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Samarcanda cayó por primera vez en el 712. Su príncipe capituló, se convirtió al islam y se declaró vasallo del califa. Durante esta primera campaña árabe en Sogdiana, las tropas musulmanas llegaron al Sir Daria y se apoderaron de Kesh (Taskent) y de Ferganá. Pero los príncipes sogdianos aprovecharon el asesinato del gobernador general de Jorasán en 715 para recuperar su libertad.
Los árabes también estaban desunidos: los abbasíes, con una fuerte presencia en las regiones orientales del califato, ya intentaban derrocar al poder omeya y manipulaban a los jariyíes y a los chiitas, dos grupos disidentes que consideraban a los omeyas como usurpadores. Por otra parte, las numerosas comunidades religiosas (judíos, nestorianos, maniqueos) estaban todas dispuestas a rebelarse. Varias revueltas sacudieron la región. Para calmar la situación y acelerar las conversiones, los árabes establecieron que los convertidos al islam quedarían exentos de impuestos. El resultado fue catastrófico para las finanzas del gobernador, quien, tras una oleada de conversiones, de repente se encontró sin ningún contribuyente. Luego se aplicó un nuevo impuesto para abastecer el erario público, lo que provocó una insurrección general.
En 750 los abbasíes lograron derrocar a los omeyas y Al-Mansur, el segundo califa abbasí, transfirió la capital del califato de Damasco a Bagdad, ciudad fundada a petición suya entre 762 y 766. En Sogdiana la situación era anárquica. Abu Salim, el nuevo gobernador de Jorasán, resolvió el problema a golpes de cimitarra, y en el río Talas, en el año 751, destruyó al ejército chino que, aprovechando el desorden general, intentaba abrirse paso desde el norte. Lamentablemente, la gloria del joven y ardiente Abu Salim no cayó bien en Bagdad y fue asesinado por orden del califa.
La victoria del Talas detuvo el avance chino y probablemente impidió que toda Asia central se convirtiera en una nueva provincia del Reino del Medio, pero aquella batalla tuvo otra consecuencia más inesperada: entre los cautivos chinos llevados a Samarcanda había varios fabricantes de papel. Sogdiana se halló así en posesión de una tecnología de vanguardia que intentó mantener en secreto durante el mayor tiempo posible. Las revueltas continuaron durante más de medio siglo. Luego, a partir del siglo VIII, los persas fueron reemplazando gradualmente a los árabes en los puestos gubernamentales, aportando así a Bagdad toda la riqueza de las culturas sogdiana y bactriana.
A principios del siglo X, el gobernador de Transoxiana, Ismail ibn Ahmed, derrocó a la efímera dinastía persa de los saffaríes, que controlaban Kabul, Jorasán y Bactriana. Fundó la dinastía samaní, que ejercería el poder en Irán oriental y en la mayor parte del Turquestán. La capital samaní, Bujará, se convirtió entonces en un importante centro de la cultura islámica y la ciudad fue apodada «la perla del islam». Pero los samaníes permanecieron poco tiempo en el poder, derrocados por uno de sus vasallos, de una familia turca de Afganistán, Mahmud de Gazni, a finales del siglo X. Este afirmó su independencia del califato y multiplicó las incursiones militares en el norte de la India, apoderándose del Punjab que, menos de dos siglos después, constituiría el punto de partida de la invasión árabe de la India. También conquistó todas las tierras hacia los mares de Aral y Caspio. A mediados del siglo XI, el imperio controlado por Mahmud de Gazni sufrió una nueva invasión, la de los selyúcidas, que abandonaron Djand, al este del mar de Aral y, en un gran movimiento hacia el Próximo Oriente, se apoderaron sucesivamente de Transoxiana, Jorasán, Corasmia, Irán e Irak. Desde Asia Menor hasta el Turquestán, los turcos selyúcidas habían pasado a controlar gran parte de Oriente, pero el espíritu de clan y nómada de las tribus turcas socavó la unidad del imperio que, desde finales del siglo XI, fue desmembrado entre los diferentes herederos. La invasión mongola arrasó con todo lo que quedaba del Imperio selyúcida a partir de 1220.
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