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Las enfermedades eran lo más común en la raza humana sumado a la lucha sin reglas ni conciencia por los recursos, no había distinción entre hombres, mujeres o niños, todo aquel que no fuera uno mismo era un enemigo, alguien que podía arrebatarte una lata, una fruta podrida o una de las últimas botellas de agua, que ya nunca volverían a rellenarse.
Al principio, y como siempre, el mal de unos es el enriquecimiento de otros, los precios se inflaron de manera desorbitada, los recursos médicos eran un lujo al que solo un pequeño porcentaje de la población mundial podía acceder, el mercado negro de alimentos era un negocio enriquecedor para las mafias, las leyes dejaron de existir, los encargados de hacer cumplir la ley y mantener el orden también tenían hambre y sed; ante esas dos necesidades no satisfechas, el honor y el respeto a los demás, quedaban a un lado muy apartado de sus valores.
La escasez de alimentos era extrema y la situación estaba fuera de control, era demasiado tarde para la raza humana; había muerto un sesenta por ciento de la misma y los que sobrevivían se encargaban de aniquilarse entre ellos.
……….
Aproximadamente corría el año 2074…
Como de costumbre, al comenzar su día, Shamsha cogía agua del pozo y regaba su huerto.
—Qué extraño…
Se introdujo un poco más dentro del agujero del pozo, observó que algo raro sucedía, el nivel del agua había descendido considerablemente, aun así, no le dio demasiada importancia, quedándose extrañada al probar el agua, esta era más densa, tenía un sabor diferente y además le pareció ver un reflejo en el fondo, cosa que achacó a que seguía dormida.
«Creo que se me está yendo la cabeza, ¡despierta!, joder, cada vez me cuesta más despejarme, será que me estoy haciendo mayor…
¿Qué extraño?, Shamsha, hace mucho tiempo que no ves al pesadito de Jamsi, puede que haya encontrado a alguien y te deje por fin en paz, pero…, ¿tampoco le interesa llevarse los logros de mis descubrimientos? ¿Lo habrán ahogado por fin en un baño de látex? Es muy extraño que no haya venido a tocar las narices…
¿Dónde estará el dichoso móvil?, hace tanto tiempo que no sé nada de él, puede que también me haya abandonado por aburrimiento, ¿desde cuándo eres tan aburrida y solitaria?
Creo que mi hígado se ha regenerado totalmente desde que acabé la universidad, ¡qué tiempos aquellos!
¿A qué día estamos? Joder, hace tanto tiempo que no echo un polvo que creo que se me ha reconstruido el himen…».
Fue al baño, se miró al espejo. No recordaba el tiempo que llevaba sin hacerlo, pero…
—Pero… ¡Joder!, ¿esto es bigote?, y… ¡¡vuelvo a ser uniceja!!, ¡madre mía no quiero mirarme otras partes!
»¡Ok Shamsha!, se acabó, vas a ducharte y quitarte todo el pelo de tu cuerpo hasta que te veas la blanquísima piel que te caracteriza… Espera un momento…, ¿por qué me tengo que quitar esto?
¡Pues no pienso quitármelo!
Vale, en definitiva, se te está yendo la pinza…
Después de un largo rato de ritual de belleza, se dio cuenta de que no era un cañonazo de tía exuberante, pero poseía una esencia que hizo que se enterneciera con su reflejo, hacía mucho tiempo que no veía a ningún ser humano.
—¡Valeee, estoy chalada, me he emocionado al ver a una persona!, a mí… —Busca el comunicador móvil impaciente, lo enciende—. ¡Mierda!
Al no acordarse de las mil contraseñas que tenía el aparato, tardó un rato en recordar que con los sistemas de reconocimiento tal vez iría más rápido.
—Dichoso aparato, siempre igual…
Ninguno de los sofisticados sistemas de reconocimiento funcionaba: el de retina, voz, facial, aliento…, tendría que volver al pasado y acordarse de las contraseñas.
Probó con todas las contraseñas que siempre utilizaba, estaba empezando a desesperarse cuando de repente, el holograma de bienvenida apareció tridimensionalmente pisando la pantalla, Shamsha se asustó.
—Buenos días, Shamsha, hacía mucho tiempo que no nos veíamos, ¿qué tal todo?, tu ritmo cardíaco está algo acelerado, por lo demás, estás un poco falta de vitamina D, veo que has recuperado el hierro que te faltaba hace un año….
Los comunicadores móviles tenían la opción «despertador con chequeo», le pareció que fue ayer cuando aquella cosa le dio los buenos días, recordándole las carencias de minerales que había en su sangre.
—Bueno, sí he recuperado el hierro —Shamsha habla para sí misma de forma irónica.
Tras el chequeo, aquel simpático holograma de un hombre de mediana edad, bien parecido y con agradable voz le saludó efusivamente, le dijo el día y la hora como si le hubiera leído el pensamiento y supiera que se encontraba totalmente desubicada.
—Pero…, ¿qué dice esto?, seguro que está roto, la humedad o algo…
Le asestó pequeños golpes, pensando que así lo arreglaría, no daba crédito, deseó que tuviera algún fallo, aunque en el fondo de su mente sabía con certeza que lo comunicadores no fallaban nunca.
Intentó acceder a sus cuentas de correo, redes sociales, etc., le resultó extraño que no hubiera ningún tipo de red, eso la tranquilizó, cabía la posibilidad de que estuviera defectuoso.
—Vamos, neuronas, volved a ser amigas, porfi… Ehhhh, ¡joder, es mi cumpleaños!
El hombre de su teléfono volvió a salir de la pantalla, esta vez con una tarta de cumpleaños y empezó a cantarle una canción de felicitación; fue entonces cuando las esperanzas de que estuviera roto se disiparon levemente.
Si era correcto, llevaba allí abajo autoencerrada casi un año, la única luz natural que había recibido era la que entraba por su preciado jardín. Se giró a observarlo orgullosa, lo miraba atónita, embelesada, poseía una belleza y un magnetismo que atrapaban, podía pasar horas y horas admirando aquel lugar, tenía algo extraño, casi mágico.
De repente, un escalofrío le recorrió la espalda al mirar al techo y recordar que existía un mundo fuera de aquellos gruesos muros, estaba ahí arriba y para su desgracia tendría que volver a él.
El miedo a salir se había convertido en su carcelero, la invadieron sudores fríos de pensar en que iba a ver gente, el espacio abierto, las relaciones sociales, Jamsi…
La tristeza devoró su sistema sin previo aviso, los enormes ojos negros dejaron de ver nítidamente, amargas lágrimas brotaban al exterior, jugaban a las carreras por sus mejillas, mientras recordaba que hacía mucho tiempo que se había enfadado estúpidamente con su madre, no sabía nada de su familia, Charles…
«Mi hermana… ¿habrá entrado en cólera al no saber nada, ni controlar mi vida?, mis amigos, ¿estarían preocupados?, ¿cómo habrían sido sus vidas sin mí?, ¿alguien se habrá dado cuenta de que he desaparecido? Tranquila, Sham, seguro que el chisme este está roto, ya sabes lo que te pasa con la tecnología…
Charles, lo echo de menos, imbécil egoísta, joder, qué bueno estaba, seguro que es un supercientífico, casado con una supercientífica, tienen una supervida…
Bah, pero seguro que ahora tiene barriga y está mayor, sí, seguro… Vale, Sham, a quién quieres engañar, seguro que está buenísimo, ha conseguido el Nobel y sigues enamoradísima de él como una imbécil, algún día te lo encontrarás y tendrás que mirar a su perfecta familia con una falsa sonrisa, total, era un tarado, qué más te da…».
—¡Vuelve a la realidad, Shamsha Menper! —Shamsha camina de un lado a otro sin rumbo—. Venga, venga, venga, tú puedes, ¿ok?, solo es gente, cabrona y sucia gente, pero seguro que hay más, mami, quiero ver a mamá…
Tenía tanto miedo que a punto estuvo de no coger el ascensor que le llevaba a la planta principal, cientos de personas la observarían, juzgarían, tocarían, echarían sus gérmenes, todas a la vez; respiró hondo para calmarse, los grupos de visitantes gritando por todo el museo, profesores con cientos de niños, pero lo peor sería algún colega que intentaría con sucias técnicas de manipulación emocional, entrometerse en su «no aburrida» vida, el ascenso a los infiernos…
Llamó al ascensor, la puerta se abrió, no se lo pensó, estaba decidida, echaba de menos a su familia, sus amigos, una cerveza bien fría y tenía que saber algo de él por mucho que le doliera…
—Joder, ¿qué coño hago?, ¡no puedo, no puedo! —Shamsha habla consigo misma en voz alta.
El mero pensamiento de estar en un espacio abierto ante cientos, tal vez, miles de personas hacía que le temblaran las piernas. Apoyada contra la pared, se agachó hasta sentarse en el suelo abrazando sus rodillas protegiendo su cabeza entre ellas, en posición fetal se encontraba protegida, pero sabía con certeza que no podía permanecer así de por vida.
Hecha un ovillo en un rincón de aquella caja de metal y grueso cristal, sudada y temblorosa, con la respiración forzada para intentar inhalar el máximo aire posible, había pasado el reconocimiento de aliento, retina e introducido los códigos, solo le quedaba apretar el dichoso botón para subir, pero sus extremidades no le hacían caso.
Le faltaba el aire, inspiraba profundamente y espiraba con lentitud, esa técnica siempre le había funcionado para mantener la calma, tenía que mantenerse firme y con fuerza antes de que llegara a la superficie y la tomaran por una trastornada, que, en cierto modo, no iba a autoengañarse, era verdad...
Alargó el brazo y pulsó el botón, lo recogió rápidamente para volver a abrazar sus piernas con fuerza, sintió cómo la máquina se ponía en marcha observando los muros de piedra a través de las paredes transparentes que formaban la estructura.
Segundos que se le hicieron escasos, sintió cómo frenaba, el estómago le dio un vuelco, quería ponerse de pie, pero sus piernas no respondían, las puertas se abrirían de un momento a otro a menos que no volviera a pulsar el botón de bajada; fue una idea fugaz que traspasó su mente a la velocidad del rayo, luchó contra ella, dejando que sucediera lo que no podía evitar más.
Apenas unos segundos la separaban de que las puertas cedieran, el ascensor vetado al público, las cerraría con avidez tras de sí y bajaría a su guarida a salvo de toda aquella gente, abandonándola a su suerte.
Lo primero que vería aparecer sería el majestuoso hall con altos techos abovedados, decorados con frescos de colores vivaces, cambiaría el maravilloso olor a moho de su querido sótano por un aire fresco y contaminado que no había echado nada de menos.
Casi podía oír el latido de su corazón, parecía que iba a abrírsele camino a través del torso para largarse a correr una maratón con un corte de mangas a modo de despedida, recriminándole el trabajo forzado al que lo estaba sometiendo, las piernas le temblaban de tal forma que podía oír el choque de sus rodillas, cada poro de su blanca piel sudaba de forma copiosa, tenía la camisa llena de cercos, el oscuro pelo que siempre llevaba recogido por primera vez en mucho tiempo jugaba despreocupado en libertad, apretaba tan fuerte el móvil que se encontraba en su mano, que no tenía claro el no partirlo en dos antes de salir de aquella caja.
—No subas en los ascensores comunes, no, no, no, solo los estúpidos actúan como si fuera natural que alguien invada tu espacio vital por no esperar un minuto más o negarse a caminar, renunciar a la soledad…, Desviar la mirada o… ¡no!, sentir el aliento, el calor que desprende el aleatorio acompañante que me toque… No, no, no, ¡las escaleras! —En un estado de nervios, Shamsha se recrimina en voz alta.
Respiraba, espiraba, tan profundo y rápido que se mareó un poco, las puertas empezaron a abrirse, abrumada por la angustia, cerró los ojos tan fuerte que le dolían…
Era la primera vez que odiaba el invento de su amigo Charles, aquel generador autónomo e independiente nunca dejaría que aquel ascensor dejase de funcionar…
—Joder, podía haberse limitado a ser guapo… En cuanto se abran las malditas puertas de la caja de las relaciones incómodas lo llamaré… ¡Sí, será lo primero que haga!
¡CLIN!
8
El timbre avisó que las puertas se abrirían en segundos y tendría que enfrentarse a su realidad, no había marcha atrás, ¿estaba preparada?, tenía miedo, sí, pero ella siempre había superado sus temores sin problema.
—¡Joder, qué susto!, tiene que sonar ese absurdo timbre, joder, venga, venga, vamos. —Suspira tres veces con fuerza.
«No, no, no, no, me arrepiento, no quiero, baja maldita sea…».
Apretó el botón con insistencia, para volver a bajar, posaba su huella con suavidad una y otra vez, «mantén la calma», parecía que el sistema no la reconocía, intentó no ser presa del pánico hasta que las puertas comenzaron a abrirse, ignorando su petición de volver a la seguridad del sótano.
Cerró los ojos con fuerza, sabía que aquellas puertas de entrada al infierno, estaban completamente abiertas, le pareció que el elevador tenía vida propia y deseaba volver a tener contacto con la gente.
Armándose de valor, empezó a separar lentamente los párpados, ese pequeño gesto le estaba costando más de lo que nunca habría imaginado, gateando, se aproximó con cautela hasta el comienzo de la abertura, no sabía qué hora era, aun así, aquella calma le resultó extraña, dedujo que debía ser muy pronto ya que no oía ningún ruido, eso le reconfortó, puede que no fuera tan traumático después de todo.
Apoyó las manos en el suelo e inclinó la mitad del cuerpo hacia el hueco, con la cabeza asomada al completo, abrió los ojos totalmente, subió la mirada poco a poco, pero antes de tenerla totalmente horizontal, el corazón se le paró momentáneamente, creyó estar soñando, aquello era desolador, no lo creía posible, se convenció a sí misma de que la explicación a la pesadilla que estaba viendo no era otra de que se había quedado dormida en su laboratorio, una pesadilla muy real, su mente había creado todo lo que veía, podía olerlo, sentirlo, y como no podía ser de otro modo para Shamsha, la curiosidad embriagaba cada poro de su piel.
Se tranquilizó, no podía pasarle nada, era un sueño, en los sueños nada sucede de verdad; al saber que soñaba se sintió más segura, convencida, decidió salir de una vez de aquella caja para explorar lo que se dibujaba ante sus ojos.
«Tranquila Shamsha, estás soñando, esto no es real, una pesadilla de la que vas a despertar, solo tienes que desearlo con más fuerza como las otras veces».
Aún concienciada de que era seguro, estaba intranquila, era un sueño horrible y demasiado real, cargado de un hedor nauseabundo capaz de tocar su estómago y darle la vuelta, pensó que algo que había comido le estaba pasando factura y por eso estaba viviendo aquello, pisar el ennegrecido suelo era complicado, resbalaba y desprendía un fuerte olor metálico parecido a la sangre.
Algo captó su atención, se acercó, era asqueroso, lo tocó para sentir su tacto, «¡joder!», era una extremidad arrancada; asustada, miró alrededor, pero no vio el cuerpo al que debía estar unida, una y otra vez se repetía que era un sueño, semejante a una casa del terror muy real.
Por más esfuerzos que hacía no despertaba.
—Relájate, Sham, es un sueño, no puede pasar nada, inspira, espira, ufff.
Decidió explorar sin miedo, sin prisa, con tranquilidad, no conocía ningún caso de que alguien hubiera muerto en una pesadilla.
Recorría el hall horrorizada mientras rememoraba la intensa vida que siempre había caracterizado a aquel edificio, cuadros donados de todas las épocas adornaban las paredes que ahora estaban desnudas, sucias y con manchas de color rojo negruzco.
De todo, lo que más le extrañaba de aquel mal sueño, era la intensa y constante reproducción de un olor que nunca había conocido, no entendía qué pasaba, por qué su mente le estaba jugando esta mala pasada, quiso volver a su laboratorio, pero una vez más, la curiosidad pudo más que el miedo.
—Si esto fuera real… ¡joder, qué asco! —pisa algo resbaladizo y viscoso—, esta pesadilla es muy bestia, Sham, tienes que dejar de leer esos libros…
Caminaba con cuidado para no pisar nada que le pudiera manchar de aquel algo indeseado, zigzagueaba entre los escombros de lo que un día fue un precioso suelo de marmolita, zapatos desparejados esparcidos por todas partes, restos de lo que parecía haber sido una gran hoguera, armas sin munición tiradas en el suelo, antiguos casquillos de bala por todos lados, de repente algo captó su atención.
—¿Qué coño…?, ¡un hacha!, eso es… ¡sangre! y eso gris... ¡coño, eso es… es el coco de alguien!, por favor, cerebro, prometo salir más a la calle, pero sácame de aquí ya.
Cerró los ojos con fuerza, «vamos, despierta, despierta, ¡joder, no funciona!», quería llorar, pero el miedo, ahora dueño de cada célula que formaba su cuerpo se lo impedía, empezó a caminar más rápido por la enorme sala, quería atravesarla de una vez, pero tenía que esquivar demasiados obstáculos, se le estaba haciendo eterno, llegó a la sala de recepción de visitantes, estaba igual que el hall, había sido expoliada y destrozada, necesitaba vomitar, así que corrió a los mismos baños donde la primera vez que fue a pedir trabajo tuvo que casi volar para hacer exactamente lo mismo.
No había puerta, había sido destrozada, literalmente estaba partida en dos, no reparó en aquello después de lo que ya había visto, con la mano apretándose los labios entró desbocada, sin esperar que allí se encontraría lo peor, cuerpos putrefactos que por el nivel de descomposición deberían llevar meses, vomitó sobre ellos, sin poder avanzar más por el pasillo del baño, no se atrevió a meterse en alguna de las cabinas individuales de los inodoros por si acaso había más sorpresas, estaba tan asustada que gritó hasta quedarse sin voz, no había nadie que la escuchara y socorriera, sus testigos, cadáveres descompuestos de los que alguna vez fueron sus compañeros de trabajo.
Habían sido masacrados de una forma tan extrema que no podía creerse que su mente reprodujera un asesinato en masa de manera tan perfecta.
—Juro que no vuelvo a leer libros de asesinatos, ni de zombis, ni de nada que contenga sangre, esto es demasiado…
Salió fuera, volviendo sobre sus pasos, analizó la escena, cada rincón tenía restos de muerte, ahora veía con claridad que los restos de esa enorme hoguera en el hall eran humanos, cientos de huesos humanos, a muchos se les observaba a simple vista cómo habían sido golpeados de manera violenta, partidos o dañados gravemente, sintió cómo sus piernas la avisaban de que dejarían de un momento a otro de sostenerla, el nudo en el estómago le apretaba con fuerza, notó el impacto contra el frío suelo, lo último que sus ojos vieron fueron aquellos restos de la macabra hoguera.
Dolorida, refunfuñaba, se quejaba, casi no tenía ni fuerzas para ello, le quemaba la cadera, supuso que debió golpeársela en la caída, no entendía nada, los sueños no duelen, estaba muy asustada.
Aquel horrible olor, ocupaba permanentemente el interior de su nariz, el sabor del vómito negándose a desalojar su boca, por un segundo pensó que aquello había terminado, todo se tiñó de oscuro, logró tranquilizarse, estaba en su cueva...
—¡Shamsha, Shamsha despierta!
¡PLAS PLAS!
Recibía golpes en sus mejillas, le picaban, algo húmedo impactaba con suavidad sobre su cara, intentaba abrir los ojos, le era difícil, había mucha luz, gruñía, su vista sufría.
—Ahhh, gracias, qué pesadilla más realista he tenido —balbucea de manera casi ininteligible.
Mentalmente daba gracias una y otra vez a que todo fuera eso, un horrible sueño, ya había pasado, sintió calor, olía extraño, pero no estaba del todo mal, le resultaba familiar, se sentía bien, gimoteaba y balbuceaba; aún se encontraba demasiado mareada para despertar del todo.
De repente, su mente soltó un fogonazo gritándole a quien pertenecía aquella voz y olor tan familiares, abrió los ojos con rapidez. Se asustó al sentir que alguien la sostenía, no veía bien por la intensa luz, estaba acurrucada, la adrenalina se le disparó, sentía cómo su corazón bombeaba con intensidad, entonces lo vio, «no sé cómo lo hace este hombre para salvarme siempre de la adversidad, parece de aquellos jodidos cuentos antiguos en los que el príncipe siempre rescata a la tía, bueno, al menos el sueño va mejorando, Sham, nunca has sido princesa y tu cuento de normal es un culebrón», pensó.
Lo miró con una sonrisa de boba dibujada en su boca, recordaba cuando conoció a Charles en su pueblo natal, Vinliz, un pueblito pequeño, aislado del mundo, que ella no cambiaría por nada, dentro de lo que fue la tierra donde el Quijote y su fiel escudero vivieron tantas batallas…
«¡Qué tiempos aquellos!, qué hermoso era el mundo, qué vida, joder, qué bueno está este hombre…», piensa mientras lo mira a los ojos.
Corría el año 2055, eran libres, sus mentes infantiles creaban historias de lugares lejanos, personas que había que rescatar en angostos parajes, amigos imaginarios que les ayudaban, exploraban todos rincones de casas abandonadas y el inmenso campo, las enormes murallas del antiquísimo castillo que coronaba el pueblo servían como escenario de sus juegos, los grandes molinos de viento atestiguaban su espíritu aventurero…
En esa época, la vida separados era inconcebible, jugaban y jugaban hasta que venían a buscarlos, ella nunca se cansaba de estar con él, su creatividad para crear escenarios imaginarios era ilimitada, cuando estaban juntos, su mundo era perfecto.
Conforme crecían intentaban abrirse a otras personas y poner distancia entre ambos, pero siempre volvían, se necesitaban intensamente el uno al otro.
Charles había estado enamorado de ella desde siempre, nunca le importó, era una sensación increíble, una conexión mágica, estar junto a aquella persona era lo único que quería en su vida y ella solo quería estar con él, jugaban a todas horas sin importarles nada ni nadie, todo era perfecto.
Hasta que las hormonas aparecieron…
A los doce años, Shamsha sentía cómo su cuerpo cambiaba, demandaba cosas que no entendía, paulatinamente perdió el interés por explorar y jugar en lugares inventados, empezó a ver a su amigo del alma como a un niño, aunque tuvieran la misma edad, poco a poco se alejaba más y más.
Comenzó a salir con otra gente, chicas y chicos más mayores y de otras zonas, reparaba en él de vez en cuando para contarle los sentimientos que le despertaban los chicos de su nueva pandilla, quién se liaba con quién, lo guapo o feo que era, si le había dicho, etc. Inconsciente de que cada vez que le hablaba de los demás una espada atravesaba el corazón de aquel que siempre anhelaba estar a su lado.
Él no la entendía muy bien, no sentía nada más hacia nadie y no quería estar con nadie más que con ella, se sumía en una profunda tristeza cuando no daba señales de vida, sabía que debía dejarla ir aunque eso le doliera, el tiempo pasó, por fin él también creció, ya no sufría sino que creó un muro de hielo que enterró cualquier sentimiento que fuera más allá de la amistad con ella, siguió su camino, tal como Shamsha un día le indicó que debía hacer.
Shamsha empezó a saber lo que es el amor muy temprano, los juegos inocentes ya no le interesaban, de las pocas veces que volvían a verse, una fue la que marcó a su corazón, algo le punzó, ya no veía a Charles como ese hermano con el que siempre jugaba, que en clase le hacía reír y con el que siempre intentaba quedarse a solas para jugar en sus mundos, pocas veces habían tenido compañía.
Ahora ella volvía a buscar el estar juntos sin ninguna posibilidad de interrupción, pero no para explorar lugares precisamente...
Estuvo esperando su beso de verdad, años y años, salía con chicos, pero él siempre aparecía en su mente en los momentos más inapropiados. Salían, ella se «emborrachaba» (normalmente fingía o exageraba un poquito), lo buscaba con la excusa de que la sujetara entre sus brazos y luchaba contra todos los amigos de Charles para que la acompañara a casa.
Una vez en las Fiestas de las Comarcas Reunidas, exagerando un poquito más que siempre su estado de embriaguez, lo llamó, le necesitaba, solo se fiaba de él para acompañarla, la estrategia era perfecta, su cuerpo ardía de deseo, no dejaba de pensar en el hombre en que se había convertido, en los marcados rasgos de su cara ya adulta.