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–Llegamos señora– dice el conductor del taxi, frenando frente a su casa.
Mientras sube en el ascensor, repasa mentalmente los últimos momentos vividos junto a Rogelio y no puede evitar estremecerse. ¡Qué amante delicioso! Debe encontrar la forma de mantenerlo a su lado el mayor tiempo posible.
Al entrar, llama su atención la luz proveniente de la cocina. –¿Estará Raúl levantado todavía?– se pregunta en voz alta mientras se dirige hacia el lugar. La sorprende el desorden que encuentra sobre la mesada. Si su marido tiene alguna virtud, es su orden y prolijidad. No entiende qué pudo haber pasado para que haya dejado todo fuera de lugar.
Cuando lee la nota dejada por él, le resulta un poco extraña. Por más que lo hayan llamado para una consulta urgente, ello no justifica que dejara todo así.–¡Qué lo parió! ¡Ahora ella tendrá que arreglar el desorden!– Murmurando maldiciones, comienza por guardar los alimentos y la bebida en la heladera, luego lava, seca y acomoda los vasos en el estante respectivo y concluye pasando un trapo sobre la mesada de mármol.
Pasa al dormitorio, se desviste y se dirige al baño a ducharse. El agua tibia no alcanza a mejorar su mal humor.–¡Cuando llegue Raúl la va a escuchar! ¡Lo único que falta es que ahora se vuelva desordenado y ella tenga que correr detrás suyo, acomodando lo que deje desarreglado! ¡Está muy equivocado si cree que le va a soportar tal actitud!– Con tales pensamientos llega al lecho y en cuanto se acuesta se queda dormida. Tan profundo es su sueño, que no siente la llegada de su marido.
Raúl entra con cuidado, tratando de no despertar a Laura. No le preocupa lo que ella le pueda decir. Tiene preparada una respuesta inmediata que sonará verdadera. Lo que no quiere es hablar con ella. Ha vuelto muy contento de su visita a Silvia y no podría aguantar las recriminaciones de su mujer por lo tarde que regresa.
Se desviste en la oscuridad y se sienta muy despacio, sobre el borde del lecho. Por suerte, Laura duerme siempre dándole la espalda y bien alejada. Igual se queda unos instantes quieto y en tensión, por las dudas, antes de concluir de acostarse. Laura mantiene el ritmo de respiración y no se ha movido. –¡Perfecto!– Más tranquilo, se relaja y con la imagen de Silvia en su mente entra en profundo sueño.
Laura es la primera en levantarse. Gran parte de su enojo se le ha pasado y comprende que, si quiere obtener algún dinero extra de su marido, deberá tratarlo con dulzura. Sabe lo cabeza dura que puede llegar a ser cuando se siente presionado u ofendido y, como generalmente no sabe cómo superar la situación, se enoja y encierra en sí mismo de tal manera que resulta imposible obtener nada de él.
Siente correr el agua en el baño y se apresura a calentar el café. Sobre un individual acomoda un plato con tostadas, junto a la mantequera y el pote de dulce. Cuando Raúl entra a la cocina, ya cambiado para irse, se encuentra con la sorpresa de la sonrisa de Laura y el desayuno listo. Algo no muy habitual.
–¡Hola cariño!– lo saluda ella y mientras lo besa fugazmente en la mejilla, le acerca una silla para que se siente.
–Hola…buen día …– responde lacónico– presiente que algo no está bien. Pero no sabe qué es. Laura muy pocas veces es tan atenta.–¿Qué se traerá bajo esa falsa sonrisa?¡Seguro que es un pedido muy especial!– decide esperar que sea ella la que dé el primer paso.
Laura se sienta frente a Raúl, toma una tostada, la cubre con manteca y se la alcanza. Mientras unta una segunda, sin levantar la vista y simulando la mayor indiferencia pregunta: –¿Qué tal te fue anoche? Me preocupé cuando llegué y no te encontré.
–¡Pero si te dejé una nota en la mesada de la cocina!– exclama él.
–Si mi amor– interrumpe ella –La nota la encontré, pero igual me preocupé. Te estuve esperando largo rato despierta y finalmente me quedé dormida– Mientras lanza la mentira, observa la reacción de su marido por entre los mechones de su flequillo despeinado.
–¡Ya le veo la pata a la sota!– piensa Raúl– Me está probando para ver si le digo la verdad o miento sobre la hora que llegué. Seguro que estaba despierta y se hizo la dormida. ¡Me vas a jorobar si sos bruja!
–Me fue más o menos– responde– No había terminado de llegar a casa y recién empezaba a comer lo que me habías dejado, cuando me llamó un cliente al que le había dejado unos documentos por la tarde en su oficina. Recién los había leído y quiso que lo asesorara respecto de algunos puntos. Como por teléfono se hacía muy complicado el asunto, no tuve más remedio que salir a escape y llegarme hasta su domicilio– y luego de una pausa prosigue: –Allí estuve casi hasta la una y pico de la madrugada. Llegué aquí como a las dos más o menos y te vi tan dormida que no quise despertarte –concluye con una sonrisa, mientras piensa: ¡Demostrame lo contrario, arpía!
–Bueno…menos mal– sonríe Laura– Creí que había sido algo más grave– hace una pausa y prosigue:– ¡Lo mío fue peor! …– deja la frase en suspenso, mientras simula buscar una servilleta en el cajón de la mesa.
–¿Qué te pasó …?– pregunta cauteloso Raúl, pensando que puede tratarse de una argucia para que baje la guardia y ella lo ataque desde otro ángulo.
–¡Un verdadero desastre! –exclama ella– En plena Avenida del Libertador, el coche empezó a fallar y sólo Dios sabe cómo pude llegar hasta lo de Valentín, pero ya había cerrado. Se lo dejé en la puerta y de ahí tuve que caminar un montón de cuadras hasta la avenida para conseguir un taxi. ¡Ese taller queda tan a trasmano!
–Sí, es cierto– concuerda Raúl– Pero Valentín además de un buen mecánico es un tipo honesto, por eso lo sigo conservando.
–De acuerdo…tú decides– asiente ella y de inmediato agrega –Pero yo necesito saber si puedo contar con el auto esta tarde o mañana. Tengo que hacer las compras de fin de semana y sin vehículo es imposible. ¿Por qué no envías a Rogelio, como otras veces, a buscarlo?
–Está bien, quédate tranquila– dice él algo más sereno y convencido de que Laura no sospecha nada– En cuánto llegue Rogelio a la oficina lo mando para el taller, y después te aviso. Lástima que no tiene teléfono el viejo, para asegurarme que lo reparó– concluye.
–¡Suerte que no tiene! –piensa ella, mientras comienza a recoger las tazas y las va colocando en la pileta.
Raúl vuelve del dormitorio con su portafolio y tras besar ligeramente la mejilla que le ofrece ella, sale del departamento.
Mientras espera que se caliente el motor del coche, esboza una sonrisa al recordar el aplomo con que contestó al sutil intento de interrogatorio ideado por Laura. Seguro que quedó totalmente convencida de su inocencia.
Responde con un gesto maquinal al saludo del encargado de las cocheras, cuando cruza frente a él por la rampa de salida. El motor tironea en la subida y un par de explosiones lo frenan amenazándolo con dejarlo a medio camino. Pisa el pedal de embrague a medio recorrido y acelera logrando compensar la falla y de un brusco tirón llega a la calle. –Debe estar frío todavía– se explica no muy convencido.
Cuando se suma al tránsito, nota que el vehículo sigue funcionando a los tirones. –Seguro que es una bujía que empezó a jorobar– piensa– Tendré que llevarlo a que lo revisen. ¡A ver si me deja en la calle como le pasó a Laura con el suyo!
En tanto aguarda el cambio de luces del semáforo, se le ocurre que podría aprovechar que es temprano y que no tiene ningún compromiso inmediato en la inmobiliaria, para llegarse hasta el taller, hacerlo revisar y de paso, ver que le ocurrió al auto de Laura. –¡Es tan distraída! Seguro que se quedó sin nafta o alguna otra bobada por el estilo– Decidido, toma por Libertador hasta General Paz y apresura la marcha para poder llegar con tiempo suficiente a lo de Valentín y ver qué pasa con ambos vehículos.
Luego de cruzar la avenida Cabildo y cuando está saliendo de la General Paz para entrar en la provincia, debe frenar su macha para dar paso a un pequeño auto deportivo de color rojo que, adelantándose por la derecha, trata de ganar la misma salida antes que los demás.
Lo está por putear al conductor, cuando algo del vehículo le llama la atención. Lo mira detenidamente y el asombro lo deja atónito: –¡Es el auto de Laura! ¿Qué hace ahí a esa hora? ¿Y quién lo maneja? ¿Por qué no está en el taller, como le dijo ella?
Se repone inmediatamente de su sorpresa y decide seguirlo a distancia prudencial. Si comprueba que alguno de los mecánicos de Valentín lo está utilizando, le hará dar una buena reprimenda por irresponsable. Lo maneja como si fuera un Fórmula 1. Debe hacer verdaderos esfuerzos para no perderlo de vista, sobre todo en las esquinas donde hay semáforos. El camino que ha seguido hasta ahora, parece conducir al taller. Seguro que es uno de esos mocosos aprendices que se sienten con ganas de emular a los corredores de Fórmula 1.
No le quedan dudas de ello, cuando el otro vehículo aminora la marcha y con evidente intención de ingresar en la cortada que conduce al taller. –¡Ya te tengo!– exclama y acelera con la intención de ponérsele a la par. Pero su asombro no tiene límites, cuando reconoce a través de la luneta trasera, la rizada cabeza de Rogelio, su secretario. Instintivamente y sin comprender todavía el por qué, sigue avanzando unos metros más sin doblar y se detiene junto al cordón, pasando la bocacalle por la que acaba de entrar el otro automóvil.
Está bañado en sudor frío. No entiende nada. ¿Qué hace Rogelio en el coche de Laura? ¿Por qué le dijo ella que estaba en el taller? ¿Para qué le pidió que Rogelio fuera a buscarlo? Evidentemente todo es una gran mentira. Una monstruosa mentira. Siente que el furor lo domina al imaginarse las razones de la misma. Hace un sobrehumano esfuerzo para contenerse. Quiere salir del auto y aferrar el cuello del muchacho hasta hacerle confesar por qué tiene en su poder el coche de su mujer. ¿Qué relación existe entre ambos, para que ella le haya prestado el vehículo e inventara la mentira que acaba de descubrir?
El acceso de furia ha dado paso a una fría calma, en la que va ganando cuerpo el convencimiento de actuar de forma mesurada, para no dejar hilos sueltos y que Laura pueda encontrar argumentos que justifiquen su conducta o la mentira que le ha dicho.
Decide esperar hasta ver qué pasa. Ruega que Rogelio no vaya a pasar cerca de él o que reconozca el coche. Por las dudas avanza unos metros más y se estaciona detrás de una furgoneta. Ahí se siente más oculto. Acomoda el espejo lateral de manera de tener enfocada la esquina por la que obligadamente deberá pasar el muchacho, ya que la calle donde está el taller es una cortada y no tiene otra salida.
Unos minutos después lo ve aparecer y encaminarse a paso ligero hacia la avenida cercana. Deja que se aleje un poco más, pone su coche en marcha y vira en redondo para seguirlo. Antes de alejarse alcanza a ver el auto de Laura frente al taller que aún permanece cerrado.
Conduce lentamente para mantenerse a distancia prudencial de su perseguido, agradeciendo que la falla de su vehículo no se ha vuelto a producir. Debe acelerar al perderlo de vista cuando el muchacho dobla en la esquina al llegar a la Avenida Maipú. Frena justo en la altura de la ochava, para verlo subir a un taxímetro y no duda en continuar siguiéndolo para ver a dónde lo conduce. Ya en la ciudad y luego de un par de minutos, comprende que va en camino a la inmobiliaria y decide adelantarse para llegar antes que él.
Termina de acomodar su escritorio, cuando siente que se abre la puerta de la oficina.
–¿Quién es? –pregunta sin salir de su despacho.
–Soy yo don Raúl, buenos días –contesta Rogelio asomando la cabeza por la puerta. Una amplia sonrisa, que a Raúl le resulta cínica, acompaña el saludo del joven.
–Buenos día Rogelio– contesta, haciendo un esfuerzo para no saltar por sobre el escritorio y acogotarlo –¿Cómo estás?
–Bien don Raúl, muy bien. ¿Hay alguna novedad para esta mañana?–pregunta el muchacho, mientras se quita el saco y lo cuelga en el perchero detrás de la caja de hierro.
–No ninguna …–responde Raúl– El boleto para la operación de hoy ya lo terminé anoche y prácticamente lo que queda es pura rutina– luego de una pausa y como si recién se acordara, exclama: –¡Caramba, casi me olvido! Mi mujer me encargó que te mandara a buscar su coche al taller. Parece que ayer se le descompuso y lo dejó en la puerta de Valentín. ¿Sabés dónde queda, no?– al mismo tiempo que hace la pregunta, clava la mirada en los ojos del joven.
Rogelio, que ya estaba preparado, simula hacer memoria –¿Don Valentín…don Valentín…? ¡Ah sí. Ya sé dónde queda! Es el que está cerca de la Avenida General Paz. ¿Es ése no? –ante el gesto de asentimiento del otro, continua: –Sí, ya me acuerdo. Fui otra vez a buscarlo. ¿Quiere que salga ahora o voy más tarde?
–No…ahora todavía no. Es muy temprano –responde Raúl admirado de la sangre fría del muchacho, para luego agregar: –Vamos a necesitar una empleada. Ya lo hablé con mi cuñado. Prepará un aviso común y después, cuando vayas a buscar el coche de mi señora, lo dejás en la agencia para que lo publiquen mañana mismo y de paso me jugás una boleta del Prode para el domingo. Tomá, aquí están los datos ganadores –y uniendo la acción a la palabra, arroja sobre el escritorio una tira de papel con los posibles resultados de los partidos de fútbol de ese fin de semana.
Mientras el muchacho comienza a teclear en la máquina de escribir, Raúl que ya no aguanta más la tensión, se levanta y pasa al cuarto de baño. Baja la tapa del inodoro y se deja caer agobiado, hundiendo la cara entre las manos. Un sollozo amargo pugna por brotar de su pecho. Siente la necesidad de gritar, de romper a puñetazos las paredes, el techo, el piso, cualquier cosa, con tal de descargar esa desesperación que siente.
Un hecho fortuito lo ha enfrentado con la más amarga realidad. Entre Laura y Rogelio lo han estado coronando … y no de laureles. Estúpido de él, que se creía a salvo de tal situación. ¡Él…, el tipo rana! El que justificaba ser infiel debido a la indiferencia y frigidez de su mujer. Yoga…gimnasia…canasta…amigas…peluquería…cada salida una excusa distinta para la misma mentira. ¡Maldita hija de puta!
Permanece largo rato en silencio. La mirada distraída vagando por las juntas de las baldosas del piso. La cara pálida apoyada en el hueco de sus manos, con los codos clavados en las rodillas y los dedos tamborileando distraídos sobre las sienes.
Poco a poco va recuperando el color y el dominio de sí mismo. Se refresca la cara, se pasa un cepillo por los cabellos y le sonríe a la imagen del espejo, sintiéndola cómplice de las mil y una ideas que bullen en su mente afiebrada, clamando venganza.
Capítulo vii
–Llegamos señor– la voz del taxista saca a Rogelio de sus cavilaciones. ¡Qué manera de viajar! Desde ayer a la tarde, en que saliera con Laura, no ha parado un momento. Luego de dejar a Graciela cerca de su casa, pasó por el bar donde se reúnen sus amigos, para hacerse ver con el coche deportivo. Lo llamaron en cuanto lo vieron, no pudo resistirse y se pasó toda la noche recorriendo boliches y tomando copas ¡Lo qué puede un auto nuevo! Algún día tendrá el dinero suficiente como para disfrutar del suyo y no tener que hacerle el amor a histéricas cuarentonas, como Laura. ¡Dinero! …¡Dinero!.. ¡Cuánto cuesta ganarlo y qué poco gastarlo!
Entra al taller y busca con la mirada al viejo mecánico. –¡Eh…don Valentín!– grita al no verlo por ningún lado.
–Aquí estoy…–responde una voz cascada desde abajo de un automóvil colocado sobre unos caballetes y una cara apergaminada y sucia, rematada en un viejo gorro de lana, asoma por detrás de una rueda.
–Hola don Valentín, soy el secretario de don Raúl Vergara. Anoche dejaron el coche de la señora Laura frente al taller, pues andaba fallando feo…¿Lo revisó?
–No, todavía no. Como no vi nota alguna, no sabía para qué lo habían dejado. Pero no se preocupe, ya voy…–y uniendo la acción a la palabra, se toma del borde del vehículo y se desliza hacia afuera. Es tan alto, que su figura parece desdoblarse cuando se pone de pie. Con largas zancadas pasa delante del muchacho y pocos minutos después está hundiendo su cabeza entre el capot y el motor del deportivo. Rogelio lo mira divertido, no sólo por lo extravagante que es el viejo, sino pensando qué barbaridad dirá que tiene el coche para justificar sus honorarios. Él sabe que no tiene nada, hace sólo un par de horas que lo dejó allí y andaba perfectamente.
–Mirá muchacho…–comienza a decir Valentín mientras se endereza– decile a tu patrón o a la señora, que yo no le encuentro nada. Quizás haya sido una basurita en el carburador, que ya se salió y ahora el motor regula bien. –baja con cuidado el capot mientras agrega –Llevátelo y cualquier cosa, me lo volvés a traer antes de las seis de la tarde o si no mañana a primera hora. Chau…
Con estas palabras, da por terminado el diálogo y sin esperar respuesta, regresa al interior del taller volviendo a deslizarse debajo del coche que estaba arreglando.
Rogelio, entre divertido y asombrado, retrocede hasta la bocacalle, gira en redondo y haciendo vibrar el escape con la violenta acelerada, se encamina hacia la avenida cercana
Mientras disfruta del vértigo de la velocidad, sigue pensando en todo lo vivido la noche anterior con Graciela. Cómo se le ha metido en las venas la mocosa. Bueno, tan mocosa no es. Hay algo indefinido en ella que lo calma y excita a la vez. Por momentos la siente tremendamente mujer, como cuando la besó y ella respondió casi con furia. Pero otras veces, como luego del beso, ella parece arrepentirse de lo que hace o tener vergüenza de manifestar alguna emoción y vuelve a encerrarse en esa especie de caparazón de timidez, de inocencia casi infantil, que a él lo enloquece y que constituye el mayor desafío a su capacidad de conquista.
Tiene la absoluta seguridad de que no pasará mucho tiempo, antes que Graciela caiga rendida en sus brazos. Nunca se le negó ninguna y menos lo hará una inexperta como ella.Ya le encontrará la vuelta para convencerla. Sólo es cuestión de tiempo… y paciencia.
Una mirada a su reloj le informa que todavía es muy temprano. Se le ocurre una idea. No está muy lejos de Graciela. Si se llegase hasta ella, previo llamado telefónico, quizás pueda verla. ¡El hierro debe machacarse en caliente! Y considera que la muchacha está bastante tibia, probar no cuesta nada. Deja a un lado los bosques de Palermo, sube por la Avenida Sarmiento y ya en la Avenida Santa Fe, estaciona ante el primer cartel indicador de un teléfono público que encuentra.
Recién al tercer intento logra comunicarse. Es la misma Graciela quien lo atiende. Su voz denota alegría y sorpresa al escucharlo. Le comenta que justo estaba por salir, pero si está cerca, puede disponer de unos minutos para tomar un café con él.
Desde casi una cuadra la distingue parada en el borde de la vereda y con la cabeza vuelta hacia su lado, tratando de ubicarlo entre el tránsito que avanza por la Avenida.
–Hola– dice Rogelio parando el coche bien pegadito a la falda de la muchacha que, simulando sorprenderse, da un ligero salto hacia atrás.
–Hola … qué susto me diste– responde ella– ¡Casi me atropellas! ¿Te parece bien? ¿Para esto querías verme?– le recrimina aparentando estar enfadada
–Sí señorita –responde él– ¡Ya me he acostumbrado a atropellar chicas lindas y hoy debo cubrir mi cuota!– ambos sueltan la carcajada y mientras ella rodea el coche por detrás, para ascender, él le abre la puerta desde adentro. Un ligero beso y la visión de unos muslos tostados, bastan para que Rogelio se sienta en el mejor de los mundos.
Poco después, ya instalados frente a sendos pocillos de café, ella le comenta que justo la llamó cuando estaba por salir a ver un trabajo que le había recomendado una vecina.
–¿De qué se trata?– pregunta él, tanto como para mostrase interesado.
–No estoy muy segura…–responde ella, con la vista baja, mientras revuelve distraída su café– Mi mamá habló con una vecina sobre la necesidad de conseguir trabajo para mí. Algo no muy importante, que sirva para costearme los gastos, pero que me deje tiempo libre para seguir estudiando. Otra cosa no quiero
–¿Y…? –pregunta Rogelio– Qué relación tiene eso con tu salida y cómo es que vas a buscar trabajo y no sabés de qué se trata?
–Lo que pasa– aclara ella– es que esa vecina le dijo a mamá que tenía un familiar en un negocio, que necesitaba una empleada y le dio la dirección para que fuera. Pero no estoy muy convencida. No me gustaría trabajar con gente que conozca a mi familia. Cualquier inconveniente que hubiera, justificaría que todos se entrometieran, tanto patrones como familiares y la única perjudicada sería yo– concluye la joven sin levantar la vista del pocillo de café.
–Claro…tenés razón–argumenta él, sin mucho convencimiento, siguiendo con su aparente apoyo.
–Por eso –continúa Graciela– Primero voy a recorrer algunas direcciones que saqué de los clasificados y luego, pasaré por donde me mandó mamá. De esa manera podré comparar y tendré argumentos como para aceptar o rechazar lo que me ofrezca el marido de esa señora– y mirándolo a los ojos le pregunta: –¿Qué te parece?
La pregunta desconcierta momentáneamente a Rogelio, quién mientras oía a la muchacha sin prestar mayor atención a sus palabras, había estado especulando con una idea que se le ocurriera al tocar el tema trabajo y que considera posible de concretar en su favor.
–¡Bien… me parece bien!– se apresura a responder, tratando de ganar tiempo y ordenar sus pensamientos, para agregar de inmediato: –Perdoná que te interrumpa. Decíme qué sabés hacer
–¡Escribir a máquina, nada más!– responde ella– Nunca trabajé, así que no tengo experiencia alguna en ningún tipo de tareas. ¿Por qué– y lo mira interrogante.
–Muy simple –dice él, recordando que tiene en su bolsillo el borrador del aviso que hiciera publicar por orden de Raúl. –Nosotros necesitamos en la inmobiliaria una empleada –hace resaltar el “nosotros”– ¡Y quién mejor que vos para ese puesto! –exclama.
–¿Te parece que podré ser de utilidad? –duda ella, no muy convencida, pero evidentemente interesada y tratando de no demostrarlo– Nunca trabajé en una empresa así. No sé cómo desempeñarme– argumenta con voz temblorosa.
–No te preocupes– la tranquiliza él– El trabajo es bien simple. Lo más importante es la responsabilidad con que encares tu tarea –y tomándola de las manos agrega:–Yo me encargaré de asesorarte en todo, para que puedas desempeñarte perfectamente. ¿Qué te parece?
–¡Encantada!– responde Graciela, cuyos ojos se han iluminado ante la posibilidad de conseguir un trabajo con Rogelio de por medio. Sabe que podrá sacar mucho provecho de esa relación.
En tanto, el joven ha estado dándole forma en su cerebro a un plan que le permita presentar a Graciela a Raúl, a su cuñado Manuel y lograr que la tomen. Con ella trabajando a su lado, el tiempo de conquista se reducirá al mínimo. Claro que su presencia también significará un riesgo a tener en cuenta, pues podrá dificultar su relación con las amigas que eventualmente lo llaman. Pero vale la pena intentarlo. Ya verá cómo resuelve la situación llegado el momento. Lo que interesa ahora, es continuar con su postura de influyente directivo, para impresionarla.
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