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Como futurista ¡me apasiona esta visión de un mundo lleno del brillo de las personas! Pero vamos paso a paso.
En primer lugar, aquello que nos encanta ¿realmente aporta algo de valor? A menudo hay que hacer todo un proceso para reconocerlo. Recuerdo en el colegio, que en más de una ocasión me llamaran la atención por “estar pensando en otras cosas” y por “no prestar atención”. Eso era cierto a medias. Sí que prestaba atención, pero para quedarme con aquellos conceptos que encontraba interesantes y con ellos, proyectarme hacia una visión fantástica. ¡Me encantaba soñar! y está claro que a los profesores (o al menos a gran parte de ellos) les irritaba.
Este soñar ¿aporta algo de valor al mundo? Si les hubiéramos preguntado en aquel momento a mis profesores (también hay que pensar que era otra época), hubieran dicho que no, al contrario, merma la atención y la capacidad de aprender. Mis sueños no eran más que tonterías que no aportan nada.
Con el tiempo he sabido por qué me encanta soñar. (Ya hemos comentado en el capítulo anterior la gran importancia que tiene tener consciencia del por qué). Soy futurista y tengo la habilidad de proyectarme a escenarios futuros. Me fascina lo que será, visionar donde podemos llegar. Para mis profesores era un soñador, ahora tengo la consciencia que soy visionario. Son dos adjetivos de una misma realidad pero con el segundo se proyecta de forma clara el valor positivo que esto aporta al mundo.
Un talento, es decir un patrón de comportamiento innato ¿siempre aporta algo de valor? La respuesta es sí. Eso no quiere decir que siempre lo esté aplicando con un impacto positivo y en el momento oportuno. Seguramente en mitad de clase no era el momento oportuno para desconectar y proyectarme hacia aquello que se podría lograr con aquel concepto de “átomo” o con “la teoría de Newton” que me acababan de explicar. Pero indudablemente el mundo necesita esta visión futurista y atrevida para avanzar.
Esto pasa con todos los talentos, no hay mejores ni peores, no hay talentos guays ni talentos cutres. De hecho el talento en si es neutro, todos tienen su visión positiva (el enfoque de visionario) y su visión negativa (el enfoque de soñador). Es responsabilidad nuestra, cuando tomamos consciencia de nuestros talentos, utilizarlos con este impacto positivo en nosotros mismos y en nuestro entorno (el don de la oportunidad).
Así pues, aquello que me encanta, resulta que puede aportar algo de valor al mundo. Quien me hubiera dicho a mi en el colegio ¡que podrían llegar a pagarme por soñar! Y aquí aparece otro factor clave, lo que me encanta está directamente relacionado con mi motivación intrínseca. Lo hago, no porque me lo pidan, ni porque me paguen, ni porque socialmente esté reconocido, lo hago simplemente porque ¡me encanta!
Si hemos dicho que la diversidad invisible es el activo más valioso de una organización, y la motivación intrínseca es un motor potentísimo que mueve a las personas hacia su éxito personal y felicidad ¿qué pasa si juntamos las dos piezas? Creo que no es difícil imaginar la potencia y el gran impacto que esto tiene, de hecho es un paso más allá en el estadio de una organización.
Cada persona es diferente, cada persona tiene su motivación innata, aquel motor que la mueve que va mucho más allá de la zanahoria que nos puedan poner delante. Al ser diferentes, lo que me encanta a mi no coincide con lo que le encanta a otra persona, de manera que se teje una interdependencia natural que coloca a cada persona en el lugar donde puede explotar su máximo potencial y aprovechar en beneficio propio y del grupo el aporte de los demás. (Ya hablaremos en capítulos posteriores sobre liderazgos compartidos y equipos interdependientes).
A veces observo a nuestras tres hijas jugando. Últimamente juegan con una muñeca Nancy a la que le hacen todo tipo de accesorios. Una de ellas es la que pone la visión “podría tener un armario y un espejo”, “también le hará falta un pijama”... a la otra es a la que le encanta materializarlo. Pega, recorta, cose... según la visión (eso sí, compartida y consensuada) y con todo el material y alternativas que le pone a disposición su hermana (que en la parte ejecutora no hace nada). ¿Y la tercera? La tercera tiene la misión inconsciente de ser la pátina del grupo. Ella ayuda en cositas, pero sobre todo, ríe, calma el ambiente si se tensiona, hace una tontería o cuenta un chiste, todo con el objetivo de que haya un buen ambiente.
Cuando juegan así es una delicia porque cada una aporta lo mejor de si. Se teje (en este caso de forma inconsciente) esa red de luces en la que cada una ha encontrado su lugar donde brillar. Ese movimiento natural, fruto de la diversidad invisible, donde cada cual se guía según su motivación intrínseca.
Ellas son pequeñas y esos momentos de armonía en el brillo se rompen, a mi entender por la falta de consciencia de lo que se está aportando y por querer brillar también con la luz de otro. Es importante ese gesto de honestidad con uno mismo. Somos lo que somos y nuestra misión debería consistir en ser la mejor versión de nosotros mismos. Cuando una de ellas intenta hacer algo imitando a la otra hay algo que chirría. El chiste de una se convierte en una torpeza inapropiada de la otra. “¿Mama/Papa por que con ella os habéis reído y a mi me miráis con cara rara?”. Puede resultar difícil de explicar a una niña y en ningún caso pretendemos decirle a nadie lo que no puede ser (“es que tu don no es hacer reír”) sino al contrario, potenciar aquello que sí se es y con esa consciencia conseguir todo aquello que uno se proponga, ¡incluso el ser graciosa!
Debemos tomar consciencia de qué es lo que aportamos y ser fieles a nosotros mismos. Este es el primer paso hacia una vida plena y feliz. Hacer siempre que podamos aquello que nos gusta no quiere decir que no nos esforcemos o que nos acomodemos en una zona de confort. ¡Al contrario! Nuestra responsabilidad es ser nuestra mejor versión. Será necesario, además de la toma de consciencia, una voluntad, un esfuerzo para, de entre todas la versiones que podemos ser, forjar la mejor. Lo que sucede es que si hacemos lo que nos encanta, nuestro esfuerzo resulta ser placentero. Y ese esfuerzo, que hacemos con gusto, nos conduce hacia la excelencia en aquello que nos encanta y nos lleva a brillar.
Todos podemos aportar algo al mundo por el puro placer de poner en marcha nuestra motivación intrínseca, sin esperar nada a cambio. Debemos descubrir que nos hace valiosos y con toda honestidad brillar con luz propia. Somos diferentes, ni mejores ni peores, pero sí ¡maravillosamente únicos!
Conclusiones:
• Aquello que nos encanta está directamente relacionado con nuestra motivación intrínseca.
• Todos los talentos aportan valor. No hay talentos mejores ni peores.
• Sí hay talentos más oportunos dependiendo de la situación.
• Aquello que me encanta no tiene porque ser algo que comparta todo el mundo. Cada uno tenemos nuestro filtro.
• La diversidad invisible nos permite afrontar una misma situación desde diferentes perspectivas, de ahí su valor.
• Depende de nosotros mismos que nuestros talentos aporten un valor positivo, por lo tanto, es responsabilidad nuestra adquirir la consciencia de aplicarlos con un impacto positivo en nosotros y en nuestro entorno.
• Debemos ser honestos con nosotros mismos y no intentar actuar según talentos de otros.
• Forjar la mejor versión de nosotros mismos necesita de una voluntad y un esfuerzo. Este esfuerzo es placentero y fácilmente nos lleva a la excelencia.
Plan de Acción:
• A partir del StrengthsFinder de Gallup (u otro test de autoconocimiento que nos permita descubrir nuestros patrones de comportamiento naturales y su vinculación con la motivación) toma consciencia clara del valor que aportan tus talentos al mundo, para aplicarlos con un impacto positivo.
• Sintetiza aquello que aporta cada uno de tus talentos en una frase clara y sencilla.
• Corrobora en pequeñas acciones diarias el impacto de aquello que aportas.
• Siente el placer en aquellas acciones que haces guiado/a por tus talentos naturales, poniendo en marcha tu motivación intrínseca.
• Convierte en hábito la utilización consciente de tus talentos.
• Percibe la diversidad invisible, en base a aquello que te encanta y por contra otras personas detestan.
Capítulo 3 – Propósito individual
Nos levantamos por la mañana, ducha, café, desayuno... (cada cual con sus costumbres) ahora bien, muchos coincidimos en levantarnos y de forma automática hacer aquello que se espera (o creemos que se espera) de nosotros. Nos movemos por responsabilidades, compromisos, imposiciones y creencias, que independientemente del estatus social al que nos hayan conducido, si no se guían desde lo que somos, desde nuestra motivación más profunda, llegará el día en que nos preguntemos: ¿Y todo esto para qué? ¿Para qué me levanto cada mañana?
El propósito es la respuesta. Seguramente habéis oído el concepto Ikigai. A mi es un concepto que me encanta. Proviene de la cultura japonesa, según la cual cada persona tiene “una razón de ser”, precisamente entendida como “una razón de levantarse por la mañana”. Cuando hablamos de propósito parece que tenga que ser algo grandilocuente, una razón noble y valiosa para el conjunto de la humanidad. No hace falta. Por eso me gusta el concepto de Ikigai. Es una razón de disfrutar la vida, una suma de pequeñas alegrías cotidianas que dan por eso un profundo sentido a lo que hacemos. Para mi la relación con lo que hemos estado hablando está clara: tener la oportunidad de hacer cada día lo que me encanta. Con esta perspectiva delante, ¡como no voy a levantarme de la cama con energía cada mañana!
Tener un propósito no quiere decir estar sonriendo todo el día ni ser feliz en cada instante. Sí tiene una relación clara con la felicidad, cuantas más oportunidades tenga de hacer lo que verdaderamente me encanta, más feliz seré. Pero el propósito, o Ikigai, es una guía, un faro de luz, que en momentos de alguna dificultad nos da, precisamente, esa razón de ser.
Por eso es tan importante que el propósito sea realmente nuestro, no una etiqueta social, ni impuesta, sino aquello que somos porque motiva nuestros patrones de comportamiento innatos y que cuando actuamos según esta “razón de ser”, brillamos. Mejor veámoslo con un ejemplo:
Somos padres de tres niñas. Esto no es un propósito en si, es un rol social. Si bien ser padre o madre es algo que pueda parecer un propósito de vida, por la transcendencia y solemnidad que se le pueda dar (más aún, si se interpreta con todo el peso y responsabilidad social que conlleva tener hijos y criarlos), el ser padre o madre no apela de forma directa a lo que me encanta y me motiva. De hecho, este supuesto “propósito” tendré que ir interpretándolo y recordándome su significado, para que me pueda servir como tal, y si algún día el ser padre me trae más dificultad que alegría, no será una luz que me guíe, sino una etiqueta que me pese.
Si por contra digo que mi propósito es “ser la calma y el resguardo de mi familia, y el punto de apoyo para que puedan potenciar lo mejor de si mismos”, la cosa cambia bastante.
Este propósito es claro. Es una frase tangible, que hace referencia a muchas acciones pequeñas y diarias que apelan a mi motivación intrínseca y me dan una razón de ser. “Me encanta hacer que haya paz y calma”. Es algo que me encanta y que está reflejado de forma directa en mi Ikigai. Si consigo calmar un enfado, o conducir una tensión hacia un abrazo sincero, me llena de una felicidad indescriptible. “Me encanta partir de los puntos fuertes” es otro patrón innato que también se refleja en mi propósito. Por tanto, si he podido aportar el equilibrio para que la gente de mi entorno potencien lo que se les da bien y veo un brillo de excelencia, siento una gran plenitud. Esto son muchos pequeños gestos diarios, son una palabra, una sonrisa, una mirada, que hechos con consciencia nos llenan de significado.
Si el propósito es algo que nace de nuestro interior y que refleja nuestra motivación intrínseca, ¿podemos hablar de propósito dentro de una organización? Debería ser un ¡SÍ! Aunque lamentablemente no es una realidad demasiado extendida. No estoy hablando del propósito de una organización (que por suerte sí está empezando a ponerse de manifiesto su valor e importancia) sino del propósito particular, de poder actuar dentro de la organización movidos por lo que somos. Aunque cada vez más se habla de la persona y su importancia dentro de las empresas, de forma general parece que actuar según un propósito particular esté reservado para los voluntariados en ONGs y acciones sociales.
Poder actuar según un propósito no es únicamente responsabilidad de la organización (ya hablaremos en otro capítulo de ambientes emocionalmente seguros), sino también de cada persona. Nosotros mismos actuamos de forma diferente dentro y fuera de la empresa, seguramente por esa falta de libertad (en ocasiones real pero en muchas otras impuesta por uno mismo) de ser como uno es, para convertirnos en aquello que se cree que deberíamos ser. Igual como hemos visto desde el lado más personal, el Ikigai dentro de la organización es también esa suma de pequeñas acciones que nos encantan, por las que se nos valora y que nos dan una razón de ser.
El propósito es lo que soy, o lo que en potencia puedo llegar a ser, si tomo consciencia de sacar lo mejor de mi. Es poder hacer aquello que me encanta y que aporta un valor al entorno. ¿No deberíamos ser similares dentro y fuera del trabajo? Todo lo que yo soy, ¿no puede brillar en cualquier ámbito de mi vida? Deberíamos quitarnos las máscaras, tomar consciencia y ser en plenitud.
Cuando esto no es así, más pronto o más tarde nos sentimos infelices, insatisfechos y frustrados. En el capítulo anterior os he puesto un ejemplo de nuestras hijas, que cuando actúan según su motivación, brillan, y si por contra actúan como la otra, sea por acaparar protagonismo delante nuestro o por la razón que sea, la cosa chirría. El chiste contado por una nos hace reír a todos, explicado igual por la otra nos deja fríos. Una por naturaleza es graciosa, la otra es mucho más solemne. Es importante remarcar que he dicho “explicado igual”. Existen grandes humoristas, unos van con nariz de payaso y otros por contra son tremendamente sobrios, y ambos hacen reír. (No creo que Eugenio, uno de los mejores humoristas de nuestro país, nos hiciera la misma gracia dando brincos y disfrazándose para un gag). Y aquí retomo la honestidad con uno mismo, con lo que somos y con el propósito. No digo que nuestra hija, la que es más sobria, no pudiera ser humorista, pero si quiere ser feliz en lo que hace, debe ser honesta consigo misma y tener un propósito que refleje lo que es, y la conduzca a lo mejor que puede ser. Si lo hace con nariz de payaso, llegará el día en que se pregunte: ¿Para qué me levanto cada mañana?
El propósito que tengamos en el ámbito personal y en el ámbito laboral no tienen porqué ser el mismo, ahora bien, sí que tienen que partir de la misma esencia: aquello que me encanta, aquello que aporto y por lo que el mundo me valora. Si en el ámbito personal “me encanta hacer que haya paz y calma”, igual en el ámbito laboral lo expresaría como “me encanta que haya un común acuerdo”, que en realidad es lo mismo expresado con matices diferentes. Si continuamos pues con la idea del capítulo anterior: esto que me encanta, ¿aporta algo de valor dentro de la organización? Está claro que sí: “aporto una visión objetiva que equilibra las partes”. Es algo que me encanta, que aporta valor y que mueve mi motivación intrínseca.
Como personas complejas que somos, no tenemos un solo talento ni un solo “me encanta”, sino muchos, relacionados todos con nuestros patrones de comportamiento dominantes. La suma de estas visiones será la que me acerque a un propósito laboral, con el que soy fiel a mi y me permite sacar lo mejor. No necesitamos máscaras que oculten nuestro brillo. ¡Necesitamos un propósito claro que nos guíe a brillar!
Recuerdo una experiencia muy bonita en un ejercicio de propósito individual que realizamos en una empresa. A veces la percepción de uno mismo nos menoscaba y pensamos, por una razón u otra, que lo que aportamos no tiene mucho valor, al menos no dentro de la organización. Ese día era una sesión con todo el equipo, tanto técnico como directivo. Todos diferentes, todos con un valor a aportar, todos con una razón de ser. Hacía falta, por eso, descubrir cual. Ya al final del taller, un directivo le hizo un regalo espontáneo y magnífico a una de sus empleadas: le hizo visible su Ikigai. Le dijo: “¡Tu eres la madre que a todos nos gustaría tener!”. Fue un momento mágico y emotivo.
El directivo vio en ella a la persona que es en realidad: empática, inclusiva, que de forma desinteresada se preocupa por los demás con el único objetivo de hacernos sonreír. Y con esa frase, “¡Tu eres la madre que a todos nos gustaría tener!”, le dio un valor. Ella, por contra, tenía el remordimiento de que esos talentos innatos no eran valiosos para la empresa, y los inhibía bajo una máscara actuando como la persona disciplinada y rigurosa que ella pensaba que debía ser para desarrollar bien su trabajo. Tener claro cuál era su propósito, “la madre que a todos les gustaría tener”, y saber que se la valoraba por ello, fue un cambio total que llenó de significado su día a día. Lo recuerdo y lo sé porque hablamos con ella tiempo después. Aún pasado casi un año de aquel taller, ella continuaba siendo muy consciente de su Ikigai y lo transmitía con orgullo. Aquellas pequeñas acciones que antes intentaba cohibir, ahora eran una actitud consciente, una razón de ser. Su puesto de trabajo siempre había tenido contacto directo con los clientes, pero ahora había evolucionado claramente a la atención al cliente y una vertiente más comercial. Ahora esa palmada en la espalda, ese abrazo en el momento oportuno, tenían valor y un significado profundo. La libertad de ser uno mismo siguiendo un propósito, nos es una guía y sobretodo nos llena de energía.
Cuando somos capaces de que esto suceda con todas las personas del equipo, es cuando este toma una forma natural más allá del propio cargo, es esa interconexión de luces de la que hablábamos en la que a cada cual se le valora por lo que es.
El propósito nos acompaña y evoluciona, manteniendo, eso sí, nuestra esencia. Si somos líderes deberemos buscar o evolucionar nuestro Ikigai para ser mejores líderes, si somos emprendedores deberemos saber cuál es nuestro propósito en aquello que emprendemos, si somos técnicos, directivos, especialistas, administrativos, da igual, todos deberíamos encontrar nuestro Ikigai como guía. Que sea tan nuestro que nos acompañe y evolucione en todas las etapas y circunstancias de nuestra vida. Hace tiempo, una persona estratégica con un cargo auxiliar, a quien por dimensiones de la empresa le tocaba hacer un poco de todo, pero sobre todo una persona a la que le encantaba su trabajo, nos dijo: “¡incluso pasar la escoba se puede hacer con estrategia!”.
Tener un propósito personal, que sea nuestro, tangible e identificable con aquellas pequeñas acciones diarias que nos encantan, es vital, si no ¿cuál será nuestro motivo para levantarnos por la mañana de la cama?
Conclusiones:
• Todos tenemos una “razón de ser” que deberíamos hacer tangible en un propósito o Ikigai.
• Nuestro propósito debe reflejar lo que somos o el potencial de lo que podemos ser cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos.
• Propósito no es sinónimo de felicidad. Es una guía, que incluso en momentos de dificultad nos recuerda lo que somos y todo el valor que podemos aportar al mundo.
• El propósito no tiene que ser algo magno ni valioso para la humanidad. Al contrario, es algo tangible, aplicable a una suma de pequeñas acciones diarias que nos encantan y que dan un profundo sentido a lo que hacemos.
• Nuestro propósito evoluciona con nosotros. No tiene porqué ser el mismo en los diferentes ámbitos de nuestra vida (personal, laboral) pero si mantener nuestra esencia: aquello que nos encanta, aquello que aportamos y aquello por lo que se nos valora.
• Dentro de una organización, independientemente del cargo, todos deberíamos tener un propósito claro y actuar en coherencia con él.
• El propósito particular dentro de una organización ayuda a eliminar las máscaras y a colocar a cada persona en el lugar donde más brilla.
• El activo más valioso de una organización son sus personas. Si estas se pueden mover siguiendo su propósito laboral particular, ¡brillan! y el equipo se convierte en una red interconectada que va mucho más allá de los cargos, capaz de conseguir cosas sorprendentes.
Plan de Acción:
• A partir del StrengthsFinder de Gallup (u otro test de autoconocimiento que nos permita descubrir nuestros patrones de comportamiento naturales y su vinculación con la motivación) toma consciencia de lo que aporta cada uno de tus talentos y aquello que te encanta.
• Escribe en una lista lo que aportas y en otra lista lo que te encanta, destilado a partir de tus talentos innatos.
• En el ámbito laboral mira todas aquellas tareas que haces o que podrías hacer y que están directamente relacionadas con lo que aportas y lo que te encanta.
• Pregunta y recibe feedback de como te perciben tus compañeros y que es aquello que más valoran de ti.
• Con la visión de aquello que aportas, de aquello que te encanta, su reflejo en tus funciones laborales y la visión de que es lo que la organización valora de ti, escribe tu propósito: aquello que eres dentro de la empresa y por lo que vale la pena levantarse cada mañana. El propósito se escribe “Yo soy...”.
Capítulo 4 – Luces y sombras
Todos somos diferentes. Todos tenemos talentos que pueden aportar valor al mundo. Si tomamos consciencia de ello podemos, en base a lo que somos, determinar un propósito. Ahora bien, el impacto que tengamos en el entorno será responsabilidad nuestra. Lo que somos, inevitablemente se proyecta y se puede traducir a brillo o a sombras.
El propósito nos guía hacia lo que queremos ser al sacar todo nuestro potencial, pero si el impacto de esto que somos es una luz o una sombra lo determinamos nosotros. Si los talentos fueran superpoderes, nosotros decidimos si con ellos ser un héroe o ser un villano.
Nuestros talentos, en sí, son neutros. Es aquello que hacemos de ellos lo que crea un impacto positivo o un impacto negativo en nuestro entorno. Hemos visto en el Capítulo 2 como un mismo talento puede tener dos adjetivos distintos para una misma realidad, son dos caras distintas de la misma moneda.
Si el punto de partida es neutro, somos nosotros los que decidimos colocar el peso sobre un lado u otro de la balanza, y proyectaremos, según se decante, un impacto positivo o no.
Aquí estamos hablando de proyección y de impacto. Sea cual sea nuestra actitud ésta tendrá una consecuencia en el entorno. Si aún siendo conscientes de nuestros talentos, de todo lo que aportan y tener claro un propósito, éste se enfoca desde una actitud egoísta, mirando únicamente de obtener un impacto positivo en nosotros mismos, la repercusión en nuestro entorno puede estar muy lejos de ser un brillo o una luz.
Creo que esto se entiende muy bien si cogemos prestados los conceptos de “océano rojo” y “océano azul” de las estrategias de marketing empresarial.
Un “océano rojo” será aquel en el que yo decida que el impacto positivo únicamente me repercute a mi, aunque eso quiera decir que vaya en detrimento de otras personas de mi alrededor. Mi proyección se contagia y no podré sorprenderme en recibir esa misma actitud egoísta, ni de la falta de empatía cuando la acción de otra persona me perjudique. Aquí cuenta la supervivencia individual y el océano se convierte en un mar de tiburones que pueden llegar a depredarse entre si, convirtiéndolo en un “océano rojo”.
Este no es el modelo que nos gustaría promover, si no todo lo contrario. En un “océano azul” decidimos extender el impacto positivo de nuestros talentos a un impacto positivo en nuestro entorno. El miedo y la desconfianza a menudo nos llevan por el otro camino pero, ¿qué pasaría si con mis acciones intento cada día generar un impacto positivo en mi entorno? Creo que igual que el egocentrismo se contagia para generar un mar de tiburones, la actitud consciente de generar bienestar en el entorno también se contagia y se propaga. Nuestra proyección se convierte en una luz que enciende otras luces, para crear un océano azul donde la colaboración y la confianza no son meras palabras de un diccionario.