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Se puede anotar que el Islam provenía de un mal padre, Abraham, de una madre repudiada, Agar, y de un hijo rechazado, Ismael, pero de un mismo dios o dioses, Eli o Elohim, es decir, Alá.
Era sin duda una religión dolida, pero muy refinada, con una concepción muy elevada de Alá y unas metas de paz, armonía, felicidad y abundancia para todos y cada uno de los seres humanos, una bella religión de amor sin duda alguna, que tardó varios años en dejar de serlo, y muchos más en radicalizarse.
El primer Islam fue tolerante y se fundió con muchas otras creencias y religiones, entre ellas la yoruba, ya que en sus principios no fue tan imperialista e impositiva como la Religión Católica; los infieles eran infieles y no gozarían nunca de las mieles de Alá, pero no se les mataba o quemaba por no compartir la misma creencia.
No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta, y todos los islamistas deben estar unidos bajo el credo Shahada, pero hay varias ramas del mismo árbol, como Orishas en la Mitología Yoruba.
Suníes, sufís y shías son las más conocidas, pero dentro de estas tres divisiones, más de una vez en pugna y en guerra, hay diferentes escuelas, por ejemplo, dentro del shiismo, o chiismo, se encuentra el ismaelismo, que parece el más cercano a las creencias de la Mitología Yoruba.
Como toda gran religión, el Islam buscaba superar las supersticiones y las leyendas de su entorno, pero libros como Las mil y una noches nos demuestran que, como en el caso de muchas otras grandes religiones, nada pudieron hacer para que el pueblo confiara más en el mítico rey Salomón, en genios y en hadas, que en Mahoma y en Alá, por mucho que les rezaran y adoraran, para solucionar sus problemas cotidianos y satisfacer sus ambiciones, de la misma manera que los católicos confían en sus santos y vírgenes antes que en el Dios Padre, y los yoruba en sus Orishas antes que en Olodumare.
Eli, Alá y Olo, aunque en castellano no nos lo parezca, tienen una pronunciación muy similar, sobre todo en la letra consonante intermedia, la que importa.
Nigeria, Níger, Benín y Togo se habla actualmente la lengua yoruba, sobre todo en Nigeria, donde es oficial, pero también se habla en Cuba y en Brasil, e incluso en Miami.
Las leyendas cuentan que el yoruba se habla desde hace miles de años, y que Oduduwá les llevó las letras, pero científica e históricamente no es hasta el siglo XIX que se le da un cuerpo escrito y formal, y el lucumí, considerado arcaico y muy popular entre babalaos, en realidad es la derivación dialéctica del yoruba que se utiliza en los rituales de santería en Cuba, Haití y República Dominicana.

Diversidad antropomórfica yoruba
No hay duda que el idioma yoruba tuvo una gran influencia a lo largo y ancho del río Níger, los actuales estados de Ogun, Oya y Oba, y los ríos que llevan su nombre, es una clara preeminencia del yoruba sobre las lenguas de otras etnias, e incluso de su influencia mítica y religiosa, pero Naana Buluku, en Benín, resultó más vieja que Olodumare, al menos en su llegada a la Tierra, porque los arara son quizás más antiguos que los yoruba, al menos como etnia particular, ya que los yoruba no tienen un aspecto específico, y están formados por más de dieciséis grupos humanos.
Entre los yoruba se pueden encontrar rasgos antropomórficos de varios pueblos, como los hutus y los tutsi, pero nunca tan específicos y propios como los bosquimanos, los pigmeos, los zulú o los suajili, que también tiene lenguas complejas y rica mitología; sin embargo, es la Mitología Yoruba la que se ha expandido y ha tenido un amplio eco en las creencias y religiones afroamericanas.
Por lo que respecta a las lenguas hay una gran diversidad, y al menos dieciséis lenguas bien estructuradas como el yoruba y su famoso saludo “luk’u’mi”, que da nombre al dialecto yoruba de Cuba, el lucumí. En América el yoruba se ha castellanizado, pero desde las colonias del siglo XVI tuvo un claro afrancesamiento tanto en su grafía como en su pronunciación.
Muy lejos de todo ello quedan las patakis más antiguas, aquellas donde los Orishas todavía no tienen forma humana, los ríos son las grandes divinidades y los animales de la selva tienen algún papel.
En estas patakis y leyendas se adivina lo que será la Mitología Yoruba del setecientos de nuestra era, y que algunos estudiosos sitúan en la Edad de Piedra, mucho antes de que egipcios, griegos y romanos incursionaran tímidamente en el continente africano.
Primera Pataki de Agayú
El Ríos de Ríos (el Níger) era todo lo que había.
Solo agua hasta que crecieron las tierras y el Señor de las Arenas empujó a los ríos y a las montañas.
Entonces los cielos se elevaron y las nubes se pusieron de por medio.
El Río de Ríos empezó a tener hijos como las ramas de los árboles, abriéndose paso porque quería llegar lejos y a todas partes.
Así engendró a Oya, Oba, Oshun y Agayú, el revoltoso.
Todos se cruzaban entre sí creando vida a su alrededor.
Pero Agayú fue el más adelantado porque creo todo un reino a lo largo de su cauce hasta llegar a su palacio.
Creó mucho seres en su interior, pero también alrededor de su cuenca.
Nacieron las aves y los peces.
Los insectos y las ranas.
Las serpientes y los gusanos.
Los lémures y los babuinos.
Los cocodrilos y los hipopótamos.
Los dromedarios y los elefantes.
Los tigres y los leones.
Y, finalmente, cuando todo ya estaba hecho, aparecieron los hombres.
Agayú, su padre, vio que tenían dos manos y diez dedos, y que con ellas podían trabajar para él.
También vio que hablaban y reían, más que los monos, así que podían honrarlo, festejarlo y celebrarlo.
Agayú los tomó bajo su manto.
Luego vio que también eran violentos y perezosos, y que muchos de ellos le faltaban al respeto, así que un día los cubrió con sus aguas y los hizo temerosos de su poder, tanto, que siempre estaban quietos y tristes, y no se atrevían a levantar la mirada.
Ahora sí le obedecían en todo.
Todo estaba muy tranquilo y en orden, y las riquezas de Agayú aumentaban cada día. Nadie, ni siquiera su padre, el Río de Ríos, le importunaban, y Agayú podía vivir confiado y tranquilo.
Fue entonces cuando Agayú tomó la forma de hombre y de rey en tierra, y así era hombre y río a la vez, y podía gozar de sus bienes y de su mando tanto en la selva como el en agua, en el árbol como en el viento, y disfrutar del espíritu y de la carne en su existencia.
Los humanos le obedecían ciegamente en todo, así que los mandó a que le construyeran un gran palacio, para que lo llenaran con lo mejor que existiera.
Agayú vivía tan despreocupado que dejaba las puertas y las cortinas abiertas de su palacio, pues sabía que nadie, ni hombre ni animal, ni reptil ni insecto, se atrevería a tocar sus posesiones.
Sus aguas corrían contentas llenas de peces, y si alguien las quería cruzar, bañarse o navegar en ellas, tenía que pedirle permiso y brindarle ofrendas.
Los extranjeros tenían que traerle frutos y semillas nuevas y desconocidas para sembrarlas en su lecho, y las extranjeras tenían que dormir con él para que tuvieran su descendencia allá donde fueran.
Algunos se rebelaban y lo engañaban, y entonces Agayú los ahogaba o los convertía en peces y criaturas de río.
Algunas se rebelaban y lo engañaban, pues no querían acostarse con él, y entonces Agayú las ahogaba y las convertía en lagartos y culebras.
Claro que algunos y algunas se le escapaban, pero eran los menos, y por regla ya no volvían a molestarlo, pues sabían de su poder.
Todo estaba en orden.
Un buen o mal día Agayú se vistió de hombre y fue a visitar a Olokun, el mar, para saber qué pasaba finalmente con sus aguas dulces y fértiles, y si bien no perdían su fertilidad, sí se volvían amargas y saladas.
“Estas aguas no son buenas, tienen mucho, pero no tienen nada, no sirven para que las plantas crezcan y no se pueden beber. Olokun, son tristes tus aguas como las lágrimas de la mujer.”
Olokun le respondió: “Entonces mis aguas son como tu gente”.
Agayú, que era orgulloso, no quiso entender y regresó molesto a sus dominios.
En su ausencia alguien se había atrevido a pescar sus peces y a comer las frutas de sus árboles.
Alguien había dormido en su palacio y disfrutado de sus carnes.
Alguien había jugado con sus pertenencias.
“¡Quién fue!” Gritó varias veces.
Su gente ni siquiera se atrevió a alzar la mirada, y tristes y sumisos esperaban el castigo de su señor, sin defenderse, sin hablar y sin señalar a culpable alguno.
“¿Fueron los monos?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los peces?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los reptiles y las culebras?”
Nadie le contestaba.
“¿Fueron los insectos y los gusanos?”
Nadie le contestaba.
Cuando ya no pudo tener más cólera y rabia de la que tenía, se dispuso a matar a todos los seres que había creado, atrayendo las tormentas y desbordándose de su cauce. Solo así castigaría a los trasgresores sin tener que andar preguntando.
En ese momento oyó un fuerte y lejana voz (algunos dicen que era la voz de Olokun para darle una lección):
“¡Fueron tus hijos!”
“¿Mis hijos? ¿Cuáles hijos?”
“Los que has tenido con las doncellas que han cruzado tus aguas, y no puedes castigar a nadie porque tus hijos tienen derecho a gozar de su herencia.”
Agayú no entendió razones y empezó con la inundación.
Los peces se rieron de él, pues ya vivían en el agua.
Los monos treparon a los árboles más altos, burlándose también.
Los animales pequeños se fueron a las montañas más altas.
Los animales grandes huyeron por la selva sin mirar atrás.
Casi todos los animales se salvaron, solo algunos sufrieron la cruel venganza de Agayú, pero sus hombres y mujeres murieron todos y no quedó nadie para temerle, trabajarle y adorarle.
Agayú quedó solo y triste, tanto, que ya no pudo o no quiso convertirse en hombre para andar rondando por ahí con dos piernas, y se quedó siendo solo agua.
De sus hijos, los que allanaron su palacio, nadie supo nada, aunque algunos dicen que eran pequeños orishas, hijos suyos, que había tenido, sin saberlo, con una Orisha mayor, con una genio o con una princesa de sangre divina.
En esta leyenda la Mitología Yoruba que conocemos, con sus Orishas y Olodumare, todavía no estaba asentada, y de ella se derivan otras leyendas donde Agayú pasa de ser río y rey tirano, a ser un Orisha con toda la barba, con penacho de águila o de gallina, herramientas que le proporciona Ogun, y dones relacionados con los volcanes, la lava y los terremotos, más que con el elemento agua.
Estas transformaciones y cambios de orientación no son raros en la Mitología Yoruba, como tampoco lo es su falta de orden cronológico, el cual podemos interpretar por datos contextuales, pero sin saber realmente la fecha y el origen de la leyenda, ya que a menudo los datos contextuales se mezclan unos con otros, y tanto nos dan señales arcaicas, como datos pertenecientes al siglo VII de nuestra era, pasando de la piedra a los metales, o del animismo al antropomorfismo secular o divino, para acabar fusionándolo todo, e incluso dándole toques de las mitologías griega y egipcia.
Segunda Pataki de Agayú
En los primeros tiempos sobre las aguas se derramaron las tierras.
Así se fue haciendo la gran costra dura.
La gran costra dura apartó las aguas y hundió los fuegos.
Nada podía vivir en ese caos.
Los Orishas bajaban por el ashé (esencia) Olodumare, pero no tenían dónde ponerse.
La gallina de Obatalá había escarbado demasiado y la tierra tenía abierta sus venas de fuego por todos lados.
Las aguas hervían y las nubes se elevaban con malos olores.
Los Orishas mayores engañaban a los orishas menores para que bajaran y ver dónde se quemaban y dónde no se quemaban.
A unos los vestían de plantas y a otros los vestían de agua.
Los vestidos de plantas se quemaban más rápido que los vestidos de agua.
Y los orishas menores, con la promesa de convertirse en Orishas mayores si lograban aposentarse en aquella Tierra, bajaban a probar suerte.
Uno de ellos fue Agayú Sola, que se cubrió el cuerpo con mucha agua, se puso un casco de ave, y se montó en una barca.
Así se lanzó a la tierra ardiente, mojando y remando, pues era tanta el agua que llevaba, que podía navegar sobre ella.
Agayú fue secando algunos tramos, y amontonó mucha tierra seca hasta formar una gran montaña que atajaba el fuego por todos lados.
De esta manera fue creando los volcanes, y se fue acostumbrando a vivir dentro de ellos, y desde dentro de ellos echaba lava hacia afuera para que se mojara y enfriara con el agua y con el viento, hasta que otros Orishas, mayores y menores se pudieron aposentar en el suelo.
Agayú Sola fue llamado entonces, Orisha mayor de la creación, señor de los volcanes, los terremotos y los ríos, pues muchos ríos se formaron con su intervención.
Agayú se lleno de vanidad y orgullo, y vio por debajo del hombro a otros Orishas de la creación, pues habían hecho muy poco para darle forma al mundo.
Entonces fue castigado y convertido en un gigante.
Entonces no había hombres y cada gigante tomaba posesión de lo que le parecía, a menos que un Orisha se lo impidiera.
Agayú quería un río y sus alrededores, pero ese río ya pertenecía a Oshun.
Agayú, aunque solo era un gigante, seguía siendo orgulloso, pues ese era su camino, así que desafió a Oshun.
“Si logras cruzar el río, te lo cedo”, le dijo Oshun.
Agayú se burlo pues vio la empresa muy fácil, y se dispuso a cruzar el río de Oshun.
Metió un pie, y resbaló cayendo de espaldas.
Oshun se burló de él.
Se levantó y metió los dos pies con fuerza, pero una suave corriente deslizó la arena debajo de sus pies, y el gigante Agayú cayó de nuevo.
Oshun rio con ganas.
Agayú, entonces, tomó impulso y corrió sobre las aguas, pero de pronto una fuerte corriente volvió a derribarle, y a sacarlo del río chocando con una piedra.
La Orisha no paraba de reírse al ver los fracasos de Agayú, quien adolorido volvió a tomar impulso y se lanzó de cabeza al agua, avanzó un buen tramo, pero pronto vio que se hundía y se ahogaba.
Como pudo y tosiendo volvió hacia atrás, hasta sentir que tocaba fondo con los pies y no con la cabeza, y salió del río.
A Oshun empezó a gustarle la insistencia del gigante, y le ofreció su ayuda, pero este, necio y orgulloso dijo que pasaría sin ayuda de una mujer, por Orisha que fuera.
Agayú fue a un río más tranquilo, el Ríos de los Ríos, y aprendió a nadar.
Volvió al río de Oshun y lo intentó de nuevo, pero las corrientes y los remolinos eran tan fuertes, que el gigante no puedo pasar de la mitad y fue arrojado de sus aguas nuevamente.
Oshun estaba muy divertida y complacida con el esfuerzo de Agayú, y lo animó a continuar.
Agayú recordó que alguna vez había tenido una barca y fue por ella. La arrastró hasta la margen del río, se subió en ella, primero con torpeza, pero después vio que la dominaba, y poco a poco, a pesar de las corrientes y los remolinos, logró cruzar hacia el otro lado.
Oshun le cedió gustosa el río, e incluso hay quien dice que tuvo un hijo con el gigante, y desde entonces los ríos de Agayú y Oshun son amigos.
Agayú recuperó su condición de Orisha, y pudo ser hombre y río a la vez, señor de los volcanes y los terremotos, vio el nacimiento de la humanidad y tuvo relaciones incluso con la difícil Yemanyá, y muchos hijos, como Changó, y ahí sigue plantado en sus dominios.

Agayú, señor de aguas y de volcanes
La figura de Agayú ha pasado por tiempos de olvido y tiempos de renacimiento, por lo que para algunos autores, es una figura pluvial y arcaica pre-mitología yoruba, y para otros un simple añadido al panteón yoruba que en un principio carecía de un Orisha que se encargara de los volcanes. Su relación con los ríos y las aguas parece clara, pero la relación con los volcanes y las herramientas de metal sería más propia en todo caso de Ogun, señor del hierro, que de Agayú.
De una o de otra manera la Santería Cubana lo rescata y le da un lugar de privilegio.
II: Creación Yoruba
Olofin y Oshun,
palacio y vertiente del río,
tus hijos no siembran ni cazan,
y mueren de hambre
y de frío.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació la Mitología Yoruba, pero sí se sabe que está impregnada de leyendas de los pueblos africanos que se pierden en la noche de los tiempos, mucho antes de que existiera una etnia autodenominada Yoruba, sobre todo de las leyendas que se siguen a lo largo y a lo ancho del río Níger en pleno corazón del África subsahariana.
Hay que tener en cuenta que en el corazón de África se encuentra, según arqueólogos y paleontólogos, el origen de la humanidad, y que hay etnias ricas y diversas con edades que superan los doscientos o doscientos cincuenta mil años, con tradiciones orales tan antiguas que apenas si se les puede seguir la huella, pero con claros referentes naturales y contextuales, que las distinguen por mucho de las mitologías y cosmovisiones de otros puntos del planeta.
La Mitología Yoruba, propiamente dicha, es mucho más joven que todo esto, y si bien se nutre de muchos dejes y supersticiones cien por ciento africanas y arcaicas, tiene sus orígenes en el siglo VII de nuestra era, con una clara influencia musulmana de esa época. Oduduwá, el moreno hermoso, un general musulmán es, al parecer e históricamente, el verdadero impulsor de lo que conocemos como Mitología Yoruba, primero, y de Religión Yoruba, después; una Religión Yoruba que está muy lejos de la actual Regla Ifé cubana y latinoamericana.
Se sabe de la edad de muchas de las leyendas, o patakis, yoruba, por sus referencias a monedas, un invento del siglo VII antes de nuestra era; las normas elementales de la familia y el matrimonio al estilo de los primeros musulmanes, siglo VII de nuestra era; y en los casos más lejanos por la mención del hierro, que en África va desde el siglo XI hasta el siglo VI antes de nuestra era.
En otras palabras, el contexto más antiguo de la Mitología Yoruba va del siglo VII antes de nuestra era, al siglo VII de nuestra era, por lo que se le considera joven dentro del conjunto de cosmovisiones y mitología antiguas del orbe, a pesar de las antiquísimas raíces africanas que sin duda la animan, como los abalorios, los canticos, las danzas y los rituales donde se llega al estado de trance y se sacrifican animales (y muy eventualmente a personas), y que se mezclan con una espiritualidad más elevada y más cercana al Islam y, consecuentemente, a las propuestas judeocristianas.
Esta mezcla, este sincretismo sin parangón que no parará hasta la aparición de la Santería cubana, nos regala leyendas como las siguientes:
Primera pataki de la Creación
Los primeros soplos de Olodumare solo fueron dos, el Cielo y el Agua, no había nada más en la creación. Olodumare vio que así era bueno, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo. Luego vio que el Cielo y el Agua necesitaban gobierno, y mandó a dos de sus príncipes, los Orishas Olofin y Orunmila, a que se cuidaran de su creación. Olofin se quedó con los cielos, y Orunmila con las aguas, y cada uno de separó del otro, separando también las aguas de los cielos, las aguas abajo y los cielos arriba, cada quien en su dominio y en su reino.
Entonces Olodumare vio que estaba bien, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo, hasta que un día sopló la Palma, y de ella nacieron otros Orishas, como Obatalá y Oshun, Yemanyá y Changó, y Elehuá, el más pequeño. Unos se quedaron en las aguas y otros se quedaron en los cielos, cada uno con sus obligaciones, yendo de una rama a otra de la palmera, para ver a Olodumare, su Creador, y contarle sus cuitas y necesidades.
Al principio todo estaba bien, pero poco a poco los Orishas comenzaron a aburrirse pues no sabían qué más hacer, y entonces mandaron a Obatalá, porque era la cabeza de todos, a hablar con Olodumare, quien como respuesta le dio una serie de cosas a Olofin y a Orunmila para que las repartieran entre los demás Orishas y así se entretuvieran:
-Una bolsa negra para contener lo otorgado.
-Unas piedras de oro.
-Una concha de un caracol llena de arena.
-Una gallina blanca (en otras versiones es negra o sin color determinado).
-Un gato negro.
-Una semilla de una palmera.
-Unas barras de metal.
Como el oro no les interesaba ni sabían para qué podía servir, todos le dieron su parte a Obatalá, quien de inmediato se puso a tejer una larga trenza de oro para subir a los cielos. Pero la cadena se quedó a la mitad del camino.
Los Orishas también despreciaron la concha llena de arena y se la regresaron a Obatalá, quien desde las alturas de su cadena de oro, y aconsejado por Orunmila, vertió la arena sobre las aguas, y de entre las aguas surgió la tierra por todas partes.
La gallina tampoco fue del agrado de los Orishas, y se la mandaron a Obatalá para que hiciera con ella lo que quisiera. Obatalá la envió a los montones de tierra y arena, y la gallina empezó a horadar aquí y allá dándole forma a las islas y las montañas, a las ensenadas y a los valles, separando las tierras y las colinas de los ríos y los mares.

La Gallina Blanca de la Creación Yoruba
Los Orishas no sabían qué hacer con la semilla, y se la devolvieron a Obatalá, que saltó de su trenza de oro a la nueva tierra, sobre la colina más alta del mundo, Ifé, y desde allí lanzó la semilla sobre la tierra, que reventó en muchas más semillas, y de ahí nació primero la palmera, luego la acacia, luego todos las plantas que conocemos.
Los Orishas, desconcertados, no sabían qué hacer con las barras de hierro, tan duras y pesadas, así que las metieron en la bolsa y se la lanzaron para hacerle daño. Obatalá cogió la bolsa sin problema, porque era una bolsa mágica capaz de contener todos los dones de Olodumare, y, por lo tanto, no importaba lo que llevara dentro, siempre era suave y manejable por fuera.
Obatalá se dio cuenta de la intención de sus hermanos, así que con el hierro hizo lanzas, hachas y flechas, y cuando los otros Orishas lo atacaron frontalmente, pensando que lo vencería fácilmente porque era seis contra uno, se dieron de bruces con las lanzadas, espadazos y hachazos que Obatalá les propinó.
Los Orishas quedaron maravillados, pero a la vez envidiosos de las cosas que había hecho Obatalá con todo lo que ellos habían despreciado, así que, finalmente y para burlarse de él, le mandaron al gato negro diciéndole que era muy cariñoso y que le haría compañía siempre para que no se sintiera solo después de haberse peleado con ellos.
El gato no era cariñoso, sino convenenciero, travieso e independiente, todo lo rascaba y todo lo arañaba, así que Obatalá, al ver que no le haría verdadera compañía, lo mandó a escarbar en un monte de tierra y lodo lo más profundo que pudiera, y de esa materia Obatalá empezó a crear a los primeros seres humanos, a su imagen y a su modo, para que fueran como sus iguales y le hicieran compañía; hizo unos cuantos, majestuosos como él, y se fue a descansar pensando darles vida, con la ayuda de Olofin y Orunmila, al otro día.
Cuando estaba adormilado, Oshun se le acercó curiosa y le preguntó qué hacía. Obatalá nada le dijo al principio, pero Oshun le dio a beber vino de la palmera para seducirlo y sonsacarlo. Al otro día, sin recordar nada de la noche pasada bebiendo vino con Oshun, Obatalá subiendo su trenza de oro fue con Orunmila y Olofin a pedir que le dieran vida a sus figuras de barro, y los Orishas mayores, tras preguntarle tres veces si estaba seguro de lo que pedía, lo complacieron.