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1.4 “Freud y los chilenos”: síntesis, límites y definición.
Ya queda claro, como lo mencioné anteriormente, que dentro del campo de investigaciones que ha intentado abordar la historia del psicoanálisis, existen modos bien definidos de encarar y pensar esta particular y compleja disciplina. En consecuencia, esta investigación debió optar y formular las preguntas pertinentes que ayudaron a circunscribir el problema, dar con una manera de abarcarlo, y fijar temporalmente el lugar en el que se inscribe dicha problemática. Así, las pregntas que me pude formular fueron:
1. ¿Qué quiero historizar?, que determinó por tanto,
2. ¿Desde dónde comenzar a historizar? ergo
3. ¿Dónde mirar o buscar las fuentes de información?
Basándome en Plotkin70 y Turkle71 pude responder la primera pregunta de la siguiente forma:
Podría ser atractivo centrarme en la historia del movimiento psicoanalítico, lo que implicaría concentrarsme exclusivamente en la dimensión institucional del psicoanálisis chileno, reconstruyendo los eventos que llevaron a la creación de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCH) en 1949. Esta decisión implicaría maniobrar, por lo tanto, con las variables que este tipo de abordaje exige y restringe al mismo tiempo. A mi consideración, quedarse desde este lugar ocluye la posibilidad de realizar un análisis múltiple, que esté a la altura de un objeto de estudio tan multifacético como se puede reconocer al psicoanálisis.
Por ello, mi segunda opción era considerar las propiedades que el psicoanálisis tiene como “sistema de ideas y creencias de carácter transnacional”, donde el punto de vista institucional sería una variable más dentro de ese cúmulo de prácticas y discursos que se legitimaron por estar emparentados (de manera “real” o no) con el pensamiento de Freud. Tengo clara la complicación que esta opción tuvo para mi - fueron seis años de investigación-, pero me permitió abordar de manera interesante cómo el psicoanálisis circuló a través de las fronteras de los países y distintos espacios culturales, para llegar a nuestro país, mediante circuitos múltiples, que más de una ocasión establecen diálogos entre sí. Esta fue finalmente mi elección, la que sustentó el trabajo de este libro.
Para llevarla a cabo, tomé ejemplos de investigaciones similares en Estados Unidos, Francia y Argentina, lugares donde el psicoanálisis desbordó los límites comunes para originar una verdadera “cultura psicoanalítica” ,reflejando así su introducción en distintas capas del medio local.
En este sentido, me sumerjo en el debate historiográfico sobre el psicoanálisis chileno, tomando como señal de ruta la categoría de “recepción”, y reescribiendo así, la manera tradicional de entender la historia de esta disciplina en nuestro país. Porque aún con esto, cabría la pregunta, ¿qué sería lo chileno, aquello que es propio y que al mismo tiempo no nos pertenece, desde esta perspectiva? Rescato una cita que Alejandro Dagfal hace de Hugo Vezzetti acerca de la historia de la psicología en la Argentina:
Ahora bien ¿qué es lo ‘argentino ’ en esta historia? Los autores y los modelos de conocimiento son europeos en general y franceses en particular. Frente a esto se suele acentuar la “dependencia” y la idea de la mera copia. El problema es más amplio que el de una historia de la psicología y tiene que ver con la cuestión de la conformación de un pensamiento y una cultura nacionales. Aquí interesa resaltar la categoría de recepción: una apropiación activa que transforma lo que recibe” (Vezzetti en Dagfal, 2004, p. 9).
Apoyado en lo anterior, “lo chileno” en el constructo “psicoanálisis chileno” –más que psicoanálisis “en” Chile– serían esos actos que cruzaron lo “ya conocido”, representado por los cánones de la época (literarios, científicos, ideológicos, morales, etc.) con la “novedad” que llega al país –en este caso el psicoanálisis–, “produciendo” toda una serie de actos que lo transforman, lo subvierten, lo critican, lo apropian, lo introducen, lo difunden, lo explican, lo rechazan, etc. en diferentes circuitos de recepción, en los que participan una serie de agentes. Vezzetti lo dice mejor cuando plantea las siguientes preguntas:
“Dado que hay más de un Freud, a partir del abanico de lecturas que lo toman por objeto, ¿en qué campos preexistente de ideas y valores se van a ir inscribiendo esas referencias? ¿Cuáles fueron los nuevos problemas que esa constelación de discursos vino a encontrar y, en parte, a producir? ¿Cuáles son canales y modos de su incorporación y difusión? En todo caso, la constitución fragmentaria del psicoanálisis como objeto discursivo no es separable de condiciones de recepción en las que se apreció la presión de incluir a Freud en alguna tradición preconstituida: científica, ideológica, estética o moral” (Vezzetti, 1996, p. 14).
Aproximarse a los circuitos de recepción del psicoanálisis chileno implicó descifrar la respuesta a estas preguntas, pensando que el psicoanálisis compitió, por ejemplo, con el positivismo imperante desde finales del siglo XIX y su explicación sobre las enfermedades mentales y los problemas de “trascendencia social”. Las ideas freudianas se hicieron parte del contexto que la “cuestión social” subrayó, posibilitando, como pasó con el recordado Germán Greve Schlegel, la discusión del papel que la asistencia social debía sostener frente a los “pobres desgraciados”. Poder suponer, por ejemplo, la existencia de recepciones tanto de derecha como de izquierda del psicoanálisis con distintos usos y propósitos serían posibles de detectar. Declaro, entonces, que la perspectiva y su consecuente problema que intenta abordar es “La historia de la recepción del psicoanálisis en Chile”.
1.5 ¿Por qué 1910-1949? Periodización y sus supuestos.
Es pertinente para los lectores poder aclarar los supuestos que sustentaron el recorte temporal que realicé. Si bien estos responden en un inicio a una tentativa, su formulación buscaba situar las referencias más comunes respecto a la historia del psicoanálisis en Chile.
Por ello, los “hitos” más comentados sobre la llegada del psicoanálisis a Chile son:
a) La lectura del trabajo de Germán Greve Schlegel en Buenos Aires: este médico chileno, oriundo de Valparaíso, leyó el trabajo Sobre psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos en la Sección de Neurología, Psiquiatría, Antropología y Medicina Legal del Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene celebrado en Buenos Aires en 1910. Se afirma que este trabajo fue la primera comunicación de las ideas de Freud al español en Latinoamérica. Greve comentó la aplicación del psicoanálisis para combatir los síntomas obsesivos, destacando su eficacia, como también, la dificultad que tiene aplicar su método al pie de la letra. Además, se esfuerza por hacer coincidir los sistemas de pensamiento de Freud y Janet. Este trabajo fue comentado por Freud dos veces, llamándolo como el colega “probablemente alemán”. La historia señala que Greve no volvió con mayor profundidad sobre el psicoanálisis de manera pública.
b) Luego, la llegada de Fernando Allende Navarro desde Europa en 1925 y la publicación de su tesis El valor del psicoanálisis en la policlínica. Una contribución a la psicología clínica (1926) en la Universidad de Chile: Este médico chileno, según las referencias, fue el primer psicoanalista formado “oficialmente” que llegó al continente. Allende Navarro paso largos años en Europa estudiando medicina en las universidades de Suiza, Bélgica y Francia. Se formó con personalidades como Constantino Von Monakow, con quien se especializó en anatomía cerebral y con el mismo Hermann Rorschach. De vuelta a Chile, validó su título de médico en la Universidad de Chile con una tesis que introduce la práctica clínica del psicoanálisis mostrando la eficacia de su técnica con una serie de casos clínicos.
c) La fundación en 1949 de la Asociación Chilena de Psicoanálisis (APCH), donde el comienzo de la historia “oficial” del psicoanálisis chileno estaría encabezada por Ignacio Matte Blanco y sus colaboradores. Este evento reflejaría la consolidación institucional del psicoanálisis en nuestro país, ya que ese mismo año la organización fue reconocida oficialmente por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis (IPA) en el Congreso Internacional en Zurich.
Estos tres “hitos”, tal como han sido referidos hasta el día de hoy, dejan grandes espacios de silencio en los que, aparentemente, no habría sucedido nada relevante que mereciera ser recuperado y analizado. Esta mirada está plagada del uso de categorías como “prehistoria”, “precursores”, “pioneros” y “oficialmente formados”, centrándose así en la veta clínica e institucional del psicoanálisis.
Es por ello que ocupé estos mismos parámetros temporales (19101949) para indagar en aquellos espacios en los cuales la historia “oficial” del psicoanálisis guarda silencio, tratando así de hacer emerger los circuitos de recepción y apropiación múltiple del psicoanálisis en la escena nacional. Está reconstrucción histórica se sostuvo en tres grandes supuestos, a saber:
Existen contribuciones significativas y relevantes de varios agentes locales que recibieron las ideas freudianas a través de diversas rutas intelectuales, cada una de éstas está bien definida, implicando con ello un proceso de recepción multifactorial.
Hasta el momento, la mirada que predomina sobre la historia del psicoanálisis chileno invisibiliza dichos aportes, ya que los considera como “capítulos previos” o “preparatorios” a lo que sería la historia “oficial” de la disciplina, contada desde una perspectiva exclusivamente institucional como eje de legitimación y autoridad.
Estos aportes pueden ser recuperados a través de una búsqueda reorientada que tenga en cuenta los beneficios de pensar al psicoanálisis de manera más amplia, redefiniéndolo como un sistema de ideas y creencias de carácter transnacional.
Las particularidades del caso chileno de la recepción del psicoanálisis están relacionadas de manera estrecha con las condiciones locales (sociales, económicas y políticas) de la época de su recepción, pero además con el habitus nacional, entendiendo esto como la suerte de la nación en un marco histórico, el que opera como una variable que condicionó su lectura y uso local.
1.6 Método para la investigación: la perplejidad permanente
Aproximarse a la historia de la recepción del psicoanálisis es sinónimo de estudiar una porción de la historia social, política, intelectual y científica de Chile. Sigo en esto a Aróstegui, quien define a la investigación histórica como aquellos trabajos “que tienen como objeto el comportamiento de las relaciones sociales en función de sus movimientos temporales (recurrentes o transformadores)” (Aróstegui, 2003, p. 150). Se subentiende, entonces, que la llegada de las ideas freudianas a Chile impactó y autorizó la producción innovadora dediscursos y prácticas que pueden ser detectadas y según el presente esquema: (Estado social – Acontecimiento [llegada del psicoanálisis] – Nuevo estado social).
Así, el levantamiento de información de las fuentes históricas más la aplicación del método historiográfico, definido como aquellos pasos necesarios para poder reconstruir cierto fenómeno o fenómenos sociales a partir de la elaboración de hipótesis de trabajo, permitió que los datos encontrados puedan elaborarse para producir un relato histórico lo suficientemente argumentado que dé cuenta de la particularidad de la recepción del psicoanálisis en Chile.
La complejidad del psicoanálisis como objeto de elaboración histórica ha sido considerada a partir de su amplitud y la compenetración que ha logrado en la cultura occidental actual. Desde un punto de vista antropológico, según Plotkin (2009c), el estudio de la historia del psicoanálisis cuenta con un problema adicional para distinguir las categorías “analíticas” de las “nativas”. Un investigador es parte de la cultura que quiere estudiar, por lo que investigar la historia del psicoanálisis puede implicar el riesgo de tomar un dato y “naturalizarlo” precisamente porque ocupa un lugar del problema que se quiere estudiar así como también de la cultura estudiada. Un ejemplo, es la operatoria que el concepto de “resistencia” tiene para el psicoanálisis –tanto en lo clínico como en su política institucional– enfatizando en las supuestas grandes resistencias que las ideas freudianas levantarán en cualquier sociedad en la que se encuentre. Por eso, muchas de las historias del psicoanálisis se esfuerzan por enfatizar o hacer calzar este elemento dentro de las construcciones históricas que realizan, impidiendo con ello interrogarse sobre el éxito sin precedentes de la difusión del psicoanálisis en el mundo. Lo mismo pasa con las ideas que hoy se tienen sobre la subjetividad, la mente y la sexualidad, entre otros, las que se basan o se encuentran inspiradas en el psicoanálisis, o en oposición a él. Tomando esto en cuenta, al investigador se le exige una actitud de “perplejidad permanente” o “exotización”, facilitando así una postura abierta ante lo nuevo.
En consecuencia, definimos al psicoanálisis como “un fenómeno cultural amplio. Que debe ser estudiado desde la perspectiva de la historia cultural y desde un punto de vista histórico-antropológico, sin perder de vista su naturaleza multidimensional. Es crucial tomar en consideración los diferentes niveles y espacios culturales en los que el psicoanálisis como práctica y como sistema de creencias se manifiesta” (Plotkin, 2009c, p. 12).
CAPÍTULO 2
EL “MALESTAR EN LA CULTURA” CHILENA EN EL CENTENARIO: LA IMAGEN DE UN PAÍS ENFERMO.
2.1 La recepción del psicoanálisis en Chile a la luz del Centenario (1910): análisis comparativo según una realidad regional.
Desde su temprano desarrollo, el psicoanálisis viajó por el mundo configurandose como un interesante fenómeno de carácter transnacional, algo que Ricardo Steiner (2000)72 ha calificado –inspirado en una frase de Ana Freud tras el exilio de su padre a Londres en 1938– como “una nueva clase de diáspora”. A los ojos de este autor, el psicoanálisis experimentó un verdadero proceso de aculturación, siendo transformado y adaptado a cada una de las realidades locales a las que arribó73. A mi juicio, el psicoanálisis ya había comenzado desde hace mucho tiempo a experimentar este proceso transformador. Así, desde el momento en que empezó a circular en latitudes distintas a las de su origen, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el psicoanálisis fue recepcionado por distintos públicos, en diversos niveles y capas sociales, generando con ello nuevos discursos y autorizando con esto, nuevas prácticas sociales. El viaje desde Viena, lugar de origen del psicoanálisis, hacia el resto del mundo implicó una inevitable –y por lo tanto normal y esperable– lectura activa de los agentes locales, con sus respectivas reinterpretaciones, apropiaciones y conciliaciones con los problemas, inquietudes y tradiciones locales de pensamiento. En términos históricos, resulta muy valioso lograr reconstruir estos procesos entendiendo que es posible encontrar tantos “Freud” como posibles lectores existían. Lectores que, a su vez lo utilizaron según sus propios fines e intereses.
Si pensamos en términos regionales, es preciso señalar que el psicoanálisis llego muy temprano al continente, a Brasil específicamente, en el año 1899. El médico y fundador de la psiquiatría brasileña Juliano Moreira, citaba por esa época a Freud en sus clases en la Universidad de Bahía (Russo, 2012)74. De hecho, existió en el Hospital de Alienados, bajo la dirección de Moreira entre los años 1903 y 1930, una guardia psicoanalítica (Plotkin, 2009b). Incluso, en el año 1927 se creó una sociedad psicoanalítica reconocida por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis (I.P.A), la que aunque tuvo corta vida publicó su propia revista. Así, tal como lo plantea Jane Russo el freudismo fue visto por los círculos médicos y parte de las elites locales, como una herramienta que permitiría que la nación siguiera el camino de la modernidad, haciendo que la sexualidad supuestamente descontrolada y perversa –presente como un rasgo constitutivo de la raza negra nativa– cambiara de meta hacia fines más adecuados gracias a la sublimación de los impulsos. El componente sexual de la teoría, entonces, era valorado como un factor explicativo y útil para los fines civilizatorios que las elites médicas y políticas se habían trazado. Ejemplo de esto son el libro del doctor Franco Da Rocha, de 1920, titulado O pansexualismo na doctrina de Freud75 quien destacó y simpatizó abiertamente con los postulados del psicoanálisis y el trabajo de Julio Porto-Carrero en la ciudad de Río de Janeiro. Parafraseando a Plotkin (2009c) psicoanálisis, en Brasil, era sinónimo de sexualidad.
Por otro lado, el factor sexual de la teoría psicoanalítica fue causa de rechazo por parte de los médicos argentinos. La influencia de la cultura francesa en el mundo trasandino marcó una tendencia que condicionó el comportamiento de los especialistas. Ellos toleraron al psicoanálisis más como una técnica que permitía la exploración de la psique que como una teoría acabada. El freudismo era fuertemente criticado considerándolo poco serio en términos científicos y con un excesivo énfasis en la sexualidad como único factor etiológico de las enfermedades mentales. Según Plotkin (2012), esta actitud reflejaba la fuerte influencia que el mundo galo tenía en la sociedad transandina de la época, la que alimentaba su retroceso ante las ideas freudianas. Los médicos argentinos, siguiendo a sus pares franceses, fueron muy críticos con los postulados freudianos. De esta manera, en la Argentina el psicoanálisis era descalificado por el factor en que en Brasil era valorado.
Lo interesante, además, es que en estos países se presenta una recepción múltiple del pensamiento de Freud, manifestándose de manera transversal en distintas zonas de la sociedad, a través de vías de recepción bien definidas y perfectamente reconocibles. En Brasil, por ejemplo, el psicoanálisis tuvo aparte de la psiquiatría, dos vías de ingreso y diseminación. Una de ellas fue la acción de un grupo artístico de vanguardia, quienes impulsaron el movimiento modernista brasileño, el que con sus particularidades, iban en la dirección contraria a la conducta manifestada por los médicos locales. Ellos exacerbaban aquellos elementos exóticos y salvajes presentes en la cultura brasileña en vez de reprimirlos o intentar sublimarlos. Por ejemplo, para Oswald de Andrade la sexualidad nativa era la fuerza y potencia creadora de la cultura local (Plotkin, 2011; 2009c). Otra vía fue la recepción de parte del gran público a través de una generosa serie de libros, programas de radio e inserciones del psicoanálisis en revistas populares (Russo, 2012).
El caso argentino, en cambio, detalla que en las vanguardias artísticas el psicoanálisis no tuvo mucha influencia durante las décadas del 20 y 30. El grupo relacionado con la publicación de la revista Martín Fierro fue más moderado que sus colegas brasileños, centrándose más que nada en una renovación estética, dejando así de lado alguna crítica a las condiciones sociales o políticas de ese tiempo. Su proyecto, que se tradujo en un manifiesto, tenía una fuerte postura antipsicológica por lo que el psicoanálisis no tuvo mucho lugar. Por otro lado, el discurso sobre la identidad estuvo centrada en las consecuencias de la oleada de inmigrantes que llegaron a residir a la Argentina, alterando significativamente el panorama cultural y social. Caso aparte lo constituyó Roberto Arlt, quien desde finales de la década del 20, incluyó referencias psicoanalíticas –alimentadas a partir de una visión amplia y popular del saber psicoanalítico donde eventos de la infancia de sus protagonistas eran factores explicativos de su conducta adulta– en novelas como Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931). Esta ruta presentaba al psicoanálisis como un saber legitimado en la ciencia y al mismo tiempo una técnica para trabajar materiales psíquicos como los sueños.
Tal como se evidencia en estos dos casos, la recepción del psicoanálisis (u otro sistema de ideas y creencias transnacional) está íntimamente vinculada con las condiciones sociales, políticas y económicas del suelo de recepción (Plotkin, 2011), reflejando la relación íntima que el freudismo entabló con las condiciones específicas de los distintos suelos de recepción. Visto así, este elemento se organiza como un punto nodal para pensar la historia de la recepción del psicoanálisis en Chile, ya que como se verá más adelante, su interpretación y utilización dependió directamente de la visión de crisis que se tenía del país y de los chilenos. Chile, con sus aspiraciones de asemejarse a un país europeo, veía como una fuerte amenaza la serie de vicios y descalabros que afectaban al país a comienzos del siglo XX, y que ya venían asechándolo desde finales del siglo pasado.
Cabe destacar que ambos países tenían como telón de fondo a la teoría de la degeneración, también de origen francés, la que señalaba que las enfermedades mentales y otros graves trastornos tales como el alcoholismo, la prostitución y la delincuencia eran producto de antecedentes familiares trastocados, los que se expresaban en las nuevas generaciones en dosis cada vez más fuertes (Plotkin 2012; Huertas, 1987). Esta teoría, vale la pena mencionarlo, tuvo como particularidad el ayudar a sancionar varios de los problemas sociales que afectaban a varios países de la región.
2.2 La recepción del psicoanálisis y su vinculación con nuestra historia: el habitus nacional chileno.
Se sabe que las ideas viajan por el mundo, eso es un hecho indefectible y si se piensa en el psicoanálisis, este se constituye en un ejemplo claro de dicha circulación, recepción e implantación. En nuestro país, este proceso dependió claramente de las características particulares de nuestra historia nacional. Este no es un asunto simple, ya que conjuga dos dimensiones: el transporte transnacional del psicoanálisis y sus modos locales de aterrizaje. Ya esta articulación configura un interesante problema investigativo.
De este modo, entiendo la historia de la recepción del psicoanálisis en Chile como la articulación de estas dos dimensiones, punto nodal donde se generan los sellos distintivos del caso chileno en relación con la historia del psicoanálisis pensada en términos generales. La historia del psicoanálisis, siguiendo a Plotkin (2003a) es la historia de los múltiples procesos simultáneos de recepción, circulación e implantación en las distintas culturas y sociedades en los que ha tenido presencia. Así, el “caso chileno” es un ejemplo particular de este proceso. Lo especial de este punto de vista, es que descarta la posibilidad de que los receptores sean conceptualizados como agentes pasivos, percibidos como simples repetidores de ideas foráneas, las que aplican de manera exacta en el medio local. En Chile, la evidencia muestra que muchos de los lectores del psicoanálisis trataron de combinar los conceptos freudianos con las distintas tradiciones intelectuales que dominaban la escena nacional, presentándolo como perfectamente compatible con algunas de ellas, aunque tuvieran marcos conceptuales totalmente distintos. Un ejemplo dentro de varios, como se verá más adelante, fue la mixtura del psicoanálisis con la criminología de Lombroso y Ferri.
Otro elemento propio de la recepción y que quiero destacar de manera central es la forma en que el psicoanálisis en Chile se vinculó con lo que Norbert Elias llama habitus nacional76, definido como la manera en que “el destino de un pueblo influye a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman” (Elias, 2009a, p.39), concepto que permite entender como los sujetos más disímiles de una nación reciben una impronta común. Este sociólogo alemán, de origen judío, dedicó buena parte de su trabajo a teorizar sobre lo que llamó el proceso de la civilización77, que apunta, en parte, a mostrar que los cambios y transformaciones que una sociedad experimenta tienen impacto en la personalidad de sus miembros. Elias reconoce la influencia de Freud, especialmente en cómo el destino –pulsional si se quiere– de un individuo está sujeto a las coacciones externas primero, las que recibe de su medio más próximo, para luego pasar a las autocoacciones internas (Elias, 2009b). Tal como lo plantea Alejandra Golcman (2010)78, esto sucede en la medida que se desarrolla el superyó, la vergüenza y la responsabilidad social, todos productos de la influencia de Otro social.






