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A través de estas técnicas, se facilita la diferenciación del hijo de sus padres. En la técnica original, la técnica de la «mochila» de Alfredo Canevaro, los padres regalan a su hijo sus aprendizajes, valores o cualidades para que este pueda emprender un «largo viaje». Así, como el propio autor afirma:
«El hijo recibe la aprobación de los padres tan necesaria y estos, por su parte, permiten el crecimiento del hijo. También les ayuda a replantear su vida menos en función del hijo y afrontar la fase del nido vacío, momento muy difícil de la pareja, ya que, en nuestra cultura mediterránea, la pareja vive casi exclusivamente de la paternidad y mucho menos en función de una intimidad que debe ser construida y enseñada. De la aceptación de esta despedida recíproca puede depender la evolución futura de su relación y del proyecto existencial del hijo/a»16 (Canevaro, 2014).
3.2 Formación de la pareja
Como señalan Carter y McGoldrick, durante esta fase se produce «la unión de dos personas que provienen de sistemas familiares diferentes, lo que supondrá aunar y negociar creencias, expectativas, valores y conductas, conformando una nueva organización distinta a las de los sistemas anteriores»17 (Carter y McGoldrick, 1989).
El reto principal, en esta fase, es establecer el nuevo sistema. Para ello, la pareja deberá buscar una nueva manera de funcionar, más allá de su propia individualidad, y construir un equilibrio en el que ambos miembros se sientan cómodos. Esto pasa por negociar valores, expectativas, roles, y también por aceptar las diferencias del otro. Además, se establecerán fronteras con el mundo exterior y, una vez más, se buscará un equilibrio entre la intimidad de la pareja y el contacto con este18. (Carter y McGoldrick, 1989).

Por ejemplo, se negociará la frecuencia con la que se va a casa de los suegros. Si un miembro proviene de una familia aglutinada y el otro de una familia menos fusionada, probablemente exista un desencuentro en la frecuencia con la que cada uno desee visitar a su respectiva familia de origen que habrá que negociar y definir.
Por otro lado, «se puede experimentar la pertenencia a la nueva unidad de pareja como una pérdida de la individualidad»19 (Fishman y Minuchin, 1984). Y es que existen tensiones entre las necesidades individuales y las de la pareja que habrá que modificar, pues ya no sirven las reglas individuales de cada uno de los miembros. Para ello, es importante trabajar con la pareja la resignificación de la experiencia como algo enriquecedor y no limitante, y ayudarles a buscar un equilibrio entre sus necesidades de individualidad y de dependencia.

Resignificar o redefinir implica aportar nuevos significados, enfocar el problema desde un prisma diferente que no se había contemplado hasta el momento.

Una pareja acudió a consulta para intentar solucionar algunos temas que les generaban conflicto. Cuando exploramos cuáles eran estos temas, descubrimos que Beatriz deseaba tener más espacios individuales que Roberto.

Para trabajarlo, colocamos un papel continuo en el suelo y pedí a la pareja que dibujara dos círculos, de manera que una parte de cada círculo quedase superpuesta. Así, se representaba el espacio individual de cada uno y el espacio de pareja. A continuación, les pedí que escribieran qué áreas de su vida les gustaría mantener en el espacio individual, y cuáles, en el de pareja.
La representación que realizaron quedó de la siguiente manera:

Figura 1. Representación del espacio individual y de pareja deseado para cada miembro de la pareja.
Tras visualizar el esquema se reflejó de forma contundente que las necesidades de dependencia de Roberto eran mucho mayores que las de Beatriz, lo cual condujo a trabajar en psicoterapia una renegociación sobre el espacio de pareja y el individual. La pareja pudo realizar dicha renegociación y el esquema final, consensuado y al que cada miembro aseguró comprometerse, quedó de la siguiente manera:

Figura 2. Representación del espacio individual y de pareja negociado y consensuado por la pareja.
3.3 Nacimiento de los hijos y primera infancia
Al nacer el primer hijo, se construye el sistema familiar, compuesto por nuevos subsistemas (progenitores, pareja e hijos). Cambian las relaciones entre los miembros y se necesita una reorganización del sistema para dar respuesta al cuidado del nuevo miembro.
Algunas de las tareas que se deben resolver en esta etapa son el reparto de las funciones de cuidado del hijo o hija y de las nuevas tareas domésticas, el equilibrio entre el mantenimiento de la función parental y la función de pareja, la adaptación al trato de cada hijo en función de su edad y necesidades, y un adecuado equilibrio entre las necesidades de dependencia y autonomía de los hijos.
En la clínica es común ver a progenitores que atienden casi en exclusiva la función parental, olvidándose de la función de pareja. Esto puede generar fricciones en esta que pueden trasladarse a los hijos y tener consecuencias emocionales sobre ellos. Así, estos progenitores pueden ejercer un estilo de crianza sobreprotector sobre sus hijos que dificulte la autonomía de estos y, como consecuencia, su sentimiento de valía.
Si estas tareas no se resuelven adecuadamente, se pueden generar coaliciones, es decir, alianzas de dos miembros en contra de un tercero. Por ejemplo, podría generarse una coalición entre madre e hijo en contra del padre, lo que podría generar dificultades en el hijo y traducirse en sintomatología, al poseer este un poder que no le corresponde.
Si nacen más hijos, el sistema familiar deberá reajustarse y la familia deberá manejar el nuevo subsistema fraterno, incluidos aspectos como la rivalidad y la cooperación.
A veces surgen también problemas relacionados con los roles de género en esta etapa. En nuestra experiencia clínica, hemos visto muchas mujeres con la queja o resignación de asumir las tareas del cuidado de los hijos y tareas domésticas con mayor carga que el hombre.
Es frecuente que, en esta etapa, las parejas entren en conflicto porque cada uno trae su propia maleta, es decir, su propia experiencia con su familia de origen en cuanto a valores, modos de crianza, etc. Esto implica que la pareja tendrá que renegociar estos aspectos y crear un nuevo modelo.

Alejandro y Ana acudían a consulta por sus constantes conflictos, generados por desacuerdos en relación con la crianza de sus hijos. Revisamos cuál era la «maleta» que traía cada uno procedente de sus familias de origen, y detectamos valores muy diferentes. Ana había recibido una educación muy autoritaria, con reglas y normas rígidas. En cambio, Alejandro provenía de una familia más permisiva, en la que el diálogo y la escasez de normas estaban mucho más presentes. Esto supuso ayudar a la pareja a redefinir el problema, para que pudieran entender la diferencia como algo enriquecedor y no como una «guerra» donde solo una de las posiciones fuera la adecuada.

Trabajamos que cada uno de ellos pudiera hacer una lista de los valores que su familia de origen les hubiera inculcado. En un segundo paso pedí a la pareja que seleccionaran aquellos valores que les gustaría conservar y transmitir a sus hijos. Finalmente, cada uno leyó en voz alta los valores que deseaba transmitir a sus hijos y los incluimos en la lista final. Así, pudimos reflexionar y crear un nuevo modelo que incluía los valores de ambas familias, entendiendo que la diferencia puede ser algo enriquecedor e integrador.
Por otro lado, cuando se accede a la maternidad y la paternidad a través de otras vías, como tratamientos de fertilidad o la adopción, existen especificidades que deberemos tener en cuenta como psicoterapeutas.
En el caso de la adopción, el psicoterapeuta debe acompañar a la familia durante el proceso, para que los progenitores puedan aproximarse a la realidad del menor, empaticen y satisfagan sus necesidades emocionales —seguridad y estabilidad—. Ayudaremos además a los progenitores a manejar sus propios sentimientos de inseguridad, decepción o culpa al sentirse rechazados o ante la indiferencia de sus hijos, ayudándolos a comprenderla —miedo a lo desconocido e inseguridad que posiblemente esté sintiendo el menor— y a reafirmarse en su proyecto adoptivo20 (Ricart y Mirabent, 2012).
Para poder trabajar los aspectos mencionados, es muy útil realizar sesiones vinculares o familiares, facilitar un espacio de juego y de encuentro afectivo y, posteriormente, ayudar a los padres a descodificar y entender las reacciones de su hijo o hija, para poder dar respuesta a sus necesidades emocionales.

El mural de la familia es una dinámica que puede utilizarse en sesiones familiares para trabajar el vínculo. Primero se le pide a los miembros de la familia que traigan fotos —fotocopias en color de las fotos o una copia de estas, ya que se utilizan en la actividad— que sean significativas para ellos. Durante la sesión se les ofrece material (papel continuo, ceras, témperas o acuarelas y material decorativo) para que puedan hacer un mural que represente la historia de su familia. Se les pide que escriban un título que los identifique, que coloquen las fotos, representen símbolos familiares y decoren el mural. Cuando el mural está terminado, se lo enseñan al psicoterapeuta, quien les pregunta acerca de su elección del título, les pide que describan las fotografías, que expliquen qué recuerdan de aquellos momentos, por qué las han escogido, qué significan para ellos, qué sienten al verlas, etc. El psicoterapeuta hará las preguntas que estime oportunas según el discurso de la familia.
Con esta técnica se trabaja el vínculo entre el subsistema parental y el subsistema filial, puesto que se pueden abordar aspectos emocionales de la familia a través de recuerdos y momentos afectivos del pasado. Esta técnica brinda una buena oportunidad para abordar la historia de la familia y para que sus miembros exterioricen y compartan sus emociones.

Sesión de juego: También es útil realizar sesiones familiares donde se trabaja el vínculo entre los miembros a través del juego. Puede tratarse de cualquier tipo de juego para trabajar la interacción y el vínculo, o juegos psicoterapéuticos para abordar aspectos más específicos. Se les puede pedir que confeccionen el mural de su familia, que representen a su familia con animales, plastilina o cualquier otro material. Este tipo de ejercicios ofrece un contenido proyectivo en el que se basará el terapeuta para realizar las preguntas oportunas. Por ejemplo, si el menor elige un tigre para representar a su padre, podría percibirlo como alguien agresivo, lo que habría que explorar y, de confirmarse dicha percepción, trabajar con el padre el manejo de la agresividad.
Por otro lado, para ayudar a las familias con menores nacidos a través de tratamientos de fertilidad, también existen especificidades que debemos tener en cuenta como psicoterapeutas.
Es frecuente que las parejas que realizan tratamientos de fertilidad sufran un desgaste emocional importante que, en ocasiones, se traduce en sintomatología ansioso-depresiva. Este desgaste afecta al individuo y a la pareja. Según cómo se resuelva, puede tener consecuencias emocionales en los progenitores que se transmitan a los menores. Por ello, a las parejas que atraviesan un proceso de este tipo se les recomienda que acudan a asesoramiento o psicoterapia.
En ocasiones, los miembros de la pareja viven el proceso de manera distinta y no se sienten apoyados por el otro. Esto conduce a problemas relacionales que es importante tratar en psicoterapia. El ajuste que pueda hacer la pareja ante esta situación de desgaste —que puedan compartir su frustración, impotencia y miedos, y que sientan el apoyo del otro— será fundamental para superar este proceso.
Cuando la pareja logra finalmente concebir —desgraciadamente no siempre es así— y nace su hijo o hija, también pueden surgir problemas derivados de este proceso. Si la pareja no ha podido resolver la crisis anteriormente comentada, se puede producir una ruptura o la continuidad de una relación de pareja deteriorada. Si una familia llega a consulta en esta fase —con frecuencia la encontramos representada a través de un síntoma en el hijo o hija—, será fundamental revisar su historia de pareja y explorar cómo afrontaron el proceso del tratamiento de fertilidad. Si se detectan problemas de pareja no resueltos de esa etapa, será el momento de realizar sesiones de pareja para trabajarlos y resolverlos.
Suele ser también frecuente que, después de un difícil proceso de tratamiento, la pareja finalmente conciba un hijo y desarrolle un estilo de crianza sobreprotector que genere sentimientos de falta de valía en el menor. El mensaje implícito que se transmite es «ya lo hago yo por ti, que te puede pasar algo», con lo que el niño o niña percibe que es vulnerable y necesita protección en exceso. Y es que la mirada del menor o la menor sobre sí se construye en función de la mirada del progenitor sobre él o ella.

Ignacio y Lorena acudieron a consulta porque la profesora de su hija Pilar, de 3 años, les había comunicado que tenía un comportamiento muy agresivo en la guardería. Al revisar la historia de la familia, la pareja reconoció que había numerosos conflictos entre ellos, los cuales podían estar repercutiendo en Pilar. Al explorar desde cuándo sucedían dichos conflictos, los identificaron en la etapa en la que se sometieron al tratamiento de fertilidad. Habían tenido muchas dificultades para que Lorena se quedase embarazada y, después de un largo y duro proceso, nació por fin Pilar. Lorena sentía que Ignacio no la apoyaba de la manera que ella necesitaba, en esos momentos, y que se enfadaba con ella muy a menudo. Ella creía que estaba muy ansiosa y desajustada hormonalmente. Ignacio reconoció que había sentido mucha rabia hacia Lorena por sus quejas constantes y que se había sentido desbordado por la situación.

Técnica de la escultura: Esta técnica, inspirada en la introducida por V. Satir en el campo de la terapia familiar21 (Satir V. M., 1972), se aplicó de la siguiente manera:
Después de que cada uno explicara cómo se sintió durante el tratamiento de fertilidad, les pedí que representaran dicho sentimiento mediante una escultura corporal. La instrucción fue: «Quiero que imaginéis que sois escultores y esculpáis la relación de pareja que teníais en el pasado, durante el tratamiento de fertilidad. Después representad la relación de pareja actual. Finalmente, simbolizad la que os gustaría tener en el futuro».
En la escultura del pasado, Lorena representó a Ignacio y a ella enfadados, discutiendo; en la del presente, a ambos dándose la espalda, y en la del futuro, a ambos abrazados.
Después de cada escultura, se les pidió que observaran durante unos minutos cómo se sentían en esa postura corporal y que después lo compartieran en voz alta.
A continuación, Ignacio representó sus esculturas. Realizó una escultura del pasado en la que representó a los dos gritando. En la del presente realizó la misma escultura, y en la del futuro, a ambos caminando juntos de la mano.
Posteriormente, reflexionaron acerca del contenido de las esculturas, compartieron emociones, impresiones, etc. Este ejercicio contribuyó a facilitar una comunicación diferente entre ellos, con mayor intimidad y comprensión el uno con el otro, y exenta de reproches. Se trabajó además qué tendría que ocurrir y qué necesitarían el uno del otro para poder conseguir la escultura del futuro. Así, a través de la técnica de la escultura, se pudo redefinir el problema y establecer nuevos objetivos de pareja.
3.4 Divorcio o separación
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), durante el año 2017 se produjeron 102.341 casos de nulidad, separación y divorcio, lo que supuso una tasa de 2,2 por cada 1.000 habitantes (INE, 2018). El total de casos supuso un aumento del 1,0 % respecto al año anterior. Por tipo de proceso, se produjeron 97.960 divorcios, 4.280 separaciones y 100 nulidades (INE, 2018)22.
El divorcio es un estresor muy importante para las familias. Los hijos deben enfrentarse a un difícil duelo. Los progenitores, además de manejar su propio malestar, deben hacer frente también al de sus hijos. Se añaden asimismo nuevas dificultades, como las decisiones asociadas al divorcio (reparto económico, custodia, etc.).
El manejo que hagan los progenitores del divorcio afectará al desarrollo emocional del menor, por lo que gestionarlo de manera adecuada minimizará el impacto de este sobre los hijos. Por eso, como psicoterapeutas, debemos ayudar a las familias a separarse o divorciarse de la forma más sana posible.
Lo primero es explicárselo a los menores de una forma adecuada, explicitándoles que sus progenitores nunca dejarán de quererlos, que el divorcio solo se produce entre los progenitores y nunca con los hijos, y que ellos no tienen la culpa de él ni el poder para cambiar la situación. Los progenitores pueden apoyarse en recursos como los cuentos para explicárselo a sus hijos.
Uno de los riesgos más importantes en un divorcio manejado de forma inadecuada es el conflicto de lealtades que se produce en el menor, situación en la que el hijo siente que tiene que elegir entre un progenitor u otro, y posicionarse en el conflicto entre ambos. Esto sucede cuando los conflictos entre los padres continúan después del divorcio. Esta situación es emocionalmente muy dañina para el hijo, ya que se vulnera su derecho a mantener su relación con ambos progenitores, perdiendo en algunos casos a uno de sus referentes.
Esta situación de vulnerabilidad afecta a su sentimiento de seguridad y autoestima, ya que se invisibiliza al menor y se lo instrumentaliza en el conflicto entre los progenitores. Las necesidades del hijo o hija pasan a ser secundarias, puesto que la prioridad y todo el espacio lo ocupa el conflicto y los intereses contrapuestos de los padres.
El menor puede intentar resolver este conflicto sobreadaptándose, es decir, cumpliendo las expectativas de ambos progenitores aun teniendo estos intereses contrapuestos. Este es el caso de niños y adolescentes que mantienen posturas, actitudes y discursos diferentes con cada uno de ellos, para asegurarse de que no pierden el amor de ninguno y se mantienen leales a ambos. Esta situación, sin embargo, puede generarles mucha confusión.
El menor puede resolverlo también posicionándose a favor de uno de los progenitores y en contra del otro, lo que puede generarle además sentimientos de culpa.
Otras conductas o actitudes que deben evitar los progenitores son las siguientes: permitir que el menor muestre comportamientos inadecuados para compensar la falta de tiempo con este o su sufrimiento ante el divorcio —necesitan normas y límites que guíen su conducta—; añadir más cambios a sus vidas, como el cambio de centro escolar; transmitir tristeza o victimización de uno de los progenitores al menor; o utilizar al hijo o hija para dañar al otro progenitor.
Para que los progenitores puedan manejar o evitar estas situaciones dañinas para los menores debemos ayudarlos a entender que se divorcia la pareja marital, pero nunca la pareja parental. Ambos tienen la responsabilidad de continuar su relación como progenitores y formar equipo, comunicarse, negociar y apoyarse en las cuestiones que afectan a la crianza de su hijo o hija. Es normal que existan desacuerdos, pero será clave la actitud de los progenitores y su flexibilidad para resolverlos, priorizando siempre los intereses del menor. Suele ser mucho más perjudicial para el hijo o hija los efectos de los conflictos entre los progenitores que el contenido que se discute en sí mismo.
Debemos ayudarlos además a empatizar con sus hijos y entender cómo se sienten. Estos pueden pensar que, al igual que sus padres han dejado de quererse, a él o ella también podrían dejar de quererle. Hay que explicarles que eso no sucederá y que seguirá manteniendo su relación con ambos progenitores. Es necesario facilitar su expresión emocional y proporcionar explicaciones tranquilizadoras ajustadas a su edad. Cuanto más puedan expresar su malestar de manera verbal, menos necesidad tendrán de expresarlo mediante su conducta.
Es fundamental, por tanto, trabajar con los progenitores el hecho de que permitan y fomenten que el hijo tenga una buena relación con ambos progenitores, sin desacreditarse uno al otro delante del hijo o hija, ni realizar insinuaciones siquiera mediante el lenguaje no verbal. Por ejemplo, resoplar cuando el hijo o hija habla sobre el otro progenitor transmitiría al menor un mensaje de hartazgo sobre el otro. Para el hijo, ambos son sus referentes, por lo que es crucial que tengan una imagen lo más positiva posible de los dos.
Finalmente, debemos ayudarlos a que normalicen las estancias con el otro progenitor y su familia extensa, y permitan al hijo disfrutarlas y poder hablar de ello con naturalidad. Por supuesto, sin enfocar esta conversación como un interrogatorio o con el fin de obtener información acerca del otro progenitor.
En resumen, debemos ayudar a los progenitores a respetar la condición de niños o de adolescentes de sus hijos, a protegerlos de las tensiones y decisiones de los adultos, sin que participen de estas. Es una etapa crucial en su desarrollo emocional y formación de su personalidad, que además nunca volverá.

Familia compuesta por Lucía y Pedro, divorciados desde hace cinco años, con un hijo en común, Pablo, de 14 años. Traen a Pablo a consulta por problemas de ansiedad, que le impiden conciliar el sueño, y ansiedad social, que le dificulta incluso acudir a clase en numerosas ocasiones. La relación entre los progenitores es muy conflictiva, existen demandas interpuestas por ambos por temas asociados al divorcio (custodia, pensión, etc.). Ambos progenitores triangulan a Pablo para ganarse su apoyo, lo que contribuye a alimentar un conflicto de lealtades y lo coloca en una posición dañina para él.

Triangular es utilizar a un tercero para resolver un conflicto entre dos personas.