- -
- 100%
- +
Sus padres aceptan sin sospechar nada, lo de un accidente en la rodilla. Todo parece encaminarse bien. Los días de descanso y la tranquilidad de su hogar, ayudan a sentir que ha superado la situación. Pero cuando concurre a la cita con Franco, comprueba que no es así. Él le reclama el pago de la intervención, le exhibe una serie de documentos firmados por ella y la amenaza con presentarlos a sus padres o a la justicia, si fuera necesario, a fin de obtener su cancelación. Claro que, también existe otra forma de abonarlos.
Logró recuperarlos, sí, pero pagando en especie. Uno por cada salida. Qué estúpida fue. Hoy, con sus conocimientos de leyes, sabe que aquellos documentos no tenían ningún valor. Estaban firmados por una menor sin recursos, y Franco nunca hubiera tenido oportunidad de reclamarlos judicialmente, sin verse comprometido en un acto penado por la ley, como lo es una intervención abortiva. Sólo hubiera podido avergonzarla ante sus padres, pero nada más.
Su odio hacia los hombres, nació aquella tarde, en el consultorio en penumbras, sometida entre sueños por quien luego la extorsionaría, abusando de su debilidad de carácter y de sus miedos juveniles.
Por otra parte, la falta de comunicación con sus padres, siempre ausentes, sumergidos en los problemas de la subsistencia diaria, solo preocupados por el mejorar económicamente, fue otro factor que la llevó a sufrir en silencio lo ocurrido. Con el tiempo llegó la cicatrización de sus heridas. Sus llagas se hicieron callos. Y la dureza de su alma la ocultó, para que fuera más eficaz, tras el disfraz permanente de su humildad, sencillez, dulzura e inocencia.
Esas serían sus armas en la solitaria lucha por vengarse del sexo opuesto. Humillarlo en toda oportunidad posible, al mismo tiempo que obtener con ello, si fuera factible, además de la satisfacción personal el mayor beneficio económico. Nunca será como su madre. Siempre sumisa y postergada. Trabajando en la casa a deshoras, para tener tiempo libre y correr a ayudar a su marido en el negocio de comestibles que ambos regentean desde que se casaron. Y su padre, un ser anodino y sin proyectos.
Cuánto sacrificio en vano. Toda una vida de renunciamientos para llegar a la edad madura sin tener nada. Obligados a negarse como seres humanos para dar prioridad a su condición de engranajes de una obsoleta sociedad burguesa, en la que sólo cuenta lo que de metálico se tiene. Nunca tuvieron otra inquietud que la de respetar el viejo axioma que dice: “dime cuánto tienes y te diré cuánto vales”. ¡Qué equivocados estaban! Paradójicamente, mientras por un lado luchaban para superarse económicamente, por otro se veían postergados permanentemente, al asumir nuevas obligaciones que los ataban cada vez más al carro de los sumergidos.
Ella no será así. Sólo aceptará unir su vida a un hombre, aún sin sentir amor por él, cuando esté segura de que posee fortuna y que ella podrá disponer de la misma. Será una forma de vengarse por lo que ha pasado, además de obtener todo lo que ambiciona y que hoy desea. Las mismas cosas que alguna vez le escuchó añorar a su madre y que nunca llegó ni llegará a lograr.
Los aplausos la llevan de vuelta al salón de conferencias. –¿Dios santo!– Si al profesor se le ocurre mañana pedir un resumen u opinión sobre el contenido de la disertación, no tiene idea de lo que dirá.
Las conversaciones aumentan de tono a medida que sus compañeros van saliendo. Permanece sentada hasta que casi no quedan más alumnos y recién se levanta. En el pasillo busca a Rogelio y se maldice a sí misma al sorprenderse pensando nuevamente en él. Se encamina hacia la salida de la Facultad, con paso lento y la vista baja, volviendo a adoptar la imagen de la Graciela, humilde y vergonzosa.
Trata de mantenerse un poco alejada de sus compañeros de curso. No tiene ganas de hablar con ninguno de ellos. Son todos tan insulsos e infantiles. No piensan más que en bailar, ir al cine y acostarse con quien sea, cuantas veces puedan. No ha encontrado a ninguno que tenga algo por debajo de la piel. Son totalmente huecos. En fin, parece que Rogelio no vendrá.
Deja pasar el primer colectivo que llega y queda sola junto al poste indicador de la parada. El coche que frena junto a ella y el sonido de la bocina la sobresaltan. Se da media vuelta alejándose algunos pasos de ese estúpido que pretende abordarla de esa manera. Una voz conocida, pronunciando su nombre la hace volver. La expresión de Rogelio, con medio cuerpo asomado por la ventanilla mientras agita una mano en amistoso gesto, la hacen sonreír. Tratando de no demostrar mayor emoción, se dirige hacia el vehículo.
–¡Perdoname Graciela!– dice el joven, mientras le abre la puerta para que suba– ¡El tránsito está insoportable esta noche! ¡Casi no llego! Tuve que pasar algunos semáforos en rojo para poder estar a tiempo.– y luego de una pausa agrega –¡Gracias a Dios que te encontré!
–No es nada– murmura Graciela a media voz – Lo importante es que hayas venido. Pensé que te burlabas de mí cuando me dijiste que ibas a pasar a buscarme
–¡Cómo me iba a burlar de ti! –exclama él– No hago más que pensar en vos desde que te hablé por primera vez y nunca me hubiera perdonado mentirte – luego de un breve silencio y con una sonrisa en los labios concluye –¡Como tampoco me perdono el golpe que te di el día que nos conocimos!
–La culpa fue mía –interrumpe Graciela– Crucé la calle sin fijarme. ¡Te juro que no sé cómo no me atropellaron antes! Creo que fue la providencia la que hizo que tú doblaras en ese lugar y yo casi me metiera de cabeza debajo de tu coche.
–Es cierto– confirma él– si no hubiera sido por eso, hoy no estaríamos aquí. ¡Lo que es el destino!
Graciela asiente con una sonrisa, mientras mira su reloj con aparente preocupación.
–¿Hasta qué hora tenés permiso? –pregunta Rogelio.
–No puedo llegar más tarde de la media noche– responde ella.
–Bueno, algo de tiempo tenemos –dice él– ¿Qué te parece si aprovechamos que estamos cerca y nos tomamos una copa, en una de las confiterías que están en los bosques de Palermo, bajo las vías del tren?
–Bueno…como quieras– responde Graciela, luego de un ligero titubeo.
Poco después, luego de haber estacionado bajo la arcada del tren elevado, que oficia de discreta playa de estacionamiento y mientras saborean las bebidas, Rogelio enciende un cigarrillo para él y otro para la muchacha.
El joven, acostumbrado a las conquistas fáciles, se encuentra un poco confundido respecto de cómo comportarse con Graciela. Hay algo en ella que lo desorienta, pero no sabe qué es. Decide iniciar un avance lento, como para captar la reacción de la muchacha.
–Graciela … quiero decirte algo– comienza él, mientras pasa un brazo por sobre el respaldo del asiento de ella. –No es mentira que pienso constantemente en vos. Me has impactado como nunca lo ha hecho otra mujer.– hace una pausa para que ver la reacción de la joven, y prosigue: –Te juro que es la primera vez que no encuentro palabras para dirigirme a vos, y eso que soy un charlatán inveterado.¿Podés explicarme qué me pasa?
–No sé…–responde ella en voz baja, mientras lo mira a los ojos– No te lo puedo explicar, sólo decirte que a mí me sucede algo parecido y no le encuentro razón
Alentado por las palabras de ella, Rogelio apoya su mano sobre el hombro de la muchacha y la atrae suavemente hacia él.
Graciela sabe que no debe demostrar mayor interés, pero al mismo tiempo se siente confusa, quizás algo mareada por haber bebido con el estómago vacío. Deja que él la acerque más e inclina su cabeza hacia atrás, como invitándolo a besarla. Rogelio aprovecha la circunstancia y posa sus labios sobre los de la joven, para notar sorprendido, cómo se abren húmedos en un beso ardiente y nada superficial. Entusiasmado por la derivación que está teniendo la entrevista, deja de lado cualquier mesura y responde a la caricia con toda su experiencia, al mismo tiempo que su mano busca los botones de la blusa de la muchacha.
El aire fresco de la noche se hace sentir sobre el cuello de Graciela. Es como un silencioso llamado de atención y la joven vuelve a tomar conciencia de todo cuanto la rodea. Siente los dedos del muchacho luchar con los botones y se estremece al sentirlos sobre su piel. Pero hace un esfuerzo, apoya una mano en el pecho de él y con firmeza, lo separa de ella, al mismo tiempo que se toma el borde de la blusa cerrándolo sobre su cuello.
Rogelio la mira sorprendido sin comprender. –¿Qué habrá hecho de malo para que ella reaccione de esa manera? ¿Habrá interpretado mal el beso y se apresuró un poco con sus caricias? ¿Pero si fue ella la que lo alentó, al besarlo de esa manera, por qué ahora lo rechaza?– intrigado le pregunta: –¿Mi amor…qué pasa? ¿Por qué me rechazas?
–No me hagas caso…perdóname– se apresura a decir Graciela, con un suspiro, temerosa de que su acción aleje demasiado al joven, quién además de gustarle como hace tiempo no le gustaba ningún otro hombre, puede llegar a convertirse en el candidato ideal para sus planes futuros. No quiere otorgarle mucho más de lo que le ha permitido hasta ahora, sin estar antes segura de la fortuna que posee, como tampoco debe exagerar la nota y hacerlo huir, por parecer mojigata o peor, una frígida.
–Es que no estoy acostumbrada a estos lugares. Tampoco a que me besen como lo has hecho. Te ruego me perdones. Dame tiempo para ir aprendiendo a ser como a vos te gusta. ¿Querés?– y con esta última pregunta, se recuesta contra el pecho del muchacho. Éste, totalmente convencido de la sinceridad de ella, sólo atina a acariciarle los cabellos, mientras una sonrisa se dibuja en sus labios, al llegar a la conclusión de que ya la tiene conquistada. De ahora en más, todo será cuestión de tiempo y tacto para lograr la entrega total.
Capítulo v
Deja el receptor en la horquilla con un ademán brusco mientras muerde una maldición y se deja caer agotado, sobre el borde de la cama.
Un acceso de tos lo obliga a doblarse convulsivamente sobre su vientre. Cuando pasa el ataque, tiene los ojos llenos de lágrimas y la nariz húmeda. –¡Maldita gripe, carajo!– Hace una semana que lo tiene en casa, sin fuerzas para nada. Para colmo tiene unas operaciones pendientes en la oficina y no ha podido comunicarse con su cuñado en todo el día. –¡Ese maldito inútil, bueno para nada!– exclama entre dientes y el esfuerzo le provoca otro acceso de tos. En qué estaría pensando cuando se dejó convencer por su hermana y le dio trabajo en la inmobiliaria. Tenía que haber dejado que se pudriera en aquella miserable oficina del Ministerio.
Seguro que cuando empezaran a pasar hambre, su hermana no hubiera aguantado al lado de un tipo así. Indolente, perezoso y sin aspiraciones. Hubiera sido una solución, ya que ahora no tendría que soportarlo como socio y estar atento a los problemas que genera en la empresa. Raúl no sirve para la profesión. Está lleno de escrúpulos y ha malogrado operaciones por ponerse del lado equivocado, pensando antes en los demás que en sí mismo o en la sociedad. –¡Cómo si los demás se preocuparan por él y lo tuvieran en cuenta antes de joderlo!– La situación económica que hoy detecta su cuñado, ha sido el resultado de largas discusiones en procura de hacerlo cambiar. Pero reconoce que él, como maestro, ha fracasado junto con su alumno.
Vuelve a levantar el teléfono y marca por enésima vez al número de su oficina. Siente cómo repiquetea la llamada al otro extremo de la línea, pero nadie responde. Mira el reloj, son poco más de las once de la noche. ¿Por qué no está Raúl en la oficina? Sabe que para mañana hay un asunto importante, en el que está en juego una buena comisión y seguro que no ha preparado nada. ¡También con la otra joyita que tiene en la empresa: Rogelio! Mucha ropa de moda, cigarrillos importados y agenda llena de teléfonos de mujeres. Pero de trabajo, dedicación y capacidad, nada.
Otra recomendación de Laura. –¿Dónde los consigue?– Bueno…Raúl es el marido…pero éste otro –¿De dónde salió? ¡Ah… si, ya recuerda! Es el hijo de una antigua compañera de estudios que le pidió el favor de encaminarlo en algún trabajo, para alejarlo de las malas compañías. Y él se preguntó muchas veces si Rogelio puede considerarse una buena. Es un individuo que sólo piensa en ganar dinero con el menor esfuerzo y gastarlo luego en ropas y amiguitas. No es un personaje muy recomendable que digamos.
Cansado de escuchar el llamado del teléfono sin recibir respuesta, lo arroja sobre la horquilla y se dirige a su estudio.
Le tiemblan las manos cuando intenta abrir la gaveta del escritorio. Debe hacer un gran esfuerzo para aquietarlas y poder colocar la llave en la cerradura. Finalmente abre el cajón, retira una agenda y regresa al dormitorio. Se sienta nuevamente en la cama, casi sin aliento y cubierto de transpiración. ¡Qué mal lo ha dejado la fiebre! Apenas puede tenerse en pie. Para colmo, ese dolor en el pecho, después de cada acceso de tos, lo tiene bastante preocupado.
–Hola … conteste por favor!– la voz suena en sus oídos. No se ha dado cuenta, abstraído en sus pensamientos, que ha discado mecánicamente y la comunicación se ha establecido.
–Hola … con el señor Raimundez, por favor…– se apresura a contestar.
–Habla Raimundez. ¿Quién es?
–Soy yo … Manuel…Manuel Morandi. ¿Cómo estás viejo?
–¡Manuel, qué sorpresa! ¿Qué es de tu vida? Hace años que no te veo. ¿Cómo andan tus cosas, querido amigo?
–No muy bien ...– responde –te llamé pues necesito un favor tuyo– y luego de una breve pausa agrega: –Es algo un poco delicado
–¡Por favor, lo que quieras Manuel!– exclama su amigo –¿De qué se trata?
–Te cuento– dice Manuel y pasa a explicarle el problema de salud que lo aqueja, las dudas sobre la responsabilidad de quienes, en su ausencia, han quedado al frente de la inmobiliaria y la consecuente necesidad de controlar, de alguna forma, que su cuñado Raúl, el inepto de Rogelio o cualquier otro empleado, respeten los intereses de la empresa y no aprovechen la circunstancia para desatender sus obligaciones o para obtener beneficios espurios o llevar a cabo acciones que puedan afectar el nombre de la sociedad.
Pone tal énfasis en su explicación, que al concluirla, tiene a su amigo totalmente dispuesto a ayudarlo. Quedan de acuerdo en que Raimundez se presentará en la inmobiliaria, dirá que es un inversor interesado en hacer una operación importante, para obligar que sea Raúl quién lo atienda y le pedirá asesoramiento y distintas alternativas para invertir un monto importante, con lo cual, además de comprobar cómo se desenvuelve él en particular, tendrá motivos para regresar a la empresa, lo que hará en distintos horarios para un control más generalizado del resto del personal.
Algo más tranquilo, Manuel cuelga el receptor y se recuesta un momento. Piensa cuánto trabajo implica la lucha diaria para subsistir. Para colmo, no cuenta con la ayuda de nadie. Su hermana y su cuñado, es toda la familia que le queda luego de enviudar y ninguno de ellos lo considera para nada. Claro que el sentimiento es recíproco, Si bien con su mujer tampoco tenía mayor apoyo, pero por lo menos se encargaba de controlar al personal de servicio, mantenía la casa más o menos ordenada y siempre había un plato de comida a la hora indicada.
Ahora todo eso es su responsabilidad. Le paga una fortuna a una mucama y la maldita cocina para el demonio y limpia aún peor. Eso viene a confirmar su teoría: “las mujeres no sirven para nada y algunas, menos que eso”.
Tratando de no pensar en esos problemas, busca un número en la agenda y vuelve a discar. Cuando lo atienden, pide hablar con su corredor de Bolsa.
–¡Hola don Morandi! ¿Cómo anda esa salud? ¿En qué puedo serle útil? – pregunta una voz aflautada y melosa, al otro extremo de la línea.
–Estuve pensando en lo que usted me ofreció días pasados– comienza a decir Manuel, pero es interrumpido por su interlocutor:
–¡Qué bueno! ¡Se decidió mi amigo! Yo le dije que era una buena inversión. Son valores poco conocidos todavía. En cuanto la empresa se fusione con la japonesa, van a pegar un salto en la Bolsa que hará un agujero en el techo, se lo aseguro.– y como no recibiera respuesta o comentario, prosigue: –Es una oportunidad única. Sólo gente como usted o como yo podemos hacer este tipo de negocio. ¡Deje para los tontos las operaciones simples! ¡Estamos en condiciones de quintuplicar en poco tiempo todo el capital que invirtamos! ¡Se lo aseguro don Morandi…se lo aseguro!
Manuel ha permanecido en silencio durante todo el parloteo del otro. Hace tiempo que tiene ganas de dar un buen golpe financiero que le produzca excelentes beneficios. El negocio de bienes raíces no le va mal, pero ambiciona aumentar aún más su fortuna.
Esta oportunidad que se le presenta, a través de Otero, el comisionista de la Bolsa, es inmejorable. Aquél tiene buenos contactos y le debe algunos favores. Por eso, conociendo al escribano que va a intervenir en la fusión de la empresa metalúrgica nacional, con otra japonesa de renombre mundial y el alza que tal incorporación ha de provocar en las acciones de la primera, se ha apresurado a ofrecerle la compra de un importante paquete accionario de la misma, a valores realmente irrisorios.
Por otra parte, como la inversión piensa hacerla al margen de sus operaciones inmobiliarias, no tendrá que explicar nada en la empresa ni compartir beneficios.
El hecho de que Otero también participará en la compra, le garantiza la seriedad del ofrecimiento y, además le ha manifestado que toda la operación podrá concretarse de manera tal, que poco o nada se habrá de enterar el Fisco, ya que tiene los contactos adecuados para ello. Indudablemente es una oportunidad única y no debe desperdiciarla.
–¡Eh, don Morandi! ¿Todavía está ahí? ¿Qué le pasa que se quedó callado?– la aguda voz en el auricular lo sobresalta y vuelve a la realidad.
–Nada …nada, amigo Otero, disculpe. Me distraje un momento. Este maldito resfrío me tiene a mal traer. No me deja coordinar bien– se apresura a contestar –¿Cuánto es lo que debemos invertir y para cuándo debe estar el dinero?– pregunta a continuación.
La respuesta que recibe le hace fruncir el ceño. La cifra que el otro le indica es cuantiosa y el plazo es bastante reducido, pero la fortuna que obtenga de la operación le permitirá solucionar todos los problemas que hoy lo aquejan. Podrá liquidar la inmobiliaria y mandar todo al carajo. Podrá decirles adiós a Raúl, a Rogelio y a todos los demás. La idea lo hace sonreír y piensa –¡Qué se vayan a la mierda! ¡Qué se arreglen como puedan!
Con todo ese capital se dedicará a invertir únicamente en aquellas operaciones que le aseguren una rápida ganancia. El dinero le dará el poder necesario para imponer sus condiciones, las que deberán aceptar quienes pretendan negociar con él.
Se da cuenta de que otra vez se ha apartado de la conversación, llevado por sus pensamientos. Se disculpa con su interlocutor, toma nota del importe y la fecha que el otro le indica y se despide prometiéndole que lo llamará en cuanto reúna el dinero necesario.
Regresa al estudio, retira las chequeras de sus cuentas bancarias y anota en un papel el saldo de cada una. El resultado acentúa aún más el surco de su frente. No es una cifra menor, pero el proyecto justifica una inversión mayor. Sus ojos, que brillan de codicia al imaginar las ganancias futuras, se entrecierran mientras piensa dónde obtener más dinero. La solución le llega como una revelación. En la oficina tiene pendiente una importante operación que, si Raúl ha redactado el boleto de compraventa como él le indicara, le permitirá contar con una significativa cantidad de dinero, que quedará en poder de la inmobiliaria por sesenta días, hasta escriturar, de acuerdo a lo pactado entre las partes, y él podrá disponer del mismo. Sin decir nada a nadie por supuesto.
El plazo del boleto le dará tiempo más que suficiente para retirar ese dinero, incrementar el monto de la inversión, concretarla en la fecha prevista y luego, con una mínima parte de sus ganancias, podrá devolverlo sin mayores inconvenientes, antes de la fecha de escritura Si eventualmente la fusión se demorara y la operación de Bolsa se atrasara algunos días, él hablará con el escribano que interviene en la escritura, quien es un viejo amigo, y le pedirá que la demore todo el tiempo que haga falta. Pero está seguro de que no será necesario recurrir a esa solución. El tiempo del que dispone es más que suficiente. Todo está a su favor para que el éxito corone su acción y al fin logre fortuna y poder.
Su imaginación pone frente a sus ojos un velo áureo. A través del mismo vislumbra un futuro cercano en el que sólo existen él y su dinero. Sus largos dedos sarmentosos se mueven sobre la tapa de la agenda, como si estuvieran acariciando billetes de banco.
Se pone de pie y se dirige hacia la ventana del dormitorio. Desde la planta alta de su chalet en Martínez, mira sin ver los coches que pasan por la avenida y que, con sus luces, en pantallazos irregulares, muestran su rostro donde se dibuja una mueca que quiere ser una sonrisa y en el que resaltan los ojos febriles de mirada ausente y lejana.
Su sombra, contra la pared del dormitorio, por extraño juego de proyección, convierte su magra figura de hombros caídos, cabellos sobre la frente y nariz prominente, en la grotesca caricatura de un ave de rapiña, voraz e insaciable.
Capítulo vi
Laura oye alejarse el automóvil y no puede resistir el deseo de mirar hacia atrás, en un postrer intento de retener en sus pupilas la imagen del joven.
¡Qué bien le queda el coche nuevo! Rogelio es una de esas personas a las que todo lo que usan les queda como hecho de exprofeso para ellas, y si es de calidad, aún mejor. Sentado al volante impresiona como parte integrante del vehículo. Es como si fuera un accesorio de lujo en un automóvil de alta gama. Se sorprende al pensar en él con tanta intensidad y se preocupa. En su relación no puede haber cabida para el amor, sólo se trata de sexo y nada más.
La banderita roja de un taxímetro la saca de sus cavilaciones. Le hace señas y ya instalada en su interior, mientras enciende un cigarrillo, piensa en su marido. Seguro que ya llegó y debe estar durmiendo. Se pregunta qué le vio para enamorarse de él.
Al principio le gustó su aspecto serio. Su aparente responsabilidad. Ése señorío que ya no tiene. Luchó para que él se destacara y hasta logró convencer a su hermano para que lo asociara en la inmobiliaria, pero todo fue inútil. Será siempre un segundón, subordinado a los demás, sin iniciativa alguna. Jamás será dueño de sí, ni de nadie. Esa apatía también se refleja en su matrimonio. ¡Qué lejanos parecen los primeros años de casada! La pasión de la luna de miel, la búsqueda del hijo que nunca llegó, la esperanza primero y realidad después, de la mejora en su condición económica, fueron factores que los mantuvieron unidos. Pero más tarde, sin precisar cuándo, ni darse cuenta por qué, comenzaron a transitar caminos distintos, cada vez más lejos uno del otro.
Pero hoy entiende, que más allá de esa indolencia en la que no reparó al principio, él nunca la comprendió, no respetó sus necesidades, tampoco la consideró como lo ha hecho Rogelio y quizás, nunca la amó. En cambio éste, la hizo despertar como mujer, le dio motivos para vivir, se sintió deseada, consentida, mimada y sobre todo respetada como persona. Incluso ha encontrado más comunicación y cosas en común, en los pocos meses que llevan saliendo, que en los veinte años de convivencia con Raúl.
Lástima que el joven sea un poco tiro al aire. Sabe que no será tarea fácil retenerlo mucho tiempo a su lado. Tiene gustos caros y ambiciones muy difíciles de satisfacer con lo poco que él gana. Si bien ella contribuye con algunos de sus gastos, es una ayuda limitada y no resulta suficiente para colmar todas las aspiraciones del muchacho. Está consciente de ello y le duele pensar que pude llegar a perderlo.
Si ella poseyera fortuna o mayores recursos económicos, sería la única posibilidad de retenerlo. Con dinero, le cuesta pensarlo pero es una realidad, lograría que el joven permaneciera a su lado todo el tiempo que ella quisiera. Lo difícil es dónde y cómo obtener ese dinero. Si Raúl, por una vez tuviera en cuenta sus necesidades y se muriera, no sería mucho lo que heredaría de él. Por ahora más vale vivo que muerto. Que trabaje y se avive un poco más. Puede ser que así logre obtener el dinero que ella necesita.