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C) Ansiedades debidas a la instalación franca de los movimientos del bebé en gestación (desde los 5 meses en adelante): estas experiencias corporales de movimientos del bebé van acompañadas de una mayor percepción de contracciones uterinas fisiológicas, lo que provoca mayor ansiedad en la madre.
D) Ansiedades por versión interna: se pueden producir desde la mitad del 7º mes debido a que el niño se va ubicando con la cabeza para abajo y queda en la entrada del canal del parto. La percepción de estos movimientos uterinos y fetales provocan una intensa crisis de ansiedad que es totalmente inconsciente, y que se traduce en manifestaciones psíquicas y somáticas como las mencionadas anteriormente.
De acuerdo con los trabajos clínicos de la citada especialista, se plantea que ciertas contracciones uterinas producen patologías como presentación de nalgas, porque en ciertas madres el aumento de ansiedad asusta y desconcierta por la incertidumbre de las manifestaciones sobre fantasías de vaciamiento. En este punto se debe tomar lo aportado por las investigaciones de Fava Vizziello, García y Antonioli (1993) en relación a un aumento de la ansiedad alrededor del 7º mes o cuando se produce la rotación del feto.
Según Soifer (1971), estas sensaciones en algunos casos no existen, y pueden ser producto de la eficacia psíquica de mecanismos de negación o, en el caso opuesto, pueden dar lugar a procesos somáticos de hipertensión y/o aumento de peso. En ciertos partos prematuros puede aparecer el mecanismo defensivo de evacuación, ante el incremento de ansiedad. Por eso surgen en esta etapa ansiedades que son producto de otras problemáticas, entre otras, la relación de la pareja, la familia de origen, la situación económica, y la duda de no poder criar adecuadamente a su hijo.
E) Ansiedades del comienzo del 9º mes: las modificaciones fisiológicas que se producen en este mes acentúan la ansiedad del parto y la incertidumbre implica un ataque al narcisismo infantil, dando lugar a la emergencia de mecanismos defensivos como el pensamiento mágico y la omnipotencia de las ideas.
El origen de estas ansiedades se encuentra en el temor al parto y a la muerte del bebé. Estos temores se pueden expresar en la sensación de dejar de percibir los movimientos fetales, o también “falsas alarmas” por dar a luz, que son expresiones, sin lugar a dudas, de la incertidumbre ante lo nuevo.
Otra autora, Videla (1973), en su libro “Maternidad, Mito y Realidad”, plantea que cuando la mujer busca embarazarse, consciente o inconscientemente, posee dos grupos psicológicos de referencia:
A) La relación con su madre y su padre, que incluye procesos de identificación y de diferenciación con relación a los contenidos psíquicos, fantasías y ansiedades que se manifiestan.
B) Los elementos que la sociedad y la cultura le señalan, que pueden determinar los modelos de maternidad o de identidad femenina que estos tratan de imponer a sus miembros.
Por otra parte, la autora habla también de la influencia de la sociedad de consumo, que a través de mensajes publicitarios transmite una imagen idealizada y distorsionada de la maternidad, donde no sólo las mujeres gestantes son “hermosas y estilizadas”, rodeadas de confort y de su familia, sino que sus hijos son hermosos y con determinadas características físicas. Esta imagen social es diferente a la realidad del bebé prematuro y su madre.
La misma autora, de acuerdo a su experiencia, relata una serie de temores que pueden expresar las mujeres embarazadas. Se analizarán a continuación aquellos que puedan tener alguna influencia en el nacimiento prematuro:
• Temor a perder atractivo físico durante el embarazo: la mujer debe enfrentarse a una serie de cambios corporales para los que no suele estar preparada. Estos cambios corporales representan la pérdida del cuerpo infantil, y una modificación de su esquema corporal que muchas veces no concuerda con su representación corporal. La elaboración de ambas imágenes, cambios corporales y representación del cuerpo, se producirá a lo largo del embarazo. De ahí que surjan problemáticas ligadas al duelo por el cuerpo infantil, tal como ocurre en el proceso adolescente.
•Temor a tener un hijo anormal; temor a la muerte del hijo cuyos motivos ya fueron analizados por Langer, Aberastury y Soifer, relacionados con el complejo de castración, siguiendo el pensamiento de Klein; temor a sufrir mucho dolor en el parto que, de acuerdo a Videla (1973), reflejaría el dolor por el desprendimiento del hijo y estaría relacionado con otro temor ligado a no poder separarse del bebé luego del parto, y que fue significado por Deutsch como el temor de separase de la madre.
2.4 El embarazo como preparación para la paternidad
Videla se refiere a la intensa comunicación existente entre la madre y el bebé en gestación (Videla, 1973), fenómeno que ayudará a comprender los dolores psíquicos de la madre ante la separación abrupta de su hijo prematuro.
Dice sobre el tema: “Un embarazo que transcurre normalmente significa que madre e hijo tienen un profundo conocimiento mutuo. La implantación del embrión en el endometrio implica un mutuo acuerdo psicosomático” (Videla, 1973: 97). Esta observación se puede relacionar con los conceptos de Winnicott (1956) acerca de la “preocupación maternal primaria”.
Este último la define como “un estado muy especial de la madre, una condición psicológica” (Winnicott, 1956: 407), y explica cómo se daría esta condición, que es mencionada alternativamente con los términos psiquiátrica y psicológica: “Gradualmente se desarrolla y se convierte en un estado de sensibilidad exaltada durante el embarazo, y especialmente hacia el final del mismo. Dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño. No es fácilmente recordado por la madre una vez que se ha recobrado del mismo. Iría aún más lejos y diría que el recuerdo que de este estado que conservan las madres tiende a ser reprimido” (Winnicott, 1956: 407).
Se destaca el concepto de Winnicott sobre el proceso de desarrollo de la “preocupación materna primaria”, que requiere tiempo: tiempo de gestación psíquica para poder constituirse; tiempo dado por el tiempo biológico de gestación de un bebé, o sea 9º meses. La falta de este proceso completo puede interferir en el normal desarrollo de esta comunicación entre la madre y el niño, tal como ocurre en la prematurez.
2.5 Etapas psicológicas del embarazo
El pensamiento de Winnicott coincide con las ideas desarrolladas por Brazelton y Cramer (1990, p. 41), quienes plantean que las etapas físicas del embarazo estarían ligadas a la preparación psicológica de ambos padres. De tal manera que a los 9 meses, tanto la madre como el padre, tienen la sensación de estar completos y listos para recibir a su hijo. Por el contrario, si el nacimiento ocurriera antes de lo previsto, dicen estos autores, encontraría a ambos padres no preparados para el mismo, y esta situación se daría con mayor intensidad en los partos prematuros y en aquellos embarazos que presentaran complicaciones físicas que alterarían, a su vez, la preparación psicológica adecuada para los padres. Plantean, además, tres etapas preparatorias, cada una de las cuales estarían ligadas al desarrollo físico del feto y pueden contemplarse fenomenológicamente como tres tareas separadas y diferentes.
Las etapas son:
1. Aceptación de la noticia
La falta del período menstrual determina desde lo corporal para la mujer y para el hombre futuro padre la entrada a una nueva fase de sus vidas que moviliza ciertos aspectos psicológicos ligados a sus historias. La tarea más inmediata que tiene la mujer es la de integrar “ese cuerpo extraño” dentro de sí, iniciando un período de repliegue sobre sí misma, de sentimientos ambivalentes y de dependencia.
Por otra parte, el futuro padre vive esta nueva situación como una retrospección hacia su propia infancia e ideales. Si bien las dimensiones de la maternidad y paternidad son diferentes, las experiencias recibidas pasivamente por ambos (madre y padre) de sus propios padres o sustitutos, permiten, en este caso al hombre, obtener un modelo de aprendizaje de la función, identificandose con los cuidados maternos recibidos. Frente al niño por venir, opera la reorganización de lugares y de roles en la dinámica intergeneracional e intrafamiliar.
2. Los primeros indicios de un ser separado
Después de la confirmación del embarazo, el momento de percepción de los primeros movimientos fetales es el siguiente acontecimiento decisivo para los futuros padres. Desde un punto de vista psicológico, el bebé ha empezado a adquirir autonomía. Se puede decir que aquí es donde comienza el vínculo más temprano, puesto que ahora hay un ser separado y, por lo tanto, una posibilidad de relación. La percepción de los movimientos fetales es la primera aportación del futuro hijo a la relación.
El nuevo carácter concreto del bebé, complementado por las ecografías y los cambios corporales visibles para ambos, sobre todo para la madre, aportan una nueva realidad como fantasías en relación al futuro hijo. Surge un estado de identificación con el bebé en gestación que hará sentirse a la madre más dependiente, más regresiva, más simbiótica en este retorno al “útero fantaseado” (Brazelton y Cramer, 1990: 48). Esto le permite una elaboración de sus propias necesidades de dependencia y de deseos de simbiosis insatisfechos. El bebé en gestación permite a la madre reparar de alguna forma su primitiva historia. El reconocer el rol del padre ayuda a la futura madre en la tarea de separase del futuro bebé y diferenciarlo de sus fantasías
3. El aprendizaje sobre el futuro bebé
Los padres comienzan a personificar al bebé en gestación. Durante este período, el bebé intraútero da señales de presencia a través de la adopción de ciclos y patrones de movimiento y actividad que pueden ser reconocidos y previstos. Su respuesta puede considerarse cómo una forma de interacción temprana. Los padres personifican al bebé en gestación a través de la búsqueda de nombres, lugar dentro del hogar, ropa, etc., en un intento para que éste no sea un desconocido en el momento de nacer; es habitual encontrar en los relatos de los padres, anécdotas acerca de las preferencias del bebé no sólo sobre posturas de la madre, sino también con relación a la música que prefiere. La actitud del padre se vuelve activa y manifiesta, expresando deseos de una fuerte comunicación con su hijo en gestación. Cuando llega el momento del parto, éste provoca una crisis organizadora, porque se estuvo preparando para el acontecimiento. Según Cramer y Brazelton (1990), al nacer el niño la madre gana afuera lo que ha perdido adentro, cambia su gravidez por su hijo.
2.6 La constelación maternal
Tras el nacimiento de un bebé, y especialmente cuando se trata del primer hijo, la madre entra en una nueva y única organización psíquica que Stern (1995) denomina “constelación maternal”. Esta determinará un nuevo conjunto de tendencias, acciones, sensibilidades, fantasías, temores y deseos. La nueva organización comienza a gestarse a lo largo del embarazo, y aún antes. Su duración es variable ya que puede oscilar de meses a años, transformándose en el eje de la vida psíquica de la madre. No es universal ni obligatoria, y surge a la luz de diferentes factores socioculturales que desempeñan un papel dominante para que se produzca en las sociedades occidentales desarrolladas y postindustriales (Stern, 1995: 212). La constelación maternal hace referencia a tres preocupaciones y discursos diferentes:
1. el discurso de la madre con su propia madre, especialmente como madre cuando ella era niña.
2. el discurso consigo misma, especialmente consigo misma como madre.
3. el discurso con su bebé.
Esta trilogía o tríada psíquica: madre de la madre-madre-bebé (Stern, 1995: 210) se convierte en su principal preocupación, ya que requiere la mayor parte de su elaboración y de su re-elaboración mental.
En nuestra cultura, de acuerdo al autor mencionado (Stern, 1995), cuando la mujer se convierte en madre surgen cuatro temas asociados:
1- ¿Puede mantener en vida al bebé y hacerle crecer?: tema de la vida y del crecimiento.
Este tema se refiere a la supervivencia del niño. La madre se interroga acerca de si podrá mantener a su hijo en vida, y si podrá hacerle crecer y desarrollarse físicamente.
Esto genera una serie de temores en la madre como los que se refieren a la posibilidad de que el bebé muera o enferme, o preocupaciones menores como que no coma, o que ella no lo cuide adecuadamente. Los temores giran alrededor del miedo al fracaso de la vitalidad y la creatividad animal, la supervivencia de la especie (Stern, 1995: 214).
2- ¿Puede relacionarse afectivamente con el bebé de forma natural y garantizar su desarrollo psíquico para que sea tal como ella lo desea?: tema de la relación primaria.
Este tema se refiere a la relación socio-afectiva de la madre con el bebé. Así la madre se interrogará sobre si podrá amar al bebé y si éste la querrá. Si podrá reconocer y creer que ese es su hijo. Para Stern este tema se enlaza con la preocupación primaria descripta por Winnicott, y con las funciones maternas como la de sostén, a través de las cuales se establecería esta primera relación entre madre e hijo.
Los temores ligados a este tema se enlazan con el miedo a fracasar que puede sentir la madre en su función, llevándola a no poder sentirse capaz, a sentirse inapropiada, o a ser demasiado exigente consigo misma. Estos temores estarán enlazados con lo que la cultura espera que debe desempeñar ella en su función de madre.
3- ¿Sabrá la madre cómo crear y permitir los sistemas de apoyo necesarios para cumplir estas funciones?: tema de la matriz de sostén.
Este tema se refiere a la necesidad de la madre “de crear, permitir, aceptar y regular una red de apoyo benefactora y protectora” que la lleve a contar con una matriz de apoyo. Esta matriz de apoyo cumple con dos funciones:
• que la madre pueda mantener con vida al bebé y fomentar su desarrollo psíquico y afectivo;
• sentirse apoyada, acompañada, valorada, instruida en su función materna, permitiéndole desarrollar los aprendizajes que requiere el tener un hijo.
Para Stern (1995: 216), esta función de la matriz de apoyo ha constituido siempre una red femenina y maternal que lleva a la madre a buscar figuras femeninas que cumplan un rol maternal.
De ahí que la futura madre atraviese por un período de reactivación y reorganización de la relación con su propia madre como madre y de ella misma como hija en un juego de “identificaciones en espejo” como mirada narcisística en el que una hija mira a su madre siguiendo una línea transgeneracional.
Stern (1995) señala los peligros de la sociedad occidental actual, en la que las mujeres no cuentan con figuras femeninas como figuras de apoyo, ya que esta matriz de referencia le permitirá establecer comparaciones en relación a ella como madre y memorizar sus experiencias como niña. De ahí que la madre tema no lograr o no poder mantener una matriz de apoyo.
4- ¿Será capaz la madre de transformar su propia identidad para permitir y facilitar estas funciones?: tema de la reorganización de la identidad.
Como consecuencia de la necesidad de generar una matriz de apoyo, la madre buscará modelos identificatorios, reviviendo identificaciones con su propia madre u otras figuras significativas, dando lugar aquí a la transmisión intergeneracional de la función materna.
Como se planteó anteriormente, cada uno de estos temas está asociado a un grupo organizado de ideas, temores, deseos, recuerdos que influenciarán las acciones, interpretaciones, relaciones y conductas de adaptación materna, así como las interacciones con su hijo.
2.7 El futuro padre
Diferentes autores ubican los nueve meses de gestación del ser humano, desde un punto de vista fenomenológico o psicodinámico, como un período de preparación psicológico, ambiental y social para los futuros padres.
¿Pero qué ocurre con el futuro padre durante la gestación de su hijo? Si bien la cuestión de la paternidad es tan compleja como la maternidad por estar atravesadas por ejes históricos-culturales que confluyen en su determinación, se debe señalar que la maternidad, con su anclaje biológico dado por el embarazo y parto, conserva cierto orden de registro y de legitimidad “natural”.
Antes del nacimiento, al niño no se lo declara ni se lo inscribe en los registros civiles; no existe legalmente. Luego de producido el nacimiento, el bebé adquiere un status legal, y el padre también como tal.
Winnicott (1960) plantea la función paterna ligada a la creación de un medio ambiente que beneficie en los primeros momentos de la vida del niño la “convivencia madre-bebé”, determinando que la madre, por su parte, podrá cumplir mejor sus funciones si es objeto ella misma de cuidados. Los cuidados satisfactorios que brinde a su bebé estarán en estrecha relación con los cuidados que ella misma reciba. Esta última función estará en parte a cargo del padre como sostén de la díada.
Stern (1995), por su parte, continúa esta línea de Winnicott planteando que el padre tiene un importante papel en la organización de la “constelación maternal” como protector del ambiente en el cual ésta se desarrolla, brindando cuidados especiales a la madre, cubriendo sus necesidades vitales y permitiéndole retirarse durante algún tiempo de las exigencias de la realidad externa. La función paterna se vincularía así con un rol de protector y amortiguador físico y práctico, brindando apoyo psicológico a la madre, permitiéndole dedicarse a la organización de los temas subjetivos que se despliegan y que constituyen la constelación maternal mencionada anteriormente.
Por otra parte, Benedik (1970) se plantea, cuando aborda el desarrollo de la condición psicobiológica de progenitor, que el conflicto básico de la paternidad no se sitúa en la función procreadora, sino en su retoño, en la función de proveedor de seguridad, y esto involucra un esfuerzo de trabajo para lograr un entorno de seguridad.
En la sociedad moderna se encuentran padres que se comprometen en el cuidado y crianza de sus hijos, así como en los primeros momentos del embarazo de su mujer. En los últimos 30 años, según Oiberman (1999: 34), se puede observar “un modelo de padre”, denominado “New Father”, que se compromete como agente emocional del desarrollo de sus hijos, más allá de la función paterna ligada al sostén de la díada (Winnicott, 1960). Así se encuentra un nuevo criterio de filiación que implica la posesión del estado de la identidad paterna ante la presencia afectuosa y formadora del hijo, que viene a constituir el vínculo paternal.
El padre, que es reconocido por su presencia afectiva cotidiana, da lugar a otro registro desde lo corporal, y define una nueva proximidad entre padre e hijo. Esto ya es experimentado durante el embarazo, y hay padres que relatan la comunicación que establecen con el bebé en gestación a través de caricias, palabras, música, etc.
Es necesario puntualizar las vivencias del futuro padre durante el embarazo de su mujer, para luego poder analizar el lugar del padre en el nacimiento prematuro.
Soifer (1971) ya mencionaba que en el período del embarazo, cuando la embarazada comienza a percibir los movimientos fetales, surgen ciertas fantasías por parte del futuro padre en relación a la envidia que le produce el gestar de su mujer, o el sentirse excluido en esa relación tan cercana y especial.
Brazelton y Cramer (1990) hacen referencia a lo que serían los albores del vínculo entre el futuro padre y el bebé en gestación, y señalan la identificación central del futuro padre con su propia madre, así como con su capacidad de tener y criar hijos, para luego identificarse con el padre y su pasaje a la masculinidad.
De acuerdo con sus experiencias clínicas, no todos los padres aceptan la renuncia a su falta de capacidad de tener hijos, porque se sienten excluidos del proceso de gestación del bebé e inconscientemente compiten con la madre, exhibiendo síntomas que nos recuerdan ciertas ceremonias de los pueblos primitivos, como la couvade. Por ello, no se muestran empáticos ante las necesidades internas de la embarazada.
La couvade consiste en un ritual donde los hombres simulan dolores de parto y alumbramiento. El término proviene del vocablo francés “couver”, que significa: empollar, incubar y lo aplicó por primera vez el antropólogo inglés Sir Edward Taylor, en 1865 (Oiberman, 1999).
Según Cramer y Brazelton (1990), los hombres que pueden sublimar satisfactoriamente estos deseos, experimentan una renovada creatividad y nuevas energías e, igual que para la mujer, el hijo representa para el hombre un deseo narcisista de ser completo y omnipotente. Por ello desea producir un hijo e identificarse con él, reproducir una imagen de sí, o reparar o continuarse en él.
Es interesante rescatar la opinión de estos autores en relación a ciertos fenómenos psicológicos que pueden observarse en aquellos padres que intervienen activamente en el embarazo de su mujer, en las entrevistas prenatales y/o parto, y se refiere a cierto grado de competencia que puede darse entre los futuros padres por desear la exclusividad en la “posesión del hijo”.
En general, estos aspectos se relacionan con los procesos de apego al futuro hijo. Observaciones clínicas de Brazelton y Cramer refieren, durante el tercer trimestre del embarazo (momento en el cual puede producirse un nacimiento prematuro), un aumento de la ansiedad del futuro padre, en relación a la salud del bebé. Esta ansiedad encubre ciertas fantasías inconscientes que pueden ser vinculadas a su ambivalencia, rivalidad y resentimiento frente a la capacidad de la mujer de poder gestar en su cuerpo al futuro bebé.
Videla (1973) plantea que al no poder comprobar en su cuerpo los movimientos del niño y no poder compartir el desarrollo embrionario del mismo, como le sucede a la mujer, el padre queda más librado a sus fantasías y ansiedades.
Hablan de la actitud de “guardabarreras de las madres” (Brazelton y Cramer, 1990: 75), haciendo referencia a la interferencia que producen en el vínculo entre el padre y su hijo, no propiciando la triangularidad.
Según Lebovici (1989), el padre necesita apoyo afectivo por parte de la madre para volverse un padre interesado, ocupado de sus hijos.
El lugar del padre se desarrolla a lo largo del proceso del embarazo. No es un sustituto materno frente a una madre no continente, ni se reduce sólo a ser el compañero de la misma. Existe un placer corporal y psicológico del padre hacia ese nuevo rol, en interacción con su mujer y con su bebé en gestación. Así, encontrará placer al sentir sus movimientos en el vientre de la embarazada, o en las palabras dichas.
Al referirnos al bebé prematuro y sus padres, veremos cuántas de estas experiencias prenatales servirán de guía al bebé para reconocer entre el sin fin de voces de una Unidad de Cuidados Intensivos a sus padres, y así se reconocerá que el embarazo es el primer peldaño en el vínculo entre los futuros padres y el bebé.
Las fantasías y temores de los padres, sentidas durante el embarazo, pueden ser movilizadas, adquiriendo diferentes matices si el nacimiento se produce antes del tiempo previsto. La madre, por lo explicado anteriormente, se volverá a su propia madre para poder comprender qué le está sucediendo y cómo ser madre. A su vez, el padre encontrará en la presencia del hijo una señal acerca de qué es ser padre, situación que lo remitirá a su propia historia.
Pero qué ocurre cuando el nacimiento ocurre antes de tiempo y no hay experiencias familiares que indiquen qué camino seguir. Los padres, junto con el recién nacido prematuro, iniciarán un nuevo recorrido que exigirá de todos un esfuerzo de reorganización ante esta situación fuera de lo esperado e imaginado por todos. Período de búsqueda tanto interna como externa, que se intentará descifrar a partir de los relatos de los padres y del reconocimiento de las capacidades de adaptación y regulación del niño prematuro.










