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No mires atrás

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Лили Рокс
черновикNo mires atrás

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Algún espantapájaros pelirrojo

El café de la mañana siempre ha sido un ritual especial para mí. Y ni siquiera se trata del sabor. Es el aroma lo que me transporta a aquella época en la que realmente era feliz. Solo que entonces no lo veía así y pensaba que mi vida no tenía sentido. ¡Qué tonta fui!

Daría lo que fuera por volver a esos días en los que mi hermana y yo tomábamos café juntas, y el nuevo día traía consigo esperanza y una alegría despreocupada. Esperanza de que algún día escaparíamos. Que viviríamos en libertad. Que romperíamos esta jaula dorada y empezaríamos de cero.

Escuché pasos detrás de mí y me puse tensa al instante. Lazarev. Últimamente arrastra mucho los pies. Después del segundo derrame cerebral, se le paralizó ligeramente el lado izquierdo. No es que se le tuerza la cara, pero cuando camina, se nota perfectamente cómo se inclina hacia un lado. Anda con un bastón.

Normalmente me levanto temprano para tomar mi café sola, pero hoy él también se despertó bastante temprano.

– Buenos días, Dasha – dijo con una sonrisa forzada, y en su frente apareció una arruga de mártir. – Me alegra verte. ¿Estás de buen humor?

– Como siempre —murmuré sin mirarlo. Agarré la taza y me fui a la ventana.

Afuera estaba el jardín. Ese jardín venía cargado de recuerdos.

Involuntariamente, sonreí. Algunas escenas bonitas de repente empezaron a asomar desde la memoria.

El recuerdo más vivo era de aquel invierno, cuando jugábamos en la nieve con mi hermana y su prometido. Nos lanzábamos bolas de nieve, nos empujábamos, nos metíamos nieve por el cuello… ¡Fue tan divertido! Creo que nunca me había reído tanto en mi vida.

Después me enfermé, y Lana me cuidó.

Y claro, Lazarev la maltrató por eso. Siempre fue cruel con ella. Y yo… yo lo odié por eso desde siempre.

– ¡Dasha! – escuché como desde muy lejos. – Te estoy hablando, ¿no me oyes? ¿Estás bien?

Me giré bruscamente y lo miré.

– ¡Perfectamente! —esta vez le sostuve la mirada con descaro.

Lo obligué a bajarla.

Suspiró pesadamente y ya no se atrevió a molestarme más.

De repente, una especie de espantapájaros pelirrojo se deslizó en la cocina y me saludó alegremente, haciéndome dar un salto del susto.

No, no era fea. Al contrario, era bastante guapa…

Pero… Lazarev no reaccionó. En absoluto.

Y eso solo podía significar una cosa: él no la veía.

“Otra vez empieza… Otra vez voy a ver cosas… Otra vez la maldita locura… ¡No puedo más! ¿Por qué ellos? ¿Por qué no veo a quienes realmente quiero ver?” – todo se me atropelló en la cabeza.

La mano me tembló, y casi dejo caer la taza.

– ¿Dasha? ¿Estás bien? —Lazarev se levantó y empezó a acercarse lentamente.

Yo seguía de pie, sintiendo cómo el suelo se me escapaba bajo los pies.

– Ya se me pasará. Solo necesito… recostarme un poco. —murmuré, evitando mirar hacia la pelirroja.

– Puedo ayudarte – dijo la chica.

La miré de reojo, pero no respondí.

La vida me había enseñado a no hablar con las alucinaciones hasta estar segura de que son personajes reales en esta maldita Matrix.

Lazarev seguía sin reaccionar a su presencia.

“¡Mierda! ¿Por qué justo ahora? ¡No quiero volver a tomar esas pastillas!”

La rabia se me subía por dentro. Y de la impotencia, casi se me escapan las lágrimas.

– Veronika, sirve un poco de agua del dispensador – dijo de repente Lazarev, dirigiéndose a aquella criatura inexplicable.

– ¿Veronika? – pregunté, desconcertada.

– Sí, no se quedará mucho tiempo, lo prometo – dijo con tono culpable. – Ya sabes… soy hombre, y a veces necesito…

– No sigas. Me da igual. —lo interrumpí bruscamente y me aparté de un empujón.

Mi mente regresó a su lugar, y con ella, mi cordura.

Miré a la pelirroja y le sonreí con sorna:

– Bienvenida al infierno. Ojalá tengas suficiente cerebro como para largarte de aquí cuanto antes, antes de perderte del todo.

– Dasha, ¿por qué le hablas así? —murmuró Lazarev, desconcertado. – Veronichka, Dasha solo está bromeando, tiene un mal día…

– Estaba teniendo un buen día… hasta que vinieron a arruinarlo. —espeté con rabia, tirando la taza en el fregadero.

No calculé la fuerza. Qué lástima. Me gustaba esa taza.

Aunque… ya era la quinta que rompía “por accidente”.

– Félix, su hija es muy simpática. No me molesta en absoluto – dijo Veronika, regalándome una sonrisa resplandeciente.

Sonreí con ironía. Cree que soy su hija. Aunque… técnicamente lo soy. Al menos en los documentos.

Claro, si ignoramos lo que realmente me hizo alguna vez…

Un padre no le hace eso a su hija.

Pero fue hace mucho tiempo. Trato de no pensar en ello.

Al carajo todo. Ese viejo cabrón ya tiene un pie en la tumba.

Le queda poco.

Y entonces… yo seré libre.

Y esa Veronikita, como todas sus muñequitas descartables, seguro piensa que se va a casar con él. Vaya una a saber qué les promete. Pero debe pagarles bien, porque se le pegan como moscas. Siempre jovencitas. ¡Asqueroso pervertido!

Y luego, simplemente… desaparecen de esta casa. Para siempre.

– ¿Qué haces ahí tanto tiempo? —escuché esa voz conocida, y el corazón se me ablandó de golpe. Las lágrimas comenzaron a brotar.

– ¡Lana! ¡¡Lana!! ¡Cuánto tiempo te he esperado! ¿Por qué tardaste tanto en venir?

Cerré la puerta con llave y puse música. Que nadie pudiera escucharnos.

– Tal vez porque te la pasas llorando cada vez que te visito – dijo pensativa, con su tono habitual, siempre burlón.

No alcancé a responder. Ya estaba junto a la ventana, mirando algo en el jardín.

– ¿Ese idiota todavía no quitó las rejas de las ventanas? —se rió.

– ¿Por qué lo haría? Está convencido de que me voy a lanzar al vacío.

Puso cámaras por todas partes…

– ¿Tienes cámaras acá? —empezó a mirar alrededor. – ¿Te espía hasta cuando te cambias?

– Creo que hasta en el baño… —bajé la mirada, tragando el nudo en la garganta.

Mis puños se cerraron solos.

– ¿Y lo dices así, tan tranquila? – Lana me miró sorprendida. – No eres tú…

– ¿Y qué quieres que haga? ¿Pelearme con él? Sabes perfectamente cómo está obsesionado conmigo…

– ¡Ah, cierto! ¡Tú eres su ángel! —soltó una carcajada. – Yo, en tu lugar, lo tendría comiendo de la palma de mi mano. ¡Lo manipularía como a un cachorrito!

– ¡Que se pudra! ¡No lo soporto ni un segundo más! – susurré entre dientes.

– ¿No te da lástima? Se está muriendo…

– Gracias a eso, finalmente creo que el karma existe.

– ¿Y qué vas a hacer con todo su dinero? Eres su única heredera… Te lo dejó todo en el testamento… – insistió Lana.

– ¡Me importa una mierda su dinero! No quiero nada, tú lo sabes. Solo quiero vivir… vivir en paz. Sin rejas, sin guardias siguiéndome a todas partes.

– Sigues siendo la misma tonta de siempre —suspiró Lana. – Con ese dinero podrías cumplir todos tus sueños. A ver… ¿Qué era lo que querías antes? ¿Te acuerdas?

– ¿Hablas de esa estupidez del hogar para niños especiales? – la miré con escepticismo. – Bah, olvídalo. Ya crecí. Eso ya no me interesa.

– Dasha, en estos dos años cambiaste tanto… Ya tienes 22.

Estás a punto de terminar la universidad. Puedes comenzar tu propio proyecto. ¿Por qué no aprovecharlo?

– Lazarev quiere que dirija su empresa – me reí por dentro. – Qué lindo sueño rosa. Me ruega que al menos intente entender en qué demonios trabaja.

– Qué suerte la tuya… y tú ni cuenta te das – negó con la cabeza Lana. – Yo daría lo que fuera por estar en tu lugar.

La miré, y mis ojos se llenaron de lágrimas.

– Y yo daría todo por estar en el tuyo. Para no sufrir más. ¿Se puede saber cómo es ahí? ¿Puedes averiguarlo?

– ¿Qué se puede saber, loca? ¡Y deja de llorar, pareces un monstruo cuando lloras! Si vieras tu cara…

– Anda, vete al diablo, tonta – solté una risita. – Siempre arruinas los momentos emotivos.

Me senté junto a ella y me puse a observar su rostro perfecto.

En estos dos años no había cambiado ni un poco.

– Lana, en serio… me gustaría que estuvieras en mi lugar. Yo moriría por ti.

– ¡No mueras por mí, chiflada! ¡Vive y sé feliz! ¿Te acuerdas lo que te escribí?

– Lo recuerdo —asentí.

Su carta de despedida la leí un millón de veces.

Cada palabra, la lloré.

Cada letra, la viví.

Imaginando cómo la escribió con su mano mientras yo dormía tranquila, sin saber lo que se venía.

– ¿Ya me perdonaste? – preguntó Lana. Esta vez, su voz no tenía ni rastro de sarcasmo.

– Te perdoné…

A la mañana siguiente estaba dibujando en el parque.

Era un retrato de Lana.


Los colores del cielo empiezan a desvanecerse

Lazarev salió a tomar aire fresco, y oí cómo se acercaba.

Es curioso: cuando viene a sentarse cerca de mí, no es que me hable o moleste directamente… pero el aire a su alrededor se vuelve más pesado. Incluso los colores del cielo parecen desvanecerse. Ese hombre tiene el don de arruinar todo solo con su presencia.

Hoy decidió hablar. Normalmente guarda silencio. Bueno… se está muriendo. Supongo que quiere desahogarse antes de irse.

Lana me preguntó si me daba pena. Y en el fondo… sí. Humanamente, sí que me da lástima. Por muy cabrón que sea, se está pudriendo de arrepentimiento.

Busca el perdón, sufre. Por eso le dio el segundo derrame. Está esperando que yo lo perdone. Espera… Solo que yo nunca lo perdonaré. ¡Nunca!

Él mató a la única persona que realmente significaba algo para mí. Mi hermana era todo para mí. Ella me sacó de un pozo lleno de horrores. Antes de ella, yo vivía en un infierno demoniaco, donde nada ni nadie podía ayudarme. Fue su luz, su amor lo que rompió mi jaula. Solo gracias a ella respiro. Gracias a ella pienso con claridad. Puedo vivir sin pastillas, sin miedo a mis demonios interiores.

 

Y ahora ella ya no está. Murió por culpa de Lazarev, por su crueldad, por sus celos. Y ahora… dentro de mí solo hay vacío. ¿Él espera perdón? ¿De quién? En mí ya no queda nada que pueda perdonar. Ahora solo soy una sombra.

Lo único que me queda es vivir en recuerdos. Revivo cada día una y otra vez. Dibujo lo que tuve y perdí. Y esos dibujos me hacen sonreír, olvidar que vivo en el pasado… Olvidar que este presente gris no me tiene reservado nada bueno.

– ¿La estás viendo otra vez? – la voz de Lazarev me sobresaltó y me quedé paralizada.

La brocha tembló en mi mano. Sentí cómo me crujieron los dientes de pura rabia.

– ¿Otra vez espiándome? – pregunté sin girarme.

– No era mi intención. Es solo que ayer te vi… extraña por la mañana. Me preocupé de que…

– ¿De que hiciera algo conmigo misma? – me giré y lo fulminé con la mirada.

– Dasha, entiéndelo… No quise espiarte, se dio así… – empezó a justificarse.

Y yo… solo solté una risa seca.

Como si no supiera que ese viejo pervertido no se despega del monitor.

Soy su reality show personal. Hace tiempo que me vigilan en cada paso. Y ¿sabes qué? Ya me da igual.

– No te esfuerces. Me importa un carajo. ¿Te gusta mirar? Pues mira. – dije, y seguí delineando el rostro de Lana.

– Estás dibujándola otra vez… – suspiró.

No respondí.

– Dasha, deberías hablar con el doctor… Él dijo que si las alucinaciones regresaban…

– No tengo alucinaciones. – lo corté con brusquedad.

– Pero yo te vi hablando con alguien en tu habitación…

– ¿Viste? – me giré hacia él y sonreí con burla. – Entonces, ¿no será que tienes alucinaciones?

Recordé el día en que dejé de tratarlo de “usted”. El día en que comencé a ver a Lana. Ese fue el momento en que volví a ser yo. Ella volvió para salvarme, incluso después de la muerte. Venía cada día. Su presencia me devolvía el aire.

Gracias a ella no me volví loca, no me fui con ella. Hay miles de formas de cruzar al otro lado… Pero ella me convenció de quedarme. Y aquí estoy. Ella aún cree en mí. Aunque últimamente, aparece cada vez menos…

– Dasha… No quiero molestarte. Te dejo dibujar tranquila, solo quería hacerte una pregunta… —Se quedó callado un momento. Como buscando las palabras. O tal vez esperando que yo lo mirara. Siempre le ha importado que lo mire a los ojos. Como si de ahí sacara energía.

Solíamos bromear que era un vampiro energético. Tal vez no bromeábamos…

– ¿Tú… ves a Angelina? – preguntó de repente.

Ahí sí me sorprendió. Lo miré con asombro.

– ¿Qué? ¿Estás delirando? – le dije, aún impactada. – Ella está…

– Ya, lo siento. Fue una estupidez… Solo pregunté, por si acaso…

Negué con la cabeza y sonreí al retrato de Lana. Como diciendo: vaya tontería. Por el rabillo del ojo vi que Lazarev se iba hacia la casa. Suspiré con alivio.

– Dasha, sigues aferrándote a tu pasado… – me estremecí. Esa voz… tan cerca.

¡Lo que me faltaba! Un año sin ver a Angelina… y ahora esto.

Angelina es la hermana de Lazarev. La que me convenció de participar en esta farsa. Después de la muerte de Lana estuve internada. Ahí me sentía segura. Pero ella vino. Y me pidió que acompañara a su hermano en sus últimos días.

Bueno, “pedir” no fue la palabra. Me obligaron a salir de ese lugar donde al fin respiraba… Y volver a esta casa. A este infierno.

Me giré y ahí estaba Angelina. Exactamente igual que la última vez que la vi.

Cuando confirmé que , que estaba ahí, me di vuelta de nuevo. Como si no la hubiera visto.

– No finjas que no me hablas. ¡Sabes que no me iré!

– ¿Y ahora por qué carajo te mencionó Lazarev? —murmuré—. Menciona al diablo… y aparece.

– Estás imposible, Dasha. ¿En qué te has convertido? ¿Eres la misma niña dulce y frágil que conocí? ¡Mira cómo hablas con los mayores!

Comenzó a alzar la voz. Yo seguí ignorándola.

Nunca me cayó bien. Si me hubiera ayudado aquella vez que le pedí… Si tan solo hubiese contestado el teléfono… Todo sería distinto. Lana estaría viva.

– ¡Dasha! ¡Mírame! ¡Lana no va a volver! ¡Tienes que ocuparte de tu vida!

¡Tienes a alguien que te ama! ¡Mi hermano haría lo que fuera por hacerte feliz! ¡Y tú… tú eres una ingrata!

– Ajá. Me hace tan feliz… – bufé por lo bajo, con rabia.

– ¡Te hizo su heredera! ¡Todo lo que nuestra familia tiene será tuyo! ¡Te sacó de la calle, te dio un hogar! ¡Hasta una nueva cara! ¿Y tú cómo le pagas? ¿Con desprecio? ¿Con odio?

Solté un largo suspiro. Recuerdo cuando Angelina se peleó con Lazarev por haberme adoptado.

Y luego, cuando firmó el testamento, pensé que me mataría con la mirada. Discutieron. Él le dijo que no era asunto suyo. Ella gritaba que era su hermana, que por derecho le correspondía todo. Él se enfureció. Dijo que no se discutiría más.

Y ella soltó un “ya veremos…”

En esos días, Lana estaba muy presente conmigo. Bueno, no Lana como tal, sino mi visión de ella. Y me dijo que tuviera cuidado. Que Angelina intentaría algo.

Yo no le creí. Le dije que Angelina era una perra, sí. Pero que hacerme daño… no lo creía.

¿Me amenazó? Sí. Me rogó, me advirtió, me exigió que renunciara a la herencia. Quería que hablara con su hermano. Que dijera que el testamento debía ir para ella. Que ella tenía familia, un hijastro, lo que fuera.

Yo solo escuchaba. Callada. Como si yo pudiera decidir algo. Si Lazarev lo había decidido así, ya nadie lo haría cambiar de idea.

La luz apenas penetraba en el interior

Un día, ella vino y me dijo que hiciera las maletas mientras Lazarev no estaba. Prometió ayudarme a salir del país, darme dinero y documentos. Y yo caí. Tenía tantas ganas de librarme de la presencia de Lazarev…

– ¿Y la seguridad? No me dejarán salir sin escolta – pregunté con inquietud. El corazón me latía como loco. ¿De verdad iba a ser libre?

– Con los guardias ya hablé. Y Félix no regresará en unos días, no se enterará – me aseguró.

Dudaba que no se enterara. Notaría mi ausencia para la noche y montaría un escándalo. Pero el olor de la libertad estaba tan cerca… ¡Tan dulce!

Temprano por la mañana bajé al garaje y subí a su coche.

– Agáchate para que no te vean los guardias – dijo ella al salir del terreno.

Después condujimos mucho por la autopista. Abrí un poco la ventanilla para sentir el aire fresco golpeando mi rostro. Sonreía. No sabía cómo iba a vivir en otro país, pero no importaba. Lo único importante era alejarme de ese infierno en el que llevaba tanto tiempo sobreviviendo.

* * *

Imaginaba que por la tarde ya estaría en el extranjero. Pero en lugar de eso, Antonina me llevó a una aldea perdida en la región de Riazán y me encerró en una casa abandonada con las ventanas tapiadas. Me dejó allí con algo de agua y comida, diciendo que necesitaba tiempo para preparar todo.

– Tengo que sacarte un pasaporte falso. Félix guarda tus documentos en la caja fuerte, así que te irás con uno nuevo – dijo, luego se llevó mi teléfono y cerró la casa por fuera.

No entendí de inmediato que había decidido enterrarme viva allí… Pasé tres días esperándola. Creía que regresaría, que cumpliría su promesa. Lana estuvo conmigo todo ese tiempo, así que no me sentía sola.

Aquella casa, que se convirtió en mi prisión, me producía escalofríos. Cada esquina, cada grieta de las paredes estaba impregnada de un miedo que se me metía hasta los huesos. Conocía esa casa al detalle, como si cada rincón se hubiera grabado en mi mente durante esos tres días. Las paredes estaban tan deterioradas que los trozos de yeso dejaban al descubierto los ladrillos sucios, como si la casa mostrara su verdadera esencia podrida. Las paredes parecían respirar, recordándome lo mucho que habían aguantado, podridas por el tiempo, obedientes, pero espeluznantes.

La luz apenas se colaba – sólo unos débiles y tímidos rayos se filtraban entre las maderas que cubrían las ventanas. Aquellos rayos parecían morirse antes de llegar al suelo. Allí no había luz, ni esperanza. Solo oscuridad, que se colaba por todos los rincones como un moho húmedo, metiéndose bajo la piel.

Estaba encogida en una esquina; cada crujido me hacía latir el corazón al doble de velocidad. El chirrido de los tablones viejos sonaba como martillazos en mis nervios. El aire era pesado, viciado, como si también se hubiera rendido al movimiento. La atmósfera misma del lugar parecía viva, observándome mientras me volvía loca poco a poco.

– Lana, tengo miedo… – susurré, apenas atreviéndome a decirlo. Las palabras se me atascaban en la garganta, como si ellas también tuvieran miedo de salir—. ¿Y si de verdad no vuelve?

Lana, mi único vínculo con la realidad… o con la locura, apareció frente a mí, con los ojos llenos de incomprensión y rabia.

– ¡Te lo dije desde el principio, que no confiaras en ella! —su voz fue tan dura que di un respingo. Lana se inclinó hacia mí, con expresión seria, como si quisiera atravesar la muralla de mi miedo—. ¡Ya basta de esperar! ¡Llevas tres días aquí! Ella no va a volver, te ha enterrado aquí.

Sus palabras me golpearon directamente en el corazón, haciendo que mi respiración se volviera errática. Mis pensamientos se arremolinaban en mi mente, mezclándose con el pánico y el terror. Tenía que hacer algo. A toda costa.

– ¡Tienes que salir de aquí! —gritaba Lana, su voz era una orden feroz—. ¡Vamos, pide ayuda, intenta romper la puerta, haz lo que sea!

Miré las ventanas tapiadas, luego la puerta cerrada. Mi cuerpo temblaba. Recordé el sonido del candado que Angelina había cerrado. Ese sonido fue como una sentencia de muerte. ¿Alguien me oiría? ¿Había alguna posibilidad real de salir viva de ahí?

Sentí un nudo en la garganta, el miedo me sofocaba. ¿De verdad me había dejado morir aquí?

Iba de un rincón a otro, aferrándome a la idea de que podía escapar. Pero por mucho que intentara razonar, el miedo me apretaba con fuerza. Me paralizaba. Lana tenía razón. Esperar a Antonina era inútil. No iba a volver, por mucho que me lo repitiera. Nadie me salvaría. Si no salía sola, moriría allí.

Odiaba esa casa. Al principio me pareció un refugio temporal mientras Angelina preparaba los documentos. Ahora era mi tumba.

– ¿Pero cómo se te ocurre darle el teléfono? ¡Qué pedazo de idiota eres! —Lana negó con la cabeza.

– Dijo que Lazarev me rastrearía por el móvil, que me encontraría enseguida. Prometió tirarlo al río para despistar —contesté, aunque sabía que ya entonces podía haberme dado cuenta de sus verdaderas intenciones y haberme asustado. Por irónico que fuera, Lazarev era el único que podría salvarme. Pero dudaba que me encontrara en ese maldito lugar.

Me acerqué a la ventana, evaluando las tablas. Escapar por ahí parecía la única opción. Pensé que, si reunía toda mi fuerza, podría romperlas. Bastó un golpe para entender lo débil que estaba. El dolor recorrió mi pierna, pero seguí golpeando como una loca. Algo dentro de mí gritaba: “¡Vamos! ¡Rompe eso!” – y seguí golpeando, aunque ya empezaba a entender que era inútil.

– Lana, necesito ayuda —susurré—. ¡Ayúdame!

– ¿Y cómo se supone que haga eso? —respondió con escepticismo—. Vamos, tú puedes. —Su voz era firme como una roca—. ¡Tienes que seguir! Nadie va a venir. ¡Nadie va a ayudarte! ¡Sólo tú puedes salvarte!

Me mordí el labio, las lágrimas me nublaron la vista. Empecé a gritar. Tan fuerte como podía.

– ¡Ayuda! ¡Estoy aquí! ¡Ayúdenme!

Grité hasta que mi voz se volvió un susurro ronco. Pero nadie respondió. Solo silencio. Un silencio denso y opresivo. Escuché un chasquido en el interior, como si la casa misma, y todo lo que me rodeaba, se burlara de mí. Sentí que realmente estaba perdiendo la cordura. Nadie me oiría. Aquí iba a morir.

Durante los dos días siguientes golpeé la puerta. Al principio con los puños, luego con los pies. Cada vez con menos fuerza. Pero seguí. No tenía nada que perder. Lana me miraba desde un rincón. No podía ayudarme físicamente. Solo con su presencia.

– Dasha, eres fuerte – dijo con firmeza—. Tienes que luchar. Si te rindes ahora, nadie podrá salvarte.

– No puedo más… – susurré, sintiendo cómo se me escapaban las fuerzas.

– ¡Sí puedes! —Lana me miraba con la mirada de una guerrera—. Puedes más de lo que crees. Esta es tu prueba. ¡Vamos, reúne lo que te queda y lucha!

 

El yeso del techo caía con los golpes, el estruendo me ensordecía. Ya no podía mantenerme en pie, pero seguía golpeando, como si la voz de Lana me empujara cada vez que estaba por caer.

Cuando una de las tablas de la puerta cedió, el crujido fue tan fuerte que el corazón me dio un vuelco de alegría. Empecé a golpear con más fuerza, como si cada movimiento devolviera un poco de esa energía que me había abandonado. Finalmente, cuando parecía que todo estaba a punto de terminar, escuché pasos.

Los pasos se acercaban. Al principio pensé que era otra alucinación – quizá Lana jugando conmigo otra vez—, pero al prestar atención, me di cuenta: eran reales. Y no venían solos. Había voces. Voces masculinas. Discutían, gritaban. Aquellos gritos llenos de insultos me taladraron el cerebro.

Me paralicé al instante. El corazón se me convirtió en un bloque de hielo. ¿Gritar? ¿Pedir ayuda? No… No debía.

Mi subconsciente encendió todas las alarmas, recordándome cómo, en un sótano, cuatro bastardos rompieron mi vida, mi mente, todo mi ser.

Desde entonces no confío en los hombres. Les temo.

¿Quiénes eran esos visitantes inesperados? ¿Qué hacían ahí en plena noche, soltando semejantes palabrotas? El terror me invadía poco a poco, como un sudor helado que bajaba por mi espalda.