Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854

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Este proceso se inició en los años finales de la administración presidencial del general Tomás Cipriano de Mosquera, cuando se enfrentó al Congreso por sus políticas de reducción del pie de fuerza del Ejército, el cual ganó inicialmente el curtido militar al constituir la fuerza de zapadores, legitimando por este medio mantener un pie de fuerza en tanto se dedicaría a la composición de caminos. Pero a mediados de los años cincuenta el panorama político era diferente, el liberalismo se había afianzado después de triunfar sobre el levantamiento conservador de 1851, la Constitución de mayo de 1853 había sido expedida y el Congreso estaba en manos de los gólgotas y los conservadores. De ahí que la presidencia del general José María Obando tenía poco margen de acción y los más conspicuos representantes del liberalismo radical habían abierto un frente de lucha contra los militares y contra el mismo general Melo, el comandante de la guarnición militar de Bogotá, a quien se le estaba siguiendo un proceso por el asesinato de un cabo.
De hecho, según uno de los estudiosos del tema, la causa inmediata del golpe fue el proyecto de ley alternativo de Manuel Murillo Toro, que buscaba ponerle fin a la institución castrense neogranadina y a la carrera militar, que debía discutirse el 17 de abril. Un debate que no aconteció, justamente porque en la madrugada de ese día las compañías de artillería y las guardias nacionales se congregaron al grito “¡Abajo los gólgotas!” y al son de un bambuco tocado por la banda militar, con el que se inició el golpe del general Melo y se puso fin, durante unos meses, a la Constitución de 1853 y se restableció la de una década atrás. Además, Melo envió partidas a capturar tanto a los representantes del Congreso como a otros individuos considerados opositores y, al amanecer, despachó una comisión al palacio presidencial integrada por Francisco Antonio Obregón, Camilo Rodríguez y Miguel León “para ofrecerle al presidente el mando supremo, rogándole que se pusiera al frente la revolución y declarara cerrado el Congreso Nacional. Pero el general Obando rehusó el ofrecimiento, con lo cual el Ejército proclamó presidente al general Melo y cristalizó así la dictadura”63.
Los hombres de Melo
¿Quiénes fueron los oficiales seguidores de Melo? Sin duda, responder la pregunta implicaría una pesquisa documental exhaustiva en los archivos de la Secretaría de Guerra y Marina que rebasarían los objetivos de este trabajo. Sin embargo, se puede afirmar, con base en la información parcial disponible sobre las personas comprometidas en los hechos del 17 de abril de 1854, que eran militares de carrera, es decir, que habían hecho de la milicia su modo de vida y dependían para su sustento y el de sus familias del salario que ganaban. La afirmación se infiere por el largo tiempo que estuvieron en servicio activo, algunos desde los tiempos de las guerras de Independencia; además, tenían simpatía por el liberalismo y por el movimiento artesanal capitalino. Lo anterior nos lleva a concluir que las reformas antimilitares promovidas por los gólgotas afectaban directamente su sustento material, lo cual los llevó a galvanizar sus intereses con los artesanos y apoyar el acto pretoriano que lideraba uno de sus generales.
Los militares identificados en el golpe de Melo fueron cuatro generales (José María Mantilla, Martiniano Collazos, José María Gaitán y José María Melo); seis coroneles (Rafael Peña, Ramón Acevedo, Manuel Martínez Munive, Manuel Jiménez, Fernando Campos y Salvador Camargo); nueve tenientes coroneles (Mariano Posse, Antonio María Echeverría, José Manuel Lasprilla, Juan Nepomuceno Prieto, José Valerio Carazo, Alejandro Gaitán, Santos García y José Antonio Sánchez, Dámaso Girón); diez sargentos mayores (de los cuales hemos identificado a Juan de Jesús Gutiérrez, José Manuel Calle, Venancio Callejas, Manuel Antonio Carvajal y Tenorio, Diego Castro, Benito Franco, José del Rosario Guerrero, José María Barriga); 27 capitanes, 23 tenientes y 54 alféreces64.
Esta lista es parcial, sin embargo, nos permite plantear ciertas consideraciones. Lo primero que indica es el significativo número de militares comprometidos que se encuentran en los cargos de jefaturas (coroneles, tenientes coroneles y sargentos mayores) frente a un reducido número de generales. No obstante, para entender las razones de su iniciativa política es necesario recurrir al método prosopográfico, con el objeto de identificar algunas regularidades presentes en cada uno de estos hombres e intentar explicar su acción contenciosa.
Sobre el grupo de los generales comprometidos en los hechos, la evidencia empírica sugiere que fue accesoria o sin mayor relevancia, varios de los cuales se unieron después de acaecido el golpe. El más prestigioso fue el general Mantilla (por ser veterano de las guerras de Independencia, mantenerse siempre al lado de la legalidad, a pesar de que varios de sus partidarios se lanzaron a las guerras civiles, y por su desempeño en el Congreso), vinculado por insistencia de Melo. Es decir, el general más emblemático del bando dictatorial entró tardíamente a los sucesos y, sin duda, su desempeño en el gobierno de facto fue cosmética65.
Martiniano Collazos, un curtido militar de la Independencia, alcanzó su generalato en 1841 por los servicios prestados al gobierno en la guerra de los Supremos; era un oficial sin prestigio, problemático, que, según los contemporáneos, se hallaba resentido con los ricos agiotistas porque en repetidas ocasiones se vio en la necesidad de vender a bajo precio las cartas de crédito que se le daba como pago de su pensión. Disgustado con este trato y, sin duda, preocupado por las políticas antimilitares de los gólgotas terminó adhiriéndose al bando melista el 11 de julio de 1854, cuando las fuerzas de Dámaso Girón ocupaban a El Socorro; su pronunciamiento en Bucaramanga fue efímero, pues la reacción constitucional no permitió prosperar el acto; falleció ese día. Por lo señalado anteriormente, su participación en los eventos fue nula66.
José María Gaitán, el más claro exponente de este grupo, era liberal, afiliado al bando draconiano, opositor a la dictadura de Rafael Urdaneta (1830-1831), cercano a la agrupación santanderista y rebelde en la guerra de los Supremos (1839-1842); por este último hecho fue expulsado del país por traición a la patria. Retornó en 1847 por un indulto de la administración de Mosquera. Gracias a José Hilario López entró en servicio activo, quien también lo ascendió a general en 1851. Su vinculación con los hechos del 17 de abril no es clara, pero fue borrado del escalafón militar el 22 de diciembre de 1854 y, a pesar de sus protestas, se demostró su simpatía por la dictadura, pues Gaitán solicitó constantemente a Melo la jefatura militar del Norte, pero no la obtuvo, según parece, porque Melo quiso mantenerlo al margen de su gobierno, pues no quería un general que podría hacerle sombra67.
En síntesis, la participación de los generales en el golpe de Melo fue marginal. Por lo tanto, la responsabilidad recae en los coroneles, los tenientes coroneles y los sargentos mayores, un sector de la oficialidad que, según las ordenanzas y leyes militares, se encargaban de los mandos de las jefaturas y comandancias militares de las provincias, de los batallones o eran ayudantes o miembros del Estado Mayor o de las divisiones o columnas del Ejército. Es decir, hombres quienes debían tener cierta experticia en conocimientos de tema castrense (justicia, contabilidad y ordenanzas militares) para encargarse del tren administrativo, como también de la organización y disciplina de las unidades bajo su mando. Pero más interesante es afirmar, después de analizar sus vidas a lo largo del siglo XIX, que estos hombres no procedían de los estratos sociales más altos de la sociedad; no eran aristocráticos. Una tesis que en Colombia ha hecho escuela, como muchas interpretaciones de nuestro pasado, con mucho sentido común y poco trabajo empírico68.
La afirmación de que la oficialidad que apoyó el golpe del general Melo procedía de estratos no privilegiados se desprende al mirar sus vidas a partir de 1810 en adelante, cuando la gran mayoría se vincularon al Ejército patriota en calidad de cadetes o empezaron en los grados más bajos de la oficialidad, inclusive como soldados, como por ejemplo Mariano Posse o Juan Nepomuceno Prieto. José Manuel Calle es quien mejor representa este proceso, empezó su carrera en calidad de aspirante el 22 de marzo de 1820, ascendió por todos los rangos por tiempo y méritos en el servicio militar: sargento 2.º, el 1.º de agosto de ese año; sargento 1.º, el 1.º de abril de 1822; alférez, el 24 de septiembre de 1824; teniente, el 16 de febrero de 1827; capitán, el 21 de octubre de 1851; sargento mayor, el 4 de julio de 1852; y teniente coronel, el 22 de julio de 186269. Señalar este punto es importante porque, sin duda, nos permite contrastar con aquellos quienes procedían de estamentos privilegiados y que empezaron en calidad de oficiales (de alférez 2.º a capitán), como fue el caso del general Mosquera, quien entró al servicio como edecán del general Bolívar, o Julio Arboleda, quien se inició en las armas durante la guerra de los Supremos con el grado de capitán y secretario de Mosquera. Otros ejemplos de estos casos se podrían señalar, pero lo que queremos resaltar de los militares comprometidos con Melo es que procedían, en su mayoría, de grupos sociales bajos o medios. Su condición social explica el por qué entraron en los grados más bajos de la milicia y por qué a muchos de ellos sus ascensos se les hicieron a lo largo de un buen tiempo de servicio, como el caso de José Manuel Calle. Otro ejemplo es el de Domingo Castañeda, quien fuera sargento a inicios de los cuarenta y ascendido al alférez 2.º por sus servicios en varias unidades del suroccidente, entre ellas en el Batallón 1.º de Infantería, con el que, entre 1846 y 1848, permaneció acantonado en Pasto por las tensiones fronterizas con el Ecuador. Después de esto, Castañeda hizo la campaña del sur contra los rebeldes conservadores en 1851, en la provincia de Túquerres, ejerciendo las funciones de ayudante de la 1.ª División y en 1852 obtuvo el ascenso de capitán por sus servicios al gobierno. Trasladado a la capital de la República, se debió comprometer con Melo, pues figura de edecán del general, y se halló entre los defensores de Bogotá hasta rendirse el 4 de diciembre de 185470.
El trasegar de varios de los militares melistas es similar; Domingo Delgado, era capitán graduado de mayor cuando se comprometió con la dictadura; venía sirviendo en el Ejército como mínimo desde 1834, cuando Toribio Lozada Peralta, desde El Socorro, el 19 de agosto de 1854, le escribió al general Melo para que su ascenso a sargento mayor fuese reconocido71. Es elocuente, pues, que varios de los seguidores de los hechos del 17 de abril se encontraban entre los grados de capitán o sargento mayor a mitad de siglo, a pesar de que, en su mayoría, venían en la carrera de las armas desde los veinte, o antes (Venancio Callejas, Manuel José Carvajal y Tenorio, Diego Castro, Benito Franco, Dámaso Girón, José del Rosario Guerrero, Pedro Arnedo, Juan de Jesús Gutiérrez, José Manuel Calle, Benito Franco, José María Barriga, entre otros); o eran tenientes coroneles (Manuel Jiménez, Fernando Campos, Mariano Posse, Antonio María Echeverría, José Manuel Lasprilla, Juan Nepomuceno Prieto, José Valerio Carazo, Alejandro Gaitán, Santos García y José Antonio Sánchez)72.
Lo anterior significa que los oficiales comprometidos con Melo venían de largo tiempo ejerciendo el oficio de las armas y, como no procedían de sectores privilegiados (un indicador es su lento ascenso en el escalafón militar), dependían de su salario para su sobrevivencia. Esto los hizo permanecer en la milicia de forma regular tanto en tiempos de paz como de guerra, ocupando cargos burocráticos en la administración militar o sirviendo en diversas unidades acantonadas en los principales departamentos militares del país73. El hecho de ser militares de carrera los colocaba en una condición de vulnerabilidad frente a cualquier política que los liberales radicales a mediados del siglo XIX publicitaban en relación con el Ejército74.
Por ejemplo, Diego Castro fue alférez a finales de los treinta, teniente 2.º durante los cuarenta, prestó servicio en los cuerpos de la 1.ª columna en Pasto, Popayán, y a veces al norte del Valle. Fue ascendido por la Secretaría de Guerra a teniente 1.º (septiembre de 1847), sirvió con ese grado en el batallón número 2.º, con el cual hizo campaña en el sur contra los rebeldes conservadores de 1851, desempeñando por un tiempo la comandancia de Yacuanquer (noviembre de 1851); durante esta guerra tuvo varios ascensos, pues en febrero de 1852 era sargento mayor. Trasladado al centro del país, se comprometió con Melo, promoviendo la noche del 16 de abril, horas antes de los sucesos, la distribución del parque militar entre los democráticos.
Después del golpe, Castro fue comisionado para capturar a los miembros del gobierno que se hallaban reunidos con el presidente Obando en el palacio. Se halló en Tíquisa (20 de mayo de 1854), Zipaquirá (21 de mayo) y persiguió a las fuerzas de Melchor Corena derrotadas por Dámaso Girón en Aposentos (29 de mayo). Se encargó de pacificar y controlar la disolvente provincia de Tequendama, territorio adverso a la dictadura (julio de 1854). Se destacó como uno de los comandantes más briosos que tuvo Melo, al punto de que, cuando el general decidió rendirse con otros oficiales y seguidores el 4 de diciembre de 1854, Castro llegó al cuartel de San Francisco y dijo: “Los que quieran luchar y morir conmigo, síganme; yo no deseo caer prisionero”. Algunos lo siguieron, montó a caballo, tomaron la calle del comercio y al doblar a Santo Domingo, cayó muerto75.
En resumen, los oficiales golpistas eran militares de profesión, pues todo su ciclo vital se había hecho en la milicia, ganando experticia y conocimiento en el campo militar y, como muchos, habían entrado jóvenes en la carrera de las armas durante las guerras de Independencia (algunos a una edad en la que aún se pueden considerar niños, como Alejandro Gaitán, a los 10 años). Al concluir estas guerras, a finales de los veinte, difícilmente podían dedicarse a otro oficio, por lo que terminaron haciendo su vida en el Ejército, como son los casos de los coroneles Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña o Manuel Martínez Munive76; y los tenientes coroneles Dámaso Girón, Mariano Posse, Juan Nepomuceno Prieto, Alejandro Gaitán, entre otros77.
Frente a sus posiciones políticas, el grupo tiene ciertas tendencias; por lo general fueron veteranos de las guerras de la Independencia, además constitucionalistas en 1830 y opuestos a la dictadura de Rafael Urdaneta en 1831. Estos son los casos de Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña, Manuel Martínez Munive, José Manuel Calle, José del Rosario Guerrero, Mariano Posse, José Valerio Carazo, Juan Nepomuceno Prieto o Alejandro Gaitán, entre otros. Uno de los casos representativos de este grupo era el riohachero Dámaso Girón, quien entró a las filas republicanas en la Marina, hallándose, entre otras acciones, en la batalla naval de Maracaibo (1823); pasó al sur e hizo la campaña contra la invasión peruana (1829). Retornó al centro del país y defendió al gobierno constitucional de Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo (1830), siendo de los derrotados del Santuario y Puente Grande en Funza.
Girón fue prisionero y condenado como soldado en las tropas del coronel Pedro Murguenza, encargado por Urdaneta de someter la resistencia contra su gobierno en el Cauca, encabezaba por los generales José María Obando y José Hilario López. Por estas circunstancias estuvo en la batalla del Papayal o el Badeo cerca de Palmira (10 de febrero de 1831), donde, derrotados los urdanetistas, fue aprovechado por Girón para cambiar de bandera. Marchó al centro del país nuevamente, esta vez a restablecer el orden constitucional y luego acompañó a Obando en la recuperación de la provincia de Pasto (1832), que en esos tiempos se había agregado al Ecuador78.
Su posición contra Urdaneta los hizo muy cercanos a la administración presidencial de Francisco de Paula Santander, por lo que fueron recompensados con cargos de gobernadores o comandancias militares. En el caso de Dámaso Girón, en 1834 se encontraba en servicio en la sabana de Bogotá y formó parte de los oficiales que atendieron la conspiración de Sardá; estaba entre los que capturaron y dieron muerte violenta a Mariano París, quien estaba implicado en el complot. Posiblemente esta posición, ganada por varios oficiales bajo las órdenes Santander, empezó a ser erosionada con el ascenso de Ignacio de Márquez a la presidencia de la República, llevando a varios a pronunciarse contra el gobierno en la guerra de los Supremos, como los coroneles Ramón Acevedo Calderón, José Manuel Calle, Manuel Antonio Carvajal y Tenorio, Mariano España, Rafael Peña, Juan Bautista Castillo y Sinforoso Paz79 o Cristo Velandia.
Velandia es un buen ejemplo de las experiencias que varios militares compartieron, ya que su vinculación con la rebelión los llevó a ser expulsados del país (los más afortunados, pues varios fueron fusilados) o condenados a servir como soldados, que es el caso en mención; Velandia, a lo largo de la década del cuarenta, estuvo en varias unidades regulares pagando su condena y, al concluirla, continuó en la milicia, ascendiendo nuevamente en el escalafón militar hasta alcanzar el grado de alférez (1851).
Como oficial de la Guardia Nacional de Buga hizo campaña en defensa del gobierno liberal en varios puntos del suroccidente y posteriormente sirvió en el batallón 1.º de línea (1851-1853), ganándose la confianza y el respeto de sus superiores para ser encomendado del detall de su cuerpo. En aquella campaña pasó de alférez 2.º a 1.º y luego a teniente. Su cuerpo marchó al centro del país y se halló entre las fuerzas melista en la acción de Tiquisa, y después en varias campañas al occidente de la sabana de Bogotá y en Tunja80.
Es necesario señalar que no todos los melistas fueron rebeldes durante la guerra de los Supremos81. Sin embargo, los comprometidos en este conflicto fueron exiliados y borrados del escalafón militar, retornando al país durante la administración de Tomás Cipriano de Mosquera (entre 1847-1849) gracias a varios indultos sancionados por el general caucano82. Pero, salvo algunas excepciones, todos entraron en servicio activo durante la presidencia de José Hilario López, quien, de paso, los promovió en el escalafón militar, a algunos antes de la rebelión conservadora de 1851 y a otros después de dicho levantamiento83.
Es en este punto, en el momento de la llegada de los gobiernos liberales de medio siglo, donde existe una mayor regularidad en los oficiales comprometidos con el golpe del 17 de abril de 1854, independientemente de si fueron constitucionales o urdanetistas (1830 y 1831) o rebeldes o gobiernistas (1839 y 1841), salvo contadas excepciones de las que se hablarán más adelante, sirvieron al gobierno liberal. Lo apoyaron durante la rebelión conservadora de 1851 y, en general, se beneficiaron de los ascensos a grados de jefatura militar, e incluso de general, que el régimen les otorgó. Es posible que también se favorecieran del sistema pensional cuando por diversas circunstancias se retiraron del servicio activo.
En este orden de ideas, se puede afirmar que buena parte de la oficialidad melista tuvo cierta filiación con el liberalismo e incluso es posible rastrear estos antecedentes en la familia Gaitán Rodríguez, que, sin lugar a duda, fue una de las principales exponentes de esta tendencia. Recordemos que su madre fue Carmen Rodríguez, una activa mujer en la esfera política desde los tiempos de la crisis de la monarquía, mantuvo cierta correspondencia y amistad con Bolívar, se distanció de él durante la dictadura y luchó contra el gobierno de facto de Urdaneta. Sus hijos, tres varones, todos militares, y dos hijas, siguieron la línea política de su madre, todos estuvieron contra la dictadura bolivariana, contra el gobierno de Urdaneta, promovieron el restablecimiento del orden constitucional, fueron rebeldes en la guerra de los Supremos y, salvo el caso de Domingo Gaitán, quien murió en su exilió en el Perú en la batalla de Ingaví (1842) en el Ejército de Agustín Gamarra, todos regresaron a finales de los años cuarenta84. Alejandro se comprometió activamente con las sociedades democráticas de Bogotá y, como sabemos, terminó simpatizando con el golpe de Melo85. Sin embargo, la trayectoria liberal de estos hermanos, junto con los demás melistas, se evidencia en que terminaron luchando contra el gobierno de la Confederación de Mariano Ospina Rodríguez, algunos ya como oficiales prominentes de los Estados Soberanos recientemente emergidos en el nuevo orden político a finales de la década de los cincuenta.
Un ejemplo ilustrativo de los militares de cuño liberal es Juan de Jesús Gutiérrez, de quien solo tenemos información al concluir la década del cuarenta, pero, por el grado que ostentaba hacia 1850 de sargento mayor, debía haber estado en servicio en los últimos quince años o más. Gutiérrez defendió al gobierno de López contra la rebelión conservadora de 1851, haciendo operaciones contra los rebeldes de la sabana de Bogotá bajo las órdenes de Joaquín Barriga. Permaneció en servicio en la capital y durante los enfrentamientos que ocurrieron entre los miembros de las sociedades de artesanos y los de casaca o notables de la capital, se llegó a decir que beneficiaba a los primeros cuando intervenía en estos enfrentamientos. Se unió al golpe de Melo y fue ascendido a coronel. Sin lugar a duda, fue uno de los militares más capaces con el que contó el gobierno del 17 de abril; lo demostró en la batalla del alto de los Cacaos o de Petaquero (30 y 31 de octubre de 1854), donde frenó el avance del Ejército constitucional a la cabeza del general Mosquera, quien debió reconocer los dotes del joven oficial. Concluida la dictadura, fue hecho prisionero e indultado con la condición de salir del país por siete años (6 de junio de 1855), pero semanas después se le rebajó la pena a la mitad y, a mediados de julio, cuando estaban listos para partir a la costa atlántica, se fugó con Ramón Ardila y Manuel Jiménez.
Gutiérrez se vinculó al liberalismo a finales de la década, fue parte de los candidatos seleccionados por la junta eleccionaria de Cundinamarca para diputado del departamento (1859); fue nombrado por la Asamblea Legislativa de Santander jefe departamental de El Socorro (1859), siendo parte de los oficiales de aquel Estado que defendió al gobierno de la invasión conservadora proveniente de García Rovira (agosto de 1859). Participó en el combate de Concepción (29 de agosto de 1859), donde las armas liberales triunfaron. Nuevamente defiende al Estado, esta vez de la guerra que le declaró la Confederación, enfrentándose al Ejército conservador dirigido por Pedro Alcántara Herrán en el combate de Galán (llamado en ese periodo La Robada) el 29 de julio de 1860, momento en el que falleció. Si bien el triunfo se lo llevaron los liberales, la batalla fue fatal para el régimen porque perdieron al militar de más experiencia y, posiblemente, una de las futuras espadas del liberalismo86.
Lo señalado anteriormente sobre la posición claramente liberal de ciertos oficiales no fue exclusivo de Juan de Jesús Gutiérrez, varios de los comprometidos con el melismo terminaron defendiendo la causa liberal contra el gobierno de la Confederación presidido por Mariano Ospina Rodríguez, entre ellos Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña, Pedro Arnedo y Juan Cristo Velandia, quienes sirvieron en el Ejército del Estado de Santander, José Manuel Calle y José del Rosario Guerrero, vinculados al gobierno de Mosquera en el Cauca; Manuel Antonio Carvajal, quien falleció en la acción de La Polonia en 1861; José María Dulcey, un melista del Valle comprometido en las democráticas de Cali y Palmira. Pero, como toda regularidad tiene sus discontinuidades, Habacuc Franco y Benito Franco lucharon en esa guerra a favor del conservatismo y del gobierno de la Confederación87.
También esta regularidad se presenta en otros melistas menos visibles, en el sentido de que no contamos con mucha información empírica sobre los personajes. Este es el caso de Ricardo Brun, oficial de artillería, quien se encargó de dichas piezas en la batalla de Tiquisa, sirvió durante toda la dictadura y fue capturado el 4 de diciembre en Bogotá, pero logró fugarse a principios de febrero de 1855. Se dedicó luego al comercio contando con conexiones en el puerto de Buenaventura, formó parte de los liberales que dominaron dicho fondeadero del Pacífico en marzo de 1861 y, según informes de los contemporáneos, cometió gran cantidad de arbitrariedades con las mercancías de sus opositores políticos; además de sacar enormes ganancias con la especulación de la sal88.