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También deben creer que el mensaje que tienen que entregar es la Palabra de Dios. Preferiría que creyeran una media docena de verdades de forma intensa que cien verdades de forma débil. Si no tienen manos lo bastante grandes como para sostener muchas cosas, sostengan con firmeza lo que sí pueden sostener, pues si nos viéramos en una trifulca a mano limpia y todos estuviéramos autorizados a sacar todo el oro que pudiéramos de una pila, no serviría de mucho tener una bolsa grande, sino que el que mejor saldría de la refriega sería el que apretara las manos con firmeza para coger la mayor cantidad de oro que pudiera maniobrar sin problemas y no lo dejara escapar. A veces puede ser bueno imitar al niño mencionado en la fábula antigua. Cuando metió la mano por la boca de un jarrón y agarró todas las nueces que pudo, ni siquiera logró sacar una de ellas, pero cuando soltó la mitad, el resto salió con facilidad. Lo mismo debemos hacer nosotros; no podemos agarrarlo todo, es imposible porque nuestras manos no son lo suficientemente grandes. Sin embargo, cuando sí agarremos algo, sostengámoslo con tesón y agarrémoslo con firmeza. Crean lo que en verdad creen, de lo contrario, nunca lograrán persuadir a nadie más para que lo haga. Si adoptan el siguiente estilo: “Pienso que esto es verdad, y como joven que soy les ruego que presten amable atención a lo que voy a decir; es solo una sugerencia…”, si esa es su forma de predicar, su predicación será la manera más sencilla de crear dudas en la gente. Preferiría escucharlos decir: “Joven como soy, lo que tengo que decir viene de Dios, y la Palabra de Dios dice esto y esto otro. Aquí está, y deben creer lo que Dios dice, de lo contrario, se perderán”. La gente que los oiga dirá “Ese joven en verdad cree algo” y es muy probable que algunos de ellos también sean guiados a creer. Dios usa la fe de Sus ministros para engendrar fe en otras personas. Pueden tener por seguro que las almas no son salvadas a través de un ministro que duda, y es imposible que la predicación de sus dudas y sus preguntas alguna vez decida a un alma para Cristo. Deben tener una gran fe en la Palabra de Dios si han de ser ganadores de almas para los que los escuchen.
Además, deben creer en el poder de ese mensaje para salvar a las personas. Quizá hayan oído la historia de uno de nuestros primeros estudiantes, que se me acercó y me dijo: “Ahora ya he estado predicando por algunos meses, y no creo haber tenido una sola conversión”. Le dije: “¿Y acaso esperas que el Señor te bendiga y salve almas cada vez que abres la boca?”. “No, señor”, me respondió. “Bueno, entonces”, le dije, “por eso no recibes almas salvadas. Si hubieras creído, el Señor habría dado la bendición”. Lo atrapé de forma muy bonita, pero muchos otros me habrían respondido exactamente de la misma manera en que él lo hizo. Tiemblan y creen que es posible que mediante algún método extraño y misterioso en uno de cada cien sermones Dios gane la cuarta parte de un alma. Apenas tienen suficiente fe para mantenerse de pie, ¿cómo pueden esperar que Dios los bendiga? A mí me gusta ir al púlpito sintiendo “Lo que voy a entregar en el nombre de Dios es Su Palabra; no puede volver a Él vacía. He pedido Su bendición sobre ella, y Él se ha comprometido a otorgarla, y Sus propósitos se cumplirán, ya sea mi mensaje olor de vida para vida u olor de muerte para muerte a los que lo oigan”.
Ahora, si ese es su sentir, ¿qué pasará si no hay almas salvadas? Convocarán reuniones de oración especiales para saber cuál es la razón por la que la gente no está acudiendo a Cristo, tendrán reuniones especiales para los que tienen inquietudes espirituales, abordarán a la gente con un rostro gozoso para que vean que están esperando una bendición, pero al mismo tiempo les harán saber que estarán terriblemente decepcionados si el Señor no les da conversiones. Pero ¿qué ocurre en muchos sitios? Nadie ora mucho sobre el asunto, no hay reuniones para clamar a Dios por la bendición, el ministro nunca fomenta que la gente vaya y le cuente de la obra de la gracia en sus almas. De cierto, de cierto os digo, tiene su recompensa; recibe lo que ha pedido; recibe lo que ha esperado; su Señor le da su centavo, pero nada más que eso. El mandamiento es “Abre tu boca, y yo la llenaré”, pero aquí estamos, sentados con la boca cerrada, esperando la bendición. Abre la boca, hermano, con plena expectación, con firme confianza, y te será hecho según tu fe.
Este es el punto esencial: deben creer en Dios y en Su evangelio si van a ser ganadores de almas. Otras cosas pueden omitirse, pero nunca este asunto de la fe. Es cierto que Dios no siempre mide Su misericordia por nuestra incredulidad porque tiene que pensar en otra gente además de nosotros, pero viendo el asunto con sentido común en verdad parece que el instrumento con más probabilidades de ser usado para llevar a cabo la obra del Señor es el hombre que espera que Dios lo use y que trabaja en la fuerza de esa convicción. Cuando viene el éxito, no está sorprendido, pues lo estaba buscando. Sembró una semilla viva, y esperaba cosechar fruto de ella; echó su pan sobre las aguas y pretende buscar y velar hasta que vuelva a encontrarlo.
Además, si un hombre ha de tener éxito y ganar muchas almas en su ministerio, debe caracterizarse por un fervor cabal. ¿Acaso no conocemos a ciertos hombres que predican de una forma tan inerte que es sumamente improbable que alguien llegue a verse afectado por lo que dicen? Una vez vi a un buen hombre pedirle al Señor que bendijera el sermón que iba a predicar para convertir a los pecadores. No quiero limitar la omnipotencia, pero no creo que Dios haya podido bendecir el sermón que fue predicado después para salvar a un pecador sin hacer que el oyente malentendiera lo que el ministro dijo. Fue un sermón del tipo “atizador brillante”, como yo les digo. Como sabrán, hay atizadores que se colocan en el salón para que la gente los observe, pero nunca se usan. Si alguna vez tratan de atizar el fuego con ellos, ¿no es cierto que la señora de la casa los regañaría? Estos sermones son iguales a esos atizadores: pulidos, brillantes y fríos. Pareciera que tienen alguna relación con la gente que está en las estrellas; ciertamente no tienen ninguna conexión con las personas este mundo. Nadie sabe qué cosa buena podría venir de tales discursos, pero estoy bastante seguro de que no tienen suficiente poder para matar una cucaracha o una araña. Por cierto, no tienen poder para darle vida a un alma muerta. Hay algunos sermones de los que es muy cierto que mientras más uno piensa en ellos, menos los valora, y si un pobre pecador va a escucharlos con la esperanza de ser salvo, solo podemos decir que es más probable que el ministro sea un obstáculo para que vaya al cielo que que le apunte el sendero correcto.
Pueden estar totalmente seguros de que podrán hacer que los hombres entiendan la verdad si en verdad lo desean, pero si no actúan en serio, eso es improbable. Si alguien golpeara mi puerta en medio de la noche y, cuando yo sacara la cabeza por la ventana para ver qué está ocurriendo, me dijera con mucha calma y despreocupación “Hay un incendio en la parte trasera de su casa”, me importaría muy poco el supuesto incendio y me sentiría inclinado a arrojarle un jarro de agua a esa persona. Si fuera caminando por la calle y un hombre se me acercara para decirme en un tono alegre “Buenas tardes, caballero, ¿sabía usted que estoy muerto de hambre? No he comido ni un bocado en mucho tiempo, en verdad no lo he hecho”, le respondería “Mi buen amigo, pareces tomarlo con mucha calma. No creo que tengas tanta necesidad o no estarías tan despreocupado al respecto”. Algunos hombres parecen predicar de esta manera: “Mis queridos amigos, hoy es domingo, así que aquí estoy. He pasado el tiempo en mi oficina toda la semana y ahora espero que escuchen lo que tengo que decirles. No creo que haya nada en ello que los afecte particularmente. Podría tener alguna conexión con el hombre que está en la luna, pero, según entiendo, algunos de ustedes están en peligro de ir a un cierto lugar que no quisiera mencionar, solo que he escuchado que no es un sitio agradable ni siquiera para alojarse allí temporalmente. En especial, debo predicarles que Jesucristo hizo una u otra cosa que, de una cierta manera, tiene algo que ver con la salvación, y si les importara lo que hacen… es posible que deseen, etc., etc.”. Esa es, en resumen, la sinopsis completa de muchos discursos. En esa clase de lenguaje no hay nada que pueda hacerle bien a nadie, y cuando el hombre ha seguido hablando en ese estilo por tres cuartos de hora, concluye diciendo “Ahora es el momento de ir a casa”, y espera que los diáconos le den un par de monedas por sus servicios. Pues bien, hermanos, esa clase de cosas no bastará. No hemos venido al mundo para desperdiciar el tiempo propio y el de los demás de esa manera.
Espero que hayamos nacido para algo mejor que para no tener sabor ni olor como el hombre que acabo de describir. Tan solo imagínense que Dios enviara a un hombre al mundo para tratar de ganar almas, y ese fuera el estilo de su mente y todo el tenor de su vida. Hay algunos pastores que siempre están agotados por no hacer nada. Predican dos sermones de algún tipo el domingo y dicen que el esfuerzo por poco les desgasta la vida. Hacen pequeñas visitas pastorales que consisten en tomarse un té y cotillear un poco, pero no hay una agonía vehemente por las almas, no existe un “¡Ay!, ¡ay!” en sus corazones y labios, no hay una consagración perfecta, no hay celo en el servicio a Dios. Bien, si el Señor los barre, si los corta como estorbos de la tierra, no será sorprendente. El Señor Jesucristo lloró por Jerusalén, y ustedes tendrán que llorar por los pecadores si han de ser salvados a través de ustedes. Queridos hermanos, sean en verdad fervorosos, pongan toda el alma en la obra, y si no, abandónenla.
Otro requisito esencial para ganar almas es una gran sencillez de corazón. No sé si puedo explicar a cabalidad a qué me refiero con esto, pero trataré de clarificarlo contrastándolo con otra cosa. Ustedes conocen a algunos hombres demasiado sabios como para ser meros creyentes sencillos. Saben tanto que no creen nada que sea simple y claro. Sus almas han comido platillos tan finos que no pueden alimentarse de nada que no sean nidos de pájaros chinos u otros lujos por el estilo. No hay leche recién sacada de la vaca que sea lo bastante buena para ellos; son demasiado, demasiado finos como para consumir tal brebaje. Todo lo que tienen debe ser incomparable. Ahora, Dios no bendice a estos dandis celestiales exquisitos, a estos aristócratas espirituales. No, no; apenas los vemos nos sentimos inclinados a decir: “Pueden ser siervos buenos de tal o cual señor, pero no son los hombres indicados para realizar la obra de Dios. Es improbable que Él emplee caballeros tan magníficos como ellos”. Cuando estas personas seleccionan un texto, nunca explican su significado verdadero, sino que dan vueltas hasta encontrar algo que el Espíritu Santo nunca quiso transmitir por medio de él, y cuando han atrapado una de sus “ideas nuevas” tan preciadas ―¡oh, vaya!―, ¡qué alboroto hacen al respecto! ¡Aquí alguien encontró un pescado rancio! ¡Qué delicia! ¡Es tan aromático! Ahora vamos a escuchar sobre ese pescado rancio los próximos seis meses hasta que alguien más encuentre otro. ¡Cómo gritan! “¡Gloria!, ¡gloria!, ¡gloria! ¡Una idea nueva!”. Alguien lanza un libro nuevo sobre esa idea, y todos estos grandes hombres van a husmearlo para demostrar que son pensadores muy profundos y hombres muy maravillosos. Dios no bendice esa clase de sabiduría.
Lo que quiero decir con sencillez de corazón es que es evidente que el hombre que ingresa al ministerio lo hace para promover la gloria de Dios y ganar almas, y para nada más. Hay ciertos hombres que quisieran ganar almas y glorificar a Dios si pudieran hacerlo con la debida consideración a sus propios intereses. Les encantaría, ¡sí!, en verdad les gustaría extender el Reino de Cristo si el Reino de Cristo sacara el máximo provecho de sus capacidades asombrosas. Se ocuparían en ganar almas si eso indujera a la gente a sacar los caballos de sus carruajes y pasearlos por las calles en señal de triunfo. Deben ser alguien, deben ser famosos, deben ser temas de conversación, deben escuchar a la gente decir: “¡Qué espléndido es ese hombre!”. Desde luego, le dan la gloria a Dios luego de haberle sacado el jugo, pero ellos deben exprimir la naranja primero. Bien, como sabrán, esa clase de espíritu existe incluso en los ministros, y Dios no puede tolerarlo. Él no se queda con las sobras de nadie: debe tener toda la gloria o nada de ella. Si un hombre procura servirse a sí mismo, conseguir honor para sí mismo, en lugar de buscar servir a Dios y honrarlo solo a Él, el Señor Jehová no lo usará. El hombre que ha de ser usado por Dios solo debe creer que lo que va a hacer es para la gloria de Dios, y no debe trabajar por ningún otro motivo. Cuando los incrédulos van a escuchar a algunos predicadores, todo lo que pueden recordar es que eran actores magistrales, pero también existen hombres de un tipo muy distinto. Luego de escuchar predicar a uno de ellos, la gente no piensa en cómo se veía ni en cómo hablaba, sino en las verdades solemnes que pronunció. Otros predicadores le dan tantos rodeos a lo que tienen que decir que los que los escuchan se dicen entre ellos: “¿Acaso no ves que vive por su predicación? Se gana la vida predicando”. Preferiría escucharlos decir: “Ese hombre dijo algo en su sermón que hizo que mucha gente lo mirara en menos, expresó sentimientos muy desagradables, lo único que hizo fue embestirnos con la Palabra del Señor durante toda la predicación, su único objetivo era llevarnos al arrepentimiento y a la fe en Cristo”. Ese es el tipo de hombres que el Señor se deleita en bendecir.
Me gusta ver hombres, como algunos que están aquí frente a mí, a los que les he dicho “Aquí estás, ganando un buen salario, con buenas probabilidades de ascender a una posición de influencia en el mundo. Si dejas tus negocios e ingresas al seminario, lo más probable es que seas un pastor bautista pobre toda la vida”, y han levantado la mirada para decir: “Preferiría morirme de hambre y ganar almas antes que gastar mi vida en cualquier otro llamado”. La mayoría de ustedes son hombres de esa clase, creo que todos lo son. La mirada nunca debe estar puesta en la gloria de Dios y las ovejas gordas. Nunca debe estar en la gloria de Dios y en el honor y la estima de los hombres. Eso no servirá; no, ni siquiera si predican para complacer a Dios ya Jemima. Debe ser solo para la gloria de Dios, para nada más ni nada menos, ni siquiera para Jemima. Jemima es para el ministro lo que la lapa es para la piedra, pero ni siquiera servirá que el pastor piense en complacerla a ella. Con verdadera sencillez de corazón, debe buscar agradar a Dios, estén o no complacidos los hombres y las mujeres.
Por último, deben rendirse por completo a Dios en el sentido de que a partir de este momento no desearán pensar sus propios pensamientos, sino los de Dios; no determinarán predicar nada que hayan inventado ustedes, sino solo la Palabra de Dios, y ni siquiera querrán comunicar esa verdad a su propia manera, sino a la manera de Dios. Supongamos que leen sus sermones (lo que no es muy probable): no desearán escribir nada que no esté en total conformidad a la mente del Señor. Cuando tengan una palabra bonita y elocuente, se preguntarán si es probable que sea de bendición espiritual para su gente, y si piensan que no lo será, la descartarán. Luego tienen ese poema grandioso que no pudieron entender, sienten que no pueden dejarlo fuera, pero al preguntarse si es probable es que resulte de instrucción para las personas comunes de su congregación, se verán forzados a rechazarlo. Deben poner en la corona de su discurso esas joyas que encontraron en un vertedero literario si quieren mostrarle a la gente cuán laboriosos han sido ustedes, pero si desean ponerse por completo en las manos de Dios, es probable que sean guiados a hacer afirmaciones muy sencillas, comentarios muy trillados, cosas con que todas las personas de la congregación están familiarizadas. Si se sienten movidos a colocar eso en el sermón, pónganlo a toda costa, incluso si tienen que dejar afuera las palabras grandiosas, la poesía y las joyas, pues es posible que el Señor bendiga esa declaración simple del evangelio para un pobre pecador que está en busca del Salvador.
Si se rinden así, sin reservas, a la mente y a la voluntad de Dios, una vez que egresen y estén en el ministerio de cuando en cuando se verán impulsados a usar una expresión extraña o a elevar una oración rara, que en el momento puede incluso parecerles inusual a ustedes mismos, pero todo se les aclarará después, cuando alguien se les acerque para decirles que nunca había entendido la verdad hasta que la plasmaron ese día de esa forma tan inusual. Será más probable que sientan esa influencia si se han preparado cabalmente con estudio y oración para su labor en el púlpito, así que los insto a siempre hacer todos los preparativos debidos e incluso a escribir por completo lo que creen que deberían decir, pero no lo trasmitan de memoria como un loro que repite lo que se le ha enseñado, pues si hacen eso, ciertamente no se estarán entregando a la guía del Espíritu Santo.
Sin duda alguna, en ocasiones sentirán que deben insertar una cita, una frase buena de un poeta británico o un extracto seleccionado de algún escritor clásico. Supongo que no querrían que nadie lo supiera, pero se la leyeron a un amigo del seminario. Por supuesto, no le pidieron que la elogie porque estaban seguros de que no podría evitar hacerlo. Hay una parte de ella que rara vez han oído igualada. Están seguros de que ni Punshon ni el Dr. Parker4 podrían haberlo dicho mejor. Están bastante seguros de que cuando la gente escuche ese sermón, se verá obligada a sentir que hay algo en él. Sin embargo, es posible que el Señor considere que es demasiado bueno para ser bendecido, pues hay demasiado en él. Es como el ejército que estaba con Gedeón, eran muchos para el Señor y Él no podía entregar a los madianitas en sus manos para evitar que se jactaran contra Él diciendo: “Nuestro propio poder nos dio la victoria”. Luego de enviar a casa a veintidós mil de ellos, el Señor le dijo a Gedeón: “Aún es mucho el pueblo”, y todos tuvieron que volver a sus hogares salvo los trescientos hombres que lamieron el agua; entonces el Señor le dijo a Gedeón: “Levántate, y desciende al campamento; porque yo lo he entregado en tus manos”. Lo mismo dice el Señor de algunos de sus sermones: “No puedo hacer nada bueno con ellos, son muy grandes”. Hay uno que tiene catorce subdivisiones; dejen fuera siete, y tal vez el Señor lo bendecirá. Puede que algún día, cuando estén en medio del discurso, se les cruce un pensamiento por la mente y se digan a ustedes mismos: “Bien, si digo eso, el diácono anciano me va a dar problemas. También acaba de entrar un caballero que tiene una escuela: es un crítico, y de seguro no le agradará que lo diga. Además, aquí hay un remanente según la elección de gracia, y el hípercalvinista en la galería me va a dar una de esas miradas celestiales llenas de significado”. Ahora, hermanos, siéntanse libres de decir lo que sea que Dios les dé para decir, sin importar las consecuencias y sin la menor preocupación por lo que los “híper”, los “infra” o cualquier otra persona piense o haga.
Una de las cualidades principales del pincel de un gran artista es que se somete de tal manera al pintor que este puede hacer lo que quiera con él. Al arpista le encanta tocar un arpa en particular porque conoce el instrumento y casi parece que el instrumento lo conoce a él. Así también, cuando Dios pone Su mano sobre las cuerdas de tu ser y todas tus facultades parecen responder a los movimientos de Su mano, eres un instrumento que Él puede usar. No es fácil mantenerse en esa condición, estar en un estado tan sensible que uno es capaz de recibir la impresión que el Espíritu Santo desea transmitir y es influenciado por Él de inmediato. Si hay un barco grande en el mar y surge una onda pequeña en el agua, no se mueve en lo más mínimo. Si viene una ola moderada, la embarcación no la siente: el Great Eastern sigue sereno sobre el seno del abismo.5 Pero miren más allá de la amurada y encontrarán unos corchos en el mar: si cae al agua una sola mosca, sienten el movimiento y bailan sobre la ola diminuta. ¡Que ustedes sean tan móviles bajo el poder de Dios como lo es el corcho sobre la superficie del mar! Estoy seguro de que esta rendición es uno de los requisitos esenciales del predicador que ha de ser ganador de almas. Hay algo que debe decirse si van a ser instrumentos para la salvación del hombre en el rincón: ¡ay de ustedes si no están listos para decirlo!, ¡ay de ustedes si tienen miedo de decirlo!, ¡ay de ustedes si les da vergüenza decirlo!, ¡ay de ustedes si no se atreven a decirlo porque alguien en lo alto de la galería podría decir que son demasiado fervientes, demasiado entusiastas, demasiado celosos!
Pienso que estas siete cosas son los requisitos con relación a Dios que impactarían la mente de cualquiera de ustedes si intentaran ponerse en el lugar del Altísimo y consideraran lo que querrían encontrar en aquellos a los que han de usar para ganar almas. ¡Que Dios nos conceda a todos cumplir con estos requisitos por causa de Cristo! Amén.
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