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—Ma-Kanki… –dijo Chattel, pero su abuela lo interrumpió.
—Tu mujer no debe saberlo –sentenció mirando a su nieto–, lo que les voy a decir queda y muere entre nosotros.
Los llevó al centro de la calle, el bullicio alrededor los aturdía, en algunas casas cantaban, en otras reían, en todas se festejaban los encuentros. Ella improvisó un pequeño círculo y les contó lo que acababa de suceder en la habitación, su hijo y su nieto transformaron sus semblantes, pero antes de que pudieran deslizar alguna reacción, ella les suplicó:
—Ahora abracen y besen a esta vieja… finjamos disfrutar de este hermoso encuentro…
—¡Ha huido como rata! Ni siquiera entiendo por qué papá tuvo que salir a buscar su escondite… –Fue lo único que pudo expresar Kemmel antes de que sus palabras se ahogaran en un desconsolado llanto.
La jornada siguiente comenzó antes de que asomaran las primeras luces matutinas, Serjancio, Nemecino y Kemmel pudieron concretar un beneficioso intercambio de valores por aquel excelso potrillo que habían visto la noche anterior, era el tercer año que lograban hacerse de un maravilloso pura sangre; Kanki y Taymah consiguieron sin grandes esfuerzos, costales de harina de maíz y buenas semillas para el próximo tiempo de siembra; Misadora y Beasilia renovaron las ropas de cama, sábanas, mantelería y diferentes bateas para los quehaceres; Regildo y sus primas se encargaron de reabastecer su arsenal con nuevas herramientas y armas: discos de arado, herraduras, hachas, dos ballestas y novedosas puntas de saetas metálicas; Chattel y Regildo aprovecharon un buen lote de postes, maderas, clavos y clavijas; Enufemia y Eleutonia fueron las encargadas de conseguir la mercadería para reabastecer sus almacenes: granos de café, azúcar de caña, tabaco y una larga lista de pequeños, pero imprescindibles comestibles del agrado de los integrantes de sus familias.
“Sol Flamante” era el bimestre o la estación más productiva en la huerta de la familia conciliada por Serjancio y Xunnel, por ende, el mercadeo que se efectuaba en los inicios del siguiente bimestre, “Sol Ardiente”, resultaba para ellos, el más provechoso de los intercambios y usaban los beneficios para aprovisionarse para el resto del año. En cada integrante cabía la responsabilidad de advertir lo necesario para renovar o reabastecerse de alimentos primarios, insumos y elementos para las tareas de mantenimiento de la huerta y del ganado.
Una vez finalizadas las obligaciones y obtenidos los elementos previamente pactados, la segunda jornada los invitaba a relajarse y las tareas estaban destinadas a la cotidianeidad y a actividades mucho más placenteras; cada cual contaba con plena libertad de adquirir productos o accesorios para uso y consumo personal. Beasilia amaba obtener platería o cristalería o cualquier tipo de objeto proveniente de ultramar, estos valiosísimos utensilios solo podían conseguirse en el viejo almacén que pertenecía a una antigua familia cuya propiedad acaparaba las mismas arenas donde, cientos de años atrás, habían arribado los primeros barcos; todo cuanto pudiera encontrarse en esas arenas, era de su propiedad y sus dueños, libres de intercambiar para beneficio propio. Beasilia sentía que estos objetos la mantenían conectada con sus orígenes.
Cerca del viejo almacén, existía un precario aserradero abandonado, otrora único taller de las primeras comunidades de navegantes, ahí había sucedido una de las mayores masacres contra los viajeros del mar: niños, mujeres y hombres desprevenidos habían perecido ante un devastador ataque de quienes, a partir de ese terrible acontecimiento, comenzarían a llamar “sanguinarios”. La embestida había ocurrido durante la noche de celebración de bienvenida ofrecida a los recién llegados, de manera terrible y fortuita, la gran mayoría de los que lograron sobrevivir a la matanza, fueron aquellos que aún no habían descendido de los navíos. La masacre determinó un antes y un después, los supervivientes emplazaron todas las instalaciones hacia las playas de arena, levantaron puestos de vigilancia en los riscos y en los cerros circundantes y aprovecharon aquel oportuno y extenso río para usarlo como defensa natural. De esta manera, la nueva y creciente población se situó donde, a posteridad, se erigiría una tímida ciudad a la que comenzaron a llamar Refugio del Mar, centrada estratégicamente entre majestuosos riscos por su derecha y agrestes cerros por su izquierda. Los integrantes de la familia del almacén se negaron a abandonar su propiedad y, aunque la cercanía se los facilitaba, ni ellos ni ningún otro habitante, se atrevieron a reconstruir el aserradero. Para todo hijo del mar, allí habitaban las almas de los infelices que no tuvieron la oportunidad de recibir el digno funeral navegante. Sus únicos vecinos habían aprendido a convivir con los susurros y las sombras danzantes que en ocasiones daban vida al antiguo taller.
Al finalizar la segunda jornada, todo el esplendor de mercado comenzaba a desvanecerse y aquéllas mismas tiendas que se desarmaban presurosas, resurgían llenas de vigor en las playas, abriéndose paso entre otras tantas que ya se habían instalado para ofrecer diferentes tipos de degustaciones de bebidas y comidas interregionales; las arenas se transformaban en una gran feria donde los entretenimientos abundaban y en consecuencia, toda la sociedad, cual cambio de marea, comenzaba a aglutinarse a orillas del mar. La noche de cierre de los intercambios era esperada con ansias y entusiasmo, la playa cobraba una luminosidad diferente y embriagadora.
Misadora ya no contaba con más fuerzas para continuar, su salud se había debilitado después de sus dos últimos embarazos, Enufemia había insistido en regresar con ella y acompañarla para colaborar con lo que pudiera necesitar, pero su madre se había negado a que retornara a la casa y con amable actitud, le había pedido que atendiese a Elumira, su pequeña hermana. Enufemia aceptó sin protestas, acompañó a su abuela y a sus hermanas que no tardaron en unirse a las otras damas de su comunidad que se encaminaban hacia las bulliciosas arenas, había perdido de vista a su abuelo y a sus primos, pero sabía que era costumbre entre los hombres navegantes, concretar reuniones apartadas de los festejos.
Kanki y Taymah regresaron presurosas a la vivienda, su preocupación estaba anclada en la salud de Satynka. Su madre se dirigió a la habitación donde ella dormía y notó que reposaba sin agitaciones, también pudo corroborar que ya no tenía fiebre, observó que había consumido el modesto desayuno y al fin se relajó; aliviada, regresó a la cocina y comenzó a preparar infusiones.
—¿Está mejor? –preguntó Kanki.
—Sí, ha comido, eso me tranquiliza, el sangrado está disminuyendo. –Taymah estalló en llanto–. Perdona, es que… es que he intentando permanecer…
—Está bien, hija –consoló Kanki. Tomó las manos temblorosas de su nuera y expulsó un suspiro, respiró profundo y al fin dijo lo que hacía tiempo había intentado proponer–: Creo que ya debes permitir que yo me quede aquí en tu lugar, no me malinterpretes, yo puedo con la huerta y los quehaceres, pero mis nietos, siento que ya no, que se me escapan de las manos… las chicas no se hablan…
—Yllawie, ¿qué pasó entre ellas? –indagó Taymah, quería terminar de armar las piezas que le faltaban a su historia–. Ya sé que fue Lawy quien los detuvo, pero…
—¿Duerme? –preguntó Kanki señalando la habitación de Satynka, su nuera asintió–. Sabemos que Rufanio siempre ha estado detrás de Yllawie, erróneamente creímos que actuaba como un hermano sobreprotector, pero poco a poco… quiero decir, los chicos crecían y todos advertimos que él tenía otro tipo de sentimientos hacia ella, ustedes todavía vivían con nosotros, sabes de qué hablo, ¿no verdad?
—Lo sé, yo estaba ahí cuando sucedió lo de Yllawie, por eso nos involucramos de otra manera para con esa niña y aunque sus abuelos lo nieguen, él la lastimó y todos sabemos que también fue Rufanio el que lesionó a mi pequeño Lonkkah.
—Sí, era pequeño y esa desventaja nunca lo detuvo, sobre todo si se trataba de Yllawie.
—Lo sé, sé que las cosas al fin encontraron el camino para acomodarse, pero… ¿qué tiene que ver con el vínculo entre mis niñas?
—Todo comenzó a relacionarse con todo, Nemecino y Misadora, Kemmel y vos, ya habían partido a la ciudad y debo reconocer que siempre les hemos contado retazos de lo que pasaba allá, en la huerta, para no preocuparlos. Hija, con el tiempo las cosas no se acomodaron, las riñas y los berrinches entre él y Lonkkah empezaron a ser más intensas… y continuas. Creemos que, no lo sabemos con certeza, pero notamos que, a medida que todos ellos crecían, los chicos navegantes fueron ignorando a Yllawie, apartándola de sus vidas, excepto Rufanio que ya manifestaba una obsesión hacia ella. Yllawie nunca habló con nosotros… ya sabes, solo habla con sus abejas y, ¡quién sabe lo que esa niña tiene en el corazón!
Envuelta en estas palabras, “niña” era el término de Kanki para expresar la dulzura de negarse a aceptar que el tiempo pasaba transformándolo todo de manera drástica e irreversible.
—Ma-Kanki… sabes todo lo que ha sufrido…
—Lo sé… lo sé –murmuró asintiendo con su cabeza, pero luego, como despertando de un sueño, alzó el tono de su voz y vociferó–: ¡Y de una manada de hermanos… pasó a otra que también tenía un alfa que protegía a los suyos…!
—Lonkkah, es lógico, es su hermano. –Taymah sorbió su aromático té distraída en sus comentarios hasta que vislumbró una luz muy diferente en los ojos de su suegra–. ¿Qué…? Ma-Kanki, ¿por qué me miras así?
—Él la ama. –Kanki soltó aquellas palabras que parecían quemarle en la garganta y esperó a que Taymah, de una vez, dedujera el resto.
—Sí… por supuesto que la ama, es… –Un velo atravesó por sus ojos y la taza se le escapó de las manos.
—Taymah, de pequeños, Xukey y Danhola también crecieron casi bajo nuestro amparo y nunca nos sorprendimos de nada, ¿no verdad?
—No es lo mismo, Kemmel y yo la amamos como a una hija… ¡Es nuestra hija!
—Eso, mi querida nuera, es otra cosa, lo que sientes nadie te lo va a quitar, jamás. –Kanki la invitaba a soltar las riendas en su mente. Se levantó de su silla, volvió a servirle té y después de esta breve reflexión, concluyó–: En el fondo de tu corazón también lo comprendías así.
—¿Y ella… Yllawie? –preguntó Taymah después de asentir con su cabeza.
—Ya te lo dije, quien sabe lo que esa niña tiene en el corazón, que haya querido venir a la ciudad con ustedes fue como un bálsamo para todos y… no sabemos cómo ni cuándo ni el por qué, pero Rufanio y Satynka habían comenzado una relación.
—Querida ma… has hecho y estás haciendo un grandioso trabajo. –La voz y las palabras de Taymah se sentían como tiernas caricias al alma–. Pero nos hubiera gustado saberlo desde el comienzo. Ahora comprendo por qué Yllawie quiso regresar a instalarse en la huerta, Xukey habló con ella durante el intercambio anterior, lo vimos desanimado... ahora comprendo todo.
—Tienes razón, Taymah… –dijo Kanki y de pronto se sintió abatida–. Te digo, hija, que ya no puedo, que todo se me va de las manos. Satynka no perdona a Yllawie no porque haya impedido que huyeran, Saty sabe que Rufanio nunca la amó como ella lo esperaba, como ella cree que siempre amó a Yllawie.
—Mis hijas… mis hermosas hijas enfrentadas por un mald… –No pudo pronunciar la palabra, Taymah no sabía de agravios.
—Antes de partir pasó algo –dijo su suegra mirando hacia la habitación–, se dijeron algunas cosas, pero eso debes hablarlo con ella, todos coincidimos en que está confundida y quizá… unos días aquí, cerca de sus padres y lejos de aquello que solo le ha producido dolor pueda clarificar su cabeza.
—¡Sí, ma-Kanki, agradezco tanto todo lo que has hecho por mis hijos…! Debes regresar, yo voy a quedarme aquí con ella, al menos durante el Sol Ardiente y luego decidiremos lo demás.
Y con un delicado beso en la frente, Kanki selló complacida el amoroso vínculo que mantenía con su nuera.
Coraza partida, portal abierto
Enufemia permanecía dispersa en el vaivén de las olas del mar, sus pensamientos viajaban hacia los ojos de Lonkkah y regresaban presurosos a la imagen de Yllawie, saberlos juntos en la huerta la intranquilizaba al extremo de perturbar la toma de sus decisiones. ¡Lo habían jurado a maldición! El caparazón roto había abierto una ventana y ella sabía con exactitud a quien debía acudir.
—¿Dónde estás? –preguntó su abuela.
—¡Abusilia! –exclamó Enufemia de forma tierna mientras se arrojaba a sus brazos.
—¿Qué te sucede, hija? –Beasilia sintió el fuerte abrazo de su nieta y su corazón se estremeció.
—Nadie habla conmigo en la huerta, a la única a la que le intereso es a Yllawie, pero se ha involucrado cada vez más con su gente, ya no nos considera familia… Tú siempre estás triste en tu habitación y aquí… aquí soy una sombra.
—Dulce Femy, me rompes el corazón, a veces… a veces las cosas me superan. Tienes a tu hermana, no busques en esta vieja a alguien con quien conversar, Tonia puede escucharte y…
—Ella se volvió distante, Abusilia, compartimos la habitación, pero ella siempre pasa las… pasaba sus noches con Rufanio y Regildo, ellos tres y el abuelo son unidos, hablan en códigos delante de mí, son…
—¿Te maltratan?
—No… –Su pregunta la angustió–. Ellos son amables conmigo, pero… distantes, para ellos sigo siendo una niña. –Hizo una pausa y continuó–: Abusilia, ¿qué pasó con Rufanio… y Satynka? No soy una niña… ninguno de ellos desayuna con nosotros, Rufanio se fue de la huerta y pensé que estaría aquí para reemplazar a mamá porque está muy enferma. –Tomó el coraje necesario y al fin preguntó–: ¿Qué le sucede a Saty?
—Ellos, Rufanio y Satynka… a veces nuestros hombres buscan distraerse con terrinas.
—Pero él ama a Yllawie, él lo prometió… todos juramos a maldición –expresó segura y casi sonriente.
Beasilia tragó saliva y su semblante se palideció, paralizada, se quedó observando a su alrededor, solo después de cerciorarse de que nadie había escuchado estas palabras, atinó a tomar a su nieta del brazo para llevársela hacia la orilla, buscando un lugar más apartado, se detuvieron donde las olas mojaban sus pies, el agua danzaba cálida y calmada entre sus tobillos.
—¿Qué acabas de decir?
—Juramos a maldición cumplir nuestros deseos, nuestras promesas.
—¿Qué sabes tú de… cuándo fue eso? ¿Quiénes estaban… qué hicieron? –indagó Beasilia mezclando palabras y preocupaciones, sabía con exactitud lo que era un juramento a maldición, antigua hechicería oscura que creía desaparecida de su cultura, pero por, sobre todo, de su sangre.
—Abusilia, ¿qué sucede?
—Femy, quieres que yo hable contigo, voy a responder todo, pero ahora necesito tus respuestas. –La energía del mar parecía haber regresado a los ojos de Beasilia, una vitalidad que hacía mucho tiempo le fuera arrebatada por alguna de sus mareas internas despojándola de todas sus fuerzas.
—Fue hace… no lo sé… yo tenía… no sé, era una niña –dijo Enufemia intentando disfrazar la verdad.
—Eras una niña –repitió susurrando su abuela y casi pudo sentirse aliviada–. ¿Quién más, quién inició el ritual?
—Tonia o Rufanio, o los dos creo.
—¿Qué usaron como portal? –preguntó, pero su nieta solo tenía una expresión de desconcierto–. ¿Usaron algún instrumento, recipiente…?
—Un caracol, el de Yllawie, ese que encontró una vez en…
—Sé cuál es, el que luego quiso hacérselo quedar tu hermana –interrumpió su abuela y el pánico nubló su razón. «Es imposible» pensó al recordar que su hija lo había escondido, pero luego de reconsiderar, cuestionó–: ¿Quiénes cruzaron el portal? –Sacudió su cabeza para corregir su pregunta–. ¿Recuerdas quienes participaron y qué objeto personal colocaron en él?
—Sí, todos colocamos rizos de nuestros cabellos, el mío atado con cinta azul y el de Tonia, con cinta roja para diferenciarlos, el de Yllawie era muy delicado y bonito, no era negro como los nuestros, Rufanio también colocó el suyo y lo sellaron con una sustancia viscosa.
—¡Eras una niña! –Beasilia se exasperó en un intento de convencerse a sí misma de que su inocente nieta no corría peligro alguno–. Confía en mí… nada va a pasar contigo porque yo sé cómo protegerte, lo que no sé es… no sé qué debo hacer con tu hermana o tu primo.
—¿Y no te preocupa Yllawie? –preguntó Enufemia, su abuela solo podía ver ingenuidad en sus ojos.
—Estoy preocupada, si ellos iniciaron el ritual es porque… sabían lo que hacían, pero… ¿por qué, por qué…? –Aunque intentaba encontrar alguna explicación convincente, no dejaba de tropezar con cabos sueltos en el relato–. ¿Satynka participó del rito?
—No –respondió Enufemia y su abuela vislumbró agotamiento en sus palabras y falta de interés para seguir contestando las preguntas, también sabía que su nieta era demasiado amable y tolerante para negarse a continuar.
—¿Dónde está el caparazón? Es posible… existe la posibilidad de frenar todo antes de abrirlo. ¿Sabes dónde… en qué lugar lo esconden? –preguntó Beasilia, pero Enufemia prefirió el silencio–. Femy… ¿dónde está?
—Estaba… en un hueco escondido debajo del mueble de las sábanas.
—¿Estaba?
—Tonia lo rompió… lo dejó caer.
—¿Lo rompió o lo dejó caer? –Beasilia sintió que la sangre se helaba, apoyó sus manos en las mejillas de su nieta–. ¿Puedes recordarlo bien?
—Después de sacarlo de su escondite, Tonia lo colocó sobre la mesa de la habitación y llamó a Yllawie, cuando Lawy apareció, se lo pidió, le pidió que se lo alcanzara. Lawy estaba sorprendida… no, sorprendida no, ella no entendía bien qué sucedida, lo tomó dubitativa y se lo entregó, pero Tonia quitó su mano y el caracol se rompió. Fue hace poco, antes del desayuno de celebración de Yllawie.
—¿Sabes los secretos de ellas? –cuestionó su abuela, Enufemia negó con su cabeza–. Me imagino que ninguno de ustedes, ninguno de ustedes que participaron en el ritual ha tocado esos cabellos.
Su nieta continuó negando con sus expresiones en silencio y Beasilia respiró aliviada; concentrada en esta nueva e inesperada preocupación, comenzó a armar conexiones para encontrar la manera de proteger a sus nietos, pero Enufemia habría de soltar perturbadoras palabras que desestabilizarían su semblante:
—No. Ninguno del ritual ha tocado esos cabellos.
—Qué… qué quieres decir… ¿Quién… alguien más los tocó?
—Regildo tomó el de Yllawie.
—¡Muchacho imbécil! ¿Por qué… para qué?
—Tonia se lo pidió, creo que… vinieron a ver… se lo trajeron a… –Enufemia respondía retazos de lo que sabía, sus titubeos confundían a Beasilia que intentaba armar o descartar conjeturas en su cabeza.
—Abusilia, era un juego al que le decíamos jurar a maldición, pero tú me hablas de una verdadera maldición –murmuró Enufemia, su abuela la miró con desesperación.
—Ustedes crearon un pequeño ritual, eso no fue grave, lo peligroso es lo que hicieron después. ¡Niños estúpidos! Ahora que han madurado, pueden cruzar el portal y, ¿eso es lo que busca Tonia, convertirse en…? ¡Puedo ver la mano de Serjancio detrás de todo esto! Se involucran… e involucran a la familia. ¿Dónde está Tonia? –gritó irritada–. Debo ir por tu hermana, no me preocupa Regildo, él no participó, solo lo están usando. Tonia, ¡niña estúpida! –repitió desesperada, Enufemia había quedado inmóvil sobre la arena, las olas continuaban golpeando sus pies. Beasilia tenía el doble de interrogantes… y la mitad de las respuestas, tomó una delicada navaja que siempre cargaba en su bolso y cortó un grisáceo rizo de su cabellera, estiró su mano para entregarle el mechón y se detuvo, vaciló por un instante, cerró su puño antes de que Enufemia pudiera tomar su cabello, un velo de dudas cubrió sus retinas. «¡Está bien! Es mi dulce Femy» pensó. Luego abrió su mano y murmuró–: Femy, toma una parte de mí, esto te protegerá, no se lo entregues a nadie, es solo para ti. –Su nieta recogió el corte de cabello, ambas sonrieron y Beasilia se alejó presurosa en busca de Eleutonia.
Enufemia se quedó acariciando el mechón rizado de su abuela, miró a su izquierda y observó las barcazas de pescadores, el agua en sus tobillos le brindaba entera satisfacción, colocó un pie delante del otro y así continuó avanzando ensimismada en sus confusiones, de pronto, un fuerte oleaje golpeó su rostro; casi sin advertirlo, había avanzado hacia la inmensidad del agua que ya cubría su pecho y fue cuando el susurro del mar pareció clamar su nombre. Entre los hombres que estaban más allá de las barcazas se encontraba su padre Nemecino, él había visto a su madre y a su hija conversar juntas, un panorama que lo había inundado de alegría y satisfacción, pero el hecho de que su madre se alejara de ahí, llamó su atención y decidió encaminarse hacia la playa. De un instante a otro, gigantescos nubarrones cubrieron las estrellas y la lumbre lunar y una inesperada oscuridad se derrumbó sobre todo el lugar, él apresuró sus pasos y pudo vislumbrar la silueta de su hija flotando en aquel mar espejado.
—¡Femy! –gritó su padre por segunda vez, Nemecino nadó hacia ella, la sujetó por la cintura.
Un par de amigos que estaban con él, concurrieron de prisa a las instalaciones de los merdanes para notificar el reciente acontecimiento y solicitar sus servicios al tiempo que Nemecino trasladaba a su hija hacia la casa.
—La joven está bien, sugiero que permanezca unos días con ustedes, puede regresar a los campos en la próxima estación –manifestó Celiceo con serenidad, era uno de los tantos merdanes citadinos y como tal, conocedor de dolencias y de numerosas medicinas tradicionales de los navegantes–. Estimada Beasilia, su hija también está delicada… le voy a dejar unos potajes que la van a fortalecer. Su nieta pide por usted.
—Gracias, Celiceo –pronunció cortésmente Nemecino mientras envolvía una botella de sus exquisitos licores sin abrir para obsequiársela.
Los merdanes estaban al servicio de la comunidad y todo navegante debía velar por su bienestar, era costumbre de cada familia, obsequiarle algún detalle en señal de agradecimiento y buena voluntad; considerados custodios de la sabiduría de antiguos hechiceros, sus palabras contenían verdades innegables, en ellos residía el poder de manipular las energías del cielo, del mar y de la tierra, grandes conocedores de antiguos maleficios y a tales efectos, portadores del conocimiento de la correspondiente protección. Los terrinos nunca solicitaban esos servicios, su desconfianza se basaba en esa particular y muy cuestionada sabiduría que decían poseer y al confuso e irracional palabrerío que utilizaban para transmitirla; para los terrinos, esos métodos, tan irrisorios como ridículos, eran lo más alejado a lo que consideraban pleno conocimiento y prodigiosa sabiduría, solo confiaban en sus propias medicinas, transferidas o heredadas de padres a hijos, las cuales provenían, principalmente, de la observación de la naturaleza.
Beasilia habría de aprovechar las circunstancias y apartó a Celiceo simulando interés por la salud de Enufemia; una vez que pudieron continuar a solas, supo expresarle su verdadera preocupación y solicitar su auxilio en busca de protección para sus nietos.
—Lo acompaño hasta la puerta –dijo Beasilia. Después de cruzar el umbral, cerró con delicadeza el enorme portón y comenzó a susurrar–: ¿Cree que es posible? Mi sangre, temo por mis nietos.
—Es posible, Beasilia, pero no se preocupe, hablé con sus nietas, su hija estaba presente, me lo contaron todo y llevo el material necesario para intentar recomponer los acontecimientos pasados y futuros.
—Eran niñas, nada malo va a suceder, ¿no lo cree?
—Pasaron muchos años, la sangre dormida siempre quiere despertar, el mar siempre quiere avanzar… como la lava…
—Estoy confundida…
—Nada importa las edades, todos los que participaron fueron instrumentos necesarios. Manipularon fuerzas que desconocen. Creo, mi señora, que lo que fuera que estuvo atrapado ahí, encontró el canal para resurgir. –La voz de Celiceo era pausada y delicada, cualquier oportuno oyente debía realizar un esfuerzo extra para poder escuchar sus trémulas palabras–. No debieron alimentar a esa niña.