- -
- 100%
- +
Por otro lado, una renovación la presentan los trabajos que en estos últimos años en Chile ha realizado el “Grupo de Estudios en Historia en las Ciencias [GEHC]”, equipo interdisciplinario que ha fomentado la creación de instancias de investigación y diálogo acerca de la Historia de las Ciencias en Chile y América Latina, dando especial cabida a la historia de la medicina, la psiquiatría, la eugenesia y la criminología22. Por último, debo mencionar que estos últimos años se han abierto nuevas instancias para pensar la historia del psicoanálisis chileno. Por ejemplo, el trabajo realizado por Silvana Veto (2012) acerca del psicoanálisis en los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet, específicamente la desaparición de Gabriel Castillo Cerna, médico psiquiatra, egresado del Instituto de Formación Psicoanalítica de la APCH23.
Así y luego esta revisión, puedo afirmar que el estado del campo donde se inserta la presente investigación, justifica plenamente su presencia e intención, ya que los respectivos campos de “los saberes psi” en Chile no han generado investigaciones históricas que logren abordar la complejidad que implicaría la historia del psicoanálisis . Como lo señalé, el psicoanálisis es uno de los sistemas de pensamiento más influyentes y relevantes del último siglo, su incidencia va más allá del mundo de las ciencias, compenetrándose significativamente en la cotidianidad de los miembros de varios espacios culturales y sociales. Por ello, quise tomar partido en este panorama y proponer un trabajo que abordara, de manera profunda y especialmente novedosa, la llegada e implantación de las ideas de Freud en nuestro país.
Sin embargo, a mi modo de ver, esta simple declaración de intención no es suficiente y es necesario delimitar las herramientas conceptuales para llevar a cabo esta tarea, ya que la bibliografía muestra también que existen distintos modos de encarar y conceptualizar la historia del psicoanálisis. Cada perspectiva tiene su implicancias específicas y quiero dejar claro desde qué óptica pude afrontar este problema. Por ello, en el siguiente apartado repasaré dichos “estilos”, para luego, una vez hecha esta revisión, plantear cuál será la modalidad que adopté en este trabajo.
1.2 Historia en psicoanálisis: tradiciones historiográficas asociadas a su estudio.
La evidencia muestra que, dentro del campo de investigaciones que intentan abordar la historia del psicoanálisis, existen modos bien definidos de encarar y pensar su historia, generando verdaderas tendencias historiográficas perfectamente distinguibles. Estos “modos” o “estilos”, según Plotkin (2003), serían principalmente tres: los trabajos centrados en la figura de Freud como único autor y creador del psicoanálisis. En este grupo de abordajes –donde se reúnen los trabajos del mismo Sigmund Freud, Ernest Jones24, Peter Gay25 y Louis Breger26 27, entre otros– Freud es representado como un verdadero héroe solitario, donde sus descubrimientos no reconocerían casi ninguna genealogía y en la cual la teoría freudiana sería una especie de creación ex-nihilo. Estas propuestas de historización del psicoanálisis tienen tanta antigüedad como el mismo psicoanálisis. Los primeros trabajos dedicados al tema se escribieron casi en “tiempo real” por el mismo Freud a medida que fue visualizando la importancia y repercusión de sus ideas, lo mismo que los motivos políticos de su movimiento. Con esto se inauguró una corriente historiográfica muy fuerte que tuvo su origen al interior del movimiento psicoanalítico y que se distinguirá significativamente del estilo de los trabajos que vendrán desde fuera de él28.
Para ser más concreto, esta veta fue inaugurada con el trabajo freudiano Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico de 191429, reforzándose posteriormente con otros escritos en los que Freud explicará, desde su particular punto de vista, el nacimiento del psicoanálisis. Ellos están plagados de significantes tales como “lucha”, “causa”, “resistencia”, “incomprensión” y “rechazo”, los que circularán a lo largo del tiempo – hasta hoy inclusive– caracterizando la historia y especialmente el origen del psicoanálisis.
Una afirmación de Freud en esta línea es la siguiente:
“Siendo el propósito del presente trabajo trazar la historia del movimiento psicoanalítico, no habrá que extrañar su carácter subjetivo ni la preponderancia en él de mi propia persona. El psicoanálisis es, en efecto obra mía. Durante diez años fui el único en ocuparme de él, y todo el disgusto que su aparición provocó cayó sobre mí, haciéndome contemporáneo de las más diversas y violentas críticas” (Freud, 1996 [1914], p. 1895).
Si se contrasta la afirmación anterior con lo que comúnmente se sabe del origen del psicoanálisis, se pesquisa cierta ambivalencia de Freud para reconocer la participación de “otros” en “su” descubrimiento. Llama particularmente la atención el cambio que tuvo Freud a través el tiempo con respecto al papel de Josef Breuer –por señalar a uno de los participantes más significativos– en el nacimiento del psicoanálisis. Para muchos, incluyéndome, daría por sentado que los conocidos Estudios sobre la Histeria de 1895, de autoría de Breuer y Freud, sentaron las bases para los posteriores desarrollos psicoanalíticos. Sin embargo, y aunque al parecer Freud pensaba lo mismo, en un breve lapso, cambió su opinión al respecto. Así lo evidencian sus palabras de 1909 cuando presentó el psicoanálisis al público norteamericano, las que se diferencian de su trabajo de 1914. Así, Freud abre sus conferencias norteamericanas diciendo:
“Si constituye un mérito haber dado vida al psicoanálisis, no es a mi a quien corresponde atribuirlo, pues no tomé parte alguna en sus albores. No habría yo terminado mis estudios y me hallaba preparando los últimos exámenes de la carrera cuando otro médico vienés, el doctor Josef Breuer, empleó por primera vez este método en el tratamiento de una muchacha histérica (1880-1892)” (Freud, 1996 [1910], p. 1533).
Lo anterior marca la existencia de una genealogía intelectual de la cual el psicoanálisis era heredero, participando dentro de un conjunto de descubrimientos anteriores en el campo científico que lo vio nacer. Esta influencia “externa”, si es que puede llamar así, no sólo apuntaría a las personas que estuvieron directamente relacionadas con Freud – como Charcot, Breuer o Fliess– sino que también al contexto intelectual de la época. Pero el mismo Freud, cinco años más tarde de este reconocimiento, reivindicará, en palabras de López-Ballesteros (1996), su exclusiva paternidad en el nacimiento del psicoanálisis:
“Cuando en 1909, y desde la cátedra de una Universidad americana, se me ofreció la primera ocasión de hablar públicamente sobre el psicoanálisis declaré, movido por la importancia del momento para mis aspiraciones, no haber sido yo quien diera vida al psicoanálisis. Tal merecimiento había sido conquistado por otro –por el doctor Josef Breuer– en una época en la que yo me hallaba entregado a la preparación de mis exámenes finales (1880-82). Posteriormente varios benévolos amigos míos me han reprochado haber dado con tales palabras una expresión desmesurada de agradecimiento hacia el doctor Breuer. Hubiera decidido presentar, según lo había hecho en otras ocasiones anteriores, el “método catártico” de Breuer como un estadio preanalítico, situando el punto de partida del psicoanálisis en mi abandono de la técnica hipnótica y mi introducción de las asociaciones espontáneas del enfermo. A mi juicio, es indiferente iniciar la historia del psicoanálisis con el método catártico o sólo con mi ulterior modificación del mismo. Toco esta cuestión, nada interesante, tan sólo porque algunos adversarios del psicoanálisis suelen acordarse ocasionalmente de que este arte no fue iniciado por mí, sino por Breuer. Esto no sucede, claro está, sino cuando su situación les permite reconocer algo estimable en nuestra disciplina, pues en caso contrario el psicoanálisis es indiscutiblemente obra mía. No he sabido nunca que la considerable participación correspondiente a Breuer en el psicoanálisis haya atraído sobre él su parte de críticas y reproches. Pero habiendo reconocido hace mucho tiempo como destino inevitable del psicoanálisis el de excitar la contradicción y el disgusto de los hombres, me he decidido a considerarme como el único autor responsables de sus caracteres fundamentales”
(Freud, 1996 [1910], p. 1533).
Quiero agregar que el recurso del “héroe solitario” o el “genio”, según ciertos autores, es una herramienta recurrente cuando se escribe la historia de la ciencia30, pero que especialmente en el caso del psicoanálisis, ha reflejado un particular uso del pasado para lograr ciertos grados de autolegitimación. Vale decir, el recurso del pasado31 pretende subrayar la originalidad del psicoanálisis –que la tiene por cierto–, pero desprendiéndose de cualquier antecedente o deuda intelectual32, forjando con ello una especie de “genealogía vacía”, que explicaría su creación como epifenómeno originado por un único creador, haciendo que sea imposible distinguir la historia del psicoanálisis de la biografía de Freud. De esta manera, estos elementos –a los ojos de algunos autores33– comienzan a configurar el “mito de origen” del psicoanálisis, el que tendrá interesantes consecuencias en varios ámbitos. Según esta mirada, el psicoanálisis siempre ha estado (¿y estará?) condenado a chocar con fuertes resistencias de parte de la sociedad y, especialmente, del mundo científico a causa de las verdades que revela 34, ocultando así el sorprendente éxito y rapidez de la diseminación de las teorías freudianas por los distintos países y espacios culturales35. En este mismo sentido, aquellos que se apartaron de este camino fueron calificados como discípulos “disidentes”, donde los casos de Carl Jung y Alfred Adler son históricamente significativos.
Hugo Vezzetti36 resumió cómo desde esta perspectiva, la historia del psicoanálisis ha sido pensada como la historia de un movimiento. Vale decir: “una formación colectiva, con sus propios fines como organización; en un sentido político, o, incluso, en un sentido religioso (es muy conocida, en ese sentido la comparación con una “iglesia”), que la diferencia de una historia disciplinar […] [Por su parte] el desenvolvimiento del psicoanálisis está recargado por el peso de las biografías y de los vínculos entre los analistas, en una trama que se arma como una verdadera novela familiar o una saga religiosa. Allí se establece un modelo de historia dominado por la biografía; ente todo la de Freud” (pp. 64-65).
Más tarde, el avance crítico sobre este estilo ayudó a entender que el nacimiento del psicoanálisis tuvo directa relación con su entorno más próximo, dando paso a los abordajes contextualistas que analizaron cómo las condiciones específicas de la Viena de fin de siglo influyeron crucialmente en los descubrimientos de Freud (Carl Schorske37, William J. McGrath38, y Henri F. Ellenberger39 se cuentan entre los más representativos). Ahora, la historia del psicoanálisis era vista como un entramado de vicisitudes que implicaron a la historia intelectual que rodeó a Freud y las condiciones sociales, políticas y económicas en las cuales estuvo inmerso. Así se puede contar con el declive del sistema liberal vienés y la correspondiente reorganización del papel que los judíos ocuparían en dicha sociedad, lo mismo que la evolución de las teorías psicodinámicas en el campo médico-psiquiátrico y su influencia en la génesis del psicoanálisis. Por ejemplo MacGarth afirma que: “En la exploración histórica de los orígenes de la creatividad de Freud me he centrado en la interacción de su mundo interno de los sueños y fantasías y las influencias externas como la situación familiar, la tradición religiosa, el nivel educativo, y el medio socio-político” (MacGarth, 1986, p.18). Por otro lado, en los últimos años se ha abierto una nueva corriente de investigación –de la cual este libro intenta ser parte–, sobre la historia del psicoanálisis: los estudios que se preocupan sobre la circulación transnacional y la apropiación de las ideas freudianas en ciertos espacios socio-culturales determinados40 (Damusi & Plotkin, 2009). Esta mirada considera al psicoanálisis como un cúmulo de ideas que tiene la propiedad de transitar por distintos espacios culturales y nacionales, siendo recepcionado y utilizado de distintas formas, llegando inclusive a empapar varias capas de la sociedad en la que es recibido. El proceso de recepción es un fenómeno activo, destacando las distintas reapropiaciones y reinterpretaciones que los agentes locales hicieron de las ideas de Freud, haciéndolas compatibles con las tradiciones que dominaban la escena local. Está claro que este es un proceso activo donde los distintos agentes al momento de recepcionar las ideas, también las reinterpretan según las exigencias de su época. Por ello esta concepción se aleja de la idea de la existencia de una supuesta manera “correcta” de leer los conceptos del psicoanálisis.
Como ejemplo ilustrativo de esta manera de pensar el problema, en mayo de 1956 las Universidades de Frankfurt y Heidelberg celebraron el centenario del nacimiento de Sigmund Freud, realizando diferentes conferencias a cargo de distinguidos invitados como fueron Franz Alexander, Michael Balint, Ludwig Binswanger, E. H. Erickson, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, entre otros41. Sentidos discursos y conferencias rescataron el aporte del psicoanálisis como disciplina transversal y no sólo como parte importante de la medicina, psiquiatría o psicología. Hay en especial, dos citas que rescatan las características particulares del psicoanálisis y que en virtud de la presente perspectiva quiero comenzar a introducir. Una de ellas es la del Rector de la Universidad Johan Wolfgag Goethe y la otra del Ministro Presidente de la República Federal Alemana. El primero afirmó:
“Las doctrinas científicas en las que se refleja la obra vital de Sigmund Freud, también fueron originalmente dadas a conocer, discutidas y desarrolladas posteriormente en Alemania, como en todos los países civilizados occidentales. Nuestra universidad fue antiguamente uno de los lugares donde más se cultivaron estas doctrinas. Después fueron reprimidas, durante el período de dictadura política. Mientras adquirieron una importancia cada vez mayor en el extranjero y especialmente en las naciones anglosajonas, cayeron en la proscripción aquí en Alemania” (Coin en Adorno & Dirks, pp. 19-20).
Por otro lado las palabras del primer ministro no dejarían de elogiar y relevar los aportes freudianos:
“Un ministro que se atreviera a hablar en conmemoraciones y en cada oportunidad que se le ofreciera sobre el objeto o la persona del homenaje, no sería tomado a la larga muy en serio por un público crítico y de muy alta formación intelectual. Por ello, no quiero colocarme la toga imaginaria de un pequeño juez universal, para dar aquí un juicio sobre Sigmund Freud. Si tengo el valor de tomar la palabra en esta ilustre reunión, ello se debe a dos motivos. En primer lugar porque soy de la opinión de que la obra de Sigmund Freud se ha convertido ya en muchos aspectos en una posesión común del mundo intelectual. En segundo lugar porque creo que para el estadista, y como consecuencia de su profesión especial, es una obligación ocuparse del destino de esta obra, así como de su autor” […] “En el año 1938 fue desterrado de su patria por el bárbaro fenómeno que condujo a un estado en contra del derecho, la ley y la obligación. Freud murió un año después. Y mientras los violentos nazistas presumían de la caída de determinados círculos intelectuales alemanes, así como de haber destruido la obra de Freud en el campo de la lengua alemana, su doctrina efectuó un viaje victorioso sin igual por todo el mundo. A excepción de la Unión Soviética, que se mantiene rígidamente en la dirección de la reflexología, no existe actualmente en el mundo ninguna Psicología, Pedagogía, Medicina, Filosofía y Estética, que no utilice las doctrinas y métodos de Freud. Esto debería de obligarnos a los políticos a reflexionar nuevamente sobre la relación entre la política y la ciencia, tanto dentro como fuera del gobierno”
(August Zinn, en Adorno & Dirks, pp. 13-26).
Bajo esta óptica, estas citas reflejarían una de las tantas rutas por las que ingresaron las ideas de Freud a Alemania: el mundo universitario, lugar donde fueron recepcionadas, leías y comentadas. Subrayan que el psicoanálisis viajó por el mundo, cruzando diversas fronteras nacionales y culturales, engrosando así las filas del amplio mundo intelectual42 y con esta descripción permiten, ciertamente entender la afirmación que dice que la difusión del psicoanálisis es uno de los fenómenos más importantes del siglo pasado (Plotkin, 2009).
Estos antecedentes, sin duda ayudan a pensar el problema de la historia del psicoanálisis en Chile desde otra perspectiva43. Si el origen del psicoanálisis estuvo influenciado por variables histórico contextuales y no puede atribuírsele sólo a una persona exclusivamente ¿cómo entender su difusión en varios lugares del mundo y sus profundas repercusiones sociales, sin tener que revisar la naturaleza misma del psicoanálisis como disciplina? Entender esta complejidad es uno de los núcleos más conflictivos para las aproximaciones que provienen desde “dentro” del “movimiento psicoanalítico”, ya que alejarse del marco conceptual usualmente ofrecido por este esquema –que piensa que la historia del psicoanálisis se pesquisa a partir del momento en que se establece el ejercicio de cierta práctica clínica canonizada o la fundación de alguna institución oficial bajo ciertos estándares (Vezzetti, 1996)– no es para nada sencillo, ya que implica la apertura de un problema que tendría más aristas de las que regularmente se le suponen. Los criterios tradicionales traen aparejada la suposición de la existencia de un “psicoanálisis verdadero” u “oficial”, resguardando celosamente lo que merece ser calificado como “psicoanalítico” o “freudiano”. Por eso, quedarse en este nivel es continuar historizando sólo las referencias acerca de “analistas, pacientes, teorías psicoanalíticas y asociaciones profesionales” (Plotkin, 2003, p. 14), lo que implicaría seguir mirando exclusivamente lo que ocurre con el movimiento psicoanalítico.
¿Cómo construir una historia del psicoanálisis que tenga en cuenta su amplitud y al mismo tiempo lo haga delimitable y abordable? Hacer historia del psicoanálisis no debe restringirse a un país en particular, a una práctica clínica, ni una teoría sobre la mente, con el aditivo que en ciertos lugares ha llegado a convertirse en una herramienta que ayuda a muchos sujetos –dentro y fuera del movimiento psi– a interpretar el mundo, toda una Weltanschauung44. Para ejemplificar esta afirmación se hace necesario referenciar el trabajo de Sherry Turkle (1978) quien analizó el papel del psicoanálisis en Francia post la revolución de mayo de 1968. Ella afirmó que el psicoanálisis logró rebasar su vertiente clínica-institucional y saltó a la vida cotidiana ofreciéndose como un marco de intelección. A esto Turkle lo llamó “cultura psicoanalítica”, afirmando: “Hemos visto cómo la política psicoanalítica francesa fue llevada fuera del mundo de las sociedades psicoanalíticas y extendiéndose a otros mundos, poblados por el activista político, pacientes psiquiátricos, profesionales médicos, estudiantes universitarios, y una intelectualidad burguesa, que tradicionalmente ha hecho una carrera por conservar lo nuevo. Pero la difusión social del psicoanálisis se extendió más lejos, profundamente en la cultura francesa popular. Los libros, revistas, periódicos, radio, televisión, conversaciones que se comunican usando ideas “psicoanalíticas” a muchos millones de franceses que nunca fueron y nunca estarán dentro de la consulta de un psicoanalista”45 (Turkle, 1978, p. 191). Así el psicoanálisis en Francia no sólo estuvo restringido a las comunidades profesionales que lo usaban como un tecnolecto, sino que sus términos y referencias pasaron a ser parte del marco de inteligibilidad de gran parte de la comunidad para hacer referencia a sí mismos.
Para nuestros fines, se hace necesario enumerar cuáles son las características que tiene el psicoanálisis para generar una “cultura psicoanalítica”. Plotkin se pregunta ¿Qué hace que un sistema de creencias pueda generar una “cultura”? La respuesta apunta a las características intrínsecas a dicho sistema y que resume de la siguiente manera: su naturaleza transnacional; su capacidad para abordar problemas de la vida cotidiana; la posibilidad de generar un discurso fácilmente apropiable y con un aparato institucional y de un cuerpo de “difusores” listos para diseminar la buena nueva en diferentes espacios culturales y desde diferentes espacios culturales (Plotkin, 2009). Estas características se pueden ver operando en los casos donde las ideas y conceptos del psicoanálisis lograron convertirse en un elemento central de la vida cotidiana en ciertos espacios sociales y culturales. Así, lo ocurrido en la década del 30 en Estados Unidos, en Francia post revolución de mayo del 68 y la Argentina, más específicamente lo que sucede en la ciudad de Buenos Aires, representan a cabalidad la materialización de estas características del psicoanálisis.
Quien avanzó un paso en este aspecto es Jacques Lacan46, quien puso atención en los efectos nocivos de pasar por un psicoanálisis clínico, donde predomina el registro Simbólico, ya que esto puede ocasionar en los pacientes una especie de “pansimbolismo”, sufriendo de una excesiva “interpretación” de todo, según las metáforas psicoanalíticas. Este sería un efecto de fin de análisis y para su resolución Lacan propone una operatoria llamada “contrapsicoanálisis”, la que debería desterrar de la vida del analizante la posibilidad de que el psicoanálisis sea un instrumento capaz de interpretarlo todo con una sistematicidad megalomaniaca e hiperdeterminista47. En este mismo sentido, Alfredo Eidelsztein48 sigue a Lacan en este ideario cuando aborda la noción de locura como parte de las llamadas Estructuras Clínicas Freudianas (Neurosis, Perversión y Psicosis). Este concepto, de inspiración hegeliana, deja en evidencia cómo ciertas construcciones, por ejemplo las del mismo psicoanálisis, le otorgan identidad a los sujetos. Eidelsztein comenta:
“Aquí Lacan propone la forma en que incide el psicoanálisis en la objetivación y la identificación simbólica que la sociedad científica moderna propone de manera universal al sujeto hablante. En la sociedad científica moderna, el psicoanálisis oferta con sus propios términos teóricos una nueva condición de objetivación, al dar nuevas figuras pseudo-objetivas del ser, tales como yo, superyó y ello. Los sujetos modernos perfectamente pueden creer que son capaces de sostener que lo que les pasa es a causa del inconsciente o el superyó. Dentro de la sociedad científica, el psicoanálisis tiene una posición de privilegio en cuanto a las posibilidades de “enloquecer”. Es innegable que nunca antes en la historia existió la posibilidad de indentificarse mediante categorías científicas tan específicas del sujeto hablante como: yo, ello, superyó, obsesión, histeria o fobia. Y es así que creyendo que se libera de sus amarras, el sujeto puede enloquecer aún más al creerse obsesivo, histérico o fóbico. “Histeria”, “obsesión”, “fobia”, etc., son términos identificatorios que el psicoanálisis, quiéralo o no, ofrece a la sociedad, que por su universalidad y por su aval científico tienen la posibilidad de producir o favorecer la identificación del sujeto” (Eidelsztein, 2001, pp. 103-104).
Por lo mismo, prefiero aquí, adherir a una definición amplia –necesaria ante los distintos frentes que el psicoanálisis tiene como disciplina– que entiende al psicoanálisis como un sistema de ideas y creencias de carácter transnacional, el que genera y autoriza un cúmulo de prácticas y discursos que se legitiman en una (real o supuesta) genealogía freudiana49 50 (Plotkin, 2003). Bajo este marco operacional esta investigación toma sus bases para recuperar la historia del psicoanálisis en Chile.






