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También es lógico pensar que habrá fuerzas poderosas que fomenten la igualdad en una democracia. Puesto que los pobres son más numerosos que los ricos, pueden votar a aquellos candidatos que propongan tomar medidas contra la desigualdad. Esto podría consistir en unos impuestos o políticas de gasto progresivos, como una educación subvencionada por el Estado.
El punto de vista común sobre la desigualdad y la democracia cuenta con menos apoyos de lo que uno podría pensar. La principal prueba de esta afirmación es la Europa occidental durante los siglos xix y xx. En muchos países, la democracia moderna surgió y se mantuvo a pesar de la alta y creciente desigualdad. Al mismo tiempo, la democracia no solía contribuir demasiado, por sí sola, a atajar esa desigualdad y, con el tiempo, las élites fueron conscientes de ello. Mientras que los autores de los “Federalist Papers” estaban obsesionados con el peligro que una república podía entrañar para la propiedad a finales del siglo xix, las élites de la Europa occidental aprendieron a adoptar una actitud más indiferente: ¿por qué preocuparse por el sufragio universal, si eso no se traducía en unos fuertes impuestos o en expropiaciones? Esta conclusión tiene connotaciones positivas y negativas: la democracia puede ser más estable de lo que pensamos frente a una gran desigualdad, pero si lo que preocupa es la desigualdad, la democracia no va a proporcionar, por sí sola, una solución.
Desarrollo económico
Una de las ideas más obstinadas sobre la democracia es que solo puede existir en los países ricos. No es difícil ver de dónde surge esta idea, ya que en la actualidad los países más ricos del mundo son casi siempre democracias. La principal razón que se aduce es que cuando hay menos gente pobre, los demagogos autocráticos tendrán menos público. Los pobres pueden sentir que tienen menos que perder con las alternativas a la democracia, y también pueden estar menos informados sobre el proceso político, o al menos ese es el razonamiento.34
La idea de que el desarrollo económico fue un requisito previo para la democracia la reforzó en gran medida Seymour Martin Lipset, uno de los politólogos más destacados del siglo xx. En 1959, Lipset escribió sobre su investigación de varios indicadores de desarrollo: la renta per cápita, el número de personas por vehículo motorizado y por médico y la cantidad de radios, teléfonos y periódicos. Los datos de Lipset mostraban que a los países que puntuaban más bajo en estos indicadores les resultaba más difícil mantener una democracia estable. Desde que lo escribió ha habido mucho debate en torno a esta conclusión. Algunos creen que el desarrollo sí causa la democracia;35 otros creen que son otros factores subyacentes los que causan la democracia y también el desarrollo.36
El problema de la hipótesis del desarrollo económico es que, si consideramos el surgimiento de la democracia en Europa como un proceso muy largo que se remonta a la época medieval, e incluso antes, entonces debemos recordar que en esos siglos previos Europa no estaba más desarrollada que el resto del mundo; de hecho, a menudo era al revés. Incluso cuando hicieron la transición a la democracia moderna, muchos países eran bastante pobres, según nuestros estándares actuales. Cuando se produjo el advenimiento de la Tercera República Francesa en 1870, Francia tenía el mismo nivel de PIB per cápita que tiene hoy Tanzania.
Extraemos conclusiones con unos matices similares cuando invertimos la relación y preguntamos qué efecto tiene la democracia en el desarrollo económico. El argumento habitual es que la democracia será más favorable al crecimiento porque en una democracia la gente sentirá que su propiedad está más segura. Profundizaré en este tema en el capítulo viii. La evidencia muestra que, cuando comparamos la democracia temprana y la autocracia, cada uno de estos sistemas tenía fortalezas y debilidades en lo relativo al desarrollo económico. Precisamente porque en el gobierno democrático temprano el poder estaba descentralizado, había poco riesgo de que un gobernante central pisoteara los derechos de propiedad. Sin embargo, el poder descentralizado también puede generar barreras de entrada para los nuevos participantes en el mercado y, por esta razón, la democracia temprana pudo ser un freno a la innovación. La República Holandesa es un ejemplo de esto. Si miramos a las autocracias, vemos un patrón inverso: en China y Oriente Próximo, ayudó a crear un mercado muy amplio, a través del cual podían viajar las ideas y las innovaciones, pero el talón de Aquiles de la autocracia fue la inestabilidad. Con un poder centralizado y un Estado burocrático, el riesgo era que los gobernantes pudieran cambiar de pronto las reglas hacia direcciones no deseables.
El enfoque optimista sobre la democracia moderna es que tiene todas las ventajas para el crecimiento de la democracia temprana sin sus inconvenientes. Los gobernantes estarán sujetos a útiles limitaciones, pero hay un gran mercado nacional con menos barreras de entrada. En el capítulo ix, compararé Reino Unido y la República Holandesa para mostrar cómo se podría formular este argumento. Pero si esta comparación nos permite ser optimistas sobre la democracia moderna, la historia de Estados Unidos podría hacernos reflexionar. Estados Unidos, como primera auténtica democracia moderna, ha tenido un mercado nacional integrado y, sin embargo, no han dejado de surgir barreras de entrada como resultado del poder monopolista. En este aspecto, uno piensa tanto en la transición al siglo xx como al xxi.37
el futuro de la democracia
La democracia temprana existió durante miles de años en un amplio conjunto de sociedades humanas: era una institución muy sólida. Una de mis principales motivaciones para contar esta historia ha sido intentar arrojar una nueva luz sobre la democracia moderna. En términos comparativos, la democracia moderna solo lleva existiendo un breve periodo de tiempo. Deberíamos considerarla un experimento en curso y, tal vez, incluso sorprendernos de que haya logrado sobrevivir siquiera. A lo largo de la extensa trayectoria de la historia de la humanidad, las sociedades han estado gobernadas de manera autocrática por alguien que dispuso de una burocracia estatal, o han tenido algo parecido a la democracia temprana allí donde no había Estado, el poder estaba descentralizado y su escala general tendía a ser pequeña. La idea de que se pudiera sostener una democracia en un sistema de gobierno tan grande como las trece colonias estadounidenses, unido a un Estado central, no tenía precedentes. Podemos utilizar las lecciones de la historia para extraer tres conclusiones sobre el futuro de la democracia.
Las nuevas democracias
La primera conclusión está relacionada con las numerosas democracias nuevas que han surgido desde 1989. Existe un gran temor justificado sobre la retracción o el “retroceso” de la democracia hoy en todo el mundo, y las noticias nos brindan un ejemplo tras otro de países que se están deslizando hacia la autocracia. Los politólogos incluso han inventado una nueva categoría para los países que ya no se clasifican como democracias, pero aún celebran elecciones: a estos casos los llaman “autoritarismo competitivo”.38
Para comprender mejor lo que está sucediendo, deberíamos dar un paso atrás. En lugar de centrarnos en los acontecimientos de los últimos años, consideremos el presente desde la perspectiva de 1988, el año anterior a la caída del muro de Berlín. Si dispusiéramos de la mejor investigación politológica del momento y alguien nos preguntara por las posibilidades de que un país como Ghana fuese una dinámica democracia al cabo de treinta años, habríamos dicho que es poco probable. Ghana era demasiado pobre y estaba demasiado dividida étnicamente para sobrevivir como democracia.
Entonces, ¿por qué las predicciones de 1988 resultaron tan equivocadas? La inesperada caída del muro de Berlín sería un gran motivo, pero la reciente ola de democratización no puede atribuirse solo a la desaparición de la rivalidad entre las superpotencias. La lección, más profunda, que ofrece la historia es que, en determinadas condiciones –que ni mucho menos son raras–, la gobernanza democrática surge de forma natural entre los seres humanos. Muchas de las sociedades que hicieron la transición a la democracia después de 1989 habían practicado formas de democracia temprana mucho antes de su encuentro con los europeos. La tecnología de la democracia moderna, con elecciones y partidos, es algo nuevo, pero el principio de la demokratia –que el pueblo debe tener el poder– no lo es.
Hay otra posible lección más en los países que se están democratizando últimamente: así como existió una democracia temprana en lugar del Estado, la democratización desde 1989 ha tenido más probabilidad de sobrevivir cuando el poder inicial del Estado central era débil. Los países africanos cuyas estructuras estatales eran más débiles en torno a 1989 tuvieron más probabilidad de ser democracias en la actualidad, mientras que en Oriente Próximo la persistencia durante siglos de las estructuras estatales coercitivas ha pesado contra la democracia.39
Una última cosa que debemos señalar sobre la expansión de la democracia moderna es que, en muchos casos, las instituciones responsables de la rendición de cuentas electoral se han superpuesto a las instituciones preexistentes de la democracia temprana. Hay motivos para pensar, como ha demostrado la politóloga Kate Baldwin, que, incluso en este nuevo contexto, las instituciones de la democracia temprana pueden seguir proporcionando importantes medios de rendición de cuentas.40
La persistencia de la autocracia
La segunda predicción que hicieron algunas personas sobre la democracia en 1989 afecta a China, y también resultó ser errónea. Algunos se preguntaron si el desarrollo económico impulsado por el mercado conduciría necesariamente a la liberalización política y a que China empezara a parecerse más a Occidente. Se pensaba que, a medida que la sociedad se enriqueciera, el pueblo estaría en una posición más fuerte para exigir la democracia. También se pensaba que el crecimiento solo podría mantenerse con la liberalización política. Ninguna de estas predicciones ha resultado cierta, al menos hasta ahora.
Las lecciones de la historia nos ayudan a entender por qué ha persistido la autocracia en China. Durante el largo periodo de los dos últimos milenios, China fue más rica que Europa, a pesar de que su Estado era autocrático y burocrático, mientras que los gobernantes europeos tenían que gobernar por medio de asambleas. A menudo se le atribuye a la Revolución Comercial de la Edad Media el mérito de impulsar el avance de la democracia temprana, pero veremos que China también tuvo su propia revolución comercial medieval. Esto se asoció con unos niveles más altos de renta per cápita que en la Europa occidental, pero no sirvió para alejar a China de la autocracia, por tanto, ¿por qué deberíamos esperar que el crecimiento chino, en épocas más recientes, vaya a producir un resultado distinto?
El otro hecho clave para comprender el caso de China tiene que ver con el orden de los acontecimientos. La autocracia es una forma muy sólida de desarrollo político si surge antes el Estado. Con esto no estoy diciendo que la experiencia previa con una burocracia estatal haga imposible un cambio posterior a la democracia moderna, ni que la ausencia del desarrollo estatal garantice el de la democracia moderna, solo que es mucho más probable.41 En Europa, el patrón fue muy distinto, ya que las formas de gobierno de la democracia temprana habían existido durante siglos antes de que se desarrollaran las burocracias.42 Al final, en vez de considerar China como una desviación de una vía estándar para el desarrollo político establecida por los europeos, hemos de verla como una vía alternativa para la gobernanza que, además, es muy estable.
El futuro de la democracia estadounidense
Las lecciones de la historia pueden, por último, decirnos algo sobre el futuro de la democracia en Estados Unidos. Según cierto punto de vista, Estados Unidos ha sido una democracia dinámica gracias a la Constitución que nos proporcionaron los padres fundadores, pero, de repente, hemos perdido el rumbo. Lo que pensábamos que eran unas normas inviolables de decoro y decencia han sido quebrantadas de pronto. Al mismo tiempo, la confianza en muchas de nuestras instituciones se encuentra en sus mínimos históricos o los roza. La trayectoria de otras democracias fallidas hace pensar que este es el punto en el que se producen las transiciones a la autocracia. Una mirada más profunda a la historia de la democracia nos revela que aún podemos tener motivos para el optimismo, pero solo si comprendemos lo que ha permitido sobrevivir a la democracia estadounidense: las inversiones continuas para mantener a los ciudadanos conectados con un Estado distante.
La Constitución de 1787 estableció el Estado en un gran territorio, mucho mayor de lo que era habitual en las democracias tempranas, y esto fue parejo a una forma de participación amplia, pero también episódica. Sin embargo, la Constitución no resolvió por arte de magia el problema de la escala. Apenas tres años después de la adopción de la Constitución, el propio James Madison, en un ensayo titulado “Opinión pública”, haría hincapié en que en cualquier república que abarque un vasto territorio es preciso realizar inversiones concretas para garantizar que la opinión pública pueda informarse sobre la administración del Estado. Por tanto, apoyó las iniciativas del Congreso para subvencionar la distribución de los periódicos. Algunos consideran que esto ayudó a estabilizar la república en sus inicios por los mismos motivos, lo cual dio origen al movimiento common school (‘escuela común’).
La lección más general del ensayo de Madison sobre la opinión pública es que en una gran democracia no hay que dar por sentada la idea de que la opinión pública puede mantenerse correctamente informada para confiar en el Estado. Lo estamos viendo hoy en que las democracias más grandes tienden a presentar unos niveles más bajos de confianza en el Estado que las democracias más pequeñas. Lo vemos también en que, en Estados Unidos y otros lugares, los ciudadanos son más propensos a confiar más en los gobiernos locales y estatales que en los centrales, y lo mismo ocurre con los medios de comunicación locales respecto a los nacionales. Al mismo tiempo, también vemos que, si bien una escala grande dificulta el mantenimiento de la confianza, no tiene por qué ser inevitable. Lo que sí significa es que, en una gran democracia moderna, debemos prestar más atención al problema y abordarlo mediante inversiones continuas en la participación ciudadana.
Aparte de por su gran territorio, Estados Unidos también se diferencia de las democracias tempranas por su fuerte Estado central. En las democracias tempranas no había muchas dudas sobre una posible vuelta al autoritarismo, ya que esto solo se podría haber logrado con un poder estatal coercitivo, el cual no existía. Cuando los gobernantes como Felipe el Hermoso de Francia intentaron seguir la senda autoritaria en ausencia de un Estado, se vieron condenados a seguir negociando. Pero ¿qué ocurre hoy con Estados Unidos?
Una posible respuesta es que corremos un gran peligro de deslizarnos hacia la autocracia, porque tenemos un Estado poderoso. La historia apunta a una respuesta más mesurada y sugiere que lo importante aquí es, sobre todo, el orden de los acontecimientos en el desarrollo político. Una vez que los autócratas han construido una poderosa burocracia estatal, es difícil hacer después la transición a la democracia, pero si el Estado –sea su gobierno por consejo o por asamblea– surge primero, y en especial si conlleva acuerdos formalizados que se extienden a un gran territorio, entonces hay más posibilidades de que surja la democracia y sobreviva al desarrollo de una burocracia.43 A través de la práctica de la democracia temprana, los miembros de la sociedad adquieren el hábito de actuar colectivamente, y existe la oportunidad de que los gobernantes y el pueblo se resistan a la autocracia y, en su lugar, construyan de forma conjunta un Estado. En Inglaterra, una larga tradición de acción colectiva ayudó al Parlamento a resistir los intentos de Enrique VIII de legislar por decreto con una burocracia recién creada. Veremos en el capítulo vii cómo este mismo proceso fracasó en Oriente Próximo porque las formas de democracia temprana, adaptadas solo a entornos presenciales, fueron de escasa utilidad para resistir la intrusión autocrática en un sistema de gobierno basado en la escala del califato.
En última instancia, aunque nuestra larga tradición de gobierno colectivo puede ayudar a proteger a Estados Unidos de la autocracia, también debemos distinguir entre la supervivencia de la democracia en general y la de una democracia con la que estemos satisfechos. Si los ciudadanos se sienten cada vez más desconectados y desconfiados, y existe la percepción de que la política democrática está dominada por unos pocos, la supervivencia de nuestra forma de gobierno puede parecer una victoria menor de lo que pensábamos al principio.
1 El pueblo que acabamos conociendo como “los hurones” se llamaba a sí mismo “wendat”. Este relato sobre su gobierno se deriva de los archivos de las Relaciones jesuitas, vol. 10, cap. 7, disponible en inglés en http://moses.creighton.edu/kripke/jesuitrelations/ [consultado el 09/05/21]. Véase una descripción similar temprana de los iroqueses en Colden, 1958.
2 Basado en el testimonio sobre Tlaxcala de Cortés en una carta al emperador Carlos V. Véase el texto en Cortés, 1978.
3 Véase Ober, 2008.
4 Véase Olivier, 1969. Él se refiere a la gobernanza entre los pueblos bantúes, un término que puede adquirir dos significados muy diferentes. En su sentido científico, la palabra se refiere a todas las sociedades que hablan las lenguas de la familia bantú. Este es el caso de todo el sur y el centro de África. En la Sudáfrica de los tiempos del apartheid, la palabra bantú se empleaba para referirse a todos los africanos negros.
5 Sobre la idea de que la democracia es una circunstancia común en las sociedades humanas, véase Goody, 2006 e Isakhan y Stockwell, 2011. Esta idea también guarda una estrecha relación con lo que Roger Congleton (2001) llamó el “modelo del rey y el consejo”. Véanse también Muhlberger y Paine, 1993 y la exploración de la gobernanza colectiva y autocrática en las sociedades humanas a cargo de Blanton y Fargher, 2008 y 2016. Los académicos dedicados a la democracia griega clásica a veces también hacen hincapié en que muchas sociedades no griegas también tenían formas de régimen consultivo. Véase como ejemplo Lane, 2014.
6 El trabajo canónico de donde procede esta idea es de Margaret Levi (1988 y 1997).
7 Abundaré en esta idea en el capítulo iii. Para una explicación formal, véase Ahmed y Stasavage, 2020. Este resultado es una ejemplificación de la idea general de que el acceso diferencial a una información puede crear una diferencia entre la autoridad oficial y la real en el seno de las organizaciones. Sobre esta cuestión, véanse Aghion y Tirole, 1997; Baker, Gibbons y Murphy, 1999, y Barzel, 2002 y 1997.
8 Véanse el argumento original en Blockmans, 1998, y la evidencia empírica en Stasavage, 2010.
9 El argumento que planteo aquí está estrechamente relacionado con el ya expuesto en Mayshar, Moav y Neeman, 2017.
10 Jared Diamond (1997) hizo mucho hincapié en la influencia del entorno natural sobre el desarrollo de los Estados y las sociedades. En lugar de en si se forma o no un Estado, me concentraré en qué tipo de regímenes existen dentro de un Estado. Stephen Haber (2012a y 2012b) ha recalcado hace poco el efecto del entorno sobre el desarrollo de la democracia. Véase Goldstone, 2009 para leer una explicación concisa sobre cómo el entorno natural, y en particular uno poco propicio para la agricultura, influyó en el desarrollo político y económico de Europa.
11 Véase el marco teórico y la evidencia expuesta por Sandra Vehrencamp (1983). Aporto una explicación más detallada sobre esto en el capítulo iii.
12 Esta tendencia a distinguir entre el uno, los pocos y los muchos estuvo muy extendida entre los escritores griegos y no era específica de Aristóteles, aunque sea famoso por esta distinción. Véase un repaso en Hansen y Nielsen, 2004, pp. 80-86.
13 Ibíd.
14 Sabemos esto por los testimonios de los misioneros franceses jesuitas, como se explica en el capítulo ii.
15 Mi relato sobre Mari se deriva de Fleming, 2004, y se trata en profundidad en el capítulo ii.
16 Esta afirmación es de Hansen y Nielsen (2004, p. 84).
17 Aristóteles, 1946, libro IV, cap. 9.
18 Véase en Boserup, 1965, un ejemplo canónico sobre el uso de este término. Como explicaré en el capítulo iii, la agricultura intensiva no implica necesariamente que sea más productiva en términos de la productividad total de los factores (la proporción del producto respecto a todos los insumos, y no solo la tierra).
19 Véanse las tres contribuciones clave de Scott relacionadas con este tema en Scott, 1999, 2009 y 2017. Véase el trabajo de Nichols (2015), que plantea este argumento en relación con la Mesoamérica antigua.
20 Weber, 1978, p. 987. El reciente trabajo de los economistas provee un marco teórico para respaldar la aseveración de Weber. Tim Besley y Torsten Persson (2011) han mostrado que la construcción de capacidad estatal conlleva un importante mecanismo compensatorio intertemporal. Los gobernantes necesitan diferir el consumo actual (los ingresos) con el fin de invertir en el desarrollo de la capacidad estatal.
21 Al centrarme en la fortaleza o la debilidad relativas de los Estados y actores sociales, el análisis que pretendo realizar aquí se relaciona con el de Daron Acemoglu y James Robinson (2019). También debo recalcar que existe una larga tradición académica que sostiene que gobernar de forma conjunta con asambleas representativas permitió a los gobernantes europeos alcanzar unos mayores niveles de extracción de ingresos y de acceso al crédito de lo que habría sido posible de otro modo. En este libro haré hincapié en que esta fue la opción lógica en un entorno de debilidad estatal. En otras regiones, como China y Oriente Próximo, los gobernantes tuvieron otra opción: gobernar mediante una burocracia y prescindir de la necesidad de una asamblea representativa. La fortaleza estatal hizo esta última opción posible, y se relacionaba con unos niveles sustancialmente mayores de extracción de ingresos. A propósito del caso europeo, véanse varios ejemplos en Bates y Lien, 1985; North y Weingast, 1989; Dincecco, 2011, y Stasavage, 2011. Para leer una crítica de esta literatura, véase Boucoyannis, 2015a y 2015b. Sostiene que las asambleas representativas surgieron cuando los gobernantes obligaron a sus súbditos, y en particular a las élites, a asistir a las asambleas y a pagar impuestos. Este argumento encaja bien con mi interpretación del caso inglés, como explicaré en los capítulos v y ix. Sin embargo, también argumentaré que Inglaterra fue una excepción entre las partes europeas en este aspecto.
22 Al hacer hincapié en la importancia de la caída de Roma, iré en paralelo a la reciente contribución de Walter Scheidel (2019), aunque él se centra sobre todo en el efecto de la fragmentación política, mientras que yo lo hago en la debilidad estatal.
23 La figura muestra los ingresos totales estimados en proporción con el PIB y para cuatro Estados distintos: China con la dinastía Song en el 1086 d. C., el sur de Irak con el califato abasí sobre el 850 d. C. y Francia con Felipe el Hermoso sobre 1300 d. C. e Inglaterra con Eduardo I sobre 1300 d. C. La cifra de ingresos correspondiente al califato abasí se basa en los datos aportados en Waines, 1977, donde los cálculos sobre el PIB per cápita son de Pamuk y Shatzmiller (2014), los datos de población de Allen (2017) y los tipos de cambio de Zarra-Nezhad (2004). Allen (2017) reporta una cifra de ingresos ligeramente inferior para el año 846 d. C. que implicaría una tasa de extracción del 6,2%. La cifra de ingresos correspondiente a Francia es de De Swarte (1885, p. 326). Esto incluye una estimación de todos los “cobros extraordinarios” de Felipe, que se pueden considerar impuestos. Felipe también recibió “cobros ordinarios” de aquellos dominios de los que poseía título, los cuales no se incluyen en la figura porque es cuestionable que se puedan llamar impuestos. Si los incluyéramos, entonces tendríamos que deducir los gastos en los dominios reales para hallar la cifra de los cobros ordinarios netos. Si lo hiciéramos empleando la cifra de los cobros ordinarios netos aportados en Swarte, 1885, p. 325, entonces los ingresos franceses serían el 0,54 del PIB, en lugar del 0,49% reportado en la figura 1.1. Si utilizáramos la cifra de los cobros netos reportados en Clamageran, 1867, p. 323, entonces los ingresos franceses serían el 0,73% del PIB –así que aun así seguiría siendo inferior al 1%–. La cifra de los ingresos franceses se expresó en relación con el PIB convirtiendo las livres tournois en plata, empleando el cálculo de la población francesa realizado por Dupâquier (1988) y los datos del PIB francés de Ridolfi (2016). La cifra de ingresos correspondiente a China fue recabada por Jason Qiang Guo, y las fuentes chinas originales se detallan en Guo, 2019. Se acerca mucho a la cifra derivada de forma independiente por Liu (2015, p. 266), así como a la reportada por Golas (2015). Elegí el año 1086 d. C. como la última fecha disponible para que fuese más próxima a los datos ingleses y franceses. En dos ocasiones anteriores el Estado chino Song llegó a recaudar unos ingresos correspondientes al 13% del PIB. La evidencia también sugiere que la dinastía Song no fue la única entre las dinastías chinas que tuvo una alta capacidad para la extracción fiscal. Véase Liu, 2015, p. 45, que compara los impuestos con los Song y con la dinastía que la precedió, los Tang. La única diferencia clave fue que los Song dependieron de unos amplios impuestos indirectos al comercio, mientras que la dinastía Tang dependió exclusivamente de los impuestos directos a la producción. La cifra de ingresos correspondiente a Inglaterra se señala en el conjunto de datos “A Millennium of Macroeconomic Data for the UK” del Banco de Inglaterra, basado en las cifras de ingresos originalmente recabadas por Patrick O’Brien y Philip Hunt (1993). La cifra del PIB proviene de Broadberry, Guan y Daokui Li, 2018, y también se reporta en el mismo conjunto de datos. Disponible en https://www.bankofengland.co.uk/statistics/research-datasets [consultado el 09/05/21].