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Pero esto ya es harto manido. Hay otras cuestiones más dignas de los grandes teólogos, los iluminados, como ellos dicen, las cuales, cuando se plantean, les llenan de agitación: ‘¿Existe el verdadero instante de la generación divina?’; ‘¿Existen varias filiaciones de Cristo?’; ‘¿Es admisible la proposición que dice: Pater Deus odit filium’; ‘¿Habría podido tomar Dios la forma de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de guijarro?’ —Y ‘una calabaza, ¿cómo hubiera podido predicar, hacer milagros y ser crucificada?’ ‘Si Pedro hubiese consagrado durante el tiempo que Cristo permaneció en la cruz, ¿qué habría consagrado?’ ‘¿Se comerá y se beberá después de la resurrección de la carne?’ ¡Como si se precaviesen ya contra la sed o el hambre!”. (Erasmo de Rotterdam. Elogio de la locura [1511])
Pero Erasmo y los demás humanistas no se dedicaban solo a reírse, sino a cultivar el conocimiento, las letras clásicas y modernas. A recuperar, en suma, el enorme legado de conocimiento que había quedado un poco oscurecido u olvidado durante la Edad Media. Como prueba de ello, hay que mencionar que Erasmo elaboró el Textus receptus, una recuperación y edición crítica de los textos del Nuevo Testamento en griego, que ayudó a la traducción de la Biblia a los idiomas nacionales. Confluía entonces en la recuperación de la Biblia como texto popular, un interés espiritual con uno cultural y educativo.
Renacimiento, humanismo y Reforma
El humanismo y el Renacimiento pueden ser vistos como “compañeros de viaje” de la Reforma protestante. Expresaban junto con ella la necesidad de romper con el paradigma medieval de la cultura para fundar uno nuevo. También miraban hacia atrás con el fin de buscar raíces ancestrales para refundar las bases de la sociedad europea. Coincidían en la necesidad de fomentar la educación, la apertura mental, la libertad de expresión y la crítica de lo establecido. Pero también diferían en sus objetivos y por eso, aunque muchos reformadores fueron grandemente influidos por una formación humanística o por los escritos de Moro o Erasmo, estos movimientos se distanciaron progresivamente. Los reformadores buscaban una transformación de la iglesia en su propia generación y no estaban dispuestos a esperar el lento efecto de la transformación de la cultura. Por otro lado, para los humanistas, la reforma de la iglesia era apenas solo una de las preocupaciones que alentaban su tarea y quizás no la principal.
Preguntas para reflexionar en comunidad
* ¿Qué otras corrientes culturales o sociales podemos identificar operando en nuestro contexto?
* ¿Tiene nuestro mensaje o nuestras preocupaciones aspectos en común con ellos?
* ¿Además de nuestras preocupaciones espirituales o éticas, tenemos inquietudes estéticas como comunidad de fe?
* ¿Utilizamos el arte para comunicar nuestro mensaje?
* ¿Esperamos que nuestras expresiones y comunicaciones, además de ser correctas, sean bellas?
* ¿Cómo podemos ampliar y profundizar nuestra mirada estética sobre la fe y la espiritualidad?

Capítulo 4
Haga patria: lidere una reforma
Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor.
—Hechos 3.19–20
Aquellos hermanos a quienes ha dado el Señor la gracia del trabajo, trabajen fiel y devotamente de forma tal, que, evitando el ocio, que es enemigo del alma, no apaguen el espíritu (1Ts 5.19) de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales. Y como remuneración del trabajo acepten, para sí y para sus hermanos, las cosas necesarias para la vida corporal, pero no dinero o pecunia; y esto háganlo humildemente, como corresponde a quienes son siervos de Dios y seguidores de la santísima pobreza.
—Regla de San Francisco, año de 1223
No debemos pensar que la Reforma fue un acontecimiento aislado que surgió de pronto en la historia de la iglesia. Todo lo contrario: casi desde el mismísimo siglo ii de nuestra era, aparecieron grupos preocupados por su renovación. Es que, desde un comienzo, la masificación del cristianismo (su éxito, podríamos decir) y el crecimiento de las estructuras eclesiales mostraron la necesidad de un retorno permanente a las fuentes originales. La adopción del cristianismo como religión oficial durante los siglos iv y v, acentuó esta búsqueda. Si bien ese proceso tuvo el beneficio de detener las persecuciones, al mismo tiempo generó peligrosas consecuencias para la vida de la iglesia: acumulación de riqueza y poder, “conversiones” masivas, vulgarización del evangelio (que dejó de ser comprendido con claridad), pérdida de los ideales éticos. Estas preocupaciones se acentuaron a partir del medioevo, periodo en que la iglesia ya se había convertido en el único poder universal y, además, era la poseedora de importantes bienes terrenales, factores todos estos que resintieron el cultivo de los valores más sencillos y profundos del evangelio.
Los que resultaron muy diversos fueron los modos en que se expresaron estas ansias de renovación. Por un lado, surgieron muchos movimientos al interior de la iglesia, que en su momento se denominaron (desde el centro teológico ortodoxo) herejes. Hoy podemos mirar esos numerosos grupos que conmovieron a la iglesia desde el siglo ii como una búsqueda de vivencias más genuinas, y no sólo como amenazas a la sana doctrina. Si bien muchas veces la discusión se centró en algún punto polémico del dogma cristiano, no es difícil discernir detrás de esas cuestiones una crítica a la vida de la institución eclesial que podríamos llamar “oficial”. Late en todos los grupos de la heterodoxia cristiana un anhelo por una comunidad de fe renovada, una crítica al excesivo institucionalismo o a la decadencia moral en el seno de la iglesia oficial. Durante la Edad Media, surgieron muchos de estos grupos heterodoxos, tales como los albigenses, los valdenses, los hermanos lolardos o los husitas, quienes fueron duramente perseguidos por el centro del poder religioso. Si bien el estudio de todos estos grupos nos muestra su notable diversidad, también su historia refleja elementos comunes: la búsqueda de una vida más piadosa, el regreso a la Biblia para que pueda ser leída por el pueblo común, la búsqueda de una vida religiosa más sencilla y la crítica al poder temporal y corrupto de la jerarquía eclesial. La persecución contra algunos de estos grupos fue particularmente cruel, logrando sofocar su misma existencia, como es el caso de la cruzada contra los albigenses del sur de Francia (1209/1244). Otros movimientos —como la iglesia valdense—, si bien fueron duramente perseguidos, lograron sobrevivir para sumarse luego al movimiento de la Reforma protestante.
La idea reformadora inspiró también a hombres y mujeres comprometidos que, sin intentar cambiar la iglesia existente u oponerse a ella, bregaron por su transformación. Estos esfuerzos de reforma, en general, se manifestaron a partir de las órdenes monásticas ya existentes o mediante la creación de otras nuevas. Hacia el año 900, aproximadamente, surge en Francia un poderoso movimiento reformador en el seno del monasterio de Cluny. La regla cluniacense ejerció una tremenda influencia sobre la Europa Central, al promover una renovación de la piedad en los monasterios por medio de apertura de escuelas, bibliotecas y la promoción de una ética estricta entre los monjes. Otro tanto puede decirse del movimiento cisterciense, el cartujo, el franciscano y muchos otros. Todas estas reformas monásticas, con los énfasis particulares de cada una, promovieron el regreso a la vida contemplativa y ascética, el cultivo de la oración y el estudio de las Escrituras y de los Padres de la Iglesia, el trabajo manual, la vida de pobreza y servicio, así como otros valores claramente conectados con la fe de la iglesia primitiva.
Por último, cabe mencionar las iniciativas de reforma emprendidas desde la propia jerarquía institucional de la iglesia. Los obispos en sus diócesis y, en particular, algunos papas para la iglesia universal, intentaron en numerosas ocasiones corregir los desvíos en la vida y práctica de la iglesia por medio de reformas del culto, del clero y de las órdenes religiosas, tratando de impactar también sobre la vida piadosa del ser humano común. De todas ellas, la de mayores consecuencias, fue sin duda la emprendida por el papa Gregorio vii hacia el año 1070. La reforma gregoriana fue muy ambiciosa; se proponía nada menos que el regreso de la sociedad cristiana europea a los tiempos de la iglesia primitiva. Para ello, se emprendió una reforma general: en el culto se eliminaron los instrumentos musicales (considerados de mala influencia para la moral), lo que dio nacimiento al canto llamado gregoriano. Se cambió la formación del clero y su organización, de modo de garantizar la pureza de la vida personal. Se fortaleció el poder de la iglesia ante los poderes civiles y se crearon universidades y bibliotecas que revitalizaron los estudios de la Biblia, la teología y la filosofía.
El primer decreto de inquisición de la historia
Para abolir la depravación de las diversas herejías que en los tiempos presentes han comenzado a pulular en diversas partes del mundo, debe encenderse el vigor eclesiástico, a fin de que —ayudado por la potencia de la fuerza imperial— no sólo la insolencia de los herejes sea aplastada en sus mismos conatos de falsedad, sino también para que la verdad de la católica simplicidad que resplandece en la Santa Iglesia, aparezca limpia de toda contaminación de los falsos dogmas. Por ello nos, sostenidos por la presencia y el vigor de nuestro queridísimo hijo Federico, ilustre emperador de los Romanos, siempre augusto, con el común acuerdo de nuestros hermanos, y de otros patriarcas, arzobispos y de muchos príncipes que acudieron de diversas partes del mundo, por la sanción del presente decreto general, nos levantamos contra dichos herejes, cuyos diversos nombres indican la profesión de diversas falsedades, y condenamos por la presente constitución todo tipo de herejía cualquiera sea el nombre con que se la conozca. En primer lugar determinamos condenar con anatema perpetuo a los cátaros y albigenses, y a aquellos que se llaman a sí mismos con el falso nombre de Humillados o Pobres de Lyon, a los Pasaginos, Josefinos. Y puesto que, algunos bajo apariencia de piedad, y como dice el apóstol, pervirtiendo su significado se arrogan la autoridad de predicar, aun cuando el mismo apóstol dice ‘¿cómo predicarán si no son enviados?’, condenamos a todos aquellos que, bien impedidos, bien no enviados, presumieran predicar ya sea en público o en privado, sin haber recibido la autorización de la Santa Sede o del obispo del lugar. También ligamos con el mismo vínculo de anatema perpetuo a todos aquellos que respecto al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, o sobre el bautismo, o la remisión de los pecados, el matrimonio, o sobre los demás sacramentos de la Iglesia, se atreven a sentir o enseñar algo distinto de lo que la sacrosanta Iglesia Romana predica y observa; y en general [ligamos con el mismo vínculo] a quien quiera que sea juzgado como hereje por la misma Iglesia Romana, o por cada obispo en su diócesis, o bien , en caso de sede vacante, por los mismos clérigos, con el consejo —si fuera necesario— de los obispos vecinos. Determinamos que queden sujetos a la misma sentencia todos sus encubridores y defensores y todos aquellos que prestasen alguna ayuda o favor a los predichos herejes con el fin de fomentar en ellos la depravación de la herejía, bien a aquellos [que llaman] consolados, o creyentes, o perfectos, o con cualquiera de los nombres supersticiosos con que se los llame. (Decreto Ad abolendam del papa Lucio iii [1184])
Si unimos las tres categorías que hemos utilizado para pensar en las reformas anteriores a la Reforma, podremos captar mejor sus contradicciones y límites. Entre otras iniciativas, la reforma gregoriana fue la causante de la violenta cruzada contra los albigenses —de la que hemos hablado—, y ese poder papal que salió fortalecido y triunfante de este proceso, también fue el responsable de la cooptación de muchos movimientos radicales de reforma como el emprendido por San Francisco y Santa Clara de Asís. Es decir, había reforma, pero no siempre en la misma dirección y por los mismos intereses. En no pocas ocasiones, el noble objetivo reformador sirvió en realidad para acrecentar un poder con la capacidad de aplastar a los disidentes. Lo que queda claro es que el ideal reformador atraviesa toda la Edad Antigua y la Media. La Reforma protestante no es sino uno de los puntos de eclosión de esas fuerzas que, una y otra vez, pugnaban por un cambio. Lo que la destaca es haber sido un movimiento particularmente exitoso, y haber triunfado donde tantos otros habían fracasado.
¿Por qué decimos que la Reforma protestante no fue un fenómeno aislado?
Casi desde los inicios de la iglesia hubo movimientos que lucharon por una renovación de la vida eclesial. El movimiento monacal —por ejemplo— puede ser visto entre otros como un esfuerzo por renovar una piedad radical y profunda.
Los grupos llamados en su momento “herejes” fueron también la expresión de ese anhelo de cambio y de retorno a las fuentes del cristianismo, así como las reformas emprendidas por algunos papas que, “desde arriba”, buscaron cambiar la vida de los religiosos y del pueblo común.
Estas reformas fueron muchas veces contradictorias, y aunque dejaron profundas huellas en la vida de la iglesia, la cultura y la sociedad en general, no lograron quebrar la lógica jerárquica imperante. Incluso en el caso de las reformas hechas desde el poder, éstas reforzaron muchas veces las estructuras de dominación, lo que a largo plazo tuvo consecuencias más negativas aún.
Preguntas para reflexionar en comunidad
* ¿Cómo saber lo que debe ser reformado en la iglesia y lo que no?
* ¿Podemos valorar la crítica externa como un modo de identificar errores y desviaciones?
* ¿Qué razones podemos identificar para que la iglesia intente siempre permanecer idéntica a sí misma?
* ¿Qué diferencias podríamos señalar entre tener identidad y fosilizarse?
* ¿Qué equilibrios habría que ensayar entre renovarse y permanecer fiel a las propias raíces?

Capítulo 5
La escolástica hace escuela
Tú eres maestro en Israel, ¿y no entiendes estas cosas?, respondió Jesús.
—Juan 3.10
Dado que por su naturaleza el hombre está dotado del libre albedrío, que le inclina ahora al bien, ahora al mal, de dos maneras puede obtener de Dios la perseverancia en el bien. La una consiste en que el libre albedrío sea determinado al bien por la gracia consumada; y esto es lo que ocurrirá en la gloria. La otra consiste en que Dios, con su impulso, incline al hombre al bien hasta el fin. Ahora bien, según consta por lo ya dicho, el hombre puede merecer lo que constituye el término del movimiento del libre albedrío dirigido por el impulso divino, pero no lo que constituye el principio de ese mismo movimiento. Y, en consecuencia, puede merecer la perseverancia de la gloria, que es el término de aquel movimiento, pero no la perseverancia de esta vida, que depende solamente de la moción divina, principio de todo mérito. A quien Dios otorga el beneficio de esta perseverancia, se lo otorga gratuitamente.
—Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica [1265]
El mundo en el que surgió la Reforma protestante fue un mundo religioso, eclesiástico y teológico. Desde nuestros tiempos tan seculares, nos cuesta imaginarnos una época en la que todas las cuestiones que interesaban a la sociedad debían resolverse de acuerdo con el pensamiento teológico vigente y, no pocas veces, luego de recias disputas entre teólogos o escuelas de teología rivales. Quizás desde esa época la teología ha tenido tan mala prensa hasta nuestros días, pues la percepción popular la vincula con discusiones oscuras sobre temas puramente especulativos, alejados de la vida y las preocupaciones terrenas y cotidianas que desvelan al común de los mortales. Lo cierto es que el clima de época —como diríamos ahora— estaba saturado de pensamiento religioso, y los técnicos más citados para resolver disputas eran los doctores de la iglesia. Los expertos eclesiásticos debían opinar de temas muy diversos: desde qué intereses era lícito cobrar por un préstamo hasta qué pecados eran considerados mortales y cuáles no. No existían —como en nuestro tiempo actual— áreas segmentadas y separadas de la vida social: todo estaba atravesado por lo religioso.
Había, por supuesto, diversas escuelas y tradiciones que disputaban entre sí el dominio del campo teológico que, como se ve, era la gran arena de las disputas ideológicas de la época. Desde el siglo iv en adelante, se había ido imponiendo en la llamada Patrística (el pensamiento de los Padres de la iglesia) las ideas de San Agustín que, fuertemente influenciado por el filósofo griego Platón, había elaborado una síntesis consistente entre la tradición platónica de la filosofia griega y el pensamiento cristiano. Pero, a partir del siglo x, esa hegemonía conceptual se vio puesta en entredicho por una nueva corriente de pensamiento: la escolástica. La escolástica se convirtió pronto en la principal corriente teológica del mundo medieval. Pueden considerarse sus padres fundadores a Anselmo de Canterbury (1033–1109) y Pedro Abelardo (1079–1142), que comenzaron a elaborar una nueva relación entre la fe y la razón de la que había postulado San Agustín casi 500 años antes. Para este último, la razón era apenas una “sirvienta” de la fe; pero en los escolásticos, su importancia comienza a ser mucho más crucial, permitiéndose incluso obtener conclusiones por sí misma. ¿Sería posible demostrar por la razón la misma existencia de Dios? Pues hasta allí habría de llegar el optimismo de esta nueva corriente teológica. La escolástica impulsó una renovación en las formas del estudio y del conocimiento; este proceso coincidió con la formación de las primeras universidades (Bolonia, 1089; Oxford, 1096; París, 1150; Módena, 1175), en las que estos nuevos métodos e ideas habrían de desarrollarse y expandirse.
Pero el aporte fundamental para estos nuevos aires de pensamiento iba a llegar con las obras de Pedro Lombardo (1100–1160) y Santo Tomás de Aquino (1224–1274). Fue este último —un monje dominico italiano—, el primero en elaborar un trabajo teológico a fondo que incorporaba al diálogo con la teología cristiana a otro pensamiento filosófico: el de Aristóteles. A la síntesis clásica entre cristianismo y pensamiento platónico, comenzó a sucederle otra: la incorporación del pensamiento aristotélico en Occidente. Con Santo Tomás las formas de la escolástica llegan a su madurez y se imponen en toda Europa por medio de la utilización de las categorías de Aristóteles, para pensar la teología cristiana y el método de elaboración teológica basado en una nueva lógica dialéctica y racional.
La existencia de Dios puede ser demostrada de cinco maneras distintas: 1) la primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro [...] Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que se mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios. (Santo Tomás de Aquino. Primera vía de la demostración racional de la existencia de Dios)
Si bien los escolásticos se adherían al viejo axioma de Agustín sobre la fe y la razón: “Creo para entender, entiendo para creer”, la influencia de Aristóteles y de su método lógico influyó para que la razón comenzara a ser utilizada como una potencia humana que podía ponerse lado a lado con las declaraciones de la fe. No hace falta decir que esto constituye un lejano antecedente de la modernidad, así como el método que consistía en expresar una hipótesis o enunciado, para luego acumular las objeciones y finalmente las conclusiones racionalmente fundadas. De algún modo, los teólogos escolásticos inventaron el método de reflexión académico-científica. La escolástica reconoció varias fuentes de autoridad; por un lado, y siguiendo a la tradición: la Biblia y los escritos de los Padres de la Iglesia, pero también como método y mediación filosófica, las obras de Aristóteles y sus grandes intérpretes: judíos y musulmanes de la Edad Media y, en menor medida, también la filosofía platónica, que no fue abandonada del todo.
La aceptación —muchas veces sin crítica— de las conclusiones doctrinales sancionadas a partir de estas fuentes, reforzó la dogmática de la iglesia, le hizo perder creatividad y fosilizó sus aportes. Si bien el método postulaba cierta autonomía de la razón frente a lo dogmático, esta autonomía no era tal cuando se cuestionaba una autoridad reconocida y, en cambio, muchas veces llegaba a conclusiones altamente especulativas. Las categorías materiales de la filosofía aristotélica como acto y potencia, forma y materia, sustancia y accidentes, fueron clave para la elaboración de ciertas soluciones teológicas como la doctrina de la transubstanciación. A la muerte de Santo Tomás, la escolástica ingresó en una rápida decadencia. La pérdida de originalidad filosófica y teológica, sumado a un método que podía resultar proclive a las interminables disquisiciones, terminaron por generar una producción teológica barroca, sobrecargada y plagada de cuestiones accesorias y especulativas.
La Reforma protestante fue, por un lado, heredera de la escolástica en la medida que sus teólogos se habían formado bajo la influencia de esta tradición, hegemónica en su época. Esto explica algunas tendencias que se mostraron pronto en la teología de la Reforma como un precoz dogmatismo o la insistencia en elaborar teologías cerradas y con un importante componente racional y especulativo. Pero, por otro lado, la teología de los reformadores implicó una ruptura con la escolástica, pues posibilitó el renacer y la actualización de otras tradiciones teológicas que habían sido puestas en un segundo plano. Así sucedió con el pensamiento agustiniano acerca del pecado, la salvación y la gracia, que resultaron importantes para las nuevas formulaciones teológicas de la Reforma, así como la importancia que alcanzó la tradición mística alemana del maestro Eckhart (1260–1328) y otros pensadores de espiritualidad del medioevo que resultaron inspiradoras para el pensamiento de muchos teólogos del movimiento reformador.
¿Por qué la escolástica es importante para entender la Reforma?
1. Porque elaboró un método teológico donde la razón ocupaba un lugar de mayor importancia que en tradiciones teológicas previas. En ese sentido, abrió la puerta al pensamiento moderno, del cual el proceso reformador formó parte. La importancia del debate teológico, la agenda de temas doctrinales y la contraposición de aportes e hipótesis fueron elementos que se incorporaron a la producción del pensamiento reformado.
2. Las reflexiones sobre la existencia de Dios, de la relación entre razón y fe, y la teología de la salvación, fueron antecedentes importantes para que los teólogos de la Reforma formularan su propia síntesis.
3. El agotamiento del pensamiento escolástico también provocó la búsqueda de nuevas respuestas frente a las grandes preguntas de la teología cristiana. Llevó a un debate sobre la autoridad de la tradición y a buscar el redescubrimiento de aportes invisibilizados, por lo que había llegado a ser un pensamiento dominante.
Preguntas para reflexionar en comunidad
* ¿Qué diferencia reconocemos entre lo que dice la Biblia y el pensamiento cristiano de un momento histórico específico?
* ¿Qué relación guarda la verdad cristiana con sus formulaciones en un momento de la historia o la cultura?
* ¿Cómo podemos pensar una renovación del pensamiento cristiano sin que pierda sus verdades fundamentales?






