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De divinidad independiente pasó a ser hijo de Viracocha, y de niño robusto y de oro, pasó a ser adolescente guerrero y adulto soberano, legitimador de la sangre divina entre los gobernantes incas.
De hecho la palabra inca, con minúscula, puede traducirse como “hijo del sol”, mientras que la palabra Inca, con mayúscula, se refiere al Señor y Gobernante Inca o al Imperio inca en toda su extensión, con lo que todos los niños incas son reflejo de Inti Wawa, pero solo los destinados al gobierno de los pueblos, son sus hijos directos, de su misma sangre, Incas de verdad y con potestad sobre el mundo entero, con lo que todos y cada uno de los monarcas incas son parte de la mitología, dioses menores con la garantía de gozar con un lugar reservado en el cielo.
Según la leyenda, Inti Wawa es quien legitima a Manco Cápac como primer gran soberano inca en el 1200 de nuestra era, y vaticina que Atahualpa y Pachacámac lograran la unión de las cuatro provincias.
La guerra, la muerte, el sacrificio humano, la conquista, la destrucción y posterior reconstrucción también están amparados por Inti Wawa, y, como en muchas otras mitologías, a menudo la creación del mundo, o del universo entero, está precedido de un conflicto bélico entre los dioses.
Cantar de la guerra de los cielos
Antes, mucho antes de la gran inundación.
Antes, mucho antes de que Viracocha fuera padre.
Antes, mucho antes de que los hermanos Ayar y sus esposas surgieran de las montañas.
Antes de que Inti iluminara a Pachamama.
Antes, mucho antes de que nacieran y murieran tantas humanidades.
Antes, cuando solo estaba el Sol Primordial como fuente de todo final y de todo principio, los dioses que han perdido su nombre en nuestra memoria entraron en guerra.
Los fuertes eran celados y envidiados por los débiles.
Los débiles eran esclavos y comida de los fuertes.
La primera gran armonía se precipitaba al caos.
En el Gran Sol Primordial, que había sido todo luz eterna, empezaron a brotar sombras de ira, venganza, traición y guerra.
Nada podía hacerse para doblegar las revanchas y los celos, por eso el Gran Sol Primordial se retiró a sus aposentos.
La oscuridad lo rodeó todo.
Los dioses se lanzaban rayos y piedras ígneas unos a otros.
La oscuridad se rompía con aquellos relámpagos.
El cielo quedó roto, más negro que luminoso.
Cuando la guerra acabó, pues no había nadie a quien matar, en el cielo quedaron piedras de fuego y piedras de hielo, piedras frías y piedras calientes, sin orden ni concierto.
Solo entonces el Gran Sol Primordial volvió a brillar para poner orden entre las piedras alocadas que surcaban el firmamento.
El Gran Sol Primordial tuvo nuevos hijos para que le ayudaran en la tarea.
Viracocha e Inti fueron los encargados de darle forma al universo que vemos.
Todo volvió al orden.
Hubo muchos hermanos antes que nosotros que nacieron y murieron, y muchas más guerras de dioses, pero ninguna como aquella que lo oscureció todo entre grandes y terribles destellos.
Las palabras y los hechos son muchos, la memoria es poca, pero algo nos queda en el recuerdo y en los sueños, y así lo transmitimos a los que vienen y están por venir, y así no se pierda nuestro origen, pues somos hijos o nietos del Gran Sol Primordial del que emana todo, y a él debemos oración, devoción y respeto.
Que no se pierda nuestro canto en los laberintos de los tiempos.
II: Nacimiento de la humanidad
Cuando me elevo
miro a los humanos como hormigas,
con alegría o con desprecio,
pues la vanidad de los dioses
es un arma fría.
Dentro de la mitología inca hay varios dioses, pero la religión oficial del imperio impuso la figura de Viracocha como dios supremo y creador, rescatando al Viracocha de los tiahuanacos y fusionándolo, de una o de otra manera, con Inti, el popular dios Sol al que prácticamente todo el mundo andino veneraba.
Sabemos que el monoteísmo no ha funcionado nunca, la superstición, que algunos consideran innata en el ser humano, lo impide, y si un dios no funciona se busca a otro o a sus intermediarios, santos, vírgenes, gurús, reliquias, piedras, muros, aves, animales, o lo que sea, con tal de tener la esperanza de que la suerte mejore o que la muerte no sea traicionera.
Los dioses demasiado elevados no responden ni corresponden a las necesidades inmediatas de los pueblos, pero sí suelen hacerlo sus hijos, esposas, nietos o sacerdotes, con lo que todo panteón divino tiene, además de su dios principal y oficial, a muchos otros seres divinos con dones y funciones específicas capaces de contentar a sus creyentes.
La religión inca no es la excepción, tal y como nos lo muestra su rica y extensa mitología, donde el laberinto de creencias no respeta ni tiempo ni espacio, y lo inca y lo preinca a menudo se confunden y tropiezan para desespero de aquellos que pretenden darle un orden o definir fechas exactas.
Dioses incas
Al tratarse de un imperio, los dioses preincaicos se mezclan o sincretizan con los dioses incas aprovechando que la mayoría de los pueblos andinos y costeños practicaban cultos solares y tenían en el oro al referente solar por excelencia.
No pocas ciudades preincas tenían sus templos y ciudades revestidos en oro, un oro que los incas cambiaron por piedras, muy bien trabajadas y labradas, pero piedras al fin y al cabo.
Donde había piedra amarilla, aunque no fuera oro, los inca colocaron piedras grises, reservando los colores dorados para la capital, Cuzco, centro y ombligo del mundo, donde el oro que entraba no salía, y donde los nuevos dioses eran los más poderosos del universo, como Viracocha, que dentro de la religión inca era el padre y creador de todo, incluso de los dioses arcaicos que lo superaban en edad, porque Viracocha era el señor del tiempo y podía ser padre de sus antecesores sin ningún problema, así como ser padre de los hijos de sus padres, e incluso ser padre de sí mismo encarnándose en Pachacámac, para poder vigilar y cuidar a los seres humanos de cerca.
Muchos de los dioses primigenios de los Andes y de la costa eran divinidades itinerantes, peregrinas, vagabundas, sin un área geográfica determinada, mientras que otras deidades, más animistas, eran patronas de las cuevas, los ríos, los mares, los animales, las piedras, de las casas, de los caminos o de lo que fuera.
Algunos de ellos eran creadores, y cada uno de ellos había concebido su propia humanidad que a menudo no se parecía demasiado a la humanidad creada por otro dios; mientras que otras deidades eran pasajeras o simplemente presenciales, sin seres humanos bajo su mando o su protección.
Unos eran tan antiguos como la Tierra misma, y otros apenas si tenían unos cuantos años visitando el planeta. Unos conocieron a los grandes lagartos, según las leyendas, y otros apenas si conocían al mítico puma y tenían a la llama como animal de compañía.
Ñau Papacha
Ñau Papacha es el dios y señor del mundo antiguo, primer padre de Inti, el Sol, y creador de varias humanidades, incluida la nuestra, a la que sigue cuidando y protegiendo, sobre todo con el nuevo orden o nuevo mundo inca, donde se le coloca como dios del mundo actual y terrenal, protector de los hombres, que ya no son sus hijos, sino los nietos de los nietos de los nietos de su creación original.
Cuando se crea el Tahuantinsuyo, o las cuatro provincias incas (suyos), Ñau Papacha queda como un dios más creado por Viracocha, que algunos pueblos adoraban, si no en secreto, sí después de venerar a Viracocha, el dios oficial.
Ñau Papacha, en algún tiempo, fue considerado el Gran Sol Primordial que no creaba nada porque ya lo era todo, y del cual se desprendieron otros dioses, como Inti y Quilla, que sí se dedicaron a formar seres humanos.
Para algunos esoteristas Ñau Papacha es el padre de Pachamama, la Tierra, y es el verdadero dios primario que lo da todo sin pedir nada a cambio, ni siquiera reconocimiento o devoción, porque todo aquel que se eleve al dejar este mundo va a conocerlo y a reconocerlo en el plano espiritual y divino, donde no hay jerarquía ni culto a la personalidad, sino solo luz y armonía.
En este sentido Ñau Papacha es el Sol de todos los soles, y no hay imagen posible ni visible de su luminosidad.
Viracocha
Intentando desenredar la madeja del laberinto, la primera pregunta que nos hacemos es:
¿Quién es Viracocha?
¿Huiracocha?
¿Wiracocha?
¿Apu Qun Tiqsi Wiraqucha?
¿Apu Kun Tixsi Wiraqucha?
¿El Gran Sol Primordial?
¿El Esplendor Originario?
¿Ser Supremo?
¿Padre Eterno?
¿Señor de los Ejércitos?
¿Sangre de los monarcas incas?
¿O era un simple dios de los tiahuanacos surgido de las aguas del lago Titicaca tras la partida de Amaru?
La religión oficial inca lo adopta y lo adapta a sus ritos solares, y lo hace padre de Inti, y de todas las cosas, con una trascendencia de la que carecía entre los pueblos chavín, huari y tiahuanaco, si bien es cierto que preside la puerta del solsticio en la mítica ciudad de Tiahuanaco, cuya civilización creadora y creencias al respecto se desconocen del todo.

Viracocha, reproducción de un relieve en la Puerta
del solsticio de Tiahuanaco
Las leyendas no oficiales lo colocan como un dios errante que iba buscando asiento por las montañas y los ríos, acompañado de un ave, Corikente, que le hablaba al oído y le cantaba las cosas del porvenir, o las cosas que sucedían a lo lejos. Corikente también lo comunicaba con otros dioses, y le daba poderes con sus plumas mágicas, las cuales el dios arrancaba para confeccionar sus penachos y sus máscaras sagradas, que más tarde emularían los gobernantes incas.
Este Viracocha iba armado y dispuesto a la caza, la lucha o a la batalla, con una honda y una lanza, pero también sabía sembrar, cosechar y esquilar, habilidades que enseñaba a los que se encontraba por el camino para favorecerlos como buen ser divino que era.
Durante siglos, y quizá milenios, Viracocha fue un dios solar guerrero y benefactor, pero no el creador de la humanidad y mucho menos del universo, aunque sí lo será a partir del siglo XIII o XIV de nuestra era, cuando se convierte en el Dios del imperio.
Inti, el Sol
Inti no solo era el dios Sol que vemos y nos calienta, sino que era el dios supremo de muchos pueblos andinos y costeros, que tenía sus aposentos en Hanan Pacha, el mundo celestial, desde el cual vigilaba y protegía al mundo terrenal, o Kay Pacha, al que visitaba cada amanecer y dejaba por las noches, para que la luna y las estrellas se ocuparan de la Tierra en su ausencia.
Los demonios, convertidos en nubes, niebla o tormentas, a veces tapaban su faz y no lo dejaban ver lo que sucedía en la Pachamama, pero tarde o temprano el volvía a brillar con fuerza para solucionarlo todo.
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