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Tu tesoro está en ti. Tu tesoro ya está en tu interior. Yo lo veo, pero tú no puedes verlo. Estar conmigo no es más que una oportunidad para que tú también veas lo que yo ya veo en ti.
Cuando vienes hacia mí, eres muy valioso. Cuando te acercas a mí, veo llegar a un buddha. Tú no eres consciente de ello. Quisiera postrarme y tocar tus pies, pero eso sería peligroso para ti, así que resisto la tentación. Ya estás loco y te volverías más loco. Pero eso es lo que me gustaría hacer.
Ya estás ahí donde desearías y donde te gustaría estar. Estás realizado. Veo que tu flor ya ha florecido, siempre ha estado florida, pero tus ojos miran hacia otro sitio.
Así que cuando hablo de iluminación, simplemente estoy haciendo constar un hecho sobre tu ser. No te estoy ofreciendo una meta que puedas desear. Y a continuación debo pedirte que estés aquí y ahora, porque ése es el modo en que podrás apreciar el florecimiento de tu ser. No hay contradicción en ello. Si te lo parece, vuelve a observar. Tu mente te ha engañado. Corta la mente de cuajo.
Un nuevo buscador, Jim Crossland, hace la segunda pregunta:
Osho, creo entender que ninguno de sus discípulos ha conseguido iluminarse. ¿Cómo puedo considerar que es mejor el idealismo de prepararme para perder el ego que el idealismo del que está hablando hoy?
¿Quién ha dicho que ninguno de mis discípulos se ha iluminado? No veo a nadie que no se haya iluminado. Todos son buddhas, gente iluminada que se autoengaña, embaucándose a sí misma, jugando al escondite consigo misma. Pero a vosotros no os resulta fácil verlo. Una vez que se ha visto la propia iluminación, entonces todo el mundo está iluminado. Todo el mundo, digo, está iluminado en el momento en que tú te iluminas. Entonces sabes que ésa es su elección. Si quieren seguir engañándose, pues muy bien, son libres de hacerlo. Si quieren seguir jugando a eso un poco más, pues muy bien. ¿Por qué no iban a hacerlo? Unas cuantas vidas más… Tú decides.
No sólo están iluminados mis discípulos, sino que la vida está iluminada. Esos árboles… Puede que estén profundamente dormidos, que ronquen, pero también están iluminados. Desde el día en que me iluminé no he visto nada que no esté iluminado. No puedo verlo de otra manera.
Así que olvídate de los demás. Sólo se trata de ti. ¿Estás listo para dejar de engañarte, para olvidarte del juego a que te sometes? Ésa debe ser tu única preocupación. No te preocupes de lo que hacen los otros.
«Creo entender que ninguno de sus discípulos ha conseguido iluminarse.»
El que pregunta debe tener un arraigado deseo de iluminación, una mente muy orientada hacia los logros. Y por ello mira a su alrededor a través de esa mente conseguidora… Y, claro, una mente conseguidora no puede llegar a creer que alguien haya podido iluminarse. Le cuesta mucho aceptar que incluso yo lo haya conseguido. De hecho, tampoco puede creérselo. Pero se muestra cortés y se dice que me lo reconocerá a mí, pero a nadie más. Es algo natural cuando no te ha sucedido a ti. ¿Cómo puede sucederle a alguien antes que a ti? Eso sería injusto. Si tiene que suceder, te sucederá a ti primero. Así es como piensa el ego. El ego no hace más que negar.
Pero, por favor, pon algo más de atención, porque si no haces más que negar que puede haberle sucedido a otros, poco a poco te irás convenciendo de que no puede suceder, de que es imposible, y entonces estarás cerrándote las puertas a tu propia iluminación. Una vez que aceptas que le ha sucedido a alguien, la posibilidad también se abre para ti… La posibilidad de que también puede sucederte a ti.
Observa otra vez, una segunda vez. Observa a la gente. Sal de tu mente conseguidora y observa. ¿Escuchas el canto de los pájaros? Están iluminados… Son buddhas trinando. Así tiene que ser. La divinidad no está separada de la vida. La divinidad es sinónimo de vida. La divinidad no es algo separado de lo que sucede o deja de suceder. Está oculta en todo lo que es. En una piedra, un árbol, un pájaro…
Pero por primera vez has de verlo en tu interior, porque es la realidad más cercana que tienes. Una vez que lo ves ahí, lo ves en todas partes.
Y la segunda cuestión: «¿Cómo puedo considerar como algo mejor el idealismo de prepararme para perder el ego que el idealismo del que está hablando hoy?».
No te estoy diciendo que te prepares. No enseño ninguna preparación. Lo único que digo es: fíjate… Eso es el ego, y ése es el obstáculo que dificulta el camino. ¡Suéltalo ahora mismo! ¿Quién te dice que te prepares?
Si te preparas, no harás más que prepararte para siempre jamás. ¿Es que no has vivido ya lo suficiente? ¿Es que no has estado aquí ya muchos millones de veces? Has estado repitiéndote como un círculo, una rueda… una y otra vez, dando vueltas en la misma rueda. Nacimiento, juventud, vejez, muerte y otra vez nacimiento. No deja de girar.
Cuando hablo de soltar el ego, no estoy diciendo que haya que prepararse para ello. Si todavía no estás preparado, ¿entonces cuándo lo estarás? ¡Ya basta! ¡Suéltalo ahora mismo! O lo sueltas ahora mismo o no lo sueltas. No trates de engañar a nadie con eso de que te estás preparando. Los preparativos son un truco para engañar a los demás, y de manera más concreta, a ti mismo: «Me estoy preparando. Un día soltaré el ego». Pero ¿por qué “preparándome” y por qué “un día”? ¿Por qué no hoy? Si has percibido la cuestión, ¿entonces para qué necesitas prepararte?
¿Acaso te preparas para saltar cuando te encuentras una serpiente en un camino? No te dices: «¿Cómo puedo saltar ahora mismo? Veo la serpiente, comprendo el peligro, veo la muerte ahí delante de mí, pero ¿cómo puedo saltar de inmediato? Necesito prepararme. Necesito ensayar. Primero me prepararé y luego saltaré».
No, al ver la serpiente en el camino, tu mente simplemente se detiene. La mente carece de espacio para pensar, no hay tiempo que perder. Primero saltas y luego piensas. Luego puedes pensar todo lo que quieras… Pero primero saltas.
Lo que te estoy enseñando es que la serpiente no es tan peligrosa como tu ego. Tu ego es la verdadera serpiente.
En la parábola cristiana de Adán y Eva y la serpiente, la serpiente no es otra cosa que el ego. La serpiente es simbólica porque es muy artera… El ego también es muy astuto. Y una serpiente es muy resbaladiza… El ego también es resbaladizo. Y una serpiente se mueve sin patas… Y el ego también se mueve sin patas. Es un milagro. De hecho, la serpiente no debería moverse. Es un milagro: se mueve sin patas. El ego no está ahí y no deja de moverse.
En la parábola cristiana, la serpiente convenció a Eva de que valía la pena probar el árbol del conocimiento. «Dios lo ha prohibido porque no quiere que conozcáis; no quiere que seáis sabios, como él. Está celoso. Si sois tan sabios como él, ¿quién le venerará? Quiere que sigáis siendo ignorantes y que dependáis de él». Eso es lo que hace el ego. El ego convenció a Eva. Eva convenció a Adán. ¿Por qué lo hizo a través de Eva? Es necesario comprenderlo.
La mente femenina tiende más a ser egoísta. La razón es que la mente femenina carece de ego. La mente masculina ya es egoísta, pero la femenina carece de ego: es una mente pasiva, no activa ni agresiva. La mente masculina ya es agresiva; la mente masculina ya es egoísta. Ya es extrovertida. La mente masculina no carecía de ego.
Siempre que algo te atrae, sólo te atrae porque no lo tienes. Ves a alguien hermoso, y si eres feo, te atrae. Ves a alguien fuerte, y si eres débil, te atrae. La atracción siempre tiene por objeto lo opuesto, aquello que tú no eres. Un pobre se siente atraído por la riqueza. Los realmente ricos son quienes renuncian a la riqueza. Un pobre no puede renunciar a la riqueza.
La mente femenina no es egoísta. Es más entregada, más receptiva, de ahí la atracción. El truco funcionó con ella. Y una vez que se tiene convencida a la parte femenina, a la parte masculina le resulta muy difícil no seguirla. El hombre siempre ha sido un seguidor de la mujer. Sea cual sea su aspecto externo, intenta demostrar que es el jefe, el que manda… Pero eso también es precisamente porque eso es lo que le falta. Puede ser el amo del mundo, pero en el momento que llega a casa deja de serlo. En casa, la mujer es la que manda. Napoleón y Alejandro eran unos don nadie frente a sus mujeres. Un Napoleón se convierte en un cobarde.
La mente masculina sigue a la femenina. Una vez que el ego convence a la mente femenina, tarde o temprano Adán la seguirá. La serpiente es el viejo símbolo del ego. Te estoy mostrando la verdadera serpiente que aparece en tu camino.
Esta serpiente te ha convencido para que pruebes el fruto del conocimiento, y toda religión no es más que volver atrás, desaprender. La religión no es más que vomitar conocimiento. ¿Qué hizo Adán? Comió el fruto del conocimiento. Cristo vomitó ese mismo fruto. Adán se alejó de la fuente divina, del Jardín del Edén, del jardín de Dios. Jesús regresó a él.
Cuando digo que el ego es venenoso, no hay más que constatar un hecho. No estoy diciendo que haya que prepararse para soltarlo. Lo que digo, si me quieres entender, es que lo sueltes ahora mismo. No pierdas ni un momento más. Una vez que veas de qué se trata, en ese ver cae el ego. Si no cae al verlo, entonces es que no has acabado de ver la cuestión. Estás jugando. Y luego te crees que has entendido, pero no es así.
El chiste más gracioso que he oído en la radio consistía en nada más que silencio. En uno de sus programas de radio, a Jack Benny, famoso por ser el hombre más tacaño del mundo –al menos en la imagen que se creó–, le paró un ladrón, que le dijo:
–¡La bolsa o la vida!
A ello le siguió un prolongado silencio, y en su momento, la audiencia, entendiendo, empezó a reírse cada vez más y más. Finalmente, en caso de que hubiera alguien que no lo hubiera entendido, el ladrón dijo, una vez que se apagaron las risas:
–¡Venga! ¡La bolsa o la vida!
A lo cual, Benny contestó:
–Me lo estoy pensando, me lo estoy pensando.
¿Dinero o vida? Si la vida se va, ¿qué vas a hacer con el dinero?
Si me has entendido, en ese mismo entendimiento se suelta el ego. No es que tú lo sueltes. ¿Cómo ibas a soltarlo? Eres tú el que ha de caer. ¿Cómo puedes soltarlo? Se suelta, se cae. De repente no estás ahí. Surge en ti un tipo de energía totalmente distinta, una energía que estaba bloqueada por el ego.
Sí, tú estás ahí y sin embargo no estás. Se trata de una experiencia muy extraña –la más extraña, extrañísima–: estás ahí, y sin embargo, no estás.
¿Cómo puedes soltarlo? Si lo sueltas, el soltador seguirá dentro. El ego te ha engañado. Se suelta. Una vez comprendido, se suelta. No es cuestión de preparación. No digo que te prepares para soltarlo. Si te preparas para soltarlo, puedes devenir humilde, más humilde y más humilde, pero el ego se ocultará tras tu humildad. Y empezarás a pensar: «Soy el hombre más humilde del mundo. Soy el hombre más humilde del mundo». Ese “soy” sigue siendo el mismo.
El ego puede tornarse pío; puede hacerse religioso. El ego puede santificarse, pero eso no implica ninguna diferencia. Si el veneno se torna piadoso no implica diferencia alguna. Un veneno purificado puede llegar a ser más venenoso, y un ego purificado es ciertamente más ponzoñoso que un ego normal.
Fíjate en la gente religiosa: tienen un ego muy sutil, muy pulido, cultivado y refinado. Es difícil verlo, es más resbaladizo que los egos ordinarios; sus métodos son más sutiles, sus engaños más astutos, está más protegido, más seguro. Incluso tu hablar de divinidad puede no ser más que uno de sus escondites.
No, tú no puedes soltarlo. Comprende que se cae por sí mismo. De repente lo ves resbalando de tus manos. No es necesario soltarlo. Si no te apegas a él una sola vez, se cae. Al no apegarte, se cae. ¿Qué necesidad hay de prepararse cuando entiendes que estás sosteniendo una serpiente venenosa?
No, estoy hablando de preparativos. Si me has entendido, déjalo caer. Si no has entendido, por favor, no te prepares. Es mejor así. No lo decores. Lo adornarás y emperifollarás, y entonces será más difícil dejarlo caer. Se tornará más preciado.
A un hombre de carácter le resulta más difícil soltar su ego que a un hombre sin personalidad. Un moralista tiene más dificultades a la hora de soltar su ego que un inmoral. El ego del inmoral ya está herido, enfermo. El ego del moralista está decorado de medallas. El ego del moralista sigue dando buenos réditos. El ego del moralista se parece más a una flor y menos a una espina. Resulta más difícil soltarlo.
A veces ha sucedido –parece paradójico, pero ha sucedido en incontables ocasiones– que los pecadores han alcanzado la divinidad con más facilidad que los llamados santos. Sí, claro, no aparece muy documentado, porque todas las evidencias han sido obra de santos. Los pecadores no se han preocupado de documentar e historiar esto y lo otro.
Un rabino se murió –un hombre muy religioso, muy moral, un moralista–, y ese mismo día también murió un pecador. El rabino no podía creérselo: ¡le habían enviado al infierno! Montó un escándalo. Dijo:
–Pero ¿qué está pasando aquí? Yo, un santo, ¡y me envían al infierno! Y este pecador al que he conocido durante toda mi vida, que vivía enfrente de la sinagoga, ¡lo mandan al cielo! Aquí hay un error.
Montó tanto escándalo que llevaron a ambos ante Dios. Y el rabino dijo:
–Lo sabes muy bien: me he pasado la vida rezando y rezando, repitiendo tu nombre. Y a este tipo, que nunca ha rezado, que nunca ha acudido al templo y que se ha dedicado a hacer todo tipo de canalladas, el hombre más inmoral de la ciudad, van y le dan el cielo; ¡y a mí me envían al infierno! ¡Esto es una injusticia! ¡Exijo una explicación!
Y Dios dijo:
–Sí, ya lo sé, pero él nunca me fastidió. Tú no hacías más que molestarme. Incluso me resultaba difícil poder dormir por la noche a causa de tus invocaciones.
Se requiere inocencia, pues en la inocencia es donde desaparece el ego. Se necesita simplicidad, y la simplicidad no es algo que se cultive. Cuando desaparece todo cultivo y desaparecen las complejidades, uno se torna simple. Puedes ir o no ir al templo… No importa. Puedes rezar o puedes no rezar… Es irrelevante.
Pero inocencia, simplicidad, una profunda entrega… Ése ya no es un hacedor, ya no piensa en sí mismo como en un “Yo”… Es alguien que ha entregado ese “Yo”, alguien que ha dejado de ser como una isla, alguien que pasa a fomar parte del continente, uno que ha dicho: «Que viva el todo; desaparezco en él». Entonces todo lo que te sucede está bien. Deja que el todo viva a través de ti, y eso es moralidad.
La moralidad no es algo que debas hacer ni practicar. Es algo cuando tú desapareces y el todo puede existir a través de ti, cuando fluyes con el río, cuando no vas a contracorriente. Recuérdalo. Si has entendido, observa resbalar a tu ego. No te aferres a él, eso es todo. Permite que caiga y se haga añicos.
En una ocasión conocí a un hombre. Era profesor, una persona muy ilustrada. Vino a verme. Estaba muy triste, así que le pregunté:
–Parece usted muy deprimido. ¿Qué le sucede?
Él dijo:
–Mi psiquiatra dice que estoy enamorado de mi paraguas, y que ése es el origen de mis problemas.
–¡Enamorado de su paraguas! –me sorprendió un tanto.
–Sí –dijo él–. ¿No es una ridiculez? Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?
Puedes que creas que no amas a tu ego, pero lo amas. Puedes decir: «Me gusta mi paraguas, lo respeto y disfruto de su compañía, pero ¿enamorado…?». Pero cambiar las palabras no cambia las cosas. ¡Lo amas!
Sea cual sea el drama que te proponga, sigues queriéndolo. Sean cuales sean los problemas que provoque, sigues queriéndolo. A pesar de todos los infiernos que crea, lo amas.
Y cuando llegas hasta mí y me preguntas cómo soltarlo, me sorprende, no puedo creerlo. Si el propio ego no te ha convencido de hacerlo al crear y meterte en tantos infiernos, en tantas miserias, no te ha convencido de que no vale la pena cargar con él, entonces nadie podrá hacerlo. El ego ha hecho todo lo posible para dañarte, para herirte. Es como un cáncer. Te estás muriendo de él, pero sigues apegándote. Debe existir alguna profunda razón para ello.
La razón profunda es que temes no-ser. Si el ego desaparece, entonces tú desapareces. Si el ego desaparece, da la impresión de ser la muerte…, la muerte total, completa. El miedo de no-ser te obliga a aferrarte al ego. Al menos… Tal vez cree miserias, pero al menos eres.
Prefieres sufrir que no ser. Ése es el problema. Preferirías estar en el infierno que no ser. Al menos uno es. Si ésas son las dos alternativas que te planteas –una, que desapareces, y la otra, vivir eternamente en el infierno–, piénsalo bien y fíjate, porque seguro que eliges el infierno. «Al menos estaré allí. Pero ¿desaparecer por completo? Pero ¿la inexistencia?».
Eso es lo que quiso decir el Buddha cuando dijo nirvana. Se refiere conscientemente a elegir el no-ser, la inexistencia, pues sólo entonces podrás soltar el ego.
Eso es lo que quiero decir cuando alabo las maravillas del éxtasis, el gozo, la bendición de la iluminación. Trato de crear una situación en la que poder elegir la inexistencia.
No ser es el momento más maravilloso. El Buddha lo denominó anatta, no-ser. Soltó la vieja palabra, atma, ser. Utilizó la palabra contraria no-ser. Dice que cuando llegues a tu ser, llegarás a tu no-ser. Ahí no hallarás ningún ser.
Fueron muchos los que se escaparon de él porque decían: «Hemos venido a conocer nuestro ser, para ser nuestro ser. Hemos venido aquí para devenir seres cristalizados, y tú enseñas el no-ser». Muchos se escaparon de él. Y este país, este país tan religioso –al menos en apariencia– se olvidó por completo del Buddha. El Buddha nació aquí, pero no pudo echar raíces en el lugar. Una sola palabra, anatta –no-ser–, creó todo el problema. De haber utilizado ser, atma, no hubiera habido ningún problema; le habrían seguido muchos, porque tras la palabra atma, ser, se oculta el ego.
El Buddha intentó arrancar de cuajo la raíz del problema. Dijo: sé consciente; ese pensar que “tú eres” es el problema y el sufrimiento. Suelta ese esfuerzo de ser. Acepta no-ser y todas las bendiciones serán tuyas. Vas a tener que hacer frente a este problema. El ego no es el problema. El verdadero problema es ser o no ser.
Y toda mi enseñanza es no ser, porque ésa es la única manera de ser, la única manera de ser auténticamente. Es paradójico, pero así es. Cuanto más crees ser, menos eres.
Permite que te lo explique. ¿Te has fijado? Sólo tienes cabeza cuando ésta te duele. Con el dolor de cabeza aparece la cabeza. Cuando el dolor de cabeza desaparece, la cabeza también desaparece. Si sigues sintiendo la cabeza, significa que debes estar padeciendo algún tipo de dolor de cabeza, más o menos, pero el dolor está ahí; sólo sientes la cabeza de ese modo. Cuando la cabeza está perfectamente sana, no la sientes. Se convierte en no-ser. Cuando estás enfermo, sientes el cuerpo. Cuando estás sano, no sientes el cuerpo para nada. Ése es el criterio de un cuerpo sano: que no se siente el cuerpo. Uno se torna incorpóreo y está sano.
Cuando hay salud, no hay nada, ni siquiera la consciencia de la salud, porque eso también pertenece a una persona enferma. Debes conocer a mucha gente, hipocondríacos, que no hablan más que de salud, medicina, de esto y lo otro. No hablan de estar sanos, pues su cháchara demuestra que no lo están. Una persona sana no se preocupa de ello.
Estuve leyendo la vida de Lutero, el fundador del protestantismo. Durante toda su vida estuvo preocupado por el estreñimiento. No creo que rezase cuando rezaba; pensaba en el estreñimiento… No dejaba de pensar en ello: el estómago, el estreñimiento, el movimiento. Y se dice que su primer satori tuvo lugar en la taza del retrete. Así debió ser; estaba abocado a que así fuera.
No debió ser una persona muy sana. No sólo no estaba sano, sino que me resulta difícil pensar que fue una persona espiritual. Puedes estar enfermo, pero no por eso has de pensar en ello constantemente. No es necesario montar un escándalo, ni contemplarlo. Se preocupó demasiado del cuerpo.
Y debió tener una mente conseguidora, porque toda la gente que está demasiado en el futuro está estreñida en el presente. El estreñimiento es una enfermedad muy espiritual. La gente demasiado ambiciosa anda siempre estreñida. No hallarás un solo político que no ande estreñido. Como la mente está tan tensa, no puede relajar el sistema intestinal; todo se retiene. Si estás realmente sano, te olvidas del cuerpo. Si estás realmente aquí, te olvidas del ego.
Cuando uno es perfectamente, no hay “Yo”; el “Yo” no surge en esa situación. Hay existencia, pero no “Yo”. La existencia es infinita; carece de límites. El “Yo” es muy atómico, algo encogido, algo estreñido, una cosa enferma e insana.
Prepárate, pero no para soltar el ego. Prepárate, ahora mismo, no en el futuro. No hagas planes para comprender. ¿Y qué preparación se necesita para entender? ¿Debes hacer muchas yogasanas, muchas posturas yóguicas, para comprender? ¿Deberás ponerte cabeza abajo durante muchos años para poder llegar a comprender?
Para comprender sólo se necesita una cosa: escuchar bien, nada más. Por favor, escucha lo que te estoy diciendo. Lo que te digo… Escúchalo. Si puedes escucharlo, en ese escuchar, sucede el ver; tendrás una visión distinta. En esa visión hay transformación.
La tercera pregunta:
Osho, ¿existe interrelación entre wu-wei y el camino del corazón?
No sólo están interrelacionados: son la misma cosa. Sólo son dos maneras de decir la misma cosa.
Wu-wei significa hacer sin hacer. Significa no hacer haciendo. Significa permitir lo que quiere suceder. No lo “hagas”, permite que suceda. Y ése es el camino del corazón.
El camino del corazón significa el camino del amor. ¿Puedes hacer amor? Hacer amor es imposible. Puedes estar enamorado, pero no puedes hacerlo. Pero no hacemos más que utilizar expresiones, como “hacer el amor”, que no son más que tonterías. ¿Cómo es posible hacer amor? Cuando hay amor, tú no estás ahí. Cuando el amor está ahí, el manipulador, el hacedor, no está ahí. El amor no permite maniobra alguna por tu parte. Sucede. Sucede de repente, como caído del cielo. Es un regalo. Igual de regalo que la vida.
El camino del corazón, el camino del amor o el camino de wu-wei. Son lo mismo. Insisten en que el hacedor ha de soltar, caer, ser olvidado, y que has de vivir tu vida sin ser un manipulador. Has de vivir tu vida como un fluir de lo desconocido. No nades a contracorriente y no trates de acelerar el río. Fluye con el río.
El río ya se dirige hacia el mar. Sé uno con el río y te conducirá hasta el mar. Ni siquiera es necesario nadar. Relájate y permite que el río te lleve. Relájate y permite que la existencia te posea. Relájate y permite que el todo se haga cargo de la parte.
Hacer significa que la parte intenta hacer algo contra el todo, que la parte trata de salirse con la suya contra el todo.
Wu-wei significa que la parte ha entendido que es sólo la parte y ha abandonado toda lucha. Ahora el todo hace y la parte es feliz. El todo baila y la parte baila con él. Estar armonizado con el todo, mantener el paso con el todo, mantener una profunda relación orgásmica con el todo… Ése es el significado de wu-wei. Y ése es el sentido del amor.
Por eso dijo Jesús: «Dios es amor». Está creando una analogía, porque en la experiencia humana no hay nada más cercano a la divinidad que el amor.
Escucha: tú naciste, pero entonces no fuiste para nada consciente. Sucedió, pero ya ha sucedido; ahora ya no puede hacerse nada. Morirás; algún día sucederá, en el futuro. En este momento estás vivo. El nacimiento ha sucedido; la muerte ha de suceder. Entre ambos sólo existe una posibilidad: amor.
Existen tres cosas básicas: nacimiento, amor y muerte. Todas suceden. Pero el nacimiento ya ha sucedido, y ahora no puedes ser consciente de ello. Y la muerte todavía no ha ocurrido. ¿Cómo puedes ser consciente de ella ahora? La única posibilidad entre ambos sucesos es el amor, que está sucediendo ahora mismo. Hazte consciente de ello y observa cómo sucede.