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Transcurrido un mes, más o menos, se personó su jefe en el servicio como solía hacer de forma periódica, aunque en esa ocasión lo vio diferente. Notó que le observaba de forma mucho más detallada, le hacía preguntas sobre temas operativos que no solía hacer en otras ocasiones. La explicación sobre esa actitud la obtuvo antes de marcharse del recinto, cuando le preguntó si quería que le presentara a los exámenes para ser Vigilante Jurado.
Tendría que esperar a que pasase el mes de agosto para comenzar a mover todo el papeleo, entre ellos un certificado de penales, a las que tenía que acompañar una serie de certificados, escritos y documentos varios. No podía ocultar su alegría pues todo había sido más rápido de lo que había imaginado, teniendo en cuenta la situación de otros Guardas de Seguridad, entre ellos uno de sus compañeros, que llevaba esperando un año para ser presentado. No tenía ni idea de los criterios que seguían en la empresa para elegir a sus candidatos, quizá, pensó, era cuestión simplemente de caer bien, aunque su intuición le decía que tenían en cuenta otros factores que en ese momento no podía descifrar.
Después de la noticia, una vez integrado en la empresa donde prestaba servicio, con un cuadrante muy llevadero que le permitía tener tiempo libre para estar con su novia y amigos, se le antojaba un mes de agosto rutinario. La sorpresa no tardó en llegar, por contrapartida pudo ver otra de las caras de la Seguridad Privada, hasta ese momento desconocida para él. Le avisaron a través de la emisora de radio, recientemente instalada, sobre la necesidad de que cubriera otro servicio en sus días libres. De una forma sutil, a caballo entre la obligatoriedad y la voluntariedad, una situación que pilló desprevenido a Rafael. Se quedó algo bloqueado, con un contrato de seis meses, una antigüedad de un mes, en puertas para examinarse para Vigilante Jurado y sin haber superado el periodo de prueba, la contestación era obvia, no le quedaba otra que cubrir los días que le dijeron. El servicio en cuestión no era ninguna bicoca, se trataba de un edificio que se encontraba en obras en el centro de Madrid. Una tienda de ropas de moda que solo se prestaba servicio en turno de noche, lo que significaba que algunos días trabajaba de mañana en su servicio habitual y por la noche en la obra. Esa situación duró el mes de agosto prácticamente entero, lo que en principio iba a ser un mes tranquilo se convirtió en agotador. De cualquier forma, siempre sacaba un rato para ver a su novia a la que contaba las peripecias que le surgían diariamente. Ella, como de costumbre, le quitaba hierro a las cuestiones que irritaban a su novio, le daba la vuelta a la tortilla animándole a que le contara las anécdotas que le ocurrían. Por lo general tenía éxito y lo normal es que terminasen ambos riéndose.
En cierto modo, no dejaban de ser algo peculiares, como el episodio que tuvo con un vagabundo que se le coló a Rafael en la obra, al verse sorprendido saltó la valla sin casi rozarla. Fue la reacción de su novio lo que producía la risa incontrolada a Diana, cuando éste animó al sin techo a que se presentase a las olimpiadas ante tal despliegue físico. En otras ocasiones, no sabía si reír, preocuparse o ambas cosas, al menos cuando le contó su desliz al volver de trabajar y quedarse dormido en el tren durante dos horas en una vía muerta, a dos poblaciones de su residencia y tener que ser despertado por un operario de limpieza.
A pesar de ganar más dinero que en trabajos anteriores, no terminaba de convencer a Rafa el sueldo de Guarda de Seguridad, sobre todo, si tenía en cuenta la cantidad de horas que realizaba. No lo veía claro, solo esperaba que su ascenso llegara pronto pues implicaba una subida salarial sustancial, lo que les permitiría hacer planes de futuro.
Una vez empezado el mes de septiembre, de alguna manera volvió a la normalidad en cuestión de horarios. Pudo presentar en su empresa todos los documentos necesarios para optar a la siguiente convocatoria para ser Vigilante, solo quedaba esperar. Su servicio lo tenía totalmente controlado, era ameno, sin episodios graves lo que ayudaba a que cada día acudiese con buen ánimo. La cosa cambió cuando recibieron una comunicación del Director del centro, ordenando el registro de bolsas y mochilas de los operarios a la salida.
El primero que tuvo que hacerlo fue Rafa, que pidió a uno de los empleados de almacén que le enseñara su bolsa al salir. El chaval más o menos de su edad, de buen carácter, le cambió el semblante cuando le descubrió un juego de vasos dentro de la mochila. Para Rafa fue un momento muy desagradable, a pesar de toda la formación que había recibido no supo qué hacer, sobre todo cuando el chico se le puso a llorar. Le imploró que le perdonase, argumentando éste que había sido una chiquillada y que lo pondrían de patitas en la calle. Después de unos minutos dramáticos, Rafa le pidió que dejase los vasos en su sitio, no sin antes avisarle que no habría una segunda oportunidad. Nervioso, le abrazó con lágrimas en los ojos sin parar de darle las gracias, suficiente para ablandar totalmente el corazón de Rafael.
Ahí quedó todo, sin pasar el tema a mayores, pero para Rafa supuso un quebradero de cabeza ético cuestionándose si a nivel profesional había hecho lo correcto. Como de costumbre fue su novia la que de alguna manera le convenció de que había actuado en conciencia sin poner en cuestión su grado de profesionalidad. Le costó trabajo, pues si algo tenía en valor su novio era su alto concepto de la responsabilidad unida a una ética escrupulosa, dos factores que coincidieron en su primera intervención. Finalmente, pudo convencerle y se lo tomó como una experiencia, aunque también ayudó el hecho de que el chaval aprendió la lección y jamás, al menos con Rafa, volvió a coger nada que no fuese suyo.
Por esas fechas, se incorporó una nueva secretaria, una chica espectacular de gran belleza física con la que Rafa congenió muy bien, tanto con ella como con su novio, quien iba a llevarla y recogerla a diario. Parecía una pareja ideal a los que se veía aparentemente enamorados, al menos eso es lo que pensaba Rafa, hasta que recibió una llamada del Director de almacén (una persona poco comunicativa, con la que simplemente había intercambiado saludos). Le pareció extraña la llamada aunque sus sospechas fueron en aumento cuando le pidió que acudiera a su despacho urgentemente. De inmediato se dirigió hacia el lugar expectante, cuándo llegó le esperaba el señor sentado y la secretaria de pie, a la que se veía claramente nerviosa.
– Buenas tardes, se preguntará por qué le he llamado. – Con gran esfuerzo para conseguir empatizar con Rafael, sin conseguirlo.
– Buenas tardes, usted dirá. — Totalmente despistado.
– Supongo que el novio de la señorita está arriba esperándola. — Con tono frío, controlando la situación.
– Sí señor, precisamente estaba hablando con él. — Con una confusión absoluta, sin saber exactamente el motivo de aquella situación.
– Bueno, le voy a decir que la señorita y yo estamos juntos y simplemente le he llamado para que nos abra la puerta de abajo. Vamos a salir los dos en mi coche. — Claro y directo, con una gran frialdad y una actitud totalmente opuesta a la de la secretaria, a la que se veía pálida, sin pronunciar palabra.
– No se preocupe, ahora mismo le abro la puerta. — Sin dejar de pensar en el novio que estaba arriba esperando.
– Muy Bien. Por favor dígale al novio de la señorita que nos hemos ido ya. — Como si le hubiese adivinado el pensamiento.
– No se preocupe.
– Muchas gracias.
Ambos montaron en su flamante Alpha Romeo y salieron. Rafael estaba literalmente alucinado, no podía creer que eso le estuviese pasando, una cosa era afrontar una cuestión profesional y otra que le involucraran en un tema de cuernos. “¿Qué le decía al novio?”, aquello le superaba. Su indignación iba en aumento en cada peldaño que subía por las escaleras, no dejaba de pensar en la cobardía de ambos. Ahora se tenía que comer ese marrón sin comerlo ni beberlo, ¿En qué parte del manual pone que tenga que realizar este trabajo?— Mascullaba—. Cuando llegó a la posición donde esperaba el novio (fuera del recinto, pegado a la valla) echaba chispas, no dejaba de pensar en la frialdad del Director, incapaz de pronunciar el nombre de su amante, o la cobardía de la señorita por preferir que un Guarda de Seguridad le dijese a su novio lo que ella no había tenido el valor de hacer.
– Qué tal, ¿Ya has resuelto el problema? – Con tono despreocupado, hablando con la confianza que le daba ver a Rafael día tras día.
– Pues el caso es que no. — Sin saber por dónde empezar.
– No veas si tarda en salir hoy Almudena. — Mientras miraba el reloj.
– No creo que la veas salir hoy. — Intentando encauzar la cuestión.
– ¿Por qué lo dices? ¿Qué pasa, que se tiene que quedar más tiempo? – Con cara de extrañeza.
– No, es que ya se ha ido. — Directo al grano.
– ¿Cómo se va a ir si no ha salido por aquí? La hubiese visto. Anda no te quedes conmigo y dile que salga ya. — Sin ser consciente de la situación.
– Te digo que se ha marchado ya. — Con semblante serio, intentando que poco a poco fuese encajando lo que le pensaba decir.
– ¿Cómo que se ha ido? ¿Por dónde? ¿Andando? – Sin creérselo.
– Te lo explico de forma rápida para que lo entiendas. Se ha marchado en coche con el Director de almacén. Me han dicho que te lo diga, no te puedo decir nada más. — Cansado de seguir dando vueltas al tema.
– ¿Qué me estás diciendo, que están enrollados? ¿Mi novia con ese tío? Ahora mismo paso para ver donde se ha metido. — Haciendo amago de saltarse la valla.
– ¡No hagas tonterías chaval! ¿No te das cuenta de que si saltas la valla te vas a meter en un lío? No tengo por qué mentirte. Te digo que ella se ha marchado. — Con tono autoritario haciéndole desistir de su intento.
– ¡No me lo puedo creer! ¡Esto es increíble! – Entre rabia y tristeza.
– De verdad que siento tener que decírtelo yo, pero las cosas son así. Anda, vete para casa e intenta hablar con ella, aquí no haces nada. – Con tono conciliador.
– Me voy. Hasta luego, gracias. — Cerrando el coche de un portazo mientras que iniciaba la marcha derrapando a gran velocidad.
Rafael se quedó mirando cómo se alejaba con un pellizco en el estómago, preocupado por el estado que iba conduciendo, pero sobre todo pensaba que pasaría al día siguiente. De alguna forma se había convertido en cómplice de algo que simplemente no le importaba, se sentía utilizado, algo que no terminaba de encajar.
A pesar de lo que había pensado, la sorpresa fue mayúscula cuando en la jornada siguiente comprobó la gran naturalidad de ambos amantes con él. Todo era normal, como si nada hubiese pasado, el Director se limitó a dar los buenos días como de costumbre, mientras que la secretaria se portaba de forma rutinaria. Quizá empujado por una dosis extra de morbo o simplemente porque pensaba que merecía algún tipo de explicación, preguntó directamente a Almudena sobre el episodio del día anterior. Su explicación fue escueta, le narró brevemente que estuvo hablando con su novio haciéndole entender que su relación había terminado porque estaba enamorada de la otra persona. Con una sonrisa le dio las gracias por lo que había hecho y no se volvió a hablar del tema, tampoco volvió a ver a su exnovio por allí. Lo único que pensó Rafa en ese momento fue” que cosas tan extrañas me están pasando desde que estoy metido en el mundo de la Seguridad, y solo llevo un par de meses”
CAPITULO TRES
A pesar del cariño que Rafael tenía a su flamante 124, no tuvo más remedio que deshacerse de él, pues todos los días perdía alguna pieza por el camino. Cuando no era la ventanilla que de repente se le venía abajo, era un faro que cuál pajarillo salía volando. El consumo de gasolina y aceite era exagerado, no obstante, tenía un viejo motor que iba como la seda, principal motivo por el que retrasaba una y otra vez cambiarlo por otro más moderno. Evidentemente, necesitaba un coche de forma urgente a pesar de la robustez del motor, ya en cualquier momento podría dejarlo tirado, lo que le acarrearía un problema importante a nivel laboral por la imposibilidad de no poder llegar a su servicio por otro medio.
El siguiente problema surgía a la hora de financiar el nuevo vehículo (no quería más coches usados), sin un contrato indefinido nadie le concedería un préstamo. Por otro lado, tampoco quería recurrir a la familia que ya estaba bastante lastrada económicamente. Decidió probar suerte y visitar el concesionario donde había trabajado anteriormente para hablar con su antiguo jefe. Sinceramente, no esperaba que le tratase tan bien como le trató, de forma sorpresiva le ofreció un vehículo nuevo sin ningún tipo de entrada o aval. Quizá lo que para Rafa fue una sorpresa, para su ex jefe era una forma de hacerle ver lo injusto que había sido con él, durante los cinco años que allí trabajó.
Dos días después salía del concesionario con un resplandeciente Súper 5. Todo le gustaba, sus asientos ergonómicos, sus novedosos reposacabezas, pero por encima de todo su pedazo de radiocasete, donde por fin podía escuchar su colección de cintas de casete en estéreo. Como todo hijo de vecino lo pagaría a plazos, con mensualidades caras al no haber podido dar entrada ninguna a lo que había que sumar un seguro, también caro. Era la primera vez que Rafael se metía en préstamos, obviamente le producía cierto miedo tener un pago mensual durante varios años, pero tenía que hacerlo, no por capricho como así pensó su familia sino como una herramienta de trabajo. De nuevo fue la causa de fricción familiar por un tiempo, el tiempo justo que tardó su madre en disipar (una vez más).
El barrio era otra cuestión que Rafael no paraba de dar vueltas, conocía perfectamente los personajes que merodeaban por allí y lo llamativo que era aparcar un coche nuevo. No tuvo más remedio que dar la cara ante aquellos indeseables que tan bien conocía, algo que odiaba profundamente.
La primera noche esperó hasta que estuviesen congregados como de costumbre delante de su portal, una vez que observó a los sujetos que le interesaba, aparcó su coche justo en frente de ellos de una forma visible.
– ¡Coño Rafita, “Buga” nuevo! – Tomasín, un chorizo muy conocido en la zona.
– Pues sí. ¿Te gusta? – Con firmeza, sin dar impresión de miedo.
– Está “to guapo”. A ver si me dejas dar una vuelta. — Con risa sarcástica, incitando a sus compinches a unirse a la burla.
– Que va “tronco”, es solo para currar.— Intentando empatizar de alguna manera
– Es verdad tío, que me he enterado de que te has hecho “madero”. — Balbuceando, claramente colgado.
– Madero no, me he metido en Seguridad. — Hablando con él más tiempo que en los últimos diez años.
– Qué más da, sabía que tú ibas a ser alguien en la vida. — A caballo entre el sarcasmo y la indiferencia.
– Pues nada Tomasín, solo quería que supieras que ese es mi coche. — Directamente a la cuestión, sin ganas de estar allí.
– Pues muy bien “tronco”, pues ya lo sé. — Mientras le daba una calada a un “peta”
– Te lo digo porque nos conocemos hace mogollón de años. Ya sabes que entre colegas del barrio no nos vamos a putear. —Haciéndole recordar esos años que crecieron juntos y cada uno escogió un camino en la vida.
– “Tranqui” Rafita, está “to controlao”. — Captando el mensaje, mientras le miraba de una forma parecida a la melancolía.
– Venga, me “piro” a “sobar”. — Mientras denegaba con la mano el ofrecimiento del porro.
– Adiós Rafita, cuídate colega.
A pesar de la conversación mantenida, no lo tenía nada claro Rafa, conocía muy bien a esos chicos con los que en el pasado había jugado y sabía que no eran de fiar. Casi no durmió nada, se levantó mucho antes para ir a trabajar, impaciente por ver su coche. Por fin pudo respirar aliviado al comprobar que estaba intacto después de realizar un chequeo exhaustivo. Tranquilo, se dirigió a su servicio escuchando a todo volumen el nuevo disco de U2, satisfecho por haber conseguido superar una prueba que se le había antojado complicada.
Los meses pasaban sin recibir noticias sobre sus pruebas para poder convertirse en Vigilante Jurado, cada llamada que hacía a la empresa siempre era la misa respuesta, “por ahora nada”. A pesar de las explicaciones que le daban sobre el tiempo que solían tardar en llamar a los aspirantes, Rafael no podía evitar una impaciencia natural cada vez que recibía la nómina a final de mes. No es que estuviera mal donde estaba, todo lo contrario, simplemente le urgía incrementar sus ingresos, algo que inevitablemente pasaba por su ascenso de categoría. Por otra parte, le ponía nervioso que llegado el momento olvidara todo lo aprendido en el Instituto de Formación, a pesar de tener los temarios y de vez en cuando dar un pequeño repaso. Con el paso del tiempo, los repasos se hicieron cada vez más distanciados, en cierta medida porque se pasaba el día trabajando y el poco tiempo que disponía le gustaba pasarlo con su novia y amigos. Las llamadas para cubrir este o aquel servicio eran constantes, seguía sin acostumbrarse, a no entender una profesión donde los días libres eran meramente ficticios. Este hecho le provocó una nueva crisis, de nuevo se planteó buscar otro tipo de trabajo más normal, pero claro, que trabajo iba a buscar si la situación no era nada halagüeña. La realidad era que se encontraba inestable, en pleno proceso de cambio e intentando asimilar ese sector que seguía siendo bastante desconocido. Un sector en el que debía tratar con jefes y normas del servicio de forma diaria, a la vez que con las normas y jefes de su empresa. La verdad era que jamás había tenido que tratar con tantos jefes en sus anteriores trabajos.
A últimos de ese año, se convocó una huelga general en el país por parte de los sindicatos mayoritarios, como consecuencia de la situación laboral que reinaba en ese momento. Para Rafael surgió una nueva problemática después de recibir, de nuevo, una llamada para que fuese a trabajar ese día, a pesar de que lo tenía libre. Al parecer el compañero que tenía que trabajar, sospechosamente se puso enfermo cayéndole a él la responsabilidad de cubrir su turno. La conversación con su jefe fue bastante tensa a pesar de comenzar bastante suave, poco a poco fue subiendo de tono ante la negativa inicial de trabajar precisamente en una jornada que se presentaba bastante conflictiva. Rafael le mostró su interés por secundar la huelga, simplemente por principios aunque en varias ocasiones le recordó que ese día libraba. La respuesta por parte de su jefe fue tajante, o iba a trabajar o se olvidaba de que le renovaran el contrato.
Rafael estaba afiliado a su sindicato desde hacía años, para él era su sindicato simplemente por tradición familiar, al ser la tercera generación que lo hacía. Se puso en contacto con la sede sindical a la que siempre había recurrido, a su vez, desde esa oficina le explicaron que al haber cambiado de gremio, tenía que ponerse en contacto con sus representantes sindicales. Era algo novedoso para él, pues hasta ese momento nadie le había explicado la diferencia de pertenecer a una pequeña o gran empresa a la hora de consultar dudas o problemas laborales y evidentemente no tenía ni idea de que existiese en su nueva empresa, un Comité de Empresa. No obstante y a pesar de que nadie se había puesto en contacto con él al incorporarse a esa nueva Compañía, intentó localizar a algún representante de su sindicato. Le costó trabajo contactar con uno de los delegados, con el que mantuvo una pequeña conversación telefónica. No solo no le resolvió sus dudas, sino que de alguna manera justificó la actitud de su jefe, aludiendo a los problemas que tenía el sector sobre la dificultad de secundar huelgas. Quedó perplejo con las explicaciones que recibió, no por su desinterés y mucha menos empatía, tampoco por el trato mediocre al ser novato sino por la última recomendación que despistó por completo a Rafa, “no seas tonto y acude al servicio”.
No salía de su asombro, efectivamente no sabía casi nada de ese sector, pero había cuestiones obvias que le parecían intolerables, como alentar a un compañero a trabajar en una jornada de huelga convocada por su propio sindicato o justificar una amenaza de un superior. Por primera vez, a pesar de los años de afiliación y el profundo arraigo sindical que tenía, se sintió indefenso, sin apoyo por quienes deberían defenderle, cuestionando por primera vez su continuidad en ese sindicato.
Salió de casa a trabajar sin ganas, preocupado por lo que podría encontrarse por el camino o a la entrada del polígono donde tenía que dirigirse. Se preguntaba qué podría hacer si se encontraba con algún piquete. “¿Qué les iba a decir? ¿Que habían sido sus propios colegas quienes le habían animado a ir a trabajar?” Sin ningún tipo de acreditación que justificara su presencia laboral se sentía abatido. Se veía a sí mismo traicionando sus propios principios, aunque era una nueva sensación lo que le preocupaba, era como si no tuviese vida propia, sin capacidad de elección ni decisión. Estaba a disposición de personas que podían hacer girar su vida de un día para otro, solo con decir no, la renovación del contrato volaba, daba igual el motivo que expusiese, si no seguía el juego estaba fuera, esa era la realidad. Aprendió una lección muy importante en esos cinco meses de experiencia, daba igual que trabajase bien, que cumpliese con horarios o normas, cuando el jefe tenía una emergencia la palabra que quería oír era sí.
Por suerte, la jornada se desarrolló sin incidencias, la única diferencia respecto a otros días fue que casi nadie acudió a trabajar a su centro y nadie fue a visitarle. Ni siquiera le llamó ningún jefe para interesarse por él, al fin y al cabo solo era un Guarda de Seguridad novato.
A pesar de los episodios que había sufrido, se sentía a gusto e integrado en su servicio, además, de cara a Navidad tenía un cuadrante bastante asequible para hacer planes con su novia y amigos, en aquellas fechas que tanto le gustaba disfrutar.
Como si de una broma se tratase, de un día para otro (como era costumbre), le comunicaron que desaparecía la seguridad del centro, asignándole un nuevo servicio al que tenía que incorporarse de forma inmediata. El bajón que sufrió fue considerable, no solo por despedirse de la gente con la que había trabajado en los últimos meses, sino también por lo que implicaba ese cambio. Todos los planes que tenía se vinieron abajo otra vez. El cuadrante que recibió no se parecía en nada al de inicio de mes, sin hablar del nuevo o mejor dicho, los nuevos servicios a los que se le había asignado.
Se trataba de los comercios multiespacio donde iban destinados los productos que se fabricaban en su anterior servicio. El nuevo no se parecía ni por asomo al anterior, con una diferencia por encima de todas, era cara al público. Sus horarios eran diversos, se rotaba por varios sitios en diferentes puntos de Madrid, la plantilla de Vigilantes Jurados y Guardas de Seguridad era amplia, el trabajo era en equipo con tareas múltiples; en resumen, un sinfín de cambios que ponía a prueba la capacidad de adaptación de Rafael.
Lo que realmente le deprimió fue que tenía que trabajar el día de Nochevieja en turno de noche, el día de Nochebuena también tenía que estar hasta las once de la noche. A punto estuvo de marcharse, empezaba a estar un poco harto de tragar con todo por ser nuevo, no lo consideraba justo no solo por él, también por la gente que le rodeaba, en especial con Diana, a la que no quería saturar con sus lamentos pues era consciente de que su sufrimiento era también el de su novia. Después de pensarlo unas horas e intentar encajar todos los cambios que tenía por delante se lo dijo a su Diana. Antes de hablar con ella realizó un ejercicio teatral para intentar que no le notara su malestar. De nuevo, le dio una lección de templanza y serenidad, abrió su mente e intentó hacerle ver lo positivo de la situación. Aunque era consciente del cabreo de Rafa lo disimuló, se limitó a dar argumentos convincentes para su novio. Le quitó importancia a la Navidad, le hizo ver que en un mes le renovaban el contrato y sobre todo que cuando se hiciese Vigilante Jurado cambiarían las cosas.
Cuando Rafael hablaba con su Diana le hacía cambiar completamente de actitud, con una visión diferente de la situación, tenía la facultad de abrir puertas que él no era capaz de abrir por sí mismo. Por muy enfadado que llegara siempre salía con un optimismo renovado, con la batería cargada y en disposición de afrontar los cambios. A veces se preguntaba si merecía tener al lado a una mujer de ese valor.