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Religión

Religión - Pintura que representa una escuela coránica, Abkoon.
© Tom Pepeira – Iconotec

Conocerá a muy pocos ateos en Senegal y es difícil encontrar creyentes de un solo dogma. La magia y los fetiches condimentan todas las religiones, lo que hace que las manifestaciones de fe en este país sean muy especiales.

Cuando el islam apareció en el Tekrour en el siglo XI, no se puede decir que le resultara fácil. No fue hasta el siglo XIX cuando se difundió la palabra de Mahoma. Esta es una razón importante por la que, en esa época, el islam encarnaba, a través de personajes muy carismáticos como Lat Dior Diop o El-Hadj Omar Tall, la resistencia a la colonización francesa y a sus abusos. ¿Necesitaban los senegaleses ser «civilizados» por esta cultura extranjera? A partir del golpe de las reivindicaciones territoriales francesas, el islam llegó en el momento adecuado para recuperar, en cierto modo, la autoestima nacional.
Hoy en día, alrededor del 94% de la población es oficialmente musulmana, con muchos jóvenes seducidos, en mayor o menor medida, por las palabras del profeta, ya que el islam, tal como se practica en el país, está muy lejos de lo que predicaba Mahoma. Las cofradías son una opción más flexible, un intermediario más tranquilizador que la confrontación directa y solitaria con Alá, implícita en el Corán. También abundan los compromisos con la religión en sus orígenes. La música del islam, con la cual, desde el minarete, el morabito anima a los fieles a rezar en árabe, una lengua que no entienden, una de las muchas paradojas de esta religión que ha recorrido un largo camino y que ha sufrido tantos reajustes antes de encontrar su lugar en Senegal.
No espere enriquecer su árabe literario aquí, porque, aparte del «As-salamu alaikum», los senegaleses comunes no practican la lengua de Mahoma.
Las cofradías no son, estrictamente hablando, rivales, sino diferentes maneras de enfocar la misma escritura. Sin embargo, cada una se acoge a su propia identidad, una diferenciación significativa dada la importancia del islam en la vida cotidiana.
A la cabeza de las cofradías se encuentran los jeques —grands serignes en Senegal—, hombres de cultura y conocimiento, poseedores de la baraka, la buena fortuna y el éxito, personajes cuya sabiduría se proyecta en un camino para acercarse al profeta. Su poder es inmenso, por no decir total. Luego vienen los marabitos o serignes, que median entre la norma establecida por las autoridades religiosas y la gente común. A raíz de este contacto con la población, algunos obtienen gran notoriedad y un poder que no hay que subestimar. La cofradía tidjaniya, que se originó en el siglo XII y procedía de la qadiriyya de Bagdad, entró en Senegal en el siglo XIX a través de El-Hadj Omar Tall. Formado bajo los preceptos del islam desde muy joven, Omar Tall fue investido como califa de África Occidental por los califas mayores tidjaniyas. Supuso un punto de inflexión en el concepto de cofradía, interpretando a su manera el derecho coránico de los musulmanes a defenderse con armas. Comenzó una yihad, una guerra santa, contra herejes de todo tipo, convirtió por la fuerza y, por supuesto, terminó oponiéndose a los colonos. Dondequiera que fuera, difundía el mensaje tidjaniya.
En este orden jerárquico, la obediencia al jeque debe ser total, y toda una serie de normas prácticas marcan la vida de los fieles según el comportamiento de Mahoma. El resultado es el conocimiento intuitivo y la iluminación. Si El-Hadj Omar Tall confirió a las cofradías sus primeros tintes de nobleza, fue su sucesor, Malick Sy, quien, a principios del siglo XX, tejió el entramado de la orden, que ahora es una de las primeras en Senegal.
Cabe señalar que el imán de Dakar creó una orden reformista que obedecía los mismos preceptos de los tidjaniyas; su propósito era adaptar la cofradía a los estilos de vida de la sociedad moderna y descontaminarla del creciente poder ejercido por los marabitos locales.
La cofradía muridí, o muridismo, es la herencia espiritual de un hombre senegalés y negro. En su búsqueda de lo absoluto, el jeque Ahmadou Bamba fue iniciado primero a través de la tidjaniya y de otros movimientos musulmanes antes de que, según sus discípulos, se le apareciera el profeta, quien le dio permiso para crear su propio camino espiritual. El jeque Ahmadou Bamba era conocido sobre todo por sus cualidades de hombre santo, no solo porque era hijo del marabito que convirtió a Lat Dior Diop y porque se había casado con la hija de este, sino también porque siempre había mostrado una resistencia pacífica a todas las acusaciones y abusos del Gobierno colonial.
En 1885, en Berlín, las grandes potencias se dividieron entre sí las regiones de África. La historia había demostrado que el islam podía ser sinónimo de peligro y que Lat Dior Diop era una persona recalcitrante y difícil de controlar, por lo que el poder colonial vio en la popularidad del jeque Ahmadou Bamba un descenso de las resistencias del pasado.
Esta fuerza de oposición política tenía que desestabilizarse, pero, al obligarlo a trasladarse a Djolof y al deportarlo a Gabón y luego a Mauritania, los franceses crearon el efecto contrario: aumentaron su popularidad y le dieron la etiqueta de «anticolonialista».
Su filosofía era esencialmente pragmática y estaba muy relacionada con el trabajo. Además de los deberes del Corán, recomendaba mantener un fuerte contacto con la realidad, es decir, hacer todo el bien terrenal como fuera posible para alcanzar una estabilidad que, a su vez, conduce al equilibrio.
Este carismático personaje ya era adorado por la multitud y seguido, gracias a sus ideas, por importantes personalidades de la vida política y económica. De hecho, la persistencia del Gobierno en verlo como un opositor, a pesar de su carácter calmado y de su carisma natural, le valieron el apoyo de miles de fieles, incluyendo ricos empresarios. Un poco más tarde, con el fin de ampliar su control sobre la producción de cacahuetes, cuyos principales actores eran muridís, el Gobierno francés toleró finalmente al jeque Ahmadou Bamba.
La cofradía khadria, o qadria, que enfatiza en el misticismo, fue fundada en Mauritania y se estableció por primera vez en Cayor en el siglo XIX. A pesar de ser una de las cofradías musulmanas más antiguas del país, sigue siendo minoritaria.
La hermandad layene se encuentra principalmente en Yoff, Ngor y Cambérène, así como en Rufisque, antiguos pueblos de pescadores. También minoritaria, pretende formar parte de la ortodoxia musulmana y, según sus seguidores, destierra las «prácticas mágicas dirigidas a una divinidad capaz de intervenir en el bien o en el mal en los asuntos humanos».


Para muchos cristianos, la misa dominical coexiste con los fetiches, mientras que, para los musulmanes, las festividades del Eid coexisten con el grisgrís.
Los talibés
Es difícil que a uno no se le ablande el corazón al ver a niños, cuya edad no suele superar los doce años, que mendigan con una lata en las manos por todo el país, principalmente en las grandes ciudades. Estos niños están protegidos por un marabito, protección que consiste en darles alimento y alojamiento a cambio de las monedas que traiga por la tarde. Normalmente, en teoría, el marabito debería enseñar el Corán a estos niños de familias desfavorecidas. En la práctica, la enseñanza del Corán se ve a menudo eclipsada por la obligación de aportar una cantidad mínima de dinero o, de lo contrario, sufrir castigos físicos. Hay una gran preocupación entre las organizaciones internacionales y no gubernamentales, así como entre las asociaciones nacionales, sobre todo porque el fenómeno se ha generalizado en los últimos años y algunos de los que trabajan en este asunto estiman que se explotan unos 50000 talibés —como se denomina a estos niños— en todo el país. En marzo de 2013, nueve talibés murieron en un incendio en su escuela coránica de Medina, una daara, y la investigación reveló que cuarenta de ellos estaban hacinados en condiciones de vida deplorables. El presidente Macky Sall acudió al lugar de los hechos para rendir homenaje a las víctimas y anunció fuertes medidas para combatir la explotación infantil en nombre del islam. «Intervendremos e identificaremos sitios como este y los cerraremos. Los niños serán recuperados y entregados a sus padres, cuando tengan los medios para cuidarlos, o al Estado, que se ocupará de ellos. En el caso de los niños y niñas de la subregión, tomaremos medidas para que regresen a sus hogares y, si es necesario, actuarán las autoridades locales», agregó. Más de tres años después de la tragedia, no se había hecho nada y Macky Sall no tomó medidas firmes hasta que sucedió una nueva tragedia a principios de 2016, cuando golpearon a al menos cinco niños hasta matarlos en escuelas coránicas. A finales de junio de 2016, ordenó «la retirada urgente de los niños de la calle». Un mes después, se sacaron a más de trescientos niños de las calles de Dakar, que fueron llevados a centros de acogida o devueltos a sus países de origen. Otras regiones comenzaron entonces a aplicar esta iniciativa, pero aún queda mucho por hacer para frenar este fenómeno. Deberían adoptarse otras medidas, en particular para regular la gestión de las escuelas coránicas y garantizar el derecho de los niños a la educación.
Arte y cultura

Arte y cultura - Estatua africana, producto de la artesanía senegalesa, en la península de Cabo Verde.
© Author's Image
En Senegal, siempre han tenido grandes ideas, una mente abierta, buen ojo y una mano hábil.
Una zambullida en la historia pone en cuestión lo obvio. A diferencia de sus vecinos, el país es muy pobre en arte figurativo debido al islam. Mientras en el que era el país dogón (Malí) se imaginaban sus más bellas máscaras y Benín estaba inmerso en el vudú y sus representaciones místicas, Senegal luchaba por convertirse a la fuerza: unos hacia la fe islámica y los otros hacia el animismo. El arte tradicional (o la copia de ese arte) de los mercados de Soumbédioune, de Sandaga o de las galerías es de todo menos de inspiración senegalesa, y hasta el siglo XIX la gente no se atrevía a representarse a sí misma en un souwèr (pintura en vidrio). Uno se pregunta de dónde provienen entonces estas esculturas hechas con objetos cotidianos reciclados, las mezclas de materiales y sus géneros artísticos. La receta es simple: en Senegal se experimenta. Por eso, la moda sigue a todo lo que funciona, y lo que vende es la fuerza motriz que la mayoría copia. ¿Plagian los artistas senegaleses? Sí, no, no todos, por supuesto... ¡Que se tranquilicen los «artidealistas»! Cada día surgen nuevas corrientes de todo tipo, hay de inovadoras, otras inclasificables e incluso las marginales, y a cambio, el público enloquece. Por ejemplo: el mbalax (o mbalakh), cuya sonido es conocido como el «wólof tradicional», es muy percusivo y apasiona a la mayoría de las personas en el país. Hoy, Dakar está en plena «mbalaxmania» : salsa-mbalax, rock-mbalax, reggae-mbalax, jazz-mbalax, mbalax-mbalax... Sin embargo, antes de que Youssou N'dour se introdujera en este nicho que había tenido tanto éxito, la década de los setenta había glorificado el jazz. ¿Quién se acuerda de eso? Hable con los mayores de Dakar y verá lo rica que es su cultura jazzística.
Un público apasionado o creadores con imaginación desbordante (o buenos reflejos por el comercio), hacen que el resultado final sea un especial y perfecto equilibrio que se ha asentado en este rico entorno que es el arte senegalés.
¿Qué traer de Senegal?
En el mercado, pasa una mujer que lleva un vestido con brillantes y que es exactamente el que quiere. En primer lugar, es imposible encontrarlo entre la multitud de prendas que puede ver allí, aunque puede acabar hallándolo en el puesto más cercano, pero será únicamente para darse cuenta de que el tejido no tiene nada más extraordinario que cualquier otro.
¿Quizás fueron entonces sus collares de conchas superpuestas o sus pendientes de piedra los que le dieron a aquella mujer esa imagen de reina? Frente al mostrador de la joyería, es decir, en las alfombras en el suelo, se exponen bajo el sol y las miradas cadenas, collares, pulseras, oro, plata, bisutería o piedras, hay que enfrentarse a los hechos: obviamente todo esto es solo una facahada. El aura de las mujeres no resulta tanto de su coquetería como de una cierta dignidad y un carisma natural que será difícil de meter en su equipaje.
Sin embargo, es cierto que las telas africanas dan vida a la decoración interior, que uno está realmente cómodo sentado en esas sillas tradicionales —que no son más que dos piezas de madera fáciles de montar y desmontar de nuevo—. Cómo no dejarse seducir por los djembes, koras y otros instrumentos con sonidos y formas tan hermosos, por no hablar de su gran cantidad de cerámica, tejidos y joyas.
Arquitectura

Arquitectura - Pueblo de fulanis en la selva.
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Por Xavier Ricou
En términos de arquitectura, Senegal es una excepción. No ha tenido ni gobernantes que construyeran castillos lujosos o palacios reales como en Benín, ni imperio todopoderoso como en Malí, ni ningún resto monumental como en Zimbabue, ni siquiera pirámides frente a las cuales los turistas pueden hacerse fotos y divertirse. No, en Senegal, ya sea vernácula, mestiza, colonial o contemporánea, la arquitectura es modesta; sin embargo, el visitante podrá ver que esta modestia no limita su interés, sino todo lo contrario.


