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– ¿Bueno, qué, me vas a contar como te ha ido? – Visiblemente impaciente, después de dar un tiempo prudencial.
– Bien. Me ha caído bien este hombre. — Con tranquilidad pasmosa, poco usual en él, lo que provocaba cierto desconcierto en Diana.
– ¿Ya está? Algo me tendrás que contar después de media hora. ¿Qué te ha preguntado, que has contestado? – Perdiendo los nervios por momentos.
– Hemos hablado de muchas cosas, de donde había trabajado antes, de mi opinión sobre ser Vigilante Jurado. — Comenzando a dar información ante el palpable nerviosismo de su novia.
– ¿Y qué le has dicho? – Muy interesada sobre el desarrollo de la entrevista.
– Le he hablado de mis anteriores trabajos. Sobre lo de mi opinión de ser Vigilante, le he dicho que no tengo opinión. — Sin dejar el impropio estado de tranquilidad.
– ¿Cómo que no tienes opinión? – Extrañada, temiendo definitivamente sus peores augurios.
– Sí, que no podía opinar porque no tenía ni puta idea de que va esta profesión. En realidad le he dicho que ni idea. — Con tono guasón, intentando relajar a su novia.
– ¿Cómo le dices eso? Creía que había quedado claro lo que hablamos. Era una pregunta obvia, con decir que era una profesión con futuro, que estabas muy interesado en pertenecer a una empresa como ésta etc. etc., estaba contestada. — Cada vez más convencida de que no había servido de nada sus instrucciones.
– No te preocupes, le ha gustado mi contestación. — Calmando a Diana a la vez que la sumergía en un estado de confusión.
– Ahora sí que no entiendo nada. — Totalmente perpleja.
– Me ha pedido sinceridad y se la he dado. — Convencido de haber hecho lo correcto.
– Sinceridad te suelen pedir siempre, el problema surge cuando te pasas de sincero. — Más tranquila, escuchando atentamente a su novio, sin verlo claro aún.
– Más que una entrevista ha sido una conversación amena. Se ha sorprendido cuando le he dicho que no tenía ni idea de cómo desarrollar este trabajo, pero por otro lado que confiaba en que me formaran, el resto lo ponía yo. Responsabilidad, trabajo, seriedad etc. era algo que tenían garantizado conmigo. — Con total seguridad en sus palabras.
– Continúa. — Más relajada y con una visión diferente.
– Me ha explicado por encima, las responsabilidades de la figura del Vigilante, las diferencias con otro tipo de profesiones, como trabajar a turnos, fines de semana, festivos etc. de alguna forma quería darme una visión de las cosas negativas, creo que para ver mi reacción.
– ¿Y cómo le has contestado?
– Le he explicado que tenía experiencia en trabajar de noche, por lo que no suponía un problema, ya que aguanto muy bien. Sobre lo de los uniformes, armas y todo lo que conlleva esta profesión, ya le he dicho que aprendo rápido y si otros lo han hecho, yo también. Parece que le ha gustado, más que nada por la cara que ha puesto. — Dando un enfoque más divertido ante la tensión que soportaba Diana.
– ¿Qué cara ha puesto? – Más relajada y contagiada por el aire optimista de Rafael.
– Pues no sé, la misma cara de satisfacción que pone mi madre cuando le contesto lo que quiere oír. — Soltando una sonrisa al imaginarse el símil.
– De verdad, no dejas de sorprenderme. — Contagiándose del ambiente cómico que se había creado.
– Y nada, hemos estado hablando de todo, hasta de música o de cine.
– Ya veo, sobre todo por el tiempo que has estado arriba.
– Finalmente, me ha preguntado, cuanto tiempo me gustaría estar en esta empresa. — Haciendo memoria.
– Hombre, esa era una de las preguntas que podían salir y habíamos preparado. — Satisfecha de haber sido útil, al menos en algo.
– Me he acordado de ti y le he dicho que veinte años o más, por decir un número. — Intentando agradar a Diana.
– La respuesta habría sido, el máximo posible. Lo de los veinte años es de tu cosecha. — Matizando de forma sosegada.
– Ya, pero ha puesto cara de sorpresa. ¡Eso son casi siete trienios! Me ha contestado. — Totalmente distendido.
– ¿Y qué más? – Atenta y curiosa.
– Poco más, que tal se me da el trabajo en equipo, la comunicación en general, esas cosas.
– No creo que haya tenido dudas que esos aspectos son tu fuerte. — Sonriendo con tono irónico.
– ¿Tú también te has dado cuenta? – Siguiendo el tono sarcástico de ella.
– Bueno ¿Y cómo ha sido la despedida? – Satisfecha su curiosidad.
– Pues como siempre, si soy admitido en el Instituto de Formación, en una semana me llamarían. Ya me he acostumbrado que todo se desarrolla de semana en semana.
– ¿Y tú qué crees? – Volviendo a tomar un tono relajado y serio.
– Yo creo que me van a llamar. — Contundente, haciendo gala de su característico optimismo.
– ¿Por qué lo tienes tan claro?— Escéptica por naturaleza.
– No te puedo decir por qué, es una intuición, por la forma que me ha hablado, por cómo me miraba o porque creo que le he caído bien. Además, creo yo que ya nos merecemos que la situación cambie. — Invadido por un aire de esperanza.
– Pues sí, llevas razón. — Contagiada por la ilusión de Rafa, a la vez que aparcaba su escepticismo durante un instante.
– No te preocupes cariño, verás cómo todo va bien. — Mientras la miraba a los ojos con confianza.
– Eso espero. ¡Ala!, vámonos para casa. — Sellando el tema con un beso.
– Abróchense los cinturones, que nos vamos volando en el bólido. — Soltando una carcajada.
De repente empezó a reinar un aire de entusiasmo en la pareja, sin fundamento claro y con las esperanzas puestas en una empresa y una profesión que aunque desconocida le garantizaran un futuro que hasta el momento no se vislumbraba. Al menos tenían un motivo para soñar, sueños humildes que se simplificaba en un puesto de trabajo estable, algo que por simple que pareciera era el sueño de muchos españoles de mediados de los años ochenta.
El sueño se hizo realidad, como intuía Rafael. De nuevo, una semana más tarde, llegó el aviso a través de telegrama, donde se informaba su admisión en el Instituto de Formación. En esa ocasión fue con la notificación en la mano a casa de Diana, quería decírselo en persona, al fin y al cabo ella era la culpable de todo aquello, con una participación activa durante todo el proceso de selección y merecía escuchar la noticia con él presente y no a través de un auricular. Lo negativo era que en tres días tenía que ingresar en la academia y estarían una semana sin verse, no es que fuese algo terrible, pero para una pareja que estaba acostumbrada a verse muchas horas todos los días, les costaba separarse, aunque fuese durante ese intervalo de tiempo. Cuando se dieron cuenta, el domingo llegó y Rafael tenía que irse para dormir esa noche en lo que sería su nuevo futuro profesional.
Después de despedirse de Diana, cogió su bolsa de viaje y se dirigió a la zona norte de Madrid, a un lugar que jamás había oído, teniendo como única referencia un famoso casino en las inmediaciones. Le llevó su cuñado Lolo en la moto por varias razones, principalmente porque su coche consumía más gasolina que dinero tenía y sobre todo porque con el sentido de orientación de Rafa no estaba garantizada su entrada en el horario marcado. A pesar del pequeño plano que disponía se perdieron, no obstante gracias a la maniobrabilidad de su medio de transporte y el sentido de orientación normalizado de su cuñado, consiguieron llegar con tiempo suficiente. Se despidió de Lolo y se dirigió a la zona de recepción donde habían llegado algunos chicos, entró en el hall para presentarse, inmediatamente se creó un clima cordial entre ellos, un buen rollo que perduraría durante toda la estancia. Una vez que llegaron los veintitrés futuros Vigilantes Jurados, el responsable de recepción distribuyó varias habitaciones donde se alojarían dos o tres personas en cada una de ellas. Informó del horario de la cena una vez estuvieran instalados a la vez que se les convocaba a una reunión previa para informarles sobre el curso.
Rafael se dirigió a su habitación en la segunda planta junto al compañero que le había tocado, ambos se pusieron en seguida de acuerdo en la elección de cama. Dani se instaló en la cama más cercana a la puerta de entrada y Rafael junto a una ventana que abrió nada más llegar para observar el pinar que rodeaba el edificio. Era una habitación muy espaciosa, con mesa y silla de estudio junto a cada cama; sobre la mesa, una lámpara, varios temarios bastante voluminosos, cuadernos, bolígrafos, lapiceros, marcadores, grapadora etc. etc., todo muy bien organizado y enfocado para el objetivo principal, que no era otro que estudiar y formarse. El compañero de Rafa era un chico bastante callado, excesivamente reservado para su gusto, pero cordial y amable, ideal para compartir espacio con Rafael, pues para hablar ya estaba él.
Terminó enseguida de colocar sus cosas, miro el reloj para comprobar que faltaba bastante tiempo para la reunión, dejó a su callado colega y se dio una vuelta para reconocer el entorno. Al parecer no fue el único que había tenido esa idea porque se encontró con varios compañeros que hacían lo mismo. Juntos recorrieron toda la finca completamente vallada, observaron con detalle el edificio central, un palacete rehabilitado, posiblemente de finales de siglo XIX, con un aparcamiento no muy grande pegado a la entrada. Un poco más separado se encontraba otro edificio de moderna construcción, donde se divisaban aulas y junto a él un gimnasio enorme. Siguieron andando hacia una edificación que contrastaba con el resto, compacto con una sola entrada. Rafael no adivinaba que podía ser, aunque uno de los presentes le sacó de dudas al comentarle que se trataba de una galería de tiro.
Rafa se sentía impresionado por aquel entorno, por una parte le gustaba el lugar, se sentía bien en aquel enclave natural (superaba con creces todo lo que se había imaginado en los días previos); por otro lado sintió vértigo de lo que significaba aquello, un mundo totalmente desconocido al que iba a entrar en pocas horas, sin ningún parecido ni por asomo a sus trabajos anteriores. Se sentía fuera de lugar, le resultaba todo muy extraño, aquellas personas, aquel lugar, un temario que ojeó sin entender nada. Nada sabía, cómo le dijo a su entrevistador, aunque en buena medida empezaba a ser consciente de aquellas palabras. De repente sintió un bajón descomunal y la necesidad imperiosa de hablar con Diana para contarle todo lo que sentía. Sin más, se dirigió a recepción donde había unas cabinas de teléfono, no le hizo falta más de dos minutos de conversación con ella para recuperar la confianza de nuevo. Quizá era lo que en ese momento necesitaba con urgencia, oír la voz de su querida Diana.
Como les habían indicado, antes de cenar reunieron al grupo, les dieron unas hojas para rellenar con sus datos e informarles del horario del día siguiente. Pronto comprobaron la gran actividad que tenían por delante, con una jornada que comenzaba a las siete de la mañana y terminaba a las ocho o nueve de la tarde. Después se les indicó donde estaba el comedor, les asignaron sus asientos para todo el curso, les sirvieron la cena unos camareros y se marcharon a sus habitaciones a descansar para que se prepararan ante la trepidante jornada que les esperaba al día siguiente.
A las siete de la mañana sonaron unos timbres que a Rafael le despertaron desconcertado, sin saber bien donde estaba. Una vez que reaccionó y pudo ubicarse, recordó que disponía de diez minutos para bajar en ropa deportiva a la calle. Cuando todos llegaron, les estaba esperando un monitor con cara de pocos amigos, encargado de enseñarles defensa personal así como el manejo y utilización de defensa y grilletes, pero antes de eso tocaba correr por el campo y realizar una serie de ejercicios físicos. No era precisamente la mejor hora de Rafa y menos para realizar ejercicio físico, recién levantado y sin desayunar su cuerpo era un poema. Hizo de tripas corazón y se puso a trotar, no era cuestión de empezar a quejarse el primer día, sobre todo porque viendo la cara de algunos compañeros, comprendió que no era el único que tenía un lamentable cuerpo mañanero.
Cuando le pusieron una defensa y unos grilletes en la mano sintió una sensación rara, como si aquello no le correspondiera llevarlo, lo vio como algo ajeno a él. Inevitablemente, pensó en las ocasiones que vio esos utensilios, en las manifestaciones que acudió en su juventud. No pudo evitar ver la cara de su madre,” ¿Qué pensaría en ese momento de su hijo?”, un pensamiento que no le hacía sentir especialmente orgulloso.
La primera clase pasó rápido, con algún contusionado por golpes incontrolados o grilletes excesivamente apretados, pero nada que no se pudiese resolver con un buen desayuno después de la ducha. Con el estómago lleno se dirigieron a la zona de aulas donde les estaba esperando el director del instituto. Sin perder mucho tiempo hizo entrega del horario definitivo de la semana e informó de forma detallada sobre su desarrollo. Básicamente, se impartirían cincuenta horas de clase, teoría en su totalidad, al finalizar la semana, volverían a casa quince días donde estudiarían un temario correspondiente a cincuenta horas más, en total cien horas. Después volverían al instituto donde se impartirían cien horas solo de prácticas, todo con sus exámenes correspondientes. El que superara el curso les darían los diplomas con sus correspondientes certificados acreditativos, uno del curso realizado (y superado), y otro diploma de capacidad para trabajar en la Unión Europea. A Rafael le empezó a rechinar todo aquello, ¿Cómo el que superara el curso? ¿Y si no se supera? - Se preguntaba mentalmente —. De forma espontánea interrumpió al profesor.
– Perdone, ¿Quiere decir que no basta con realizar el curso, sino que hay que aprobarlo? – Algo perplejo, siendo consciente de la estupidez de pregunta, justo después de realizarla.
– Así es. — Tajante en su contestación.
– Pensaba que se trataba de un curso de formación, o sea, de asistencia, no de examen. — Intentando disimular la pregunta anterior.
– Efectivamente, se trata de un curso de asistencia, pero con demostración escrita, en el caso de las clases teóricas y de exámenes prácticos en el caso de la las clases prácticas. — Explicando las dudas colectivas que surgieron.
– O sea, que si aprobamos, ya salimos como Vigilantes Jurados. — Convencido.
– No, aquí se os prepara para hacer el examen para Vigilante.
– Entonces ¿Cuándo salgamos de aquí, si aprobamos, de que vamos a trabajar? – Totalmente confundido.
– Se os hará un contrato de Guarda de Seguridad. Una vez que vuestros superiores os vean capacitados, se os presentaría para el examen de Vigilante Jurado.
– ¿Qué examen es ese? – Cada vez más confundido—.
– En realidad son dos exámenes, uno teórico ante la Policía Nacional y otro práctico, de tiro ante la Guardia Civil. No os preocupéis, que de aquí saldréis totalmente preparados para superarlos. — Contestando de forma clara todas las dudas que surgieron.
– ¿De qué va el trabajo de Guarda de Seguridad? – Haciendo hincapié en esa categoría que oía por primera vez.
– Es muy parecido, pero sin tener el carácter de agente de la autoridad. Todas estas cuestiones las iremos viendo durante el curso. — Con un tono sereno.
– Ya me deja mucho más tranquilo. — Sarcásticamente, lo que provocó risas generalizadas.
– He de deciros también que este curso está subvencionado por el Inem, por lo que el coste del curso varía en función de vuestras retribuciones.
– ¿Podría explicarlo mejor?
– Es fácil, si no cobráis subsidio de desempleo el curso es gratuito, si por el contrario cobráis, dependiendo de la cuantía que cobréis, cuesta un precio u otro. Pero no os preocupéis, como esta cuestión es totalmente personalizada, en el primer contrato de seis meses que se os haga, se descontará la cantidad que corresponda a cada uno durante esos seis meses. — Claro y conciso.
Una vez aclaradas todas las cuestiones, Rafa estaba en un estado lamentable, no solo había sido el proceso de selección, sino que seguía sumergido en un camino que no veía el final. Ahora tocaba aprobar todo para salir a trabajar como Guarda de Seguridad. Seguir pagando el curso durante seis meses (en su caso cobraba subsidio de desempleo) para después que le presentaran, en un tiempo sin definir, a Vigilante Jurado y claro, aprobarlo. El techo se le vino encima, cuando parecía que estaba llegando al final una nueva sorpresa aparecía, aunque por mucho que se calentara la cabeza no tenía más remedio que continuar. Por enésima vez recordó la misma frase recurrente que siempre le animaba, “total, no tengo nada que perder”.
Al principio le saturó la cantidad de asignaturas que había, sobre todo por su desconocimiento absoluto. Deontología profesional, derecho penal, decisión de disparo, derecho procesal, técnicas de comunicación etc. Eran materias que ni por asomo había tocado nunca, no obstante con el paso de los días empezó a cogerles el gustillo y verlas mucho más cercanas y asequibles. Mucha culpa de ese cambio lo tuvieron los profesores, personas con amplia experiencia profesional que hacían las clases divertidas y llenas de anécdotas. A pesar de lo agotador que resultaba cada jornada, consiguieron que fuese impregnándose de aquel mundillo tan desconocido para él.
Entre desayunos y cenas, carreras matinales, porrazos fortuitos, clases y estudio, la semana pasó volando. Lo que empezó siendo un camino cuesta arriba se fue allanando poco a poco, hasta el punto de irse de allí con algo de pena. No le hubiese importado alargar su estancia, pero estaba por encima sus ganas de ver a Diana, a quien echaba de menos a pesar de hablar con ella a diario para contarle sus andanzas por ese sitio. Ella por su parte, también estaba deseando verle, aunque supiera de antemano la evolución positiva que en tan poco tiempo había sufrido su novio.
No hizo falta que fuesen a recogerlo pues casualmente había coincidido con un compañero que vivía en Torreón del Jarama y tenía su coche allí aparcado. El trayecto lo hicieron sin parar de conversar sobre el curso como tema estrella. Llegó bastante pronto a su casa, dejó la bolsa de viaje ante la mirada inexpresiva de su familia, quienes lo miraban como si hubiese regresado de dar una vuelta. Solo su madre le preguntó alguna cosa de pasada, poniendo especial interés en lo que había comido esos días. Cuando fue a ver a su novia se abrazaron y besaron como si hubiese estado un año fuera, algo lógico en una pareja que jamás se había separado un solo día
. Las dos semanas siguientes se las pasó estudiando el amplio temario que le mandaron como deberes, unas veces en su casa, otras en casa de su novia, pero sin dejar de tener como conversación constante el nuevo mundo en el que se había metido. Con sus amigos empezó a reinar el cachondeo, en especial con Teo, haciendo éste referencia al trabajo al que Rafa se iba a dedicar o la perplejidad que le producía imaginarle como un represor con porra. Al fin y al cabo Teo no hacía otra cosa que practicar su deporte favorito, un deporte que consistía en picar a Rafael.
Antes de darse cuenta habían pasado las dos semanas y ese mismo domingo tenía que volver al instituto, en esta ocasión mucho más animado. A pesar de no ver a Diana en unos días tenía ganas de volver a ver a sus compañeros, con los que había mantenido una gran relación. También le hacía ilusión comenzar con las prácticas, aunque igual de intensas que la teoría, eran mucho más amenas, según opinión de los profesores.
El reencuentro con los compañeros estuvo plagado de apretones de manos y alegría al verse de nuevo.” Al parecer no era el único que volvía con ganas de seguir con la formación”— pensó Rafa—. De inmediato cotejaron los ejercicios que cada uno había realizado, llegando a la conclusión que era mejor dejarlo para el día siguiente y aprovechar el tiempo charlando animadamente con una cerveza en la mano. No pasó inadvertida la ausencia de uno de los compañeros a la hora de distribuir las habitaciones. Raúl no había aparecido, aunque fue el encargado de alojarles quien les sacó de dudas al informarles que no había aprobado la primera fase. Al parecer iba en serio lo de aprobar aunque pensasen lo contrario. De cualquier manera ese episodio les recordó que no estaban allí de vacaciones y tenían que ponerse las pilas si querían conseguir trabajar en Seguridad Privada.
En esa ocasión, Rafael fue previsor y se llevó un despertador, sobre todo para tener unos minutos de margen antes de que sonaran los timbres y poder espabilarse adecuadamente. No tardaron en comprobar que tanto los ejercicios físicos como el aprendizaje de técnicas de defensa personal se habían incrementado notablemente, con un tratamiento mucho más profesional que la vez anterior. Siguiendo el protocolo una vez que desayunaron, el director del centro de nuevo les explico el calendario de esos días. Les informó lo que ya sabían, la ausencia del compañero que no había aprobado la fase teórica. Como ya les adelantaron, esa semana las clases eran totalmente prácticas, lo que no significaba que no tuvieran que seguir estudiando una vez terminada la jornada, había que seguir hincando los codos para seguir formándose pero sobre todo aprobar.
Aparecieron nuevos profesores, profesionales que ejercían lo que enseñaban, como un oficial bombero, que sorprendentemente les enseño apagar un fuego de gran magnitud con un solo extintor, algo que Rafael, jamás hubiese pensado que era posible.
Estaba emocionado, cada clase le parecía fascinante, ya fuese por su carácter curioso o simplemente por el manejo de aparatos que nunca se hubiese imaginado que utilizaría, hizo que disfrutara de cada momento y que se viera por primera vez capacitado para ejercer esa profesión. Quien le iba a decir que iba a saber hablar por un “walkie”, detectar un explosivo o descubrir las piezas que tenía un revolver. Palabras como volumétrico, infrarrojo o central de alarmas, pasaron a formar parte de su vocabulario. Hablar por teléfono correctamente, manejarse entre multitudes, adoptar posiciones idóneas, redactar informes o incluso saber dirigirse a cualquier persona de forma educada y profesional, fue parte de su aprendizaje.
La primera vez que entró en la galería de tiro se sintió extraño, aunque para algunos compañeros con experiencia en el mundo militar no era novedoso, para Rafa, coger un arma de fuego era un hecho excepcional. Era todo un enigma para él, no sabía cómo se le iba a dar empuñar un revolver y mucho menos disparar, sin valorar en absoluto su destreza o puntería. No podía ocultar cierto nerviosismo el mero hecho de ver tantas armas juntas e inevitablemente volvió a pensar en su madre, tan reacia y miedosa hacia todo “cacharro” de matar, como solía describirlas. ¿Qué pensaría sobre que su hijo portara una?, antes de contestarse a sí mismo, se vio empuñando un calibre 38, sin saber qué hacer con aquello. De forma instintiva se dirigió al instructor y le confesó su total desconocimiento sobre armas de fuego.
– Perdone Sr. Sevilla, pero no he disparado en mi vida. — Con cierto rubor ante la destreza del resto de compañeros.
– Hombre, seguro que en la mili has cogido algún fusil. — Dando por hecho el paso por el ejército.
– Es que salí “excedente”. — Con tono de disculpa.
– Bueno hombre, no pasa nada, para eso estoy aquí. — Intentando relajarle al ver su cara de tensión.
– No sé qué tal se me va a dar. — Más tranquilo al ver la reacción sosegada del instructor.
– Tu tranquilo, solo tienes que hacer lo que te diga y verás cómo donde pones el ojo pones la bala. — Sonriéndole de forma amable.
– Eso espero. — Demostrando su interés.
– Cógela con las dos manos, sin miedo. Estira los brazos y haz que coincida el punto de mira en el centro del “alza”, ni más arriba ni más abajo, ni a la derecha ni a la izquierda, en el centro justo. Aprieta suavemente el gatillo y no esperes el disparo, que te sorprenda. Apunta al centro de la silueta. — Con paciencia y seguro de lo que decía.
Rafael hizo todo lo que le fue diciendo el profesor, disparo a disparo fue agotando el tambor, cuando terminó, su sorpresa fue mayúscula al acercarse y comprobar que había tenido una puntería excelente. Ni él mismo se lo creía, llegó incluso a pensar que le habían gastado una broma y había sido otro el que había disparado en su lugar. La risa del instructor llenó el local ante aquella reacción, le guiñó un ojo y con cara de pícaro le dijo “no sé de qué te extrañas, con el pedazo de profesor que tienes”.