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Era bien distinto el caso de los miembros de las SS, que, cuando no ejercían de guardaespaldas, se dedicaban al activismo político: recaudaban dinero para el NSDAP, hacían proselitismo y vendían el periódico oficial del partido, el Völkische Beobachter [Observador Popular]. De estas tareas relativamente anodinas da cuenta un boletín informativo de las SS publicado en diciembre de 1926, en el que, sin embargo, se ofrece a los miembros de la organización, a unos pocos marcos por unidad, “pistolas de gas que dejan inconsciente”, con la advertencia de que “solo pueden utilizarse en caso de ‘peligro’; hacerlo sin previo aviso o sin que medie provocación puede acarrear un castigo legal. Las pistolas de gas no son juguetes, sino armas de defensa personal”.35
Según parece, la subordinación de las SS a la SA llevó a Berchtold a desencantarse del movimiento nacionalsocialista. En marzo de 1927 cedió la jefatura a su lugarteniente, el insulso Heiden. Heinz Höhne señala que a este también “le fue difícil competir con la SA, organización cada vez más numerosa e influyente”. Así, Pfeffer von Salomon “prohibió a las SS crear unidades en poblaciones donde la SA aún no estuviera bien implantada”.36 No obstante, y al igual que su predecesor, Heiden impuso a los miembros de las SS un código de conducta muy estricto, que jamás habrían aceptado los de la SA: les exigía mantenerse al margen de los asuntos del partido que no les atañeran y observar una disciplina rigurosa en los mítines, y ordenaba a los comandantes que confiscaran cualquier arma ilegal a los hombres que entrasen de servicio. Se trataba de formar una élite que se supiera tal, que se enorgulleciera de ser diferente de la SA y atrajese a personas más valiosas que esta. Höhne habla de las SS una y otra vez, aun en esta etapa temprana de su desarrollo, como de una especie de “aristocracia” del NSDAP. La descripción puede parecer algo extraña, ya que los miembros del grupo eran de clase trabajadora o media baja, pero en todo caso indica el concepto que tenían de sí mismos. Siempre se pretendió que las escuadras de protección fueran una pequeña organización de élite, con un poderoso esprit de corps.
Con todo, en los primeros años le costó mucho esfuerzo expandirse fuera de Múnich. En la Navidad de 1925 había afirmado contar con “unos mil hombres”,37 y poco después el número había descendido a “aproximadamente doscientos”,38 estancándose en los tres años siguientes, bajo el liderazgo de Berchtold y más tarde bajo el de Heiden. Este último fue destituido a principios de 1929, seguramente por lo mediocre de su actuación; aunque se rumoreó que había sido desenmascarado como confidente de la policía. Su sucesor no inspiraría nunca tales recelos.
III
HEINRICH HIMMLER
En la primera época de las SS sobresale una fecha: el 20 de enero de 1929. Fue entonces cuando Heinrich Himmler, hasta entonces lugarteniente de Heiden, se convirtió en comandante a nivel nacional de una organización todavía muy reducida.1 Este nombramiento pronto se revelaría decisivo. Himmler tenía solo veinticiocho años, pero ya era un activista a sueldo del NSDAP y crecía su reputación de hombre con excelente capacidad de organización. Además había sido clave en el reciente ascenso del NSDAP en la escena política del sur de Alemania.
Al contrario que muchos de sus coetáneos de la vieja guardia del partido, Himmler no había ingresado en el mismo a causa de ningún trauma, pues no había combatido en el frente durante la guerra ni apenas había participado en las luchas de poder de la inmediata posguerra. Del movimiento nacionalista le había atraído, al parecer, la oportunidad que le ofrecía de identificarse con una clase de hombres –los militares– que admiraba profundamente y de la que sentía una necesidad imperiosa de formar parte. Venía de una familia de clase media de posición desahogada. Su abuelo paterno, Johann Himmler, nació en 1809 en la región de Ansbach, en el norte de Baviera, donde fue criado por su madre. Tras aprender el oficio de tejedor se marchó de casa a los dieciocho años para incorporarse al regimiento real bávaro, en el que se haría famoso por su tendencia a meterse en peleas y su “conducta inmoral con una mujer de baja condición”.1 Más tarde ingresó en la policía de Múnich, y luego sería trasladado a la de Baviera. A los cincuenta y tres años se convirtió en Gendarmerie Brigadier [sargento mayor]2 en la ciudad de Lindau, y alrededor de esa época se casó con Agathe Kiene, de veintinueve años, hija de un relojero local. Su ascenso social (el hijo ilegítimo que crece en un medio campesino y, tras servir en el ejército y en la policía, acaba ocupando un cargo público e integrándose en la clase media) no tenía nada de especial en aquel tiempo, pero recuerda, curiosamente, al del padre de Hitler en Austria.
Nacido en Lindau en 1865 y bautizado Joseph Gebhard (aunque luego se le conocería por su segundo nombre), el único hijo de Johann y Agathe tenía solo siete años cuando murió su padre. Agathe tuvo dificultades para sacar adelante a la familia, pero las becas que le correspondían en tanto huérfano de funcionario, unidas a sus notables aptitudes académicas, permitieron a Gebhard recibir una enseñanza de primera categoría en un colegio de letras y más tarde en la Universidad de Múnich, donde estudiaría, sucesivamente, filosofía y filología.3 Terminados sus estudios en 1894, dio clases en un colegio de secundaria de Múnich y ejerció de preceptor del príncipe Heinrich, hijo del príncipe Arnulfo de Baviera. Pertenecía, según Peter Padfield, “a la clase media ilustrada; tenía las condiciones necesarias para ascender socialmente, y también el ansia de hacerlo”4: para alcanzar esta meta, nada mejor que servir a la familia real bávara.
En julio de 1897 se casó con Anna Heyder, una muniquesa de carácter tranquilo y retraído. El matrimonio se instaló en un confortable piso del centro de Múnich, y el verano siguiente nació su primer hijo, Gebhard, al que seguiría, el 7 de octubre de 1900, Heinrich Luitpold, bautizado así después de que Gebhard padre escribiera al príncipe Heinrich, de dieciséis años, pidiéndole permiso para dar a su segundo hijo el nombre de su antiguo alumno. El príncipe aceptó ser el padrino del niño.
Heinrich Himmler tuvo, al parecer, una infancia feliz y bastante normal dadas las circunstancias (la guerra estalló cuando tenía trece años). Su padre era, según todos los testimonios, un hombre muy puntilloso; pero tanto él como Anna prodigaron atención y cariño a sus tres hijos (el tercero, Ernst, nació en 1905), que supieron corresponderles. El profesor Himmler les leía historias sobre los antiguos germanos, relatos de famosas batallas; y también les contaba las hazañas de su abuelo como soldado de fortuna en Grecia y otros lugares. Heinrich cursó la enseñanza primaria en la escuela catedralicia de Múnich, y a los diez años ingresó en el colegio real Wilhelm, donde estudiaba su hermano mayor. Sus compañeros lo recordarían más tarde como el mejor alumno de la clase –o uno de los más brillantes– en todas las asignaturas, menos en educación física. Era negado para el deporte, “de estatura algo inferior a la media”, según lo describiría uno de ellos, “muy gordo, con una piel más blanca de lo normal, el pelo bastante corto y gafas de montura dorada sobre una nariz afilada; a menudo sonreía avergonzado y también con ironía, como para disculparse por su miopía, y para señalar a la vez su superioridad”.5 La obesidad puede atribuirse a su afición por los pasteles y los caramelos. La clase de gimnasia llegó a aterrarlo, entre otras razones porque el profesor lo trataba con dureza.
En 1913, su padre fue nombrado subdirector del colegio de Landshut, ciudad situada al noreste de Múnich, adonde se trasladó con la familia. Los Himmler se instalaron en una espaciosa casa del casco antiguo y matricularon a Gebhard y Heinrich en el colegio, donde este último se haría íntimo amigo de otro chico, Falk Zipperer, también de Múnich.
La familia estaba de vacaciones en Titmoning, cerca de la frontera con Austria, el 28 de julio de 1914, cuando este país declaró la guerra a Serbia. Al joven Heinrich, que había crecido escuchando historias de hazañas militares, la noticia lo llenó de entusiasmo. Empezó a escribir lo que pensaba sobre la guerra en el diario que, animado por su padre, llevaba desde los diez años. Estaba a favor de ella, naturalmente, y a menudo mostraba su desprecio por los que no compartían su postura: “Se mueren de gusto cada vez que oyen hablar de una retirada de nuestras tropas”.6 Jugaba a juegos de guerra con su amigo Zipperer y expresaba su ansia por demostrar su valor como soldado.
Poco después se incorporó a un cuerpo de jóvenes cadetes –el Jugendwehr– para recibir instrucción premilitar, en el que se curtiría con un programa de ejercicio físico. Pero su vida familiar siguió más o menos igual. Más tarde, en 1916, su hermano mayor dejó el colegio para adiestrarse como oficial, y en 1917 Zipperer hizo lo propio. El profesor Himmler tenía mucho interés en que Heinrich terminara los estudios y obtuviera el diploma de enseñanza secundaria, pero Heinrich lo convenció de que utilizara sus contactos en la familia real bávara para conseguirle una plaza en el ejército. En diciembre de 1917, recibió la orden de presentarse a principios del mes siguiente ante el 11º regimiento de infantería de Baviera para comenzar su instrucción como Fahnenjunker [cadete], que había de facultarle para obtener el grado de oficial de reserva.
Se ha hablado mucho de su supuesto fracaso como soldado. No hubo tal cosa. Es cierto que echó de menos su casa en las primeras semanas que pasó en el ejército; pero su actuación como recluta fue, en general, irreprochable. Se adiestró como soldado de infantería en Ratisbona entre enero y junio de 1918, y como oficial entre junio y septiembre; y en septiembre y octubre hizo un curso de manejo de ametralladoras.7 De haberse prolongado la guerra Himmler se habría incorporado a su regimiento en el frente, y es casi seguro que habría sido nombrado oficial. Pero, una vez declarado el armisticio, no tenía sentido abandonar Ratisbona. Cuando regresó su regimiento, supo que él y los demás cadetes iban a ser licenciados, y así sucedió en diciembre de 1918.
No cabe duda de que le disgustó profundamente no haber llegado a servir como soldado en el frente ni obtener el grado de oficial (más tarde, sin embargo, afirmaría haber conseguido las dos cosas). Si no se cumplieron sus aspiraciones no fue por falta de aptitudes, sino debido a su corta edad. En aquel momento, cuando estaba a punto de hacerse adulto, su mayor ambición era ascender a oficial, por lo que se aferró a la esperanza de reanudar más adelante su instrucción militar.8 No fue así. En cualquier caso, es importante considerar hasta qué punto maduró Himmler en el breve periodo que pasó en el ejército. Hasta entonces había sido un simple muchacho de clase media, ingenuo, quisquilloso y mimado por su madre, que apenas había salido de la burbuja protectora de su familia; de hecho, en los primeros meses del servicio militar, pedía continuamente en sus cartas que le enviaran caramelos y pasteles. Pero con el tiempo fue endureciéndose, hasta el punto de disfrutar con la disciplina de la vida militar. No llegó a desembarazarse de la pendantería que había heredado de su padre; pero para cuando se licenció se había vuelto mucho más independiente, empezaba a decir lo que pensaba y a buscar su propio camino en la vida. Por primera vez había tenido que valerse al mismo tiempo de su inteligencia y de su instinto, y había salido airoso del trance. Puede que también fuera más fuerte físicamente. Ante todo, el servicio militar había aumentado su seguridad en sí mismo al proporcionarle experiencia de mando, aunque fuera a un nivel muy bajo. Había sido, sin duda, un aprendizaje notable; el ejercicio del mando requiere conciliar las necesidades de los subordinados con las exigencias de los jerarcas, entender los diversos aspectos de la planificación operativa, logística y administrativa, y actuar con decisión cuando hace falta. Es seguro que Himmler desarrolló por lo menos algunas de estas facultades.
Malograda su carrera militar, reanudó los estudios. Había perdido un año académico, por lo que, a principios de 1919, volvió al colegio de Landshut para seguir un programa especial orientado a exmilitares, que le permitiría cursar dos años de enseñanza secundaria en apenas dos trimestres. Sin embargo, el curso se vio interrumpido por los acontecimientos de abril, cuando los Freikorps se movilizaron para derribar al gobierno revolucionario de Múnich. Himmler se incorporó en Landshut a una pequeña unidad de la organización, y después a la compañía de reservistas de los Freikorps Oberland, en la que serviría como ayudante del comandante. Pero el ejército regular no necesitó a ninguna de las dos unidades, que continuaron, por tanto, en la reserva. Alrededor de esa época se habló de la posibilidad de que los Oberland se integraran en las fuerzas regulares, pero al final fueron disueltos, y Himmler volvió a las clases.
De no poder hacer carrera en el ejército, había pensado en dedicarse a la agricultura. En el verano de 1919, el profesor Himmler, recién nombrado director del colegio de secundaria de Ingolstadt, hizo gestiones para conseguir que su hijo pasara un año trabajando en una granja cercana, preparándose así para el curso de agronomía de la Technische Hochschule [Escuela Técnica Superior] de Múnich. Heinrich empezó a trabajar el 1 de agosto, coincidiendo con la cosecha; “las labores eran duras –señala Peter Padfield–, y debieron de serlo especialmente para Himmler, acostumbrado como estaba a la vida sedentaria del colegio”.9 Posiblemente Padfield esté en lo cierto, pero en todo caso no conviene olvidar que Himmler era por entonces un exsoldado, y no, por así decir, un niño de mamá.
Había transcurrido poco más de un mes cuando tuvo que ingresar en un hospital, aquejado de fiebre paratifoidea. Tras ordenarle el médico que abandonara la granja y se dedicara al estudio, alquiló una habitación en Múnich y comenzó el curso de agronomía. La experiencia universitaria resultó seguramente tan instructiva para él como el año que había pasado en el ejército. Se entregó con ahínco –como era costumbre en él– a la vida de estudiante: se enamoró (sin ser correspondido), ingresó en una asociación y se mostró, en general, “amable y dispuesto a ayudar a los demás; era un tipo estudioso y también un poco pelmazo”.10 Sus ideas políticas no tenían nada de extraordinario: participaba del nacionalismo conservador de la burguesía muniquesa, así como de un antisemitismo convencional; como cualquier católico de clase media, tenía a los judíos por extranjeros, y no había ninguno en su círculo social. Sus diarios no ofrecen, sin embargo, el menor indicio del odio feroz que más tarde manifestaría hacia ellos.11
Concluido el año académico, comenzó el de aprendizaje práctico que tenía pendiente desde hacía tiempo. Esta vez encontró trabajo en una granja de Fridolfing, cerca de la frontera con Austria, donde da la impresión de haber sido más feliz que en Ingolstadt. El granjero y su mujer le trataron como a un miembro más de la familia, y por lo demás parece que tuvo mucho tiempo libre, que dedicó a leer numerosos libros de política, historia y literatura, transcribiendo a menudo los pasajes que le interesaban.
No perdió los lazos con el ejército en sus tres años de estudiante. En noviembre de 1919 se incorporó con su hermano Gebhard a la 14a compañía de la brigada de protección de Múnich, una unidad oficial de reservistas; y, una vez disuelta esta a instancias de los aliados en la primavera de 1920, se alistó en la Einwohnerwehr de Múnich, grupo semioficial financiado y equipado por el ejército. Fue así como entró en contacto con algunos de los oficiales extremistas que desempeñaban un papel destacado en ciertos círculos políticos de Múnich. Terminó obteniendo el grado de Fähnrich [alférez], que estaba solo un escalón por debajo del de oficial.
En el otoño de 1921 regresó a Múnich para cursar el último año de carrera, y alrededor de esa época conoció a Ernst Röhm. El 26 de enero de 1922 anotó en su diario que se había encontrado con él y el antiguo comandante de su compañía en una reunión política celebrada en el Arzberger Keller. El tono que utiliza –“Allí estaban el capitán Röhm y el mayor Angerer; muy amables conmigo los dos. Röhm es pesimista respecto a los bolcheviques”12– parece indicar que ya le conocía o al menos había oído hablar de él. La abierta homosexualidad de Röhm no quitaba para que Himmler lo admirase como soldado que había luchado en el frente y había sido condecorado.
Nada más aprobar los exámenes finales en agosto de 1922, encontró trabajo como técnico agrícola en una fábrica de fertilizantes de Schleissheim, y, siguiendo el consejo de Röhm, se incorporó también a un grupo paramilitar nacionalista llamado Reichsflagge [bandera del Reich], en el que continuaría su instrucción militar. Se había radicalizado políticamente, cosa nada sorprendente, puesto que no se relacionaba más que con exsoldados de derechas. Durante el año que trabajó en Schleissheim fue convenciéndose de que era necesario liquidar la Constitución republicana, acaso por medios violentos. Alemania sufría entonces la hiperinflación, desastre que afectó sobre todo a las familias de clase media como la suya, que se caracterizaban por la prudencia en la administración de su dinero. Además, Himmler ya había adoptado ideas de corte völkisch y militarista, por lo que no debió de costarle apenas trabajo a Röhm convencer a su joven amigo de que se afiliara al NSDAP. El 1 de agosto de 1923 se convirtió en el miembro 14.303 del partido.13
Dejó su trabajo. En un momento en que el país parecía al borde de la bancarrota social, fueron créandose unidades semioficiales de voluntarios a partir de los diversos grupos paramilitares y de lo que quedaba de los Freikorps. El grupo Reichsflagge se había escindido, y Himmler entró a formar parte de la facción conocida como Reichskriegsflagge [bandera de guerra del Reich], que encabezaba Röhm. Más tarde fue admitido en la compañía Werner, una unidad de voluntarios financiada por el ejército que no tardaría en disolverse. A finales de septiembre de 1923 se reincorporó, por tanto, al grupo de Röhm, que estaba convirtiéndose en una fuerza de combate más al servicio del ideario nacionalista.
Posteriormente desempeñó un papel modesto en el golpe de Múnich. El 8 de noviembre por la tarde, Röhm condujo a su milicia al edificio del Ministerio de la Guerra de Baviera, y Himmler llevó el estandarte (la bandera de guerra del Reich, naturalmente). No está claro si llegaron a acceder al edificio,2 pero sí es seguro que lo cercaron, ya que Himmler fue fotografiado en el exterior sosteniendo la bandera en una barricada. Pronto se vieron rodeados por la policía, que se había aproximado poco a poco en vehículos blindados, armada con ametralladoras y artillería ligera.
El 9 de noviembre, Hitler y sus seguidores marchaban hacia el grupo de Röhm cuando comenzó el tiroteo en la Residenzstrasse. El mismo día, el Reichskriegsflagge sufrió un ataque en el que murieron dos hombres. Tras la detención de Röhm y varios otros dirigentes de la organización, la policía desarmó a los militantes que quedaban y les permitió regresar a sus casas.14
Este acontecimiento fue decisivo en la vida de Himmler, pues lo hermanó con un grupo de hombres a quienes admiraba, le proporcionó una causa por la que luchar y satisfizo su ansia de participar activamente en conspiraciones políticas, de estar al corriente de lo que se urdía en algunos círculos. Lo cierto es que le complacía organizar continuamente no solo su vida, sino también las de su familia y sus amigos; algunos lo tenían por un entrometido. Esta cualidad la demostró también como miembro del Reichskriegsflagge.
Después del golpe, sus padres, preocupados, abrigaron la esperanza de que sentara la cabeza y reanudara su carrera profesional. No fue así. Lo que hizo desde entonces fue dedicarse por completo a mantener viva la llama del Reichskriegsflagge, ejerciendo de correo entre los grupos y los líderes nacionalistas que trataban de resucitar el movimiento. Se afilió al Partido Nacionalista de la Libertad –la organización, presidida por Gregor Strasser, que sustituyó al NSDAP– y pronunció varios discursos en la campaña de las elecciones de 1924. Se desplazó en motocicleta de una ciudad a otra, hablando ante públicos pequeños, tratando de ganar adeptos para la causa nacionalsocialista; lo que indica que ya abrazaba el antisemitismo extremo característico del movimiento. Por lo demás, seguía anotando minuciosamente sus lecturas, entre las que predominaban los panfletos antisemitas, los relatos míticos sobre el pasado heroico de su país y los tratados de ocultismo.15 Si adoptó un antisemitismo combativo fue, sencillamente, porque este formaba parte del discurso del movimiento al que se había incorporado. De joven no había pasado de ser un antisemita “moderado”, y su padre tenía varios amigos judíos. Pero las relaciones que entabló después de la guerra con nacionalistas radicales como Röhm lo llevaron, sin duda, a centrar su atención en el llamado “problema judío”. Es evidente que la propaganda antisemita que leyó entonces, especialmente cuando se mezclaba con la imaginería romántica alemana que venía fascinándolo desde niño, lo marcó profundamente.
Tampoco cabe duda de que Himmler sentía la necesidad imperiosa de amoldarse a los valores de todo aquel que respetaba o admiraba. De joven se había impregnado de las costumbres burguesas y católicas de su familia y sus amigos del colegio, y más tarde se había convertido en defensor apasionado –y hasta fanático– del nacionalismo radical y militarista que predominaba en su círculo de la universidad. Al ingresar en el movimiento nacionalsocialista abrazó con entusiasmo su antisemitismo virulento.
Su activismo a favor del movimiento no pasó inadvertido: en julio se le ofreció el puesto de secretario de Gregor Strasser. Este era vecino de Landshut, así que seguramente conocía a los Himmler de la temporada que habían pasado allí; pero no cabe descartar que Himmler fuera recomendado por Röhm u otro nacionalsocialista destacado. En cualquier caso, con tan solo veintitrés años estaba ya en la nómina del partido.16 Strasser era por entonces el presidente de la organización en la Baja Baviera, además de diputado del Landtag [parlamento regional] bávaro, y estaba creando lazos en el norte del país y en Renania con grupos afines al ideario nacionalsocialista. A Himmler se le encomendó, al parecer, la tarea de mantener unidas a las diversas organizaciones nacionalsocialistas semiclandestinas existentes en la Baja Baviera. A Strasser, su nuevo secretario le pareció “extraordinariamente entusiasta […]; es el suboficial perfecto. Visita todos los depósitos de armas secretos”.17
Tras las elecciones generales de diciembre, en las que fue uno de los pocos nacionalsocialistas que obtuvieron un escaño en el Reichstag, Strasser necesitaba apoyarse aún más en Himmler, así que lo nombró vicepresidente de la organización en la Baja Baviera: un ascenso notable, ya que esta región era uno de los grandes bastiones del nacionalsocialismo. Que a alguien tan joven como él se le pusiera, de hecho, al frente del partido en una zona así no deja lugar a dudas sobre su prestigio como administrador y organizador, ni sobre el carisma y la popularidad de los que gozaba entre los demás militantes (hubiera sido raro, por lo demás, que Strasser eligiese a un potencial adversario).
Himmler era, por tanto, la autoridad competente del partido cuando llegó a la Baja Baviera la circular de Schreck sobre las SS. Y era, además, el miembro número3 ciento sesenta y ocho18 de las SS desde el 2 de agosto (ingresó en la SA el mismo día). Como colaborador estrecho de Strasser estaba, sin duda, al tanto de lo que sucedía en la sede del partido, en Múnich, lo que explica que tuviera noticia de la nueva organización antes de que se anunciara su creación a la mayoría de los militantes.
Apenas se sabe nada de las tareas que desempeñó entonces para las SS, aunque es probable que dedicara tanto o más tiempo a otros grupos. Así, por ejemplo, dirigía la sección bávara de la sociedad Artamanen, organización agraria de corte nacionalista que propugnaba el asentamiento de granjeros alemanes en el este, una especie de empresa colonizadora. Seguramente le fascinó la condición de élite del nacionalsocialismo que se les atribuía a las SS, así como el hincapié que hacían estas en las actividades de inteligencia; pero no había ninguna razón para pensar que pudieran llegar a ser algo más que una pequeña escolta al servicio de los dirigentes del NSDAP. En julio de 1926 se hizo acompañar en Weimar por los miembros de su escuadra el “Día del Partido”, cuando se confió a las SS la custodia de la bandera de la sangre. Es de suponer, sin embargo, que su trabajo como lugarteniente de Strasser tuviera prioridad sobre la labor relacionada con la nueva organización.