Mercedes Sanz-Bachiller

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17 J. M. Thomàs: Los fascismos..., pp. 74-77; véanse también Sheelagh Ellwood: Historia de Falange Española, Barcelona, Crítica, 2001, p. 34; José Luis Rodríguez Jiménez: Historia de Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza Editorial, 2000, pp. 102-107; M. Tomasoni: El caudillo olvidado..., pp. 64-72.
18 C. Isasi Vicondoa: «Recuerdos y emociones...», p. 14. Paul Preston señaló que este primer niño nació un 13 de noviembre y que tanto Onésimo Redondo como el ginecólogo estarían en Plasencia en un acto político (P. Preston: Palomas..., p. 29). Así lo afirmó también Matteo Tomasoni, concretando que estaría en una reunión del sindicato (M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., p. 145). Sin embargo, hay que concretar que Mercedes Sanz-Bachiller sí dio a luz a una niña, Mercedes Redondo Sanz-Bachiller, un 13 de noviembre, pero de 1932, dato que puede haber creado confusión.
19 Domingo García Ramos: «Las derechas en Palencia durante la IIª República», Investigaciones Históricas, 21, 2001, p. 250.
20 J. M. Palomares Ibáñez: La Segunda República en Valladolid..., pp. 78-79.
21 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., pp. 37-39.
22 M. Cabrera Calvo-Sotelo: «Proclamación de la República...», pp. 44-56; J. Casanova: «República...», pp. 39-53.
23 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., p. 49.
24 M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., p. 162.
25 S. Moro: Ellos..., p. 206.
26 Certificado de nacimiento de María de las Mercedes Redondo Sanz Bachiller (4 de septiembre de 1944), APMSB.
27 S. Moro: Ellos..., p. 206.
28 C. Isasi Vicondoa: «Recuerdos y emociones...», p. 15.
29 J. L. Mínguez Goyanes: Onésimo Redondo..., p. 49; P. Preston: Palomas..., p. 32.
30 C. Isasi Vicondoa: «Recuerdos y emociones...», p. 15; J. L. Mínguez Goyanes: Onésimo Redondo..., p. 47.
31 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., pp. 54-57; M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., p. 202.
32 M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., pp. 207-208.
33 Octavio Ruiz-Manjón: «La vida política en el segundo bienio republicano», en Santos Juliá (coord.): República y guerra en España (1931-1939), Madrid, Espasa-Calpe, pp. 77-91; J. Casanova: «República...», pp. 113-120.
34 Véanse Joan Maria Thomàs: Lo que fue la Falange: la Falange y los falangistas de José Antonio, Hedilla y la Unificación. Franco y el fin de la Falange Española de las JONS, Barcelona, Plaza & Janés, 1999, pp. 37-40; M. Tomasoni: El caudillo olvidado..., pp. 97-109.
35 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., p. 69.
36 J. M. Thomàs: Lo que fue la Falange..., pp. 40-43.
37 J. Casanova: «República...», pp. 130-138; O. Ruiz-Manjón: «La vida política...», pp. 103-110.
38 J. M. Thomàs: Lo que fue la Falange..., pp. 277-281.
39 Ibíd., pp. 49-50.
40 J. Casanova: «República...», pp. 140-142; O. Ruiz-Manjón: «La vida política...», pp. 108-119.
41 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., p. 94.
42 Ibíd., p. 80.
43 P. Preston: Memorias..., p. 36.
44 J. Casanova: «República...», pp. 148-151; O. Ruiz-Manjón: «La vida política...», pp. 118-128.
45 Ibíd., pp. 153-173; véase también Santos Juliá: «El Frente Popular y la política de la República en guerra», en Santos Juliá (coord.): República y guerra en España (1931-1939), Madrid, Espasa-Calpe, 2006, pp. 129-150.
46 Alfonso Lazo: Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y Ejército, Madrid, Síntesis, 2008, pp. 46-48; José Antonio Parejo Fernández: Las piezas perdidas de la Falange: el sur de España, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2008, pp. 50 y 498.
47 Alfonso Lazo: Historias falangistas del sur de España. Una teoría sobre vasos comunicantes, Sevilla, Espuela de Plata, 2015, pp. 203-204.
48 Ignacio Martín Jiménez: La Guerra Civil en Valladolid (1936-1939). Amaneceres ensangrentados, Valladolid, Ámbito, 2000, p. 26.
49 José María de Areilza: A lo largo del siglo. 1909-1991, Barcelona, Planeta, 1993, pp. 70-71.
50 J. M. Thomàs: Lo que fue la Falange..., p. 60.
51 M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., p. 282.
52 P. Preston: Palomas..., p. 37.
53 M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., pp. 285-289; íd.: El caudillo olvidado..., pp. 133-153.
54 Ibíd., pp. 296-298; I. Martín Jiménez: La Guerra Civil en Valladolid..., pp. 27-30.
55 Ian Gibson: En busca de José Antonio, Madrid, Aguilar, 2008, p. 138.
56 J. Martínez de Bedoya: Memorias..., pp. 90-91.
57 P. Preston: Palomas..., p. 38.
58 El manifiesto era la «Carta a los Militares de España», del 4 de mayo de 1936, reproducido en S. Ellwood: Historia de Falange..., pp. 77-78.
59 J. M. Thomàs: Lo que fue la Falange..., pp. 58-62.
60 S. Ellwood: Historia de Falange..., pp. 78-79; S. G. Payne: Falange..., p. 94.
61 Onésimo Redondo, Caudillo..., p. 197; M. Tomasoni: Onésimo Redondo..., p. 299.
62 J. L. Mínguez Goyanes: Onésimo Redondo..., p. 87.
III. SER «VIUDA DE ONÉSIMO REDONDO» Y JEFA DE LA SECCIÓN FEMENINA VALLISOLETANA (JULIO DE 1936 - OCTUBRE DE 1936)
LA MUERTE DE ONÉSIMO REDONDO
El día 17 de julio de 1936 Mercedes Sanz-Bachiller cumplió 25 años; sin embargo, aquel día tenía poco que celebrar y mucho que temer porque, si bien el Ejército español destinado en Marruecos se había sublevado, las noticias que llegaban a Valladolid no eran fiables.1 Cortadas las comunicaciones con Madrid y censurada la prensa por parte del gobernador civil, crecía la expectación ante la sucesión de los acontecimientos.
El 18 de julio por la mañana, el gobernador Lavín ordenó algunas detenciones de civiles destacados entre la derecha local y, hacia mediodía, ordenó a los guardias de asalto y de seguridad que se trasladaran a Madrid. Ya por la tarde, y mientras los guardias de asalto estaban en la plaza de las Tenerías, se encontraron con el capitán Perelétegui, el cual les arengó para que desobedecieran las órdenes que habían recibido del Gobierno Civil y se unieran a la sublevación militar que se había iniciado el día anterior en Marruecos. A estos guardias se unieron falangistas y algunos oficiales del Ejército que, de esta forma, iniciaron la sublevación en Valladolid y se adelantaron a los planes del general Andrés Saliquet.2 En las horas siguientes fueron los falangistas, que desde días antes estaban concentrados en los alrededores de Valladolid, los que asumieron la iniciativa. Y ya por la noche empezaron a salir los primeros soldados hacia el cuartel de la VII División. Allí, los generales sublevados, Andrés Saliquet y Miguel Ponte, se entrevistaron con el general que estaba al mando de la División, Nicolás Molero Lobo, para que se plegara a sus órdenes y la entregara. En el transcurso de la entrevista hubo disparos, con el resultado de un muerto, Emeterio Estefanía, y varios heridos, entre los que estaba el general Molero Lobo y dos de sus ayudantes, quienes murieron en los días siguientes. Siendo medianoche, los generales golpistas salieron del cuartel de la VII División.
Apenas habían transcurrido dos horas del 19 de julio, se produjo la declaración del estado de guerra, emitida desde el Gobierno Civil. Unas horas después, el reducido número de personas que resistían en el Ayuntamiento fue rápidamente neutralizado y detenido. En la Casa del Pueblo, por el contrario, el número de personas que resistían era mucho mayor; de hecho, fueron detenidas 448 personas. Tomada la Casa del Pueblo, los sublevados se dirigieron a la sede de la CNT, donde detuvieron a sus ocupantes. A las ocho y media de la mañana de ese mismo día 19, los numerosos falangistas vallisoletanos que estaban presos en Ávila, entre los que estaba Onésimo Redondo, fueron liberados y, tras asistir a misa en la catedral abulense, llegaron a Valladolid hacia mediodía. Rápidamente, Onésimo emprendió el viaje hasta su casa y, según su esposa, «Salió únicamente deseoso de estar conmigo en el terreno físico, eso sí realmente, porque era lo lógico de una persona que estaba en la cárcel».3
Inmediatamente después, Onésimo se reunió con los falangistas vallisoletanos y con el general Saliquet y se instaló en la Academia de Caballería. Ya por la noche, pronunció un discurso por Radio Valladolid en el que daba cuenta de cuál era la situación después del golpe y manifestaba su apoyo incondicional al Ejército. Javier Martínez de Bedoya, desde Guernica, escuchó este discurso a través de Radio Burgos. Sin saberlo, acababa de oír la voz de Onésimo por última vez.4
El día 20 de julio, Onésimo organizó la salida de las milicias falangistas y otros simpatizantes hacia Madrid y hacia los pueblos que todavía resistían a la sublevación5 desde la Academia de Caballería. Su domicilio conyugal era un ir y venir de falangistas continuo. Mercedes mantenía las puertas de su casa abiertas y apoyaba en todo momento a Onésimo6 porque querían
sacar a España del marxismo y hundimiento en que la política ya claramente marxista-comunista se perfilaba. Temíamos el hundimiento de españa [sic] creyendo que íbamos hacia una nueva Albania. Ello nos daba un temple y un coraje que todo cuanto nos ocurría quedaba paliado por la seguridad que teníamos en el triunfo final de nuestros ideales. Cuando se lucha con fe, con conciencia, anhelando un fin, al combatir el mal, todo adquiere unas proporciones en las que no existe ni la fatiga ni el abatimiento ante la superioridad de la victoria.7
Entre el 21 y el 22 de julio, Onésimo siguió trabajando. De hecho, el 22 empezaron a salir las primeras milicias de falangistas vallisoletanos que se habían puesto a las órdenes de los militares hacia el Alto del León. Onésimo les visitó el jueves 23 para infundirles ánimo, y regresó por la tarde a Valladolid.
Al día siguiente, 24 de julio, se dirigió de nuevo al Alto del León acompañado por otros falangistas, entre los que se encontraba su hermano Andrés, pero encontró la muerte en Labajos al ser tiroteado el grupo por unos milicianos que mandaba el teniente coronel Julio Mangada.8 Mercedes Sanz-Bachiller estaba en casa cuando el general Saliquet la llamó por teléfono para comunicarle la muerte de su marido: «Yo estaba en casa, y llaman al teléfono... la puerta estaba abierta. Entraban milicianos... era una cosa... un lío que aquello no era ni una casa ni nada».9
Al recibir la noticia se desmayó y enfermó y, poco después, perdió el hijo que esperaba. Mercedes siempre estuvo convencida de que su hijo murió a consecuencia del golpe que supuso que le anunciaran tal noticia.10 La que a partir de entonces fue conocida como la «viuda de Onésimo Redondo» no pudo asistir al multitudinario entierro que se celebró en la ciudad de Valladolid ese mismo día.
La muerte de Onésimo generó numerosas muestras de duelo en Valladolid. La prensa de aquellos días dedicaba páginas a su figura y también al relato sobre las circunstancias y los hechos que habían conducido a su muerte. Al día siguiente, día 25, en El Día de Palencia se explicaba que «un grupo de marxistas emboscados en la carretera hizo una descarga cerrada, produciendo la muerte a Onésimo Redondo, jefe de las J.O.N.S.».11 Ese mismo día, en el Heraldo de Zamora, se daban más detalles sobre lo sucedido, aunque con una versión totalmente distinta a la publicada en El Día de Palencia. Según lo relatado, en Labajos se les cruzó una camioneta con varios individuos que les pidieron gasolina y les dispararon a continuación. Andrés Redondo aceleró el vehículo, y se percató después de que «Onésimo Redondo, presentaba una herida en la región frontal, mortal de necesidad. También resultaron heridos, de menos gravedad los otros dos señores que acompañaban al jefe de Falange de Valladolid».12 El medio que más detalles dio sobre lo sucedido fue El Norte de Castilla. Según esta noticia los ocupantes del vehículo no eran cuatro, sino cinco: Onésimo y su hermano Andrés, Agustín Sastre, Jesús Salcedo y Emilio Martín Calero. Al parecer, de una camioneta ocupada por unos individuos vestidos con camisas azules salió una descarga que provocó que Andrés Redondo saliera disparado con el vehículo, y se dio cuenta después de que su hermano Onésimo tenía una herida mortal en la parte frontal. A consecuencia de los disparos también resultaron heridos Emilio Martín Calero y Jesús Salcedo, sin referir si Andrés Redondo estaría herido también o no. Este diario hacía referencia a un rumor según el cual Andrés Redondo salió del vehículo y se refugió en un campo de trigo cercano.13
Un año después, en la que es la primera biografía de Onésimo Redondo, se descartaba que los autores de los disparos fueran falangistas y se afirmaba que eran marxistas. También se daban más detalles sobre cómo había acaecido la muerte de Onésimo. Al parecer, se refugió detrás del asiento del conductor mientras tres de los acompañantes salían del coche y se escondían, pero
al intentar hacer lo mismo Onésimo Redondo y bajar del automóvil, una bala, dándole en la rodilla, le hizo caer en tierra. Una descarga cerrada sobre él le quitó la vida. Junto al cuerpo del Caudillo de Castilla, Onésimo Redondo, ya mártir de España, el cadáver de Agustín Sastre, campesino de la vieja guardia que iba de escolta, muerto en servicio y en estricta fidelidad al Jefe.14
José Luis Mínguez Goyanes recogió los testimonios de Eduardo Martín Alonso y Jesús Salcedo. Según estos, poco antes de entrar a Labajos, vieron un camión ocupado por milicianos, y pensaron que eran falangistas. Según este relato, los disparos no salieron desde dentro del camión, sino que fue un miliciano el que, tras bajarse de dicho vehículo, se acercó y los encañonó. Al gritar Andrés Redondo, el miliciano disparó y mató a Agustín Sastre. Todos consiguieron huir menos Onésimo, que «se quedó en las inmediaciones del automóvil. Un primer disparo le hirió en una rodilla, cayendo junto al coche. Una segunda descarga pondría fin a su vida».15
Estos testimonios de primera mano, sin embargo, entran en contradicción con el testimonio que dio el propio Andrés Redondo en el consejo de guerra celebrado el 3 de septiembre en Valladolid.16 Según este, los milicianos estaban apostados en los lados de la carretera, es decir, que no les vieron llegar en un camión, sino que, a su llegada a las inmediaciones de Labajos, aquellos ya estaban en el exterior de dicho vehículo. Al empezar a dispararles, Andrés se refugió en una casa del pueblo hasta que llegó un vehículo que le recogió y lo trasladó a Valladolid. Andrés relata que, además de Onésimo, también murió otro falangista, apellidado Sanz, lo que indica que también fueron atacados otros falangistas además de los ocupantes del vehículo en el que viajaba Onésimo.
Pero si hay contradicciones y dudas en relación con el lugar exacto de la muerte, la sucesión de los hechos y el número exacto de fallecidos, también las hay respecto a la autoría. Las primeras notas aparecidas en la prensa hablaban de «marxistas» y «rojos», siempre confundidos inicialmente con falangistas por vestir camisas azules. Posteriormente, los atacantes fueron identificados como milicianos de una columna del teniente coronel Julio Mangada. Lo cierto es que, en el consejo de guerra del 3 de septiembre de 1936 fueron juzgados trece vecinos de Labajos por la muerte de Onésimo Redondo y otros cinco más, y fueron condenados seis de ellos a la pena capital. Pero no fueron los únicos acusados de la muerte de Onésimo, puesto que apenas seis días después la prensa publicó que habían sido detenidos en Valladolid «Segundo Calderón Treceño, de 30 años, anarquista y presunto autor de la muerte de Onésimo Redondo, Gerardo Pinar Ortega [...] y su hermana Elena».17 Tanto Segundo Calderón Treceño como Gerardo Pinar Ortega fueron condenados a muerte y ejecutados,18 lo que pone en evidencia, como mínimo, las dudas de las autoridades militares respecto a la autoría, e incluso que los hombres juzgados en el consejo de guerra de septiembre de 1936 fueran los verdaderos autores.
En relación con la autoría de dicha muerte, si en la zona nacional se consideró producto de una confusión la indumentaria que llevaban los atacantes, en la zona republicana se dio por hecho que los autores de la muerte de Onésimo habían sido los propios falangistas, a quienes
su desesperación impotente les lleva a cometer toda suerte de desmanes y tropelías. A veces se producen ellos mismos bajas, que son sensibles para sus organizaciones, pues asesinan a ciegas e incluso a sus oficiales. Así les ha ocurrido en Labajos (Segovia), donde dieron muerte a Onésimo Redondo, que, en las filas de Falange Española, gozaba de idéntica categoría que José Antonio Primo de Rivera.19
Más allá de los intereses propagandísticos de la prensa, propios de un contexto de guerra, entre las personas que estaban convencidas de la autoría falangista estaba la propia Mercedes Sanz-Bachiller, y este convencimiento la acompañó siempre y desde el primer momento.20 Para Mínguez Goyanes, sin embargo, las fricciones y los enfrentamientos de Onésimo con algunos miembros de la Falange vallisoletana no pudieron ser motivo para un asesinato, y menos el del jefe de la Falange castellana. Para este autor quedaba totalmente descartada la autoría falangista y, además, consideraba que la coincidencia con los milicianos fue totalmente fortuita.21 Para Ignacio Martín Jiménez la explicación más verosímil es la que atribuye la autoría de la muerte al grupo del teniente coronel Mangada, añadiendo que la autoría falangista «debe ser totalmente descartada».22
Matteo Tomasoni recuperó la versión que sobre la muerte de Onésimo Redondo se publicó en la obra de Joaquín Arrarás Historia de la Cruzada Española, que coincidía con lo relatado por los testigos entrevistados por Mínguez Goyanes. Además, sacó a la luz la investigación que se llevó a cabo entre 1941 y 1946 y que sirvió, según Tomasoni, para demostrar la culpabilidad de la columna de Mangada, aunque los hechos no quedaron aclarados del todo. Tomasoni concluye que «Hoy no existe, por lo menos oficialmente, un relato que se considere como la versión definitiva sobre la muerte de Redondo».23
Lo cierto es que Onésimo Redondo era uno de los pocos jefes falangistas que estaban en la zona sublevada en esos momentos. Esta circunstancia, unida a su liderazgo indiscutible en Valladolid, lo convertía en el jefe falangista más destacado en la España sublevada. Así pues, cuando el 24 de julio murió, Castilla la Vieja y el falangismo en general se quedaron sin jefe con poder efectivo. Para lo primero se encontró de forma rápida una solución: Andrés Redondo Ortega, hermano de Onésimo, «heredó» la jefatura territorial de Castilla la Vieja casi inmediatamente. Para lo segundo, sin embargo, se tuvo que esperar a que Andalucía oriental y Castilla la Vieja estuvieran conectadas territorialmente a través de Extremadura para celebrar, en la Universidad de Valladolid, un congreso falangista. La citada reunión se llevó a cabo el día 2 de septiembre de 1936,24 y de ella salieron elegidos los miembros de la Junta de Mando Provisional. Manuel Hedilla, antiguo jonsista, y uno de los hombres de confianza de José Antonio en los meses previos a la sublevación militar, fue elegido jefe de la Junta de Mando Provisional. El resto de miembros de la Junta eran Agustín Aznar, José Sáinz, Jesús Muro, José Moreno, Andrés Redondo y Francisco Bravo, que actuó como secretario. Todos los miembros eran consejeros nacionales, a excepción de Redondo.
En el resto de las provincias castellanas25 la sublevación abarcó no más de una semana a contar desde el 18 de julio, tiempo durante el cual los golpistas consiguieron hacerse con la totalidad de la región. En la VII División, que tenía su cabecera en la ciudad de Valladolid, se desarrolló rápidamente, tal y como sucedió en la VI División, cuya cabecera estaba en Burgos. En esta ciudad la sublevación estuvo dirigida por el general Fidel Dávila, quedando destituido y detenido el general Domingo Batet. Así pues, después de ser tomadas las cabeceras de la VI y la VII divisiones orgánicas, Palencia, Zamora, Salamanca, Segovia y Ávila también cayeron. Al día siguiente lo hicieron León y Soria, que pertenecían, respectivamente, a la VIII y a la V divisiones orgánicas. Hay que decir, además, que, desde las primeras semanas de guerra, tres de estas ciudades castellanas, Valladolid, Burgos y Salamanca, se erigieron como las tres capitales de la zona sublevada y fue en ellas donde empezó a concentrarse todo el aparato administrativo, político y militar de los sublevados y de todos los territorios que las tropas franquistas iban ocupando. De hecho, el día 24 de julio, al tiempo que Onésimo moría en Labajos, se constituyó la Junta de Defensa Nacional en Burgos, presidida por el general Miguel Cabanellas.26 Esta junta declaró el estado de guerra con el bando del 28 de julio y, el 29 de septiembre, nombró a Franco jefe del Gobierno del Estado y generalísimo de los tres ejércitos.27 El día 1 de octubre tuvo lugar su investidura como jefe de gobierno del Estado y la creación de la Junta Técnica del Estado,28 con sede en Burgos y presidida por el general Fidel Dávila. En Salamanca se instaló el cuartel general del Generalísimo hasta que, en octubre de 1937, Franco se trasladó a la capital burgalesa. En Valladolid, y en todas las ciudades de la zona sublevada, se iban concentrando los efectivos de FE-JONS.
LA GUERRA CIVIL, LA REPRESIÓN Y LA VIDA COTIDIANA EN VALLADOLID
Valladolid, ha quedado dicho, se posicionó rápidamente al lado de los sublevados, y se convirtió en suministradora de fuerza humana y material para el frente, así como en una de las capitales de la España sublevada. Ahora bien, esto no significa que la ciudad del Pisuerga y su provincia, así como las provincias limítrofes, no padecieran las consecuencias de la guerra y la represión sobre los vencidos que, en el caso de Valladolid, tomó tintes de verdadera brutalidad e inhumanidad, tanto por las cifras de represaliados como por las formas en que se desarrolló, convirtiéndose en macabro espectáculo público. Pues bien, fue en esta ciudad en la que Mercedes Sanz-Bachiller puso en marcha, junto a Javier Martínez de Bedoya, Auxilio de Invierno.
Desde las primeras horas después de la sublevación, y a lo largo de las semanas posteriores a esta, en Valladolid se produjeron detenciones masivas, como las 448 personas de la Casa del Pueblo a las que me he referido con anterioridad. De hecho, cuando nació Auxilio de Invierno, a finales de octubre de 1936, ya habían sido detenidas 2.051 personas,29 entre las que estaban las autoridades republicanas, como el gobernador civil, Luis Lavín Gautier, y otras más que tenían ideas políticas afines a la izquierda o que, sin haberse significado políticamente durante la República, se manifestaron contrarias a la sublevación. Fue tal la avalancha de detenciones, que la prisión provincial, conocida como «prisión nueva»,30 inaugurada en 1935 y situada en la calle Madre de Dios de Valladolid, se quedó pequeña y se tuvo que reabrir la «prisión vieja», sita en el antiguo Palacio Real de la Chancillería de la capital. Pero, además, se habilitaron como prisiones las cocheras del tranvía, situadas en el paseo de Filipinos, o el antiguo matadero municipal. También se utilizaron como centros de reclusión los cuarteles con rango de prisiones militares, en concreto los que había en la Academia de Caballería. Sin embargo, frecuentemente se trasladaba a reclusos a otras prisiones de la provincia, como la de Medina del Campo, o incluso fuera del territorio provincial. Todas ellas contaban con la vigilancia de los funcionarios de prisiones, la Guardia Civil y las milicias de FE-JONS, Acción Popular, Renovación Española y Partido Nacionalista Español. La provincia de Valladolid contaba, además, con tres campos de concentración: el Monasterio de la Santa Espina, en Castromonte; el campo del Canal o de las Paneras de Galindo, y la finca Villagodio, ambos en Medina de Rioseco; y el monasterio de Santa María, en la pedanía de San Bernardo, perteneciente a Valbuena de Duero.31
En el ejercicio de la represión resultó muy destacado, aunque no de forma exclusiva, el papel jugado por los falangistas, participando también jóvenes requetés, cedistas y alfonsinos. Durante las primeras semanas de guerra, Falange vallisoletana no solo ejerció la represión, sino que se atribuyó las funciones de orden público, los registros y las detenciones, y fue tal su control que incluso fueron muy frecuentes los incidentes con el gobernador civil y con la Guardia Civil.32 Además, también hay que decir que, desde las primeras horas del 19 julio, el general Saliquet era la máxima autoridad en Valladolid, puesto que había declarado el estado de guerra. Sin embargo, existía un descontrol generalizado que favoreció el ejercicio de esta represión y la perpetración de crímenes de forma impune. Este fue un fenómeno que se repitió en toda la zona sublevada y que, durante los primeros meses de la guerra, mereció las llamadas de atención de las autoridades militares y del propio Manuel Hedilla, así como las protestas de los falangistas contrarios al ejercicio de la represión indiscriminada. Sin embargo, estas prácticas continuaron durante la guerra y la posguerra.33 En la provincia de Valladolid, por ejemplo, hubo al menos 924 fusilamientos irregulares, es decir, producidos sin haber una sentencia judicial previa.34