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a.3. El olfato. Es el superior de los sentidos externos inferiores. Su soporte orgánico, en sentido amplio, son las terminaciones nerviosas que se encuentran en la nariz. Su objeto propio son los olores. En nosotros está menos desarrollado que en muchos animales. El medio que utiliza es el aire y el agua (entendiendo por tales, gases y líquidos). Conoce a cierta distancia, porque todos los animales que respiran rastrean al respirar. Vence en cierta medida, por tanto, el espacio. Por eso es un sentido superior a los precedentes. En los animales esto parece claro, porque su olfato es más fino que el humano; pero en el humano también se nota, porque capta a distancia, asunto prohibido para el tacto y el gusto; por tanto, conoce más, puede más que aquellos.
La aludida tradición filosófica también añade muchas observaciones respecto de este sentido, por ejemplo, que se conoce más cuando la realidad física está húmeda que seca. Pero, como se ha adelantado, no es el momento adecuado para especializarnos en esas advertencias.
b) Los sentidos externos superiores. Son dos: el oído y la vista
b.1. El oído. Es el inferior estos dos sentidos. Su soporte orgánico está constituido por todo el oído. Su objeto propio son los sonidos. También en él hay muchos animales que aventajan a los hombres. El medio a través del que puede percibir es el aire y agua (gas, líquido). Vence más la distancia, el espacio, que el olfato. Es, por tanto, más cognoscitivo, pues capta, además, la tonalidad de los sonidos, muchos matices. Su término medio son los diversos sonidos mediales de la escala acústica, siendo sus extremos, lo agudo y lo grave, perjudiciales ambos para la audición: los excesivamente graves por no ser audibles, y los excesivamente agudos por corromper la naturaleza del órgano.
Un sensible especial del sonido es la voz. La voz, además, posee cierta significación, con lo cual los animales dotados de voz poseen imaginación, porque se representan las cosas y las designan con la voz.
b.2. La vista. Es el superior de los sentidos externos. Su soporte orgánico es, en sentido amplio, el ojo. Su objeto propio son los colores. En él nos aventajan también algunos animales (muchas aves por ejemplo). El medio, al igual que el de los dos anteriores, es el aire y el agua (gases-líquidos). Vence más que ningún otro la distancia, el espacio, pero no llega a vencer el tiempo, porque aunque cuenta con la ayuda de lo más veloz del mundo físico, la luz, no puede ni conocerla ni conocer lo más veloz que ella. Es el más alto de todos los sentidos externos por este motivo, pero también porque es el que más diferencias capta en lo real físico, y, por ello, lo preferimos a los anteriores.
Está en correlación con la luz, pues sin esta, que es lo más formal (lo menos material) del mundo físico, los colores no son tales, y no son, por tanto, visibles. La luz no es visible por sí, sino que es visible lo iluminado por ella, el color anejo a ella, que ella ilumina. Aristóteles señaló que la luz es ‘acto’ respecto de lo transparente, y lo que más vence la distancia y el tiempo en lo físico. Todo lo cual indica que la luz es para la vista, que la luz es física y que el ver no lo es.
c) Los sensibles comunes y los sentidos externos
Los sensibles comunes se perciben por varios sentidos externos. Comunes a todos los sentidos son el movimiento, el reposo, el número, la figura y el tamaño.
No hay más sentidos externos porque toda cualidad conocida sensiblemente por los actos de los sentidos externos es reducible a uno de ellos, si es sensible propio, o a varios, si es común. Se puede decir, además, que hay otros aspectos comunes en los sentidos externos, como es el medio, pues o bien se puede conocer por contacto (tacto y gusto), o bien por medio del aire y agua (olfato, vista, y oído). Existen esos sentidos; pero no se ve por qué no puede haber más.
Sí se ve, en cambio, la conveniencia de que no haya un solo sentido externo, porque así se captan los sensibles comunes, los cuales pasarían inadvertidos más fácilmente, porque asociaríamos los comunes al propio del sentido. Además, como los sensibles comunes se captan mejor por un sentido externo que por otro, notamos que un sentido es superior a otro, es decir, más cognoscitivo.
¿Qué pasaría si con un solo sentido captáramos colores, sonidos, olores…? Pues que no notaríamos la jerarquía entre los objetos sensibles. Además, no podríamos diferenciar, por ejemplo, entre color y movimiento. ¿Qué ventaja tiene esta distinción? Pues que nos permite conocer la realidad física tal cual es, pues no son realmente lo mismo el color que el movimiento.
¿Captan los sentidos por igual los sensibles comunes? ¿Se capta por igual el movimiento del vuelo de un avión por la vista que por el tacto? Por suerte no. Se capta mejor por unos que por otros.
¿Qué significa que unos sentidos externos capten ‘mejor’ que otros la realidad física? Sencillamente que entre ellos se da una jerarquía cognoscitiva; que unos sentidos son más cognoscitivos que otros.
Sin sensibles comunes no podríamos saber, por ejemplo, que por medio de los colores conocemos más que por medio de los sonidos. Entonces, ¿cuál es la finalidad de que sintamos sensibles por varios sentidos? La respuesta no puede ser más que esta: para darnos cuenta que por unos los captamos más y mejor que por otros. Los sensibles comunes manifiestan, por tanto, que los sentidos externos son jerárquicamente distintos.
3. Los sentidos internos
Descripción. Los sentidos internos son potencias o facultades cognoscitivas con base orgánica (el cerebro) que permiten conocer asuntos que no están realmente presentes en la realidad física. Por eso captan lo que es enteramente desconocido para los sentidos externos. La base orgánica de los sentidos internos más altos es especial, porque crece orgánicamente: se trata de las interconexiones neuronales.
Lo que no conocen los sentidos externos son sus propios actos de sentir, tema que conoce el sensorio común o percepción sensible. Los sentidos externos no conocen tampoco objetos que no estén presentes en la realidad física, como imaginaciones, recuerdos o proyectos concretos de futuro, temas respectivamente de la imaginación, memoria sensible y cogitativa.
Conocer lo físico concreto ausente, reobjetivarlo, recordarlo, transformarlo en nuevas formas, realizar nuevos proyectos concretos, es propio estos sentidos internos: la imaginación, la memoria y la cogitativa.
Actualmente a la sensibilidad interna se la denomina percepción sensible. Todos estos sentidos conocen más que los externos, lo cual supone que el crecimiento es en interioridad, profundidad. ‘Internos’ indica, no que estén en el interior del cuerpo humano, pues el tacto está también en el interior de nuestro cuerpo y sin embargo es un sentido externo, sino que conocen lo que no es externo, físico, material.
Elenco. Los sentidos internos son, pues, cuatro, uno de los cuales es el inferior, el sensorio común o percepción sensible, y los otros tres son los superiores: la imaginación, la memoria sensible y la cogitativa –estimativa en los animales–. Atendamos brevemente a la descripción de cada uno de ellos.
a) El sentido interno inferior: el sensorio común
Es la facultad por la que conocemos los actos de conocer de los sentidos externos. Por ella notamos, sentimos, que vemos, oímos, etc. (no vemos que vemos, ni oímos que oímos, etc.). A ese conocimiento también se le llama conciencia sensible. Su soporte orgánico es el sistema nervioso, incluso a nivel cerebral, aunque no todo el cerebro. Su ‘objeto propio’ no es ningún ‘objeto’, sino los actos sensitivos de los sentidos externos. Siente los actos de modo común, es decir, de modo vago, pero los siente como distintos, pues nota que el acto de ver no es el acto de oír, etc. Conoce, por tanto, la distinción entre uno y otro, pero no de modo perfecto, sino con cierta vaguedad, que es selectiva, porque de lo contrario, no podría conocer lo que de común hay entre ellos.
Sentir que se ve no es ningún ver, ni ningún color. Sentir que se oye no es oír alguno o algún sonido. El ver no se ve, sino que se ven los colores; el oír no se oye, pues tal acto se agota oyendo sonidos. Los sentidos externos no se refieren a sí mismos (la reflexividad debe excluirse a todo nivel de conocimiento, pues su error es patente ya a nivel sensible).
Al sentir un acto como distinto de otro el sensorio común siente lo que tienen en común, pero como cada uno de esos actos conoce objetos distintos, el sensorio común percibe la diferencia entre actos y, correlativamente, entre objetos sentidos. Es imposible conocer objetos distintos como distintos por los propios sentidos externos. El sensorio común vence ese límite, pues conoce la diferencia entre cualidades distintas a la vez en un único sentido. Por eso se puede decir que el objeto propio suyo es la diferencia sensible.
El sensorio común no percibe, por ejemplo, el color y el sonido como diferentes sino su diferencia. Como los actos (ver, oír, etc.) de los sentidos externos no se dan separados de sus objetos (colores, sonidos), el sensorio común percibe a la vez que siente los actos, la diferencia entre los objetos.
La aludida diferencia es el llamado sensible por accidente, es decir, lo que no capta como propio ningún sentido externo. Esa diferencia no es ningún objeto (color, sonido, movimiento, etc.), pues lo que capta directamente el sensorio común no son objetos, sino la distinción de los actos de los sentidos externos. Un acto no es un objeto y no se conoce a modo de objeto. Si la diferencia entre actos no es realidad alguna que inmute o afecte a esta facultad, tampoco es objeto como tal. Si el ‘objeto propio’ de la percepción sensible no es ningún objeto, sino que son los actos de la sensibilidad externa ¿cuál es la especie impresa que afecta a su órgano? La respuesta no puede ser más que esta: ninguna: el sensorio común carece de especie impresa.
Reparar en esto es conveniente, aunque solo sea para sostener dos afirmaciones y abrir una pregunta:
a) La realidad sensible no inmuta a la inteligencia, porque ni siquiera inmuta el sensorio común. Por tanto, la inteligencia no se activa por mucho que se intente estimularla con la realidad externa.
b) Si el sensorio común carece de ‘especie impresa’, ¿por qué extrañarse de que carezcan de ella los sentidos internos superiores (imaginación, memoria y cogitativa)? ¿No se ve que sería enteramente contraproducente que el cerebro tuviese inmutaciones físicas, porque lo lesionarían? Lo que tales sentidos reciben, no lo reciben en el órgano, sino en el sobrante formal de sus facultades.
c) ¿Acaso la inteligencia carece de ‘especie impresa’? Si la inteligencia no es orgánica, no puede ser inmutada y no puede hablarse en ella, en sentido estricto, de ‘especie impresa’. Con todo, los autores clásicos hablan de ‘especie impresa’ y de ‘especie expresa’ al tratar de la inteligencia. Pero lo hacen por comparación con los sentidos externos.
Por otra parte, conviene indicar que los actos de conocer no son físicos ni biofísicos ni afecciones orgánicas, sino inmateriales. Por tanto, no pueden inmutar orgánicamente al órgano del sensorio común. El sensorio común no es antecedido por especie impresa. Funciona, al revés que los sentidos externos, de dentro hacia fuera, no a la inversa.
Sentir, percibir, que se ve, oye, etc., no es sentir ni la facultad (de ver, oír, etc.) ni tampoco sentir directamente los objetos (colores, sonidos, etc.) sino los actos. Los actos de los sentidos externos no son nada físico, pero son más reales que lo que se capta de la realidad física por medio de los objetos de los sentidos externos, sencillamente porque son ‘actos’, pues lo más real es lo más activo. Por eso, el sensorio común es superior a los sentidos externos, porque conoce lo más real. Además, es una única potencia, que pese ello, conoce los actos de todos los sentidos externos, lo cual es otro síntoma de jerarquía. Por lo demás, no guarda memoria, es decir, solo conoce los actos cuando estos se ejercen, ni antes ni después.
Los actos de conocer de los sentidos humanos son actos que poseen sus objetos conocidos como tales, pero no los poseen como la razón posee los suyos propios, pues esta los posee según presencia, es decir, sin tiempo. El sensorio común, al conocer los actos de los sentidos externos, los conoce instantáneamente, pero no según presencia, es decir, no los conoce al margen del tiempo. Esto es difícil de entender, porque si de dice, por ejemplo, que ‘lo mismo es ver que haber visto’, ¿cómo es que la operación inmanente sensible del ver no posee en presencia lo visto? Tal vez la solución pase por distinguir entre ‘instante’ y ‘presencia’ como articulación del tiempo, lo cual quiere decir que las operaciones inmanentes sensibles pueden vencer el espacio pero no enteramente el tiempo.
Lo que precede da lugar a una prueba clásica de la inmaterialidad de la inteligencia, y derivadamente, de la inmortalidad del alma humana, pues si solo la inteligencia conoce según presencia y, por tanto, al margen del tiempo, la inteligencia no es tiempo, y si no lo es, no muere, y como es una potencia del alma humana, esta es inmortal.
El sensorio común, al conocer el acto de los sentidos externos, conoce por primera vez cómo es la vida sensitiva, cosa que no conocen los sentidos externos. Estos conocen cómo son los accidentes de la realidad física. Esto indica que la sensibilidad externa no es fin en sí, sino que ella conoce para que el sensorio común conozca más. El sensorio común es, pues, fin gnoseológico de los sentidos externos. Además, no vemos que vemos, no oímos que oímos, etc., sino que sentimos que vemos, oímos, etc. Esto indica que el sensorio común es como la raíz o principio de los sentidos externos. En efecto, unas potencias nacen de otras (no los actos), y los sentidos externos nacen de este.
El sensorio común se puede comparar con los sentidos externos como el punto a los diversos radios de una circunferencia que en él confluyen como en su centro. Es el término de ellas, es decir su fin cognoscitivo. Y también es su origen, no solo noético sino biológico, pues los diversos sentidos externos nacen de, y están siendo controlados por, el sensorio común que tiene su base orgánica en el sistema nervioso central.
A la par, al sensorio común sigue el conocimiento de los sentidos internos superiores (imaginación, memoria y cogitativa); no hay conocimiento en ellos si no hay conocimiento en el sensorio común. Aquellas facultades son superiores, más cognoscitivas que este. Ahora bien, si tales sentidos internos son superiores al sensorio común, no tenemos conciencia sensible de ellas, es decir, no las sentimos.
En efecto, no ‘sentimos’ que imaginamos, recordamos o trazamos proyectos concretos de futuro. Somos conscientes de ejercer esos actos, pero no se trata de una ‘conciencia sensible’, de un ‘sentir’, sino de un conocer superior, racional.
Lo que precede indica que la conciencia no es el conocer superior, ni siquiera a nivel sensible. También es un indicio de que a nivel intelectual la conciencia no tiene porqué ser el nivel cognoscitivo superior. ¿Quiere esto decir que se puede conocer un tema muy sublime sin ser consciente de que cómo se conoce? Sí, y también quiere decir que tal tema que se puede conocer puede desbordar a lo que nos hacemos cargo según nuestra conciencia. En suma, no todo conocer es consciente y la conciencia no es el conocer superior a ningún nivel.
Con un ejemplo: uno puede ser muy humilde sin darse cuenta de que lo es; más aún, es mejor que no se dé cuenta, pues así evita posibles soberbias.
En lo biofísico, la transmisión nerviosa desde los sentidos externos al sensorio común se llama ‘aferente’; y desde este a los sentidos externos, ‘eferente’. Además, la ‘aferencia’ es selectiva, y mucho más la ‘eferencia’. Pero el conocer no es biofísico sino inmaterial. ¿Deberíamos ocuparnos más de las transmisiones nerviosas y del modo de estar constituidas las facultades orgánicas para explicar su modo de conocer? No vendría mal, pero téngase en cuenta que lo biológico no da cuenta del conocer, porque el conocer es superior a lo biológico (recuérdese: es verdad que vemos porque tenemos ojos, pues sin ojos no se ve, pero es más verdad que tenemos ojos para ver y que el ver no se ve). Por eso caben biologicismos (fisiologismos, neurologismos, materialismos al fin y al cabo) que no pueden dar cuenta del conocer sensible.
b) Los sentidos internos superiores
Son por orden de inferior o menos cognoscitivo a superior o más cognoscitivo los siguientes: imaginación, memoria sensible y cogitativa (estimativa en los animales).
A este orden jerárquico se puede objetar, por ejemplo, que tanto Aristóteles en el libro De sensu et sensato, como Tomás de Aquino en su comentario a ese libro, terminan con la reminiscencia, la memoria sensible. Sin embargo, en muchos otros lugares es neto que la cogitativa es, para estos pensadores, superior a la memoria. Cfr. por ejemplo, este texto tomista: “la potencia cogitativa es aquello que es lo más alto en la parte sensitiva, de ahí que toque en cierto modo a la parte intelectiva, de modo que participe de aquello que es lo ínfimo de la parte intelectiva, a saber, el discurso de la razón”. Tomás de Aquino, Q. D. De Veritate, q. 14, a. 1, ad 9. Por eso la cogitativa valora lo imaginado y lo recordado y lo aprovecha para trazar proyectos concretos de futuro. De aquí deriva el que en la tradición aristotélico-tomista se la llame ‘razón particular’.
b.1. La imaginación. También se llama fantasía. Es la facultad sensible que tiene como propio retener los objetos conocidos por los sentidos externos y formar otros con ellos. Por eso se la llama también ‘tesoro’ (thesaurus). Es superior a la conciencia sensible (sensorio común) porque el conocer superior a ‘sentir que vemos’ no es ‘sentir que sentimos que vemos’ y así sucesivamente, es decir, no es ‘la conciencia de la conciencia sensible’. En ese caso se abriría un proceso al infinito: conciencia de conciencia de conciencia... Pero en ese proceso no subiríamos de nivel cognoscitivo, sino que se reiterarían actos iguales sin añadir conocimiento superior.
El paso superior no es un proceso al infinito en actos de conocer del mismo nivel, sino precisamente el conocer (acto) la posibilidad de proceso al infinito, lo cual es un objeto de la imaginación. En efecto, la imaginación reobjetiva lo conocido y lo reduplica indefinidamente (ej. el espacio isomorfo es de este tipo de imágenes: un espacio siempre igual porque es formado por la reiteración indefinida de un trozo de espacio). Es evidente que conocer esto es superior a lo que conoce el sensorio común, que conoce puntualmente y no una serie infinita.
A la anterior indicación sobre la jerarquía se puede objetar que el sensorio común conoce actos, mientras que los otros sentidos internos conocen objetos, formas; y como los actos, por reales, son superiores a las formas, el sensorio común será superior a los otros sentidos internos. Esa objeción va de la mano de la afirmación de que la conciencia es el modo superior de conocer. Hay que responder que si bien los actos de los sentidos externos son reales, mientras que las formas que conocen los sentidos internos no son reales, sin embargo estas no son meras formas intencionales respecto de lo real sensible, como las formas conocidas por los sentidos externos, sino que se trata de formas posibles, y como el ámbito de lo posible es mucho más amplio que el de lo real, tales sentidos conocen más, es decir, son más cognoscitivos. Sin esa posibilidad no podríamos acelerar o ralentizar el perfeccionamiento de la realidad física.
En esto nos distinguimos de los animales, pues los animales carecen de esa apertura a pluralidad de posibilidades; por eso lo que pueden trazar con sus sentidos internos es unívoco, unidireccional, en la dirección de su instinto (ej. los nidos de cada especie de pájaro solo admite una posibilidad), mientras que las formas que pueden formar los nuestros son irrestrictas.
Además, ni la sensibilidad externa ni el sensorio común tienen un conocimiento reglado, sino cambiante. La imaginación humana conoce reglas, proporciones, y, por tanto, conoce más orden, perfección.
Al imaginar una casa, la imaginación no la objetiva con colores tan nítidos como los que de una casa real conoce la vista, pero sí conoce mejor sus proporciones, la altura, anchura, profundidad, etc., cosa que la vista no capta.
Por ejemplo, desde la entrada de una calle conformada por casas iguales que se suceden a ambos lados, lo que capta la vista es, obviamente, que la casas del fondo de la calle son más pequeñas que las primeras cercanas a nosotros, o que en la misma casa más cercana, el límite lejano de ella es más pequeño que el cercano. En cambio, la imaginación nos dice que todo este conjunto de casas de ambos lados es de igual tamaño.
Añádase a lo anterior que los sentidos internos conocen sin que las realidades conocidas estén presentes en la realidad física. Esa separación también indica mayor conocimiento. La imaginación es una facultad que nos permite conocer imágenes. Su objeto propio es la imagen. Todas las imágenes son elaboradas a partir del conocimiento de la realidad física, pero se pueden imaginar sin que las realidades físicas estén presentes. Unas imágenes son remitentes a la realidad física (ej. las de hombre, caballo, mujer, pez, etc.); otras, en cambio, no remiten a ella (ej. centauro, sirena, etc.).
El soporte orgánico de la imaginación es la corteza cerebral, al menos algún campo o área de ella (los medievales la colocaban en la frente; actualmente, en las llamadas ‘áreas de asociación’ de ambas zonas laterales del cerebro). Característico de ella es que reobjetiva, es decir, que vuelve a poner el objeto conocido por los sentidos externos, pero no lo forma tal cual ha sido visto, oído, etc., sino mejorado, reglado, proporcionado. Por eso se puede hablar de ‘representación’, en el sentido de ‘evocar’.
El objeto-imagen no es exactamente el mismo que el objeto-visto, pues conocer lo mismo con una nueva facultad sería superfluo, ya que eso no añadiría conocimiento alguno sino reiteración de lo mismo. La imaginación no se limita a formar lo mismo, sino que compone, asocia, regla, forma, etc. Su intencionalidad es atemporal, pues no evoca el pasado ni tampoco proyecta al futuro.
A diferencia de los sentidos externos y del sensorio común el soporte orgánico de la imaginación (las interconexiones neuronales) no está enteramente constituido biológicamente tras la embriogénesis. Crece biológicamente durante mucho más tiempo que los órganos de aquellas facultades. Las neuronas existen tras la embriogénesis, pero la fijación de sus circuitos neuronales crece, especialmente durante la pubertad y la adolescencia, y crece no por motivos biológicos, sino cognoscitivos, es decir, en la medida que se imagina más y mejor.
En la fantasía se puede decir aquello de que ‘la función crea el órgano’, lo que equivale a sostener que no imaginamos porque tengamos cerebro, sino que al imaginar cada vez mejor formamos más interconexiones neuronales.
De lo que precede se deduce que, de modo parecido al sensorio común, la imaginación carece de la realidad física (especie impresa) que inmute al órgano (la realidad física no estimula –por suerte– al cerebro). Como no hay realidad física que inmute, pero hay objeto conocido –imagen– que es formado al imaginar, esto indica que la imagen la forma el propio acto sin necesidad de estímulo, siendo claro que el acto no viene de fuera.
Como los actos forman sus propios objetos, cabe decir que la imaginación forma sus propios objetos sin necesidad de inmutación actual por parte de la realidad física. También esto indica superioridad respecto de los sentidos externos.
Por eso, la imagen difiere del objeto sentido por los sentidos externos (colores, sonidos, etc.) en que puede darse sin que se den aquellos, como cuando se imagina sin los sentidos (con los ojos cerrados, por ejemplo), o sin sensorio común (como en los sueños), es decir, sin conciencia sensible. La imagen es siempre particular.
El hombre dispone de varios niveles de imaginación jerárquicamente distintos:
a) La eidética, común a los animales, la cual reobjetiva lo percibido por los sentidos externos. Es la propia de los sueños (ej. me persigue un toro).
b) La asociativa, que une unas formas con otras (ej. sirena, centauro).






