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Leer detrás de las líneas, finalmente, consiste en comprender la intención comunicativa, la ideología, el contexto y el punto de vista del autor, y evaluar sus argumentos con las necesidades y la apreciación crítica del propio lector.
Aunque es posible elucidar algunos de estos aspectos en la identificación del marco contextual del fragmento (el título del libro, la condición profesional de psicoanalista del autor, su rol dentro del debate cultural peruano, etc.), esta lectura puede hacerse también a partir de la exploración analítica de lo sugerido, lo no dicho o sutilmente disfrazado o escondido en el propio texto. Observemos, por ejemplo, la forma en que el autor introduce al relato el tema intertextual de la novela de Daniel Defoe: «Algo me dice que los bromistas no están aludiendo al personaje primitivo [Viernes] cuya huella encuentro en Robinson Crusoe en la isla donde ha naufragado. Y, sin embargo —quizá sin saberlo—, lo están haciendo».
Remarquemos que Bruce afirma que es posible (y reconoce incluso como lo más probable) que los jóvenes no fueran conscientes de la relación que existe entre su insulto al mozo y el personaje literario de Defoe, es decir, que al apodarlo Viernes lo hicieran con la misma llaneza de haberlo llamado con el nombre de otro día de la semana, «Lunes» o «Sábado». De ser esto así, ¿por qué el autor introduce y remarca el tema?, ¿lo hace para dar algún giro al desarrollo interpretativo de la anécdota narrada?, ¿busca direccionarla?
Cabe preguntarse, entonces, si, al hacer expreso el vínculo del insulto con el personaje literario, el autor no explicita más bien su propia intención comunicativa. Dicho de otro modo: resulta válido suponer que, al relacionar —él sí conscientemente— el abuso de poder que ejercen los muchachos ebrios (a partir de su condición socioeconómica) con un sustrato causal racial y cultural, Bruce subjetiviza la anécdota para insertarla en el tema que desarrollará de manera extensiva en su libro; integra, entonces, esta experiencia a sus propios saberes. Nótese que, detrás de las líneas, puede evidenciarse la ideología y el punto de vista del autor: la sociedad peruana tiene un componente de discriminación racial y cultural que abarca todas sus esferas.
El aspecto de la evaluación es diverso y corresponde ya a cada lector, pero se debe señalar que, más allá de estar de acuerdo o en desacuerdo con lo planteado por el discurso propuesto, es preciso preguntarse sobre sus motivaciones, no quedarse en la reconstrucción del significado literal sino buscar la intencionalidad del autor en el marco de un contexto de producción determinado. Solo así realizaremos una lectura crítica capaz de hacernos repensar lo leído y tomar un punto de vista personal para nuestra propia producción discursiva.
2.2 Análisis de una fuente gráfica
Observemos la siguiente imagen20:
Gráfico I-2-3. Anuncio publicitario

Aunque se trata de un afiche antiguo que promueve la venta de un producto comercial (veneno para ratas y otras alimañas) en el cual no es posible identificar a un autor personal con nombre propio, podemos inferir que detrás del mismo está la compañía que lo produce y vende. En este caso, Rough on Rats es una marca de raticida que perteneció a la compañía de Efraín S. Wells, fabricante de medicamentos en Nueva Jersey, quien inventó el producto en 1872.
Si indagamos más (es preciso hacerlo), veremos que fue un producto muy popular en su momento, cuya venta se internacionalizó e incluso llegó a nuestro país, tal como consta en el siguiente anuncio publicado en la prensa peruana en 1889:
Gráfico I-2-4. Anuncio publicitario 21

La identificación del género publicitario al que pertenece el afiche nos explicitará que su primer propósito comunicativo es claro: convencer al lector de algo, en este caso, de las bondades del producto para promover su consumo. Si contextualizamos el anuncio en la época de su producción (siglo XIX), veremos que condice con la estética simple y directa de la publicidad gráfica de la época. El nombre del producto «Rough on Rats», resaltado en el marco superior del cuadro y en combada perspectiva, calza simétricamente con el precio (15 centavos por caja) inscrito en la parte inferior. En las bandas ondeadas central y laterales, se señalan los usos del veneno: libra al usuario de ratas, ratones, moscas, pulgas, etc. Dos imágenes internas, al estilo de la época, se articulan directa y explícitamente con el texto. En la parte superior, debajo del nombre del producto, aparece el dibujo de una rata muerta, boca arriba, y en el centro figura un personaje vestido a la típica usanza oriental que parece dispuesto a tragarse literalmente a otro roedor igual al anterior. Y una breve inscripción con letras pequeñas: «They must go» («Ellos deben irse»), que se puede interpretar como un discurso que refuerza la necesidad de eliminar estos bichos.
Podemos preguntarnos, siguiendo a Cassany (2006), cuál es la intención de quien observa esta imagen22. Si al lector le interesara únicamente informarse sobre las bondades del veneno anunciado, la lectura de las líneas y su carga publicitaria informativa le serían suficientes. Conocer la utilidad del producto y su precio satisfaría la necesidad de su lectura.
Esta posición, ciertamente, es válida, como será válido también el que un lector más aguzado la desestime por superficial y simplista. Si, en cambio, como es nuestro caso, entendemos que todo discurso comporta una ideología y pretendemos llegar a un nivel comprensivo mayor del texto, tendremos que descubrir las conexiones que suscita: dónde se sitúa el texto, a quiénes se refiere, qué menciona. Debemos, en suma, descubrir lo oculto, lo que existe detrás de las líneas.
Una observación más detenida del afiche puede devolvernos dos singularidades: la imagen del hombre vestido de oriental dispuesto a tragarse una rata y la frase en letras pequeñas: «They must go». ¿Cuál es la pertinencia de estos componentes en el anuncio? ¿En qué medida ayuda la presencia de un hombre vestido de oriental (chino) a fortalecer la venta del producto? ¿Por qué, precisamente, un chino? ¿Esta elección juega con alguna imagen del constructo social de la época? ¿Por qué las letras aparecen entrecomilladas y en un tamaño pequeño? Para absolver estas interrogantes hace falta rastrear la subjetividad del autor, detectar el posicionamiento desde el cual emite su discurso, el contexto sociocultural en el cual este surge.
El conocimiento del contexto estadounidense de finales del siglo XIX respecto de la comunidad china nos podrá ayudar a comprender mejor el significado oculto: repasemos la situación de la primera oleada de inmigrantes chinos que llegó a EE. UU. como consecuencia de la Fiebre del Oro en California hacia 1850. Durante un tiempo, por la mano de obra barata que los chinos ofrecían, fueron admitidos con cierta tolerancia, pero luego de la Guerra Civil de 1861 y la recesión consiguiente, se creó un conflicto con los trabajadores nativos y el rechazo comenzó a ser más evidente. Rápidamente, la desacreditación de la comunidad china fue creciendo hasta alcanzar ribetes racistas de violencia y hostigamiento que tuvieron su concreción oficial en 1882 con la Ley de Exclusión China (que fue la primera de varias leyes antichinas), en la que se caracterizaba a esta cultura oriental como «inasimilable», por lo que debía ser expatriada.
Por tanto, cuando aparece este afiche, la posición de la comunidad china en EE. UU. era de marginación y discriminación absolutas. Debido a su idioma, de sonidos muy diferentes al inglés, a su vestimenta y a sus costumbres ajenas al mundo occidental, se la relacionaba con el vicio, la suciedad, la enfermedad, la ignorancia, todos rasgos negativos. Dentro del imaginario popular, existía, incluso, una leyenda urbana que hacía referencia a una costumbre china de alimentarse con ratas, lo cual, desde la perspectiva occidental, era considerado un acto repulsivo.
Y eso es, precisamente, a lo que hace referencia la imagen. Para vender un producto contra roedores, el afiche explota la popular leyenda urbana de la época, según la cual las costumbres chinas son repugnantes. Esta situación es racista y discriminadora. En el afiche, notemos que, incluso, enfrentados, cara a cara, rata y hombre, la imagen sugiere, a través de la forma en que fueron dibujadas, que la cola de la rata equivale a la tradicional cola de caballo en forma de trenza que en esa época solían llevar la mayoría de hombres chinos. Una inverosímil conclusión se puede extraer de la forma en que están dibujadas las imágenes: el hombre que se alimenta con ratas se consustancia con ellas y se transforma en otra rata. De este modo, la frase del anuncio, «They must go» («Ellos deben irse»), se resemantiza, refiriéndose tanto a los roedores como a los chinos. Se explica así el entrecomillado y el tamaño de las letras, ya que es un mensaje dirigido especialmente a la comunidad estadounidense que repudiaba la permanencia china en su país. Se podría afirmar, entonces, que no se trata únicamente de convencer al lector de comprar un producto sino de promover una campaña que afianza el racismo imperante en la época. Esta última interpretación se sustenta en el contexto social analizado y en el hecho de que, para vender un plaguicida, se utilice innecesariamente la imagen de una persona de apariencia china.
2.3 Análisis de una fuente literaria
Propongamos ahora la lectura crítica de un texto literario narrativo. Imaginemos que se nos hubiera pedido redactar un texto académico en el que se trate el tema de la representación del racismo en un cuento peruano. Para ello, propongamos la lectura de «Atiguibas», un cuento de Julio Ramón Ribeyro23.
La anécdota principal del cuento, señalada desde el título, se centra en la intriga que encierra el significado de una palabra inventada: «atiguibas». El narrador, un hombre anónimo que refiere la historia en primera persona, recuerda que, desde que la escuchó por primera vez en las lejanas tardes de fútbol de su niñez, la expresión le resultó enigmática y misteriosa. La razón es que nunca pudo conocer su significado preciso, ya que el elusivo sujeto negro que la profería desde las tribunas del antiguo Estadio Nacional lo hacía indistintamente ante la victoria, derrota o empate del equipo local. Podía ser, por tanto, una arenga, un insulto, una queja o algo indefinido. Solo muchos años después, ya mayor, el narrador logra encontrarse cara a cara con el sujeto, convertido en un pordiosero con el que se topa casualmente. Todavía intrigado por la palabra, le pregunta por su significado. Ante su requerimiento, el sujeto exige a cambio una recompensa de 20 dólares. Aunque cede, finalmente, el narrador se queda sin saber nada de la misteriosa palabra, pues el sujeto huye y le roba no solo 20 sino 100 dólares.
Si bien una lectura de la anécdota básica del cuento se puede resumir tal como lo hemos hecho, debemos añadir que, en realidad, todo texto literario es por naturaleza polisémico; es decir, contiene varios significados posibles y válidos. Así, su interpretación dependerá en buena medida de lo que el lector busque en su lectura. Si lo que nos acerca al cuento es un afán de mero entretenimiento, nos quedaremos en la estructura narrativa de la anécdota referida; si, por otro lado, nos interesa el tema del fútbol, encontraremos una rica descripción de jugadas y clubes de la época; o, si buscamos algo de arqueología costumbrista, nos atraerá la estupenda descripción de la cultura popular en las tribunas del Estadio Nacional en la década de 1950. Pero si, como dijimos, nuestro objetivo de lectura tiene un norte definido, a saber, encontrar rasgos de racismo en el cuento, deberemos enfocar nuestro análisis en perseguir ese objetivo. ¿Será posible hacerlo? ¿Resultará válido proponer una lectura racista en «Atiguibas» de Ribeyro?
Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994) fue un escritor peruano perteneciente a la Generación del 50. Sus relatos forman parte del denominado realismo urbano, que se caracterizó por registrar literariamente temas relacionados con el desarrollo de la ciudad (Lima en particular) desde una perspectiva crítica. «Atiguibas», aunque publicado en sus Obras completas de 1994, relata una historia ambientada en su inicio entre la década de 1940, antes de la remodelación del antiguo Estadio Nacional en 1950.
Estos datos contextuales aparentemente insustanciales sobre las características biográficas y literarias de Ribeyro y de su obra resultan importantes para adjudicar o no algún grado de validez o pertinencia a la posibilidad de encontrar en «Atiguibas» una representación efectiva de un problema característico de la sociedad peruana. Así, si consideramos que el realismo urbano busca representar más o menos tal cual la realidad contemporánea del escritor, y que Ribeyro es también conocido por ser el autor de conocidos cuentos clásicos de la literatura peruana que tratan el tema del racismo, tales como «Alienación», «De color modesto», etc., es factible que podamos también encontrar estas características en un cuento menos conocido como «Atiguibas» a través de una lectura entre líneas.
Un primer rastreo de la recuperación de lo implícito en el cuento nos llevará a detectar la inserción de un dato que, siendo aparentemente colateral a la historia, sirve como una suerte de guía para su lectura: la mención de las Olimpiadas de Berlín en 1936. Al respecto, el narrador remarca, sin aparente necesidad, una observación racial: que la selección peruana de fútbol fue eliminada de esta competencia porque a Hitler «no le gustó la cosa: que negros y zambos de un país como el Perú derrotaran a rubios teutones» (Ribeyro 1994: 170).
Otro dato implícito por recuperar es la carga negativa permanente que el narrador ofrece en sus descripciones. Veamos que, por un lado, describe la rutina de los asistentes a la tribuna popular del Estadio Nacional como un espectáculo en sí mismo algo estoico y grotesco (los asistentes esperaban horas en el sol del verano, y comían en bolsas o paquetes, entre ambulantes y mercachifles; no había baños ni retretes, de modo que algunos espectadores meaban encima de otros espectadores, etc.), y que, por otro lado, y de una manera más directa y concreta, describe al personaje de raza negra que identifica como el autor de la frase con expresiones más que despectivas. Dice de él:
a. todavía antes de verlo, que su voz «era potente, ronca, una voz borrachosa o negroide»;
b. y ya al identificarlo, de lejos, afirma que se trataba de «un mulato bajo, regordete, de abundante pelo zambo, que hacía bocina con sus manos»;
c. y, de cerca, destaca «su encrespada melena, su tosca nariz un poco torcida y su cutis más morado que negro, marcado por cráteres y protuberancias, como un racimo de uvas borgoña muy manoseado»;
d. e, incluso, ya viejo, convertido en falso mendigo, lo identifica por «esa nariz asimétrica, esa pelambre ensortijada ahora grisácea y sobre todo ese cutis morado, violáceo, como de carne un poco pútrida».
A partir de esta lectura descriptiva, podemos inferir que, aunque el narrador no realiza ningún acto concreto de discriminación racista, es posible rastrear en su discurso, por lo menos, que sí tiene un prejuicio estético claramente marcado. La sola descripción del personaje autor de la frase, caracterizada por la presencia de epítetos de fuerte carga negativa, es burlona y despreciativa. La comparación del color de la piel del supuesto mendigo con el de la «carne un poco pútrida» resulta apabullante.
Este prejuicio estético, que relaciona al negro con características visiblemente negativas, se reafirma y potencia cuando, muchos años después, el narrador vuelve a encontrarlo convertido en un mendigo en el Jirón de la Unión del centro de Lima. Aquí, la apariencia física se convertirá en la cáscara, la imagen externa de una conducta interior también negativa. El negro no solo lleva en sí marcas estéticas negativas sino también morales: es vago, estafador y ladrón. El narrador, obviamente, es un sujeto inconscientemente racista.
Cabe recordar que en un texto de ficción literaria existen, diferenciadas, dos instancias: el autor y el narrador. El autor es el escritor, la persona real que escribe el cuento (en este caso, J. R. Ribeyro), y el narrador es el personaje inventado por el autor que realiza la narración de la historia. Aunque esta dicotomía parece complicada, no lo será tanto si pensamos en un escritor varón que narre, en primera persona, la historia de una niña de diez años, o de un pirata del siglo XVI, o de un hombre nacido en Venus. ¿Será el escritor real una niña o un pirata o un venusino? Obviamente que no. Tan solo son dos instancias distintas.
Hacer esta diferenciación resulta vital para entender que en un texto de ficción literaria no es posible adjudicar directamente al autor la ideología de un personaje. Aunque, como vimos, el narrador de «Atiguibas» presenta en su discurso claras muestras de racismo, no podemos afirmar que Ribeyro, el escritor, sea racista. Más bien sí todo lo contrario. El hecho de que Ribeyro opte por representar a un personaje racista a partir de una anécdota que bien podía haber sido escrita eludiendo el tema, resalta la ideología estética del autor: mostrar, a través de la subjetividad de sus personajes, las contradicciones sociales de su época.
3. A modo de conclusión: literacidad y lectura en la universidad
Al comenzar los estudios universitarios, el estudiante, sin ayuda alguna, deberá ser capaz de organizar la información que recibirá: resumir, parafrasear e integrar el contenido de múltiples libros y separatas. Los niveles de dificultad de sus lecturas irán aumentando de acuerdo con el grado de especialización que desee alcanzar o con la profesión estudiada.
Los textos académicos que deberá leer son, por lo general, derivados de textos científicos, que no están dirigidos a recién egresados de la escuela secundaria sino a profesionales que poseen conocimientos previos sobre los temas tratados y práctica en la lectura de material académico-científico. Los docentes, al asignar lecturas, muchas veces dan por supuestos saberes que sus estudiantes no poseen: hacen referencia a autores que los jóvenes no conocen, no explican un marco conceptual básico, y proponen actividades, ejercicios y trabajos que exigen saber analizar el texto más allá de las líneas. Esto, sumado a las deficiencias de la formación escolar, hace que la adaptación lectora del estudiante al nuevo nivel de estudios sea muy difícil y, en casos extremos, lleve a la deserción universitaria.
En teoría, la escuela debería preparar a los estudiantes para leer y producir textos de diversa índole, así como para procesar adecuadamente información; sin embargo, ellos egresan de la educación básica sin haber desarrollado las competencias lectoras necesarias para desenvolverse en la sociedad. De acuerdo con las últimas pruebas PISA24 aplicadas en el Perú, en diciembre de 2010, los jóvenes peruanos se ubicaron, en el área de comprensión de lectura, en el puesto 62 de 65 países. Lamentablemente, no ha habido un cambio sustancial de la realidad desde 2001, año en que nuestro país obtuvo el último lugar de 43 países. Estos resultados nos permiten entender el alto índice de problemas de lectura que padecen muchos ingresantes a instituciones de educación superior, quienes apenas alcanzan a leer las líneas, pero no logran niveles mayores de comprensión y síntesis de la información necesarios para desarrollarse profesionalmente.
Según Louvet y Prêteur (2003), el lector o letrado dispone de estrategias de lectura flexibles y eficaces, elabora proyectos de lectura personalizados, se involucra en prácticas de lectura diversificadas, atribuye a lo escrito funciones específicas diferentes de las funciones de lo oral y desarrolla frente a los textos una actitud crítica. Un lector puede reflexionar sobre la práctica de lectura y también acerca de sus propias estrategias para lograr la comprensión. Sabe en qué contextos aplicarlas y cómo efectuarlas para obtener resultados visibles en su desempeño académico, laboral, cultural, etc. El individuo que no puede pensar ni reconocer las propias prácticas lectoras es considerado en el mundo actual un «analfabeto funcional»25, puesto que no puede distinguir claramente lo escrito de lo oral ni las estrategias que le permiten organizar lo que se lee y escribe. Esta condición no le permitirá a la persona afrontar las exigencias mínimas de la cultura letrada de su entorno.
Podría resultar paradójica la afirmación de que existe analfabetismo funcional entre alumnos que cursan estudios superiores, a pesar de los 11 años de escolaridad obligatoria. Sin embargo, sabemos que, en la actualidad, los estudiantes egresados de la secundaria no son capaces de resolver problemas de la vida práctica mediante el procesamiento de la información y la comprensión lectora, lo cual obstaculiza el logro del aprendizaje autónomo que requiere el futuro desarrollo de una profesión.
Los lectores de todos los sectores socioeconómicos tienen dificultades graves para leer y procesar textos literarios, humanísticos y científicos, los cuales les exigen acceder a ciertos niveles de apreciación y evaluación; es decir, en palabras de Cassany, no son capaces de leer entre ni detrás de las líneas26. A pesar de ello, el estudiante de educación superior nunca está considerado en el grupo que presenta problemas de lectura, puesto que es un «futuro profesional» y su condición de «estudiante» lo excluiría de la marginalidad antes mencionada. Existe, según los autores mencionados, una resistencia a vincular el problema del analfabetismo funcional con la educación superior. Esta negación de la situación real se debe a la imagen que la sociedad tiene de quien alcanza este nivel de formación. Aunque esta se haya masificado por completo y su público sea muy heterogéneo, hay una imagen idealizada del universitario. A este se le considera parte de una élite intelectual y «letrado» por definición, porque su trabajo implica necesariamente la manipulación de lo escrito.
Desafortunadamente, la situación real dista mucho de lo imaginado y la motivación del estudiante para leer y escribir es siempre extrínseca: la lectura es considerada una «carga» impuesta por el exterior y los estudiantes no tienen conciencia de las exigencias que implica una formación profesional ni tampoco de sus propias dificultades. Los estudios universitarios son asumidos por muchos jóvenes como un imperativo social que cumplir y no como una forma de acceder a la cultura letrada, a la escritura y a la investigación.
Al ser la actividad investigadora el primer objetivo de la educación universitaria, las instituciones deberían priorizar la necesidad de potenciar las capacidades lectoras y de atender el problema del déficit de alfabetización lectora en sus estudiantes. Asimismo, los docentes de los primeros años de formación universitaria podrían recibir más información sobre el analfabetismo funcional y los problemas de comprensión lectora en universitarios, a fin de reconocer las carencias de sus estudiantes y así tener la posibilidad de orientarlos. No obstante, todo lo anterior no exime al universitario de la responsabilidad por su propia formación como lector, y de comprender la necesidad de leer entre y detrás de las líneas, lo cual le permitirá escribir académicamente y comunicar los hallazgos de sus investigaciones a la comunidad científica a la que aspira pertenecer al estudiar una carrera universitaria.
Bibliografía
ALIAGAS, Cristina y otros (2009) Aunque lea poco, yo sé que soy listo. Estudio de un caso sobre un adolescente que no lee literatura, pp. 97-112. En: Revista Ocnos, nro. 5.
ARÉVALO, Lis María (2012) Proyecto institucional de lectura para una IST. Una propuesta articuladora con la EBR. Proyecto de innovación educativa para obtener el título profesional de licenciada en Educación para el Desarrollo. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.






