinomia no para referirse a una contradicción genuina, sino a una paradoja o contradicción aparente. Recordamos que una paradoja es una afirmación que parece una contradicción, pero que realmente no lo es. En Gran Bretaña especialmente, la palabra antinomia se utiliza a menudo como sinónimo de paradoja.
Estoy elaborando estas distinciones tan sutiles por dos razones. La primera es que si hemos de evitar la confusión, debemos tener una clara idea en nuestras mentes acerca de la diferencia crucial entre una contradicción real y una contradicción aparente. Es la diferencia entre la racionalidad y la irracionalidad, entre la verdad y el absurdo.
La segunda razón por la que es necesario expresar estas definiciones claramente es que uno de los mayores defensores de doctrina de la predestinación en nuestro mundo actual utiliza el término antinomia. Estoy pensando en el destacado teólogo, el Dr. J. I. Packer. Packer ha ayudado a incontables miles de personas a tener una más profunda comprensión del carácter de Dios, especialmente con respecto a la soberanía de Dios.
Nunca he discutido este asunto de la utilización por parte del Dr. Packer del término antinomia con él. Doy por supuesto que lo utiliza en el sentido británico de paradoja. No puedo imaginar que hable intencionadamente de contradicciones en la Palabra de Dios. De hecho, en su libro “Evangelism and the Sovereignty of God” (Evangelismo y la Soberanía de Dios) elabora el punto de que en última instancia, no existen contradicciones en la Palabra de Dios. El Dr. Packer no sólo ha sido incansable en su defensa de la teología cristiana, sino que ha sido igualmente incansable en su brillante defensa de la inerrancia de la Biblia. Si la Biblia contuviese antinomías en el sentido de contradicciones reales, ya no habría inerrante.
Algunos verdaderamente sostienen que existen contradicciones reales en la verdad divina. Piensan que la inerrancia es compatible con ellas. Pues, la inerrancia significaría entonces que la Biblia revela sin error las contradicciones de la verdad de Dios. Por supuesto, si pensamos por un momento, quedaría claro que si la verdad de Dios es una verdad contradictoria, entonces no es verdad en absoluto. Ciertamente, la misma palabra verdad carecía de significado. Si las contradicciones pueden ser verdad, no habría manera alguna de discernir la diferencia entre la verdad y una mentira. Esta es la razón por la que estoy convencido de que el Dr. Packer utiliza antinomia cuando quiere decir paradoja y no contradicción.
3. Misterio. El termino misterio se refiere a aquello que es verdad, pero que no entendemos. La Trinidad por ejemplo, es un misterio. No puedo penetrar en el misterio de la Trinidad o de la encarnación de Cristo con mi débil mente. Tales verdades son demasiado elevadas para mí. Sé que Jesús era una persona con dos naturalezas, pero no puedo entender cómo puede ser eso. El mismo tipo de cosa se encuentra en la esfera natural. ¿Quién entiende la naturaleza de la gravedad, o aun del movimiento? ¿Quién ha penetrado en los misterios finales de la vida? ¿Que filósofo ha sondeado las profundidades del significado del ser humano? Estos son misterios, no son contradicciones.
Es fácil confundir el misterio con la contradicción. No entendemos ninguno de los dos. Nadie entiende una contradicción porque las contradicciones son intrínsecamente ininteligibles. Ni siquiera Dios puede entender una contradicción. Las contradicciones son absurdas. Nadie puede darles sentido. Los misterios pueden ser entendidos. El Nuevo Testamento nos revela cosas que estaban ocultas y no entendidas en los tiempos del Antiguo Testamento. Hay cosas que en otros tiempos nos resultaban misteriosas, pero que ahora entendemos. Esto no significa que todo lo que ahora es un misterio para nosotros quedará claro un día, sino que muchos misterios actuales quedaran desentrañados.
Algunos serán desentrañados en este mundo. No hemos alcanzado aún los límites del descubrimiento humano. Sabemos también que en el cielo se nos revelarán cosas que se hallan aún ocultas. Pero aun en el cielo no comprenderemos plenamente el significado de la infinidad. Para entender eso plenamente, tendríamos que ser infinitos. Dios puede entender la infinidad no porque opere sobre la base de alguna clase de sistema lógico celestial, sino porque El mismo es infinito. Tiene una perspectiva infinita.
Permítaseme expresarlo de otra manera: Todas las contradicciones son misteriosas. No todos los misterios son contradicciones. El cristianismo concede amplio lugar a los misterios. Sin embargo, no tiene lugar para las contradicciones. Los misterios pueden ser verdad. Las contradicciones nunca pueden ser verdad, ni aquí en nuestras mentes, ni allá en la mente de Dios.
Permanece la gran cuestión. El gran debate que remueve el caldero de la controversia, se centra en la cuestión: “¿Cómo afecta la predestinación a nuestro libre albedrío?” Examinaremos este asunto en el próximo capítulo.
Resumen del capítulo 2
1. Definición de la predestinación:
“La predestinación significa que nuestro destino final, el cielo o el infierno, está decidido por Dios antes que nazcamos.”
2. La soberanía de Dios:
Dios es la autoridad suprema del cielo y la Tierra.
3. Dios es el poder supremo:
Toda otra autoridad y poder están sometidos a Dios.
4. Si Dios no es soberano, no es Dios.
5. Dios ejerce su soberanía de tal manera que no obra el mal, ni viola la libertad humana.
6. El primer acto pecaminoso del hombre es un misterio. El hecho de que Dios permitiera pecar a los hombres no refleja nada malo en Dios.
7. Todos los cristianos afrontan la difícil cuestión de por qué Dios, que teóricamente podría salvar a todos, escoge salvar a algunos, pero no a todos.
8. Dios no le debe la salvación a nadie.
9. La misericordia de Dios es voluntaria. El no está obligado a ser misericordioso. Se reserva el derecho de tener misericordia de quien quiera tener misericordia.
10. La soberanía de Dios y la libertad del hombre no son contradictorias.
Para más estudio:
Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. (Génesis 50:20)
Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti; le pusiste límites, de los cuales no pasará. (Job 14:5)
Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. (Salmo 139:16)
El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos. (Proverbios 16:9)
La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella. (Proverbios 16:33)
Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré. (Isaías 46:9-11)
¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. (Romanos 9:14-16)
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