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Y concluye María de Ágreda este episodio expresando: «Algunas razones semejantes a estas dijo también el santo José. Y luego la divina Madre, hincadas las rodillas, tomó en sus brazos al dulcísimo Infante. Y él, para enternecerla más y mostrarse verdadero hombre, lloró un poco (…) Más luego se calló. Y pidiéndole la bendición su purísima Madre y san José, se la dio el Niño, estando entre ambos. Y cogiendo sus pobres mantillas en la caja que trajeron, partieron sin dilación a poco más de media noche, llevando el jumentillo en que vino la Reina desde Nazaret, y con toda prisa caminaron hacia Egipto»62.
Varios años después, en otra aparición angélica, el Ángel del Señor ordenó a José el regreso a Israel luego de su estadía en Egipto: «Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño”. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (Mt 2, 19-20).
María de Ágreda relata en detalle la revelación sobre este episodio: «Cumplió los siete años de su edad el infante Jesús, estando en Egipto, que era el tiempo de aquel misterioso destierro destinado por la eterna Sabiduría: y para que se cumpliesen las profecías era necesario que se volviese a Nazaret. Esta voluntad intimó el eterno Padre a la humanidad de su Hijo Santísimo un día en presencia de su divina Madre, estando juntos en sus ejercicios; y ella la conoció en el espejo de aquella alma deificada, y vio como aceptaba la obediencia del Padre para ejecutarla. Hizo lo mismo la gran Señora, aunque en Egipto tenía ya más conocidos y devotos que en Nazaret. No manifestaron Hijo y Madre a san José la nueva orden del Cielo. Pero aquella noche le habló en sueños el Ángel del Señor, como san Mateo dice y le avisó que tomase al Niño y a la Madre, y volviese a tierra de Israel; porque ya Herodes y los que con él procuraban la muerte del Niño Dios estaban muertos. Tanto quiere el Altísimo el buen orden en todas las cosas creadas, que con ser Dios verdadero el Niño Jesús, y su Madre tan superior en santidad a san José; con todo eso no quiso que la disposición de la jornada a Galilea saliese del Hijo ni de la Madre Santísimos, sino que lo remitió todo a san José (…)»63.
Prosigue María de Ágreda: «Fue luego san José a dar cuenta al infante Jesús y a su purísima Madre del mandato del Señor; y entre ambos le respondieron que se hiciese la voluntad del Padre celestial. Con esto determinaron su jornada sin dilación; y distribuyeron a los pobres las pocas alhajas que tenían en su casa. Y esto se hizo por mano del Niño Dios; porque la divina Madre le daba muchas veces lo que había de llevar de limosna a los necesitados, conociendo que el Niño, como Dios de misericordias, la quería ejecutar por sus manos. Y cuando le daba su Madre Santísima estas «limosnas, se hincaba de rodillas y le decía: “Tomad, Hijo y Señor mío, lo que deseáis, para repartirlo con nuestros amigos los pobres y hermanos vuestros”. En aquella feliz casa, que por haberla habitado los siete años quedó santificada y consagrada en templo por el sumo sacerdote Jesús, entraron a vivir unas personas de las más devotas y piadosas que dejaban en Heliópolis; porque su santidad y virtudes les granjearon la dicha que ellos no conocían, aunque por lo que habían visto y experimentado se reputaron por bien afortunados en vivir donde sus devotos forasteros habían habitado tantos años. Esta piedad y afecto devoto les fue pagada con abundante luz y auxilios para conseguir la felicidad eterna»64.
Aparición angélica luego
de las tentaciones en el desierto
Luego de que Jesús fuera tentado por el maligno al cabo de un largo periodo de ayuno en el desierto antes de iniciar su vida pública, Dios Padre le envió varios Santos Ángeles a servirle: «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Mas él respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus Ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le dijo: “También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”. Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. Le dice entonces Jesús: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto”. Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos Ángeles y le servían» (Mt 4, 1-11).
La mística María de Ágreda describe la revelación que recibió de este trascendental acontecimiento en la vida de Jesús de este modo: «En el capítulo XX de este libro queda advertido como Lucifer salió de las cavernas infernales a buscar a nuestro divino Maestro para tentarle; y que su Majestad se le ocultó hasta el desierto, donde después del ayuno de casi cuarenta días dio permiso para que llegase el tentador, como dice el Evangelio. Llegó al desierto, y viendo solo al que buscaba, se alborozó mucho; porque estaba sin su Madre santísima, a quien él y sus ministros de tinieblas llamaban su enemiga por las victorias que contra ellos alcanzaba; y como no habían entrado en batalla con nuestro Salvador, presumía la soberbia del dragón que, ausente la Madre santísima, tenía el triunfo del Hijo seguro. Pero llegando a reconocer de cerca al combatiente, sintieron todos gran temor y cobardía; no porque le reconociesen por Dios verdadero, que de esto no tenían sospechas, viéndole tan despreciado; ni tampoco por haber probado con él sus fuerzas, que solo con la divina Señora las habían estrenado; pero el verle tan sosegado, con semblante tan lleno de majestad, y con obras tan cabales y heroicas, les puso gran temor y quebranto; porque no eran aquellas acciones y condiciones como las ordinarias de los demás hombres, a quiénes tentaban y vencían fácilmente. Confiriendo este punto Lucifer con sus ministros, les dijo: ¿Qué hombre es este tan severo para los vicios de que nosotros nos valemos contra los demás? Si tiene tan olvidado el mundo, tan quebrantada y sujeta su carne; ¿por dónde entraremos á tentarle? O ¿cómo esperaremos la victoria, si nos ha quitado las armas con que hacemos la guerra a los hombres? Mucho desconfío de esta batalla. Tanto vale y tanto puede como esto el desprecio de lo terreno y el rendimiento de la carne, que da terror al demonio y a todo el Infierno; y no se levantara tanto su soberbia, si no hallara a los hombres rendidos a estos infelices tiranos, antes que llegara a tentarlos»65.
Prosigue María de Ágreda la revelación, «… Y esforzándose el dragón con su misma arrogancia, comenzó el duelo en aquella campaña del desierto con la mayor valencia que antes ni después se verá otro en el mundo entre hombres y demonios; porque Lucifer y sus aliados estrenaron todo su poder y malicia, provocándoles su misma ira y furor contra la virtud superior que reconocían en Cristo nuestro Señor; aunque su Majestad altísima atemperó sus acciones como suma sabiduría y bondad infinita, y con equidad y peso ocultó la causa original de su poder infinito, manifestando el que bastaba con la santidad de hombre para ganar las victorias de sus enemigos. Para entrar como hombre en la batalla hizo oración al Padre en lo superior del espíritu, a donde no llega la noticia del demonio, y dijo a su Majestad: “Padre mío y Dios eterno, con mi enemigo entro en la batalla para quebrantar sus fuerzas y soberbia contra Vos y contra mis queridas las almas; y por vuestra gloria y su bien quiero sujetarme a sufrir la osadía de Lucifer, y quebrantarle la cabeza de su arrogancia, para que la hallen vencida los mortales, cuando sean tentados por esta serpiente, si por su culpa no se entregaren a él. Os suplico, Padre mío, os acordéis de mi pelea y victoria, cuando los mortales sean afligidos del enemigo común, y que alentéis su flaqueza, para que en virtud de este triunfo le consigan ellos, y con mi ejemplo se animen, y conozcan el modo de resistir y vencer a sus enemigos”»66.
Continua María de Ágreda su relato: «A la vista de esta batalla estaban los Espíritus Soberanos67 ocultos por la disposición divina, para que no los viese Lucifer, y entendiese y rastrease entonces algo del poder divino de Cristo Señor nuestro, y todos daban gloria y alabanza al Padre y al Espíritu Santo, que en las admirables obras del Verbo humanado se complacían; y también desde su oratorio lo miraba la beatísima María Señora nuestra, como diré luego. Cuando comenzó la tentación era el día treinta y cinco del ayuno y soledad de nuestro Salvador, y duró hasta que se cumplieron los cuarenta que dice el Evangelio. Se manifestó Lucifer, representándose en forma humana, como si antes no le hubiera visto y conocido; y la forma que tomó para su intento fue transformándose en apariencia muy refulgente como ángel de luz; y reconociendo y pensando que el Señor con tan largo ayuno estaba hambriento, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, convierte estas piedras en pan con tu palabra”. Le propuso si era Hijo de Dios; porque esto era lo que más cuidado le podía dar, y deseaba algún indicio para reconocerlo. Pero el Salvador del mundo le respondió solo a las palabras: “No vive el hombre con solo pan, sino también con la palabra que procede de la boca de Dios” (…) Pero el demonio no penetró el sentido en que las dijo el Señor; porque las entendió Lucifer, que sin pan ni alimento corporal podía Dios sustentar la vida del hombre. Pero, aunque esto era verdad y también lo significaban las palabras, el sentido del divino Maestro comprehendió más; porque fue decirle; Este hombre con quien tú hablas, vive en la Palabra de Dios, que es Verbo divino, a quien hipostáticamente está unido; y aunque deseaba saber esto mismo el demonio, no mereció entenderlo, porque no quiso adorarle»68.
Sigue la mística española relatando que «Se halló atajado Lucifer con la fuerza de esta respuesta y con la virtud que llevaba oculta; pero no quiso mostrar flaqueza ni desistir de la pelea. Y el Señor con su permiso dio lugar a que prosiguiese en ella y le llevase a Jerusalén, donde le puso sobre el pináculo del templo, y se descubría gran número de gente, sin ser visto el Señor de alguno. Le propuso a la imaginación, que, si le viesen caer de tan alto sin recibir lesión, le aclamaran por grande, milagroso y santo; y valiéndose también de la Escritura, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, que está escrito: Los Ángeles te llevarán en palmas, como se lo ha mandado Dios, y no recibirás daño alguno”. Acompañaban a su Rey los Espíritus Soberanos69, admirados de la permisión divina en dejarse llevar corporalmente por manos de Lucifer, solo por el beneficio que de ello había de resultar a los hombres. Con el príncipe de las tinieblas fueron innumerables los demonios a aquel acto; porque este día quedó el infierno casi despoblado de ellos, para acudir a esta empresa. Respondió el Autor de la sabiduría: “También está escrito: No tentarás a tu Dios y Señor”. En estas respuestas estaba el Redentor del mundo con incomparable mansedumbre, profundísima humildad, y tan superior al demonio en la majestad y entereza, que con esta grandeza y no verle en nada turbado, se turbó más aquella indoméstica soberbia de Lucifer, y le fue de nuevo tormento y opresión»70.
Narra enseguida María de Ágreda que «Intentó otro nuevo ingenio de acometer al Señor del mundo por ambición, ofreciéndole alguna parte de su dominio; y para esto le llevó a un alto monte, donde se descubrían muchas tierras, y alevosa y atrevidamente le dijo: “Todas estas cosas que están a tu vista te daré, si postrado en tierra me adorares” (…) A esta que le hizo a nuestro Rey y Señor, respondió su Majestad con imperioso poder: “Vete de aquí, Satanás, que escrito está: A tu Dios y Señor adorarás, y a él solo servirás”. En aquella palabra, “vete Satanás”, que dijo Cristo nuestro Redentor, quitó al demonio el permiso que le había dado para tentarle, y con imperio poderoso dio con Lucifer y todas sus cuadrillas de maldad en lo más profundo del Infierno, (…). Y después que se les permitió levantarse, hallándose tan quebrantados y sin fuerzas, comenzaron a sospechar que quien los había aterrado y vencido daba indicios de ser el Hijo de Dios humanado. En estos recelos perseveraron con variedad, sin atinar del todo con la verdad, hasta la muerte del Salvador. Pero se despachaba Lucifer por lo mal que se había entendido en esta demanda, y en su propio furor se deshacía»71.
Continúa María de Ágreda con la revelación: «Nuestro divino vencedor Cristo confesó al eterno Padre, y le engrandeció con divinos cánticos, con loores de gracias por el triunfo que le había dado frente al enemigo común del linaje humano; y con gran multitud de Espíritus Soberanos, que le cantaban dulces cánticos por esta victoria, fue restituido al desierto. Entonces le llevaban en sus palmas, aunque no lo había menester, usando de su propia virtud; pero le era debido aquel obsequio de los Ángeles, en recompensa de la audacia de Lucifer en atreverse a llevar al pináculo del templo y al monte aquella humanidad santísima, donde estaba la divinidad sustancial y verdaderamente (…) Restituido su Majestad al desierto, dice el Evangelio que los Ángeles le ministraban y servían; porque al fin de estas tentaciones y del ayuno le sirvieron con un manjar celestial, para que comiese, como lo hizo, y con este divino alimento recobró nuevas fuerzas naturales su sagrado cuerpo: y no solo le asistieron a esta comida los Santos Ángeles y se la dieron enhorabuena; pero las aves de aquel desierto acudieron también a recrear los sentidos de su Creador humanado con cánticos y vuelos muy graciosos y concertados; y a su modo lo hicieron también las fieras de la montaña, desnudándose de su fiereza, y formando agradables meneos y bramidos en reconocimiento de su Señor»72.
Aparición angélica en la agonía de Jesús
En un acto de amor infinito, Dios Padre, le envía a Jesús un Espíritu Glorioso para reconfortarlo en su agonía: «Salió y, como de costumbre, fue al Monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pedid que no caigáis en tentación”. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces, se le apareció un Ángel venido del Cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra» (Lc 22, 39-44).
La mística María de Ágreda detalla la revelación que recibió de este crucial acontecimiento de la siguiente forma: «Ilustrados interiormente los tres Apóstoles con esta doctrina, añadió el Autor de la vida y les dijo: “Esperadme aquí, velad y orad conmigo”. Que fue enseñarles la práctica de todo lo que les bahía prevenido y advertido, y que estuviesen con él constantes en su doctrina y fe, y no se desviasen a la parte del enemigo: y para conocerle y resistirle, estuviesen atentos y vigilantes, esperando que después de las ignominias de la Pasión verían la exaltación de su nombre. Con esto se apartó el Señor de los tres Apóstoles a algún espacio del lugar de donde los dejó. Y postrado en tierra sobre su divino rostro oró al Padre eterno, y le dijo “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz”. Esta oración hizo Cristo nuestro bien después que bajó del Cielo con voluntad eficaz de morir y padecer por los hombres; después que despreciando la confusión de su Pasión la abrazó de voluntad, y no admitió el gozo de su humanidad; después que con ardentísimo amor corrió a la muerte, a las afrentas, dolores y aflicciones; después que hizo tanto aprecio de los hombres, que determinó redimirlos con el precio de su sangre. Y cuando con su divina y humana sabiduría, y con su inextinguible caridad sobrepujaba tanto al temor natural de la muerte, no parece que solo él pudo dar motivo a esta petición. Así lo he conocido en la luz que se me hado de los ocultos misterios que tuvo esta oración de nuestro Salvador»73.
Prosigue María de Ágreda la revelación: «Y para manifestar lo que yo entiendo, advierto que en esta ocasión entre nuestro Redentor Jesús y el eterno Padre se trataba de la transacción más ardua que tenía por su cuenta, que era la redención humana y el fruto de su pasión y muerte de cruz, para la oculta predestinación de los santos. Y en esta oración propuso Cristo para nuestro bien, sus tormentos, su sangre preciosísima y su muerte al eterno Padre, ofreciéndola de su parte por todos los mortales, como precio super abundantísimo para todos y para cada uno de los nacidos, y de los que después habían de nacer hasta el fin del mundo: y de parte del linaje humano presentó todos los pecados, infidelidades, ingratitudes y desprecios que los malos habían de hacer para malograr su afrentosa muerte y pasión, por ellos admitida y padecida; y los que con efecto se habían de condenar a pena eterna, por no haberse aprovechado de su clemencia. Y aunque el morir por los amigos y predestinados era agradable y como apetecible para nuestro Salvador; pero morir y padecer por la parte de los réprobos era muy amargo y penoso; porque de parte de ellos no había razón final para sufrir el Señor la muerte. A este dolor llamó su Majestad cáliz, que era el nombre con que los hebreos significaban lo que era muy trabajoso y de grande pena, como lo significó el mismo Señor hablando con los hijos del Zebedeo, cuando les dijo: Si podrían beber el cáliz como su Majestad le había de beber. Este cáliz fue tanto más amargo para Cristo nuestro bien, cuanto conoció que su pasión y muerte para los réprobos no solo sería sin fruto, sino que sería ocasión de escándalo, y redundaría en mayor pena y castigo para ellos, por haberla despreciado y malogrado»74.
Continúa María de Ágreda su relato: «Entendí, pues, que la oración de Cristo nuestro Señor fue pedir al Padre pasase de él aquel cáliz amarguísimo de morir por los réprobos. Y que siendo ya inexcusable la muerte, ninguno, si era posible, se perdiese; pues la redención que ofrecía era superabundante para todos, y cuanto era de su voluntad a todos la aplicaba, para que a todos aprovechase, si era posible, eficazmente; y si no lo era, resignaba su voluntad santísima en la de su eterno Padre. Esta oración repitió nuestro Salvador tres veces por intervalos, orando prolijamente con agonía, como dice san Lucas, según lo pedía la grandeza y peso de la causa que se trataba. Y a nuestro modo de entender, en ella intervino como un altercado y contienda entre la humanidad santísima de Cristo y la divinidad. Porque la humanidad, con íntimo amor que tenía a los hombres de su misma naturaleza, deseaba que todos por la Pasión consiguieran la salud eterna. Y la divinidad representaba que por sus juicios altísimos estaba fijo el número de los predestinados; y conforme a la equidad de su justicia, no se debía conceder el beneficio a quien tanto le despreciaba, y de su voluntad libre se hacían indignos de la vida de las almas, resistiendo a quien se la procuraba y ofrecía. De este conflicto resultó la agonía de Cristo y la prolija oración que hizo, manifestando el poder de su eterno Padre, y que todas las cosas le eran posibles a su infinita majestad y grandeza»75.
Sigue la mística española indicando que «Creció esta agonía en nuestro Salvador con la fuerza de la caridad, y con la resistencia que conocía de parte de los hombres, para lograr en todos su pasión y muerte: y entonces llegó a sudar sangre con tanta abundancia de gotas muy gruesas, que corría hasta llegar al suelo. Y aunque su oración y petición fue condicionada, y no se le concedió lo que debajo de condición pedía, porque faltó por los réprobos; más alcanzó en ella que los auxilios fuesen grandes y frecuentes para todos los mortales, y que se fuesen multiplicando en aquellos que los admitiesen y no pusiesen óbice, y que los justos y santos participasen del fruto de la redención con grande abundancia, y les aplicasen muchos dones y gracias de que los réprobos se harían indignos. Y conformándose la voluntad humana de Cristo con la divina, aceptó la Pasión por todos respectivamente: para los réprobos como suficiente, y para que se les diesen auxilios suficientes, si ellos querían aprovecharlos; y para los predestinados como eficaz, porque ellos cooperarían a la gracia. Así quedó dispuesta y como efectuada la salud del cuerpo místico de la santa Iglesia, debajo de su cabeza y de su artífice Cristo nuestro bien».76
Prosigue María de Ágreda la revelación: «Y para el lleno de este divino decreto, estando su Majestad en la agonía de su oración, tercera vez envió el eterno Padre al santo Arcángel Miguel, que le respondiese y confortase por medio de los sentidos corporales, declarándole en ellos lo que el mismo Señor sabia por la ciencia de su santísima alma; porque nada le pudo decir el Ángel que el Señor no supiera, ni tampoco podía obrar en su interior otro efecto para este intento. Pero, como arriba se ha dicho, tenía Cristo nuestro bien suspendido el alivio que de su ciencia y amor podía redundar en su humanidad santísima, dejándola, en cuanto posible, a todo padecer en sumo grado, como después lo dijo en la cruz; y en lugar de este alivio y confortación recibió alguna con la embajada del santo Arcángel por parte de los sentidos, al modo que obra la ciencia o noticia experimental de lo que antes se sabía por otra ciencia; porque la experiencia es nueva, y mueve los sentidos y potencias naturales. Lo que le dijo San Miguel de parte del Padre eterno fue representarle e intimarle en el sentido, que no era posible (como su Majestad sabía) salvarse los que no querían ser salvos; pero que en la aceptación divina valía mucho el número de los predestinados, aunque fuese menor que el de los réprobos; y que entre aquellos estaba su Madre santísima, que era digno fruto de su redención; y que se lograría en los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, vírgenes y confesores, que serían muy señalados en su amor, y obrarían cosas admirables para ensalzar el santo nombre del Altísimo; y entre ellos le nombró el Ángel algunos, después de los apóstoles, como fueron los patriarcas (...) Otros grandes y ocultos sacramentos, manifestó o refirió el Ángel, que ni es necesario declararlos, ni tengo orden para hacerlo, porque basta lo dicho para seguir el discurso de esta Historia»77.
Aparición angélica en la Resurrección de Cristo
Un Santo Ángel custodia la sepultura de Cristo y anuncia su Resurrección exhortando a comunicar este acontecimiento a los discípulos: «Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”. Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo...» (Mc 16, 5-8).
Sorprende apreciar la voluntad de Dios de anunciar los eventos más importantes de la vida de Jesús como su Resurrección mediante una aparición angélica, al igual que lo hizo con su nacimiento.
Aparición angélica en la Ascensión de Jesús al Cielo
Durante cuarenta días luego de su resurrección Jesús se dejó ver de los once apóstoles y en presencia de ellos, al cabo de ese tiempo les anunció la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés para que fueran testigos de Él por todo el mundo y luego de manifestarles esto, ascendió al Cielo con su cuerpo resucitado: «Con esto el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Dos Ángeles fueron los encargados de anunciarles que la segunda venida de Jesús se realizaría de la misma manera (Hch 1, 10-11).
51. Jesús también llamado Cristo o igualmente Jesucristo. Cristo es la traducción del término hebreo Mesías que significa ungido. A su vez Jesucristo o Jesús Cristo equivale a decir Jesús el Mesías.
52. JUAN PABLO II (SAN), Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid 1992, Numeral 333.
53. Varias de las apariciones angélicas en la vida de Jesucristo relatadas en la Biblia, se describen en forma detallada en las revelaciones recibidas por la mística española María de Ágreda y narradas por ella en su extraordinaria obra Mística Ciudad de Dios.






