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Fue a ver enseguida a Dokuon, que iba a suceder a Ekkei como abad y le contó que planeaba retar a Ekkei a un duelo. «¿Es que no te das cuenta de lo amable que está siendo el maestro contigo? –le dijo Dokuon–. Esfuérzate en zazen y verás por ti mismo lo que significa ese tratamiento.»
Un gran acto de compasión. Un maestro está más allá de la cólera, más allá del ego, más allá de herir a nadie, pero por compasión incluso puede llegar a zurrar. La zurra es quirúrgica. El bisturí no se emplea contra ti. El bisturí no va en contra de ti. El bisturí no está en manos del enemigo. Está en las manos de un médico, de un cirujano. Te va a hacer un buen tajo. Ha de extirpar el desarrollo, la metástasis cancerosa del ego de tu interior. Es la operación quirúrgica más importante de todas. Y ha de ser duro, porque te ama.
Dijo Dokuon: «No te desconciertes, no te dejes confundir por eso, y no tomes ninguna decisión por el momento. Siéntate unos días en zazen».
Zazen significa permanecer sentado. Zazen es una hermosa meditación. Uno simplemente se sienta mirando la pared, sin hacer nada. Uno sigue sentado…, sentado…, sentado. Si sólo te sientas, sin hacer nada, poco a poco la mente se sosiega, porque no hay nada que hacer… La mente no es necesaria. Al principio se rebela, al principio piensa más: los pensamientos giran en un remolino interior enloquecido. Pero si sigues sentado y sentado, no tienen nada que hacer. Poco a poco se asienta el polvo: los pensamientos desaparecen, aparecen rendijas. En esas rendijas es posible comprender. Cuando no hay pensamientos, es posible pensar. Cuando no hay pensamiento en la mente, se libera toda la energía invertida en pensar, en pensamientos; se convierte en tu consciencia.
«Esfuérzate en zazen y verás por ti mismo lo que significa ese tratamiento.» Jitoku pasó tres días y tres noches abismado en una desesperada contemplación, y, de repente, experimentó un extático despertar. Ekkei aprobó este satori.
¿Qué sucede cuando permaneces simplemente sentado? Toda la energía que se ha estado moviendo en el cuerpo, fuera del cuerpo, en acciones, deja de moverse. Te conviertes en un estanque de energía. La energía se va juntando; te conviertes en un depósito. En zazen ni siquiera puedes oscilar ni mover el cuerpo, ni siquiera un movimiento de nada, de manera que no se invierta nada de energía en una acción. Toda la energía está disponible. Va cayendo dentro. Te llena, empieza a rebosar. Cuando llega el momento en que rebosa, entonces es satori. Satori es un momento de energía rebosante.
El pensamiento va deteniéndose… Requiere tiempo… Tres días podría decirse que es el tiempo necesario. Si te esfuerzas día y noche, continuamente, de alguna manera en tres días llega el momento en que hay tanta energía que explota. Todo se calma… Un súbito relámpago interior. Todo está claro… Se alcanza claridad perceptiva. Eso es lo que en Japón llaman satori.
Satori es un vislumbre de samadhi… El primer vislumbre. Claro está, en el primer vislumbre no puedes reconocer qué es. Es tan desconocido; nunca lo has conocido antes, nunca te lo has encontrado. Ha de ser aprobado por el maestro. La próxima vez que aparezca podrás reconocerlo, pero en la primera ocasión no sabes qué es, cómo comprenderlo, cómo interpretarlo.
Es tan vasto, que todas tus experiencias son irrelevantes. Todo tu pasado resulta irrelevante frente a ello. Todas tus esperanzas de futuro son irrelevantes frente a ello. Es algo que nunca esperaste. Es algo que ni siquiera pudiste imaginar. Es algo con lo que ni siquiera soñaste. ¿Cómo podrías reconocerlo? Por eso el primer satori debe ser aprobado por el maestro. Hasta el primer satori hay que permanecer con el maestro. Luego uno puede seguir por sí mismo, pero antes no.
Ekkei aprobó este satori.
Jitoku fue a ver a Dokuon y le agradeció el consejo, diciendo: «De no haber sido por vuestra sabiduría nunca hubiera tenido esa experiencia transformadora. Y en cuanto al maestro, su golpe no fue lo suficientemente fuerte».
Ahora comprende. Si el golpe hubiera sido un poco más fuerte… En ese momento se sintió ofendido. Ahora dice: «Su golpe no fue lo suficientemente fuerte». Ahora comprende la compasión.
Ahora tú estás en el mismo viaje. Estás aquí, conmigo, para saber qué es la vida; para aprender cómo conocer eso que siempre está disponible; para aprender a observar lo que está delante de ti, ahí mismo; para aprender a sentir lo que ya te rodea por todas partes. Te he zurrado muchas veces. Puede que no te haya dado un golpe físicamente en la cabeza, porque tolerar eso no es muy difícil…
La otra noche vino a verme un sannyasin y me dijo: «La última vez que vine, ¡usted me llamó cobarde!». Estaba muy ofendido. Como le había llamado cobarde, se ofendió mucho. Perdió una oportunidad. El ego empezó a pensar, el ego se interpuso. Fue un golpe a la cabeza. Pero lo pasó por alto. Ahora tendré que aprovechar otra oportunidad.
Y hay ciertos momentos… Sólo entonces puedo atizarte. Aunque ni siquiera entonces puedo estar seguro de que lo aproveches. Sólo se te puede atizar en unos pocos y raros momentos, y no obstante puedes desaprovecharlos. Estate atento. Y no filosofes, porque eso puede ser un truco. Cuando te atice, responde. Estate atento. No es para ofenderte; es para despertarte. Y sé que el día que lo entiendas también sentirás que «su golpe no fue lo suficientemente fuerte».
Buscar la vida, buscar la verdad, es estar dispuesto a morir, a morir a esa vida que has estado considerando como tal. Pero que no lo es.
Debo destruirte de muchas maneras; de hecho, he de desmantelarte. O bien podrías volver a aparecer. Lo que necesitas es una crucifixión, pues sólo entonces puede tener lugar la resurrección. Permíteme ser una cruz para ti. Sólo entonces, y sólo entonces, existe una posibilidad de que se te entronice.
El camino es duro, arduo, pero una vez que conozcas la verdad de tu ser, te darás cuenta de que nada fue duro, de que nada fue lo bastante duro. Entonces sabrás que todo lo que alcanzaste no se debió a tus esfuerzos. Tus esfuerzos fueron una nimiedad comparados con lo alcanzado. Eso que has alcanzado es un auténtico regalo. Y la paradoja es que ya está, ahora, en tus manos. Pero he de lograr que seas consciente de ello. Ya está en ti, sólo tengo que señalártelo.
Te ofenderás en muchas ocasiones y de muchas maneras. Hay mucha gente que viene a verme y que se va. Se sienten ofendidos. Si tuviera que pensar en ellos y no ofenderlos, entonces no valdría para nada, sería yo inútil, no podría ayudar. No tengo más remedio que ofender. Llegan cien personas; noventa están abocadas a marcharse poco a poco. De las diez que se quedarán conmigo, sólo una logrará hacerse consciente, pero es suficiente, y no porque hacerse consciente sea difícil. La dificultad no forma parte de la verdad. La dificultad forma parte de tu condicionamiento, del condicionamiento esquizofrénico.
Las religiones han envenenado totalmente tu ser, te han fragmentado. Pero reunir todos esos fragmentos –no sólo para juntarlos, sino para fundirlos para que así puedas ser un ser cristalizado– es difícil por ti, por tu causa.
Si tú estás listo, no es difícil; es muy sencillo. Es tan fácil que puede suceder en este mismo momento. Si tienes que esperar, es por tu causa… Recuérdalo siempre.
Se trata de una cuestión de entendimiento. No es cuestión de hacer algo. Ese poeta de waka, sentándose durante tres días, día y noche, sin hacer nada, llegó a experimentar un despertar repentino… Siempre es repentino.
Siempre que estás repleto de energía y que esa energía empieza a rebosar, tienes un orgasmo interior. Ese orgasmo es satori. Cuando ese orgasmo se convierte en tu estado de ser constante, entonces se llama orgasmo.
Basta por hoy.
2. LA PEOR DE LAS PESADILLAS
La primera pregunta:
Osho, usted nos dice que estemos aquí y ahora, sin metas ni propósito, pero también nos cautiva hablando de éxtasis, iluminación, libertad, y la posible culminación. Parece contradictorio. Explíquese, por favor.
No tiene nada de contradictorio; es un hecho puro y simple. Pero la mente tiende a crear problemas donde no los hay. La mente es un mecanismo causante de problemas.
Cuando digo que el éxtasis es hermoso, cuando digo que la iluminación es gozosa, no estoy hablando del futuro, y no os cautivo. Simplemente estoy describiendo un hecho.
Cuando digo que estéis aquí y ahora sin propósito ni metas, os muestro el camino, la manera en que la iluminación puede suceder ahora.
La iluminación no es una meta lejana; es una posibilidad presente. Puedes no darte cuenta de que está ahí. Pero eso no significa que esté lejos; sólo significa que estás dormido. Puedes no darte cuenta. Eso no quiere decir que tengas que esforzarte para alcanzarla; sólo quiere decir que no eres consciente de algo que ya te rodea ahora. Seguiré hablando de la iluminación, porque sin ella no estás vivo; sin ella sólo pareces existir, pero no existes; sin ella no te enteras de nada. Pero recuerda, no estoy creando una meta para tus deseos. La iluminación nunca puede ser una meta. Es necesario entenderlo bien. No puede desearse el nirvana.
Permíteme que lo explique. Siempre que deseas algo, te pones tenso. El deseo crea perturbación. Siempre que deseas algo, lo deseas, claro está, en el futuro. ¿Cómo puedes desear en el presente? En el presente no hay espacio suficiente para que exista un deseo. Sólo puede hacerlo en el futuro. El desear sólo puede interesarse por algo en el futuro, por algo que no está aquí. Lo que está aquí no puede desearse. Puedes deleitarte en ello, pero no puedes desearlo. Puedes vivirlo, puedes bailarlo, pero no puedes desearlo. Por eso todos los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», pero el problema humano es que entienden: «Convierte la carencia de deseos en tu meta». Todo lo convertimos en un objetivo. Pon cualquier cosa en la mente; inmediatamente lo reduce a una meta y el problema surge… de inmediato. Y luego la mente pregunta: «¿Cómo?». “Cómo” lograr esto, “cómo” conseguir aquello, “cómo” convertirse en lo otro. Y vuelves a lo mismo de siempre y sigues sin enterarte.
Cuando los buddhas dicen: «Prescinde de los deseos», no intentan crear una meta para ti. Sólo dicen: «Fíjate, observa tu desear. Comprende tu deseo y la futilidad de ello. Obsérvalo profundamente, penétralo bien, y ese penetrar te ayudará: el deseo desaparece».
Una vez que comprendes la futilidad total de desear, ¿vas a preguntar cómo soltarlo? Si ves su futilidad total, se cae por sí mismo.
Pero no haces más que preguntar cómo porque sigues queriéndote aferrar. Sigues queriendo posponerlo. Sigues pensando que debe haber algo en eso: «Tal vez no me entero, tal vez no me esfuerzo lo suficiente, tal vez no voy en buena dirección… Pero algo hay». Sigues esperanzado.
Cuando observas la naturaleza del deseo, entiendes que es como un horizonte. Parece muy lejano, allá a lo lejos. Si te acercas, si te mueves, se mueve contigo. Cuando llegas al punto en que creías que la tierra se encontraba con el cielo, resulta que no es así. Pero otra vez, a la misma y lejana distancia, vuelve a aparecer el horizonte. Vuelve a moverte… Y el horizonte se mueve contigo. La distancia entre ti y el horizonte es siempre la misma.
Si observas el deseo, lo verás fácilmente. Si meditas sobre el deseo te darás cuenta de que es un hecho; no es ninguna teoría sobre el deseo.
Tienes 10.000 rupias. La mente pide 20.000 rupias. La mente dice: «¿Cómo puedes ser feliz si no tienes al menos 20.000 rupias? No es posible». Puedes conseguir 20.000 rupias. Desperdiciarás mucho tiempo en ello; y un día las obtendrás. Para cuando consigas 20.000 rupias, el deseo ya estará más allá. Ahora pedirá 40.000 rupias.
Cuando consigues las 20.000 rupias, te has vuelto adicto a las comodidades; ahora necesitas más. Ahora la casa de antes parece pequeña, el coche viejo es un insulto; hay que dejarlo. Se necesita un coche nuevo. Para cuando logras las 40.000, el horizonte vuelve a estar lejos… Ahora pide 80.000. No hace más que doblarse. La distancia sigue siendo la misma.
Entre el deseo y la satisfacción existe siempre la misma distancia. Nunca cambia, ni una pulgada. El mendigo y el emperador están siempre en la misma situación. Si observas la distancia entre el deseo y su satisfacción, te darás cuenta de que navegan en el mismo barco.
Una vez comprendido, el deseo cae por sí mismo, porque sí. No es que tú lo sueltes… Y por ello nunca surge la cuestión del “cómo”. Y cuando el deseo cae, aparece la ausencia de deseo. No es que hayas tenido que hacer ningún esfuerzo para que aparezca, ni que te hayas esforzado para obtener esa carencia de deseos; no es una meta. Cuando los deseos desaparecen…, el no desear nada es ausencia de deseo.
Permite que te lo cuente de otra manera. Por lo general, siempre que se utiliza la expresión, “ausencia de deseo”, crees que es contra el deseo. Pero no es así. La ausencia de deseo no es lo opuesto a desear. El estado de ausencia de deseo es simplemente falta de deseo, no lo contrario. Si fuese lo contrario, entonces podría convertirse en el objetivo. Pero no es lo opuesto. Y por lo tanto no puedes convertirlo en una meta, en un objetivo.
El amor no es lo contrario del odio. Si el amor es contrario al odio, en ese amor, el odio continuaría existiendo, seguiría fluyendo una corriente subterránea de odio. El auténtico amor no se opone al odio. El amor de un buddha no es lo contrario al odio. Es simplemente la ausencia de odio.
La compasión no está contra la cólera. Cuando la cólera desaparece, aparece la compasión. No es necesario luchar por la compasión; no está contra la pasión. Cuando la pasión desaparece, la compasión es. La compasión es tu naturaleza.
El estado de ausencia de deseo eres tú. Cuando desaparecen todos los deseos y te quedas solo, en esa hermosa emancipación –pura emancipación, emancipación cristalina– existe indeseabilidad. Ni siquiera un rastro de deseo… Sin meta, sin ningún sitio al que ir. Por primera vez vives lo que es la vida, por primera vez cantas a pleno pulmón, y tu canto se expande por toda la existencia. Por primera vez eres capaz de celebrar.
Eso se llama iluminación, nirvana. El nirvana nunca puede ser un objetivo. Cuando careces de todo objetivo, el nirvana llega hasta ti. Tú nunca te diriges hacia el nirvana. Cuando no vas a parte alguna, el nirvana viene hacia ti. O, si prefieres utilizar el lenguaje de los bhaktas y devotos, puedes utilizar la palabra “divinidad”.
Tú no vas hacia la divinidad. Uno nunca puede ir en esa dirección. ¿Adónde irás? O a ninguna parte o a todas partes. ¿Adónde?
No puedes convertir la divinidad en un objeto. No puedes convertir tu deseo en una flecha lanzada hacia la diana del divino. O está en todas partes –y por lo tanto no puedes convertirlo en un blanco–; o no está en ninguna, y si es así tampoco lo puedes convertir en diana. No hay nadie que lo haya alcanzado nunca. Cuando detienes todos los intentos, cuando sueltas toda la tontería sobre lograr algo, entonces de repente la divinidad llega a ti. Y cuando llega, llega de todas partes, de todas las direcciones. Simplemente te penetra por todos los poros de tu ser. Tú nunca llegas a ella; siempre llega a ti.
Cuando la gente viene a verme, y me cuenta que busca lo divino, yo digo: «Por favor, no os esforcéis. Habéis emprendido un viaje inútil. Lo que debéis hacer es descansar, relajaros, esperar y permitir que llegue a vosotros. Vuestra búsqueda creará una barrera».
Una mente inquisitiva es una mente tensa. Una mente que busca no descansa. Una mente deseosa no está en casa… Siempre deambulando, itinerante, yendo a alguna parte. ¿Crees que te encontraré si voy a tu encuentro? Tal vez estés en otra parte. Siempre estás en otro sitio. Siempre que pareces estar, no acabas de estar ahí. Si te sientas en el templo, sólo estás ahí en apariencia. Tal vez estés en el mercado. O quizás en la tienda, en la fábrica o en la oficina. Cuando estás sentado en tu oficina o en tu tienda, sólo lo estás aparentemente…, pareces estar ahí. Tu mente pudiera estar en cualquier otro sitio… El mundo es vasto.
Nunca estás donde estás. Quédate ahí. Estés donde estés, quédate ahí. Ésa es la puerta a lo divino, y así lo divino entra en ti.
Si lo buscas, el nirvana se convierte en una pesadilla. Y entonces el nirvana pasa a ser la peor de las pesadillas. Puedes hacer dinero si buscas hacerlo. Puedes conseguir poder y prestigio si lo buscas. Sí claro, lleva tiempo, mucho esfuerzo y es casi inútil… Porque cuando lo has conseguido no encuentras nada. Pero puedes buscarlo.
Si estás lo suficientemente loco puedes encontrar cualquier cosa en el mundo. Sólo tienes que estar lo bastante loco…, casi demente, tarado. Entonces, ganarás, porque nadie podrá competir contigo, a menos que aparezca alguien más loco que tú. En el mundo puedes hallar todo aquello que ansías. Será una pesadilla, pero tiene un final…
Pero el nirvana es la última y la peor de las pesadillas.
Una vez que empiezas a buscarlo puedes despedirte de que suceda, porque su propia naturaleza es tal que impide que lo alcances. Así que, cuando digo que estés aquí y ahora, estoy diciendo, por favor, ayuda a que el nirvana te alcance. Quédate en casa, espera… Tarde o temprano verás… Ha llamado.
Jesús dice: «Llamad y se os abrirá la puerta».
Yo os digo: «Esperad. La existencia llamará. Permaneced atentos y abrid la puerta cuando llame».
La existencia no deja de llamar, constante y continuamente, pero no estás aquí para oírlo, para escuchar. No estás aquí para abrir la puerta. El invitado está siempre a la puerta, pero el anfitrión no aparece.
Sé un anfitrión; eso es lo que quiero decir cuando digo «sé aquí y ahora». Eso sólo significa que seas anfitrión de la vida, que seas anfitrión de la existencia. Permanece disponible y te sucederá todo. Nada te faltará. No hay nadie entorpeciendo el camino excepto tu propio deseo, excepto tu propio correr de aquí para allá. Descansa un poco.
Y cuando digo descansa, quiero decir descansa aquí y ahora. No lo pospongas, porque ¿quién puede descansar mañana?
Y no dejaré de cantar las maravillas del éxtasis, pero no me malinterpretes. No intento convencerte de que has de alcanzar el nirvana. No es una meta. No puede convertirse en un objetivo. No puede convertirse en objeto del deseo. Está disponible. No tienes más que mirar, echar un vistazo atento. La vida es muy hermosa. Te llueve encima desde todas partes. A eso le llamo meditación. Eso es lo que el zen denomina zazen. Permanece sentado, en una espera infinita, observando, atento, consciente, sin ir a ninguna parte, y sucede el milagro de los milagros: lo que buscabas y no hallabas de repente sucede.
No existe en ello contradicción alguna, pero tu mente la creará, porque si tu mente no crea una contradicción, carecerá de función que llevar a cabo. Primero crea un problema y luego intenta hallar una solución. No permitas que la mente cree un problema donde no existe ninguno.
Me han contado algo sobre un médico. Llegó un hombre a verle; padecía un resfriado corriente. El médico le dijo:
–Haga una cosa. La noche está bastante fría. A medianoche, diríjase desnudo al lago y zambúllase en él.
El hombre contestó:
–¿Se ha vuelto loco? Estoy resfriado, ¡y a medianoche el lago estará helado! Pillaré una neumonía doble.
El médico dijo:
–No se preocupe. Tengo el medicamento perfecto para la neumonía, pero ninguno para el resfriado corriente. Estoy seguro de que le curaré. No tiene más que seguir mis indicaciones.
La mente no deja de crear problemas y luego intenta suministrar soluciones. ¿No te has fijado nunca en esa tontería? Extirpar la mente de cuajo. No permitas que cree un problema… Ésa es la solución.
De otro modo, la mente te ofrecerá una solución. En primer lugar, el problema será falso. ¿Cómo entonces podrá ser válida la solución? Si solucionas un falso problema, la solución deberá ser falsa. Entonces te ves atrapado en una regresión infinita. En la solución, la mente volverá a hallar problemas. Y de nuevo, se suministrarán soluciones. Y no saldrás nunca de ahí.
Si tu propia mente no puede ofrecerte una solución, entonces acudes a mentes más grandes; ellas pueden suministrar soluciones. Vas a filósofos, a gentes que sostienen teorías, doctrinas y escrituras en sus cabezas. Si no puedes hallar tu propia solución, busca con los expertos; y entonces ellos darán con una. Pero los expertos todavía tienen que ser de ayuda para alguien. Cincuenta siglos de historia de la filosofía no han ofrecido ni una solución para ningún problema. Por el contrario, no han hecho más que crear más… ¡Extirpa la raíz de cuajo!
Siempre que la mente intente crear un problema, primero trata de descubrir si la mente está intentando poner en práctica el viejo truco de siempre. Porque me parece a mí que la vida no puede ser más sencilla. No tiene ningún problema. No quiero decir que la vida no sea un misterio. Lo que quiero decir es que la vida no es un rompecabezas. Y que tú no puedes resolverlo.
La vida es un misterio formidable, pero muy simple. No puedes resolverlo. Puedes vivirlo, puedes disfrutarlo, puedes fundirte con él –abriéndose una puerta tras otra y convirtiéndose en un viaje de infinitas revelaciones; te aguardan revelaciones cada vez más grandes–, pero no es un acertijo que pueda resolverse. Cuanto más penetras en ella, más desconocida se torna. Cuanto más sabes, más sabes que no sabes.
Llega un momento en que todo conocimiento parece fútil. Ése es el momento en que la consciencia atraviesa una conversión: de la filosofía a la religión; de teorías fútiles y rancias a una fuente de vida fresca y viva para siempre.
La vida es un misterio; no puede resolverse. No tiene solución, no tiene respuesta. No intentes resolverlo. Eso es lo que la mente hace constantemente: resolver. ¡Córtala de raíz! Siempre que la mente intenta crear un problema, primero intenta verlo… ¿Dónde está el problema realmente?
Es tan simple como ya he dicho: sé aquí y ahora, y la iluminación te sobreviene. Ya te está sobreviniendo; lo único que ocurre es que no te das cuenta. Ya sucedió incluso antes de que nacieses. Sucede simultáneamente con tu vida. Tu propia existencia está iluminada. Un giro, una conversión… y el reconocimiento…
Y el reconocimiento sólo es posible si giras aquí y ahora. Si sigues moviéndote, persiguiendo sombras, entonces carecerás de tiempo y espacio para ir hacia dentro. Todo el futuro está fuera, y el presente dentro.
El presente no forma parte del tiempo. El presente es eternidad. Es ahora, eterno. Está dentro de ti.
Una vez que giras hacia dentro, empiezas a reír.
Se dice que cuando Bodhidharma se iluminó, empezó a reír, con una risa procedente del vientre. Empezó a rodar por el suelo y los discípulos se reunieron y dijeron: «¿Qué ha pasado? ¿Se ha vuelto loco?». La verdad es que así lo parecía. Llevaba nueve años sentado y nadie nunca había visto ni siquiera el atisbo de una sonrisa en su rostro. Era una persona muy severa y seria.
Durante nueve años miró continuamente la pared… Se sentó continuamente cerca de la pared y mirándola. Ni siquiera se dio la vuelta para hablar con nadie durante nueve años… Era un hombre muy serio. Había decidido que no se levantaría a menos que llegase a conocer la verdad. Dice la tradición que se le atrofiaron las piernas. Nueve años es mucho tiempo; puede que fuese así. Pero ésa no es la cuestión. Hay algo que está claro. Las piernas representan actividad, movimiento, deseo, dirección, una meta. Las piernas representan todo eso. Pero, claro, en esos nueve años desaparecieron todas las metas. No había adónde ir. Desaparecieron todas las motivaciones, todos los deseos. Y, claro, las piernas se le atrofiaron.
Y entonces, de repente, un día, este hombre rueda por el suelo riéndose… Debe haberse vuelto loco. La gente debió pensar que sentarse nueve años observando la pared provoca que te vuelvas loco. Pero ¿a qué viene toda esa risa? Se reía de todo el absurdo, de toda la ridiculez de la cuestión: de que había estado buscando lo que ya estaba en él y no se había dado cuenta.