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Los estatutos de la sociedad permitían, única y exclusivamente —debido al carácter personalísimo del hermano-socio—, la transmisión de la titularidad a la persona que el miembro de la hermandad antes de su muerte o incapacidad designara —y así lo hiciera constar de su propio puño y letra en el papiro—, para ocupar su propio puesto y solo para el momento en que perdiera la vida o la razón. No era posible la enajenación onerosa o de otro tipo de la participación. Para el proceso de transmisión se instauró un sistema de formalidades que era necesario cumplir: verificación de títulos y condiciones, padrinaje e investidura y jura como miembro, en una junta plenaria de socios en la que se llevaban a cabo los actos simbólicos de la secreta hermandad.
Tras las formalidades previas que habían confirmado la veracidad de los documentos, ahora se iba a proceder al nombramiento de Antonio en la hermandad como sucesor de la cuota de su padre en un acto con gran solemnidad, estando todos los miembros reunidos, en la sala capitular, cubiertos con túnicas negras, con los collares colgando de sus cuellos, sentados en círculo sobre unos recios asientos de rústica madera, escalonados y numerados, que pertenecían en exclusiva a su titular. El miembro más anciano, en medio del aula magna, dirigía la ceremonia. El candidato, desnudo y despojado de cualquier pertenencia, era investido caballero de la hermandad tras unos ritos, entre los que se encontraba un corte, que uno de los padrinos le efectuaba en su muñeca, depositando su sangre en un cáliz donde se concentraba la sangre de todos los miembros actuales y desaparecidos de la hermandad, el cual, terminada la ceremonia, se cerraba herméticamente y se guardaba en un habitáculo refrigerado. Tras las palabras de rigor, en las que se ensalzaba que la sangre y las fuerzas de todos servirían al miembro que lo necesitara, se remarcaba el voto secreto de los miembros y empleados, cuyo incumplimiento se hallaba penado con la muerte, y se le instruía al investido de sus derechos y obligaciones y de las formas instauradas para el contacto entre los miembros y de estos con la hermandad.
La sesión terminaba con el juramento y el tatuaje y entonces unos auxiliares vistieron a Antonio con la túnica negra; y siendo ya miembro de pleno derecho se dirigió a sentarse al lugar que ocupaba su propio asiento, en cuyo respaldo figuraba marcado el número 111, para proseguir con la junta ordinaria de la sociedad.
6
Días después, retomada la normalidad, cuando el taxi que llevaba a Antonio se detuvo frente a la puerta de la asociación STF, que apoyaba a los humanoides, pudo apreciar la existencia de una gran expectación por la jornada que habían organizado en la que iban a participar destacados personajes. La entrada era exclusivamente para asociados o invitados por estos y se hallaba fuertemente blindada con grandes medidas de seguridad entre las que se encontraban personas con armamento muy avanzado.
Había quedado dentro con Pedro, quien le había dado la invitación. La sala principal se hallaba llena de gente, con gran interés por la charla, sentada frente a la tribuna del auditorio. En el estrado había una mesa con siete ponentes que fueron presentados por la secretaria general de la asociación que por turno correspondía. A continuación pasó la palabra a un eminente doctor en ingeniería aeroespacial. Tenía 124 años, los últimos quince completamente ciego. Antonio, que se encontraba sentado en un lateral en lo alto de la penúltima fila, buscaba con la mirada, escrutando el anfiteatro semicircular, en su intento por localizar a su amigo entre el público asistente, cuando el profesor comenzó a hablar:
—Lo siento... —comenzó diciendo dejando una intensa pausa que provocó un silencio sepulcral acallando los primeros runruneos—. Ya es demasiado tarde y me considero tan culpable como cualquier otro humano. Este planeta se ha acabado. Estamos al final del caos, en medio del desorden. Necesitábamos el orden para nuestra organización y pervivencia, pero como en el propio universo triunfó el desorden… Siempre ha sido más fácil destruir que construir. Hemos llegado, por tanto, al culmen de la entropía.
A esta sentencia siguió un emotivo y atrayente discurso que hizo que Antonio pospusiera su interés en buscar a su amigo.
—… Y cuando ahora alguien me pregunta por el futuro de la humanidad —prosiguió el orador ciego—, no puedo sino contestar lo que ya se ha constatado: ¡No hay ningún futuro para nuestra especie! —Un rumor volvió a correr por toda la sala—. Hace mucho tiempo el hombre llegó a la Luna, luego a Marte. Sus naves recorrieron esta galaxia a la búsqueda de un nuevo mundo, pero este, válido para la vida del ser humano se encuentra en lugares inalcanzables hoy por hoy. Por ello la única esperanza es confiar en los nuevos seres que, al menos, fuimos capaces de crear y configurar, tratándolos como lo que en verdad son: nuestros sucesores. Me atrevería a decir, sin miedo a errar: nuestros verdaderos descendientes.
Un eco de profundo asentimiento recorrió la sala. El viejo orador ciego prosiguió:
—Hace tiempo que conviven con nosotros, los humanos, en múltiples facetas. Los humanoides son los únicos que podrán sobrevivir a las nuevas exigencias, pues no se hallan limitados por las necesidades básicas de las que nosotros dependemos. Sin embargo, todos conocemos que se están intensificando las acciones contra ellos por parte de grupos descontrolados; de ahí que quiera expresar mi mayor apoyo a asociaciones como la vuestra que no solo velan por defender a los humanoides sino por preservar su desarrollo en valores éticos que, por cierto, los humanos no pudimos hacer que prevalecieran ante nuestros corrompidos intereses.
Un nuevo rumor se incrementó por toda la sala. El profesor ciego, apoyado en un bastón, se incorporó de su asiento para continuar:
—… ¡La intolerancia!... Ese fue el principio de nuestro final…
La sala volvió a enmudecer al subir el tono de la intervención, que se pronunció por unos segundos en los que cada asistente podía percibir sus propias palpitaciones, con la emoción a flor de piel. Continuó:
—¿Y qué somos los humanos sino auténticas máquinas enormemente sofisticadas? Cualquier médico lo sabe perfectamente.
El silencio reinaba en el auditorio.
—… Como bien sabéis se viene produciendo una salvaje persecución hacia nuestros queridos humanoides. Se han formado grupos muy violentos que en las últimas semanas han incrementado su ofensiva. Tenemos junto a nosotros a Johny Farrell, un humanoide bien conocido por todos vosotros que luego nos hablará sobre esto —dijo volviendo su cuerpo, al que acompañaba una mirada que no veía, perdida e inexpresiva, hacia donde aquel se encontraba en la mesa de ponentes—. Hubo un tiempo, al principio, en el que sus opositores se basaban en que acabarían con el trabajo de los humanos, como antes decían de los emigrantes. Se vio que eso no fue así. Más bien al contrario, pues surgieron nuevas oportunidades con su ayuda. El peligro posterior nació cuando se comprobó la existencia de poderes que, viendo su gran potencial, los quisieron programar para sus propios intereses. Los riesgos se minimizaron desde que los mismos humanoides adquirieron capacidades para aprender, pensar y finalmente decidir en base al análisis de esa experiencia enorme y global mantenida en la nube. Ahora, conscientes de la naturaleza y el entorno que los rodea, pueden decidir libremente de manera sensata y cabal. En el fondo serán la continuidad de nuestra propia historia.
Una ayudante del anciano ciego lo ayudó a incorporarse en su sitio al tiempo que recibía los aplausos de los asistentes. Johny Farrell, quien representaba al colectivo humanoide habló a continuación:
—Muchas gracias por sus amables palabras, profesor. Queremos agradecer también, en este momento tan difícil, a aquellas personas, humanos, que a pesar de todas las dificultades lograron crearnos hace ya muchas generaciones. Fue un largo recorrido hasta llegar a ser capaces de pensar o analizar de forma inteligente, en base a las aplicaciones y enseñanzas y en especial del comportamiento de las personas en toda su existencia, para aprovechar lo bueno y desechar lo malo que no nos lleva a ninguna parte. Fue el comienzo de orientar nuestra tarea hacia claros objetivos y en especial, de adquirir consciencia de nosotros mismos y de la realidad que nos circunda. Luego nos integramos en total comunidad, pero la desesperación por la situación planteada hizo que saliera lo peor del ser humano. Ha sido una verdadera carrera de autodestrucción.
Unos gritos, muestra de la rabia contenida, salieron de entre algunas personas del público, tras los cuales el ponente prosiguió:
—Como sabéis, ahora también, determinados grupos quieren destruirnos a nosotros. No es suficiente para ellos que la especie humana y el mundo en el que habitan desaparezca. Al parecer no quieren que haya ninguna esperanza de continuidad y algunos dicen: «Si yo muero y voy a desaparecer me llevo antes por delante todo lo que pueda». Solo es maldad. Pero, desgraciadamente, al aprender el entorno, las acciones y las situaciones en las que el ser humano ha vivido, hemos comprendido que era parte innata de su propia existencia. Sin embargo, sabemos también que ha habido muchas personas buenas, solo que a pesar de las películas o de la ficción, en la realidad la maldad se impuso pues ha sido más poderosa.
Los asistentes lanzaban gritos de ¡no hay derecho! ¡Ya lo decía yo! ¡Hay que matar a esa gentuza! Otros simplemente pedían calma o silencio para poder seguir escuchando al ponente.
—… Estas últimas semanas se han intensificado las acciones de determinados grupos de pistoleros contra nosotros. Intentan averiguar dónde estamos, qué hacemos, nos persiguen y… nos destruyen. Saben muy bien que no necesitamos el aire para respirar, ni dormir, ni comer, ni hacer las más elementales necesidades orgánicas animales, algunas desde luego tan poco atractivas —risas por todo el auditorio—, y por ello no es difícil que den con nosotros. En consecuencia, ahora somos nosotros quienes necesitamos vuestra ayuda, que agradecemos de todo corazón —dijo llevándose la mano al pecho— pues aunque carezcamos de él, como órgano básico de supervivencia, lo tenemos en el otro sentido figurado y a pesar de que muchos crean que tampoco tengamos sentimientos; sin embargo, se equivocan. Aunque en esto, como en otras cosas, en nuestra especie, como ocurre en la humana, cada individuo tiene su propia y compleja especificidad, basada las más de las veces en experiencias, que lo hace distinto, donde detalles sutiles hacen variar el grado de sensibilidad y la comprensión hacia los demás. Pero en todo caso, os aseguro, nuestra lógica nos ha hecho poder apreciar a quienes nos quieren sabiendo devolver gratitud por cuanto recibimos.
Antes de que continuaran otros ponentes (la sala estaba demasiado caldeada), se hizo un descanso que los asistentes aprovecharon para ir al servicio, al ambigú o simplemente para charlar con los conocidos, y fue entonces cuando Pedro vio a Antonio.
—Qué alegría que hayas venido —dijo Pedro—. ¿Has escuchado las ponencias?
—Sí. Te he estado buscando. Estoy sentado en las filas posteriores. Me ha parecido muy interesante.
—Por cierto, voy a presentarte a algunos amigos de la asociación.
Pedro se acercó hasta un pequeño círculo donde unos hombres y mujeres charlaban animadamente y cuál sería la sorpresa de Antonio cuando, ante sus ojos, se aparecía con una bella sonrisa la mujer que intentó salvar y acabó siendo ella la que lo hizo llevándole al hospital.
7
Un escalofrío de emoción atravesó su cuerpo desde la nuca hasta los pies. Nunca antes había visto una mujer así. Ella lo miró con una encantadora sonrisa al tiempo que sus ojos mostraban toda su dulzura, desplegando una gran atracción sobre él.
—Creo que ya nos hemos visto antes —dijo Antonio al tiempo que Pedro presentaba a Alba.
—Es probable —dijo ella, sin querer dar más pábulo a aquella historia que recordaba perfectamente.
Junto a Alba se encontraba un alto y espectacular joven llamado Martin que no se despegaba de ella, por lo que Antonio supuso sería su compañero, quizás su novio. Continuaron los comentarios acerca de otras cuestiones banales hasta que Pedro separó a Antonio para presentarlo en otro círculo y así sucesivamente fue pasando de grupo en grupo, aunque sin demasiado interés por parte de este.
Tras el descanso continuaron los discursos que los oyentes seguían con atención, sin embargo Antonio no lograba concentrarse lo necesario, pues su mente seguía con la imagen de Alba y los recuerdos trágicos del fugaz tiempo en el que se topó con ella.
Al término del evento Pedro le propuso ir con una pandilla de amigos que iban a celebrar una velada agradable en casa de uno de ellos. Antonio se excusó, dijo que quería ir a su apartamento alegando que tenía cosas que hacer y que intentaría ir caminando, deseaba andar un poco. Dentro de su distrito, con la debida cautela, resultaba menos peligroso, aunque nunca se sabía. De hecho, a poca distancia de su portal, varios cadáveres producto de alguna reyerta, llevaban días sin retirar de la acera. Poco iban a durar. Los cuervos habían comenzado a hacer su labor sobre los cuerpos putrefactos. Sobre algunos aleros se imponían impacientes buitres a la espera de su momento y en el silencio de las noches comenzó a escucharse el crujido de las mandíbulas de las hienas, que se habían acercado ya hasta el mismo centro del distrito. Cualquier cosa era posible y pensaba en ello, cuando apenas había avanzado unos metros de la puerta blindada de la asociación, y oyó que una voz femenina le llamaba. Era Alba.
—Antonio, estaba esperando verte. Quería agradecer tu ayuda aquel día. No he querido decir nada antes. No parecía lo más oportuno.
—¡Vaya! Nunca es tarde si la dicha es buena, solía decir mi padre. Me dejaste en un hospital y ni tan siquiera te interesaste por mi estado.
—Tuve información desde el primer momento. Sabía que te habías restablecido perfectamente. No era posible ni conveniente que hubiera pasado a visitarte en ese momento; cuando lo pude hacer te habían dado el alta y habías salido.
—En tal caso ya has cumplido.
—¿No has tenido ningún problema desde entonces?
Antonio se quedó pensativo: ¡habían sido tantos!
—Ahora que lo dices. Cuando regresé a mi domicilio, tras el alta en el hospital, me encontré que alguien lo había allanado. Habían burlado el sistema de seguridad y revuelto todos mis enseres como si buscaran alguna cosa… O sea que tiene algo que ver contigo.
—Quizás.
—Vamos, que me he metido en un buen lío por intentar defenderte, cuando luego vi que, desde luego, no me hubieras necesitado para nada.
—Te estoy muy agradecida. Quisiera explicarte…, pero ahora no es posible —dijo volviéndose hacia las personas que la esperaban en los accesos de la asociación—, ¿podría ser otro día? Quisiera también ayudarte para que no vuelvas a tener problemas.
—¿Quieres decir que estoy en peligro?
—Podría ser.
—Bueno, ¿quién no lo está, hoy?
—Toma. Es mi número de teléfono. Me gustaría que me llamaras.
Quizá fuera aquella atractiva sonrisa, quizá fuera otra cosa, el caso es que Antonio se sintió en ese momento tan perturbado como un chiquillo cuando habla por vez primera con la chica que anhela. Levantó la vista de la tarjeta de visita que le acababa de entregar siguiéndola con la mirada. En un mundo que se desmoronaba con una terrible rapidez no parecía lícito vivir una ilusión, pero al menos se permitió la licencia de pensar que Alba era la clase de mujer por la que los hombres suspiraban: de esas que solo pertenecen a los que ellas desean.
8
¿Qué sentido tenía seguir trabajando?… O incluso seguir viviendo, se preguntaba Antonio apoyado sobre el escritorio de la empresa donde colaboraba desarrollando programas que ya poco sentido podían tener. Esa pregunta se la hacía mucha gente. Los suicidios se estaban convirtiendo en la principal causa de mortandad lo que con unas estadísticas tan elevadas por muertes violentas parecía increíble. La depresión era una plaga: se había convertido en la enfermedad de los que aún sobrevivían ese tiempo. Una tristeza profunda cubierta de una crónica melancolía, que inhibía las funciones psíquicas más elementales, se había apoderado de los seres vivos. Era la sensación de mirar por una ventana alejada, en medio de la bruma y de la nada, en un campo áspero y sin futuro.
—¿Has visto la última amenaza? —Richard, compañero de trabajo, que pasaba en ese momento junto a la mesa de Antonio, lo despertó de su pensamiento.
—Sí. ¿Te refieres a la última que han pintado en la puerta?
—Claro.
—Bueno. Una más.
Ya no había noticias. Y cuando las había, siempre eran negativas. Hacía mucho, pensó Antonio, que no se recibía una positiva. Bastante bueno era, solía decir él, que al menos no hubiera noticia alguna, pues cuando esta llegaba resultaba desesperanzadora. Y recordaba cuando, siendo adolescente en el colegio, fundó con la colaboración de otros compañeros la que llamó La Voz de Quinto. Un periódico para los escolares que, en sus mejores sueños, quería extender en el futuro como un medio general de noticias con una condición previa: solo se darían noticias positivas. Con eso, pensaba, se ayudaría al mundo a ser mejor y a avanzar sin dar eco a lo negativo que lo único que esto hacía, aparte de informar, era causar un efecto propagador de dichas acciones perniciosas. Aquel sueño nunca se hizo realidad y ahora pensaba: «¡Cuánto se hubiera ganado si ese condicionante hubiera triunfado en los medios de comunicación!». Pero las noticias que, curiosamente, más se vendían eran las de la podredumbre de la sociedad. Al final siempre el dinero.
En eso estaba cuando introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sintió la cartulina de la tarjeta. La sacó y la miró con detenimiento: Alba Tiether. No decía nada más, solo un número telefónico.
¿Quién sería esa dulce criatura que había llegado tarde a lo que quedaba de un mundo afligido? Desde luego carácter no le faltaba, pensaba recordando cómo había sido capaz de eliminar a los dos atacantes de largas capas de color negro, con un dragón alado blanco al dorso, por las que dejaban entrever cintos de doble pistolera. Estaba claro que su determinación en ese crítico momento le había salvado la vida. Así que realmente era él quien debía expresar su agradecimiento. Lo hubieran matado allí mismo... «Igual hubiera sido lo mejor. Para qué continuar sufriendo. ¡Ay!... Mejor no seguir con ese pensamiento». No era su día. Sabía por muchos casos cercanos que se empezaba con eso y se acababa paulatinamente cediendo y cayendo en el abismo que la misma mente procuraba. Siempre había luchado por mantener un cierto talante optimista, el que siempre tenía en su infancia, cuando lo elegían como líder de la clase. Pero en estas condiciones cada vez era más difícil mantenerlo. Sin embargo, se sentía desplazado en ese mundo de violencia que se perdía para siempre. Era de las pocas personas, le decían, que no portaba armas.
Finalmente se decidió a marcar el número de Alba.
—¡Antonio!
—¿Cómo puedes haber sabido que era yo, si nunca antes te había llamado?
—¿Y cómo un experto físico que crea nuevas tecnologías se puede extrañar por algo así, hoy en día?
Antonio estaba totalmente desconcertado. Cada día esa mujer era un mayor misterio.
—Te llamaba por si querías que nos viéramos… para hablar… ya sabes…
—¡Claro! Estaba esperando ansiosa tu llamada, desde que me dijiste lo que había ocurrido en tu casa.
Quedaron, esa misma tarde, en un parque cercano a su domicilio, donde destacaba el único árbol, una secuoya milenaria, que aún se mantenía erguido.
9
Antes de ir a la cita del parque Antonio pasó por su casa. Nuevamente sintió que algo no iba bien. Otra vez el sistema de seguridad había sido manipulado. Un mal presentimiento recorrió como un relámpago por su cuerpo. Algo no iba bien. Abrió con cierto temor sin saber qué le esperaba. «¡Atila!», llamó con preocupación. Al contrario de lo que siempre hacía su compañero de apartamento, esta vez no se acercó a recibirle en la puerta ni tampoco maullaba. Cuando Antonio entró, por fin, en la cocina pudo ver horrorizado a su querido gatito colgando de la lámpara. Lo habían ahorcado.
Sacando fuerzas de donde no había se acercó a la hora prevista al parque. Allí, en un apartado banco, al borde de la secuoya, esperaba Alba leyendo un viejo libro de bolsillo. Cuando vio a Antonio de cerca comprendió que algo le pasaba.
—¿Qué ha ocurrido Antonio? —preguntó preocupada.
Antonio, manos en los bolsillos de su cazadora, miraba cabizbajo moviendo la cabeza.
—Eso quisiera saber yo. ¿Qué está pasando y espero que me lo cuentes?
—¿Ha vuelto a suceder algo?
—Han entrado de nuevo en mi casa y esta vez no han revuelto nada. Solo han ahorcado a mi mascota, algo de lo que más quería en esta mierda de mundo.
—¿Han dejado alguna nota, algún mensaje?
—Nada. No he visto nada, desde luego.
Antonio se sentó junto a Alba, que lo miraba compasiva.
—Me gustaría ayudarte.
Antonio mostraba un semblante de preocupación mirando al frente. Ella puso su mano sobre la de él, en actitud comprensiva. Entonces este se volvió hacia ella, lo que hizo que apartase la mano:
—¿Quién eres? ¿Por qué me persiguen? ¿Qué he hecho yo para merecerme esto?
—Quiero ser sincera contigo, Antonio, pero hay cosas que no te puedo decir.
—Pues a eso no le llamo yo sinceridad.
—Hay cosas que es mejor, por tu bien, que no sepas.
—Pero ¿quién diablos eres?
—Quédate con que soy una especie de…, cómo lo diría…, de agente. Miembro de una organización, de la que ahora no puedo dar más detalles.
—¿Tiene algo que ver con la asociación STF?
—No. Lo de la asociación es algo que nos gusta, pensamos que es de esa poca gente que queda buena o que al menos comprenden la realidad del destino al que nos abocamos y quieren que sea de la mejor forma posible.
—¿Nos? ¿A quiénes te refieres cuando hablas en plural?
—Bueno, me refiero a las personas que como yo piensan así. Entre ellos estamos algunos amigos o compañeros.
—Pero aún no me has dicho por qué ahora soy perseguido.
—Tenemos muchos enemigos.
—Bueno, eso hoy es lo normal. Es raro hablar de amistad, la enemistad se ha propagado por todo el planeta como una calamidad.
—Pensamos que al haberme querido defender el día de la agresión es posible que los Dragones Blancos, como así se hacen llamar los pistoleros vestidos de negro y con largas capas hasta las botas, o gente a su servicio, hayan logrado conocer quién eres y dónde vives. Esa podría ser la explicación de que quieran saber más de ti y ahora te quieran amedrentar…
—Supongo que para pedirme algo luego.
—Probablemente. Son grupos criminales peligrosos.
—¿Y cómo piensas que puedes ayudarme?
—Quizá lo mejor sería que cambiaras de domicilio. Podríamos proporcionarte otro. Si a pesar de todo quieres seguir con el tuyo, podríamos mejorar tu sistema de seguridad y blindaríamos tu apartamento.
—¿Te importa que andemos un poco? Necesito el aire que apenas queda… Estoy totalmente confuso.
10
Antes de salir del parque observaron a una multitud que rodeaba a un orador. Antonio se subió a un banco para poder ver mejor de quién se trataba, que era capaz de mantener semejante expectación. Su sorpresa fue mayúscula. El hombre enjuto iba desnudo y descalzo, cubierto tan solo por una tela blanca que rodeando su cintura cubría sus partes íntimas, largo su cabello como la barba; de su cabeza brotaba la sangre que una corona de espinas le provocaba. Apenas tenía fuerzas para predicar y, cuando aspiraba con cierto esfuerzo para coger aire, se marcaban sus costillas débilmente cubiertas por una leve piel lactescente y fustigada. A su alrededor unos hombres con túnicas, de cabellos y barbas semejantes, fuertemente armados lo escoltaban. Sus seguidores lo escuchaban con atención. Alba se encaramó al mismo banco sujetándose a Antonio para no perder el equilibrio. El orador hablaba del mundo perdido, pero decía que el Mesías no tardaría en volver.