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—Sí. Aunque admito que nunca antes asistí a un parto —le confesó con naturalidad.
—Supongo que habréis visto toda clase de heridas si combatisteis en la última rebelión.
—Suponéis bien.
—¿Estáis huyendo de los casacas rojas?
Había un toque de preocupación en el tono y en la mirada de Colin, que Arthur se apresuró a borrar.
—No. Ferguson y yo hemos llegado de París, donde coincidimos con el príncipe y sus más leales allegados. Por eso sé quién sois. El hecho de que una Campbell se haya casado con un McGregor no ha pasado desapercibido para su majestad. Aunque se encuentre en el continente.
—¿Habéis estado con Carlos Estuardo?
—Así es.
—¿Y por qué habéis vuelto? Ya os digo que la vida que vais a llevar en Inverness, no va a tener nada que ver con la que llevaríais en París.
—Lo sé.
—Entonces, ¿qué hacéis aquí? Escocia no es la nación que conocíamos —le dijo con un tinte de amargura.
—Pero vos encontrasteis algo que ha merecido la pena. Una esposa, una hija y un hogar. No es tan malo a mi modo de ver.
—Cierto. Pero no fue nada fácil conseguirlo. No quise marcharme de esta tierra porque es parte de mí. No podría vivir en otro lugar.
—Por ese mismo motivo hemos vuelto Ferguson y yo. La echábamos de menos, como acabáis de decir.
Colin sonrió con cierta amargura.
—Me alegra saber que sois leal a la causa, aunque se perdiera a pocas leguas de aquí, en el páramo de Culloden.
—No vale la pena lamentar lo sucedido. No tiene sentido. Confío en vuestra discreción —le dijo mirando a Colin con firmeza.
—No os preocupéis. Aquí no correréis peligro. Estáis entre amigos, ya os lo he dicho. Los Campbell ya no son el clan que era antaño. La nueva política de Londres para las Tierras Altas y para todos los clanes ha hecho recapacitar a muchos.
Arthur levantó la mirada para fijarse en la persona que se dirigía hacia ellos. Se levantó de inmediato con gesto de educación y se quedó contemplándola con interés y curiosidad.
Colin hizo lo propio al ver a Amy dirigirse a ellos.
—¿Algún inconveniente con Brenna? —preguntó Colin.
—No. Descansa de manera plácida después de dar de comer a la niña —respondió pasando la mirada por los rostros de los dos hombres—. Solo bajé por si quieres ir con ella.
—Id. Hoy en un día feliz para Cawdor y los Campbell —le anunció Arthur haciendo un gesto con la cabeza.
—Tenéis razón. Y gracias a vos. Seguiremos charlando.
—Como gustéis.
En un momento, Arthur se encontró a solas con Amy, que parecía algo dubitativa. Algo que le llamó la atención porque no la tenía por una muchacha temerosa, a juzgar por cómo se había comportado con él. No quería hacerle pasar un mal rato por quedarse callado mientras la contemplaba.
—Celebro que ambas se encuentren bien.
—Sí, la pequeña duerme. Y mi hermana estaba acompañada de Audrey.
—Espero que pasen buena noche ambas. Puedo dejaros escrito lo que tenéis que hacer.
Amy frunció el ceño sorprendida por aquel comentario.
—¿Cómo? ¿No vais a quedaros aquí esta noche?
Aquella cuestión lo pilló desprevenido porque no esperaba semejante invitación.
—¿Por qué? No creo que surjan complicaciones. Es más, subiré a verlas en un momento para comprobar que todo está bien y me marcharé. Vos misma acabáis de asegurarme que así es —le hizo un gesto con la cabeza sin poder dejar de contemplarla. Le llamaba la atención el contraste de su cabello oscuro con su tono blanquecino de piel, y esa mirada tan resplandeciente.
—Pero… Podrían surgir complicaciones durante la madrugada. ¿Y qué haríamos? —le preguntó presa de los nervios por si se planteaba esa situación.
—Mandarme aviso a Inverness. Colin ya sabe dónde estoy. Fue él mismo el que me trajo a Cawdor, como vos misma pudisteis ver.
—Es cierto. Pero… —se quedó callada pensando en la manera de hacerle cambiar de opinión. No estaba tan segura de que fuera buena idea que él se marchara.
Lo vio acercarse más a ella. Se fijó en sus rasgos, en su cabello revuelto y su mirada a través de las lentes y su tímida sonrisa.
—Comprendo que estéis preocupada por vuestra hermana y vuestra sobrina. Pero os aseguro que estarán bien. Solo necesitan descansar y alimentarse. No temáis. Aunque os parezca joven, tengo bastante experiencia. Sé lo que digo.
—Pero os escuché decir que era vuestro primer parto —le recordó expectante.
Él no pudo evitar seguir sonriendo.
—Tenéis buena memoria, señorita Campbell.
—Pero no significa que os lo esté echando en cara, señor…
—Munro. Pero prefiero que me llaméis Arthur.
—Ya os pedí disculpas por mi atrevimiento cuando expresé mis pensamientos en voz alta. Pero sigo creyendo que sois algo joven para ser un doctor.
—Si me comparáis con el anterior que había en Inverness, es lógico ya que este ha dejado de practicar la medicina debido a su edad —Se estaba divirtiendo con aquella impetuosa señorita Campbell. Sí. No esperaba encontrarse a alguien así—. ¿Sois de esa clase de personas que juzgan a las demás por su aspecto?
Ella arqueó una ceja con suspicacia al escucharlo referirse a ella de aquella forma.
—No siempre, pero reconozco que vos habéis despertado mi curiosidad.
—Espero que para bien.
—Sin duda.
El sonido de pasos acercándose al salón hizo que Arthur se volviera para encontrarse de frente con Colin McGregor.
—¿Cómo habéis encontrado a vuestra esposa?
—Está despierta. Ha dado de comer a la pequeña.
—Subiré a comprobar que todo está en orden antes de retirarme.
—Colin, le comentaba al doctor que debería pasar la noche en Cawdor. Por si surgen complicaciones durante la madrugada —Se apresuró a comentar Amy a su cuñado y fijándose en cuál era la reacción del doctor.
—Sin duda. Es más, yo esperaba que lo hicieseis, como comenta Amy. Malcom puede llegar a Inverness y hablar con vuestro ayudante para explicarle la situación y que venga también. Hay sitio de sobra en este castillo. Y me sabría mal que no aceptaseis.
Arthur se quedó con la boca abierta sin saber qué decir. Lo cierto era que sería muy desconsiderado por su parte no aceptar la invitación de Colin. Y aunque no creía que sucediera nada esa noche, tal vez… Desvió la mirada hacia Amy, quien mostraba una sonrisa de orgullo y victoria. Pero lo que más le sorprendió fue su manera de mirarlo, y que lo hizo titubear.
—Bueno… No… no creo que surjan complicaciones.
—Insisto en que os quedéis y que mandemos recado a vuestro ayudante. Os saqué a la fuerza casi de la casa que vais a ocupar en la ciudad. Permitidme que os compense por ello.
Arthur asintió al verse perdido. No quería discutir con Colin. Le había confesado quién era y por qué estaba allí. Salvo por el encargo del propio príncipe.
—De acuerdo. Pasaré la noche en Cawdor. Y sí, sería bueno tener a Ferguson a mi lado. No me gustaría despertarla en mitad de la noche para que me ayudara —dijo mirando a Amy con cierta ironía y una sonrisa divertida.
—Tengo el sueño ligero. No habría problema alguno.
Sin duda que aquella muchacha no se dejaba intimidar ni acobardar y parecía tener la última palabra.
—Voy a ver a la madre y a la niña.
—Le diré a Audrey que prepare un par de habitaciones. Y a Malcom que vaya a buscar a vuestro ayudante.
Arthur no dijo una palabra más. Asintió mirando a ambos, pero en especial a Amy. Esta le devolvió la mirada con los brazos cruzados y las cejas formando un arco de expectación sobre su frente. Colin asintió y fijó su atención en ella sin que se diera cuenta. ¿Por qué se había quedado mirando al doctor con aquella cara? Se preguntó recelando del comportamiento de esta.
—¿Por qué me miras?
—Estaba pensando… Encárgate de avisar para que preparen más comida para esta noche. Ya que has sido tú la que ha sugerido que el doctor pase la noche en Cawdor.
Amy entrecerró los ojos mirando a Colin con recelo. No creía que hubiera dicho nada malo.
—Es lo más lógico en este caso. Pero tú también lo habías considerado.
—Sin duda. Lo que pasa es que me ha chocado un poco después de cómo lo recibiste.
—Ya le he pedido disculpas por mi comentario.
—No esperaba menos de ti. Que le hayas pedido que se quede esta noche aquí, cosa normal en el estado de Brenna, pero… me sorprende que le hayas insistido para que aceptara.
—Tú mismo acabas de responderlo —le interrumpió dejándolo con la palabra en la boca—. Algo de lo más normal teniendo en cuenta que mi hermana acaba de parir. Estaré en la cocina, por si me necesitas.
Colin se quedó aturdido por la respuesta de Amy. Era la clase de persona que no se callaba ni debajo del agua. Sonrió con toda intención viéndola alejarse hacia la cocina. Primero le echaba en cara a Arthur su juventud, y luego le pedía que pasara la noche en Cawdor para controlar la salud de su hermana. ¿Se sentía culpable de ello?
Amy se alejó de Colin con el ceño fruncido tras la conversación que acababa de mantener. ¿Qué había querido decirle con esa conclusión? Lo más lógico era que el médico pasara esta primera noche en Cawdor para comprobar que tanto Brenna como la niña estaban bien. ¿Qué le había insistido? Le había dicho Colin. No tenía esa impresión. Solo había comentado la situación tal y como ella la veía. Nada más, se dijo con una tímida sonrisa.
3
Arthur volvió a la habitación de Brenna para comprobar que todo estuviera en orden. No había dejado de sonreír desde que se despidió de la locuaz Amy. ¡Diablo de muchacha! Pensó sacudiendo la cabeza y llamar a la puerta con suavidad para no molestar. Audrey, abrió con una sonrisa.
—Pase doctor.
—Gracias. ¿Cómo se encuentra? —preguntó dirigiéndose a Brenna, que lo miraba confusa cuando él se acercó para poner la palma de su mano sobre la frente de ella—. Veo que no tiene excesivo calor.
Ella entrecerró los ojos como si intentara ubicar el rostro de aquel hombre. Hasta que recordó que era el doctor que había atendido el nacimiento de su pequeña.
—Cansada y dolorida.
—Es normal. Acabáis de dar a luz a una pequeña preciosa.
—Gracias por vuestra ayuda.
—Solo hago mi trabajo de médico. Quiero que descanséis y que durmáis toda la noche.
—Si la pequeña Mary me deja —le confesó con una media sonrisa.
—Cierto, ahora es cuestión de comer y dormir para ella. Yo me quedaré esta noche en el castillo a petición de vuestro esposo y de vuestra hermana, la cual ha insistido en ello —sonrió al pensar en ella una vez más.
—Es de agradecer, señor —comentó Audrey fijándose con atención en el gesto de él cuando se refirió a la hermana pequeña de su señora.
—¿Amy os ha pedido que os quedéis? —le preguntó Brenna mirándolo con el ceño fruncido sin entender nada.
—Sí. Veamos a la pequeña. Le ha dado de mamar, ¿verdad? —preguntó centrando su atención en la criatura, que dormía de manera plácida en su cuna.
—Sí. No veáis el hambre que tenía —comentó Brenna con una ligera sonrisa.
—Vos también deberías tomar algún caldo. Os vendrá bien para iros reponiendo —luego miró a Audrey—. ¿Podríais encargaros de ello?
—Sin duda que lo haré. Pediré en la cocina que lo preparen.
—Gracias. Por lo demás, mantened la habitación caldeada, para que ni la niña ni vos cojáis frío. Veo que os habéis cambiado de camisón.
—Estaba empapado en sudor por los esfuerzos —le comentó Audrey—. Le ayudé con ello.
—Perfecto. Si me necesitáis, mandadme llamar. Permaneceré aquí hasta mañana, si todo marcha bien.
—Gracias.
—No olvidéis darle un caldo —miró a Audrey para recordarlo.
—Ahora mismo.
Arthur salió de la habitación y resopló mientras descendía las escaleras hacia la planta baja donde volvió a ver a Amy. Esta levantó la mirada atraída por la curiosidad de saber quién bajaba, y él sonrió al verla preparándose para lo que tuviera que decirle.
Cuando ella lo vio sonreír se quedó al pie de las escaleras, contemplándolo bajarla con la mirada entornada con cautela.
—¿Por qué os quedáis mirándome y sonreís? —le preguntó con un toque de advertencia, que no pasó desapercibido para él.
—Oh, ha sido más bien una especie de acto reflejo cuando os he visto.
—¿Por verme? ¿Qué queréis decir? —Amy cruzó los brazos sobre su pecho y arqueó una ceja con suspicacia. No iba a ceder ni un ápice. Se había disculpado, pero ello no significaba que fuera a permitirle reírse de ella.
—Me preguntaba con qué clase de comentario ibais a sorprenderme esta vez.
Arthur se quedó contemplándola desde el primer peldaño de la escalera, lo que le obligaba a bajar su vista hacia su rostro. Volvió a detenerse en el color claro de sus ojos, que parecían ganar luminosidad a cada segundo que los contemplaba. Su tez pálida contrastaba de manera notoria con su cabello negro como la noche. Lo llevaba recogido de una manera improvisada, dejando varios mechones libres cayendo a ambos lados de su rostro.
—¿En serio? ¿Y qué esperabais que os dijera? —Lo recorrió de pies a cabeza con su mirada y un toque irónico en su voz.
—No lo sé. Porque después de nuestros dos encuentros, no sé qué esperar de vos.
—Oh, bueno. Ya os pedí disculpas…
—E insististeis en que permaneciera en Cawdor esta noche.
—Para velar por la salud de mi hermana y mi sobrina —le reiteró encarándose con él sin perderle la mirada. No estaba dispuesta a dar un paso atrás. Era una Campbell. Y eso era decirlo todo en aquellas tierras del norte. Pero todo se complicó cuando él descendió el último peldaño de la escalera y a punto estuvo de trastabillarse con ella por querer mantener su posición.
Arthur reaccionó de manera rápida al verla retroceder sin mirar atrás, sujetándola antes de que pudiera caerse.
Amy experimentó como su pulso parecía ganar velocidad. Abrió los ojos como platos y dejó escapar un chillido por entre sus labios. No sabía si el vuelco en su pecho se debió a que estuvo a un paso de caerse o a la proximidad de él cuando se inclinó sobre su rostro de manera casual. Amy frunció el ceño y entornó su mirada con precaución.
Audrey fue testigo de la escena desde lo alto de la escalera. Y en vez de bajar esta decidió quedarse observando a ver qué sucedía con la joven Campbell y el doctor.
—Disculpad, no pensé que…
—¡Casi os abalanzáis sobre mí! —le espetó ella con el rostro encendido por el sofoco que le había provocado la cercanía de él—. ¿En qué diablos estabais pensando?
—No era mi intención. No pensé que fuerais a quedaros ahí cuando visteis que yo bajaba. De todas maneras, os pido disculpas si os asusté.
—¿Qué demonios pretendíais? ¿Asustarme? ¿A una Campbell? —entrecerró los ojos como si lo fulminara con su mirada mientras su rostro se encendía y su cabello se liberaba por completo de su recogido. Cruzó sus brazos sobre su pecho como si de una barrera se tratara. De ese modo, no se atrevería a acercarse, se dijo ella segura de sí misma.
Arthur boqueó sintiendo la boca seca al ver aquella imagen ante él. Aquel genio; no mejor, aquella furia de los Campbell en todo su esplendor. Por un instante se sintió confundido por la belleza sin igual que tenía el privilegio de contemplar. Si en un primer momento ella le había llamado la atención por su labia, en ese momento no le cabía la certeza de que era una muchacha muy atractiva.
—Solo quería ponerme a vuestra misma altura.
—¿A mi altura? Pero, ¿de qué…?
—Oh, vamos. Estaba en una situación ventajosa subido en el peldaño de la escalera. Solo pretendía que los dos estuviéramos… Me sentía incómodo por vos.
Ella elevó las cejas sorprendida por ese comentario.
—¿Por mí?
—Estabais ahí de pie, mirándome con el mentón alzado. No me hace gracia que me miren de esa forma.
—Oh, de manera que al doctor no le gusta que le miren con el mentón elevado —comentó con ironía y una mueca cínica. Pero no esperaba lo que iba a suceder a continuación—. Oohhhh, pero ¿qué…?
En un gesto inesperado por ella, Arthur la cogió por la cintura entre pequeños chillidos y exclamaciones por parte de ella y la depositó en el peldaño de la escalera. Sonrió satisfecho cuando su mirada quedó a la misma altura que la de ella.
—Ahora sí.
—¿Por qué lo habéis hecho? ¿Y quién os dado permiso para ponerme una mano encima? Soy una Campbell —le refirió orgullosa de serlo en todo momento. Lo desafió no solo con la mirada, sino con el mentón elevado una vez más.
Arthur se fijó en ella con inusitada atención. El cabello le caía en ondas sobre los hombros y el rostro otorgándole un aspecto genuino y exquisito. No entendía por qué diablos se estaba fijando en ella de aquella forma. Pero debía admitir que durante los años que había permanecido en Francia, no había conocido a una muchacha tan impetuosa y locuaz como ella.
—Bueno, lo he hecho porque de este modo ambos estamos al mismo nivel para conversar. Y soy consciente de que me encuentro en la residencia y los dominios del clan Campbell. No hace falta que me recordéis a cada momento quién sois —le dijo con una sonrisa divertida cruzando sus brazos perdido en aquella mirada luminosa llena de rabia y desconcierto.
—Temo que sois incorregible. Estoy pensándome si he hecho bien en pedirle a Colin que os quedéis esta noche.
—Pero… fuisteis vos la que me lo pidió primero —le recordó observando como ella abría la boca para rebatirlo, sin duda, pero la cerró al comprender que no le estaba diciendo nada que no fuera real—. ¿Y qué me decís de vuestra hermana y vuestra sobrina? ¿No iréis a decirme que esta pequeña confusión os ha hecho cambiar de parecer? No estáis lastimada por mi ímpetu al bajar el escalón. De haberos hecho algo, no olvidéis que soy médico. No obstante, si no hubieseis estado tan cerca de mí…
—No intentéis confundirme —Amy esgrimió un dedo de manera amenazante ante el rostro de él. Pero al momento se sintió turbada por el hoyuelo, que se le formaba en las comisuras de los labios cuando sonreía—. Os habéis abalanzado sobre mí.
—Nada más lejos de la realidad —Arthur levantó la mirada por encima de ella cuando percibió la presencia de alguien en lo alto de las escaleras, y se apresuró a hacer una señal a Amy—. Creo que estamos entorpeciendo el paso.
Esta se volvió para encontrarse con Audrey y su gesto pícaro. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué había visto y escuchado? No pudo evitar preguntarse cuando se apartó para dejarla pasar.
—Voy a la cocina a pedir que hagan caldo para Brenna, como me habéis pedido, doctor.
Los dos la dejaron pasar delante de ellos y antes de que Arthur le dijera nada, Amy se dirigió a esta.
—Espérame Audrey. Yo también iba a la cocina.
—¿Ibais? Pensaba que veníais de allí cuando os he visto deteneros al pie de la escalera y mirarme como si fuerais a preguntarme algo —le refirió Arthur de manera socarrona.
Amy apretó los labios y agarró su falda entre sus dedos para elevarla y bajar el escalón de la discordia entre ellos. Le sostuvo la mirada en todo momento a Arthur cuando pasó por delante de él. No pretendía si quiera mirarlo, pero su orgullo era más fuerte que su voluntad y no pudo evitar pararse y centrar su atención en él. Su cuerpo se rozó de manera involuntaria contra el de él antes de apartarse.
—Tened cuidado no tropecéis. Podríais lastimaros un tobillo —le recordó con sorna mientras no podía dejar de contemplar su belleza.
—No creo que eso suceda mientras no os mováis del sitio —sonrió convencida de que de nuevo ella volvía a ganar—. Ah, y antes de que se me olvide.
—Decidme —se quedó contemplándola con inusitado interés por lo que tuviera que añadir
—O recuerdo que no me habéis asustado antes cuando os vinisteis contra mí.
—Me alegra saberlo. Y no era mi intención.
—Hace falta mucho más para asustar a una Campbell —sonrió con ironía y picardía consciente de que volvía a quedar por encima de él. Pero al momento siguiente su sonrisa se transformó en un ligero aleteo en su pecho al mismo tiempo que el calor de minutos antes regresaba, si es que, en algún momento, mientras estuvo con Arthur, se había marchado.
Él sacudió la cabeza y resopló siguiéndola con su mirada. Lo tendría en cuenta para futuras situaciones porque estaba seguro de que estas se sucederían antes y después de abandonar Cawdor. Decidió que era un buen momento para salir del castillo y ver si Ferguson llegaba acompañando a Malcom. Deseaba que su amigo lo hiciera porque estaba convencido de que su compañía le haría más que bien para quitarse de la cabeza a la señorita Campbell.
Audrey no quitó ojo a la joven Amy desde el instante en que entró en la cocina. Esta pretendía pasar desapercibida para no tener que responder a incómodas preguntas. Por ese motivo se movía aquí y allá sin prestar atención a nada en particular. Estar allí era una excusa para no tener que permanecer más tiempo con el doctor, y sus mordaces comentarios.
—¿Te sucede algo, pequeña?
La voz de Audrey hizo que el tarro de especias que Amy tenía en su mano estuviera a punto de precipitarse al suelo.
—¿Qué te ha dicho el doctor? —le preguntó para distraer la atención de ella.
—¿Lo preguntas por la sopa? —Audrey le lanzó una mirada de curiosidad—. Que Brenna debe comenzar a comer un poco. ¿Y tú qué hacías en las escaleras?
La sirvienta no pudo evitar hacerle la pregunta, pero desvió su atención de la pequeña Campbell a la sopa para indicarle a la cocinera que echara algo más de agua.
—Oh, nada en particular.
—Pues para no ser nada se te veía bastante alterada. Como estuvieras discutiendo con él.
—Es que… casi me caigo por su culpa —le dijo de pasada, agitando una mano como si no le diera importancia.
—Por suerte es médico. De haberte sucedido algo en la caída, él te habría dicho qué hacer —Audrey le lanzó una mirada muy significativa.
—Sí, eso es cierto. Pero…
—¿Qué opinión te merece?
—¿Quién…?
—Arthur. El doctor.
—Ah… —Amy se mordió el labio pensando en lo que le parecía. No insistiría en el tema de su edad. Pensó en su manera de contemplarla a través de sus anteojos. Su sonrisa pícara, el hoyuelo, su aspecto…—. No sé. No lo he tratado lo suficiente como para decirte algo.
—Me parece un hombre que sabe lo que hace.
—Ha estudiado para ello. Solo faltaría que no supiera cómo tratar a sus pacientes—Amy permaneció con la boca abierta mirando a Audrey.
—Eso lo doy por sentado. Me estoy refiriendo a que sabe por dónde se anda. No vacila a la hora de tomar una decisión. ¿Te diste cuenta que pese a ser su primer parto, no dudó un solo instante? Dio las órdenes precisas para atender a tu hermana.
La joven Campbell frunció el ceño recordando esa escena en la habitación de Brenna. Audrey tenía toda la razón. No lo había visto vacilar en ningún momento. Sin duda que poseía la determinación y el aplomo suficiente para enfrentarse a una situación nueva y desconocida.
—Es posible.
Amy no quería pararse a pensar en él por más tiempo. Y se centró en ayudar a preparar comida para todos.
—Ha dicho que se quedará en Cawdor esta noche.
—Lógico.
—¿Qué tienes tú que ver en ello? —Audrey no iba a parar hasta que la joven Campbell le dijera qué estaba pasando con el médico.
—¿Yo? ¿Por qué? —Amy sentía los nervios adueñándose de su estómago. Abrió los ojos como platos mirando a Audrey. ¿Qué tenía que ver todo esto con el doctor y con ella?
—Le dijo a tu hermana que tú habías insistido especialmente en ello.
—¿Qué yo…? Pero si fue Colin quien se lo pidió —se apresuró a aclarar antes de que Audrey pensara en lo que no era—. Yo solo le pregunté si no había pensado quedarse dada la situación de Brenna y de la niña. Nada más.
—Pero, al parecer tú se lo pediste en dos ocasiones.
Amy abrió la boca para rebatir el comentario, pero al ver la mirada tan concluyente de Audrey, la cerró y sacudió la cabeza.
—¿Y qué? Estaba dispuesto a marcharse a Inverness. ¿Cómo podía dejar a Brenna y a la niña pasar la noche sin estar él?